Aquí tienen, otro año más y ya van 3, la lista de lo mejor y de lo peor que he reseñado en el Polillas durante el año 2019. Lo positivo es que hay mucha más literatura de calidad que de la otra, de lo que me congratulo porque, a decir verdad, resulta una tarea harto irritante y a veces tediosa desgranar los defectos de tanta novela deplorable.
Como sé que son Vds. algo morbosetes, a pesar del buenrollismo imperante, comenzaré por la lista de lo peor de 2019. A continuación, seguiré con lo mejor y, finalmente, como suelo hacer también, les mostraré los mejores libros de no ficción que he leído durante este año que fenece.
Vamos al lío:
LO PEOR DE 2019:
El podio ha resultado sencillo. Las tres novelas que aquí señalo han sido lo peor del año sin discusión interna por mi parte.
1) La espiral del silencio, de Mayte Martín (Ediciones Aguere-IDEA). Primera lectura del año y primera candidata a la peor de 2019. Una obra tan cargada de loables reivindicaciones y necesarias denuncias como deplorable en todos los aspectos en que se pueda analizar una novela, y hay unos cuantos.
2) Caídos del suelo, de Ramón Betancor (Baile del Sol). Una novela que aspira a ser apasionante y que es apasionantemente detestable por caer en todos los clichés del lenguaje y de la construcción de personajes. De principiante.
3) El doble oscuro, de María Teresa de Vega (NACE). Con pretensiones de culta, intertextual y refinada, esta obra es insoportable y tediosa hasta decir basta. No la compre, no la mire siquiera, pase de largo.
MENCIONES ESPECIALES
Las siguientes obras, siendo mediocres, no suscitan tamaña sensación de devastación. Aun así, en aras de la pedagogía y, como dice Rafael Reig, "por razones de salud pública", vale la pena recordarlas: La ceguera del cangrejo, de Alexis Ravelo (Siruela). Sin llegar a hundirse en esas simas de insondable pobreza literaria y pretenciosidad pueril de La otra vida de Ned Blackbird, el autor perpetra otra novela en la que vuelve a lucir su pasmosa falta de estilo y la incapacidad de urdir una trama algo compleja sino es a base de empellones y exabruptos. Tampoco, Pacheco, de Christian Santana Hernández (Mercurio), da mucho más de sí. Es legible, al menos, aun con ese sesgo tan contemporáneo de escribir literatura teniendo en vista una película o un capítulo de serie de televisión, con todos los clichés a cuestas para que el lector/televidente no se confunda. Con A los que leen, Jonathan Allen (Aguere-IDEA) lo intenta de nuevo, y aunque el resultado es más digerible que el logrado con su anterior novela, El conocimiento, sigue poniendo a prueba la paciencia del lector sin ponerse a prueba él mismo, lo que parece un tanto injusto. Para acabar, Lazos de humo, de Ernesto Rodríguez Abad (Diego Pun): convencional es el primer adjetivo que se me viene a la cabeza. Una novela con potencialidades abortadas y un mal final la hacen olvidable del todo.
LO MEJOR DE 2019:
1) Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill). Crítica hiperbólica acerca del uso del lenguaje y acción sin compasión sobre él, el autor restriega al lector esta obra en la cara para que, a partir de su lectura, no contemple la literatura del mismo modo ni le queden ganas de hacerlo.
2) Corrección, de Thomas Bernhard (Alianza, traducción de Miguel Sáenz). Qué decir de Bernhard que no haya dicho ya en sus reseñas. Su voluntad de estilo, su capacidad taumatúrgica de sumergirnos en el mundo interior de sus personajes, un tanto delirantes y siempre obsesivos, y su discurso vitriólico e incendiario contra todo y contra todos le hacen a uno volverse casi un fan-hardcore.
3) La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori (Sexto Piso, traducción de José Aníbal Campos). Una obra grandiosa con la que el lector recorre ese mundo de ayer europeo del que escribió Stephan Zweig, atraviesa el nazismo austriaco, forzándonos a contemplar la gelidez de la muerte que anuncia, y nos hace arribar al París americanizado de los 50. Como dice Vicente Luis Mora, sólo le faltó haber sido escrita antes para convertirse en una obra maestra.
4) Momentos de la vida de un fauno, de Arno Schmidt (Debolsillo, traducción de Luis Alberto Bixio). Una mirada de un alemán, en apariencia corriente, a la sociedad nazi de su tiempo. Resistencia cotidiana de la única manera que se puede en un sistema totalitario, la interior, negándose a aceptar lo inaceptable.
5) Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo (Tusquets). La novela de un autor sobresalientemente dotado, sin duda. Divertida, inteligente, aguda y un algo más que la distingue de la mayoría.
6) Un rey sin diversión, de Jean Giono (Impedimenta, traducción de Isabel Núñez). Fascinante, misteriosa y hermosa. La indagación única del autor francés nos convence, por si lo dudábamos, de que la novela es un instrumento privilegiado para recorrer los laberintos morales del ser humano.
7) El santo al cielo, de Carlos Ortega Vilas (Dos Bigotes). Con esta única novela, ya forma parte del grupo de escasos narradores canarios que merecen consideración por mi parte. Una novela negra/detectivesca más, quizá, pero con estilo propio, personajes con poso y una escritura que alberga potencialidades de más y mejor. Llámenlo intuición.
8) La noche fenomenal, de Javier Pérez Andújar (Anagrama). Una novela loca, muy loca, que conjuga elementos kitsch como el ocultismo y lo paranormal con otros más formales como la utilización creativa del cliché, lo que tiene su mérito. Una trama desquiciada de un autor con talento.
9) Nunca más la noche, de Juan R. Tramunt (Baile del Sol). A pesar de una primera historia fallida, Tramunt remonta el vuelo y consigue inquietarnos y sorprendernos con unas historias bien escritas que conmocionan nuestro sentido común.
NO FICCIÓN
Aquí no hay clasificación que valga: todos estos libros son valiosos y variados en su temática. Omito los que ya comenté en la entrada Siete lecturas para el disenso, por no repetir, pero que pueden considerarse incluidos en esta lista:
- El eclipse de la fraternidad, de Antoni Domènech (Akal).
- Injusticia epistémica, de Miranda Fricker (Herder, traducción de Ricardo García Pérez).
- La huida de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-Textos).
- Historia y sistema en Marx, de César Ruiz Sanjuán (Siglo XXI).
- La izquierda, fin de (un) ciclo, de Ignacio Sánchez-Cuenca (Catarata).
- Barcelona, Madrid y el Estado, de Jacint Jordana (Catarata).
- Sobre El Político de Platón, de Cornelius Castoriadis (Trotta, traducción de Horacio Pons).
- Alta cultura descafeinada, de Alberto Santamaría (Siglo XXI).
- Walt Whitman ya no vive aquí, Eduardo Lago (Sexto Piso).
- Post-Democracy, de Colin Crouch (Polity).
- Inventing the People, de Edmund S. Morgan (Norton).
- Muros, de David Freyre (Turner, traducción de Eduardo Jordá).
- Democracia en suspenso, VV.AA (Casus-Belli, traducción de Tomás Fernánez Aúz y Beatriz Eguibar).
- Against the grain, de James C. Scott (Yale).
- Social origins of Dictatorship and Democracy, de Barrington Moore Jr. (Beacon).
- Caníbales y reyes, de Marvin Harris (Alianza, traducción de Horacio González Trejo).
- Ciudades rebeldes, de David Harvey (Akal, traducción de Juanmari Madariaga).
- Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger (Taurus, traducción de Joaquín Chamorro Mielke).
- Internados, de Erving Goffman (Amorrortu, traducción de María Antonia Oyuelo de Grant).
- Melancolía de izquierda, de Enzo Traverso (Galaxia Gutenberg, traducción de Horacio Pons).
- McMafia, de Misha Glenny (Península, traducción de Joan Trujillo Parra).
- Estado de inseguridad, de Isabell Lorey (Traficantes de sueños, traducción de Raúl Sánchez Cedillo).
Un saludo cordial a quienes me leen, en especial a los/las que no lo reconocen.
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sábado, 28 de diciembre de 2019
jueves, 18 de julio de 2019
'El Doble Oscuro', de María Teresa de Vega
He estado leyendo de asuntos que poco o tangencialmente tienen que ver con Literatura: aun siendo un estimulante cognitivo, pienso que no podemos pedirle que nos provea de todo conocimiento. Ni tampoco que nos aplaque de toda otra curiosidad. Como habrán podido ver en mi entrada anterior y en la del quince de junio, a este crítico (o reseñador o anotador de impresiones de lectura) no le basta con la ficción (aunque no toda literatura es ficción). En realidad, creo que la especialización tiene el peligro de convertirse en un nicho, que, como sabemos, suele ser bastante estrecho.
Además, de vez en cuando hay que alejarse, coger aire, tomar perspectiva, olvidarse de ciertas cosas y, así, ser más proclive al extrañamiento: esa capacidad de interrogarnos por lo que consideramos natural o de sentido común, ese preguntarnos por lo que pocos se preguntan y suele darse por sentado. Así, en tal estado, me pregunto si la literatura actual, y pienso en la española y en la canaria en concreto, proporciona sentido o explicación a los tiempos actuales, si hay alguna obra en la que se transfigure nuestro Zeitgeist, o si no existe nada más que la lamentable repetición de una fórmula. Quizá haya que esperar décadas para volver la mirada y encontrarla. Quizá sea este vacío artístico que experimento nada más ni nada menos que lo que resume nuestra época.
Es por ello por lo que me interno en otras dimensiones del saber, y estoy tentado de considerar, tras la lectura de obras magníficas de historia, antropología, sociología o filosofía, que nuestra literatura se rezaga, se pierde en laberintos de banalidad y ensimismamiento, que es más mercadería que nunca y que parece atrapada en unas arenas movedizas de las que resultará casi imposible salir.
El Doble Oscuro es una novela que muestra sin pudor sus defectos desde el principio, lo que hace casi imposible acabarla. En estos tiempos de pluriempleo y de diversidad de tareas, hasta se agradece. María Teresa de Vega pretende, al menos con esta obra, ser lírica, elitista, intertextualista y sabia. No tengo nada en contra de dichas aspiraciones. Sin embargo, creo que en lo único en lo que consigue descollar es en escribir una novela tan aburrida que se vuelve insoportable enseguida.
Podrían pensar en que me solazo en la crítica despiadada, que me divierte zaherir a las/los escritoras/es. Nada más lejos del placer que la tortura que me supone leer algo que me disgusta y luego reflexionar sobre las causas del displacer, literariamente hablando. Digamos que me apresto a la actividad crítica con la mejor de las intenciones, con la expectativa de encontrarme con algo que mine mi creciente escepticismo. Sin embargo, una y otra vez me sale al paso el descuido, el amateurismo (entendiendo por tal una reflexión sobre la propia obra, una falta de criba respecto del pensamiento), las ínfulas, la falta de percepción de lo que constituye una obra artística.
En el caso que nos ocupa, los diálogos son impostados, la alegorización resulta antigua, por no escribir rancia, la narración en las distintas voces resulta confusa, espectral. Los monólogos interiores no consiguen ni una pizca que desarrolle mi empatía o suscite mi curiosidad. La trama, que emerge aquí y allá no resulta más que una excusa para divagar sobre el mundillo literario, la literatura y lo que le venga en gana a la autora. Para qué escribir más.
Y, bueno, el tono general es así, hasta donde he llegado. De Vega se gusta y le gusta gustarse. Imagino que habrá disfrutado inyectando su bagaje vital y cultural en El Doble Oscuro. Percibo que, sin demasiado soterramiento, se lee una crítica a la sociedad tinerfeña, al mundillo literario de allí y todo eso. Además, pronto resulta evidente que De Vega tiene muchas lecturas y que se siente cómoda con el lenguaje. A ese respecto, nada he de decir. Es su ejercicio literario lo que me resulta ajeno: no percibo apenas nada que me ancle a esta novela, ningún motivo por el que pueda apreciarla. Así que la abandoné sin remordimientos en la página 62.
Para una reseña mucho más extensa, y diametralmente opuesta en su valoración, como suele ser habitual por estos pagos, aquí. Otra, de nuestra apreciada Cecilia Domínguez Luis, con alusión al puzle literario incluida, aquí.
Además, de vez en cuando hay que alejarse, coger aire, tomar perspectiva, olvidarse de ciertas cosas y, así, ser más proclive al extrañamiento: esa capacidad de interrogarnos por lo que consideramos natural o de sentido común, ese preguntarnos por lo que pocos se preguntan y suele darse por sentado. Así, en tal estado, me pregunto si la literatura actual, y pienso en la española y en la canaria en concreto, proporciona sentido o explicación a los tiempos actuales, si hay alguna obra en la que se transfigure nuestro Zeitgeist, o si no existe nada más que la lamentable repetición de una fórmula. Quizá haya que esperar décadas para volver la mirada y encontrarla. Quizá sea este vacío artístico que experimento nada más ni nada menos que lo que resume nuestra época.
Es por ello por lo que me interno en otras dimensiones del saber, y estoy tentado de considerar, tras la lectura de obras magníficas de historia, antropología, sociología o filosofía, que nuestra literatura se rezaga, se pierde en laberintos de banalidad y ensimismamiento, que es más mercadería que nunca y que parece atrapada en unas arenas movedizas de las que resultará casi imposible salir.
El Doble Oscuro es una novela que muestra sin pudor sus defectos desde el principio, lo que hace casi imposible acabarla. En estos tiempos de pluriempleo y de diversidad de tareas, hasta se agradece. María Teresa de Vega pretende, al menos con esta obra, ser lírica, elitista, intertextualista y sabia. No tengo nada en contra de dichas aspiraciones. Sin embargo, creo que en lo único en lo que consigue descollar es en escribir una novela tan aburrida que se vuelve insoportable enseguida.
Podrían pensar en que me solazo en la crítica despiadada, que me divierte zaherir a las/los escritoras/es. Nada más lejos del placer que la tortura que me supone leer algo que me disgusta y luego reflexionar sobre las causas del displacer, literariamente hablando. Digamos que me apresto a la actividad crítica con la mejor de las intenciones, con la expectativa de encontrarme con algo que mine mi creciente escepticismo. Sin embargo, una y otra vez me sale al paso el descuido, el amateurismo (entendiendo por tal una reflexión sobre la propia obra, una falta de criba respecto del pensamiento), las ínfulas, la falta de percepción de lo que constituye una obra artística.
En el caso que nos ocupa, los diálogos son impostados, la alegorización resulta antigua, por no escribir rancia, la narración en las distintas voces resulta confusa, espectral. Los monólogos interiores no consiguen ni una pizca que desarrolle mi empatía o suscite mi curiosidad. La trama, que emerge aquí y allá no resulta más que una excusa para divagar sobre el mundillo literario, la literatura y lo que le venga en gana a la autora. Para qué escribir más.
Después de revisar exhaustivamente sus datos, Higo Pico creyó encontrar al pérfido Caco. Tal vez no había podido acallar sus prejuicios, pero le pareció el candidato perfecto. Era un escritor mal encarado, egocéntrico y despótico, a él le caía mal, eso tenía que confesarlo, siempre poniendo pegas a los otros escritores, en parte o a la totalidad. El típico mandarín en el grupo de sus amistades. Escritor bien considerado por la crítica y un sector de los lectores, y de otras personas que no lo habían leído, porque eso suele pasar. Se apuntan a ese autor para estar en la onda y presumir de conocimiento. (Pág. 23)
Quizá algún olor delatara esa relativa paz, como dicen que exhalan los cadáveres de algunos santos, pensó Ariadna. Tal vez ya olvidara tantas cosas... como un día se le ocurriría a ella misma. Rut le había dicho: ¿cómo es posible que un día nos olvidemos de lo traspasado de belleza, por ejemplo, cómo es posible que lo oculte el olvido, que lo cierre como una roca a la cueva de Polifemo? Dentro de la cueva hay riquezas: quesos, pieles, corderos. También murciélagos que zumban y encarnan las obsesiones. Pero ahora, en su caso, ningún astuto Ulises, vilmente atrapado dentro, saldrá afuera por más que intente engañar con la piel de cordero sobre los hombros. El olvido no forma parte de ninguna aventura heroica, de ninguna victoria sobre la humillación que nos constituye como especie. (Pág. 27)
Pasifae se levanta, se atusa una especie de guayabera y dice:-¿Alguien sabe a quién pertenecen estos versos que desde esa mañana obstaculizan el transcurrir de mi inquieto cerebro -sí, es verdad, tantas veces acusado de disperso y excéntrico- y lo impiden ocuparse de asuntos de más enjundia y actualidad? -. Se adelantó unos pasos y declamó briosa:
En lo profundo del mar
Suspiraba un morrocoyo,
Etcétera
-Me suena que es de algún chino -dijo Zorba-. Pero no de hoy, sino de ayer, de aquellos de los aleros y los del trinar de oropéndolas. No de los actuales chinos polucionantes.
-Es agradable este poemita. Sumamente. Tiene algo de oración -dice Pasifae-. Yo, confieso, quise ser el amorcillo rosa de la tacita enana de Verlaine.
-¿Profesas en el convento del 'Sacro Vate'?
-¿Dije eso? Mmm, tal vez.
-Cuando hacemos u oímos poesía, nos instalamos en otra manera de vivir y respirar -dijo Ariadna con su voz suave y mesurada.
-Vale -adujo Pasifae-. Es un ritual un tanto grotesco. Me refiero a cuando se los lee en voz alta. Esa exaltación un tanto estúpida y sonrojante, esas subidas que parece que se abalanzan hacia el público con el verso en la cresta de una ola amenazante... Quiero leer muda. Enroscarme en un silencio bien embridado.
-Hay opiniones para todos los gustos, mijita. ¿Quién te proclamó portavoz de todos los paladares? -respondió, agrio, Perseo.
-Bien -arguyó Zorba-, lo importante es que esta Casa, como Casa de la Poesía y como librería, quiere permanecer en su ser, que es la característica principal de todo Ser.
-Sí, eso es de Spinoza -apuntó Perseo. (Págs. 30-31)
Y, bueno, el tono general es así, hasta donde he llegado. De Vega se gusta y le gusta gustarse. Imagino que habrá disfrutado inyectando su bagaje vital y cultural en El Doble Oscuro. Percibo que, sin demasiado soterramiento, se lee una crítica a la sociedad tinerfeña, al mundillo literario de allí y todo eso. Además, pronto resulta evidente que De Vega tiene muchas lecturas y que se siente cómoda con el lenguaje. A ese respecto, nada he de decir. Es su ejercicio literario lo que me resulta ajeno: no percibo apenas nada que me ancle a esta novela, ningún motivo por el que pueda apreciarla. Así que la abandoné sin remordimientos en la página 62.
Para una reseña mucho más extensa, y diametralmente opuesta en su valoración, como suele ser habitual por estos pagos, aquí. Otra, de nuestra apreciada Cecilia Domínguez Luis, con alusión al puzle literario incluida, aquí.
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