viernes, 26 de abril de 2024

Fondo de armario

Acaba abril, y los artículos de Elsa López son tan irrelevantes como siempre. Produce cierta tristeza comprobar que el único artículo que tuvo algo de repercusión se caracterizó por arremeter de manera lamentable contra unos artistas que no encajaban en su definición de lo que es ser hombre o mujer, espetando algún insulto que otro para evitar sutilezas. Era tan aberrante que no lo aceptó el propio periódico en que, curiosamente, sigue colaborando de manera habitual y que, como casi todos, publica cualquier cosa mientras no tenga que pagarlo. Algunos, no obstante, y contra toda evidencia, la consideran como un "faro ante tanta penumbra". Saco a colación a esta señora por ser la última Premio Canarias de Literatura y por asumir lo que piensa mucha gente: que, por haber recaído en ella un premio literario, lo que tenga que decir sobre asuntos ajenos a la literatura resultará de interés.

Dado que no es así, pasemos a otra cosa.

Les será más o menos interesante saber que este mes de abril, en lo que a mí respecta, se ha caracterizado por la cantidad de libros que han llegado a mis manos, la mayoría en detrimento de mi cuenta corriente y algún otro como obsequio amical, que todavía quedan amigos de esos. A la sazón, son los siguientes:




-La reconquista, ¿la reconquista?, la reconquista, editado por David Porrinas.

-Ni una, ni grande, ni libre, de Nicolás Sesma.

-De cine, aventuras y extravíos, de Eugenio Trías.

-Filosofía para una vida peor, de Oriol Quintana.

-La vista desde las estrellas, de Cixin Liu.

-El orden de los acontecimientos, de Miguel Morey.

Un poco de varias áreas del conocimiento, como ven. En especial, me interesan los de la historia de España, dado la ola revisionista de los últimos años. Ya les contaré.

Es, como podrán imaginar, un esfuerzo baldío para intentar abarcar lo pasado y lo presente, vano empeño para comprender el mundo, efímera ilusión por comprender el mundo. Si a estos les unimos los que compartí con Vds. en el pasado artículo, se harán cabal idea del luminoso y estudioso futuro lector que me espera. Por no hablar de lo insoportable que me voy a poner, palillo de dientes mediante.

Por otro lado, han salido publicados dos libros que me han despertado cierto gusanillo: Arenas blancas, de Juan R. Tramunt, y, vayan Vds. a saber por qué, Reguetón, de Luis León Barreto. En cualquier caso, toda lectura y análisis consiguiente quedan pospuestos para después de la primera quincena de mayo, comenzando por el ya mentado Barrio chino. Asuntos más urgentes reclaman mi atención, como son los participios griegos. Voy acumulando lecturas para sobrellevar la resaca estudiantil.

Dentro de poco, por cierto, será la feria del libro en LPGC, abierta ya la veda en nuestra Comunidad. La verdad es que poco interés me despierta, salvo el atávico goce que supone el caminar en compañía de otros seres humanos dando vueltas sin tino como si buscáramos algo inencontrable: tal vez la gracia del Arte con mayúscula, o quizá el roce salvífico con el Autor/Autora. Pero, de verdad, incluso como ritual carece de atractivo. Quizá sea posible regenerar la feria, pero me pregunto si una feria es regenerable: tal vez lo que ofrezca es lo único que puede ofrecer, y si ofreciera otra cosa, no alcanzaría los objetivos que tiene toda feria (de libros o de lo que sea), que no es sino vender. En todo caso, ya es un asunto que me ha dejado de interesar, si bien es cierto que nunca me resultó especialmente polémico, salvo sus sempiternos problemas de organización.

Eso es todo por ahora.


sábado, 13 de abril de 2024

Rumores, rumores

El blog, en esta fase en la que llevo incurso desde hace unos meses, ha recibido (algo que me resulta sorprendente) gran aceptación, según las estadísticas de la página, tanto de visitas reales como, sobre todo, de los bots que provienen de países harto exóticos. Además, como epifenómeno, este alejamiento de la mundanidad me ha generado gran sosiego. Compartir con Vds. mis lecturas y adquisiciones permiten, además, un potencial campo común de experiencias nada desdeñable con quienes han leído ya lo que indico o piensan leerlo en el futuro, aunque sea mero pensamiento desiderativo.

Dicho lo cual, los libros que acabo de recoger de la librería son los siguientes:

-La invención de la tradición, de Eric Hobsbawm.

-Anábasis, de Jenofonte.

-El capitalismo ha muerto, de Wark Mackenzie.

-Intelectos colectivos, de Wark Mackenzie.

-Los empleados, de Siegfried Kracauer.






Aténganse a la certeza de que no dejarán de aparecer los títulos clásicos de la Antigüedad, ya sea por la personal sensación de cumplir con algo pendiente como por puro afán adquisitivo-coleccionista.

Grandes ambiciones acompañan a grandes hombres. Es por eso por lo que tengo las mías bien sujetas, sin perderlas de vista. Estoy echando también un ojo a Mark Fisher, por ser de referencia intelectual izquierdista, claro, y porque han salido recién editadas sus lecciones en la universidad (a la sazón, nunca me verán buscando en The Objective, digamos, inspiración para nada). Y ya tengo unos cuantos títulos más a la espera.

A este respecto, no puedo evitar expresar la imponente sensación que me ha producido la lectura del primer tomo de El Capital: impresionante en análisis y estilo. Y no me vengan con lo de "soy marxista, pero de Groucho", porque eso ha dejado de ser gracioso desde antes que nacieran.

Sigo leyendo cada noche una ración de la Trilogía sucia de La Habana. No me causa gran trabajo porque, dejando de lado que es tremendamente amena, está constituida por escenas de pocas páginas, a veces relacionadas entre sí; otras, no. Debe de ser un lugar común compararla con la obra de Bukowski, por el tipo de situaciones que describe y el lenguaje crudo, con explícitas referencias sexuales y escatológicas. Dicho esto, el escritor, Pedro Juan Gutiérrez afirma en una entrevista que no había leído al estadounidense cuando escribió Trilogía y que le molesta la comparación. Lo que me parece bien. Sólo añado que recuerdo gratamente a Bukowski, en especial los relatos de Música de cañerías. Lo bueno del bueno de Pedro Juan Gutiérrez es que su mundo cubano y habanero me resulta más cercano (por muy diferente que sea, no obstante, que el mío) que el de Bukowski. O que el de Carver. O que el de Salinger, etc.

Asimismo, he leído por ahí que se le acusa de ser complaciente con el régimen cubano. A mí no me parece que la descripción que hace de la Cuba de la Trilogía (años 90, tras el derrumbe de la Unión Soviética, crisis de los balseros, etc.) sea complaciente, sino todo lo contrario: una sociedad hecha pedazos donde las opciones vitales más esperanzadoras sean tirarse al mar o prostituirse no son, en principio, las mejores formas de elogiar a un régimen. 

Por otro lado, y no menos importante, circula un rumor que afirma que me estoy volviendo demasiado amable en estos artículos. Lo cierto es que, debido a mi intensa actividad intelectual ("Estaba el otro día leyendo a Aristóteles cuando... Traducía a Jenofonte cuando..."), no tengo tiempo para la lectura a la que los había acostumbrado a Vds. de la literatura reptante local, ni para los/las reseñadores/as amorosos/as de ocasión o para seguir insistiendo en lo lamentable que me parece la práctica de currar gratis para los medios de comunicación. A cambio, he optado, en estos meses, en mantenerles al tanto, por si fuera de su interés, de mis lecturas (y proyectos de lecturas) y de alguna ocurrencia que otra. Quizá eso es lo que pueda denominarse ser amable

De todos modos, para no serlo tanto, confieso que nada de lo publicado de literatura canaria en los últimos meses me ha llamado la atención como para gastarme los cuartos en ella, a excepción de Barrio Chino, de Jesús Rodríguez Castellano, cuyos escasos comentarios en Facebook, en especial los que se refieren a su grupo de lectura, suelo disfrutar (no se prodiga mucho, es verdad). Pero, ya saben, estoy en una de esas épocas, y me temo que ahora mismo no soy demasiado buen lector de ficción: tal vez demasiado impaciente. Además, si han leído los últimos artículos, sabrán que, en potencia, buenas lecturas no me faltan de otros ámbitos.

En fin, no prometo nada, pero cuando acabe el curso, después de mayo, tengo la intención de retomar aquella mala costumbre, si antes no estamos todos inmersos en alguna tragedia horripilante.

martes, 26 de marzo de 2024

Un futuro brillante

Creo que no voy a sorprenderles si les digo que en un rapto de emoción, considerablemente semejante al que debió de sentir Paris, de ascendencia troyana, cuando sus ojos repararon por primera vez en Helena, decidí adquirir La ciencia en cuestión, de Antonio Diéguez; Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez; Fuego persa, de Tom Holland y, finalmente, en un único volumen, Apología, Banquete y Recuerdos de Sócrates, de Jenofonte. 


                                                        


Quizá el súbito festejo que supone este cuarteto se deba a la conjunción de una puerta entreabierta, una mesa de reuniones y una ventana sin cortinas, no por ingeniosa yuxtaposición, sino por la conformación de un entorno que no por consuetudinario es menos estimulador de búsquedas intelectuales. También es posible que la llegada del primer libro se debiera a la reseña de Fernando Broncano (¿qué desierto de lecturas nos quedaría sin él?); del segundo, a una entrevista en JotDown leída en diagonal y nunca terminada; del tercero, al recuerdo, ya otoñal, de Rubicón, del mismo autor; y, del cuarto, la frecuencia con que las frases de Jenofonte aparecen en los ejercicios de traducción de griego clásico, cuyo desenlace más previsible, profetizo, consistirá en una hernia inguinal y no la delectación en los acentos ásperos o en las particularidades del aoristo de los verbos atemáticos.

Tampoco debería obviar que reposa sobre la mesa (sin rozamiento, pues no hay movimiento) una colección de relatos que lleva el título de Sobre una tumba, una rumba, de Alberto Linares.



De los anteriores, me temo que he picoteado de todos -como un niño con demasiados juguetes- excepto del que quizá pudiera despertar más interés para Vds., tratándose este de un blog de -hasta ahora- crítica de ficción. Es decir, de este último. Prometo informar porque llegará el momento en que, como Heraclio ante los persas, me levante del lecho, súbitamente enardecido, y actúe.

En otro orden de cosas, ha sido reveladora la noticia del déficit de la Sociedad de Promoción de la capital grancanaria, pues le han dado dos meses de vacaciones al gerente para, ¡en su ausencia!, auditar las cuentas. Supongo que estas cosas ocurrirán también en la concejalía de parques y jardines o en la de alumbrado y limpieza, pero le encuentro una gracia particular en que sea en el área de la culturita. No solo surgen sobrecostes por doquier, sino que no se paga a los/las "artistas, promotoras y compañías". La próxima vez que vayan gratis a algún evento pagado o subvencionado por el ayuntamiento recuerden que la gratuidad se paga con los impuestos de la ciudadanía. Entiendo que los actos culturales no se sufragan solo con la venta de entradas, y si queremos -que podemos no quererlo- que determinadas manifestaciones culturales lleguen a todos y no solo a nuestros patricios hace falta pagarlas con dinero del erario. Otra cosa es que la revelación de estos desfases millonarios muestre no solo descontrol, sino arbitrariedad, y, también, falta de juicio

A este respecto, en otra sociedad, quizá en otro planeta, esta situación suscitaría un debate acerca del gasto público en las actividades culturales (o relacionadas, de ese modo laxo habitual, con la cultura), tal vez, acerca del mismo concepto de cultura, y de por qué debería la ciudadanía en general sufragar la diversión de unos cuantos/as, por qué el entretenimiento merece ser tomado en cuenta a la hora de elaborar los presupuestos públicos. También, acerca de qué actividades artístico-culturales deberían ser fomentadas y por qué. En nuestra sociedad, en nuestro minúsculo entorno, todo lo decide el político a cargo del presupuesto y los especialistas en la práctica del cabildeo. A los demás, sólo nos queda consumir si algo es de nuestro gusto.

Lo mismo podría decirse de la televisión pública canaria, sin ir más lejos, entre cuyos principios fundacionales figura el del "entretenimiento", lo que me deja perplejo, pues uno pensaría que del propio entretenimiento ya se ocupa uno con mejor o peor fortuna y habilidad. Todo un canal público lleno de grandes profesionales y, sin que resulte una contradicción, de programas lamentables, muchos de los cuales producen vergüenza. Lo que lleva a pensar acerca de la verdadera razón de la creación de una televisión pública tal y como está concebida y acerca de la necesidad de que continúe existiendo. 

Ya digo, debates que no surgen acerca de asuntos del espacio público, lo que parece una característica del abúlico ecosistema canario, de esta tierra que va destino de convertirse en un soleado barrio de vivienda turística. Eso si antes el cambio climático no nos manda al exilio con lo puesto.


martes, 12 de marzo de 2024

Una elegía y un par de libros

Parece que nuestra esfera pública canaria no termina de quedarse tranquila, con lo bien intervenida que parecía, con sus libertarios reaccionarios y sus exconcejales hablando de libros, con sus expresidentes de Canarias dando consejos desde la altura de su saber estadista, con sus avisos políticos y empresariales a navegantes, etc. Si el otro día un famoso columnista, omnipresente en cuanta tertulia haya en Canarias, desautorizó a todos sus defensores (a cuenta de que le habían mandado callar en un magazine de tarde en la televisión autonómica de Canarias), anteriormente, nuestra última Premio Canarias de Literatura ("mente brillante", he leído por ahí) se había quejado, con algo de amargura, de que en el medio en el que vierte sus opiniones habitualmente (Canarias Ahora) le habían pedido que cambiara algunos términos (insultantes) en un artículo en el que arremetía contra la canción elegida para Eurovisión. 

Tras la tormentilla tropical de dimes y diretes, cantos a la libertad de expresión, sentidos rechazos a la censura y, sobre todo, bastante cinismo, ambos siguen colaborando con los mismos medios porque, total, no se a rechazar un altavoz en este mundo spengleriano, con las ventajas que conlleva.

Es difícil de imaginar, al menos en Canarias, que la actividad en el espacio público de vedettes periodísticas y literarias sirva de algo salvo para aliviar el horror vacui de los medios de comunicación, por muchas boutades que se les ocurran. Meros proveedores de contenidos en empresas comunicativas sin pizca de imaginación ni de valentía.

No es en ellas, evidentemente, a donde debemos de mirar para que nos guíen, o al menos nos inspiren, intelectual o sensitivamente, en un presente lleno de incertidumbre. No digo que no puedan surgir personalidades en cualquier momento que puedan aportar algo al debate público sobre los asuntos que afligen o preocupan a nuestra sociedad, y que los medios las capten. Tampoco descarto que, de repente, los medios adquieran el compromiso por velar por una esfera de intercambio de ideas responsable. No obstante, estarán conmigo, resulta difícil imaginarlo cuando al menos en las empresas de comunicación más consolidadas no solo albergan negacionismos varios, a cuál más disparatado, no sólo proporcionan espacio a ideas de extrema derecha contrarias a la democracia (por muy limitada e imperfecta que pudiera parecernos) sino que, en última instancia, su propósito es el de crear o reforzar un ambiente de opinión favorable a los intereses del grupo editor o el de servir de punta de lanza mediática a este o aquel partido político. Al menos, en Canarias, no se me ocurre ningún medio independiente de injerencias de uno u otro tipo. Puedo estar equivocado, claro.

Dos, creo, son las preguntas clave respecto del espacio público. A la sazón, primera:  ¿Quién tiene algo que decir? Segunda: ¿Cuáles son las condiciones de acceso al espacio público? 

Idealmente, claro, la libertad de expresión debería posibilitar que cualquiera pudiera  manifestar lo que estimara conveniente en la esfera pública, a fin de que sus pensamientos fueran compartidos y debatidos por sus conciudadanos/as. No obstante, no todas las personas tienen opiniones relevantes sobre todos los asuntos. Idealmente, también, los medios de comunicación deberían ser capaces de filtrar temas y recabar el peso de las opiniones para ofrecer al público los asuntos, digamos, compactados y listos para el debate. Vemos a diario que en absoluto esto es así, o que no es esa toda la verdad.

Al menos en los periódicos locales, es común que el acceso a una tribuna se conceda por razones de pertenencia a una red de intereses lobbistas o también amicales, sin que tenga necesariamente que ver su lucidez o finura en el tratamiento de los asuntos o su especialización en alguna área del saber. También, afluyen aportaciones voluntarias de mera voluntad expresivista o artículos de costumbres y de autoayuda, por enumerar sin ser exhaustivo. A veces, uno que pasaba por ahí en el momento oportuno. A este respecto, no deja de asombrarme, por ejemplo, la escasa comunicación entre la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y los medios informativos, en especial a la hora de abordar asuntos complejos de interés general que requieren acumulación y especialización de conocimientos científicos, en el sentido más amplio.

Cierto es que con el advenimiento de Internet, ha crecido una esfera pública digital en el que sí es posible encontrar una pluralidad de opiniones de peso y nichos comunicativos que sí abordan estos asuntos con seriedad. También lo es que con ellos, en un maremágnum promiscuo, existen otros propagadores de ideas racistas, xenófobas, misóginas, y demás miserias morales y sociales, propias de la llamada sociedad incivil. Con todo, la estructura de Internet provoca que los sitios informativos más buscados (precisamente, casi siempre, los que ya eran conocidos en un soporte tradicional) acaparen la mayoría de las visitas, y el resto tenga una audiencia mínima. Lo mismo ocurre en nuestra esfera pública canaria, y en la española, también. De esto hay mucho escrito y no insisto más al respecto.

Se mire como se mire, el panorama no puede ser más desolador, justo cuando la oferta informativa parece más amplia que nunca, tanto que resulta inabarcable. También, puedo estar pecando de pesimista y que, así, mi visión del asunto esté desenfocada. 


Por otro lado, y ya en relación con el tema del que debería ocuparme en este blog, tengo el placer de compartir con Vds. mi satisfacción por la lectura de Contra la distopía. La cara B de un género de masas, de Francisco Martorell Campos, un libro que me ha parecido más que notable en el tratamiento de las distopías literarias y cinematográficas (incluyendo series de televisión) y la concepción política de las que parten o a las que llegan, conscientemente o no. Lleno de conceptos, este ensayo es dilucidador y enciclopédico, que surtirá al estudioso y al aficionado del género y, también, al que se interese por las relaciones entre política y cultura de masas. Esa cara b del género utópico/distópico es, más allá de la profusa cantidad de referencias, lo que da sentido a esta obra. Las cosas, sobre todo las hechas por los seres humanos, sean como son siempre tienen una explicación.




A estas alturas, no sé en qué estima estará académica y popularmente la serie de Carvalho, de Vázquez Montalbán. Sea como fuere, Asesinato en el Comité Central es una novela amena e irónica que estoy leyendo con gusto, aunque también es cierto en que hay partes que me resultan un tanto convencionales, escritas, me da la impresión, con el piloto automático. Hay un asesinato, llaman al detective por su pasada relación con el partido, ruta gastronómica, encuentro erótico-festivo y mucho diálogo. Lo normal es que la resolución del crimen en sí sea lo menos importante, que el interés radique en captar ambientes y revelar conductas y sus motivaciones.
Los/las que han tenido biografías relacionadas con partidos de izquierdas citan está obra con frecuencia. Por algo será.




Para terminar, reconozco que he vuelto a leer España invertebrada, de José Ortega y Gasset, en el marco de un seminario de la UNED (accesible a todos los públicos). Algunos de los conceptos del filósofo español en este ensayo no tendrían un pase hoy, pero ciertas ideas de fondo siguen siendo interesantes y relevantes, en especial, claro, las referentes a los particularismos, tanto independentistas como el centralista. Es de esos libros que hay que leer, en especial en nuestro país (y aunque uno se sienta más o menos español, más o menos catalán, más o menos canario, todo junto o nada que ver).  Aunque uno esté predispuesto a no estar de acuerdo en nada, acaba pensando que, quizá, en más de lo que creía, sí.



En el mismo seminario, tenemos esta semana la discusión acerca de Los intelectuales en el drama de España, de María Zambrano. Aunque solo por sacar títulos de filósofas y filósofas importantes que, de otro modo, sinceramente, ni se me habría ocurrido leerlos, estos encuentros valen la pena. Y cuando es de la mano de dos académicos versados, mejor que mejor.

Esto es todo por hoy.



viernes, 23 de febrero de 2024

Censura y cancelación en la cretinoesfera

Sin ánimo de sentar cátedra sobre nada, pero sí, al menos, de desarrollar por escrito, aun de modo breve, distintas ideas sobre la censura, la cancelación y otros conceptos, a raíz de la pequeña polémica en la esfera pública canaria suscitada por la retirada de un artículo de Elsa López en un periódico digital, voy a intentar engarzar lógicamente argumentos contra la idea de que toda censura o revisión es ínsitamente injusta o antidemocrática. No pretendo escribir de la evolución o degradación del espacio público ni del modelo periodístico español (eso daría para un libro, al menos, y ya hay muchos al respecto).

Es, asimismo, una respuesta, sin ánimo de exhaustividad, a la intervención de Andy Tirzo en la página del Facebook del Polillas, que a continuación reproduzco:


"A mi irrelevante parecer, lo único escandaloso aquí es la censura, no la calidad, ni el tono ni el fondo de un artículo de opinión. Hoy en día demonizamos el exabrupto y el insulto mientras normalizamos la violencia física sin miramiento. Sin ir más lejos en esa sección de Canarias Opina, junta letras un personajillo de cuyo nombre no quiero acordarme que fue condenado por agredir a una mujer y que se explaya con comentarios machistas por digitales varios del Archipiélago. Para esos, hay barra libre en ese mismo medio, lo cual llama la atención siendo el director pareja de quien es. Me preocupa también que se haya insinuado que el medio donde escribe Armas Marcelo (persona por la que siento cero querencia) debería tal vez moderar o revisar o controlar (no recuerdo el término) lo que escribe a colación de unas burradas que profirió contra un biógrafo de Camus. Por favor, no podemos demandar censura en estos tiempos de violencia planetaria, la palabra, es la puta palabra, lo que nos distingue como especie, y en ocasiones un insulto o un exabrupto hacia la cretinosfera del malgusto y la grosería (cuando no contra personajes verdaderamente acreedores de unos cuantos epítetos a tiempo) vienen más que a cuento, joder, hostia, me cago en... (ves como me autocensuro por miedo). Hemos perdido mucho callo, estamos tod@s muy blandit@s y muy curitas señalando de manera interesada siempre dónde están los límites de la libertad de expresión, unos límites que marcan cuatro fascistas y tres apóstoles de la infraderecha mediática (antes izquierda), ¿Creen que Carlos Sosa es alguien para censurar, para infantilizar paternalistamente a Elsa López, para tirarle de las orejas, para darle lecciones de escritura y moral? Por favor. Sirva esta reflexión ramplonamente redactada, como mi pequeño exabrupto invernal. Y pensemos en los siniestros peligros de la censura y en cómo muchos falsos injuriados del mundo de la política en especial utilizan el honor y al poder judicial para callar bocas incómodas y de paso ganarse unos duros sentando presuntos lenguaraces y artistas en el banquillo sin que nadie se atreva a pronunciar palabras como extorsión o violencia institucional o violencia estatal o violencia judicial, cosas de las que el director de Canarias Ahora debería haber aprendido bastante, o al menos ser un poquito más coherente ahora que habla (y creo que con razón) de lawfare en una situación que no se la deseo ni a él.. Por cierto, se habla mucho de amnistía, ley que a mí no me afecta que aprueben, poco que objetar, pero opino que derogar la Ley Mordaza, esa ignominia a la que le ha acabado cogiendo gustillo la infraderecha, es mucho más urgente y prioritaria para todo el que vive en esta esquilmada piel de burro, aka, España. Buona domenica..."


En primer lugar, considero que es una contradicción evidente quejarse de una esfera pública degradada (en feliz término,"cretinosfera"), en la que, según mi interlocutor, abundan "el mal gusto y la grosería", y al mismo tiempo considerar que no debería criticarse un artículo que contiene una buena cantidad de insultos y que apenas da cabida a argumentos.

¿Y por qué le parece que no se deberían criticar estos malos artículos? Mi interlocutor afirma que, si bien criticamos determinado uso de la palabra, no hacemos lo mismo con la violencia. Bien mirado, pienso yo, no tiene nada que ver criticar determinado uso del lenguaje con criticar o no la violencia física. Se pueden hacer las dos, una de las dos, o ninguna. Es decir algo así como "no se empeñe Vd. en hablar de la mala calidad o de la deficiente argumentación de un texto cuando están matando a gente ahí fuera", o algo similar. En rigor, sería una falacia, la del cambio de tema. En un contexto habrá que criticar el estilo y el contenido de un texto y, en otro, de la violencia machista, policial, israelí, rusa o de Hamás. Quizá, en un tercero, de las relaciones entre unos y otros si se puede demostrar su continuidad. Sería, por poner otro ejemplo, como reprocharle a un guardia civil que le ha pillado conduciendo borracho y de manera temeraria, que en vez de detenerle y multarle debería estar persiguiendo atracadores de bancos. Una cosa es una cosa y otra cosa, otra. 

Es más, podría yo, devolverle su postulado, y reclamarle que, en vez de criticar mi recomendación de que los medios revisaran los textos de sus columnistas (ya sea por confirmar que tienen una mínima calidad argumentativa, como ese lamentable artículo de Armas Marcelo, y así evitar el menoscabo de su prestigio, si es que lo tiene), debería centrarse, tal vez, en el peligro que supone el deshielo de los casquetes polares, que amenaza con cambiar la fisonomía planetaria y la vida de los seres humanos en un tiempo relativamente breve. No tienen nada que ver los dos asuntos, como es palmario, por muy importante que sea el segundo.

Ya que estamos, saco a colación que muchos nostálgicos de un idealizado mundo pasado suelen quejarse con amargura de que progres y wokes en general confunden la vida privada de un autor (normalmente, hombre) con su obra. Por ser Picasso (un ejemplo) un hombre que trataba fatal a las mujeres no hay por qué "cancelarlo", o lo mismo con Céline, conocido filonazi, y tantos otros. Muy bien: la obra de un artista puede rebosar calidad por sí misma, y podemos apreciarla sin que tenga que devaluarse por, digamos, la maldad o la perversión de su autor. Otra cosa es endiosar a estos mismos hombres hasta tal punto que todo lo que hicieron pareciera que había sido tocado por una divinidad, que es lo que viene sucediendo desde el Romanticismo (la figura del artista como genio) y que se ha visto exacerbado por la industria cultural. Así, y aquí volvemos a nuestro interlocutor, un columnista puede haber sido condenado, si tal es el caso, por violencia de género o por cualquier otro delito que eso no necesariamente tiene que verse reflejado en una deficiente exposición de los argumentos que emplee en un artículo periodístico. En resumen, se puede ser un cabrón en privado y escribir buenos artículos. Asimismo, ser una persona excelente y escribirlos pésimos. Ojalá todo fuera más fácil.

La cancelación, por cierto, se entiende generalmente por un movimiento de rechazo a un artista por sus actos o manifestaciones personales y en el que se promueve el no acudir a sus espectáculos o adquirir su obra, o, en el peor de los casos, boicotear sus espectáculos o actos públicos. En todo caso, y aclaro que a mí me parecen un error, en general, estas cancelaciones, es un movimiento que, en esta época digital, no proviene, en principio, del poder político estatal ni empresarial, ni tiene carácter jurídico-punitivo, por lo que esas afirmaciones que circulan con cierta reiteración acerca de la instauración de una nueva Inquisición (progre, por supuesto), que hay más censura ahora que con Franco o del dogmatismo moral de la izquierda me parecen un disparate, pero disparate malintencionado. 

Últimamente, por cierto, se habla de Fernando Savater, de cuya colaboración habría prescindido El País por el contenido de sus artículos en los últimos tiempos. Así, Savater habría emigrado con armas y bagajes a otro medio, The Objective como si la censura progre-feminista-independentista lo hubiese enviado al ostracismo y el filósofo hubiese, bien que forzado, emigrado al reino de la luz y de la libertad. ¿Cuánto tiempo creen que duraría Savater en este último medio de comunicación si, de repente, por obra y gracia de algún tipo de revelación, se dedicase a lanzar los más encendidos elogios a Pedro Sánchez y a Sumar, a los independentistas catalanes, cuánto si comenzase a citar de manera favorable a Judith Butler y otras autoras feministas en toda su admirable multiplicidad?

Creo, a fin de cuentas, que si lo que se quiere es elevar el nivel del debate en la esfera pública, que es de lo estamos tratando, en especial en la diminuta canaria, para ello se requieren argumentos bien fundados, entre los cuales no se encuentra el insulto, mera falacia ad hominem. De aquí podemos pasar a la cuestión de la responsabilidad del medio, o de su director: ¿deben estos aceptar sin más, no digo ya un artículo contrario a la línea editorial, sino que esté, simplemente, mal escrito, mal argumentado? Porque, ¿para qué existe (idealmente) un medio de comunicación si no es para escoger de entre la miríada de opiniones las que consideren mejor informadas y contribuir así a un intercambio de puntos de vista sobre asuntos que la ciudadanía considere relevantes? Estamos acostumbrados, en cambio, a leer, ver y oír en los medios de asuntos sin la menor fundamentación cuando no simples bulos, por lo que la percepción que ahora tenemos de aquellos es que se han convertido en meros expositores de opiniones de grupos políticos e ideológicos y lobbies de intereses privados sin que importen su coherencia o veracidad.



Volviendo a Zorra, yo no sé si el director del Canarias Ahora ha sido "paternalista" o no con Elsa López o si la ha "infantilizado" al pedirle que rectificara el artículo de marras, pero me parece razonable que se resistiese a publicar un artículo que no solo es bastante deficiente en cuanto a la calidad de los argumentos (lo que puede ser discutible, claro está), sino en el que incluso la escritora se atreve a calificar de "dúo patético de imbéciles" a dos bailarines, por no hablar de esa expresión "caricaturas de hombres", digna de un artículo de Salvador Sostres o de una parrafada de Jiménez Losantos; o llamar al público "ganado". "rebaño suduroso" o "reses" por corear la canción en el concurso calificador para Eurovisión. Precisamente, es la proliferación de insultos la razón que ha esgrimido el director para intentar que la autora corrigiera el artículo y, en última instancia, se decidiera a retirarlo. No olvidemos que publica el medio de comunicación, no el/la columnista.

A favor y en contra de la canción se han escrito numerosos artículos, y con buenos argumentos. Ya podría, Elsa López, premio Canarias de Literatura (sea cual sea la opinión que nos merezca este distinción), haberse aplicado un poco y no limitado a expectorar su indignación. Indignación, por cierto, que me resulta, cuando menos, de corte esencialista (los hombres son así, las mujeres, asá), por no pensar en algo peor. Suele decirse, no sin razón, que los insultos dicen más de quien los profiere que de quienes los reciben.

Por otro lado, también me parece normal que una columnista habitual de un medio, se le remunere o no, no acepte que le enmienden un artículo o se enfade si deciden no publicárselo. Esto ha pasado desde el principio de los tiempos: mientras el/la columnista no sea a la vez el/la editor/a siempre existe esa posibilidad. Lo que me resulta curioso es que esta escritora siga publicando en ese medio: da la impresión de que la malhadada cortapisa a su libertad de expresión no era para tanto, a fin de cuentas. Además, la  censura en un medio determinado, por hablar en esos términos, no se corresponde con una censura en la esfera pública. No vivimos bajo una dictadura de nadie (por ejemplo, la franquista) por mucho que lo repitan columnistas aquí y allá (desde, paradójicamente, su púlpito diario o semanal en los medios) porque no tardó mucho el artículo de Elsa López en ser publicado en la página web de la Ser y supongo que en muchas otras

Además, ni siquiera hace falta, en mi opinión, invocar la legislación respecto de delitos de odio para que la dirección de un medio de comunicación rechace publicar artículos en el que se defendiera la eugenesia, el exterminio de personas por algún motivo étnico, religioso o cualquier otro que se les ocurra, por decirles casos extremos. Pongan su propio ejemplo delirante que demuestre que no todo es publicable. Tampoco permitiría (o no debería permitir) que se publicaran artículos que fueran sobre todo una colección de insultos y exabruptos maliciosos. Lo que quiero decir es que no siempre hay que respetar un artículo de opinión por ser un artículo de opinión, ni que eso suponga que la libertad de expresión corre el riesgo de morir ahogada por la supuesta corrección política. Los medios de comunicación, no lo olvidemos (aunque sus propietarios/as, me temo, sí o les resulta indiferente) tienen la máxima responsabilidad en cuanto a contribuir a una esfera pública democrática, y no contribuyen a ella haciendo dejación de funciones. Otro asunto es, claro, que aspiren a manipularla en función de intereses diversos, políticos o empresariales, pero eso lo dejamos para otro debate. Por cierto, es posible que nos equivoquemos pensando que la censura y la falta de libertad de expresión o la manipulación en la esfera pública se juegan en el terreno de los artículos de opinión (intuyo que, en su mayor parte, solo convencen a los convencidos/as), sino en la selección y enfoque de las noticias, en su omisión, en el poder de los anunciantes y grupos de presión para marcar la línea del medio, etc. Pero eso es asunto para otros artículos y otras lecturas.

Quizá de lo que deberíamos quejarnos los ciudadanos y ciudadanas no es, precisamente, de que se coarte la libertad de expresión, sino, más bien, de la enorme cantidad de artículos y de opiniones deleznables tanto en forma como en contenido que se publican y se vocean a diario: la cretinoesfera, efectivamente.


viernes, 16 de febrero de 2024

Fluyan mis lágrimas, dijo el lector

En coherencia con lo que manifesté en el pasado artículo, comparto con Vds. mis lecturas, ya sea terminadas, a medias o de reojo. Por ejemplo, he concluido La ira azul, de Pablo Batalla y Colaboracionistas, de David Alegre. Avanzo, con gesto alegre y firme el ademán, con la lectura de El Capital, viendo cómo los empresarios ingleses del siglo XIX utilizaban la palabra libertad de modo muy parecido a nuestras neoliberales madrileñas del siglo XXI, como cuando aquellos expresaban su oposición a la reducción de la jornada laboral a 12 o 10 horas o a la limitación de edad para contratar niños con el concepto de "libertad de trabajar". Libertad, siempre. A costa de los demás, también siempre.

Volviendo a La ira azul, el ensayo nos muestra la ambigüedad -o amplitud- del término revolución, concepto que puede aplicarse, claro está, a los movimientos epocales tanto desde la izquierda ideológica como de la derecha, tanto de la revolución como de la reacción. También, cómo es preciso no caer en absolutismos ideológicos rígidos y prefijados, sino, tal y como señala también, Karl Honneth en La idea del socialismo, recoger en el seno de la izquierda todas las propuestas emancipadoras sin renunciar a las identitarias o culturales en esa dirección. Señala Batalla la necesidad de apreciar en el seno de las revueltas antiilustradas, en especial por la parte plebeya, el temor al advenimiento de un orden aun más opresivo que el anterior, de reconocer los síntomas de un futuro ominoso aunque podamos renegar de las soluciones o del sistema político-económico vigente hasta ese momento. Es en este sentido, el de los movimientos de izquierda como movimientos "conservadores", el que se subraya, aquella palanca de freno de la que hablaba Walter Benjamin o, con otras palabras, Chesterton, desde una perspectiva diferente.

Con Colaboracionistas se nos despliega una casuística europea de fascistas y nazis en los países conquistados por el III Reich: cómo los grupos ideológicos afines en, sobre todo, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega y Francia (también Suecia, aunque no fuera ocupada), colaboraron de modo activo con los nazis, tanto por compartir el mismo credo político como por razones de promoción política interior y personal. Es impresionante la cantidad de bibliografía del autor (es el desarrollo y ampliación de su tesis doctoral) y muestra un panorama general de aquellas sociedades que se debatían entre su conservadurismo anticomunista y antisoviético (al menos entre las clases medias y las élites) y su rechazo a la ocupación de su país, rechazo que fue creciendo conforme se veía que Alemania estaba perdiendo la guerra.

 

Asimismo, me resulta más que notable el libro de la filósofa Clara Serra El sentido de consentir, en el que argumenta la deriva feminista de corte punitivo que implica el concepto del consentimiento a la hora de permitir o no el acercamiento sexual y la legislación basada en aquél. Ni todos los feminismos son iguales, ni todos están de acuerdo en sus enfoques, muchos de los cuales acaban haciendo el juego a la ideología opresora a la que pretenden hacer frente. Uno puede estar de acuerdo en todo o en parte con esta filósofa, pero el encadenamiento de argumentos de Serra hace de este libro un excelente material para reflexionar acerca de los no es no y de los sí es sí.



También, he comenzado a releer el clásico de la antropología económica de Karl Polanyi, La gran transformación, uno de esos famosos imprescindibles para cualquier conversación sobre el liberalismo económico, el neoliberalismo, etc., en particular sobre las consecuencias deletéreas de un mercado autorregulado para la sociedad que lo alberga y el subsiguiente movimiento de defensa de esta. No se lo pierdan, de verdad. Hasta hace poco era imposible de encontrar, por lo que agradezco de veras esta nueva edición.




Finalmente, he comenzado a leer Política y ficción: las ideologías en un mundo sin futuro, de Jorge Lago y Pablo Bustinduy. Aborda, resumo, de qué manera distintas ideologías encaran problemas presentes como si ya estuvieran resueltos para justificar su existencia. Es decir, el relato, pero para ello utilizan el concepto de ficción resolutiva en el orden liberal, neoliberal, socialdemócrata, etc. Ya les contaré cuando avance en la lectura.






Por si les pareciera poco, tengo ya encargados, qué digo, listos para recoger, El mito del déficit, de Stephanie Kelton, en la línea de la Teoría Monetaria Moderna; y la novela Asesinato en el comité central, de Manuel Vázquez Montalbán. Reconozco que lo he comprado más por la pintura de una época y de un ambiente que por el posible valor intrínseco, pero ya veremos. Por último, con algo de impaciencia, aguardo la llegada de De cine, aventuras y extravíos, de Eugenio Trías.

No se pueden quejar, es toda una selección.

En otro orden de cosas, tenemos que un escritor con vocación de martillo de wokes como Armas Marcelo se permite lanzar una larga sarta de improperios a todo lo progre que se mueva a cuenta de un libro que no ha leído: la combinación chaise-longue y batín a cuadros suele acabar dando como resultado la negligencia intelectual más bochornosa. Asimismo, ya a nivel local, puede uno leer a un académico como Maximiano Trapero escribiendo acerca de las pinturas de un amigo suyo ya jubilado en el cuadernillo cultural de Prensa Ibérica en las Islas. Que podría haberle elogiado sólo en privado es una decisión que pasó por alto. Así las cosas, escribió una tontería supina que, probablemente, a cualquiera que no fuera él le costaría semanas de convalecencia. 

¡Qué vamos a hacer! Son parte de nuestra intelligentsia patria; la experiencia y la sabiduría acumuladas durante décadas que cristalizan en estas luminarias de la mera opinión. No se preocupen, si no estuvieran ellas, tenemos unas cuantas calentando en la banda. A mí se me ocurren unos cuantos nombres. A Vds., también.


domingo, 28 de enero de 2024

Primeras lecturas de 2024

 Abordo este artículo con la misma sensación que terminé el anterior, hace aproximadamente un mes: cierto cansancio, que se acrecienta de modo progresivo: la completa inutilidad de escribir sobre asuntos que carecen de importancia alguna, como la inmensa mayoría de la ficción novelesca. Mi lógica es la siguiente: como es posible que la mayoría de quienes escriben sean aquellos/as que disponen de tiempo, es decir, personas pertenecientes a la clase media o alta (traduzco: horas de ocio, trabajan en empleos relativamente cómodos), me da la impresión de que sus preocupaciones suelen consistir en recrear un ambiente pacífico donde transcurran aventuras de corte egocéntrico sin mayor trascendencia o escapismos distópicos copiados de otras novelas o series de televisión, cuando no, simplemente, en reafirmar su complacencia consigo mismos/as y con el mundo en que viven, y en ajustarse a imágenes preconcebidas del/de la escritor/a y su estatus. En definitiva, raro es que escriban algo que proporcione valor (cognitivo, estético, sentimental), al manos para mí.

Así les explico el desinterés prejuicioso que siento por lo publicado en los últimos, digamos, dos o tres meses en Canarias. Además, libros cuyos autores/as ya han pasado por este blog, a veces de la peor manera. Estoy deseando encontrar a algún/a escritor/a que zarandee este pesimismo literario y me haga envidiarlo/a como un creyente católico a Saulo de Tarso (o San Pablo). Una obra que no hace falta que sea perfecta, la definamos como imaginemos, sino que, aun por pocas páginas, me desquicie, me azore y me abofetee (no necesariamente en ese orden). 

El medio escrito permite, supongo, finitas posibilidades de cambio, novedad y variaciones de estilo. No obstante, disto de creer que se hayan agotado, que solo sea posible elegir entre un realismo más o menos fácil y un experimentalismo ilegible, etc. Lo peor, para mí, no es el espacio entre lo imaginado y lo ejecutado, entre el relato en la mente del escritor y su plasmación en la página, ese abismo donde se precipitan las mejores intenciones, sino la absoluta falta de atrevimiento de la mayoría de quienes publican, el pasmoso conformismo con supuestas formas de escribir, con el dócil y alegre sometimiento a esquemas de tal o cual género literario, la entregada disposición a no molestar a nadie ("no vaya a ser que..."). 

Podría resumir lo anterior en que el aburrimiento es, simplemente, desalentador. Que no vale la pena escribir sobre autores/as deficientes tanto en el estilo como en el pensamiento; que no merece el esfuerzo escribir sobre plumillas culturales empeñados en convertirse en mentores/as ni respecto de reseñadores mentirosos ansiosos por convertirse en referentes de algo. En todos los casos, la crítica no les afecta porque, en realidad, su negocio es otro: la construcción de un currículo y el reconocimiento social (por magro que sea) por su supuesta pertenencia al contenido de un concepto, llámese escritor, artista o crítico

De aquí se sigue que, en la línea de los últimos artículos, me limitaré a seguir compartiendo con Vds. mis más recientes adquisiciones de libros, mis lecturas y mis intenciones de lecturas, con todas sus combinaciones. Hay algo hermoso en compartir, sobre todo cuando uno no teme saber menos que quien te lee, sino, al contrario, aprender algo de esas personas. Así que espero que interactúen más con este lector.

A la sazón:

Lista de libros adquiridos y comenzados a leer:

-Capitalismo gore, de Sayak Valencia, editorial Melusina. Este libro llegó a mí por la interesante entrevista que le hizo Mariano de Santa Ana a la autora, en el menguante (y casi siempre irrelevante) suplemento de La Provincia/El Día.

-El Capital, de Karl Marx. Harto de la versión digital y de saber más de él por las glosas que por la lectura directa. Apoyado por El orden del capital, de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, Akal.

-La ira azul. El sueño milenario de la revolución, de Pablo Batalla, editorial Trea. De este autor ya leí con provecho Los nuevos odres del nacionalismo español, en la misma editorial, que recomiendo.

-Colaboracionistas: Europa occidental y el nuevo orden nazi, de David Alegre, Galaxia Gutenberg. Sobre los movimientos fascistas en la Europa previos a la II Guerra Mundial y su posterior colaboración con la Alemania nazi.

-Contra la distopía. La cara B de un género de masas, de Francisco Martorell Campos, La Caja Books.

-Los intelectuales en el drama de España, de María Zambrano, en Alianza Editorial, a resultas de unas jornadas de la UNED, a cargo de Jesús Díaz Álvarez y Rafael Cotelo Pazos.