lunes, 30 de agosto de 2021

Aforismos

Existe un peligro para el que todos/as los/as amantes de la literatura deberían de estar apercibidos: los aforismos. Pueden venir solos, o como la degradación natural del cuento ultracorto o microrrelato. También puede llamárseles machangadas aunque alguno de ellos tenga su golpe de efecto. Hay que odiar a Monterroso, es evidente, pero con todas las fuerzas, no con el remante vespertino después de la explotación de un día de trabajo. No, hay que odiarlo por la mañana, bien temprano.

Es curioso como ha proliferado, y parece que esa tendencia no va a disminuir, el género, por llamarlo así, del aforismo. Esas frases cortas, sentenciosas, apodícticas, tan pretenciosas como inútiles. Además, esa manía no solo existe como producto acabado y separado, es decir, como un volumen de aforismos, sino que recorre, más bien pulula por páginas novelescas, hasta un punto que estas parecerían infestadas por un hormiguero enloquecido 

 Me parece imaginarme ese escritor (o escritora), no sé, digamos de Telde o de La Laguna, con su sombrero de paja, su máquina de escribir en un rincón, su libreta de notas, tal vez una pluma, una reproducción de un cuadro de Antonio López y una estantería en la que cohabitan en heteróclita sucesión los clásicos de ayer y de hoy; en resumen, todo el atrezzo y el disfraz correspondiente a la de sacerdote de las letras (aunque su secta se componga de él mismo y de nadie más) concentrado sobre la hoja de papel o ante la pantalla del ordenador. Sobre su cabeza, una lámpara que emite una luz amarillenta que más confunde que alumbra. Pero eso son minucias, así que sigamos. El escritor, tal vez autor, está decidido a escribir genialidades, esas que intuye cuando está a punto de quedarse dormido: grandes tragedias, quizá (no, eso de hablar de los grandes personajes se le queda muy lejos); mejor, conmovedores dramas humanos que hablen sobre la vacuidad del ser y de la chaflamejada de la masa aborregada que compra libros de poemas que no son los suyos: "¡Masa, masa, incultos asquerosos, infantes descerebrados, ah, ah!", piensa mientras flexiona sus muñecas, se prepara para el aporreo sobre las teclas, oh, sutil danza digital, ballet de las musas, con sus dedos gordezuelos, o delgados, qué más da. 

Escribe una frase, piensa, luego escribe otra, un párrafo. Al rato, ha escrito un par de páginas, pero se le ha acabado el resuello. Las lee y relee, se enamora de ellas, sonríe embelesado, sueña en la gran novela española del siglo XXI, la suya, que podría quizá superar (tal vez sea mucho imaginar) a Ordesa. Nuestro escritor refunfuña porque aunque ahora es antisistema, a menudo se plantea en su interior interesantes dilemas éticos sobre aceptar o no premios. Secretamente, él (ella) lo que más desea es el reconocimiento, salir en la tele, si no en ese programa de La 2, cualquiera de la autonómica le sirve. Mientras, abjura de los medios de comunicación, de las instituciones públicas y de los demás escritores/as que no hayan elogiado sus poemas.





Al día siguiente, tras pasarse la tarde anterior leyendo, o, tal vez, viendo Netflix (qué puede haber más inspirador que una plataforma repleta de historias?) retoma su historia, pero no puede soportarla: sus ocurrencias, los diálogos, la idea misma: todo suena impostado, falso y banal. Es el enésimo fracaso. ¿Qué va a hacer con su vida? ¿Trabajar de lo mismo (maestro, funcionario, abogado, obrero siderometalúrgico, empleado de banca, médico, etc.) el resto de la existencia? Oh, Dios...

No obstante, los amigos le alaban mucho las cosas que escribe, y cuando decide aparecer en Facebook obtiene asegurado muchos likes y corazoncitos. ¿Qué es lo que falla? Quizá es que no domina el género. los poemas, en cambio, se le daban más o menos bien: una vez ganó un premio municipal (que aceptó, la verdad, muy contento) y adquirió algo de fama entre los pares del reino. Pero está cansado de escribir siempre de lo mismo: la soledad, el desamor, el sexo, las calles de Madrid/La Laguna/Telde, etc. Escribió también unos cuentitos, los autoeditó y se vendieron bien. Al menos, no perdió dinero, lo que ya es bastante. Gustaron mucho, según deudos y allegados. Pero ningún periodista cultural se ha fijado en ellos, ¿tendría que llamar a X, que conoce a F. a ver si le hacen una entrevista? ¿Una reseña elogiosa? Hay que explorar esa posibilidad, los medios son terribles, son EL MAL, pero hay que transigir de vez en cuando, uno no puede convertirse en un héroe cotidiano... ¿Cómo, un "héroe cotidiano"? Qué bien, eso da para algo. 

¿Y si escribiera frases cortas, como versos de un poema pero sin que sean un poema? ¿Cómo se llama eso? Ah, sí, AFORISMOS.

"Un héroe cotidiano se descalza en presencia de Nadie". Mmm, esa referencia a la Odisea está muy bien traída. No sabe aún que significa, pero puede significar. Sigamos, pensemos, tú puedes, se dice, ya hay gente más joven que yo haciéndose un nombre, pero esto pinta bien:

"La vida es como un pantalla de ordenador". Mmm, le falta algo, mejor: "La vida es una animación de ordenador". Está floja la cosa. A ver: "Su corazón latía como una CPU  sin actualizar"...

Sigamos:

"Su mano era un globo sin aire en su interior", "Una casa es un perchero del que colgamos la vida", " Una sonrisa es una sanguijuela del otro", "El prójimo no tiene por qué ser Jeremías, ni falta que me importa", "Sus zapatos eran el furgón blindado de mi fetichismo", "Una testa capitalista decapitada es el diente de leche de una sociedad joven", etc.

Y así nuestro protagonista logra, por fin, escribir horas y horas, y, lo que es mejor, logra ilusionarse, sentimiento ese de la ilusión que había perdido hacía tiempo porque "la poesía es una amante bipolar" y, también: "la literatura es un faro que atrae a la costa a los bucaneros del sentido". ¡Mamá, soy escritor (o escritora)!

BASTA. Que alguien escriba una novela YA sobre los/as que escriben libros de aforismos.




jueves, 19 de agosto de 2021

Agosto

Para quienes, afortunados nosotros, no percibimos amenazas inmediatas que pongan en peligro nuestra acomodada existencia, quizá sea agosto un buen mes para pensar. Tengo un amigo que suele aprovecharlo para viajar solo, mochila a cuestas, y si es posible a sitios sin demasiada seguridad jurídica y menos social. Once meses trabajando de abogado le llevan a tomar este tipo de decisiones existenciales gracias a las cuales una vez te cuenta de Kenia, otra de Guatemala, esta de Kazajistán, aquella de La India, etc., etc. Un tipo admirable, sin duda, aunque no puedo evitar preguntarme cuál es la búsqueda final de ese laborioso peregrinar, cuál es la naturaleza del crepitar de esa zarza ardiente (bajo un continente parsimonioso) que, llegado agosto, le induce a arrostrar peligros ciertos e imaginarios.

Otros, más perezosos, y seguramente mucho más medrosos, también menos exigentes, nos conformamos con intuir maneras de pensar que alejen la angustia de este vivir sin sentido que compartimos todos los seres humanos. La literatura ofrece, entre otras muchas posibilidades, algunos remedios. Mal tomados, pueden fomentar el escapismo e inducir a fantasías solipsistas que resultan un callejón sin salida. La mejor manera  de aprovechar la literatura en el sentido en el que hablamos es, quizá, la de esforzarnos por comprender sus diagnósticos de los padecimientos y alegrías de mujeres y hombres en las sociedades en que fue engendrada, diversas tanto en el espacio como en el tiempo, algunas ya casi ininteligibles. 

Imagino que incluso para los ricos muy ricos, para sus hijas e hijos, incluso, que ni siquiera han tenido que esforzarse para serlo, la vida tiene, en el fondo, que limitarse a salvar el día y esperar que llegue otro porque la desesperanza por la falta de significado de todo lo que uno mire (salvo, tal vez, la compasión por nuestros semejantes) impregna cada uno de los actos humanos. Claro está que el sufrimiento físico y las necesidades corporales más inmediatas pueden hacernos olvidar este desgarramiento de la semántica de la vida, pero si se salvan, surge de inmediato, como ¿castigo? ¿recompensa? por poder dedicarnos a pensar.



Quizá sea agosto un buen mes para que un crítico literario, o, como escribe un poeta local (a ratos furibundo, devenido los otros ratos en cuentista), para que un servidor, "el crítico más crítico de todos los críticos inexistentes de Canarias", no reseñe, sino piense. Escribir las reflexiones a las que uno se ve inducido por la lectura literaria merece, asimismo, otras reflexiones periódicas. No sólo sobre qué es y comporta la crítica literaria, sino qué es eso que es leer, qué es eso que se piensa sobre qué es leer.

Porque uno puede sentirse inclinado a pensar que la literatura en Canarias es tierra baldía, dado el nivel de mucho de lo que se publica y de los premios literarios y florales. Que ese nivel es directamente proporcional al intelectual que se muestra en las pocas tribunas que se muestran aquí y allá. Que nuestra intelectualidad y nuestra artistidad, probablemente influida de manera directa por la escasez de recursos y la falta de proyección, debidas, asimismo, por nuestra excéntrica posición, alejada de los nodos centrales de poder económico, cultural y artístico, se revela en sus mejores momentos como mezquina y miserable, y, en los peores, como sierva y mendicante de otros. Los casos aislados, las excepciones, de las que intento dar cuenta, nos permiten albergar esperanzas, al menos.

Ahondando en esto: lo que echo en falta, de manera palmaria, incluso flagrante, en el mundillo artístico-literario-cultureta es esa falta de reflexividad de los que se consideran intelectuales o artistas. Faltan la purga y la herida, faltan el acero afilado y el fuego; sobran la complacencia y la vanidad, sobran el orgullo infundado y el arribismo degradante. Nombran como gigantes y maestros/as a cualquier cretino/a y aspiran a que se les considere lo mismo, siendo también, y sólo, lo segundo. Siempre en torno a las migas que les arroja el político o la institución de turno. Lógico, por otra parte, cuando todos se consideran plenos de individualidad y autonomía, escritores y escritoras libres arrojados a un mundo al parecer neutro en el que la ideología se elige como de un menú de bar.

En fin, el crítico, por modesta que sea su valía, tiene que intentar leer las obras en clave filosófica y sociológica, leer más allá de ellas y de sus autores/as, pero, al mismo tiempo, conectarlos/as con la política y la cultura (en sentido amplio) del tiempo que le ha tocado vivir. La labor del crítico, a ver si nos entendemos de una vez, no tiene que ver "con poner nota" ni con certificar que uno está "en la onda" de los gustos de los/as lectores/as sino comprobar y en su caso poner de relieve lo que determinada obra tiene de valor para el ser humano, estética, moral y cognitivamente hablando. Al menos, para el ser de humano de nuestro tiempo. No está para influir en que un libro se venda más o menos (cuestiones y peculiaridades del mercado en las que no entra, aunque esto también sea imposible) ni para caer en gracia a nadie, y menos al público o a los periodistas culturales. Al crítico no le erigirán estatuas ni bustos, ni pondrán su nombre a una avenida. Pero, ¿quién puede, de verdad, desear eso? Lo que quiere el crítico es cambiar el mundo.

martes, 10 de agosto de 2021

Mierda de perro y crítica de calidad

El otro día, leí un comentario en Facebook en el que un individuo, poeta por más señas, calificaba un libro de cuentos de "mierda de perro", que no mierda de artista. Además, se llevaba las manos a la cabeza (figuradamente) por el exceso de elogios que ese volumen había suscitado en el mundillo literario y en los medios. Escribía, también: "La gente cree que la calidad de un texto literario es algo totalmente subjetivo y emocional, y no es así". El Facebook en modo abierto tiene estas cosas. En todo caso, me alegra que esa persona, activa integrante de la moderna república de las letras, esté de acuerdo conmigo al menos en eso.

En numerosas ocasiones, me han criticado por la acidez de mis comentarios respecto de las obras que aquí analizo. Entiendo que muchos de los/las autores/as se hayan sentido ofendidos en lo más íntimo, como asimismo (lo que es de lo más simpático) muchos de sus amigos y fans. Es curioso también comprobar cómo muchas de las críticas son ad hominem o caigan en lo mismo que se me reprocha, viniendo a decir: "Qué sabe este, que el que sí sabe de esto soy yo". Al crítico se le niegan credenciales que, sin embargo,  estos críticos del crítico se atribuyen a sí mismos con bastante desparpajo. 

En fin, esta persona, experta al parecer en malditismo poético, bien aconsejada o tras un insólito ejercicio de introspección, acabó borrando la entrada. Tal vez, por arrepentimiento (que si no de la opinión, sí de la expresión); tal vez, por la misma razón por la que no nombraba el título del libro de relatos ni a su autor ("porque me podría perjudicar"). Esto nos lleva, por otro lado, a la extrema dificultad, ya expuesta y razonada aquí en decenas de ocasiones, de que un/a escritor/a ejerza la crítica de manera honrada: demasiados intereses, demasiadas conexiones. 

Es por ello por lo que reconozco sin ambages que me encuentro en una posición privilegiada: no necesito favores, menciones ni elogios, no necesito que me inviten a conferencias, charlas, estudios, jornadas, congresos ni ferias. Tampoco, que reúnan en un libro mis ocurrencias del desayuno o mis aforismos de dominguero. Así, puedo escribir con sinceridad. Podrán gustar o no mis artículos, los podrán criticar por sesudos o por no serlo, por ser superficiales o subjetivos, por ser cortos o por ser largos. Lo que se les ocurra. Pero nadie podrá afirmar que he falseado o disfrazado mi opinión para obtener o creer que puedo obtener algo a cambio. Aunque sea para caer bien.

No obstante, a pesar de tal libertad, nunca me permitiría escribir que una determinada obra, y miren que las he leído malas, incluso espantosas, es "mierda de perro". No solo porque el análisis debe ser más fino, a base de desgranamiento de razones y no de coprolitos sino también por respeto al esfuerzo de la autora o autor. Por muy deplorable que haya sido el resultado, igualarlo a las heces del querido animal doméstico es de pésimo gusto y revela cierta indigencia moral. 

Es también singular que este poeta (al que no nombro porque, repito, ya ha borrado el comentario) forme parte de la larga lista de personajes de la literatura canaria que abogan, una y otra vez, para que haya, por fin, crítica en Canarias, crítica de verdad. Debe de ser no sólo porque desconfían de críticas como las que, por ejemplo, yo ejerzo, sino de las suyas propias, dadas las circunstancias.




En otro orden de cosas, debo comentar con Vds. parte de la penúltima entrevista al poeta Antonio Arroyo Silva en el suplemento cultural de Diario de Avisos de 16 de mayo. Después de las preguntas de rigor (¿Cómo definiría la poesía?, ¿Qué autores le han influido?, etc.), surge una cuya respuesta me parece característica de buena parte de la supuesta intelligentsia local: Pregunta: "-¿Qué medidas deberían implementarse para divulgar la obra de los escritores canarios?". La respuesta se divide en varias partes: a) "Hay actualmente muchos autores que publican demasiado" porque "no hay conciencia crítica ni siquiera autocrítica", lo que lleva a: b) "Tampoco existe una crítica especializada que valore estas obras". Finalmente, a pesar de toda esta abundancia, c) "los lectores rechazan a unos" (la literatura universal) "y a otros" (la literatura canaria de calidad). POR TANTO, la solución de Arroyo Silva es: "(...) de alguna manera las corporaciones locales deberían comprar libros para hacérselos llegar a los más jovenes. Claro está, dentro de un proyecto adecuado de lectura que implique formación".

O sea, la gente, en especial la juventud, no lee nada, ni la literatura mala ni la buena, quizá porque se publica demasiado. Entonces, una manera de que lea (la literatura canaria buena) es que las instituciones públicas "compren libros". Gran solución. Sin embargo, todo esto me genera muchas dudas: a) Si no hay crítica seria, crítica que discrimine entre literatura de calidad y de la otra, ¿cómo una institución pública va a disponer de criterios sólidos para escoger libro alguno salvo que sea uno de esos clásicos que todo el mundo conoce y tampoco lee?; b) si los lectores jóvenes rechazan los libros, ¿cómo piensa hacérselos llegar? ¿Qué es ese invento de "un proyecto adecuado de lectura?" No parece sino, una vez más, el repetido voluntarismo, la cansina fe en la acción omnímoda de las "corporaciones locales", la enésima sugerencia de la reforma desde arriba. No importa que fracasen una y otra vez porque lo que distingue a este tipo de personas es su pretensión de inocular su concepción de cultura a las díscolas masas ya lo quieran éstas o no.



jueves, 5 de agosto de 2021

'Motivo de ruptura', de Harlan Coben

Dado que es agosto y que, como todo el mundo sabe, no es época de lecturas sesudas y complicadas sino ligeras y frescas (lo mismo ocurre en los medios de comunicación, que rivalizan por traer a sus redacciones las noticias más pintorescas e insignificantes), opté por dedicarme de lleno a la novela de Harlan Coben Motivo de ruptura (traducción de Xavier Llobet), la primera de una larga saga (once hasta hoy) en la que el protagonismo recae en un tal Myron Bolitar, agente de deportistas a tiempo parcial e investigador privado casi todo el rato restante. Esta primera novela data de 1995 y la última, según leo en la Wikipedia, es de 2016. Puede deducirse que el escritor ha disfrutado de las mieles del éxito lector, al menos en su país. Además, se han hecho series de televisión basadas en su obra.

Yendo al grano: literariamente, la novela no vale nada. Es la enésima repetición de los esquemas conocidos en la novela policiaca/negra, en esta ocasión con la variante de introducirnos en el más o menos glamouroso mundillo del deporte de alto nivel. Hay un protagonista principal de afilado verbo, con impresionantes virtudes físicas y mentales; tiene un amigo que es aún más listo y más impresionante, y, lo más importante, con clase, que hace las veces de Deus ex machina cuando conviene. También hay una historia de amor secundaria con una mujer que le rompió el corazón unos años ha, etc. Son clichés dentro de un gran cliché, sin duda.

Otro asunto es el punto de vista: al principio es el habitual de la tercera persona del singular, exterior al personaje, e indirecto libre. Parecería que sería un narrador limitado a lo que ve el protagonista, pero en un par de ocasiones, el autor considera necesario contarnos las sensaciones y pensamientos de otros personajes secundarios, lo que extraña un poco. Nos da la información parcial de un solo personaje, pero ¿por qué no nos las da de todos? ¿Por qué sólo de algunos y por qué sólo en esos momentos concretos? Hay algo de trampa, de manipulación algo basta, quizá por falta de pericia, en esas episódicas alternancias sin demasiada justificación.




Sin embargo, la novela funciona como producto de consumo de manera extraordinaria ¿Por qué digo esto? Los diálogos de intercambios verbales cortos y rotundos, a veces ingeniosos, a veces exagerados, el diseño del argumento, los vaivenes y complicaciones de la trama y el ritmo de la narración contribuyen a cincelar una novela que se lee sin cansar, con un punto notable de divertimento y satisfacción que a veces echo de menos en novelas más serias. Baste decir que la leí en unas escasas horas, casi de corrido, con gran placer e interés.

Es quizá por esto por lo que el llamado género negro o el policiaco o el detectivesco, en sus diversas solapamientos, son tan socorridos, y, en especial, por autores primerizos. Son géneros muy esquematizados, con una panoplia de personajes, situaciones y argumentos repetidos hasta la extenuación, tanto en la literatura como en el cine o en las series de televisión. Literatura de fórmula. Casi no hay que tener imaginación, o no demasiada, lo que no viene mal, en especial si el escritor o escritora no cuenta con demasiado talento.

No obstante, no toda la literatura de masas es despreciable por ser un mero producto industrial. Como material de relajación y distensión, productos como este suponen una suerte de vacaciones del intelecto que no vienen mal de vez en cuando, y aquí parafraseo a Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. El error sería considerarla como modelo o referencia literaria, o como única literatura posible o deseable. ¿Por qué? En este caso, la respuesta es sencilla: no innova en ningún sentido, ni lingüista, ni estilística ni narrativamente; y está cargada de tópicos. Además, es elitista ("Aquel barrio apestaba a clase media", piensa el protagonista en cierto momento) y conservadora, aunque haya algún discreto reproche a la discriminación étnica. 

A esta conclusión se llega cuando uno se da cuenta de que, pese a la corrupción en el mundo de los deportes y de las instituciones públicas, pese al poder del hampa, pese a que se nos muestra parte del submundo de la prostitución y de la pornografía, jamás se desliza una crítica sistémica: todo está bien, son las personas las que son malas. Estas personas se tratan a golpes, físicos y verbales. Nunca se gana "por la coacción sin coacciones del mejor argumento", como diría Habermas, sino por la coacción de la violencia, del músculo o de la pistola. A veces, la astucia también desempeña su papel como complemento a los anteriores.


Myron cogió al tipo por el cogote y le endiñó un codazo en la nuez que estuvo a punto de aplastarle la tráquea. El hombre hizo un ruido gorgoteante de asfixia y dolor y luego calló. Myron lo acompañó con un golpe con la parte estrecha de la mano contra el cogote, justo por debajo del cráneo, que hizo que el hombretón se desplomara al suelo como un saco de arena. 

-¡De acuerdo, ya basta! 

El tipo del sombrero de ala curva dio un paso hacia delante apuntando una pistola contra el pecho de Myron. 

-Apártate de él. ¡Vamos! 

Myron le echó una mirada rápida y dijo: 

-¿Ese sombrero es de verdad? 

-¡He dicho que te apartes! 

-Muy bien, muy bien, me aparto. 

-No hacía falta que hicieras eso -le amonestó el hombre más bajo casi con pena-, sólo estaba haciendo su trabajo. 

-Un joven incomprendido -añadió Myron-. Ahora me siento fatal. 

-Limítate a no acercarte a Chaz Landreaux, ¿de acuerdo? 

-No, no estoy de acuerdo. Dile a Roy O'Connor que no estoy de acuerdo. 

-Oye, que a mí no me pagan para dar una respuesta. Yo sólo doy el mensaje. (Pág. 21)

  

Ver a Aaron fue como pasar por el túnel del tiempo. Seguía siendo tan inmenso como Myron lo recordaba, tan grande como un armario ropero. Iba vestido con un traje blanco perfectamente planchado, pero no llevaba camisa, lo que dejaba ver gran parte de sus pectorales bronceados. Tampoco llevaba calcetines. Iba bien peinado y con el pelo hacia atrás al estilo de Pat Riley, el famoso entrenador de la NBA. Andaba con aire despreocupado. Llevaba gafas de sol de diseño y colonia también de diseño que olía sospechosamente a repelente de insectos. Aaron era la viva imagen de la palabra "superelegancia". Sólo tenías que preguntárselo y el mismo te lo diría. 

-Me alegro de verte, Myron -dijo con una amplia sonrisa.  

Los dos se estrecharon la mano. Myron no se la apretó porque ya era un poco mayorcito para eso. Y también porque lo mas probable era que Aaron pudiera apretársela más fuerte. 

-Siéntate. 

-Fenomenal. 

Aaron convirtió aquel momento en todo un espectáculo, pues extendió los brazos de golpe como si llevara una capa y luego se quitó las gafas de sol haciendo chasquear las varillas. 

-Me gusta tu despacho -dijo-. Es realmente impresionante. 

-Gracias. 

-Es un despacho impresionante y además tienes una vista impresionante. 

La palabra clave parecía ser "impresionante". 

-¿Estás buscando un despacho de alquiler? 

Aaron rió (sic) como si hubiera sido el mejor chiste que hubiera oído nunca. 

-No -contestó-. No me gusta pasarme el día encerrado en un despacho. No va conmigo. A mí me gusta la libertad. me gusta ir por libre, en la calle. No disfrutaría estando encadenado a una mesa. 

-Vaya, eso es fascinante, Aaron. De veras. 

El tipo volvió a reír. 

-Ay, Myron, no has cambiado nada. Y me alegro de que sea así. (Págs. 128-129)


Ignoro cómo se habrán desarrollado o evolucionado los argumentos y la moralidad de los personajes en las siguientes novelas de esta serie del personaje Myron Bolitar, si es que esto ha sucedido, pero la conclusión a la que llego es que este escritor (me atrevería a pensar que sin quererlo) nos revela una concepción del mundo testosterónica, de todos contra todos, dentro de una sociedad civil deshilachada y salvaje sin otra esperanza que la acción individual. Que los personajes cuenten con amigos o aliados no le resta un ápice de desesperanza a esta visión de conjunto, aunque Coben, es probable, sólo pretendiera entretener.


P.D. Me he encontrado esta entrevista por ahí, por si interesa.