A la espera de nuevas lecturas y sus correspondientes reseñas, he decidido compartir con Vds. una breve reflexión sobre la tarea del reseñador bloguero. Con estas trece primeras novelas, me he dado cuenta de que el trabajo del reseñador literario es más duro de lo que parecía en un principio. ¿Por qué? Pues porque me identifico con aquel personaje de Ampliación del campo de batalla que decía: "Ojalá se me hubiera dado una vida sólo para leer" (ya me perdonarán la tilde en sólo, pero soy de la generación del Spectrum 48k, y esta madurez se plasma en que hay pequeñas batallas que uno no deja de librar, aunque transija de vez en cuando). No sabía entonces, pero sí ahora, que el reseñador no sólo lee libros buenos, no sólo lee libros de los que se convence que son buenos so pena de caer en el ostracismo del mal gusto, sino que por fuerza lee libros mediocres, malos y aún peores a los que jamás se habría acercado de otro modo. Llámenle a eso olfato o, si quieren, pre-juicios.
En todo caso, estas trece reseñas dan cuenta de libros cuya calidad, a mi entender, es de lo más dispar. Eso sí, los autores masculinos son abrumadora mayoría (12 a 1). Espero compensar esa proporción en los próximos días. Haciendo otra división, esta vez étnico-comunitaria, se puede ver que 7 corresponden a autores canarios, 3 a rusos, y 1 a un canadiense, a un austriaco y a un checo. Esa era mi intención desde un principio: dedicarle especial atención, pero no exclusiva, a la literatura escrita por canarios.
El balance es desalentador. Si excluimos, por considerarlo ya un clásico a Alonso Quesada, nos queda que, de los autores canarios reseñados, sólo Luis Junco, con su Entrelazamientos, da la talla. Las razones ya las he explicado en su reseña correspondiente. Sin ser una obra maestra, que no lo es, sí es una novela digna de ser leída. No puede decirse lo mismo de El sepulcro vacío, de Cecilia Domínguez, que, además de adolecer de una estructura confusa y de errores de incardinación temporal de la trama, suscita un aburrimiento insuperable. De hecho, es la única que no he terminado, una vez que reconocí que constituía una tarea superior a mis fuerzas. Por otro lado, Las calmas aparentes, de Federico J. Silva y La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo aspiraban a ser algo. Sin embargo, no han entrado en el reino de la ontología, sino que se han quedado en la cuneta de la historia. Seguramente hay destinos peores. Vs, de Sergio Barreto es una historia que sabe a ya leída muchas veces, y su estilo irrita que da (dis)gusto. Por último, de El tren delantero, de Emilio González Déniz, ya he señalado que es una tomadura de pelo completa. Debería estudiarse en la Universidad como ejemplo de escritura torpe y pretenciosa. Ya la primera frase le pone a uno el corazón en un puño: "Mi manera de vivir se aleja mucho de lo que se acepta socialmente". Joder, que estamos en 2017 (2016 cuando se publicó la cosa).
Hago constar que estas reseñas no implican un juicio a su trayectoria. Son críticas a una obra concreta, y me he esforzado por señalar y argumentar tanto sus defectos como sus virtudes. Que en algunos casos la novela (o lo que sea) suponga una nueva cima literaria o un desgraciado baldón es responsabilidad casi exclusiva de ellos/as.
Todos estos autores disfrutan de (cierta) fama y han ganado/recibido numerosos premios, seguramente por su obra anterior. Alexis Ravelo, por ejemplo, goza de reconocimiento nacional por sus novelas negras. Emilio González Déniz posee premios de todo tipo y disfruta de la admiración de numerosos seguidores. Cecilia Domínguez Luis, que es Premio Canarias 2015; Federico J. Silva, que ha ganado el premio Tomás Morales y el Ciudad de las Palmas de poesía, por lo que he leído; y Sergio Barreto (premio de novela Benito Pérez Armas, entre otros) son reconocidos poetas que en sus ratos libres se dedican a la prosa. Quizá el autor menos popular es, curiosamente, Luis Junco, aunque también ha recibido premios, etc. Con sus más y sus menos, todos han disfrutado en una época u otra del calor institucional en forma de patrocinios, cursos, conferencias, ediciones, etc. Lo cual no es necesariamente malo.
Quizá es difícil ser un/a escritor/a rebelde y vivir de la escritura. Quizá es que las administraciones públicas son entes neutros que apoyan la Literatura por su valor intrínseco (cualquiera que sea). Quizá es que cuando arrecia la vanidad, desaparecen los escrúpulos. Sin premios, además, parece que no eres nadie. Soy de la opinión que depender de los caprichos del concejal/consejero de turno no puede ser bueno para el artista, pero quizá estoy equivocado. Al igual que tampoco me parece saludable carecer de amigos que te señalen cuándo escribes tonterías o de un familiar jocoso que te ridiculice cuando crees que eres la leche.
Insisto en que habría que preguntarse por la razón de ser de los premios. En especial,de los premios otorgados por las administraciones públicas. Nadie los cuestiona, y ahí están todos esos artistas que por la mañana levitan entregados a la creación y por la tarde se pegan hostias por conseguir el premio de marras. O esos que una vez que lo han ganado/recibido, suspiran y exclaman, entre aliviados y enfadados: "¡Me lo merecía!" o "Ya era hora".
Asimismo, creo que cualquier reseñador/a con un mínimo de honradez debería tomarse en serio su tarea. Debería darse cuenta de que si la gente lo/la lee es porque espera un guía: alguien que, con su sincera opinión, ya sea por tiempo, lecturas o estudios sea capaz de hacer juicios y de argumentarlos. Lo que no puede ser, lo que es escandaloso, lo que resulta indignante, es que el/la reseñador/a mienta. Que, además, hurte al lector la información de que es amiga del escritor o su primo hermano, o que pertenece al mismo sello editorial, o que le debe un favor, etc. O, simplemente, el miedo a quedar mal. Hacer que el lector acuda engañado a la librería a comprar el librito recomendado es, simplemente, de sinvergüenzas.
Qué triste todo.
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jueves, 16 de febrero de 2017
miércoles, 11 de enero de 2017
'Las calmas aparentes', de Federico J. Silva
Haciendo un recorrido por las reseñas de otros escritores metidos a reseñadores, me he encontrado, respecto de esta novela, descripciones fascinantes tales como "novela caleidoscópica", "libro para leer rápido y pensar despacio", "libro canalla, poético y rayuelo" o "una de esas novelas que se quedan cuando todo se va apagando".
Lo de "rayuelo" y "caleidoscópica" se entiende porque la novelita (76 páginas) está compuesta de LIX pasajes o fragmentos o escenas o monólogos interiores y que se puede leer de dos maneras, de principio a fin o en plan piezas que se ensamblan por aquí y un poco de metaliteratura por allá. En principio, estos juegos arquitectónicos no me llaman la atención, pero tampoco es que vaya a quemar el libro por eso. Si lo hizo Cortázar...
Dejemos la arquitectura de lado, por un momento y centrémonos en la historia y en el estilo. Respecto de lo primero, lo que nos cuenta no es demasiado original, pero tampoco aburre: un periodista amargado que añora días mejores y que despotrica contra el curso que ha tomado el periodismo de ahora (todos sabemos que hubo una Edad de Oro en el periodismo, lo que ocurre es que nadie sabe muy bien cuándo fue ni cómo acabó). Este señor tiene una relación amatoria con una señora, que fue muy roja en su juventud y que, al parecer, es una leona en la cama y que engancha a los hombres con el sexo, como al periodista. Además, al rato aparece otro periodista, Manu, que se vuelve un Caballo de Troya en la redacción, y un personaje (creo que es político), Fernan, que le da por el cruising, y otra periodista más, Maica, que acabará por ser la preferida del protagonista (por lo que el arma del sexo no es tan definitiva como parecía) y escribe una novela que.... Algún personaje más hay y alguna cosa más pasa, pero es que soy muy bueno resumiendo y Las calmas aparentes se acaba pronto. Así pues, aparte de la(s) historia(s) de los personajes, hay crítica social, reflexión sobre el capitalismo de los últimos tiempos, el servil papel del periodismo y tal.
Lo que no está nada mal. Lo de la crítica, digo.
PERO respecto del estilo: es probable que los seguidores de la obra poética del autor hayan quedado embelesados por las vueltas de tuerca creativas de las que, según dicen, hace gala ("transgresor y juguetón", señala Alexis Ravelo). En mi opinión, si de algo carece esta novela, lamentablemente, es de Literatura. Apenas alguna frase, algún adjetivo se salvan del estilo periodístico que impregna la novela, y que no emana de la personalidad de algún protagonista. No. Estilo periodístico que, se entiende, no es ningún elogio, sino un defecto grave. Me refiero a esa forma plana y estereotipada de contar las cosas, ese uso típico de unir sustantivos con adjetivos, de verbos con adverbios y, sobre todo, ausente de ideas. Lo dicho, apenas un átomo de Literatura, apenas una gota de escritor, por mucha denuncia que exprese.
Hay algo que he venido notando, una especie de característica común, en las novelas de los autores canarios que he venido reseñando: cuanto más se esfuerzan por transcribir un habla coloquial o un idiolecto particular, más forzado parece el estilo. O eso, o se pasan al estilo folleto de Ayuntamiento. Les falta, a falta de otro término más preciso, naturalidad. Así, a los personajes les falta color, sustancia, corporeidad; uno tiene, a veces, que indagar quién está hablando/pensando en un momento determinado porque no están bien delineados. Les falta personalidad. En algún sitio leí que los poetas se ocupan de las palabras y los novelistas, de personajes. En esta novela, faltan ambos.
Algo bueno: no aburre. Bueno, no aburre demasiado. Tanto por la estructura (LIX pasajes) como por la extensión (76 páginas), no me sentí animado por ideas de aniquilación personal. A esta edad ya nota uno cómo la percepción del tiempo ha cambiado. ¿Qué es una hora leyendo? He perdido el tiempo con cosas peores, para ser sinceros, pero le falta poco.
No obstante lo anterior, uno se pregunta para qué escribir esta novela y para qué leerla. ¿Qué animó a un poeta laureado a embarcarse en la escritura de una novela o algo parecido? ¿Exploración? ¿Convertirse en un literato polivalente? ¿Vanidad? ¿Le convenció también una amiga reseñadora?
Algún día conoceremos la verdad.
Lo de "rayuelo" y "caleidoscópica" se entiende porque la novelita (76 páginas) está compuesta de LIX pasajes o fragmentos o escenas o monólogos interiores y que se puede leer de dos maneras, de principio a fin o en plan piezas que se ensamblan por aquí y un poco de metaliteratura por allá. En principio, estos juegos arquitectónicos no me llaman la atención, pero tampoco es que vaya a quemar el libro por eso. Si lo hizo Cortázar...
Dejemos la arquitectura de lado, por un momento y centrémonos en la historia y en el estilo. Respecto de lo primero, lo que nos cuenta no es demasiado original, pero tampoco aburre: un periodista amargado que añora días mejores y que despotrica contra el curso que ha tomado el periodismo de ahora (todos sabemos que hubo una Edad de Oro en el periodismo, lo que ocurre es que nadie sabe muy bien cuándo fue ni cómo acabó). Este señor tiene una relación amatoria con una señora, que fue muy roja en su juventud y que, al parecer, es una leona en la cama y que engancha a los hombres con el sexo, como al periodista. Además, al rato aparece otro periodista, Manu, que se vuelve un Caballo de Troya en la redacción, y un personaje (creo que es político), Fernan, que le da por el cruising, y otra periodista más, Maica, que acabará por ser la preferida del protagonista (por lo que el arma del sexo no es tan definitiva como parecía) y escribe una novela que.... Algún personaje más hay y alguna cosa más pasa, pero es que soy muy bueno resumiendo y Las calmas aparentes se acaba pronto. Así pues, aparte de la(s) historia(s) de los personajes, hay crítica social, reflexión sobre el capitalismo de los últimos tiempos, el servil papel del periodismo y tal.
Lo que no está nada mal. Lo de la crítica, digo.
PERO respecto del estilo: es probable que los seguidores de la obra poética del autor hayan quedado embelesados por las vueltas de tuerca creativas de las que, según dicen, hace gala ("transgresor y juguetón", señala Alexis Ravelo). En mi opinión, si de algo carece esta novela, lamentablemente, es de Literatura. Apenas alguna frase, algún adjetivo se salvan del estilo periodístico que impregna la novela, y que no emana de la personalidad de algún protagonista. No. Estilo periodístico que, se entiende, no es ningún elogio, sino un defecto grave. Me refiero a esa forma plana y estereotipada de contar las cosas, ese uso típico de unir sustantivos con adjetivos, de verbos con adverbios y, sobre todo, ausente de ideas. Lo dicho, apenas un átomo de Literatura, apenas una gota de escritor, por mucha denuncia que exprese.
Él me gusta y yo le gusto cuando callo y parezco como ausente aunque me rehúye y no me saluda con un beso como los demás de la redacción. Fue a consolarme cuando el director me echó la bronca. Mi primer trabajo después de terminada la carrera puesto que las prácticas en la televisión autonómica no cuentan. Empecé haciendo Cultura porque puse en el currículo que me fascina leer y quiero ser escritora y es el vía crucis habitual para ir soltándose en esto. No me creo mejor que nadie y na más que presumo de lo que he leído. Con el tiempo aprendí que era la sección de menor importancia en los medios y en el país y si la cagaba no pasaba nada.
En esta profesión por desgracia el intrusismo está generalizado, que a mí no me inquieta, aunque suele ser esa gente la que no dura mucho en esto. Cuando llega empieza a dejarse querer por los políticos y los prebostes empresariales para ir trabajándose un gabinete de prensa en el que vegetar y montarse. (...) Me la pela si no tiene el título porque tengo compañeros que tampoco lo tienen y me darían clases de periodismo hasta hartarse. Lo que sí me jode es que esté con lo de que esto se aprende en el primer día de clase y en la cafetería si leyeran El libro de estilo eso hay que saberlo como el Padrenuestro y el himno del Madrid, como si él lo hubiera escrito, el capullo.
Yo siempre he necesitado sentirme deseada. Estoy acostumbrada a llevarme al actor principal de la obra. Me hace sentir bien. No soporto que me rechacen. Mataría si eso ocurriese. No paré hasta que me levanté a mi antiguo jefe de negociado. Lo marqué desde que dijo que era hombre de una sola mujer. Se equivocaba. No te preocupes te guardaré el secreto. En esta ocasión es diferente. Asun dice que vivo en un mundo de espejos y que mis relaciones se hacen añicos cuando te cansas de las imágenes que reflejan. Ella es la mujer de las frases ingeniosas y de los libros de autoayuda. Y no estoy para sus sentencias de perfecta casada.
Hay algo que he venido notando, una especie de característica común, en las novelas de los autores canarios que he venido reseñando: cuanto más se esfuerzan por transcribir un habla coloquial o un idiolecto particular, más forzado parece el estilo. O eso, o se pasan al estilo folleto de Ayuntamiento. Les falta, a falta de otro término más preciso, naturalidad. Así, a los personajes les falta color, sustancia, corporeidad; uno tiene, a veces, que indagar quién está hablando/pensando en un momento determinado porque no están bien delineados. Les falta personalidad. En algún sitio leí que los poetas se ocupan de las palabras y los novelistas, de personajes. En esta novela, faltan ambos.
Algo bueno: no aburre. Bueno, no aburre demasiado. Tanto por la estructura (LIX pasajes) como por la extensión (76 páginas), no me sentí animado por ideas de aniquilación personal. A esta edad ya nota uno cómo la percepción del tiempo ha cambiado. ¿Qué es una hora leyendo? He perdido el tiempo con cosas peores, para ser sinceros, pero le falta poco.
No obstante lo anterior, uno se pregunta para qué escribir esta novela y para qué leerla. ¿Qué animó a un poeta laureado a embarcarse en la escritura de una novela o algo parecido? ¿Exploración? ¿Convertirse en un literato polivalente? ¿Vanidad? ¿Le convenció también una amiga reseñadora?
Algún día conoceremos la verdad.
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