miércoles, 26 de julio de 2017

'Rey de Picas', de Joyce Carol Oates

A este paso, público lector, acabaré reconociendo que las reseñas que me producen mayor satisfacción son aquellas en las que más me extiendo sobre mis gustos y manías particulares, en vez de la novela en sí. Otro asunto es que ustedes, lectores, coincidan conmigo. Pero eso ya lo decidirán, si es posible, en público y con aspavientos que no dejen lugar a la duda. Así, por ejemplo, leer a Val McDermid, anteriormente a Jim Thompson y ahora a Joyce Carol Oates, produce sensaciones e impresiones bien distintas aunque, aparentemente, todos sean escritores, al menos a tiempo parcial y con contrato en diferido, de novela negra. Aquí entraríamos de nuevo en el espinoso asunto de los géneros, su definición y delimitación. Ni siquiera en todas las novelas hay cadáveres, como en Hijo de la ira (bien es cierto que se muere un bebé, aunque accidentalmente). ¿Es novela negra Hijo de la ira? ¿Sí? ¿No? ¿Nunca lo fue y soy un ignorante? ¿Nos importa un comino, a fin de cuentas? 

En todo caso, en Literatura, lo que importa no es el género de la novela, precisamente, sino otras cosas, como el placer que nos produce la lectura, la sensación de encontrarnos con algo singular, extraordinario, que parece hablarnos a nosotros personalmente, también la fuerza y la belleza del estilo de la escritura en sus casi infinitas manifestaciones o la inteligencia, el ingenio y la sensibilidad en el desarrollo del argumento de la novela y en el despliegue de la trama. Esas obras que, al mirar atrás, siguen brillando en la bruma equívoca de los recuerdos. Esas novelas que exploran regiones antes desconocidas para nosotros, que ponen palabras a intuiciones apenas formadas, a sentimientos turbios, a veces enigmáticos, que estaban aún por descifrar, esos acontecimientos humanos que parece que ya no se pueden nombrar de otra manera, esos personajes en los que cuaja, valga la paradoja, la realidad, pese a no ser reales. Ese mundo ficticio autocontenido, autorreferencial que, sin embargo, y es otra paradoja, se crea a base de referencias a la realidad, como bien señala Eagleton.

Y, bueno, sirva lo anterior para presentar la reseña de Rey de Picas, de Joyce Carol Oates. 






Rey de Picas es, a mi entender, y creo que soy original en este punto, una sátira de la novela negra y del escritor de misterio norteamericano, a más señas y en la tipología sociológica anglosajona, hombre y blanco (y protestante, vamos, lo que suele resumirse por WASP). Además, toma como modelo las novelas de Stephen King, no tanto en su elementos fantasmagóricos y sobrenaturales como en su tendencia a presentar como protagonista de sus novelas a un trasunto de él mismo y en ciertos rasgos estilísticos, como ese recurso a la cursiva un tanto desmedido. No soy un admirador incondicional de King, pero me vienen a la memoria, por ejemplo, Un saco de huesos o, claro, El resplandor. Que no sea fan de King no significa que lo desprecie o algo parecido. Me parece un escritor extraordinario. Sencillamente, nunca tuve ánimo para seguir el paso casi vertiginoso de su producción. Su Mientras escribo me parece, por cierto, muy interesante. La reflexión que allí hace sobre la génesis y proceso de su escritura me resulta más reveladora y sugerente que, por ejemplo, el De qué hablo cuando hablo de escribir, de Murakami, por hablar de otro autor famoso-superventas.

Joyce Carol Oates es mujer, lo que en este caso no es baladí: aprovecha la novela para cargar contra los clichés, no solo literarios, de la novela negra en su país. Así, el personaje principal y narrador de la historia, Andrew J. Rush, es el escritor norteamericano de éxito (aunque no tanto como Stephen King), satisfecho de sí mismo y de lo que ha conseguido, con su vida aplacible y su familia al uso. Su némesis está representada por una mujer entrada en años, C. W. Haider, al parecer bastante desquiciada, que se dedica a demandar a todos los escritores famosos como al mismo Stephen King, o a John Updike y otros, por haber plagiado, cuando no robado directamente, colándose en casa, su propia obra. Por lo que se cuenta, esta mujer intentó desarrollar una carrera literaria propia, pero, aunque sigue escribiendo, jamás alcanzó éxito alguno. Es evidente que la vieja está chalada, pero a medida que el protagonista comienza a indagar en la vida de esta mujer, las cosas comienzan a no estar tan claras.

Por otro lado, Andrew lleva una doble vida, literariamente hablando. Con un pseudónimo (sí, Rey de Picas), escribe otras novelas, que se alejan mucho de las que publica con su verdadero nombre: estas son prístinas e inteligentes novelas policíacas en las que siempre se cumple el ideal de justicia poética. Las de Rey de Picas son, por lo que se deduce, más aviesas, más siniestras, más gore, con una perversidad que llega a producir repugnancia. Sin embargo, aunque alejadas de las cifras de ventas de de Andrew J. Rush, Rey de Picas no deja de ganar lectores. 


A todos esos esnobs, intelectuales de la literatura, que se burlan de las restricciones de nuestro género (incluida mi querida hija Julia, a quien adoro), les resultaría muy difícil escribir una novela de misterio que tuviera éxito: una novela en la que se persiguiera al mal hasta echarle el guante y acabar con él; y en la que se alcanzara una conclusión clara y sin ambigüedades.Los finales de las novelas de Rey de Picas eran más crueles que los de Andrew J. Rush, al ser al mismo tiempo más primitivos. había demasiada maldad derramándose sobre todas las cosas como para que fuese posible limpiarla sin dejar rastro, y en la mayoría de los casos moría todo el mundo o, más bien, se mataba a todo el mundo.


A mi entender, Oates no ha pretendido escribir una novela negra como tal, sino, en principio, algo más interesante: escarnecer las convenciones sociales y literarias del mundillo literario y editorial y señalar la discriminación a la que se ha sometido a las mujeres que pretendían progresar como artistas. No es suficiente con una habitación propia, al parecer. Esta discriminación la sufre no solo C.W. Haider, sino también la mujer de Rush, Irina, de talento superior al de su marido, pero cuya producción fue desdeñada por las editoriales y tuvo que resignarse a ser la revisora de la obra de Andrew. En cierto momento, tras años de frustración le llega a acusar de haberle robado las ideas


La señora Haider estaba cada vez más fuera de sí. La boina se le había caído y su aire de superioridad se desvanecía. El juez Carson, cuya actitud cortés la demandante no había agradecido, dándola por sentada, no se mostraba ya tan indulgente y la interrumpía utilizando el mazo y retirándole repetidamente la palabra, insistiendo en que permitiera hablar a Grossman. La señora Haider, sin embargo, parecía incapaz de dejar argumentar al abogado, como si estuviera poseída por un demonio:
-¡No! ¡No, no! ¡Se trata de mis escritos, señor mío! También yo soy escritora... ¡escritora en prosa y en verso! ¡Ese hombre es culpable de allanamiento de morada... durante años! Se trata de mis memorias más preciadas, su señoría, porque todo eso me ha sucedido a mí. El plagiario me arrebata los recuerdos más preciados, cosas que me han sucedido a mí y a mi familia, y las tergiversa convirtiéndolas en ficción, pero no han sucedido en absoluto de esa manera, sino que son una infame MENTIRA.


Sentí un estremecimiento de amor por mi esposa de tantos años. mi querida Irina, la que se había enamorado de "Andy Rush", tan inferior a ella, ¿cómo no se había dado cuenta? 
Durante todos aquellos años había conseguido engañarla. 
Mi carrera, no la suya. ¿Por qué Irina Kacinzk no había luchado con más convicción, por qué se había sometido a mí?


Justo con las mismas palabras con las que le acusa también, demanda judicial mediante, C. W. Haider. Dos mujeres escritoras, dos mujeres de carrera literaria frustrada, sepultadas por el trato de favor que se dispensa a los hombres. Andrew, escritor de éxito, de talento mediano, aparentemente tolerante y bienhumorado, esconde, en realidad, a un hombre cínico, jactancioso, racista, clasista y machista que teme descubrirse a cada paso que da. Es posible que todos tengamos un cabronazo dentro que pugna por abrirse paso en la vida por encima de quien sea. Rey de Picas, este otro yo del protagonista y narrador, le susurra, por decirlo así, ideas de lo más retorcidas, que se agudizarán, a raíz de la demanda presentada por Haider contra él. El protagonista experimenta algo parecido a una obsesión respecto a esta mujer, lo que desencadenará una serie de acontecimientos que no develaré para no fastidiarles.

A esta lectura podemos añadir otra más: Oates escenifica una reflexión sobre la materia prima del escritor que no solo utiliza sus recuerdos personales, sino que, como un ladrón en la noche, asalta las mentes en las que están guardados los recuerdos y secretos ajenos, sin parar en mientes ni albergar escrúpulos, incluidos (y sobre todo) los de su propia familia y amigos, para construir sus ficciones. Una tarea que para el/la escritor/escritora puede ser gratificante (y beneficiosa), pero que para quienes se ven reconocidos/as en sus obras puede no verse como un halago o un reconocimiento, sino más bien como un robo y un insulto.

No obstante, a pesar de la riqueza de las posibles lecturas que pueden hacerse de esta novela, tengo la impresión de que la escritora ha ido demasiado rápido para armar de un modo narrativamente eficiente los mensajes anteriores. En mi opinión, todo se sucede demasiado deprisa, lo que no contribuye a la verosimilitud. El comportamiento del protagonista muta con demasiada velocidad. Los acontecimientos se precipitan cuando es posible que un desarrollo algo más pausado, más matizado habría dotado a la novela de mayor equilibro, incluso habría contribuido a aposentar los distintos argumentos críticos. Por esa misma rapidez, los personajes familiares aparecen demasiado borrosos, especialmente el de su hija, filóloga, con la que podría haber profundizado en la sátira del mundillo literario y del género; e incluso su mujer, que, también en su papel de artista reprimida, podría haber tenido mayor trascendencia, apenas adquiere consistencia. El mismo protagonista, a ratos, Jekyll; a ratos, Hyde, muestra también un lado raskolnikoviano que podría haber dado más de sí. Igual de precipitado es el desenlace. Y decepcionante también, añado. Que digo yo que si alguien se ha tomado la molestia de escribir una novela bien podría preocuparse de darle un cierre digno, no cualquier cosa. 

Que se lo digan también a Ray Loriga, por favor.


















sábado, 22 de julio de 2017

'El canto de las sirenas', de Val McDermid

Con ya la mitad de la población en vacaciones o algo parecido, terminando julio con olas de calor y corrupciones futboleras que se suman a las habituales, me vino a las manos, casi como si fuera por voluntad propia, una novela del género negro, o noir, como dicen los entendidos de nada más. Este género, que en los últimos años había eclosionado de tal manera que parecía que el futuro de la novelística consistía en asumir los atributos del género, hacerlos suyos y morir siendo un bonito cadáver, parece, por lo mismo, ser para muchos autores la línea de salida de una ulterior carrera novelística paradójicamente más seria. Para otros, sin embargo, el género delimita sus capacidades: se mueven a gusto dentro, como un asesino en serie en una localidad brumosa  y fría, pero agonizan como pescaditos cuando saltan fuera del medio. ¿Incomodidad? ¿Incapacidad? ¿Inloquesea?

Uno no es especialista en novela negra como novela negra. Me gusta pensar que me gusta leer novelas. Novelas buenas, claro está. Cada uno puede ponerle los títulos que quiera o suscribir las subdivisiones académicas, periodísticas o las  asumidas por los propios escritores. Ahí incluiríamos a nombres como Raymond Chandler, Jim Thompson, Patricia Highsmith, John Connolly, etc. Digo que no soy especialista porque habría mil autores más que serían considerados "imprescindibles" y cuyos nombres ignoro. Probablemente, me vedarían la entrada a la Semana Negra de Gijón. 

Sin embargo, los autores/as que he nombrado son tan buenos que sirven como referencia. Como piedra de toque. Como elemento de comparación. Si no tienen los diálogos de Chandler, la vitalidad exuberante de Thompson, la retorcida trama de Highsmith o la atmósfera de Connolly, ¿para qué voy a perder el tiempo con medianías? No por ser noir habría que leerlos, ¿verdad? Cuando uno se acostumbra a lo bueno no se conforma con lo peor. Parece, además, que el género está sufriendo una devaluación literaria galopante.

En fin, aquí tenemos, para contradecirme, El canto de las sirenas, de Val McDermid:





Es una novela que supongo que, como suele escribirse, "hará las delicias de los amantes del género". Traducido a mi idiolecto significa, para que lo entiendan: "Tiene todos los topicazos que un lector espera de una novela negra". Hay un cerebrito, que es el psicólogo criminalista Tony Hill. Una intrépida, pero también inteligente, detective, Carol Jordan. Hay un comisario bueno, un subcomisario brutal, también, cómo no, una periodista sin demasiados escrúpulos que saca información a algunos policías gracias a su poder de seducción y, claro, el asesino en serie cuya mente es demoniacamente inteligente al máximo, pero que cae, cómo no, víctima de su orgullo desmedido y de sus propias carencias emocionales. Debo señalar que, en mi opinión, los personajes, a pesar de las pretensiones de la escritora, resultan bastante planos y poco convincentes. Desde el primer momento, la detective se pregunta por sus posibilidades románticas con el psicólogo, lo que parece un tanto precipitado para una mujer independiente, liberada, hecha a sí misma, etc. El psicólogo es misterioso, reservado, y tiene un problemilla sexual que le hace dudar de sus posibilidades con mujeres intrépidas, liberadas y hechas a sí mismas. Vamos, lo típico. Además, hay sexo telefónico, para darle un toque más morboso aún al asunto. Quiten al asesino en serie y más que noir, parece rose. No seré yo quién se meta con los gustos de cada cual, que conste. 

Algunos diálogos y descripciones son superfluos y bobalicones, en lo que interpreto como un intento fracasado de buscar profundidad y detalle en la historia. No obstante, se lee fácil y no aburre demasiado. Hay, en general, una sensación de encontrarse con lo archiconocido todo el rato, de ser capaz de predecir qué frase va a continuación de la otra. A mí me parece un defecto. A otros, sin embargo, les resultará agradable encontrarse en terreno familiar. Es obvio que el estilo de la autora en esta novela es sencillo, sin veleidades literarias, ni mucho menos.

La detective Carol Jordan miró fijamente aquel amasijo de carne que otrora había sido un hombre, aunque se forzó por no enfocar demasiado la mirada. Hubiera deseado no haber comido el bocadillo de queso rancio de la cantina. Hasta cierto punto era aceptable que los oficiales jóvenes vomitasen tras enfrentarse a la visión de víctimas por muerte violentas; de hecho, incluso se los compadecía. Pero, en el caso de las mujeres, además de darse por sentado que habían de tragarse sus emociones, en cuanto vomitaban en la escena de un crimen perdían el respeto que tanto les había costado obtener y pasaban a ser despreciada, así como objeto de los chistes que los vaqueros de la cantina contaban en los vestuarios.

Una de las mayores ventajas de no pagar hipoteca consistía en que podía contar prácticamente con todo mi sueldo. Constituye unos ingresos sustanciales para alguien de mi edad y con mi ausencia de cargas familiares. Por eso puedo permitirme un ordenador súper avanzado con actualizaciones frecuentes que me me mantengan al día en lo relativo a tecnología punta. Si tenemos en cuenta que uno solo de los programa que utilizo me costó casi tres mil libras, está muy bien no tener a nadie chupando de mí. Gracias al nuevo sistema de cederrón, el digitalizador y al programa de efectos especiales, no tardé ni un día siquiera en importar los vídeos del ordenador.

Tony pulsó la tecla "guardar" y se recostó en el asiento con una sonrisa de satisfacción. Este era un buen punto en el que poder dejarlo. Mañana por la mañana completaría la lista detallada con las características que creía tener Andy el Hábil y esbozaría unas propuestas de posibles líneas de acción para los policías que trabajaban en el caso. 
-¿Has terminado? -preguntó Carol. 
Giró la cabeza y la descubrió inclinada sobre la silla, enfrente de una pila de carpetas cerradas. 
-No me había dado cuenta de que hubieras terminado... 
-Hace diez minutos. No quería interrumpir a tus deditos  voladores.Tony odiaba que los demás lo estudiasen de la misma manera que él los estudiaba a ellos. La idea de verse convertido en un paciente que recibía su propia medicina era una de las pesadillas de las que se despertaba sudando. 
-He terminado por esta noche -dijo mientras hacía una copia en un disquete y se lo guardaba en el bolsillo. 
-Te llevo a casa. 
-Gracias -dijo poniéndose en pie-. Nunca vengo en coche a la ciudad. A decir verdad... no me gusta mucho conducir. 
-No me extraña, el tráfico en la ciudad es un infierno.


La particularidad, por llamarla así, de Val McDermid es que no escatima detalles en la descripción de la tortura y muerte de las víctimas. Uno, que no es especialmente morboso en ese aspecto, se habría conformado con mucho menos. Supongo que si se busca un poco en el género, habrá descripciones más minuciosas y espectaculares, pero eso se lo dejo a Vds. Por otro lado, la novela es de 1995, aunque traducida en 2012, lo que se nota en las menciones tecnológicas. Además, tengo la impresión de que el lector en castellano habrá absorbido ya tanta información y tramas similares provenientes de lecturas, películas y series de televisión sobre asesinos en serie, tan abundantes en las dos últimas décadas, que la trama de esta novela le resultará un tanto simple. 

La traducción parece correcta, aunque he detectado un par de errores que molestan. Nunca insistiré bastante en la importancia de tener un corrector profesional competente en la nómina de una editorial. Si no, pasa lo que pasa.

En todo caso, una lectura para el/la lector/a poco exigente, de esos/as para los que se elaboran listas de lecturas para el verano. Para ese lector del que uno sospecha que dejará de serlo el resto del año. Que para qué si tiene mejores cosas que hacer. El Canto de las sirenas es, asimismo, de esas novelas para las que sí se entiende el uso del verbo consumir. Y luego, a otra cosa.



sábado, 15 de julio de 2017

'Rendición', de Ray Loriga

Uno, que no se dedica a ser reseñador literario como única ocupación, ni siquiera la más importante, no puede sino pensar que quien se dedica a ello debe de albergar cada vez una mezcla de preocupación y confusión. Preocupación por la calidad de la literatura patria, confusión por la cantidad de novedades a despecho de lo anterior. Algunos eliminan ambas de un plumazo reseñando solo aquello que les gusta. No obstante, en ello va implícita una selección y, por tanto, la inevitabilidad de haber leído cosas que no gustaron (y no fueron, por tanto, reseñadas). Creo que quien aplica ese filtro tiene ante sí la tarea de poner el listón en un lugar que sea lo bastante bajo para que puedan saltarlo las obras de sus amigos y simpatizantes y lo bastante alto para no tener que escribir sobre cualquier mierdecilla que asalte las mesas privilegiadas para la promoción de El Corte Inglés y tiendas similares. También está quien reseña las mierdecillas de sus amigos, pero afirmando que son obras maestras, prodigiosas, necesarias, etc. Pero de esto ya he escrito.

En cambio, quien no discrimina, como un servidor de Vds., puede permitirse la tarea, hasta cierto punto de tintes masoquistas, de reseñar lo que no le ha gustado. Más sencillo es, sin duda, criticar los defectos de una novela que explicar por qué nos ha gustado sin caer en lo que algunos llaman "el elogio definitivo" y otros "el maravillosismo". En este blog estamos contra la discriminación. Nos da igual el género novelístico, el sexo del autor/a, la editorial, la nacionalidad, etc. Es más, según acabo de contar, podrían considerarse positivas 18 reseñas frente a 13 negativas. No podría acusárseme, entonces, de verlo todo "siempre negativo, nunca positivo". 

Toda esta reflexión viene a cuento de que no deja de ser cierto de que la mayoría de las críticas negativas son obras de autores canarios. Pero no es que padezca de algún síndrome inquisitorial. Es más, siempre acudo esperanzado a esas obras, con la esperanza de que, en expresión de Rafael-José Díaz, "se produzca una epifanía". Lo cierto es que esa epifanía se produce raras veces. Además, considero que la crítica, y la crítica negativa, siempre que sea honrada no puede sino tener efectos positivos: si llega a ojos del autor/a, es posible que, aparte de la irritación contra el reseñador, le lleve a percatarse de detalles en los que no había reparado. Quizá para mantenerse en su idea, que no digo que no, pero al menos le habrá hecho reflexionar de un modo que nunca lo hará el elogio desmesurado y el aplauso sin fundamento. 







Hoy tenemos una novela-premio, de Alfaguara, tal y como se recoge en la portada. Mucho no he leído de ella en la red, así que supongo que no ha significado, precisamente, un temblor en la fuerza ni una conmoción en las letras hispanas. O igual sí y mi despiste habitual ha vuelto a cebarse en la percepción de lo que acontece en el mundillo literario patrio.

Rendición consta de dos partes y una especie de epílogo. Un único personaje, que hace las veces de narrador, nos lo cuenta todo. Vive con su mujer y un niño al que han recogido porque sí. Bueno, porque hay una guerra, el niño ha aparecido de repente, y la cosa está cada vez peor. En cierto momento, las autoridades obligan a los habitantes de la zona a que quemen sus casas y, autobús mediante, pretenden llevarlos a una ciudad donde -se les dice- ya no sufrirán privaciones. En esta parte a los personajes les pasan cosas y deambulan un rato de aquí para allá. Algunos, de repente, desaparecen de forma trágica, sin que moleste demasiado.

El problema es que los personajes de cierta presencia no terminan de estar bien delineados: son como sombras que se mueven por la pared llena de graffiti. Quizá el problema sea la elección de una voz narradora única y no demasiado culta, y además sin que se permitan diálogos. O que la expresión del flujo de pensamiento del personaje no es lo bastante elocuente ni sutil. Además, el tono y la calidad de su voz cambian. En las primeras páginas tiene un registro, digamos, normal. Luego, sí, el de un campesino que se hace un lío con sus pensamientos, casi un zoquete y más adelante el de un personaje suspicaz, inteligente y, a la vez, cómico. Se hace raro, sin duda, porque no me parece que se deba tanto a su evolución como a la falta de concentración del escritor.

Por otro lado, esta primera parte parece hecha con desgana, como si a Loriga le resultara un trámite necesario pero tedioso, como si tuviera ganas de darle a la película hacia adelante saltándose las escenas de transición. Y así, aunque la trama no adolezca de falta de acción termina por no interesarnos demasiado. Por otro lado, las reflexiones del narrador tampoco es que nos deleiten con su estilo ni profundidad.

En la segunda parte, se produce un cambio. Menos mal. De repente el autor ha llegado a la conclusión de que le interesa lo que escribe. Y se nota en el lenguaje, aunque eso suponga que la voz del narrador cambie. Ya no importa, sin embargo, porque al menos ya suscita curiosidad lo que le pase a él y a su familia. El defecto de esta parte, digamos la parte distópica/utópica, es que ya está muy visto lo de las casas transparentes, la falta de intimidad, el control invisible, etc. A este respecto, dice el jurado que es "una historia kafkiana y orwelliana". Y por qué no benthamiana, zamiatina o bradburiana, si nos ponemos picajosos. Ya quisiera Ray Loriga que su novela fuera la mitad de eso que dicen que es. En todo caso, esta parte se lee bien, con un par de páginas incluso de una comicidad singular y apreciable.



Al día siguiente me apresuré a visitar al médico aprovechando el descanso de la comida. El médico, como es lógico, negó haberme dado ninguna extraña droga y me dijo que lo que sentía no era más que el fruto de mi perfecta adaptación final a mi nueva vida y que debería estar celebrándolo en lugar de haciéndome incómodas preguntas que no conseguirían otra cosa que traer de vuelta la inquietud, el hastío y el insomnio. Le contesté que por eso no se preocupase en absoluto porque de hecho me pasaba el día celebrándolo todo por dentro, y que de tanto celebrar ya no sabía que celebraba pero que al llegar a ese punto, lejos de enfadarme o inquietarme, celebraba mi desconocimiento y mi ignorancia, y que en realidad no podía dejar ni por un segundo de celebrarlo todo y que incluso celebraba esa misma conversación que estaba teniendo con él pero no tanto como sin duda celebraría salir de su oficina y regresar al trabajo. 
Me preguntó si había comido y le respondí que no, pero que también me alegraba no haberlo hecho porque así disfrutaría más de la merienda. Y luego, efectivamente, dejé la consulta del médico y volví a mi trabajo tan contento.

A pesar de que la relación del personaje principal con su mujer se transforma de un modo arbitrario, lo que es decepcionante, las andanzas y desventuras del personaje parecen cobrar algo de sentido. El estilo levanta el vuelo y la novela adquiere consistencia. La trama se vuelve, como era de esperar, eso sí, cada vez más siniestra. El protagonista se hace preguntas, curiosea, y tal. Ya les digo, lo hemos leído antes, pero no está mal. Esa ciudad transparente invita a resolver su misterio, a indagar en sus orígenes y en su finalidad, que no puede ser buena, de tan perfecta que parece. Pero justo cuando la cosa comienza a pintar bien, el autor vuelve a tener prisa y nos endilga un final tipo: "Venga, que tengo prisa para que me den un premio". Y la novela se acaba de cualquier manera. De manera torpe, precipitada y decepcionante, me atrevería a escribir.





viernes, 7 de julio de 2017

'Casa de verano con piscina', de Herman Koch

Entiendo que, para muchos, la mejor crítica (si no la única posible) es el elogio desmedido. Solo así puede entenderse que los mismos escritores que propugnan una "crítica de verdad" en Canarias sean los mismos a los que le sienta fatal que se le aplique a ellos mismos cuando no consiste en elogios desmedidos. Creo que a pesar de las fotos en facebook de cenas multitudinarias o de reuniones regadas con cerveza, de cordiales encuentros con el Escritor Reconocido, o con el editor o la librera de turno en ferias del libro allende los mares, muchos/as de estos escritores/as no cuentan con verdaderos amigos. 

Un amigo te habría dicho que El tren delantero demuestra que una novela es algo más que unir de mala manera historias sueltas que uno tenía en un cajón, abandonadas gracias a Dios; que La otra vida de Ned Blackbird necesitaba un repaso a fondo en el estilo y en la lógica del argumento; que Gracias por el tiempo requería una reflexión profunda sobre el tono narrativo y, por qué no, sobre su misma existencia; que Puro cuento es pura impotencia sin altura literaria; por no hablar de La última homilía de Zacarías Martín o de El sepulcro vacío. Un amigo habría dicho, en definitiva: "Trabájalo más". Y más.

A este respecto, y cambiando de manifestación artística, recuerdo una tarde en la que asistí al estreno de una película canaria llamada Los días vacíos. Casi la totalidad del público asistente (amigos, familiares, actores y demás miembros del equipo de rodaje, y alguna despistada) prorrumpió en aplausos durante varios minutos a su término. No contentos con eso, algunos se levantaron y, mientras seguían aplaudiendo hasta que se les llagaron las manos, gritaban "¡Bravo!" una y otra vez con algo parecido al fervor. ¿Qué pensaría el director? ¿Qué la película flaqueaba por todos lados? ¿Que no sabía qué era peor, si el guión, tosco y errático, si las interpretaciones que iban de lo meramente aceptable hasta lo ridículo, si el lenguaje visual, que a veces parecía propio de un documental turístico y otras de una mala serie de televisión? No, pues lo lógico es pensar que si todo tu entorno te dice que lo has hecho cojonudo, lo creas.

Pues no.

Soy de la opinión que hay que ser parco en el elogio: nos hemos acostumbrado a que de cualquier cosa que no se diga que es obra maestra o genialidad pensemos que es una mierda. En una obra de teatro o representación operística, si el público no se levanta, aplaude y grita como poseso es que ha sido un espanto. Si los actores no se sienten obligados a salir tres o cuatro veces, mal asunto. Incluso en las tesis doctorales, si el doctorando no saca matrícula cum laude, es que su trabajo es malo. Eso tiene como consecuencia el fenómeno de la grima: grima en las reseñas, en las notas de lectura, en los suplementos literarios, en las revistas literarias, en los comentarios de los lectores-fans, etc. Todo es hiperbólico, ditirámbico, exagerado, ridículo.

¿A dónde hemos llegado?

Así, en mi personal esfuerzo por contrarrestar ese orden de cosas en los juicios que hago, si una novela me parece que está bien, no significa que me parezca mala, no: me parece que está bien. Eso es un elogio, ¿o me estoy perdiendo algo? Claro que hace falta en Canarias una crítica de verdad, si entendemos por ello no una Crítica que incluya mi novela o mis poemas en una nueva Antología Canaria para que me inmortalicen académicamente y yo lo vea, sino una crítica honrada. ¿Y qué es una crítica honrada? Simplemente, que consista en escribir públicamente lo que se piensa de verdad, con mejores o peores argumentos, que eso ya se discutirá. En serio, a mí no me ha resultado difícil.

Pasemos a la reseña de hoy: Casa de verano con piscina





Esta es una novela en la que la propensión a empatizar con el personaje principal y narrador, Marc Schlosser decae con rapidez si uno no se empeña en lo contrario, si uno se da cuenta de que no es obligatorio identificarse con él. En nuestro caso, es un médico que por sistema detesta a sus pacientes, un hombre al que, aunque no lo reconozca explícitamente, no tiene demasiaba buena opinión de las mujeres en general, salvo cuando su vanidad se siente halagada por la promesa de una conquista sexual. Es bastante parecido al español medio, me da la impresión, con sus especulaciones de por qué hombres y mujeres ligan, cuándo ligan, y con quiénes ligan. Se considera un téorico del comportamiento humano dada su condición de médico de cabecera, que, por lo que parece, le capacita de manera excepcional para emitir sus juicios sobre las miserias y servidumbres de las personas y de sus cuerpos. En realidad, un individuo normal, con valores de clase media de sociedad burguesa, respaldados por un biologicismo omnicomprensivo, pero que, eso sí, se codea con artistas y gente de postín.


La consulta de un médico de cabecera como la mía tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, te invitan continuamente a todas partes. Les parece que en cierto modo tienes que estar, aunque sea "en cierto modo". Inauguraciones, presentaciones de libros, estrenos de películas y obras de teatro... No pasa un día sin que te encuentres una invitación en el buzón. No existe la opción de no asistir. Si es un libro, aún puedes mentir y decir que vas por la mitad, que no quieres opinar hasta acabarlo. Pero el estreno de una obra de teatro es el estreno de una obra de teatro. Cuando se acaba tienes que decir algo. Es lo que se espera de ti, que digas algo. Nunca que digas lo que te ha parecido: eso jamás de los jamases. Lo que te ha parecido te lo guardas sabiamente para ti. Durante un tiempo lo intenté con clichés; clichés del tipo "Algunas cosas estaban bien", o "Y a vosotros, ¿qué os ha parecido?". pero con clichés no se conforman. Tienes que decir que te ha encantado, que les agradeces que te hayan brindado la posibilidad de presenciar ese estreno histórico.



Las mujeres simpáticas compensan su falta de atractivo corporal con talentos, innatos o no, en otros ámbitos. Por ejemplo, preparan todos los bocadillos de un guateque con más de cien invitados. O traen gorritos de fiesta y antifaces para todo el mundo. O llegan en una bici de reparto con más leña de la que se necesita para todas las estufas de la terraza. "Wilma es un encanto -comenta la gente-. ¡Qué agradable es! Nadie más hace algo así, ¿a quién se le habría ocurrido?" Claro que Wilma está demasiado pálida o demasiado delgada, o simplemente es demasiado fea, y todo el mundo se da cuenta, pero la pobre hace desinteresadamente tantas cosas encantadores al mismo tiempo que sería de desalmados comentarlo.



Aparte de lo de mi aspecto, debería explicar otra cosa sobre mí. Soy más gracioso que la mayoría de los hombres. En las listas de las cualidades masculinas más valoradas que publican las revistas, la mayoría de las mujeres responde "sentido del humor". Antes pensaba que era mentira. Una mentira para maquillar el hecho de que a la hora de la verdad siempre acabarían decantándose por George Clooney o Brad Pitt, pero ahora he entendido que no es así. No es que las mujeres que piden "sentido del humor" quieran pasarse la vida desternillándose con un hombre demasiado jocoso. Se refieren a otra cosa: el hombre tiene que ser "gracioso". Jocoso no, gracioso. En el fondo, todas las mujeres tienen miedo de, a la larga, acabar aburriéndose con los hombres demasiados guapos de este mundo. Con esos hombres que saben perfectamente lo guapos que son, que no han de esforzarse porque tienen a todas las mujeres que quieren, pero poco después de la noche de bodas ya se quedan sin temas de conversación. Llegan los bostezos de aburrimiento. Y es que también resulta agotador tener todo el día alrededor a un hombre que admira constantemente su propio aspecto. Un día tras otro. El tiempo se convierte en una carretera recta y larga que cruza un paisaje bonito pero aburrido. Un paisaje que nunca cambia.


Así, este observador de la vil humanidad se da cuenta en una fiesta de que el famoso actor de teatro y nuevo paciente de su consulta, Ralph Meier, ha deseado, con expresión lasciva que así lo demuestra, a su esposa, Caroline. Por supuesto, deplora ese sentimiento y le produce mucho asco. Sin embargo, su propio deseo hacia la mujer de Ralph, Judith, no le inspira el mismo reproche. Así somos, salvo excepciones, linces para los defectos ajenos y ciegos para los nuestros. 

Más adelante, el protagonista y su familia se encuentran, no del todo por azar, con Judith y Ralph cerca de la casa de veraneo de estos, que comparten con otra pareja amiga. De ahí el título. Ralph se nos aparece cada vez más detestable  y asqueroso. Marc, como un intrigante manipulador. A espaldas de ambos, Caroline y Judith parecen ajenas a las intenciones de sus maridos. Uno se pregunta si esto tiene que ser siempre así, que cada vez que haya hombres y mujeres, parejas de novios o casados, suponiendo heterosexualidad, o todas las posibilidades suponiendo que no, haya que estar en guardia por potenciales infidelidades o acosos sexuales. Si uno no puede estar, simplemente, hablando, mirando el cielo o pensando. Si uno tiene que estar de continuo rivalizando para captar la atención de una posible pareja para un folleteo o para evitar que el/la rival acapare toda la atención. Si todo tiene que ser sexual y freudiano, si no hay espacio para descansar de la sensibilidad genital y de fantasías sentimentales y operar, un rato sólo, con amigable racionalidad. Es que, si no, todo puede llegar a resultar muy cansino.

Por primera vez desde nuestra llegada a la casa, Judith y yo estábamos solos en un mismo lugar. La miré. Deslicé la mano por encima de la mesa, le cogí los dedos corazón y anular entre mi pulgar y mi dedo índice, y tiré suavemente de su mano.-Marc... -Dejó el cigarrillo en el cenicero, suspiró hondo, lanzó una ojeada hacia fuera y me miró-. No sé, Marc... No sé si...-Podemos ir a dar un paseo. O a la playa, en mi coche. No le solté los dedos. Acaricié el dorso de su mano. "Podría llevarla a alguna parte", pensé. No a la playa, sino hacia las colinas, por una de las muchas carreteritas tortuosas de arena que había a lo largo de la costa. Recordaba un aparcamiento casi desierto en un claro del bosque. Desde allí habíamos tardado más de una hora en alcanzar a pie una de las calas de Ralph. Pero no teníamos por qué ir hasta la playa. El aparcamiento ya bastaba.


El autor maneja bien el ritmo de la trama; el lector se pasa la mitad de la novela temiendo lo que se insinúa para que cuando los acontecimientos se precipitan y se produce el clímax se quede perplejo por lo inesperado. La evolución moral del protagonista, sobre todo, nos deja, por así decirlo, ante dilemas éticos que no sospechábamos. Estos constituyen, para mí, el valor de la novela: asumimos el comportamiento del protagonista, lo repudiamos, nos quedamos solo con aquellos que nos haría sentir mejor. En definitiva, reflexionamos sobre nosotros: vida, muerte, sexo, cónyuge, prole, culpa, respeto, inocencia.

Asimismo, me parece que la traductora, Maria Rosich, ha hecho un buen trabajo. Al menos, la versión en español ofrece un texto fluido que refleja las reflexiones de un hombre de ciencias (recordemos que Marc, el protagonista es médico), con un sesgo analítico, que no frío, pero con intención de minuciosidad. Las caracterizaciones de los personajes resultan acertadas, tanto en la descripción de sus acciones como en los diálogos, ofreciendo toda una galería de personajes que si bien, por un lado, son tipos, por otro también resultan humanos. Convincentes, en definitiva.

Solo me atrevería a poner un pero: hay en la estructura de la novela un recurso con el que el autor consigue construir la sorpresa final, también provocar la catarsis, en el lector. Es posible que pudiera llamarse a eso manipulación, quizá truco. No sé cómo lo verán Vds. Ya me cuentan.