lunes, 28 de enero de 2019

'Honrarás a tu padre y a tu madre', de Cristina Fallarás

  Enero es un cuervo que grazna y que además tiene dientes. El mes de la resaca temprana y del desánimo de lo que queda por delante. Es un mes, por tanto, que esconde el fuego bajo el hielo, el hálito de la vida bajo la losa de los sucedáneos. Enero es un mes para forjar inicios, para idear planes que ya abandonaremos, quizá en marzo o en abril. A lo más tarde, en junio. Enero tiene nombre de dios caprichoso.

  Desconfíen pues de enero, pero al mismo tiempo, ámenlo. 

  Escrito lo cual, me permito recordarles que publicar mucho no significa escribir bien, ni tampoco asegurarse la memoria en aquellos que nos sucederán. A veces, 'a' sólo significa 'a', ni 'b' ni 'c'. Así, publicar significa que lo escrito va a tener, digamos, forma de libro, encuadernado, con número de registro, etc., y que otros, aparte de quien lo haya escrito, podrán adquirirlo o llegar a su posesión, normalmente en una librería o tienda, física u on-line. Siguiendo esta lógica, muchísimas personas escriben, unas cuantas menos (pero no muchas menos) consiguen que se publiquen sus escritos, y muy pocas escriben buenas novelas. 

  Todo resulta obvio, pero a veces conviene recordarlo. Por la misma razón, una columnista de a diario, o de fines de semana, en el periódico local escribe mucho. No significa ni que escriba con estilo ni que sepa de lo que escribe. Sólo demuestra que ha adquirido el oficio suficiente para rellenar el espacio que le han dejado. Poca cosa, sin duda, pero eso es lo máximo a lo que aspira gran parte de nuestro periodismo y de nuestra intelligentsia local. A veces se confunden ambas, pero da igual, dado su, por lo general, paupérrimo nivel.

  El mundo sigue girando, no obstante, por lo que deduzco que las miserias de los escritores sin talento ni ambición artística y de los opinadores ignorantes no importan demasiado.






  Recordemos que esta es una novela: al menos se vende como una. Podrá ser también una autobiografía o, si quieren una autobiografía novelada, pero una novela. También es cierto que una biografía no necesita ser una novela para que se le pudiera considerar literatura. En todo caso, la biografía novelada rellena los huecos con imaginación y con presunciones y suposiciones, y aspira no a un mero contar, sino a un contar artístico. Ese fue el caso de la lamentable Ordesa, de Manuel Vilas y este es el caso de la más que digna Honrarás a tu padre y a tu madre, de Cristina Fallarás.


  Hay que señalar que la novela de Fallarás tiene dos planos principales: a) la narración de la historia de sus antepasados por la rama materna y la paterna; b) la narración de sí misma. En el caso a), las historias se leen con interés: como yescas que prenden en la noche de la memoria, los fogonazos de luz que Fallarás ha logrado arrojar sobre sus ascendientes y, por ende, sobre parte de la historia de España, resultan literariamente notables. Una prosa cuidada, contenida, salvo excepciones, de conducción firme. Los diálogos son correctos, logrando que los personajes se muestren mediante sus mismas palabras, a los que además dibuja con contados pero significativos trazos.


Cuando llegan frente al cementerio de Torrero, el Félix Chico ya ha tenido tiempo de arrepentirse de su vida entera, planear una nueva y entender que va a morir. 
Afuera hace horas que se ha cerrado la noche. A las nueve nada se oye, ningún ladrido. Ya lo ha dicho Revilla, su amigo, en lo que ahora le parece otra vida, hasta los perros han salido huyendo del camposanto. La media luna despejada ilumina una tierra desnuda y seca. Los hombres mudos desde que han apagado el motor, tiritan sin mirarse. La tapia de ladrillo ocre, del humilde ladrillo de tierra sin agua, no llega a los diez metros. La tapia es todo. El final desnudo, seco, ocre. (Pág. 72)

Ya han empezado los gritos y los cánticos. A las puertas del colegio de los jesuitas de Valladolid, a las once de la mañana de este 4 de febrero se agolpan varios cientos de personas que ocupan la calle entera y algunas de las vías aledañas. "¡Arriba los valores hispánicos!"Desaparece el control del cuerpo. Tiembla la barbilla y las manos tiemblan y las piernas parecen perder sus huesos. Desaparece el control del cuerpo. Un fogonazo echa a temblar la mente, que no atina, y entonces la inteligencia no es inteligencia sino este fogonazo. Desaparece el control del cuerpo. Unas ganas insoportable de orinar dan paso al grito. 
-¡¡Delfín!!" 
Allá lejos, su hermano menor alcanza a oír el alarido de Pablo. Este mira hacia todas partes para localizar a su tía Cristina. Tras el empujón de los guaridas, un grupo de las JONS la arrastra hacia el centro del tumulto. Cantan himnos a favor de la muerte, España y la muerte, Su España. Pablo interroga a Delfín con la mirada. Ha perdido el control de su cuerpo y tiembla junto a la puerta principal del colegio por la que acaban de entrar las autoridades republicanas a tomar posesión. ¡España", una voz bronca, rota. ¡Una! Su hermano menor se encoge de hombros, muestra las palmas hacia arriba y enarca las cejas en un gesto de qué le vamos a hacer. ¡España!"¡Grande! En un gesto de Tú lo has querido así. Se da la vuelta y se une a un grupo de jonsistas. ¡España! ¡Libre! Pablo alcanza a ver cómo, entre cientos de cabezas, su hermano Delfín saca la mano y en la mano un objeto. Entonces suena un tiro y él, Pablo, se vuelve hacia donde avanza el Gobernador y grita con toda la fuerza de su temblor. 
-¡¡¡Viva la muerte, carajo!!! (Págs 125-126)


  En el b), quizá por hablar de sí misma y de su mundo interior, de sus emociones y reacciones, la autora se suelta, pero para peor. No solo es que el tono afloja, se deslavaza, aunque se pretenda más dramático o enérgico, sino que sus reflexiones y conclusiones no emocionan, al menos no suscitan la impresión que sí proporcionaban las historias familiares. Esos defectos puede que resulten inevitables, en la medida que la investigación familiar necesita de un esfuerzo metódico, lo que impregna la narración, y que no sucede con la propia expresión de sentimientos y relato de los avatares personales.


La urbanización cerrada y vigilada a la que llamaron Grand Oasis Park surgió de una idea que cuatro décadas después ha acabado teniendo mucho predicamento: nuestros hijos -genética aparte- no son fruto de la educación que les damos, sino de la influencia de su entorno, digamos que en un porcentaje de un veinte frente a un ochenta por ciento. Los intelectuales ultraconservadores, siempre tan preocupados por encontrar una exculpación a sus abscesos. Lo hijos, oh, fruto del entorno. Delitos, faltas, flor de contexto. De ahí urbanizaciones como la Grand Oasis Park, para aislar a los vástagos de posibles infecciones. (Pág. 35)


Entiéndase que yo no es que tuviera un abuelo asesinado o fusilado en la Guerra Civil española. Ni siquiera un abuelo asesinado a secas o un abuelo que desapareció. No tenía un abuelo en absoluto. No tenía un abuelo por la simple razón de que mi padre no tenía un padre. Punto. Nada. Se llama Elimina el Rencor y Olvida lo Que Pasó. Se llama Rencoroso el Que se Acuerde. Se llama Tú te Callas porque Perdiste la Guerra. Se llama Olvida que Existió.
No tengo mito. No tengo ausencia. No hay dolor en el no-abuelo que tengo. No he recibido ni sufrimiento, ni rabia, ni melancolía, ni nada de nada. Por eso, deduzco, no siento nada. Pasmo, si acaso. (Pág. 88)

Qué acierto, qué acierto dejarlo todo y salir a pie, echarme a andar. A medida que han ido pasando los días en la Grand Oasis, se ha afianzado mi convencimiento de que aquel arranque fue ya el primer paso para salvarme, y que sin eso, sin haber echado a andar desnuda de las cosas y las personas, nada de todo esto habría sido relatado. Aquello que poseemos, que creemos poseer, ahuyenta a nuestros muertos, impide que sus voces lleguen hasta nosotros. Quizás todo silencio, todo miedo, toda cobardía estén construidos para poseer, para acumular, para no perder aquello que creemos poseer. 
O podría deberse también a nuestra necesidad de ser amados. O sea, de pertenecer. (Pág. 167)

  En todo caso, la indagación moral de Fallarás no consiste en la crueldad de los vencedores de la guerra civil y la bondad de los perdedores, en un maniqueísmo que resultaría impropio de la inteligencia que evidencia. La autora pretende más bien indagar y a continuación superar los silencios en una familia cuyas ramas paterna y materna no solo estuvieron en distintos campos tras el golpe franquista, sino también en distintos campos sociales, antes y después. En ese sentido, el silencio de la familia es el reflejo a pequeña escala del silencio que España ha mantenido tanto tiempo respecto de la Guerra Civil, silencio de humillación y de vergüenza, y silencio de advertencia, no lo olvidemos. Un silencio que envenena y que no consigue hacer olvidar, sino que reprime, y ya se sabe que lo reprimido siempre retorna, y con más fuerza.

  El resultado resulta, pues, algo disparejo, pero, por encima de ello, nos encontramos con una historia conducida con pericia, y con frases y escenas que la hacen, en definitiva, buena literatura.











lunes, 21 de enero de 2019

'Un hombre: Klaus Klump', de Gonçalo M. Tavares

Cuando se habla de literatura, es habitual hablar de buena literatura o de mala literatura. También, quizá algo menos frecuente, de alta (sic) literatura y de baja (sic) literatura, quizá como reflejo de la dicotomía conceptual entre alta (sic) cultura y baja (sic) cultura, o de manera más cursi como "arte con mayúsculas"y arte, se supone, con minúsculas. En estos casos, cualquier tipo de ficción que responda a unos mínimos se incluye bajo el epígrafe de Literatura, y es dentro de ella cuando se realizan las distinciones correspondientes.

Algo más extrema es la opinión, quizá de elitistas de la literatura (y del arte, en general), de que hay productos de ficción (aunque ficción es también un concepto problemático), la mayoría, que pueden ser bestsellers; otras, meros entretenimientos, etc., pero que no corresponden, no entran dentro, de lo literario. Para ellos, la literatura, como conjunción de forma, método de investigación y reflexión moral y logro estético, solo abarca unas pocas obras a las que se ha considerado de calidad suficiente. En el primer caso, encontraríamos a Terry Eagleton (El acontecimiento de la literatura), por ejemplo, y en el segundo, a Eduardo Lago (Walt Whitman ya no vive aquí).

Yo soy partidario del primer punto de vista (aunque simpatice con el segundo) porque a pesar de que uno pueda detestar profundamente muchas novelas como las que he reseñado en este blog, no puedo negarles la categoría de literatura. Creo más bien que la opción por la exclusión de Eduardo Lago constituye el afán por acotar un espacio en el que solo lo verdaderamente artístico pueda entrar: una zona vip para obras selectas aunque siempre pueda uno cuestionar cualquier canon y al tribunal que dicta las inclusiones en aquél. 

Trayéndonos esta dicotomía al ámbito local, resulta evidente que a tenor lo que se publica cada año, no hay peligro de escasez de producción literaria canaria (o española). Si yo fuera Eduardo Lago, supongo que, por el contrario, solo vislumbraría un desierto literario pues rara es la novela (excepciones hay) que me haya impresionado de tal modo que pudiera calificarla de Literatura (con mayúscula). No obstante, siempre comienzo a leer con la esperanza de la epifanía.

Valgan estas reflexiones, no exhaustivas, para presentar la reseña de la siguiente novela:





Esta novela, escrita por el autor portugués Gonçalo M. Tavares, autor del que me atrevería a decir que no es tan conocido como, por ejemplo, el casi omnipresente y casi canario de adopción José Saramago, se publicó en 2003 y fue traducida al español en 2006. Así pues, no se trata de una novela reciente, y, como de otros autores/as que de los que he escrito en el Polillas, es posible que su estilo y sus preocupaciones hayan cambiado. No obstante, siempre me enfrento a una novela no como si fuera la primera o la última, sino como si fuera única. Considero que su valor artístico-literario no debe depender de otros contextos extraliterarios que el de mi reflexión, pues yo ya estoy situado en el tiempo y en el espacio y a mí me corresponde, en todo caso, llevar a cabo la labor hermenéutica que considere procedente.

Un hombre: Klaus Klump es una novela que desde el comienzo ya tiene una virtud: un estilo propio, construido en gran medida a base de frases cortas, con abundante uso de metáforas y símiles que a veces se acerca a la poesía y en otras al aforismo (últimamente tan de moda, al menos en las Islas):


La bandera de un país es un helicóptero: hace falta gasolina para mantenerla en el aire. La bandera no es de tela sino de metal: se agita menos al viento, ante la naturaleza.
Avanzamos sobre la geografía, estamos aún en el lugar de antes de la geografía, en la pregeografía. Después de la Historia no hay geografía. 
El país está inacabado como una escultura. Fíjate en la geografía de un país: le falta terreno, escultura inacabada. Invade al país vecino para terminar la escultura. Guerrero escultor. (Pág. 11)

La novela, a través de unos cuantos personajes: Klaus, Johana, Hertha, Xalak o Leo Vasta, entre otros, narra la situación de un país que ha sido invadido. Así, la suerte de los ciudadanos, la resistencia guerrillera, la brutalidad de los conquistadores y, sobre todo, la lucha por la supervivencia conforman ejes a partir de los cuales se desarrolla la trama, mediante las historias entrecruzadas de aquellos.

Destaco, sobre todo, que el tono que Tavares consigue imprimir, mediante ese estilo propio, que se sustancia en escenas de gran condensación narrativa, y por tanto potentes y evocadoras. Consigue imágenes inéditas de una resonancia perdurable, lo que ya es mucho decir. 



Nadie ama a un cobarde, lo que significa que mientras se ama no se logra ver la cobardía en el otro. 
Un día, Johana volvía de la tienda de comestibles con tres manzanas carísimas y oyó una orquesta que, en medio de la calle interrumpida y casi vacía, tocaba músicas que ella no conocía. No había palabras, pero la música no era de su país. Esta música no es de aquí, pensó Johana, y empezó a correr muy deprisa, en dirección a casa, y mientras corría lloró. 
La música es una señal de la humillación. Si quien ha llegado impone su música es porque el mundo ha cambiado, y mañana serás un extranjero en el lugar que antes era tu casa. Ocupan tu casa cuando ponen otra música. (Pág. 27)


Una mariposa asquea hasta cierto punto. Una belleza en avión minúsculo, demasiado colorido. A Klaus le gusta coger mariposas con la mano derecha y apretar con fuerza hasta que entre los dedos le saliera una sustancia de colores. Es el único animal que incluso aplastado resulta estético. (Pág. 31)


Klaus tenía los labios negros, como si hablara otra lengua. Había perdido la patria, y con ella cada palabra antigua se había vuelto escandalosa. Eran palabras negras. Le quemaban los labios. 
Klaus, de joven, había sido famoso por sus labios prominentes, labios indecentes, al decir de alguna chica. 
Klaus estaba en la cárcel junto a Xalak, el hombre que salivaba demasiado, el hombre que le había babeado la nuca, el hombre que era el dueño de la celda. Se habían hecho amigos. Xalak era el mayor, era el jefe. Hace siete años que comparten la misma celda. Hablaban. Pág. 67)


El problema consiste en que este estilo fragmentario, de frases cortas y párrafos menudos, requiere una tensión constante para que el tono no decaiga, lo que no siempre se consigue en esta obra. Así, a menudo tiene uno la impresión de cierta banalidad en la información, y se producen repeticiones que empobrecen el texto, aunque el resultado, en general, sea más que convincente.

Aparte del estilo, las historias, aunque relacionados por los vínculos que tienen entre sí los personajes, no acaban de formar un todo literariamente sobresaliente. Por esto quiero decir que hay personajes que no logran encarnarse del todo: algunos aparecen difuminados mientras otros, como es el de Klaus o Hertha acumulan protagonismo, sin que las razones parezcan claras salvo en que sus avatares desembocan, quizá, como metáfora de la misma humanidad en distintas formas de llegar al mismo conformismo, ya sea por la rebelión, ya sea por la adaptación. En el plano moral, tal vez sea realista, pero también decepcionante. En estas ocasiones, me planteo el porqué de las historias, una vez que ya hace tiempo que no nos hacemos ilusiones sobre la supuesta inevitable marcha hacia el progreso de los seres humanos.

Al mismo tiempo, a pesar del entrecruzamiento de las historias, no puedo dejar de percibir la atomización  de los personajes, por cuanto parecen mónadas aisladas que, de cuando en cuando, chocan con otras, pero sin que eso suponga una transformación de alcance general. Las mismas historias dan la impresión de parábolas sin conclusión o sin enseñanza. Como si el artefacto metodológico hubiera sido la creación de minirrelatos independientes pensados para conectarse en un punto B o en uno C y confiar en que cualquier impresión que hubiesen logrado suscitar en nosotros fuera suficiente. Quizá tanto la contención estilística como lo ajustado del diseño narrativo suponen un cinturón de pocos agujeros para que la novela dé de sí todo lo que contiene en potencia.

Bien puede ser que todo lo que estoy diciendo como un defecto sea una virtud para otros, si la intención final no fuera otra que transmitir la impotencia y la soledad de los personajes en un mundo áspero, hostil y violento. En tal caso, solo habría que culpar a mi insuficiente inteligencia y a mi embotada sensibilidad. Sea como fuere, esta obra es literatura con aspiraciones y no de entretenimiento fugaz. 





















viernes, 11 de enero de 2019

'La espiral del silencio', de Mayte Martín

Resulta francamente vergonzoso ver cómo personas a las que uno tuvo la desgracia de conocer, obligado por tener que mantener algún tipo de trato profesional, laboral o social, y que se comportaron como verdaderas hijas de puta (no en sentido literal, sino en el común: malvadas, malas) van por ahí, sobre todo en las redes sociales y, las que pueden, en los medios de comunicación, dando consejos de vida y exhibiendo un talante progresista. Pasmoso, de rechinar los dientes. Mucha de la mala fama de lo progre proviene de esos ejercicios de hipocresía. En el espacio público es común que se defienda lo propio haciéndolo pasar por algo de interés común, y no menos hacerse pasar por abanderado de la justicia en general cuando se es injusto en particular.

En otro orden de cosas, la producción literaria no para, no para, y sus puestas de largo, también llamadas presentaciones, en librerías, casas-museo, caserones, casinos, bodegones y páramos desolados se anuncian como eventos culturales. Al fin y al cabo, se publicita como relevante lo que no es más que incitación a la compra. Uno tiene que ver de todo en esta vida para morir con impresión de hartazgo y apariencia de completitud. Además, de algo tiene que vivir un montón de gente dedicada a eso que llamamos cultura, que, la mayor parte del tiempo, no es más que, parafraseando a Alain Brossat, imposiciones de consenso, ideología de cohesión y ocultación del conflicto social. 

En fin, que me pierdo. Tiene el controvertido honor de ser causa de la primera reseña del año de este blog minoritario la siguiente novela:






Así es, La espiral del silencio: título homónimo de una obra de la politóloga Elisabeth Noelle-Neumann y que versa, grosso modo, sobre el peso aplastante de la opinión mayoritaria en la sociedad sobre las disidentes, que suelen quedar acalladas. Es, como pueden apreciar, un concepto de uso común entre los sociólogos, teóricos de la comunicación y también para algunos periodistas, entre los que se incluye la autora (free-lance). El periodismo de investigación y sus riesgos constituyen el leitmotiv de la obra. Así, según se señala en la contraportada: "Es una novela que reivindica la libertad de expresión, y hace un guiño a la falta de protección de los profesionales de la comunicación en zonas de conflictos". Loable intención, sin duda.

No obstante, no bastan las buenas intenciones para escribir una novela aceptable. Si fuera así, todo sería más sencillo, porque miren que hay asuntos lamentables sobre los que escribir de nuestra desgraciada condición humana y del mundo en general. La espiral del silencio denuncia mucho, una y otra vez, pero como creación literaria resulta muy deficiente en todos los aspectos que uno pueda imaginarse. Me atrevería a decir, a tenor de lo leído, que incluso en aquellos ni siquiera sospechados.

En la novela se narra la investigación del asesinato de una periodista, Frida, presuntamente por un grupo de sicarios de ramificaciones internacionales, especializados en matar periodistas críticos con el poder: gobiernos, mafias, etc. Sobre esta base, la autora pretende lanzar un alegato a favor de la libertad de expresión, de prensa y de la democracia.

La novela está contada desde dos puntos de vista. El primero, el predominante, es el habitual de un narrador en tercera persona, enfocado en la personaje principal, Sandra que es criminóloga. Esta, acompañada de un amigo fotoperiodista, Nico, intentarán resolver las causas del asesinato y si es posible denunciar a sus perpetradores. El segundo punto de vista consiste en periódicos monólogos interiores de Sandra (en cursiva). En ambos casos, el estilo de Mayte Martín es deplorable: es posible que haya recorrido todos los senderos posibles que llevan al lugar común, a la frase hecha y al personaje manido, vistos y leídos un millón de veces.

Aparte de eso, no hay voluntad de estilo. No se percibe el menor esfuerzo por construir párrafos o frases con intención artística, por modesta que se pretenda esta. No hay condensación del pensamiento, aquilatamiento de la idea, pulimentado de la intuición. No hay literatura, no hay arte por ningún lado. Nada que la haga una novela que merezca la pérdida de tiempo en leerla, por insulsa que sea nuestra vida. No sé que es peor: los intentos de la autora por dotar de vida interior a la protagonista, las escenas de pretendido erotismo o los párrafos que denuncian la situación de los periodistas por el mundo. 

Normalmente, selecciono fragmentos que ejemplifiquen lo que afirmo, mis impresiones de lectura. En La espiral del silencio cualquier párrafo vale, todos son igual de insustanciales. Voy con algunos:


Sandra pensó que de haber sido periodista le hubiera encantado hacer todos esos reportajes... sintió cierta envidia al recordar la cantidad de veces que la acompañó a recoger premios... su amiga iba siempre guapísima con su pelo rizado rubio, sus escotes, sus zapatos de tacones para ocasiones especiales. Frida era una chica muy atractiva, quizá algo menuda, pero no le restaba interés... era muy coqueta, le gustaba llamar la atención, en verano con tops enseñando el ombligo y zapatillas planas con los dedos al aire, eso sí con pantalones, rara vez usaba trajes o faldas, pero no necesitaba enseñar las piernas porque se imaginaban bajo los pantalones de telas vaporosas. 
El día de su muerte llevaba unos vaqueros, una camisa blanca, botas de tacón y un minúsculo chaleco del mismo color... siempre con aquellos interminables escotes que dejaban ver en muchas ocasiones su ropa interior cara, de encajes y colores. Tenía poco pecho y solía usar sujetadores con relleno. Le gustaba mucho la ropa interior, le daba más importancia que lo que llevara encima, y no reparaba en gastos cuando se trataba de adquirir su lencería. Incluso en invierno se las apañaba para llevar escote. Le gustaban las mujeres guapas, era exigente con ello, además femeninas, como su mujer. Mercy es más alta y de mayor envergadura, pero sin duda también una mujer muy atractiva. De cabello castaño lacio, jamás por debajo de los hombros y siempre arreglada de peluquería, con una manicura y pedicura siempre impecables y una forma de vestir algo más recatada, más de trajes chaquetas, faldas rectas y blusas bien abrochadas, carecía del desparpajo insinuante de Frida, pero era muy guapa, se daba un aire a Olivia Wilde, algo que ella explotaba y por lo que se ganó el apodo de Trece. Dos mujeres muy guapas, sin duda y hacían buena pareja, se entendían a la perfección. (Págs. 21-23)
 Le sorprendió la actitud de Nico, y comprendió entonces que sí él como periodista estaba dispuesto a pasar por un cambio radical, es que su olfato iba más allá de la amistad con Frida, que era intensa, pero su interés por la verdad era lo más grande que poseía, lo que le hacía un ser especial, adorable. 
Nico afeitado, con corte de pelo y nuevo vestuario no parecía él... pero ella con pelo largo rubio, maquillada y minifalda... se miraban en el espejo y parecían realmente otras personas. Ella estaba acostumbrada a los cambios de imagen, los criminólogos y detectives muchas veces hacen cursos de maquillaje e imagen para poder pasar desapercibidos, pero nunca se le ocurrió ponerse melena larga y rubia nórdica... Pensó si los policías del aeropuerto los reconocerían, y rio en silencio. (Pág. 37)
Frida era una estrella, de esas personas que nacen con tanta luz, popular, habladora, risueña... siempre trataba de echar una mano a quienes no tenían su misma suerte. Divertida, despreocupada, aquella forma de ver la vida como una inmensa obra de arte. Decía que todos éramos parte de un cuadro, de una obra de teatro, personajes de novela, que todos éramos piezas de ajedrez, fichas de parchís, blancas de dominó, ases en la manga y comodines para el mundo. Me exasperaba a veces con su cierta dosis de cinismo e incluso nihilismo, a veces era la persona más creyente del mundo y acto seguido blasfemaba. Era feminista a muerte, pero a veces ofendía a algunas mujeres. Me decía que todos teníamos contradicciones, que somos aristas de un poliedro y no podemos tener opiniones irrefutables e inflexibles. Frida era mi amiga, esa es la palabra que la define, amigo, todo y nada... ausencia y a la vez tengo tanto de ella. Debo seguir mi instinto, sé que tengo que buscar más allá de la noticia que busca Nico, tengo que leer entre líneas, tengo que trazar un nexo común entre todos estos datos, debo encontrar mi propia línea de investigación. Voy a sacar la brújula interior, tiraré los dados marcados que ella dejó, solo debo encontrar las muescas. (Págs. 114-115).

Es así la novela hasta donde pude leer, como si a la autora le hubiera acometido un ataque de escritorrea y, con el entusiasmo de esos momentos, la hubiese excretado de un tirón. También es digno de reseñar su apego por los puntos suspensivos, que se vuelven de lo más irritante, por arbitrarios. "En busca del estilo sincopado" o algo así podríamos titular.

Un par de ejemplos:


Sandra no pudo continuar leyendo... buscó desesperada una botella de vino donde de sobra sabía que había... en el camino encontró una de tequila y eso le sirvió para que después de un par de tragos a pelo, sin comer, después del viaje y el cansancio acumulado por el insomnio le diera por llorar... llorar a moco tendido, llorar hasta desfigurar sus ojos hinchados, su nariz colorada... y encontró un hombro en el que llorar... unos brazos que la llevaron hasta el baño más cercano para vomitar, la bilis, la hiel... el dolor... 
Nico la metió en la ducha... la refrescó, la llevó hasta una habitación donde la metió en cama y dejó que durmiera. Buscó por la casa aspirinas, paracetamol, ibupofreno (sic)... algo que pudiera calmar la jaqueca que sabía iba a desencadenarse ... buscó comida, algo que preparar en una casa fantasma... una casa que tenía esculturas y cuadros hasta en los cuartos de baño, la cocina... parecía los bajos de un museo y un museo que él no conocía. (Págs 40-41)
El periodista mexicano y sus compañeros intentaban hacer un análisis profundo de la realidad del narcotráfico y el tráfico de armas, lo que les convertía en héroes nacionales... tenían un control exhaustivo de la situación... no solo de su país, sino que habían creado una organización internacional una red casi tan preparada como la de las mafias, en la que sus armas eran la información. Contactos con Colombia, Perú, Argentina, Paraguay... (Pág. 65).

Los diálogos, por seguir desmenuzando, son, en la línea que estamos apuntando, romos, toscos y, lo peor, previsibles. La novela comienza con uno entre Sandra y Mauri, un policía:


-Mauri déjame que te ayude con este caso, sabes lo importante que es para mí... 
-Precisamente por eso no puedo dejarte, estás demasiado implicada personalmente, sí que no me toques las pelotas y desaparece de mi vista, bastante tengo ya con aguantar a los jefazos. 
-Sé que es mucha presión, los medios, el colectivo de lesbianas, las feministas, la familia, y nosotras las amigas, pero por eso me necesitas más que nunca. Mi relación personal con ella puede ser positiva. Ha pasado una semana y ya estoy mejor, ahora puedo empezar a recomponer todo y ayudarte a buscar a quien la mató. 
-Sandra lárgate ya, te he dejado pasar por ser tú pero, estoy hasta los cojones de que venga todo el mundo a presionarme con esta historia. ¿Sabes la de llamadas telefónicas de locos y locas que recibimos al día que reivindican el asesinato o que llaman para decir que lo merecía, o que te preguntan si es verdad que ha muerto o forma parte de un programa televisivo? La gente está loca, Sandra, y tenemos que lidiar con eso cada día, lo que me faltaba encima aguantar a una detective privado... así que desaparece de mi vista, no has venido en buen momento.

Y solo otro más, para no abusar:


-¿Qué haces aquí Nico? 
-Tenemos que hablar 
-Con esa cara tan seria que me has puesto ¿no me dirás ahora que estás embarazado? 
-Esto es serio, San, muy serio... Vamos dentro y te lo explico. Sandra no sabía qué pensar ni cómo reaccionar a lo que Nico había dicho... le metía prisa para que recogiera las cosas más básicas que necesitara, que cogiera ropa y enseres necesarios, que no podía usar el móvil, ni el portátil... tenía que dejar atrás sus cosas, incluido su perro. 
-No sabemos cuánto nos va a llevar esto -decía Nico- pero, está claro que te va a costar, yo estoy acostumbrado a desaparecer. 
-Pero es que no entiendo nada, Nico, ¿que estemos en peligro, el que alguien quiera asesinarnos? 
-Te lo he explicado Sandra, ¿no me escuchás?, sé que estás en shock pero esto es lo que hay... Frida lo sabía... ella ha repartido pruebas entre tus archivos y los míos y ellos no tardarán en descubrirlo. 
-Ellos, ellos, ¿pero quiénes son ellos? 
-¿Y esa pistola? 
Si estamos en peligro como dices no les vamos a dar facilidades... esta es mi pistola... tengo un par de aerosoles de gas... 
-¿Pero estás loca? ¿Un arma? 
-Te recuerdo que tengo permiso de arma y que estoy capacitada para cualquier defensa personal... -casi aulló desesperada-. Ya tengo todo lo necesario, incluido mi maletín de espionaje. 
-No pienses que esto es una novela negra, esto es la pura realidad, nos enfrentamos a lo desconocido, pero quien sea o quienes sean, ya han matado a Frida y no van a dudar en hacerlo con nosotros que somos menos populares que ella. (Págs. 28-29)

Ya ni siquiera voy a nombrar los solecismos, para qué, o la falta de claridad o de criterio con el uso de las comas. Y el enorme aburrimiento que provoca su lectura. Todo es de un nivel ínfimo, tanto que hace grandes (exagero) a algunas novelas noir que he denostado en otras reseñas. Me di por vencido en la página 121. En definitiva, una novela terrible. 






P.D. Una reseña opuesta a la mía y publicada en Dragaria la pueden encontrar aquí, de Marcos Rivero Mentado. Otra, de la Premio Canarias de Literatura, poeta y novelista (esto último, en sus peores días), Cecilia  Domínguez Luis, también en Dragaria, aquí. Y aquí, del famoso opinador y novelista de historias que se ensamblan Emilio González Déniz. Las tres se parecen en lo que cuentan y sobre todo en lo que omiten.