Este quince de diciembre debería sonar como el "Recuerden el 5 de noviembre" de la película V de Vendetta: una fecha con atmósfera explosiva, cargada de presagios, como suele decirse, cuando las expectativas están alimentadas con el temor a lo posible y el júbilo por la sorpresa. Un 15 de diciembre que marca el último artículo de Polillas al anochecer y el programa homónimo de Radio Guiniguada de 2021. Volveré, volverán, volveremos, en enero.
Que no se diga que no nos hemos esforzado por cambiar, aunque sea de manera mínima, casi meramente testimonial, el ambiente complaciente, a la vez que mezquino, del mundillo literario y editorial de Canarias. No será por falta de objetivos y de aspiraciones, por desmesurados que parezcan para nuestras posibilidades, que se basan simplemente en exponer y argumentar, con lo que, de vez en cuando, nos alcanza para convencer. Cierto es que la mayoría de los vicios y defectos son de naturaleza estructural, por lo que es poco probable, salvo un gran cambio en varios órdenes sociales, que la forma de presentar la literatura (y la cultura, entendida como el orden artístico) en las Islas (y en España) cambie de manera radical.
Sin embargo, como siempre, algo de espacio existe para la acción personal, para decantarse por una manera de estar en el mundo que no consista sólo en halagar al poderoso y en pisar al infeliz, en presentarse a los demás como un objeto entre objetos, como una calculadora de intereses. En fin, aspiremos a ser algo mejores, éticamente hablando. Total, por desear... ¿No habíamos convenido que el arte era "hijo de la libertad"?
En lo que comienza a ser una pequeña tradición, así quedan las listas de Polillas al anochecer:
Mejores novelas leídas en 2021
-Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori.
-Existiríamos el mar, de Belén Gopegui.
-El viaje de las palabras, de Clara Usón.
-La hijuela, de Marcos Hormiga.
-Cuentos de otoño, de Agustín Díaz Pacheco.
-Desde la línea, de Joseph Ponthus.
Como ya he señalado en otras ocasiones, establecer una jerarquía es difícil, sobre todo cuando se trata de sopesar las virtudes de varias novelas tan distintas. No obstante, tengo claro que la obra de Rezzori está un escaloncito por encima de las demás. Llámenlo capricho personal. Por lo demás, ha sido un descubrimiento para mí Clara Usón. Habrá que leer alguna otra novela de esta autora. Agustín Díaz Pacheco cuenta con una larga trayectoria literaria, y a juzgar por la mayoría de los cuentos que se ofrecen en esta obra, quizás su conocimiento por el público debería ser más amplio. Otro descubrimiento narrativo ha sido la novela de Marcos Hormiga, sin duda. Estos autores, junto con Luis Junco, Juan R. Tramunt o Anelio Rodríguez Concepción, entre otros/as (seguro que he olvidado mencionar a alguien importantísimo, perdónenme) representan para mí la literatura en/de Canarias que debería perdurar, por muy poco mediáticos que sean. Ahí veo yo auténticas vetas de arte literario.
Peores novelas leídas en 2021
-El Salón de los Espejos Mudos, de Sergio Constán.
-El informe Silvana, de Sabas Martín.
-De un país en llamas, Javier Hernández Velázquez.
-Mediodía eterno, de Santiago Gil.
-Alma reglamentaria, de Alexis Hernández Benítez.
Con la misma incapacidad de establecer una jerarquía, estas novelas tienen en común ser muy deficientes en numerosos aspectos, que ya hemos tratado en las reseñas correspondientes. Eso sí, podemos comentar diferentes aspectos de cada una de ellas. Por ejemplo, la particularidad de la novela de Sergio Constán es que fue la ganadora de un concurso literario. Si una novela tan insoportable hizo que le dieran un premio a su autor, no es de extrañar que muchos/as escritores/as alberguen fantasías descabelladas de fama y prestigio. La de Sabas Martín mostraba asomos de que el autor es capaz de escribir algo con sentido, pero por alguna razón esos destellos quedaron opacados bajo una prosa que en su mayor parte era deleznable. De Javier Hernández Velázquez, leí todo tipo de elogios, que, al menos en este caso, se demostraron infundados. Creo difícil escribir algo de peor calidad. Se demuestra, una vez más, que el encomio desmedido y el buenrollismo cultural no valen para nada. A Alexis Hernández le oí decir que esta obra le había llevado varios años: solo espero que no vuelva a gastar su esfuerzo en desempeños semejantes. De la de Santiago Gil ya di cuenta en su momento. Nada hay que añadir a un escritor que rueda cuesta abajo, cada vez que puede, por las barranqueras de la cursilería y que, en mi opinión, es víctima de su relevancia en el mundillo literario grancanario.
Por último, y no menos importante, y que sirve para comprobar el nivel de la cultura en el plano literario, hago una breve mención a los reseñadores que más se han prodigado. Antes, hay que decir que, dado el difuminamiento progresivo del cuadernillo cultural de La Provincia y El Día y su desaparición en Canarias7, casi no hay reseñas literarias que merezcan ese nombre. Citemos a Victoriano Santana Sanjurjo, que perpetra sus húmedos artículos esporádicamente en aquel cuadernillo, y a Felipe Landín, que ha publicado alguna reseña extra almibarada en el Canarias7. Aparte, Eduardo Rojas coordina un suplemento en el Diario de Avisos y cuenta con la página en Internet de El escobillón. Se le nota cómodo: cualquiera lo imaginaría escribiendo sus cosas en batín y zapatillas, y sentado sobre un cojincito. A veces se irrita contra algún político o algún nombramiento, pero, la mayor parte del tiempo, el mundillo cultural y las novedades literarias le parecen bien, y se le nota.
Respecto de los dos primeros, sirven como ejemplo de la crítica literaria en Canarias, que no es crítica y apenas literaria. Ante los ojos de ambos, se despliegan novelas a cuál más magnífica y consideran que los/as autores/as son a cuál más excepcional porque Canarias está llena de talento, mucho talento, muchísimo talento, tanto que no hay papel en el mundo presente ni futuro en el que imprimir tanta obra maestra. Todo es maravilla, hermosura, belleza, levitación, espuma y pompas de jabón que se elevan hasta el Parnaso y más allá. Su único futuro, claro está, será dejar tras de sí un rastro de lectores estafados, indignados, desengañados y, probablemente, con orzuelos porque no hay ojos que resistan tanto disparate.
Para ofrecer un bosquejo de solución (un saludo a Ricardo Pérez), si yo fuera el propietario de un medio o el director (si este pudiera hacer algo por cuenta propia), renovaría por completo el suplemento o la sección, en su caso. Nada de "saludos" a la obra nueva, nada de confundir el fomento de la cultura con la amistad de tal escritor o de tal editora. Acabaría con las entrevistas estereotipadas, esas en que se le pregunta al autor o autora qué hay de biográfico en su novela, si escribe con bolígrafo o a ordenador, qué opina de los niveles de lectura, etc. Los/as colaboradores/as cobrarían por su trabajo (ningún suplemento ni ninguna página web pueden plantearse desafíos importantes solo a base de entusiasmo, que, por lo demás, se desvanece pronto) y, por tanto, se les exigiría, en este orden, honradez, complejidad y erudición. El medio, además, pagaría la asistencia al espectáculo: ni entradas gratuitas ni pases VIP. Ese espacio, además, no sería agenda de actos culturales, artísticos o de espectáculos proveídos por las instituciones públicas o privadas ni sería mera página para las notas de prensa de turno. Tampoco debería ser plataforma publicitaria encubierta de otra empresa (el habitual ejemplo de un periódico y una editorial que pertenecen al mismo grupo empresarial).
Asimismo, en papel la periodicidad puede ser mensual o, idealmente, semanal. En una página web, la renovación de los contenidos se revela como crucial, con esa misma periodicidad. Revistas que parecen seguir funcionando aún como Trasdemar o La Salamandra Ebria revelan a las claras las insuficiencias del voluntarismo como método de trabajo, y las fechas de los artículos son reveladoras de tales carencias.
Sería reflexión crítica, con un punto dadá y algo de mala leche. De tal modo que aspire a convertirse en una referencia cultural y popular, es decir, que, a pesar de su especialización, sea también motivo de comentario ciudadano generalizado e intergeneracional, por difícil que parezca. Si tenemos claro que los periódicos en general son negocios ruinosos, un poco de valentía tal vez les serviría para recuperar algo de prestigio, por inconcebible que suene. Con respecto a los programas culturales de radio y TV, lo poco que he oído y visto adolece de los mismos vicios que la prensa.
Además, creo que lo ideal para el público lector sería no disponer de un solo suplemento o espacio como el que describo, sino de varios, quizá dos por provincia. Otra cosa es que en Canarias dispongamos de un público lector que hiciera posible la sostenibilidad de proyectos semejantes. ¿Cuántos/as lectores/as hay en Canarias? ¿Cuántos/as compran más de un libro al mes? ¿Cuántos hay interesados en arte? ¿Cuántos/as pagarían por leer ese suplemento o revista cultural? La clave está en la suscripción de los/las lectores porque si se depende de la publicidad privada, se corre el riesgo de que los principales anunciantes presionen para que se publique a favor de sus intereses (o al menos, para que no se publique en contra); si se depende de subvención institucional, más o menos lo mismo.
En fin, para no acabar este artículo con un sabor amargo, les propongo también los siguientes libros de no ficción, algunos ya comentados:
Lista de la no-ficción o de sí-todolodemás
1) La política contra el Estado. Sobre la política de parte, de Emmanuel Rodríguez López.
2) La fuerza de los débiles, de Amador Fernández-Savater (Akal).
3) Los pocos y los mejores, de José Luis Moreno Pestaña (Akal).
4) El escritor que compró su propio libro, de Juan Carlos Rodríguez (Debate).
5) La norma literaria, de Juan Carlos Rodríguez (Debate).
6) La literatura del pobre, de Juan Carlos Rodríguez (Comares).
7) Tras la muerte del aura, de Juan Carlos Rodríguez (Universidad de Granada).
8) La cena de los notables, de Constantino Bértolo (Periférica).
9) ¿Quiénes somos?, de Constantino Bértolo (Periférica).
10) La crisis de la utopía, de Luciano Canfora (Anagrama).
11) Ethos y Polis, de Salvador Mas Torres.
12) Malos nuevos tiempos, de Hal Foster (Akal).
13) Miradas políticas en el país de las fantasías, de Yayo Aznar Almazán (Akal).
14) El Estado contra la democracia, de David Graeber (Errata Naturae; traducción de David Muñoz Mateos).
15) El derecho a la pereza, de Paul Lafargue (Maia ediciones; traducción de Javier Alvarado).
16) Del Arte y su obsolescencia, de Alberto Adsuara (Casimiro Libros).
17) Breve introducción a la teoría literaria, de Jonathan Culler (Austral; traducción de Gonzalo García).
18) Gastos, disgustos y tiempo perdido, de Rafael Sánchez Ferlosio (Penguin Random House)
19) ¿Tiene futuro el capitalismo?, VV.AA (Siglo XXI; traducción de Bertha Ruiz de la Concha)
20) La domesticación del arte, de Laurent Cauwel (Incorpore; traducción de Juan-Francisco Silvente).
21) Pensar la imagen, VV.AA (Ediciones/Metales Pesados).
22) Supervivencia de las luciérnagas, de Georges Didi-Huberman (Abada; traducción de Juan Calatrava).
23) La cámara lúcida, de Roland Barthes (Paidós; traducción de Joaquim Sala-Sanahuja.
24) Discurso sobre el horror en el arte, de Paul Virilio y Enrico Baj (Casimiro Libros; traducción de Giulio Scafa).
25) Lo que no se ve, de César Barrio (Archivos Vola).
26) El abuso de la belleza, de Arthur C. Danto (Paidós; traducción de Carles Roche).
P.D. A posteriori, echo en falta la presencia de escritoras canarias (o residentes). Procuraré que no ocurra lo mismo en 2022.
P.D. Otra lista, que todo/a lector/a debería tener en cuenta, aquí.
POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA
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