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lunes, 26 de junio de 2023

Libros, veleidades y ferias

No debería sorprenderles que, así, sin previo aviso, les comunique que tengo avanzada la lectura del libro de Saul Bellow El legado de Humboldt. Comparte, por cierto, espacio en el suelo al lado de la cama con la difícil (para mí) obra de Blumenberg sobre el mito platónico de la caverna y sus alusiones filosóficas a lo largo de los tiempos (desde Aristóteles hasta... por ahora he llegado a Bacon), Salidas de caverna. Durante un tiempo estuvo también ahí la novela de Marlon James Leopardo negro, lobo rojo, pero no ha resistido la pujanza de Humboldt.

Asimismo, escribiendo las líneas anteriores, recordé que tengo iniciada la lectura de otra obra de Bellow, Herzog, pero debe de estar escondida en alguna caja de esta mudanza que nunca concluirá. No escribe nada mal este señor, obvio es. Por otro lado, tengo haciendo ejercicios de calentamiento la novela, que al parecer es la primera de una trilogía (si una novela no forma parte de una trilogía en esta época, el autor o autora no es nadie), titulada Los tres cuerpos, del autor chino Cixin Liu. Se va a poner de moda (de nuevo) porque Netflix va a estrenar una serie basada en ella. Hasta ahora he resistido la tentación. A duras penas: veleidoso que es uno.

Además de lo anterior, el otro día pasé por mi librería de referencia (trato amable: saben mi nombre, y cercanía al domicilio: básico) y compré un libro sobre arte; otro, de Marx, la novela de Liu, una monografía de análisis cultural y otro libro a cuenta de los clásicos griegos y latinos.

Libro de arte: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

Libro de Marx: El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. La novedad es el estudio previo (y la traducción) de Clara Ramas Sanmiguel, que ocupa sus buenas 50 páginas.

Libro de análisis cultural (o de lo que sea): Los antiguos y los posmodernos, de Fredric Jameson (traducción de Alcira Bixio).

Libro de inspiración clásica, sobre cuestiones políticas: El hilo de oro, de David Hernández de la Fuente.

Y Los tres cuerpos (traducción de Javier Altayó).

El martes, leyendo la Apología de Sócrates, caí en la cuenta de que había en la traducción de Gredos, a cargo de Julio Calonge, un latinajo que no venía a cuento en la boca de Sócrates ("in absentia"). Dichoso mundo este en el que encontré rápidamente a dos personas con las que pude comentar este asunto. También, en el Legado de Humboldt, el protagonista cuenta en cierto momento cómo su novia y él pasaban las tardes traduciendo a Plauto. ¿Es posible leer los Diálogos de Platón sin sentirse exquisito ni nada parecido? ¿Que sea una actividad tan cotidiana como cualquier otra en la que emplear el tiempo? Con frecuencia, en estas charlas melancólicas con personas de mi generación, afirmo que si pudiera volver a tener 17 años, con todos los medios necesarios a mi disposición, estudiaría Clásicas. Fantaseo con que estudiar estas lenguas debe suponer el ingreso en un club muy discreto, donde se habla griego antiguo con soltura y se bebe vino aguado en copas anchas proveniente de ánforas con motivos mitológicos. Cuando los miembros de este club se aburren, fornican o se postulan a dirigir el Estado. No olvidemos a Boris Johnson.

No descarto que otros/as piensen algo semejante respecto de Ingeniería o de Biología. 

Otro asunto: Javier Doreste ex-concejal de Urbanismo de LPGC que ha ido transubstanciándose en reseñador durante el último año y pico, a fin, supongo, de invertir su capital político en cultural ha proclamado que La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo es una "obra maestra de la literatura fantástica española". Entiendo, ya lo dije en alguna ocasión, que Ravelo sea un escritor querido, añorado y llorado, incluso que su legado literario sea leído con delectación por parte del público, pero de ahí a calificar sus novelas de "joyas literarias" (como escribió una periodista cultural en La Provincia) y, en concreto, La otra vida con ese "obra maestra" no es sólo exagerado, sino también inútil y no le hace ningún favor ni al fallecido escritor ni a los futuros lectores (también es verdad que los adjetivos que le añade Doreste a obra maestra pueden entenderse más como reductores que como intensificadores). Otro reseñador al que despreciar, por si andábamos escasos. 


Actualización del domingo, 25 de de junio

Por cierto, desde que escribí los primeros párrafos hasta este en el que estoy ahora han pasado unos cuantos días. Los bastantes para apreciar que El hilo de oro realiza un recorrido político por la Antigüedad como inspiración para, si no solucionar, al menos enmarcar muchos de los problemas de naturaleza política que padecemos hoy: la demagogia, el populismo y la crisis de la democracia, entre otros. Además, proporciona abundante bibliografía para quien quiera saber más, sobre todo, de historia antigua. Buena manera de empobrecerse monetariamente, sin duda. Debe de haber algún paraíso para los lectores que anhelan lo infinito que les queda por conocer, aun a costa de su patrimonio.

Feria del libro: finalmente estuve en el parque de San Telmo. Me dio la impresión de un evento algo desangelado. Quizá con menos casetas (tal vez, no, pero parecía que faltaban), mucha menos gente que otros años. Tampoco estaban los puestos de abalorios diversos (que tanto le gustan a mi media naranja y a los cuales, indefectiblemente, me veía arrastrado) ni los de artesanía. Ni siquiera, el de los triángulos de energía. Sí que había un grupo numeroso de adolescentes congregados dentro y frente a la carpa de la juventud. Algo es algo. 

El parque está medio en obras, por lo que la impresión general era de provisionalidad, lo que es acorde con el estado mismo del proyecto ferial. Vi por ahí a Santiago Gil, impasible el ademán, al siempre cordial Leandro Pinto y al cada vez más joven Miguel Aguerralde. Todo sea dicho, no fallan nunca en personarse. También, en un alarde de reconocimiento facial, vi a dos escritores más, de esos a los que les tengo echado el ojo, pero ya se sabe que la literatura es un mar proceloso: uno se echa a él para volver a la patria y acaba en islas ignotas.

Por casualidad, me senté pasadas las seis de la tarde en la carpa Alexis Ravelo y estuve escuchando a los autores de Saritísima (una biografía ilustrada de Sara Montiel), Daniel María y Carlos Valdivia, que estaban acompañados por tres drags (lo siento, he olvidado los nombres, pero hay foto). Una presentación interesantísima, por cierto, y que me hizo ver la figura de la actriz y cantante española de otro modo. Sin duda, brillante y aleccionadora.



Conclusiones: salvo el detalle de que la editorial publicatodo Mercurio prohibió (quizá, no prohibió, tal vez, aconsejó negativamente) a sus escritores/as acudir como invitados/as a las carpas, no he oído mayores quejas. Tampoco, elogios. Dejando aparte la referencia rutinaria de los periódicos locales, llama la atención que esta feria haya resultado desapercibida, al menos en mi círculo más próximo. Quizá la indiferencia sea el mayor mal de este tipo de saraos mercantiles-librescos, por naturaleza minoritarios y cuyo éxito se mide por el volumen de las ventas. No sé si la abulia ha sido cosa de la asociación de los/as libreros/as, del público o mía. A fin de cuentas, si resulta que en la feria de este año se ha vendido más que el pasado, todo habrá estado bien.


                     



miércoles, 15 de diciembre de 2021

Lo mejor y lo peor del Polillas en 2021

Este quince de diciembre debería sonar como el "Recuerden el 5 de noviembre" de la película V de Vendetta: una fecha con atmósfera explosiva, cargada de presagios, como suele decirse, cuando las expectativas están alimentadas con el temor a lo posible y el júbilo por la sorpresa. Un 15 de diciembre que marca el último artículo de Polillas al anochecer y el programa homónimo de Radio Guiniguada de 2021. Volveré, volverán, volveremos, en enero.

Que no se diga que no nos hemos esforzado por cambiar, aunque sea de manera mínima, casi meramente testimonial, el ambiente complaciente, a la vez que mezquino, del mundillo literario y editorial de Canarias. No será por falta de objetivos y de aspiraciones, por desmesurados que parezcan para nuestras posibilidades, que se basan simplemente en exponer y argumentar, con lo que, de vez en cuando, nos alcanza para convencer. Cierto es que la mayoría de los vicios y defectos son de naturaleza estructural, por lo que es poco probable, salvo un gran cambio en varios órdenes sociales, que la forma de presentar la literatura (y la cultura, entendida como el orden artístico) en las Islas (y en España) cambie de manera radical.

Sin embargo, como siempre, algo de espacio existe para la acción personal, para decantarse por una manera de estar en el mundo que no consista sólo en halagar al poderoso y en pisar al infeliz, en presentarse a los demás como un objeto entre objetos, como una calculadora de intereses. En fin, aspiremos a ser algo mejores, éticamente hablando. Total, por desear... ¿No habíamos convenido que el arte era "hijo de la libertad"?


En lo que comienza a ser una pequeña tradición, así quedan las listas de Polillas al anochecer:


Mejores novelas leídas en 2021

-Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori.

-Existiríamos el mar, de Belén Gopegui.

-El viaje de las palabras, de Clara Usón.

-La hijuela, de Marcos Hormiga.

-Cuentos de otoño, de Agustín Díaz Pacheco.

-Desde la línea, de Joseph Ponthus.


Como ya he señalado en otras ocasiones, establecer una jerarquía es difícil, sobre todo cuando se trata de sopesar las virtudes de varias novelas tan distintas. No obstante, tengo claro que la obra de Rezzori está un escaloncito por encima de las demás. Llámenlo capricho personal. Por lo demás, ha sido un descubrimiento para mí Clara Usón. Habrá que leer alguna otra novela de esta autora. Agustín Díaz Pacheco cuenta con una larga trayectoria literaria, y a juzgar por la mayoría de los cuentos que se ofrecen en esta obra, quizás su conocimiento por el público debería ser más amplio. Otro descubrimiento narrativo ha sido la novela de Marcos Hormiga, sin duda. Estos autores, junto con Luis Junco, Juan R. Tramunt o Anelio Rodríguez Concepción, entre otros/as (seguro que he olvidado mencionar a alguien importantísimo, perdónenme) representan para mí la literatura en/de Canarias que debería perdurar, por muy poco mediáticos que sean. Ahí veo yo auténticas vetas de arte literario.  


                                   






Peores novelas leídas en 2021

-El Salón de los Espejos Mudos, de Sergio Constán.

-El informe Silvana, de Sabas Martín.

-De un país en llamas, Javier Hernández Velázquez.

-Mediodía eterno, de Santiago Gil.

-Alma reglamentaria, de Alexis Hernández Benítez.


Con la misma incapacidad de establecer una jerarquía, estas novelas tienen en común ser muy deficientes en numerosos aspectos, que ya hemos tratado en las reseñas correspondientes. Eso sí, podemos comentar diferentes aspectos de cada una de ellas. Por ejemplo, la particularidad de la novela de Sergio Constán es que fue la ganadora de un concurso literario. Si una novela tan insoportable hizo que le dieran un premio a su autor, no es de extrañar que muchos/as escritores/as alberguen fantasías descabelladas de fama y prestigio. La de Sabas Martín mostraba asomos de que el autor es capaz de escribir algo con sentido, pero por alguna razón esos destellos quedaron opacados bajo una prosa que en su mayor parte era deleznable. De Javier Hernández Velázquez, leí todo tipo de elogios, que, al menos en este caso, se demostraron infundados. Creo difícil escribir algo de peor calidad. Se demuestra, una vez más, que el encomio desmedido y el buenrollismo cultural no valen para nada. A Alexis Hernández le oí decir que esta obra le había llevado varios años: solo espero que no vuelva a gastar su esfuerzo en desempeños semejantes. De la de Santiago Gil ya di cuenta en su momento. Nada hay que añadir a un escritor que rueda cuesta abajo, cada vez que puede, por las barranqueras de la cursilería y que, en mi opinión, es víctima de su relevancia en el mundillo literario grancanario.

Por último, y no menos importante, y que sirve para comprobar el nivel de la cultura en el plano literario, hago una breve mención a los reseñadores que más se han prodigado. Antes, hay que decir que, dado el difuminamiento progresivo del cuadernillo cultural de La Provincia y El Día y su desaparición en Canarias7, casi no hay reseñas literarias que merezcan ese nombre. Citemos a Victoriano Santana Sanjurjo, que perpetra sus húmedos artículos esporádicamente en aquel cuadernillo, y a Felipe Landín, que ha publicado alguna reseña extra almibarada en el Canarias7. Aparte, Eduardo Rojas coordina un suplemento en el Diario de Avisos y cuenta con la página en Internet de El escobillón. Se le nota cómodo: cualquiera lo imaginaría escribiendo sus cosas en batín y zapatillas, y sentado sobre un cojincito. A veces se irrita contra algún político o algún nombramiento, pero, la mayor parte del tiempo, el mundillo cultural y las novedades literarias le parecen bien, y se le nota.

Respecto de los dos primeros, sirven como ejemplo de la crítica literaria en Canarias, que no es crítica y apenas literaria. Ante los ojos de ambos, se despliegan novelas a cuál más magnífica y consideran que los/as autores/as son a cuál más excepcional porque Canarias está llena de talento, mucho talento, muchísimo talento, tanto que no hay papel en el mundo presente ni futuro en el que imprimir tanta obra maestra. Todo es maravilla, hermosura, belleza, levitación, espuma y pompas de jabón que se elevan hasta el Parnaso y más allá. Su único futuro, claro está, será dejar tras de sí un rastro de lectores estafados, indignados, desengañados y, probablemente, con orzuelos porque no hay ojos que resistan tanto disparate.  

Para ofrecer un bosquejo de solución (un saludo a Ricardo Pérez), si yo fuera el propietario de un medio o el director (si este pudiera hacer algo por cuenta propia), renovaría por completo el suplemento o la sección, en su caso. Nada de "saludos" a la obra nueva, nada de confundir el fomento de la cultura con la amistad de tal escritor o de tal editora. Acabaría con las entrevistas estereotipadas, esas en que se le pregunta al autor o autora qué hay de biográfico en su novela, si escribe con bolígrafo o a ordenador, qué opina de los niveles de lectura, etc. Los/as colaboradores/as cobrarían por su trabajo (ningún suplemento ni ninguna página web pueden plantearse desafíos importantes solo a base de entusiasmo, que, por lo demás, se desvanece pronto) y, por tanto, se les exigiría, en este orden, honradez, complejidad y erudición. El medio, además, pagaría la asistencia al espectáculo: ni entradas gratuitas ni pases VIP. Ese espacio, además, no sería agenda de actos culturales, artísticos o de espectáculos proveídos por las instituciones públicas o privadas ni sería mera página para las notas de prensa de turno. Tampoco debería ser plataforma publicitaria encubierta de otra empresa (el habitual ejemplo de un periódico y una editorial que pertenecen al mismo grupo empresarial)

Asimismo, en papel la periodicidad puede ser mensual o, idealmente, semanal. En una página web, la renovación de los contenidos se revela como crucial, con esa misma periodicidad. Revistas que parecen seguir funcionando aún como Trasdemar o La Salamandra Ebria revelan a las claras las insuficiencias del voluntarismo como método de trabajo, y las fechas de los artículos son reveladoras de tales carencias.

Sería reflexión crítica, con un punto dadá y algo de mala leche. De tal modo que aspire a convertirse en una referencia cultural y popular, es decir, que, a pesar de su especialización, sea también motivo de comentario ciudadano generalizado e intergeneracional, por difícil que parezca. Si tenemos claro que los periódicos en general son negocios ruinosos, un poco de valentía tal vez les serviría para recuperar algo de prestigio, por inconcebible que suene. Con respecto a los programas culturales de radio y TV, lo poco que he oído y visto adolece de los mismos vicios que la prensa.

Además, creo que lo ideal para el público lector sería no disponer de un solo suplemento o espacio como el que describo, sino de varios, quizá dos por provincia. Otra cosa es que en Canarias dispongamos de un público lector que hiciera posible la sostenibilidad de proyectos semejantes. ¿Cuántos/as lectores/as hay en Canarias? ¿Cuántos/as compran más de un libro al mes? ¿Cuántos hay interesados en arte? ¿Cuántos/as pagarían por leer ese suplemento o revista cultural? La clave está en la suscripción de los/las lectores porque si se depende de la publicidad privada, se corre el riesgo de que los principales anunciantes presionen para que se publique a favor de sus intereses (o al menos, para que no se publique en contra); si se depende de subvención institucional, más o menos lo mismo. 


En fin, para no acabar este artículo con un sabor amargo, les propongo también los siguientes libros de no ficción, algunos ya comentados:


Lista de la no-ficción o de sí-todolodemás

1) La política contra el EstadoSobre la política de parte, de Emmanuel Rodríguez López.

2) La fuerza de los débiles, de Amador Fernández-Savater (Akal).

3) Los pocos y los mejores, de José Luis Moreno Pestaña (Akal).

4) El escritor que compró su propio librode Juan Carlos Rodríguez (Debate). 

5) La norma literariade Juan Carlos Rodríguez (Debate).

6) La literatura del pobrede Juan Carlos Rodríguez (Comares).

7) Tras la muerte del aura, de Juan Carlos Rodríguez (Universidad de Granada).

8) La cena de los notables, de Constantino Bértolo (Periférica).

9) ¿Quiénes somos?, de Constantino Bértolo (Periférica).

10) La crisis de la utopía, de Luciano Canfora (Anagrama).

11) Ethos y Polis, de Salvador Mas Torres.

12) Malos nuevos tiempos, de Hal Foster (Akal).

13) Miradas políticas en el país de las fantasías, de Yayo Aznar Almazán (Akal).

14) El Estado contra la democracia, de David Graeber (Errata Naturae; traducción de David Muñoz Mateos).

15) El derecho a la pereza, de Paul Lafargue (Maia ediciones; traducción de Javier Alvarado).

16) Del Arte y su obsolescencia, de Alberto Adsuara (Casimiro Libros).

17) Breve introducción a la teoría literaria, de Jonathan Culler (Austral; traducción de Gonzalo García).

18) Gastos, disgustos y tiempo perdido, de Rafael Sánchez Ferlosio (Penguin Random House)

19) ¿Tiene futuro el capitalismo?, VV.AA (Siglo XXI; traducción de Bertha Ruiz de la Concha)

20) La domesticación del arte, de Laurent Cauwel (Incorpore; traducción de Juan-Francisco Silvente).

21) Pensar la imagen, VV.AA (Ediciones/Metales Pesados).

22) Supervivencia de las luciérnagas, de Georges Didi-Huberman (Abada; traducción de Juan Calatrava).

23) La cámara lúcida, de Roland Barthes (Paidós; traducción de Joaquim Sala-Sanahuja.

24) Discurso sobre el horror en el arte, de Paul Virilio y Enrico Baj (Casimiro Libros; traducción de Giulio Scafa).

25) Lo que no se ve, de César Barrio (Archivos Vola).

26) El abuso de la belleza, de Arthur C. Danto (Paidós; traducción de Carles Roche).



P.D. A posteriori, echo en falta la presencia de escritoras canarias (o residentes). Procuraré que no ocurra lo mismo en 2022.

P.D. Otra lista, que todo/a lector/a debería tener en cuenta, aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA



miércoles, 6 de octubre de 2021

'Mediodía eterno', de Santiago Gil

Antes de entrar a escribir la reseña de la novela objeto de este artículo, no puedo evitar comentar con Vds. la tontería en forma de manifiesto que han firmado "escritores y periodistas" en relación con la erupción del volcán en la isla de La Palma y sus consecuencias. Lo he leído en la página de Eduardo García Rojas que, por lo habitual, se presta de manera ejemplar a dar espacio a este tipo de eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. 

Aunque por lo general no me sorprende el surgimiento y proliferación de manifiestos a cuenta de cualquier cosa en la que, salvo excepciones, no haya que mancharse las manos ni ponerse en riesgo (cosa comprensible, pero no enaltecedora), en esta ocasión me llamaron la atención varias de sus características. Para empezar, la íntima mezcolanza, que por lo general casi nadie pone en cuestión, de los gremios firmantes ("escritores y periodistas"). Uno podría pensar en parejas o binomios más interesantes o exóticos (timplistas y escritores, escritoras y juezas, periodistas y futbolistas, zapateros y ópticos, corredores de seguros y atletas, patronas de yate y actores, etc.). Pero no, ya sabemos, y ejemplos tenemos a diario, de la casi pornográfica unidad de destino de periodistas y escritores. Todo periodista tiene un escritor dentro, y todo escritor, como García Márquez, lleva un periodista a hombros. Habría que hacer una estadística, algún estudio psicológico, pero no creo que nada en el oficio de periodista deba conducir a quien lo ejerza a escribir literatura. Otra cosa es que muchos periodistas culturales ansíen la fama, aunque sea por irradiación, del mundillo cultural que cubren con sus noticias y reportajes. 

El segundo asunto es la necesidad del manifiesto mismo. En principio, en nada ayuda a los que han sufrido la pérdida de enseres, casas, tierras y negocios la solidaridad discursiva de "escritores y periodistas". Lo ideal y lo esperable es que las administraciones públicas proporcionen cobijo, alimentos e indemnizaciones a las personas afectadas. Al fin y al cabo, para eso están, entre otras cosas. Es posible que me equivoque, pero me da la impresión de que la mejor muestra de solidaridad es vigilar al Estado para que cumpla con su deber en este trance con las personas afectadas. Sin que sirva de precedente, parece que así es. No obstante, este manifiesto de apoyo se clarifica por sí mismo, cuando nos damos cuenta de que este lamento en realidad se suscita por la suspensión del evento festivo-literario-sentimental que lleva celebrándose hace unos cuantos años en Los Llanos de Aridane. Pues muy bien, pienso: es natural lamentarse por lo que se nos ha quitado, y más aún cuando de esa enajenación sólo puede culparse a la Naturaleza.

El tercero es el vocabulario empleado: no bastaba decir que "escritores y periodistas" que han asistido o pensaban asistir a estas jornadas lamentan el desastre y la cancelación del evento, no: tenían que escribir literariamente porque, al fin y al cabo, quienes firman el manifiesto son "escritores y periodistas" y algo parecido a mi sugerencia sería árido, si no yermo, prueba indiciaria de burocratización mental y pensar rutinario. Así que, manos a la obra, se sacan frases como, para empezar: "El volcán ha estallado en nuestros ojos". En el tercer párrafo, se lisonjea a la población local con: "Es difícil explicar la hospitalidad de Los Llanos de Aridane: una hospitalidad tintada en las piedras de las plazas, en la fronda de las plataneras, en la mirada y en la sonrisa de tantas personas que nos llevan acogiendo estos años". A ver, ¿qué eso de "hospitalidad tintada en las piedras y en la fronda de las plataneras"? ¿Por qué no en el tronco de los árboles o en los goznes de las puertas? ¿O en los frontispicios y en el marco de las ventanas? Resulta de una cursilería tintada de literaturidad, para usar un palabro. Y claro que quien te acoge te sonríe, y más si vas a dejar dinero. En todo el complejo vacacional en que se ha convertido nuestra Comunidad, no es costumbre acoger a los turistas a base de gruñidos e imprecaciones. A los clientes se les sonríe y se les saluda siempre porque así funciona el negocio. No seré yo quien diga que hay que dejar sin sonrisas a los escritores y periodistas que dejen sus dineros, sea o no subvenciones públicas mediante, en Los Llanos de Aridane con la excusa de un festival, encuentro, evento, jornada, circo o rodeo. A este respecto, recuerdo cuando Las Palmas de GC optaba, de la mano del alcalde Saavedra y sus subordinados del partido, con la complacencia de la oposición, a un invento que se denomina Capital Cultural de la Unión Europea, o algo así. Al leer una noticia en un periódico local, no daba crédito a mis ojos cuando el periodista afirmaba que los vecinos del risco de San Nicolás "espontáneamente" habían salido a la calle para agasajar a los jueces provenientes de la lejana Europa con productos de la gastronomía canaria. Cosas de la promoción y de la espontaneidad del pueblo, que es un concepto este (el de pueblo) muy de usar y tirar.

Seguimos. El volcán, claro, no es solo un volcán, sino "un titán indomable" y la lava no solo destruye lo que se encuentra a su paso, sino que "también se arrastra sobre el eco de nuestros pasos en la isla". ¿Para qué escribir con naturalidad cuando se puede de manera ridícula? Además, no van a expresar, simplemente, su "solidaridad", valga lo que valga, sino que la "claman". No vaya a ser que no se les note comprometidos con la causa.

En fin, podrán acusarme de puntilloso y de improcedentemente susceptible, algo comprensible, pero es que me da por preguntarme por qué las cosas son como son y sobre todo por qué se hacen como se hacen. En cualquier caso, espero que no se enfaden demasiado los/las tropecientos firmantes, cuya sinceridad y compasión doy por supuestas, y sí, y mucho, a los redactores de este manifiesto.

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Escrito lo cual, pasamos, para endulzar el ambiente, con la siguiente novela, Mediodía eterno premio del guiniguadesco "Premio Internacional De Novela Benito Pérez Galdós", organizado y sufragado por el Cabildo Insular de Gran Canaria y su dependienta Casa Museo Pérez Galdós. Lo importante, claro, no es la inflación de mayúsculas, sino la dotación del premio, 15.000 euros y el compromiso de publicación y difusión de la novela premiada.




Grosso modo, en la novela se narra con voz en primera persona del pintor Jorge Oramas los últimos meses de su vida. Éste aprovecha para hacernos un resumen de toda su existencia: su niñez, la gente que conoció, la enfermedad que le aquejaba y, sobre todo, su vocación pictórica. En este sentido, es notable el esfuerzo del escritor por rellenar toda una vida (aunque fuera corta, pues Oramas murió a los 24 años) dados los escasos datos con los que podría haber contado. Puede apreciarse que el autor sabe colocar bien los signos ortográficos. En la edición tampoco se aprecian erratas ni anacolutos.

No obstante, por si disponen de poco tiempo y así se lo ahorro, quiero cortar de raíz las expectativas que tenga el público lector de esta reseña asegurándoles que lo que más me ha impresionado de Mediodía eterno es el trampantojo de la portada.

Así es. Santiago Gil García, su autor, después de haber sitiado y derribado nuestra paciencia en la última obra que reseñamos en el Polillas (El gran amor de Galdós) perfecciona su arte guerrero con esta novela premiada, asimismo, como señalé antes, en el Premio Benito Pérez Galdós. Todo empieza y acaba en Galdós, podríamos decir, parafraseando la canción de Ismael Serrano. Si en aquella, Gil decidió, y proclamó a quien quisiera oírle, que utilizar el punto de vista de la tercera persona era una gran idea, aquí toma, o mejor, suplanta, la voz de Jorge Oramas para ofrecernos su particular visión (la de Gil) de la vida, del amor, del arte y de lo que le caiga a las mientes. 

El peligro de usar la primera persona consiste en que, como creo que es el caso, la particular concepción de la vida, del arte, etc. del autor acaba siendo demasiado visible, opacando la del personaje histórico ficcionado. Ignoramos casi todo sobre el pintor canario, autor de pinturas emblemáticas del paisaje grancanario, pero sí conocemos algo más, y qué remedio, a Santiago Gil. Este autor se empeña a fondo, como ya hemos señalado en otras ocasiones, en perpetrar de manera solapada aforismos que pasa de contrabando como literatura, pero que solo consiguen irritar por el tono inevitablemente sentencioso y apodíctico resultante. Podría uno pensar que Gil pretende, a la manera de Baudelaire, al que cita, precisamente en las páginas 35 y 36, que su literatura sea todo el tiempo sublime, pero lo que logra es que sea, casi todo el tiempo, soporífera.

Como muestra, ya desde el inicio, las primeras líneas de la novela:


Los locos tienen alma. Me miran fijamente, también los que llegaron al mundo con las cabezas deformes y desproporcionadas, arrastrando silencios que nadie entiende, o dando gritos como si buscaran a alguien que los salvara en medio de la nada que habitan.

 

Me pregunto: ¿Quién había puesto en duda que los locos tienen alma? ¿O quién no? ¿Qué más da y por qué debería importar? ¿Tiene alguna significación para el desarrollo de la novela? NO. Mal comenzamos.


(...) pero intento que ese brillo sea sutil, porque lo bello es siempre sutil, sencillo, límpido sin alardes, como eran los ojos de Pepita cuando la veía venir a buscar a su hermano Felo a la Escuela Luján Pérez (...). (Pág. 15)


Otra afirmación, nada más comenzar, carente de sutileza. Es cuestionable que lo bello sea siempre "sutil" o "sencillo" o "límpido". Pueden defenderlo argumentando que no es Gil quien habla, sino Oramas. Sin duda, pero no es tanto el contenido de las afirmaciones o de las supuestas opiniones ficcionadas del pintor lo que me irrita sobremanera, sino el tono que es tan de Gil que casi no puede pertenecer, literariamente hablando, a nadie más. Además, esa manía en la que incurrirá de equiparar arte con belleza no es contemporánea de Oramas, tras las vanguardias de principio del siglo XX. Entre otros, Arthur C. Danto escribió sobre el retorno de la belleza en arte allá por 1993. Otro asunto es que sea la concepción personal del autor, que la ha injertado en su personaje. Ese quizá sea el problema de fondo: lo que nos ofrece Gil con su particular visión de Jorge Oramas es una visión del arte, de la vida y de la muerte que no amplía las fronteras de nuestro conocimiento ni de nuestra sensibilidad. No es sugerente, ni sugestiva ni estimulante.

Esto es solo el principio. Más aforismos:

"Quien escribe también se queda aunque se pudran sus huesos" (pág. 24). "(...) cuando uno persigue la belleza no hay dolor que detenga sus pasos" (pág. 25). "Ella no sabía que los niños que pierden a quienes más aman construyen cementerios dentro de su alma" (pág. 30). "(...) las islas son como venenos silenciosos, te matan con dulzura, con el rumor de las olas y con los espejismos de los horizontes, pero si no te vas lejos no te descubres a ti mismo." (pág. 37). "Los locos siempre se están escapando aun sabiendo que por muy lejos que vayan ya están encerrados dentro de sí mismos, condenados a su propio aislamiento." (pag.40). "La noche es la muerte, el final de la luz, y también el anticipo de lo que viene." (pág. 40). "Nosotros también somos seres de color que nos movemos en un gran lienzo blanco que acabará borrándose igual que los cuadros cuando pasen los años" (pág. 53). "La muerte nos vuelve igual que esos brillos que quedan en el fondo de la orilla o de los charcos" (pág. 87). "Mis cuadros tienen el mismo misterio que mi existencia" (pág. 92). "Nadie conoce nunca los pensamientos que no se escriben y que no se cuentan" (pág. 94)."El arte es otra cosa. El arte es la cercanía de los dioses, donde quizá somos esos dioses que no se reconocen en ninguna otra parte" (págs. 105-106). "Los otros humanos, los que morimos antes de los treinta años, casi somos fantasmas para los otros. Solo los niños son ángeles cuando mueren antes de seguir el vuelo de las mariposas que se alejan hacia la nada" (pág. 126).

Podría seguir ad aeternum, pero sería tedioso. Baste decir que con estas afirmaciones el escritor demuestra ser temerario porque dibuja a un Oramas absolutamente santiagogilizado. Es decir: temerario en sus afirmaciones, a veces de una obviedad de Perogrullo, y cursi en sus ensoñaciones. Sólo con este tipo de prosa, subrayada por la insistencia en la frase corta (esa sintaxis paratáctica que diría Sánchez Ferlosio) que en muchas ocasiones oscila entre un lirismo inapropiado y una banalidad exasperante, y que propicia un ritmo sincopado, valdría la pena mandar esta novela al cementerio de los libros olvidables que nunca debieron ser publicados.

Por otro lado, ya que estamos en faena, pueden señalarse más defectos. Por ejemplo, que el narrador se contradice, a veces en la misma página, como en la 12 cuando recordando a un profesor del colegio escribe: "Él no creía en ninguno de nosotros". Bien, pero ocho líneas más abajo: 


Él fue quien primero me dio un pincel. Vio que pintaba muy bien con plumilla y un día trajo pinturas y un pequeño lienzo y me dijo que pintara lo que quisiera. (...) Desde entonces no dejaba de traerme libros con láminas de la historia del arte. Fue él quien primero habló con Domingo Doreste mucho antes de que entrara en la Escuela Luján Pérez. (pags.12 y 13)


O, más adelante, afirma que él no pinta los ojos de una tal Pepita (de la que estaba secretamente o perdidamente enamorado; tal vez, locamente) como no pinta nada que esté en movimiento. Pero sí termina pintándolos transcurridas unas cuantas páginas. Asimismo, Oramas no deja de recordarnos que nació pobre y siguió siendo pobre toda la vida, apenas sin instrucción, pero aparte de nombrar a todos los artistas del momento, sin duda por el contacto con sus mecenas y amigos artistas, escucha a Mahler y a Brahms, emplea la palabra nasciturus (pág. 88), habla del budismo y llega a evocar la concepción del mundo panteísta de Spinoza, que como todos sabemos es un filósofo que se cita de continuo en la sobremesa. A mitad de la obra, Oramas nos narra varios episodios amorosos con una tal Cecilia, adicta al opio y acostumbrada a mezclarse con artistas, como los del grupo de Bloombury, lo queda muy fino y cosmopolita. Aquí, además, Gil vuelve a poner de manifiesto su escasa capacidad de convicción a la hora de construir relaciones entre personajes. Recuerdo a este respecto, de manera lacerante, su Gracias por el tiempo, de la que ya di cuenta.

También, el narrador tiene la tendencia a repetirse. Querría pensar que es un recurso retórico, pero lo cierto es que al principio resulta cargante y acaba siendo ridículo, sobre todo con la palabra "eterno". En la novela, parece que todo es eterno, no solo el mediodía. Agárrense: "Él dice que el arte cura y que nos vuelve eternos mientras creamos" (pág. 9). "Los colores de mis cuadros son los colores que aprendí a ver en aquel viaje, los llevo en mis genes y en los recuerdos que heredé de mis antepasados, ese mediodía eterno en donde la belleza jamás se acaba" (pág. 10). "Buscaba el dominio del color, necesitaba encontrar ese mediodía eterno de la isla de mis ancestros (...)." (pág. 11). "Quizá aquí también estoy loco, pero los enajenados viven siempre como si fueran napoleones o como si fueran eternos" (pág. 21). "(...) y entonces me acuerdo de aquel pintor francés que vivía en las calles del Puerto, de lo que me contaba cuando me decía que fuera siempre eterno en cada trazo, que siguiera la estela del poeta francés Baudelaire, y que fuera siempre sublime sin interrupción en todo lo que emprendiera (...) (pags. 35-36). "Si creo belleza, me eternizo, me siento dios (...) (pág. 47). "Miro mis propios cuadros y soy capaz de soñarme eterno en todo lo que detuve para siempre en un lienzo" (págs. 51-52). Ahora, en curiosa contradicción: "Nadie es eterno, pero a mí me gustaría saber que no voy a morir en breve" (pág. 53). Seguimos: "Me costó mucho subir aquellos senderos, pero creo que pocas veces he dado unos pasos tan importantes y tan eternos" (pág. 100). "El dice que ese amor es eterno porque se bañaron juntos en la poceta de los enamorados de Cienfuegos (...)" (pág. 108). "No tiene prisa esa tierra de volcanes, los volcanes se saben eternos" (pág. 114). "Realmente todos estamos condenados, pero como repito siempre esa condena parece de otro, parece que el que se va a morir es otro, que yo soy eterno, que es imposible que me muera (...)" (pág. 116). "Las personas sanas se creen siempre eternas" (pág. 126). "Nadie asume un final definitivo, un olvido sin retorno, una podredumbre eterna (...)" (pág. 133). "Una mañana azul es solo el anticipo de un mediodía eterno, tan eterno como la luz que ya vislumbro más allá de las negruras de la muerte" (pág. 144). 

No descarto que se me hayan escapado más eternidades. Entiendo que la intención del autor es mostrarnos el ansia del personaje por fijar los momentos que considera importantes, dada su previsible y próximo final por la tisis. Así, obviamente, se contrapone la eternidad a la muerte. Eso es una cosa y otra es evidenciar su escasa capacidad para ofrecernos un pensamiento más profundo, con más matices sobre una idea tan antigua como es la consciencia de la fugacidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte, la aspiración a la inmortalidad, etc. Por no hablar de las cuatro o cinco ocasiones en las que se nos recuerda que la madre y hermana del pintor murieron de la misma enfermedad. O de que gracias a que sus mentores le proveyeron de pinceles y de lienzos pudo pintar porque era pobre; de que iba para barbero para traer dinero a su casa para el arte y la belleza se cruzaron en su camino, y qué bien la Escuela Luján Pérez, o de que el arte cura/sana a sus practicantes y receptores, etc. Durante muchas páginas tengo la sensación de que Mediodía eterno consiste meramente en una sucesión de bucles de diferente duración.

Añadamos a esta lista de reproches, el uso de expresiones manidas como "querer con locura" (págs. 93 y110), ofrecer "la mejor de las sonrisas", "jugar sus cartas" o "un artista tiene que estar un poco loco" (pág. 136). También, redundancias como "piélago marino" (pág. 26). Además, me he fijado que a partir de cierto momento cambia "tisis" por "bicho" lo que resulta en un bajón de estilo bastante incoherente. Son elementos negativos que si bien son aislados no contribuyen a enaltecer la prosa.

Siguiendo con el estilo, podríamos apostillar que Thomas Bernhard hacía de la repetición un elemento estético singular y característico de su obra. En cambio, Santiago Gil no hace de la repetición más que una exhibición de su falta de pulso artístico y quizá de imaginación. Una y otra vez vuelve sobre lo mismo, rueda que rueda en el aire, sin avanzar un centímetro salvo en acabar con nuestra paciencia.

Resumiendo, podríamos decir que el personaje de Jorge Oramas resulta poco creíble, que en la construcción del personaje histórico, aunque ficcionado, se exacerba la tendencia a suplantarlo (ya evidenciado, aunque no de modo tan flagrante, en su obra sobre Benito Pérez Galdós). Oramas parece un pelele aburrido, soso, repetitivo y lacrimógeno sin nada interesante que decir aunque emplee 135 páginas para ello. El resto, otras 43 páginas, se narra en tercera persona parte de la vida de Cecilia, en especial tras su marcha del sanatorio en el que había conocido a Oramas. Si algo puede decirse de esta parte es que consigue hacer soportable a la primera, lo que desafía toda lógica y abate cualquier esperanza. Por último (sí, parece que la novela se nos hace eterna), Gil añade una coda en la que nos informa de las experiencias vitales que le hicieron considerarse escritor y que finalmente le llevaron a publicar Mediodía eterno. Nada que añadir, salvo que la distancia, por mucho esfuerzo que se ponga, entre el deseo y la realidad es a veces gigantesca.

Hay algo más que me molesta: tengo la sensación de que el arte se presenta en esta novela (tal creo que es la concepción del autor) como solución de naturaleza redentora no solo a la angustia existencial y el temor a la muerte, sino también como una suerte de escape de carácter sociológico a las cuestiones de la pobreza o la desigualdad extremas. Hay, de vez en cuando, algún lamento de carácter social, alguna mención a ciertos segmentos sociales que abominaban del carácter igualitario que pretendía imprimir el gobierno republicano de aquella época. Pero, en general, tengo la sensación de que Santiago Gil considera más importante la salvación individual de carácter salvífico que cree que ofrece el arte o, lo que para él es lo mismo, la belleza. Considero que esta solución, por llamarla así, no solo traiciona un carácter romántico bastante desfasado, sino que evidencia también una característica de la pequeña burguesía, o clase media, que es la de aspirar a mejorar, o a ascender socialmente, o a conseguir la distinción cultural de las clases altas. Que esto fuera la concepción de Jorge Oramas es difícil de saber; que es la de Gil, lo tengo por más seguro.

Es una posibilidad nada descabellada, además, que el intento fallido de Santiago Gil de literaturizar las biografías de Pérez Galdós y de Oramas desanime a otras escritoras/es más dotadas/os de emprender tareas semejantes. No por el inalcanzable nivel de calidad, evidentemente, ni por el, a pesar de todo, encomiable esfuerzo de este escritor, sino más bien por la confusión que genera la recepción en los medios de comunicación: elogiar lo malo, el ensalzar lo fallido. Dado el nivel del "saludo" que autores entrañables en función de patriarcas como González Deniz o elogiadores avezados como Felipe Landín expelen a cada cosa que pare Gil (y también casi a cualquier otro/a consagrado), cualquier aspirante a escribir sentirá algo parecido al desánimo al intentar emular a este "titán indomable" de las letras canarias. Sobre todo (es lo que ocurre con las reseñas jabonosas), porque lo que se ensalza tiende a convertirse en modelo para las nuevas generaciones de potenciales escritores/as. Se olvidan, o nunca se les ha pasado por la mente, la responsabilidad que tienen con la comunidad de la que forman parte quienes tienen la posibilidad de hablar o escribir desde una tribuna pública. La aparición de Internet, con todas sus cosas negativas, ha abierto la posibilidad, junto con toda la morralla, de que surjan otros espacios que permitan otras voces, otros ámbitos donde se pueda desarrollar una crítica con vocación de serla.

CONCLUSIÓN: Otra obra inane, aburrida y superflua, además premiada en un certamen literario de una institución pública, y cuyo destino será llenar cajas de ejemplares en el fondo de un almacén. Ya que estamos, podríamos mandar ahí también a premios literarios como este que no tienen arraigo, interés ni utilidad, y que solo sirven para confundir.


P.D. (1) Otra reseña, con valoración muy distinta, aquí.

P.D. (2) Una entrevista con el autor en el que habla de la novela, la belleza, etc., aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA






lunes, 28 de diciembre de 2020

Las listas de 2020: lo peorcito y lo mejorcito

Aquí estamos, por fin, con las listas-resumen de fin de año 2020. Este es el artículo-pináculo, el culmen de doce meses de dedicación lectora algo masoquista, para qué voy a engañarles.

Así y todo, parece que fue ayer cuando comencé con el blog: era joven, ambidiestro, corría delante de los grises, militaba en un partido comunista-maoísta y no me depilaba las ingles. 

El párrafo anterior es falso.

2020 fue el año en que me di cuenta de que la competencia era la norma que debía presidir las relaciones sociales, y que la mejor manera de sobrevivir en un ecosistema económico como el nuestro era construirme un personal branding, crear una start-up en una incubadora de empresas, mejor si era subvencionada, buscar business-angels y practicar el elevator-pitch, así como el story-telling

Nada de esto es cierto. 

Desde entonces, no he hecho más que hacer amigos/as del mundillo cultural, que no han dejado de invitarme a todo tipo de saraos y festivales de dudosa reputación para que comparta mis insensateces entre canapé y canapé y me enfrasque en juegos de piernas bajo la mesa. Radios, teles y periódicos me importunan de continuo para que ilumine sus mediocres tertulias con mi carisma. Siempre pido un euro más de lo que cobra el/la colaborador/a con más caché. Algunas personas me llaman "ser de luz".

Todo esto también es falso. 

Dejémonos de bromas: 2020, en realidad, ha sido más sencillo, pandemia aparte. Fructífero tanto en número de lecturas como en calidad, y no solo hablo de ficción. Ya sea por que estoy afinando el ojo o porque he aprendido a huir de ciertos autores/as (a los que les he concedido más de una oportunidad) previendo que no me iban a traer nada bueno, lo cierto es que la lista de este año solo contiene tres libros que, sin duda, podríamos calificar de enemigos de lo bueno y de lo hermoso, como diría Platón.

Vamos allá:

Lo peorcito

1) La ternura del caníbal, de Víctor Álamo de la Rosa. Ed. Siete Islas.

Esta novela (al menos hasta donde llegué) no es mala, sino abominable. Diálogos impostados que causan vergüenza ajena, un argumento de película de la Cannon de los años 80, personajes, sobre todo el protagonista narrador, risibles y ridículos. Además, la promoción en los medios de la novela en la que se cantaban, una y otra vez, sus excelencias no puede sino provocar que el efecto de la lectura sea aún más esperpéntico. Mala hasta decir basta. La ternura del caníbal, junto con La espiral del silencio, de Mayte Martín, Caídos del suelo, de Ramón Betancor, y El tren delantero, de Emilio González Déniz son obras, por llamarlas así, que ejemplifican cómo no debe escribirse una novela, o una carta, o un recibo, o la lista de la compra: cómo no escribir, en general. 


2) El gran amor de Galdós, de Santiago Gil. Edic. La Palma.

Se le mima mucho a Santiago Gil. Imagino que el encanto personal y la conexión por tierra, mar y aire con los medios de comunicación tampoco juegan en contra a la hora de promocionar su hipertrofiada obra literaria. Ya Gracias por el tiempo era lo bastante mala como para imponer una cuarentena urgente y prevenir daños futuros, pero, no obstante, dado el año en que estamos y precedida por los elogios desmesurados (cómo no) de J. J. Armas Marcelo, pensé que había que concederle una segunda oportunidad. Craso error. No lo cometan Vds: me lo agradecerán.


3) Amores ciegos, de Marcos Rivero Mentado. Edic. El Drago.

Muy floja. Se le agradece el sentimiento vertido, pero es un ejercicio fracasado que nos hace recordar lo que pensaba Wilde de la sinceridad. No es cuestión de hacer sangre de un artista multidisciplinar y polifacético cuya incursión en la literatura, me temo, solo le valdrá para el currículo. Ya algunos buenos literatos hicieron desaparecer su primer libro o poemario, así que no debe avergonzarse si decide seguir esa escondida senda.







Como suele pasar con las buenas lecturas, establecer una clasificación es difícil, cuando no directamente arbitraria. No obstante, una lista que no esté encabezada por Bernhard casi no es lista. Peter Stamm, es un excelente escritor, así que tampoco escribo nada nuevo, y lo mismo, de Georges Simenon. Daniel Pennac en cierto modo me recuerda aquellos momentos de lectura febril de la infancia y adolescencia, de lo que me alegro. Por otro lado, sin ánimo de exhaustividad, me han maravillado tanto la lectura de Luis Rodríguez como, en otros registros, de Anelio Rodríguez Concepción. Finalmente, y pasando por alto el resto de títulos, nada desdeñables, incluyo a Andrea Abreu porque considero que su novela tiene valor, a pesar de que no haya gustado a gente cuyo criterio respeto casi más que el mío. Debo señalar, pero lo mismo puede decirse de novelas mucho peores como las ya mencionadas, que Panza de burro ni de lejos ha suscitado la aprobación unánime de público y crítica. Ya saben que en este mundo mediatizado solo existe aquello en lo que ponen el foco los medios de comunicación.

Lo mejorcito

1) Hormigón, de Thomas Bernhard (traducción de Miguel Sáenz). Ed. Alfaguara.

2) Monte a través, de Peter Stamm (traducción de José Aníbal Campos). Ed. Acantilado.

3) 8.38, de Luis Rodríguez. Ed. Candaya.

4) Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y su admirable familia del Circo Totti, de Anelio Rodríguez Concepción. Ed. Pre-textos

5) El valle del Issa, de Czeslaw Milosz (traducción de Anna Rodón Klemensiewich). Ed. Tusquets.

6) La ballena, de Paul Gadenne (traducción de David M. Copé). Ed. Periférica.

7) Liberty Bar, de Georges Simenon(traducción de Núria Petit). Ed. Acantilado.

8) La felicidad de los ogros, de Daniel Pennac (traducción de Manuel Serrat Crespo). Ed. Debolsillo

9) Quédate este día y esta noche conmigo, de Belén Gopegui. Ed. Debolsillo.

10) Panza de burro, de Andrea Abreu. Editada por Sabina Urraca.


Y además:

- Ricardo Pérez se prodiga poco. Más bien poquísimo. Tiene un blog, 'Hablando de Literatura en Las Palmas (o argo así)', en el que, por ejemplo, este año solo ha escrito dos entradas. No obstante, es un lector sutil y un escritor ingenioso cuyos comentarios merecen la pena, bastante más interesantes que los que se pueden leer en los cuadernillos culturales de los periódicos locales o en las revistas literarias digitales. Además, tiene otro blog (cierta dispersión es una característica de este buen hombre) en el que deposita reflexiones más generales sobre asuntos varios que, con frecuencia, se salen de lo común. Un punto de vista singular, sin duda.


Los medios de comunicación

En lo que se refiere a reseñadores/as y periodistas culturales de los medios locales ("espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!"), no puedo resistirme a enviarles de nuevo un saludo cordial, agradecido por esa insistencia que muestran por cultivar el estilo lírico-pastoril, en la línea maravillosista y buenrollista que es seña de identidad de quienes comentan arte y literatura en Canarias. Les auguro una larga carrera reseñadora con entrada VIP a los grandes acontecimientos culturales o a lo que surja. Que sigan empeñándose en mostrarnos su entusiasmo por todo lo que huela a Cultura, sea alta, baja, popular, industrial, intermedia, triangular o elipsoide. Es posible que algún día estos/as amantes de lo bello lean una novela de un/a autor/a canario/a que les disguste o vean una obra de teatro deleznable, o asistan a una exposición que les decepcione, pero hasta entonces, engrosan (y fomentan) la nómina de personas empeñadas en levitar a poco que oigan "¡Arte!, ¡Cultura!, ¡Música!, ¡Literatura!". Como diría Víctor Lenore, no hacen sino mostrar, en definitiva, la cobardía del gremio.

Es posible que hagan falta periodistas que funcionen como intermediarios entre el gran público y los artistas. Que sean capaces de traducir y contextualizar, pero con criterio, además de críticos, si queremos que sean algo más que meros publicistas, que es lo que, al fin y al cabo, son ahora mismo, incluso con entusiasmo.

Por último, respecto del papel de la crítica en el mundo del Arte (lo mismo podría decirse del más acotado de la Literatura), Hal Foster se preguntaba ya hace unas décadas(*): "¿Cuál es el lugar de la crítica en una cultura visual que es eternamente administrada -desde un mundo artístico dominado por agentes de promoción con escasa necesidad de crítica hasta un mundo mediático de corporaciones de comunicación-y-entretenimiento sin ningún interés por nada-? ¿Y cuál el lugar de la crítica en una cultura política que es eternamente afirmativa, especialmente en medio de las guerras culturales que llevan a la derecha a amenazar con o lo tomas o lo dejas y a la izquierda a preguntarse dónde estoy en este cuadro?"

Esto es todo. Esperemos que 2021 sea mejor en todo y para todos. 



(*) FOSTER, HAL. El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo, Madrid: Akal, 2001, introducción, XII.





viernes, 20 de noviembre de 2020

'Noches de naufragios', de Fabio Carreiro Lago

 Desde la última entrada del blog, se han sucedido un montón de eventos literarios, según los medios de comunicación. Para empezar por algo, los responsables de la editorial Pre-Textos han llorado y quejádose amargamente porque el agente de la última premio Nobel de Literatura ha roto el contrato con ellos. Muchos conspicuos miembros del mundillo han hecho suyo el llanto y se han solidarizado, rasgádose las vestiduras, y tal. Otras fuentes, en cambio, dicen que bien merecida está dicha ruptura por las malas prácticas de la editorial. Vayan Vds. a saber: la verdad está ahí fuera. 

Además, los responsables del Cabildo de Gran Canaria decidieron seguir gastando el dinero del presupuesto público en las cosas de la cultura para retomar un concurso literario en recuerdo de (o tomando como excusa a) Pérez Galdós (ya les avisé en su momento de que este año nos íbamos a hartar de Galdós, de panegíricos a Galdós, de hagiógrafos/as de Galdós, de comentarios cordiales a Galdós, etc.), que se lo ha llevado, o se lo ha ganado, o se lo han dado, a Santiago Gil, un autor muy querido de este blog. Si este premio se lo ha llevado una buena novela o, en cambio, otra más de las que nos acostumbra este autor, ya lo veremos cuando la publiquen, si es que algún feliz alineamiento cósmico no lo impide.

No menos importante es el Premio Cervantes, otorgado este año al poeta Francisco Brines, quien se ha apresurado a declarar en un alarde de originalidad que lo importante no es el premio, sino "la poesía". Resulta descorazonador asistir cada año al rapto de entusiasmo del literato/a galardonado, como si el pase definitivo al Parnaso lo concediese el Ministerio de Cultura o la Casa Real. Aparte del dinerillo, que tampoco está mal, aunque no suelan reconocerlo porque, ya se sabe, la cultura es cosa del espíritu y no de la cuenta corriente.

Por otro lado, un canario ha ganado otro premio, éste del enemigo público número uno de los/as escritores/as, editoriales y librerías, que es Amazon. Curiosa paradoja, sin duda. Ya sabemos que muchas personas no solo quieren escribir, no solo quieren vivir de lo que escriben, también quieren ser famosas, y no en ese orden. Cuando no haya librerías y todo lo venda Amazon, ya nos lamentaremos. También, como curiosidad, la antigua Viceconsejera de Cultura del Gobierno de Canarias, Dulce Xerach, que, además de escribir artículos bastante simplones sobre arquitectura en el cuadernillo cultural de La Provincia, escribe novelas policiacas, ha conseguido, por decirlo así, que una de ellas se haya convertido en cómic de la mano del "artista" Nebras Turdiade. Los medios de comunicación lo han considerado noticia, supongo que por lo original de la iniciativa.

Por último, se ha celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, un festival (otro) de novela negra titulado LPA Confidencial, dirigido por Mayte Martín, conocida en este blog por su deplorable novela La espiral del silencio. En este festival también participan otros autores reseñados en este blog como Alexis Ravelo, Leandro Pinto o Christian Santana, por ejemplo. Espero que a todos/as les haya ido muy bien, hayan pronunciado sesudos discursos aderezados con el oportuno chiste y que disfruten de las mieles de lo que sea que les depare el destino.

No me pregunten por qué me ha dado hoy por hacer de agenda cultural a posteriori...



En otro orden de cosas, es decir, la reseña que tanto tiempo llevan esperando, el turno le toca hoy al conjunto de relatos denominado Noches de naufragios, de Fabio Carreiro Lago, que un día vive en Tenerife, otro pernocta en Gran Canaria y otro tercero trabaja en Lanzarote: nuestro Gulliver local. No sabría decirles cómo llegué hasta él, aparte de que figura en el catálogo de la conocida editorial Baile del Sol, tan pródiga en publicaciones. El caso es que aquí estamos.

Pues bien, Noche de naufragios consta de cinco cuentos de variado interés y calidad. Los dos primeros no están nada mal, aceptablemente bien escritos, sin las habituales frases hechas ni tampoco los recurrentes cantos al yo lírico-filosófico del autor de turno. Además, los dos cuentos se leen bien, con una notable capacidad para sumergirnos en la geografía que, sin caer en la falacia patética, le otorga un contexto apropiado a lo narrado. Podría achacársele, no obstante, así al menos lo percibo yo, un deseo espurio por cierto efectismo argumental que en vez de conseguir un efecto catártico hace previsible el desenlace de los relatos. En el primero, El ángel del hogar, esto se hace evidente, debido a su brevedad, enseguida. En el segundo de ellos, más interesante, El naufragio de los sueños, cierto giro narrativo no necesario, casi al final, estropea, a mi juicio, una magnífica historia, que parte del tópico quesadiano del inglés/inglesa que viene a parar, en soledad, por esas cosas de la vida, a Canarias. 

En cambio, el tercer relato, La llave, a pesar de su inicio prometedor, se vuelve aburrido: la historia de la anciana sumida en el deterioro físico y mental, paralelo a la ruina de su caserón es, perdonen la fácil imagen, igual a la decadencia de la historia. La historia se vuelve plomiza por momentos para culminar en una relación psicológicamente desacertada de las lecturas de juventud de la protagonista, que se vuelve de lo más lúcida cuando hasta entonces habíamos contemplado y conocido a una mujer senil que confundía a unos trabajadores sociales con ángeles, que tenía basura por doquier y dejaba a las palomas volando a sus anchas dentro de su casa. Un relato fallido que merecería una revisión.

Además, se deja ver, en ciernes, una tendencia que luego se acentuaría en los restantes relatos, sobre todo en el cuarto (Cielo de verano) a ese defecto del que hemos dado cuenta en otras ocasiones: adjetivos y adverbios que se escriben solos, alegres compañeros de francachelas con sus compadres los sustantivos y verbos. Este cuarto relato, además, pretende ser una suerte de revisión amorosa de una pareja con aires existencialistas de indudable pobreza que se plasman en frases tan decepcionantes como "la vida es una carretera llena de curvas". Igualmente, esa mezcla de resentimiento sentimental con la lucha por el patrimonio arqueológico local no marida bien. Observo, además, una caída en el nivel de variedad léxica, como si aquella riqueza de los primeros cuentos se hubiera agotado.

El último relato, Hacia la isla, resulta interesante por lo que plantea, pero recae en los defectos ya aludidos de las malas compañías sustantivo-adjetivo y verbo-adverbio, tales como "mirada inquisitiva", "visitante inesperado", "miró arrobada", "besó galante" o comparaciones manoseadas como "cuello largo y delicado como un cisne", etc. Cierta pereza mental, tal vez, o dificultad en el despliegue de la capacidad lingüística del autor, quién sabe. Un cuento más trabajado hubiera pulido esos defectos y resaltado las virtudes. A pesar de todo esto, vale la pena leerlo, sobre todo por su potencialidad. Tal como está, podría complacer a un profesor de taller literario, pero nada más.

EN DEFINITIVA, me interesa el autor del segundo relato, y del último. Si aplica trabajo y reflexión a su quehacer literario, se puede concebir la esperanza de que pueda escribir una obra que valga la pena. Mimbres parece tener.


P.D. No menciono las erratas porque esa es tarea de la editorial.








martes, 20 de octubre de 2020

'Hormigón', de Thomas Bernhard

En esas fantasías semiinconscientes previas a la siesta, imagino una revista cultural escrita sólo a base de reseñas: reseñas de novelas, reseñas de poesía, reseñas de instalaciones, reseñas de pinturas, reseñas de arquitectura, reseñas de escultura... Incluso reseñas de conferencias (esta idea es de Javier Moreno) y, por qué no, reseñas de reseñas. Esto último, la verdad sea dicha, lo practico con cierta frecuencia, aunque tal vez menos de lo que resultaría necesario, tal es el nivel de degradación y postración en el que lleva sumida la crítica literaria (y las reseñas y las impresiones de lectura), por lo general, en nuestro país y en nuestra Comunidad.

De hecho, ya hace casi cuatro años fue la lectura de una reseña de aquella pésima novelita de González Déniz titulada El tren delantero la que me proporcionó el impulso definitivo para crear este blog. Hago hincapié en que fue la reseña, y no la novela, la que suscitó la indignación. Una novela puede ser mejor o peor, más o menos deplorable, más o menos pasable. A veces, incluso buena. Lo que no tiene un pase, ni informativa ni moralmente, es la reseña amical, maravillosista, buenrollista, de favor, de intercambio de dones o mercantil, que se resume en mentir al público lector y en callar lo que se debería decir.

Esta postura ya la conocen de sobra los seguidores/as del blog, y por ello no solo critico las creaciones literarias, sino que procuro incluir también a los/as reseñadores/as, con nombre y apellidos y los medios en que publican. De todos modos, soy consciente de que el campo cultural está estructurado de tal modo que es casi imposible que se pueda ejercer la crítica honesta de manera continuada. Aun así, hasta hoy, era de mal gusto criticar al que ejerce mal su labor: reseñadores de ocasión, escritores/as más o menos aturdidos/as o periodistas culturales tenían patente de corso para su adulación sin fundamento.

A este respecto, me viene a la memoria el reto que le planteaba Sócrates a su joven interlocutor Menéxeno, en el diálogo homónimo de Platón, en el que le aseguraba ser capaz de componer sobre la marcha un discurso fúnebre recordando fragmentos  de otros ya recitados. En este sentido, me veo perfectamente capaz de escribir una reseña empalagosa de esas que vemos con frecuencia en periódicos y cuadernillos culturales sin leer siquiera la obra a la que aluda. Sospecho, por otro lado, que esa es una práctica habitual, por vergonzosa que sea, de nuestros hagiógrafos y maravillosistas de la cultura.

En otro orden de cosas, González Déniz ha sacado novela, lo que será motivo de alegría para deudos y allegados. Leyendo la reseña de Felipe García Landín en el Canarias7, Emilio González Déniz ha vuelto a relucir maestría y magisterio, cómo no. Alexis Ravelo, también ha publicado. En su caso, estoy tentado de pensar que es una especie de manía, porque no acabamos de leer una novela (si tal fuera el caso) cuando ya nos ofrece la siguiente. No obstante, no llega a la producción estajanovista de Santiago Gil, quien a veces da la impresión de que publica más que escribe. Respecto de la novela de Ravelo, no he leído nada al respecto aún, pero imagino que no tardarán en volver a calificarlo de "maestro" o una tontada de esas.

Fantaseo, sin llegar a anhelarlo, con que tamaña dedicación se vea recompensada en todos los casos por el Premio Canarias de Literatura: se merecen los unos al otro.

Cráneos previlegiados.




Sin embargo, todo no va a ser tristeza, ira o indignación en la casa del reseñador. Con frecuencia, más de lo que da a entender, lee buenas novelas, como podrán comprobar Vds. mismos si repasan el historial de lecturas del Polillas. En especial, cuando ya cuenta con precedentes, como es el caso de la obra de Thomas Bernhard. Hoy, sin ir más lejos, comparto la lectura de Hormigón.

Esta es una novela de reducida extensión, de unas 103 páginas, pero tan reconcentrada, tan densa, tan bernhardiana que vale por una del doble, o por un millón de microrrelatos, tan de moda en los últimos tiempos, a tenor de los concursos literarios que los reclaman. En todo caso, no es de longitud ni de grosor de lo que vengo a hablar aquí, sino de esa capacidad del escritor austriaco de ir roturando el campo alrededor de las obsesiones y anhelos del protagonista. Una roturación lenta, profunda y constante con la que todo el terreno moral del protagonista se ve penetrado por el arado indagador del novelista. Mirado así, no sé si mi reflexión es más agrícola que sexual o viceversa.

En Hormigón, a poco que la lean con atención, verán temas y motivos que se desarrollarán más tarde en esa novela superior que es Tala, que sigue impresionándome. Imagino, creo que lo he dicho en alguna ocasión, que Bernhard es mal ejemplo para el aprendiz de escritor. Igual que Borges, con el que no tiene nada que ver. Ambos, sin embargo, hacen surgir el lado más mimético del lector que pretenda escribir, y por tanto su sombra cipresca (ahora que estamos conmemorando a Miguel Delibes) es demasiado acogedora, por mucho que las divagaciones y obsesiones del protagonista no inviten al descanso ni a la relajación, ni mucho menos.

Hagámonos cargo de que su prosa, traducida aquí por Miguel Sáenz, es repetitiva, masiva, gravitatoria, centrípeta y machacona, y al mismo tiempo, por todo eso, fascinante, con un ritmo implacable, quizá difícil de aprehender en muchas ocasiones. Una prosa difícil, es cierto, pero es posible que ciertas cosas no puedan expresarse de otro modo. El resultado sigue siendo demoledor.

Toda publicación es una tontería, y prueba de un desagradable rasgo de carácter. Editar la inteligencia es el más vergonzoso de los crímenes y yo no he vacilado en cometer varias veces ese crimen, el más vergonzoso de todos. Al fin y al cabo, ni siquiera fue la grosera necesidad de comunicarme, porque nunca he querido comunicar nada a nadie, con eso no tenía ninguna relación, fueron simples ansias de gloria y nada más. Qué suerte no haber editado Nietzsche y Schönberg, por no hablar de Reger, no me lo perdonaría. Si ya los otros miles y cientos de miles de escritos publicados me asquean, los propios me asquean de la forma más horrible. Pero no escapamos a la vanidad, a las ansias de gloria, entramos en ella, como si la necesitáramos, con la cabeza muy alta, aunque sabemos que nuestra forma de actuar es imperdonable y perversa. (Pág. 38)

Tener que seguir asqueándome de un desayuno hecho por mí mismo a otro desayuno, de una cena hecha por mí mismo a otra cena, de una decepción meteorológica a otra decepción. Tener que leer diariamente los periódicos y su porquería política local, su obtusa suciedad política y económica y ensayística. No poder sustraerme a esos periódicos y a sus asquerosos productos, porque, por otra parte, tengo que devorar diariamente con gran ansia esa suciedad de los periódicos, como si padeciera francamente una perversa gula periodística. No poder sustraerme en absoluto, aunque tenga la voluntad para ello, realmente la voluntad de sobrevivir, a todas esas suciedades públicas y publicadas, porque no puedo sustraerme a esa gula de ellas, a todas esas perversas historias de terror de la Ballhausplatz, donde un Canciller que se ha convertido en un peligro público da a sus idiotas de Ministros órdenes que son igualmente un peligro público. (Pág.71)


Los amigos de antes, o están muertos y han vivido una vida infeliz, se han vuelto locos antes de morir, o viven en alguna parte y no me interesan ya. Todos se han quedado atascados en sus ideas y, entretanto, se han hecho viejos, y en el fondo, aunque, como me consta, se debatan furiosamente aquí o allá, han renunciado. Si nos los encontramos, hablan como si no hubiera pasado el tiempo en los últimos decenios y hablan por lo tanto en el vacío. Hubo un tiempo en que realmente cultivé mis amistades, como suele decirse. Pero todo eso se rompió en algún momento y, prescindiendo de que, de cuando en cuando, leo en los periódicos algo de éste o de aquél, a los que en otro tiempo consideraba indispensables, alguna tontería, alguna insulsez, no sé ya nada de ellos. Casi todos han fundado una familia, como suele decirse, han hecho sus negocios y se han construido casas y han tratado de asegurarse por todas partes y, con el transcurso del tiempo, se han vuelto carentes de interés. No los veo ya y, si los veo, no tenemos nada más que decirnos. Uno insiste ininterrumpidamente en que es artista, otro, científico, un tercero, comerciante de éxito, y eso me pone ya malo, sólo con verlos y mucho antes aún de que abran la boca, de la que sólo brotan cosas triviales y, una y otra vez, sólo leídas y ninguna propia. (Pág. 92)


En manos de escritores/as menos dotados/as, o con menos oficio, todo podría haberse convertido en cháchara y verborrea yoísta, carente, por tanto, del menor interés. El talento, o lo que quiera que sea que Bernhard posee, lo transmuta en introspección valiosa, en espejo en el que en menor o mayor medida nos vemos y, me temo, nos rechazamos. El protagonista de la novela nos sumerge en las contradicciones y crueldades en las que recaemos una y otra vez. Eso, teniendo en cuenta que muy poca gente podría identificarse en modo alguno con él, atendiendo a sus características socioeconómicas o morales. No hay manera de salir indemne de la lectura de las obras de este escritor, ni siquiera esbozando una sonrisa de suficiencia.

En fin, diga Bernhard y diga horror a los puntos y aparte, diga hostilidad a los puntos y seguido; diga amor por las comas y las oraciones complejas y extensas. Diga discurso vitriólico, diga exceso e ira. Podría pensarse que el personaje público no era tan libertario, ni mucho menos, y que gustaba de recibir premios y honores de aquellas autoridades e instituciones que tanto decía detestar. Puede ser, pero no creo que importe demasiado a la hora de juzgar su literatura, que expresa el malestar de una generación del Estado de Bienestar centroeuropeo tanto como puede expresarlo ahora para los que solo hemos vivido sus restos, de entre los cuales parecen haber resurgido la intolerancia y el autoritarismo sin complejos

Sigamos adelante.