miércoles, 14 de diciembre de 2016

'Las inquietudes del Hall', de Alonso Quesada

Tengo en mi poder un ejemplar de Las inquietudes del Hall perteneciente a una edición conjunta del Ayuntamiento de Las Palmas, la (extinta) Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria, el Museo Canario, el Almacén, Editorial Prensa Canaria, Taller de Ediciones, Planas de Poesía y Fablas "como homenaje a Alonso Quesada en el cincuenta aniversario de su muerte" (1975). Ahí es nada.  Pese a tanto colaborador, la edición es más bien modesta, pero tampoco vamos a ponernos quisquillosos. Eso sí, la portada es la reproducción de un cuadro de César Manrique y el prólogo, de Lázaro Santana.



(Fotografía casera de la portada)


Bueno, vamos a lo nuestro. Con este post, no pretendo decir nada nuevo, sólo mi opinión. "A estas alturas, ¡hablar de Alonso Quesada!" (murmullo unánime de desaprobación, seguido de algunas interjecciones guturales). Alonso Quesada da nombre a calles, plazas, colegios públicos, parques infantiles y cosas así. Es un escritor institucionalizado. Es decir, deglutido, digerido, absorbido por el Estado y sus académicos orgánicos. Ha sido pasto de nuestras mejores mentes filológicas y está incluido en el santoral de nuestra literatura.


 No obstante, para un internauta sobrevenido como yo, es llamativo que apenas se encuentre nada en Internet sobre Las inquietudes. Supongo que estarán todas las reseñas, estudios y comentarios en polvorientos y apolillados tomos académicos o en Antologías de Literatura Canaria que nadie lee. Cualquiera sabe. A lo mejor, es materia de discusión en tertulias de alto copete y en asaderos de playa, pero permítanme dudarlo. Por curiosidad, una rápida encuesta que hice y que abarcó a varias generaciones en mi entorno más cercano arrojó el resultado de que no la había leído nadie. El riesgo de la mencionada institucionalización es que todo el mundo se sepa el nombre del literato/a, pero no lo lea ni Dios. Es lo que tiene la cultura oficial.


No obstante todo lo anterior, y asumiendo mi imprudencia por adentrarme en el templo de la literatura consagrada, les expongo mis reflexiones:


Debo reconocer que hacía tiempo que no leía nada tan elegante, tan irónico; y a la vez, tan lleno de metáforas y de comparaciones ingeniosas, de un lenguaje tan vivaz. Esto lo digo ya y podría acabar la reseña aquí con la recomendación de que lean esta obra, que vale la pena. Pero si sienten algo más de curiosidad aquellos que tengan la osadía de proclamar al mundo que no la han leído, continúen leyendo.


Este texto, publicado póstumamente (Quesada murió de tuberculosis en 1925), nos retrotrae a Las Palmas de Gran Canaria de principios de siglo, durante la época colonial de facto inglesa y la vida de esa comunidad en el reducido ámbito de un hotel.



El alma del inglés colonial es un pequeño Hall. Toda la cosa espiritual de su vida se concentra en el Hall. La vida extranjera y lejana tórnaseles tibia y plácida por la correcta claridad del Hall. Ningún lugar para digerir certeramente un roast-beef como el Hall. El Hall evita la altura de la voz, el desmesurado ejercicio de las manos. El corazón se somete, el ánima se disciplina, la mirada se vuelve mansa como la de un buey y el pie es como si tuviera una perpetua zapatilla de baile.

Imagino que la historia se desarrolla en esta ciudad, aunque nada lo indique (y sea lo de menos), porque Quesada trabajó allí sucesivamente para dos empresas británicas casi toda su (corta) vida. Trabajo que, al parecer, detestaba. El habría preferido dedicarse a la literatura (se carteaba con Unamuno, quien le prologó el poemario El Lino de los Sueños, para que vean, y era camarada de Modernismo de Tomás Morales), pero tenía que mantener a su familia, que no era pequeña, por cierto. Escribió crónicas periodísticas, poesía, teatro y prosa, lo que fuera, pero nunca pudo vivir de ello. Ser profesional de la escritura siempre ha sido duro (como lo es serlo de casi cualquier cosa), y más cuando no existía esa política cultural supuestamente cohesionadora y fervientemente subvencionadora que ha sido la predominante en España y en Canarias los últimos 40 años, hasta La Crisis. Antes, en tiempos de Quesada, si querías ser escritor y no podías, se quejaba uno de la puta vida; ahora, de que el Estado no cuida de la Cultura-con-Mayúsculas ni de los Artistas-con-Mayúsculas. 


Proseguimos: no hay nada mejor que una novela (o lo que sea que quepa en apenas 50 páginas) te entusiasme desde el primer párrafo. Aunque "Hall" esté escrito 29 veces en las dos primeras páginas. Qué más da: Quesada está por encima de esos prejuicios contra la repetición. Es la suya una prosa colorida en la que el lirismo pugna por desbordarse. Sin embargo, el autor lo contiene siempre justo a tiempo, evitando caer en una prosa poética ensimismada y produciendo, en cambio, un torrente de imágenes certeras. Estas cosas tan bien escritas tienen el efecto de ponerme un poco de talante suplemento cultural, lo reconozco.



Llegó al número 14. Empujó la puerta y notó que todo el rumor del mar que estaba acurrucado en su cuarto se escapaba, como un lince, por la puerta entreabierta. Las piernas sintieron cómo se deslizaba entre ellas un lomo de piel fría: esa serpiente sutil que es el rumor de las cosas profundas cuando está encerrado muchos días en las cámaras pequeñas.


Veíasele arder la sangre a flor de piel, y el vaho caliente de su fuego proyectábase en las pálidas caras de los británicos como un aire de desierto árabe. El Hall se encogía como un niño débil al paso de la sueca.


Una tarde el Hall estaba más inquieto. Paseaba por él, caviloso, un francés espectacular, de rostro mefistofélico y chaquet azul. El francés metía sus pies en el piso del Hall como si fuera un arado. Y empujaba su caminar con ese ahínco del boyero recio que empuja la esteva con ensañamiento de puñalada.


Y, más, muchas más imágenes que sería cansino recoger por numerosas. Yo es que me entusiasmo con el talento... Y, bueno, tampoco es que nos lo encontremos todos los días. Algunos/as en realidad parecen escribir como si empujaran un arado (tarea muy digna y fatigosa en su ámbito, la de arar, por si alguno/a le da por ofenderse). 


Por otro lado, en realidad, Las inquietudes del Hall cuenta de todo un poco, pero difícilmente una historia. Quizá en otros relatos, esto nos perturbaría; quizá en la mano de otros escritores, nos fastidiaría. Sin embargo, aquí nos complace. Porque hay dos irlandeses (un poeta y una miss cuya madre es escritora) aquejados de tuberculosis que se intercambian cartas y poemas (me recuerdan a El dúo de la tos, de Clarín), y hay una pareja de casados de Manchester que leen la misma novela. Y también una sueca salvaje y formidable que se atreve a propinar un beso a un italo-norteamericano en el Hall a la vista de todos. Lo que significa, claro, el acabóse:



El beso flotó durante toda la noche por el Hall... ¿Por qué no habría sonado en la sombra? Era como el pájaro escapado de una jaula. El Hall tenía un desconsuelo de jaula vacía, con la puertecilla abierta y un rábano ridículo cabeceando como un péndulo: la azarante movilidad del manager que iba y venía de un ángulo a otro ángulo sin encontrar el malhadado ratón del beso.

Y el Hall omnipresente, y los ingleses y sus hábitos y prejuicios, y el mar, y los ocasionales extranjeros cuya mácula étnica (incluidos los irlandeses) no por más temida es evitada del todo. Ese mundo colonial inglés lleno de halls similares repartidos por todo el mundo con sus dramas diminutos y sus irrisorias mezquindades. Tantas cosas que ocurren en tan pocas páginas, y pronto, quizá demasiado pronto, un final tan esplendoroso, tan cinematográfico, tan intuido y tan poéticamente expresado...


Qué quieren que les diga. Hay más literatura en estas 50 páginas que en la obra completa de otros autores más conocidos que están todo el santo día baboseando en los medios de comunicación.






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