jueves, 28 de octubre de 2021

'El viaje de las palabras', de Clara Usón

 Cuando lean estas líneas, estará a punto de comenzar una nueva sesión del evento Rock&Books en Las Palmas de Gran Canaria (ya se ha celebrado, por cierto, en cumbres y medianías). Consiste, como pueden imaginar, en combinar dentro de un mismo programa presentaciones de libros y mesas redondas sobre asuntos más o menos literarios con conciertos de música rockera (veo en el programa que también electrónica) y cosas así. Está muy bien eso de combinar libros y música rock: debe de ser porque con mas o menos comodidad pueden incluirse bajo el rótulo de la cultura. Si tiene éxito (ya llevan algunas ediciones), en esta sociedad de mercado es posible que surjan competidores que programen eventos ligeramente modificados o sucedáneos. Por ejemplo: ClassicalMusic&Books, Punk&Books, o, para que no se note demasiado y alejándonos un poco del selvático mundo musical, Books&Dishwashers o Literature&Purgatives; tal vez, Words&StinkySweat. Recuerden que también disfrutamos del (o padecemos) Cine+Food. Eso sí, todo en inglés para que consiga proyección no solo local, no solo nacional, sino europea, euroasiática, mundial, que se proyecte más allá de la Luna, del sistema solar, que abarque su potencia estrellas, galaxias y constelaciones, que su valor intangible alcance el universo entero y más allá todavía. Esta fascinación supuestamente astuta por reclamarse publicitaria está presente en muchos otros eventos, como el deportivo NightRun o servicios municipales como el ByBike.  Se puede ser más cateto, pero hay que currárselo mucho.

Como evento, supongo que Rock&Books pretende que la gente salga un rato de casa si no tiene nada mejor que hacer y se distraiga un pizco. Cosas peores habrá, sin duda. No obstante, en cuanto a la mayoría de los escritores/as que pulularán por ahí, no puedo evitar la impresión de que están escogidos un poco a falta de algo mejor. No digo que tengan que traer (Dios o quien sea no lo quieran) a Javier Cercas o a Manuel Vilas, ni a Lucía Etxebarria, pero sí alguien más singular que, aunque no pertenezca a la flor y nata literario-mediática, sí tenga algo que contar, y mejor si lo ha hecho ya por escrito. Lo digo sobre todo después de la experiencia, por llamarla así, de la última edición de la feria del libro de la capital. No es sencillo organizar estos eventos, sin duda, pero el público lector algo exigente no tiene mayor interés por ver a un presentador de la tele o a una youtuber adolescente (aunque, por supuesto, tienen su público) sino, en todo caso, a aquellos/as que a través de la Literatura, les hagan llegar ideas nuevas, sugestivas, originales e interesantes. Tal vez sea mucho pedir.

Por cierto, respecto de la feria del libro, aunque ya me extendí en el pasado artículo, querría añadir que me resultó digno de compasión ver a todos los/as escritores/as posando con un libro promocional de Gran Canaria, cortesía del Cabildo, que había puesto sus dineros; por no hablar de los comentarios de la página web oficial, cuyo anónimo/a redactor/a aseguraba que Pepita o Fulanito volverían a la isla para, por ejemplo, "visitar todos y cada uno de sus rincones", o que habían "disfrutado de la gastronomía", que les había "encantado Gran Canaria" y cosas intercambiables de ese jaez. Todo muy ridículo, también.




Sí que aporta algunos de esos rasgos que señalaba anteriormente la novela de Clara Usón El viaje de las palabras. Una novela cuyo argumento consiste en el viaje de Lucía, una licenciada en filología (imagino que Filología Eslava) que investiga la vida y obra de Antón Pávlovich Chéjov para su tesis doctoral, a la época y a la aldea de éste. Es más, la estudiante se planta en la mismísima casa de la familia Chéjov. 

Tal y como se deduce del final de la novela, puede que no consista más que en un sueño. También podríamos haber imaginado un viaje en el tiempo (me recordó, por cierto, a aquella novela de ciencia ficción llamada El libro del día del Juicio Final, 1992, de Connie Willis). O mezclando ambas con el matiz de que no sería un viaje a la vida real, tal como fuera, de Chéjov y su familia y la Rusia de aquella época, sino solo (nada más y nada menos) a la vida conocida por la doctoranda en sus estudios sobre el escritor.

Sea como fuere, la excusa para introducirnos de repente a Lucía, la protagonista, en la Rusia rural de finales del siglo XIX, más concretamente en la aldea de Mélijovo, es lo de menos. Una mala excusa puede tiznar de inverosimilitud el resto de la novela, pero no es el caso. De una España, de una vida (la de Lucía) gris y un tanto desesperanzada, pasamos al color de la aventura que transcurre en esa aldea, como le ocurre al personaje de El mago de Oz. Transmutada (o disfrazada) en condesa, Lucía se plantará en casa de los Chéjov con el objeto de hacerse con la mayor cantidad de información posible sobre su admirado escritor y escribir el mejor trabajo de investigación sobre él. Detrás de esta ambición late el deseo de evitar una vida rutinaria, evitar el destino fatídico de convertirse en una profesora de instituto de Burgos con un marido igual de mediocre y un par de niños como corolario también inevitable.

Así, llego a la conclusión de que el verdadero propósito de Clara Usón no es tanto el indagar ficticiamente en la vida del novelista ruso como de preguntarse por lo que significa una vida lograda, tanto poniendo de relieve las contradicciones de la protagonista, que no en pocas ocasiones actúa de manera mezquina, egoísta e irresponsable, como en el relato desmitificador de Chéjov que también en varios momentos aparece retratado con rasgos bastante desfavorecedores. Esa intersección de caracteres, de formas de pensar, con el telón de fondo de la familia, las pretendientas y los mujiks surge el conflicto revelador, la resolución humillante pero clarificadora. Es, en definitiva, mucho menos una novela de evasión que de indagación.

No es baladí señalar que la autora penetra en el alma/personalidad de Lucía con una narración que en ningún momento aburre, combinando además muy bien un uso limpio y poco problemático de la prosa con palabras rusas. Asimismo, me parece un acierto la manera en que tiene la autora de traer a colación los relatos de Chéjov con incidentes que ocurren en la novela y las notas a pie de página que cuadran bien con la actitud supuestamente investigadora de la protagonista. Los personajes resultan pintorescos pero no folclóricos ni estereotipados, tantos los principales como los secundarios, con su carácter propio. La novela está narrada en tercera persona, pero como es habitual, ya una segunda naturaleza en los/as escritores/as contemporáneos/as en estilo indirecto libre, pero de un modo muy fino, que llega a adquirir en ciertas escenas, en ciertos monólogos interiores una intensidad conmovedora. Además, cierto distanciamiento irónico.


Estoy en desacuerdo con usted, Lucía Rodolfovna; no es función de los artistas resolver cuestiones como la existencia de Dios o el sentido de la vida. La función del artista es únicamente describir cuándo, cómo y bajo qué condiciones las cuestiones de Dios y del sentido de la vida han sido discutidas. El artista debe ser sólo un testigo imparcial de sus personajes, no su juez; yo describo a unos ladrones de caballos, pero no juzgo si robar caballos es bueno o malo. (...) Los escritores no debemos jugar a los charlatanes y hemos de declarar con franqueza que nada está claro en este mundo. Sólo los necios y los charlatanes lo saben y lo entienden todo. Yo no sé cuál es el sentido de la vida, Lucía Rodolfovna, nadie lo sabe, pero no me aflijo por ello, no me hace falta saberlo para seguir viviendo. (Pág. 89)


Su momento preferido para pensar en el arte era al amanecer, en la ribera del río, mientras, acuclillada en la hierba, oculta detrás de unas matas, contemplaba al joven bañista que cada mañana repetía su rito. Y era guapo, sí; consiguió verle la cara y, como había intuido, era guapísimo. Él también la había sorprendido a ella, sentada al borde del río, contemplando... el paisaje, y la había saludado con un gesto alegre desde el agua, comunicándole, a gritos, que no podía salir porque no estaba vestido. Lucía había pretendido escandalizarse ante esa noticia, tapándose la cara con las manos y exclamando un "¡oh!" particularmente aristocrático. Por supuesto, se había retirado al punto de la escena para apostarse detrás de las matas y, bien escondida, seguir espiando al joven cuando saliera del agua. Pero en todo ese proceso ella nunca dejaba de pensar en ideas elevadas. (Págs. 102-103)


Lucía no daba crédito a sus oídos, ¡qué mentiroso! ¡Ni mención de Savka, todo el mérito suyo! Y Levitan, su cómplice, callado, otorgando. Estaba tan indignada que no reparó en que nadie en la casa parecía sorprendido o inquieto por su prolongada ausencia, ni siquiera Evgenia -que como madre de familia tenía la obligación moral de ejercer de madre interina de los invitados- se había preocupado por su tardanza, ni por si había comido o tenia hambre, o tal vez había sufrido algún percance. Que pensaran tan poco en ella, siendo como era una condesa, constituía una afrenta, pero la había trastornado de tal modo el suceso de la becada, que otra vez se olvidó de enfadarse. Como futura biógrafa canónica y definitiva de Antón Chéjov, tomó nota de lo que acababa de aprender: los escritores no son de fiar, se inventan cosas, embellecen y adornan la realidad según les conviene. Pero aunque, por una parte, se sentía engañada por Chéjov, por otra, le agradó descubrir que en el fondo era un pícaro, que no era tan bueno, ni tan honrado, ni tan sincero como proclamaban sus biografías. Le atraía más en su faceta de pillo. Y con renovada esperanza fue al estudio a cambiarse para la cena. (Pág. 146)


Además, la recomendación de Horacio de "instruir deleitando" (que suena hoy casi insoportablemente paternalista) puede servir aquí, ya que el público lector no conocedor de la obra de Chéjov podría recibir el estímulo definitivo para solventar esa laguna. Sin duda, hay "autores/as imprescindibles" para los que siempre careceremos de tiempo, pero créanme que Chéjov no debería pertenecer a esa nómina. Ya que sobre todo es conocido hoy en día por sus relatos (aunque escribió numerosas obras de teatro, algunas tan conocidas como Tío Vania o La gaviotaLas tres hermanas o El jardín de los cerezos), aquellos se adecuan perfectamente a ese ritmo acelerado y sincopado que caracteriza la vida de la mayoría de las personas en este siglo XXI.

Por último, si fuese obligatorio destacar algo negativo, podría aludir al desenlace no del todo satisfactorio, ese despertar del sueño (a medias) cuando considera que su aventura ha tocado a su fin. Al igual, como ya señalé, que esa súbita entrada en el mundo de los Chéjov. Peccata minuta, sin duda.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA






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jueves, 21 de octubre de 2021

'Existiríamos el mar', de Belén Gopegui

Alguna vez he mencionado el tinglado este de los premios literarios. De los premios, en general. Con las excepciones de rigor (que puede que promuevan efectivamente el objetivo explícito: dar a conocer a buenos/as escritores o artistas, reconocer o contribuir a reconocer a un/a artista que por esa concatenación de azar y capricho del mercado estaba escondido/a a la vista del público, etc.), por lo general los premios sirven al nada loable propósito de favorecer la imagen de la institución (pública o privada) que concede el premio o, simplemente, unido a lo anterior, premiarse a sí misma. Qué son si no los Oscar o los Goya: los miembros de la Academy of Motion Pictures Arts and Sciences en los Estados Unidos o los de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España son los que votan qué película (que han producido, dirigido, interpretado, etc., esos mismos miembros) o qué apartado de alguna película les ha gustado más. Algo similar puede decirse de los Nobel. Hay una academia sueca del ramo cuyos miembros votan lo que les gusta. Huelga decir que es necesario que hayan leído lo que votan, lo que significa que la obra de esa persona candidata debe estar traducida al sueco, (imagino que al inglés también) como mínimo. Además, los partidarios de ese autor o autora, creo, deben de conformar algún tipo de lobby para influir al comité designado para hacer llegar al jurado su obra.  

Es decir, no está previsto ningún mecanismo de infalibilidad o de omnisciencia, no hay afán totalizador, sencillamente porque no puede haberlo. Por tanto, las quejas de los/las fans sobre que una elección ha sido "injusta" no dejan de ser sino una falacia o mero resentimiento dado que la realidad no se ajusta a sus deseos, por estrambóticos que sean. Un premio es injusto cuando a sabiendas se elige una obra peor sobre otra mejor. En el caso de la extensa obra de grandes (o menos grandes escritores) quejarse, incluso con amargura y artículo en el ABC, por que la elección haya recaído en un tanzano residente en Inglaterra y no, digamos, en Javier Marías denota, como no podía ser menos, la arbitrariedad del gusto. Pero, como tal arbitrariedad, demandar que unos señores en Suecia le den su premio (o a los que se les ha atribuido esta prerrogativa) al escritor que le gusta a uno/a resulta como mínimo exagerado y un tanto histriónico. Además, si se duda de que haya concurrido solo el sopesamiento de valores literarios en la otorgación de este premio, como a veces se hace notar, me pregunto entonces, si tanto se ha depreciado, qué valor tendría que se lo dieran al escritor o escritora favorito. En tal caso, otra persona podría aducir la misma inquietud y proyectar las mismas sospechas al respecto. A no ser que se afirmara que solo en ese caso concurrieron únicamente las virtudes literarias. A todo esto, me viene ahora a la memoria de la frase de Cela sobre el Cervantes. 

Por otro lado, las últimas risas, mofas y befas respecto de los premios literarios han recaído en el Planeta. En serio, es posible que no haya certamen literario (por llamarlo así) más desprestigiado y más carente de todo interés puramente artístico en el mundo, y es posible que no haya certamen literario más anunciado, narrado y posteriormente más comentado que este en todos los medios de comunicación, lo que luego se desborda en las redes sociales, cenáculos literarios y grupitos de escritores/as apretujados en torno a una mesa en la calle Mendizábal. Es evidente que "dotarlo" de un millón de euros llama la atención, pero creo que su trascendencia va más allá del dinero. Barrunto que tiene que ver con que la empresa editorial y el conglomerado comunicativo que hay detrás y su cosmovisión ideológica de algún modo eclosionan visiblemente en esta ceremonia de autopromoción donde se reúnen elites políticas y económicas, y a cuya mesa invitan a literatos/as más o menos reveníos. En este caso, para mayor escándalo, tanto para los puritanos de izquierda como de derecha, la escritora galardonada resultó que estaba constituida por tres señores que casi pasaban por allí. Además, y como bien señala Antonio Bordón en un artículo al respecto en su blog, si queda claro que el premio Planeta siempre fue una engañifa, al menos los escritores que aceptaban participar en la componenda no estaban en absoluto carentes de prestigio ni de talento: comparar aquellos con estos de ahora nos hace preguntarnos (si este premio actúa, utilizando una metáfora bastante usada, como termómetro del nivel promedio de la literatura en nuestro país) en qué medida estamos bailando sobre un cadáver.

Por supuesto, podemos aducir que la literatura que interesa no tiene por qué acudir a certámenes, galardones ni premios, y que sigue vigente aquella distinción de Bourdieu, tan de siglo XIX, entre los autores que aspiran al reconocimiento de sus pares y los que escriben para el reconocimiento del mercado. Cada escritor/a vive en encrucijadas de disponibilidad de tiempo, de dinero, de espacio: unos se venderán por un bocadillo de chopped, a otros no les hará falta porque ya lo hacen gratis y unos terceros habrá que valoren la posibilidad de no renunciar a sí mismos. Es fácil llegar a la conclusión de que la balanza está absolutamente desequilibrada, pero... 






Yo espero que a Belén Gopegui no le ofrezcan (porque de eso se trata, de un ofrecimiento, según la abundante literatura planetaria al respecto) jamás el Planeta. En caso de que así fuera, también espero que a Gopequi no se le ocurra aceptarlo. Sería algo así como la encarnación del derrumbamiento de la esperanza y la erección de un nuevo ídolo del cinismo. Porque, a tenor al menos de las dos obras que he leído de esta autora, su literatura representa la antítesis de los valores comerciales que tanto promueve y festeja aquella editorial.

Existiríamos el mar narra la historia de un grupo de recién cuarentones (o cuarentañeros) no relacionados por consanguinidad ni intimidad erótica que, a falta de otras posibilidades, viven juntos en un piso. Todos viven de sueldos magros, trabajan en empleos insatisfactorios y, quizá sea lo más singular, albergan sueños, aun a pequeña escala, de emancipación. Pero una emancipación que no solo está centrada en el yo, sino que aspira a ser extensiva. Esto se personaliza en dos de los protagonistas, que ejercen de delegados sindicales en sus empresas ("sindicatos no oficialistas", por lo que supongo que no serán los grandes CC.OO ni UGT).

No es, no se engañen, una historia de grandes gestas proletarias ni de batallas laborales teñidas con la sangre de mártires, semilla de marxistas. Dentro de lo que cabe, sus trabajos no implican embrutecimiento extremo ni deterioro físico exacerbado. Es más, podríamos asegurar que quien más sufre la precariedad y la falta de medios es Jara, la única protagonista en paro, que, como máxima rebeldía ante su situación, en cierto momento decide desaparecer y mudarse a otra región. Sin embargo, los cinco personajes no dejan de pensar, pensarse y hablar unos con otras sobre este mundo que se empeña en bonificar a unos y dejar a la intemperie a otros. Donde unos son capaces de ejercer todos los derechos y otros, no. Donde unos confunden la realidad y el deseo porque la realidad de la explotación y de la angustia por llegar a fin de mes no está presente en sus vidas y otras viven en la desazón permanente.

Por otro lado, señalemos que la escritora no muestra un léxico apabullante. Es decir, el vocabulario es accesible para casi cualquier lector. La sintaxis, en cambio, requiere en muchas ocasiones de segundas lecturas. Es así como pensamientos de cierta complejidad están expresados de manera sencilla, lo que es más difícil de lo que parece. La escritora evita con su peculiar estilo la petulancia en la que desbarran otros/as autores/as más dados/as a imprimir sublimidad y espiritualidad a cada frase que pueden. La narración en tercera persona, aunque a veces es difícil, como suele ocurrir en escritoras bien pertrechadas, distinguirla del estilo indirecto libre, refuerza el objetivo, nada oculto, de la autora por reforzar su mensaje. Entiéndase esto no como escritura panfletaria o de tesis, sino como su empeño por mostrarnos ese lado oculto de las cosas aparentemente sencillas, triviales o no pensadas en las relaciones humanas. Devela los vicios y los automatismos de una vida poco lograda por circunstancias que escapan en gran parte a las intenciones y deseos de los protagonistas.


A veces cruza por su mente el rayo, la noticia, el lance que fulmina a una persona amada o a ellos mismos. Muchos viven en un azar que es solo abuso del poder de sus no tan semejantes, y se preguntan si les despedirán mañana o si tendrán recursos para mantener su vida. En algún momento, la mayoría sueña con el buen azar, con la buena aventura no esperada. Y en general y sobre todo, se tambalean y hacen como que no lo saben, como que no hay abismos a los dos lados de la acera, y ríen con la caída ridícula porque solo fue fantásticamente ridícula. Conocen la angustia de no llegar a tiempo a donde, sin embargo, al parecer no les esperan. Para designar lo muy bueno utilizan a veces nombres de lo imposible: esto es fabuloso, esto es fantástico. Pese a todo, no es raro que asientan ante una melodía, o que, tras ver a dos personas caminando juntas, con una gratitud maravillada sonrían al azar que les hace estar vivos. (Pág. 108)

¿Debería preguntarle cómo era su madre? ¿Debería proponer a Mariana ir a tomar un café? Ni idea. Solo se le ocurre hablarle de la precisión, de lo borroso, de lo difícil que es encontrar el término medio, de que la vida pasa muy deprisa y a la vez muy lentamente, de que le gustaría conformarse con las pequeñas emociones pero no puede, no sabe, no es capaz de construir una aduana para ordenar el paso de lo que la aturde, esa desorganización, esa tristeza, los agujeros del sufrimiento que se pueden reabrir y no siempre por azar. Le gustaría explicarle que cuando se le hace un nudo en la cabeza no es porque esté sintiéndose Juana de Arco, sino porque tropieza en cada acto menor, como no poder invitar a una caña, no creer en el consuelo y no saber decir las palabras. No está dispuesta a aceptar un paro inaceptable y puede que eso acarree mayores inconvenientes y caos en su entorno de lo que ocasionaría su conformismo. Pero aunque nadie pueda decir si en verdad somos libres para querer lo que queremos, hay una libertad a la que Jara no renuncia no la de lo hipotético, lo que hubiera podido pasar, sino la del qué haré ahora y el hasta qué punto puedo tratar de empujar los límites injustos que me imponen los más fuertes (...). (Págs. 147-148)

La voz y la intensidad suben ahora al borde del tejado del hostal, allí se sientan, con sus piernas ficticias colgando. En lugar de echar a suertes su papel en la historia, la voz expone su caso. Algunas historias, dice, requieren no transitar por los límites de lo insoportable y lo extraordinario. En los momentos ordinarios, la chapuza vital, el impulso de la justicia y la llamada de lo lejano encuentran un peso tal vez equivalente; los humanos tratan de responder como mejor saben a esa tríada, hay momentos espléndidos que, como grandes robles, extienden sus copas, hay caídas y tiempo de pena, hay intentos perfectos si bien no logrados y un discurrir a través de los días con afecto atento, un discurrir a veces intrincado, un poco lóbrego y sobrecogedor, a veces espacioso y al borde del mar. Y esta es la vida sin sus desafueros, también cuenta, y también forma parte del camino. (Pág. 246)


No es una novela, entiéndase, lacrimógena o simplemente deprimente. Más bien, la sensación que me suscita es justo todo lo contrario: la rebeldía a pesar del inoportuno desfallecimiento; la dignidad como bandera a pesar de la bota que amenaza por pisotearla, la ensoñación (si se quiere, utópica) de que es posible otro modo de organizar la sociedad, de hacerla mejor, para que quepa todo el mundo, la alegría de poner el corazón en los pequeños detalles. En algún momento Gopegui cae en el error de usar algún personaje como mera envoltura para propinarnos un discurso. Esto es error cuando se nota, claro, porque decir que los personajes actúan solo por cuenta propia es un disparate ontológico, aunque se entienda lo que se quiera decir. No obstante, los personajes se recuperan, y ciertamente se desarrollan pensando y sobre todo hablando, como decía Harold Bloom que hacían los personajes de Shakespeare. No entraré yo en comparaciones fantásticas, pero también los personajes de Existiríamos el mar siguen vivos y dialogando en nuestra mente una vez acabada la novela. 

Ya sea porque sus circunstancias vitales descritas en la novela se asemejan de un modo u otro a las nuestras, ya por todo lo contrario, porque nos creemos que flotamos en una altura olímpica respecto de ese tipo de problemas, el discurrir de Jara, Hugo, Ramiro, Camelia o Lena nos interroga sobre nosotros mismos, sobre lo que pensamos acerca de asuntos tan humanos como la injusticia, la explotación, la valía y la pobreza, sobre ese concepto ya tan manido como la solidaridad de clase y sobre todo nos interroga acerca de nuestra posición en el mundo y de cuál es nuestra actitud y nuestras acciones acerca de aquellos. 

EN DEFINITIVA, una obra valiosa que, por si uno las albergara, despeja toda duda sobre la pertinencia del género novelesco en nuestros días. No solo deleita, sino que sirve.







miércoles, 13 de octubre de 2021

'De un país en llamas', de Javier Hernández Velázquez

 He de confesarles (lo escribo así, soslayando su posible desinterés por mis actividades) que la semana pasada, el día de la inauguración, decidí entrar en el recinto de la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, en esa explanada del Parque Santa Catalina. Estuve allí escasamente hora y media, pero valieron por muchas más. Es lo que tiene asistir a de modo consecutivo a dos promociones de libros (no presentaciones, porque ambas novelas llevaban ya meses publicadas, con todo su carrusel de charlas, entrevistas, puestas de largo y demás actos festivos a los que suele añadírseles el siempre pertinente adjetivo de cultural).

En concreto, ya que seguro que les tienta la curiosidad, estuve escuchando las explicaciones de Alexis Hernández Benítez por su novela Alma reglamentaria, y a Luis Alberto Henríquez por su colección de cuentos titulada Paraguas rotos. A nivel discursivo, el Sr. Hernández, seguramente por la práctica adquirida por el ejercicio de su actividad como profesor, se desempeñó con soltura y cierta gracia. A pecho descubierto, en soledad, entretuvo a la audiencia durante más de media hora (audiencia compuesta, como se vio al final, casi de manera exclusiva de colegas, amigos/as y familiares). El Sr. Henríquez prefirió la opción dialogada. Así que el rato que estuvo allí sentado contó con la muleta de un entrevistador bienintencionado que no le hizo ni una pregunta interesante, no fuera a tener un mal día. No obstante, el escritor hizo lo que pudo con sus respuestas, que tampoco fueron un alarde de ingenio, pero es que estos lugares tampoco invitan precisamente ni al destape ni al desparrame. 


Parque de Santa Catalina, un marco incomparable donde la ciudadanía festeja la Cultura, etc.

Me cuentan, a propósito de la feria, que varios escritores programados para el espacio más pijo, es decir, en una sala en el interior del museo Elder (no en las carpas plebeyas del exterior) no asistieron, sin que hayan trascendido las razones. Que yo sepa, faltaron a la cita anunciada en el programa oficial Kiko Amat, Víctor Manuel Álamo de la Rosa y Miqui Otero. Por otro lado, a Selena Milán, una influencer (me han chivado que influye sobre todo a adolescentes) se le comunicó un cambio de hora de su charla (de las 18:00 a las 19:00) sobre la marcha, según dijo ella misma a través de Instagram.

Tampoco creo que estas irregularidades, aunque molestas para el visitante que pretenda saciar su idolatría respecto de una figura literaria, perjudiquen eso que llaman cultura. Soy de los que piensan que la cultura es menos patrimonio material o exhibición de mercancías u objetos que relación entre las personas de una comunidad. Que una feria dedicada, más o menos, al libro y a las editoriales adolezca de fallos de organización en nada daña la cultura, entendida ésta como humus de costumbres y saberes que, junto con las condiciones materiales concretas, propician las condiciones de posibilidad para que determinadas personas creen obras de lo que ahora llamamos Literatura, o, en general, arte. Tampoco oí nunca que un lector sufriera un daño mental o moral irreparable ni irreversible por la ausencia de su escritor/a favorita a su cita promocional. En general, como escribió Sánchez Ferlosio, los actos culturales se justifican a sí mismos, es decir, por su propia existencia. Es más, me atrevería a decir que para la clase política gobernante, independientemente de su filiación partidista, los actos culturales son más importantes que la misma cultura, porque el acto cultural lo pueden crear y controlar; y asimilar la cultura en general al acto cultural (y que la ciudadanía lo crea así) es un modo estupendo de control social (o, al menos, de intentarlo).

Para acabar con este apartado, el último día, el 12 de octubre, reincidí (después de una ardua recuperación del ánimo) y volví a la carpa para oír a Jesús Ibrahim Chamali, quien, en diálogo con la editora de su libro de relatos, me sorprendió para bien. Chamali, a quien he criticado por su buenismo reseñador en la época de aquella fallida revista literaria digital, Dragaria, mostró una compostura y modestia dignas de reseñar. Asimismo, sus comentarios no me ocasionaron el habitual tedio, sino que resultaron sorprendentemente interesantes. Sólo hay que esperar (ya sé que no pido poco) que sus relatos estén a la misma altura.

Vayamos ahora a la nuestro. La crítica va a recaer en esta ocasión en la última novela del escritor tinerfeño Javier Hernández Velázquez: De un país en llamas.



Francamente, la novela me parece bastante floja, tanto en el plano estilístico como en el conceptual. Más allá de una dicotomía siempre insuficiente entre forma y contenido, la pobreza del lenguaje empleado por el autor no puede tener más futuro que la corrupción de cualquier argumento que se le hubiera ocurrido, por más brillante (no es el caso) y ambicioso que hubiera sido su diseño. Vayamos a ello, camaradas.

La novela consta de un primer plano temporal situado en el pasado, a modo de introducción, en Estados Unidos, que es donde se gesta el gran plan de ocupar las instituciones políticas, vaya Vd. a saber por qué, de Canarias. Luego, nos encontramos ya en la actualidad, en nuestra Comunidad. Se narra todo en tercera persona, con la única excepción de la voz de Mat Fernández, el detective protagonista, que lo hace en primera. No es un esquema demasiado complicado, y la alternancia de voces permite dar primacía a este personaje, evidentemente, que reúne en sí todos los tópicos del investigador privado. También hay un matarife asiático que es la personificación de la maldad y con el que, claro está, el detective mantendrá un encuentro final decisivo y tal.

El autor, en mi opinión, carece de voluntad de estilo. La novela está hecha a base de paletadas de párrafos unos sobre otros sin el menor cuidado: frases hechas, pensamiento trillado, combinaciones adjetivo+sustantivo y adverbio+verbo que se ven venir desde un kilómetro, etc. Tal vez haya pensado que una vez bosquejada la historia, junto con cierto progreso en las vicisitudes de los personajes darían lugar a una narración con principio, desarrollo y final. No dudo de que uno percibe esta gran cantidad de páginas (287) como un producto unitario al que se le puede denominar novela; sin embargo, más bien parece un tosco producto narrativo, mera fórmula encuadrable dentro de un género, el negro, que se adecua bien a este tipo de montajes desparejos. El batiburrillo creado a base de política, corrupción y mafia pretende construir una historia compleja, pero se queda simplemente en inverosímil (que es asunto independiente de que la realidad sea así o asá, tal y como el autor la pretenda reflejar o no) y la verborrea termina por ahogarlo todo.

Además, los diálogos no solo son impostados, sino que cuando no son vulgares, resultan in-creíbles. A veces, incluso dan la impresión de que los interlocutores no se escuchan, sino que monologan uno después del otro, peroratas entrecortadas que se suceden porque sí. Estos mismos personajes, además, por mucha profundidad que les quiera atribuir el autor, no hacen más que sermonearnos con sabiduría de pacotilla y frases enigmáticas de adivina de feria (volvemos a ese manía apotegmática que ya señalé en la última crítica), que lo mismo valen para un dilema existencial que para una tortilla de papas. La impresión que me producen todos los personajes, desde Mario Chinea, pasando por Hugo o Diana, el malvado asiático y acabando por Mat Fernández es la de erigirse como meras figuras de yeso, tan huecas que no hay manera de que cobren solidez ni humanidad. Las múltiples referencias intertextuales, cinematográficas, musicales, deportivas (y de lo que le surgiera al escritor cuando entró en trance creador) son tan arbitrarias y pretenciosas que no me provocan sino disgusto.

Ejemplos de lo escrito:

Toda fábula tiene algo de verdad. Aunque, a fuerza de acariciarla, acabe por morder. Don Mario fue un personaje indescifrable. ¿Qué importancia pudo tener su nombre? Un nombre es la primera seña de identidad. Cada persona tiene una historia. Cada historia oculta una crónica de engaños y un hombre no es nadie frente a la leyenda. Él lo aprendió a su pesar. Resultó fundamental la toma de decisiones, así que escribió la historia que más le convino. Si la contaba bien las masas le seguirían hasta las llamas y agradecerían las quemaduras. Urdió un buen relato, que la gente creyó como dogma de fe. Lo contó tantas veces que se volvió auténtico, como si todas y cada una de las personas que lo escucharon hubieran estado presentes cuando pasó. El poder no podía solo ser impuesto, debía nutrirse del consenso. (Pág. 17)


Miró a través de la ventana. Desde el mediodía la nieve formó unas sucias manchas sobre el asfalto; luego fue cuajando y extendiéndose hasta convertirse en una blanca alfombra de postal navideña. Pidió un whisky. Se había tomado dos cuando ella llegó. Una visión soberbia. Llevaba un traje verde ajustado con un escote más bajo que la moral de los Rolling Stones. Existían dos tipos de mujeres: sexis y frágiles. En su ambiente se estilaba la exhibición de tipas débiles y dependientes, a la espera de un príncipe azul que las salvara. La mujer que se acercaba iba a contracorriente. 

-Siéntese, por favor. Representa una alegría volver a verla. Me sorprende que viniera. 

-Nadie sabe por qué hace las cosas, no soy una excepción. 

-Me basta con que esté aquí, sea cual sea el motivo. 

El camarero debía de conocerla y trajo una copa de burdeos. Tomó un sorbo, depositó la copa sobre la mesa y la acarició. 

-Espero que le guste el local, porque pagará usted. Valoramos la misión que tiene encomendada. El señor Foster cerró su vuelo a Tenerife, vía Madrid, para mañana. No es prudente, ni inteligente, quedarse más tiempo en Seattle. 

-Nadie me ha acusado nunca de ser inteligente. ¿Usted también quiere que me vaya?  

-Es usted un hombre difícil de descifrar, señor Chinea. 

-Cuando lo descubra, hágamelo saber... 

-Ja, ja, será usted el primero en saberlo. (Pág. 42)


Volví a la realidad. La anemia de mi cuenta corriente me pegó una bofetada. Solo tenía el caso de doña Pura, una señora de edad provecta que fue vecina de la familia. Ahora vivía en Valleseco y me había dejado un mensaje de WhatsApp en el móvil. El estado de inacción y de encefalograma plano de una Santa Cruz zombi me hizo dar una vuelta y coger algo de aire nocturno. Este lugar, como una vez leí a un columnista poner negro sobre blanco, siempre ha sido un sitio esquizofrénico. Un pueblo que cree ser una ciudad y una ciudad con una maniática e injustificable nostalgia de ser un pueblo. (Pág. 48)


-Necesitamos su ayuda. 

-Estoy jubilado y separado de la política activa. 

-Sigue siendo el presidente honorífico del partido. Por favor, están dilapidando su legado. El trabajo de toda su vida se está desmoronando. 

-Es una forma de verlo. El mundo pasa por delante de nuestras narices y nuestros parlamentos se convierten en espejos del repliegue. El nacionalismo fue un gran invento. No era fácil, pero lo hicimos funcionar. Sin embargo, esa etapa concluyó. Hubo unas elecciones que reflejaron un cansancio de la ciudadanía. El agotamiento, después de un cuarto de siglo de gobiernos nacionalistas. Hay que aceptarlo, respetarlo y desearle mucha suerte al nuevo presidente del Gobierno de Canarias. 

-El presidente canario habla de curvas y de rectas. Parece que desea hacer didáctica con nosotros y enseñarnos geometría y matemáticas. Su consejera de los parados de Canarias ha señalado que la curva de destrucción de empleo se ha aplanado, lo que, en su opinión, significa que hay reactivación económica. Si consideramos que Canarias tiene doscientos cuarenta mil parados y otros tantos congelados en los ERTE, es lógico que la curva esté plana. Tal vez lo que esté mirando la señora es la recta, sin latido, del electrocardiograma de la economía de las islas (...).  

-Félix sabrá dominar la situación. Él sabe que está en la cima de un gran puerto. En su Alpe d'Huez personal. Lo llevamos nosotros a través de veintiuna curvas de herradura. Ahora le toca gestionar el descenso. Si la bajada le domina, se caerá él y su Gobierno. Siempre me gustó el ciclismo, hubo una época en que los cascos no eran obligatorios. En carrera no se ve nada, pero, los veas o no, los precipicios están ahí. Y si te caes bajando, da igual el caso, necesitarás un paracaídas.

-¿Y el futuro? 

-Sobre el futuro político del partido que creé, lo que debe hacer es reflexionar, fortalecerse y hacer una oposición adecuada. Dentro de toda verdad hay una duda, dentro de todo sí hay un pequeño no y dentro de todo no hay un pequeño sí. Busquemos los noes y los síes en este laberinto en el que nos colocaron los últimos comicios. Nuestros representantes no vieron las orejas del lobo: lo que ven, ahora mismo, son sus dientes. (Págs. 55-56) 

 

Bienvenido al puerto deportivo de Radazul, reza el cartel. Aparcó su Tesla Model S rojo en la avenida costera. Los 82.000 euros que le costó eran una ganga. Empujó la puerta a través de su tirador de zinc pulido para cerrar el vehículo. Luego automáticamente se cerró. Inspiró la brisa marina. Echaba de menos el salitre adherido a su piel. Cerró los ojos y se encomendó al poeta uruguayo Mario Benedetti: algunas cosas del pasado desaparecieron, pero otras abren una brecha al futuro y son las que quiero rescatar. El tiempo en el reloj de Nora no tiene memoria. Es un presente continuo sin pasado ni futuro. Desde que conoció a Mario, ¿cuál había sido su relación afectiva? Vivía en una penumbra. Allí estaba ella. Con el embarcadero a sus pies y el barco flotando con una breve oscilación: la incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar. Cerró las páginas de su poemario mental y se dispuso a avanzar hacia el presente, una realidad transfigurada en un manojo de problemas. Aunque, antes, elevó una última plegaria: gracias, Señor, por traerme a donde no quería venir. (Págs. 67-68)


-Veo que recibió el mensaje de mi colaborador. Tengo que reconocerle que me ha sorprendido que aceptara tan fácilmente este encuentro. ¿No sabe quién soy? 

-Sí. Acabemos con este dramático suspense y dígame por qué estoy aquí, ya que alguien a quien conozco predijo que me llamaría, como así ha sucedido. 

-Hay personas que buscan venganza. Tenga cuidado y haga las preguntas adecuadas. 

-¿Venganza? ¿Por qué? 

-Cuando una idea está a punto de desaparecer se actúa con desesperación. La venganza acojona. En especial la de una mujer que entiendo que es la que le informó que lo llamaría. voy a intentar explicarme. Vayamos por partes. Mi vida ha sido afortunada. He trabajado mucho. Medio siglo después de ver nacer la democracia y después la autonomía y ser presidente de mi tierra, pude ser ministro, pero renuncié por Canarias. Hace años decidí retirarme del escenario político. Sin embargo, estos días me he sorprendido de tener aún la tentación de hacer planes de futuro. 

Solo faltaba que Elton John cantara su I'm Still Standing: sigo de pie. No sabes cómo es que tu sangre se congele como el hielo del invierno. Y hay una fría y solitaria luz que brilla desde ti. Terminarás como la ruina que ocultas bajo la máscara que usas... 

-¡Cómo somos las personas, señor Fernández! 

-Llámeme Mat. 

-Mat, siempre pensamos en el porvenir; miro mi agenda y digo: "¿Pero esto tiene sentido?". Y seguimos cacareando sobre el futuro de Canarias (...). (Pág. 115) 

  

Etc., todo es igual de rutinario, de lenguaje trillado y de ideas manoseadas. Si un novelista del género negro pretende iluminar zonas oscuras del alma humana y denunciar la corrupción política y económica debe hacerlo, sin duda, bastante mejor.

Asimismo, y lo que en esta reseña me parece lo más relevante, la visión de la política que tiene el autor parece sacada de tertulias de televisión o de películas de sobremesa. Los diálogos y pensamientos relacionados con este ámbito huelen a columna de opinador de a diario, más preocupado por el último cotilleo partidista que por una interrogación sobre la política (algo que, por lo demás, ni imagina). Es, digo, una visión roma, tosca y gruesa, basada en algo que suele entenderse como liderazgo presciente y al que se añaden los dimes y diretes de las camarillas de los partidos y la omnipresencia de la plutocracia. La ciudadanía siempre desempeña en la novela un papel pasivo, cercano al concepto de masa tan habitual en el vocabulario de las élites políticas y culturales, que, normalmente, aunque no lo sepan, lleva a arrimarse a postulados de la extrema derecha. No digo que el autor sea de esa corriente política o su pensamiento personal sea reaccionario, sino que advierto contra el uso que, en general, se hace de los conceptos, a la ligera, sin reflexionar acerca de su significado. La política así concebida y la razón de estado (aunque sea del poder autonómico) articulan una visión de la política estrecha de miras, conservadora y fiada a las élites ya instaladas en el poder. Por no hablar de que el autor, para no mencionar siglas concretas (PSOE, CC, NC, PP, Podemos) introduce en el discurso de sus personajes esos términos vagos tales como "la izquierda" o "la derecha", lo que no contribuye a afinarlo.

Por otro lado, y aunque no sea del todo culpable de albergar esa concepción elitista y partidista de la política (por haber crecido en esta cultura tan nuestra en la que parece que solo es posible la democracia representativa, sin imaginarse siquiera otras posibilidades, no solo teóricas, como la democracia directa, deliberativa, asamblearia, presupuestos participativos, paneles de ciudadanos, el método del sorteo para la elección de cargos, etc.), verdadero fetichismo político (en la acepción empleada por el filósoso político José Luis Moreno Pestaña en su obra Los pocos y los mejores), el autor, al proyectarla en una novela, no hace sino acrecentar y fijarla en la mente de los/as lectores/as, reproduciéndola en su uso común. A veces, aun del género noir, un escritor debería no solo documentarse sobre prácticas criminales y ciencia forense. Lo bueno, en este caso, es que la novela resulta tan endeble en todos los aspectos que pueda uno analizarla que es dudoso que produzca una impresión duradera en el público.

EN FIN, una mala novela la escribe cualquiera, y no debería preocuparnos demasiado. Autores canónicos han escrito al menos una vez cosas de las que se avergonzaron más tarde: es un proceso de aprendizaje del que nadie está exento. Javier Hernández Velázquez, al menos con ésta (no he leído las anteriores), incurre en tantos errores flagrantes que la valoración no puede ser sino negativa. 



P.D. Si Vds., lectores y lectoras, que son a quienes me dirijo, leen alguna reseña entusiasta sobre esta obra, les sugeriría que compraran De un país en llamas, la leyeran y luego juzgaran. Eso sí, dejen sus comentarios donde pueda leerlos.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA












miércoles, 6 de octubre de 2021

'Mediodía eterno', de Santiago Gil

Antes de entrar a escribir la reseña de la novela objeto de este artículo, no puedo evitar comentar con Vds. la tontería en forma de manifiesto que han firmado "escritores y periodistas" en relación con la erupción del volcán en la isla de La Palma y sus consecuencias. Lo he leído en la página de Eduardo García Rojas que, por lo habitual, se presta de manera ejemplar a dar espacio a este tipo de eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. 

Aunque por lo general no me sorprende el surgimiento y proliferación de manifiestos a cuenta de cualquier cosa en la que, salvo excepciones, no haya que mancharse las manos ni ponerse en riesgo (cosa comprensible, pero no enaltecedora), en esta ocasión me llamaron la atención varias de sus características. Para empezar, la íntima mezcolanza, que por lo general casi nadie pone en cuestión, de los gremios firmantes ("escritores y periodistas"). Uno podría pensar en parejas o binomios más interesantes o exóticos (timplistas y escritores, escritoras y juezas, periodistas y futbolistas, zapateros y ópticos, corredores de seguros y atletas, patronas de yate y actores, etc.). Pero no, ya sabemos, y ejemplos tenemos a diario, de la casi pornográfica unidad de destino de periodistas y escritores. Todo periodista tiene un escritor dentro, y todo escritor, como García Márquez, lleva un periodista a hombros. Habría que hacer una estadística, algún estudio psicológico, pero no creo que nada en el oficio de periodista deba conducir a quien lo ejerza a escribir literatura. Otra cosa es que muchos periodistas culturales ansíen la fama, aunque sea por irradiación, del mundillo cultural que cubren con sus noticias y reportajes. 

El segundo asunto es la necesidad del manifiesto mismo. En principio, en nada ayuda a los que han sufrido la pérdida de enseres, casas, tierras y negocios la solidaridad discursiva de "escritores y periodistas". Lo ideal y lo esperable es que las administraciones públicas proporcionen cobijo, alimentos e indemnizaciones a las personas afectadas. Al fin y al cabo, para eso están, entre otras cosas. Es posible que me equivoque, pero me da la impresión de que la mejor muestra de solidaridad es vigilar al Estado para que cumpla con su deber en este trance con las personas afectadas. Sin que sirva de precedente, parece que así es. No obstante, este manifiesto de apoyo se clarifica por sí mismo, cuando nos damos cuenta de que este lamento en realidad se suscita por la suspensión del evento festivo-literario-sentimental que lleva celebrándose hace unos cuantos años en Los Llanos de Aridane. Pues muy bien, pienso: es natural lamentarse por lo que se nos ha quitado, y más aún cuando de esa enajenación sólo puede culparse a la Naturaleza.

El tercero es el vocabulario empleado: no bastaba decir que "escritores y periodistas" que han asistido o pensaban asistir a estas jornadas lamentan el desastre y la cancelación del evento, no: tenían que escribir literariamente porque, al fin y al cabo, quienes firman el manifiesto son "escritores y periodistas" y algo parecido a mi sugerencia sería árido, si no yermo, prueba indiciaria de burocratización mental y pensar rutinario. Así que, manos a la obra, se sacan frases como, para empezar: "El volcán ha estallado en nuestros ojos". En el tercer párrafo, se lisonjea a la población local con: "Es difícil explicar la hospitalidad de Los Llanos de Aridane: una hospitalidad tintada en las piedras de las plazas, en la fronda de las plataneras, en la mirada y en la sonrisa de tantas personas que nos llevan acogiendo estos años". A ver, ¿qué eso de "hospitalidad tintada en las piedras y en la fronda de las plataneras"? ¿Por qué no en el tronco de los árboles o en los goznes de las puertas? ¿O en los frontispicios y en el marco de las ventanas? Resulta de una cursilería tintada de literaturidad, para usar un palabro. Y claro que quien te acoge te sonríe, y más si vas a dejar dinero. En todo el complejo vacacional en que se ha convertido nuestra Comunidad, no es costumbre acoger a los turistas a base de gruñidos e imprecaciones. A los clientes se les sonríe y se les saluda siempre porque así funciona el negocio. No seré yo quien diga que hay que dejar sin sonrisas a los escritores y periodistas que dejen sus dineros, sea o no subvenciones públicas mediante, en Los Llanos de Aridane con la excusa de un festival, encuentro, evento, jornada, circo o rodeo. A este respecto, recuerdo cuando Las Palmas de GC optaba, de la mano del alcalde Saavedra y sus subordinados del partido, con la complacencia de la oposición, a un invento que se denomina Capital Cultural de la Unión Europea, o algo así. Al leer una noticia en un periódico local, no daba crédito a mis ojos cuando el periodista afirmaba que los vecinos del risco de San Nicolás "espontáneamente" habían salido a la calle para agasajar a los jueces provenientes de la lejana Europa con productos de la gastronomía canaria. Cosas de la promoción y de la espontaneidad del pueblo, que es un concepto este (el de pueblo) muy de usar y tirar.

Seguimos. El volcán, claro, no es solo un volcán, sino "un titán indomable" y la lava no solo destruye lo que se encuentra a su paso, sino que "también se arrastra sobre el eco de nuestros pasos en la isla". ¿Para qué escribir con naturalidad cuando se puede de manera ridícula? Además, no van a expresar, simplemente, su "solidaridad", valga lo que valga, sino que la "claman". No vaya a ser que no se les note comprometidos con la causa.

En fin, podrán acusarme de puntilloso y de improcedentemente susceptible, algo comprensible, pero es que me da por preguntarme por qué las cosas son como son y sobre todo por qué se hacen como se hacen. En cualquier caso, espero que no se enfaden demasiado los/las tropecientos firmantes, cuya sinceridad y compasión doy por supuestas, y sí, y mucho, a los redactores de este manifiesto.

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Escrito lo cual, pasamos, para endulzar el ambiente, con la siguiente novela, Mediodía eterno premio del guiniguadesco "Premio Internacional De Novela Benito Pérez Galdós", organizado y sufragado por el Cabildo Insular de Gran Canaria y su dependienta Casa Museo Pérez Galdós. Lo importante, claro, no es la inflación de mayúsculas, sino la dotación del premio, 15.000 euros y el compromiso de publicación y difusión de la novela premiada.




Grosso modo, en la novela se narra con voz en primera persona del pintor Jorge Oramas los últimos meses de su vida. Éste aprovecha para hacernos un resumen de toda su existencia: su niñez, la gente que conoció, la enfermedad que le aquejaba y, sobre todo, su vocación pictórica. En este sentido, es notable el esfuerzo del escritor por rellenar toda una vida (aunque fuera corta, pues Oramas murió a los 24 años) dados los escasos datos con los que podría haber contado. Puede apreciarse que el autor sabe colocar bien los signos ortográficos. En la edición tampoco se aprecian erratas ni anacolutos.

No obstante, por si disponen de poco tiempo y así se lo ahorro, quiero cortar de raíz las expectativas que tenga el público lector de esta reseña asegurándoles que lo que más me ha impresionado de Mediodía eterno es el trampantojo de la portada.

Así es. Santiago Gil García, su autor, después de haber sitiado y derribado nuestra paciencia en la última obra que reseñamos en el Polillas (El gran amor de Galdós) perfecciona su arte guerrero con esta novela premiada, asimismo, como señalé antes, en el Premio Benito Pérez Galdós. Todo empieza y acaba en Galdós, podríamos decir, parafraseando la canción de Ismael Serrano. Si en aquella, Gil decidió, y proclamó a quien quisiera oírle, que utilizar el punto de vista de la tercera persona era una gran idea, aquí toma, o mejor, suplanta, la voz de Jorge Oramas para ofrecernos su particular visión (la de Gil) de la vida, del amor, del arte y de lo que le caiga a las mientes. 

El peligro de usar la primera persona consiste en que, como creo que es el caso, la particular concepción de la vida, del arte, etc. del autor acaba siendo demasiado visible, opacando la del personaje histórico ficcionado. Ignoramos casi todo sobre el pintor canario, autor de pinturas emblemáticas del paisaje grancanario, pero sí conocemos algo más, y qué remedio, a Santiago Gil. Este autor se empeña a fondo, como ya hemos señalado en otras ocasiones, en perpetrar de manera solapada aforismos que pasa de contrabando como literatura, pero que solo consiguen irritar por el tono inevitablemente sentencioso y apodíctico resultante. Podría uno pensar que Gil pretende, a la manera de Baudelaire, al que cita, precisamente en las páginas 35 y 36, que su literatura sea todo el tiempo sublime, pero lo que logra es que sea, casi todo el tiempo, soporífera.

Como muestra, ya desde el inicio, las primeras líneas de la novela:


Los locos tienen alma. Me miran fijamente, también los que llegaron al mundo con las cabezas deformes y desproporcionadas, arrastrando silencios que nadie entiende, o dando gritos como si buscaran a alguien que los salvara en medio de la nada que habitan.

 

Me pregunto: ¿Quién había puesto en duda que los locos tienen alma? ¿O quién no? ¿Qué más da y por qué debería importar? ¿Tiene alguna significación para el desarrollo de la novela? NO. Mal comenzamos.


(...) pero intento que ese brillo sea sutil, porque lo bello es siempre sutil, sencillo, límpido sin alardes, como eran los ojos de Pepita cuando la veía venir a buscar a su hermano Felo a la Escuela Luján Pérez (...). (Pág. 15)


Otra afirmación, nada más comenzar, carente de sutileza. Es cuestionable que lo bello sea siempre "sutil" o "sencillo" o "límpido". Pueden defenderlo argumentando que no es Gil quien habla, sino Oramas. Sin duda, pero no es tanto el contenido de las afirmaciones o de las supuestas opiniones ficcionadas del pintor lo que me irrita sobremanera, sino el tono que es tan de Gil que casi no puede pertenecer, literariamente hablando, a nadie más. Además, esa manía en la que incurrirá de equiparar arte con belleza no es contemporánea de Oramas, tras las vanguardias de principio del siglo XX. Entre otros, Arthur C. Danto escribió sobre el retorno de la belleza en arte allá por 1993. Otro asunto es que sea la concepción personal del autor, que la ha injertado en su personaje. Ese quizá sea el problema de fondo: lo que nos ofrece Gil con su particular visión de Jorge Oramas es una visión del arte, de la vida y de la muerte que no amplía las fronteras de nuestro conocimiento ni de nuestra sensibilidad. No es sugerente, ni sugestiva ni estimulante.

Esto es solo el principio. Más aforismos:

"Quien escribe también se queda aunque se pudran sus huesos" (pág. 24). "(...) cuando uno persigue la belleza no hay dolor que detenga sus pasos" (pág. 25). "Ella no sabía que los niños que pierden a quienes más aman construyen cementerios dentro de su alma" (pág. 30). "(...) las islas son como venenos silenciosos, te matan con dulzura, con el rumor de las olas y con los espejismos de los horizontes, pero si no te vas lejos no te descubres a ti mismo." (pág. 37). "Los locos siempre se están escapando aun sabiendo que por muy lejos que vayan ya están encerrados dentro de sí mismos, condenados a su propio aislamiento." (pag.40). "La noche es la muerte, el final de la luz, y también el anticipo de lo que viene." (pág. 40). "Nosotros también somos seres de color que nos movemos en un gran lienzo blanco que acabará borrándose igual que los cuadros cuando pasen los años" (pág. 53). "La muerte nos vuelve igual que esos brillos que quedan en el fondo de la orilla o de los charcos" (pág. 87). "Mis cuadros tienen el mismo misterio que mi existencia" (pág. 92). "Nadie conoce nunca los pensamientos que no se escriben y que no se cuentan" (pág. 94)."El arte es otra cosa. El arte es la cercanía de los dioses, donde quizá somos esos dioses que no se reconocen en ninguna otra parte" (págs. 105-106). "Los otros humanos, los que morimos antes de los treinta años, casi somos fantasmas para los otros. Solo los niños son ángeles cuando mueren antes de seguir el vuelo de las mariposas que se alejan hacia la nada" (pág. 126).

Podría seguir ad aeternum, pero sería tedioso. Baste decir que con estas afirmaciones el escritor demuestra ser temerario porque dibuja a un Oramas absolutamente santiagogilizado. Es decir: temerario en sus afirmaciones, a veces de una obviedad de Perogrullo, y cursi en sus ensoñaciones. Sólo con este tipo de prosa, subrayada por la insistencia en la frase corta (esa sintaxis paratáctica que diría Sánchez Ferlosio) que en muchas ocasiones oscila entre un lirismo inapropiado y una banalidad exasperante, y que propicia un ritmo sincopado, valdría la pena mandar esta novela al cementerio de los libros olvidables que nunca debieron ser publicados.

Por otro lado, ya que estamos en faena, pueden señalarse más defectos. Por ejemplo, que el narrador se contradice, a veces en la misma página, como en la 12 cuando recordando a un profesor del colegio escribe: "Él no creía en ninguno de nosotros". Bien, pero ocho líneas más abajo: 


Él fue quien primero me dio un pincel. Vio que pintaba muy bien con plumilla y un día trajo pinturas y un pequeño lienzo y me dijo que pintara lo que quisiera. (...) Desde entonces no dejaba de traerme libros con láminas de la historia del arte. Fue él quien primero habló con Domingo Doreste mucho antes de que entrara en la Escuela Luján Pérez. (pags.12 y 13)


O, más adelante, afirma que él no pinta los ojos de una tal Pepita (de la que estaba secretamente o perdidamente enamorado; tal vez, locamente) como no pinta nada que esté en movimiento. Pero sí termina pintándolos transcurridas unas cuantas páginas. Asimismo, Oramas no deja de recordarnos que nació pobre y siguió siendo pobre toda la vida, apenas sin instrucción, pero aparte de nombrar a todos los artistas del momento, sin duda por el contacto con sus mecenas y amigos artistas, escucha a Mahler y a Brahms, emplea la palabra nasciturus (pág. 88), habla del budismo y llega a evocar la concepción del mundo panteísta de Spinoza, que como todos sabemos es un filósofo que se cita de continuo en la sobremesa. A mitad de la obra, Oramas nos narra varios episodios amorosos con una tal Cecilia, adicta al opio y acostumbrada a mezclarse con artistas, como los del grupo de Bloombury, lo queda muy fino y cosmopolita. Aquí, además, Gil vuelve a poner de manifiesto su escasa capacidad de convicción a la hora de construir relaciones entre personajes. Recuerdo a este respecto, de manera lacerante, su Gracias por el tiempo, de la que ya di cuenta.

También, el narrador tiene la tendencia a repetirse. Querría pensar que es un recurso retórico, pero lo cierto es que al principio resulta cargante y acaba siendo ridículo, sobre todo con la palabra "eterno". En la novela, parece que todo es eterno, no solo el mediodía. Agárrense: "Él dice que el arte cura y que nos vuelve eternos mientras creamos" (pág. 9). "Los colores de mis cuadros son los colores que aprendí a ver en aquel viaje, los llevo en mis genes y en los recuerdos que heredé de mis antepasados, ese mediodía eterno en donde la belleza jamás se acaba" (pág. 10). "Buscaba el dominio del color, necesitaba encontrar ese mediodía eterno de la isla de mis ancestros (...)." (pág. 11). "Quizá aquí también estoy loco, pero los enajenados viven siempre como si fueran napoleones o como si fueran eternos" (pág. 21). "(...) y entonces me acuerdo de aquel pintor francés que vivía en las calles del Puerto, de lo que me contaba cuando me decía que fuera siempre eterno en cada trazo, que siguiera la estela del poeta francés Baudelaire, y que fuera siempre sublime sin interrupción en todo lo que emprendiera (...) (pags. 35-36). "Si creo belleza, me eternizo, me siento dios (...) (pág. 47). "Miro mis propios cuadros y soy capaz de soñarme eterno en todo lo que detuve para siempre en un lienzo" (págs. 51-52). Ahora, en curiosa contradicción: "Nadie es eterno, pero a mí me gustaría saber que no voy a morir en breve" (pág. 53). Seguimos: "Me costó mucho subir aquellos senderos, pero creo que pocas veces he dado unos pasos tan importantes y tan eternos" (pág. 100). "El dice que ese amor es eterno porque se bañaron juntos en la poceta de los enamorados de Cienfuegos (...)" (pág. 108). "No tiene prisa esa tierra de volcanes, los volcanes se saben eternos" (pág. 114). "Realmente todos estamos condenados, pero como repito siempre esa condena parece de otro, parece que el que se va a morir es otro, que yo soy eterno, que es imposible que me muera (...)" (pág. 116). "Las personas sanas se creen siempre eternas" (pág. 126). "Nadie asume un final definitivo, un olvido sin retorno, una podredumbre eterna (...)" (pág. 133). "Una mañana azul es solo el anticipo de un mediodía eterno, tan eterno como la luz que ya vislumbro más allá de las negruras de la muerte" (pág. 144). 

No descarto que se me hayan escapado más eternidades. Entiendo que la intención del autor es mostrarnos el ansia del personaje por fijar los momentos que considera importantes, dada su previsible y próximo final por la tisis. Así, obviamente, se contrapone la eternidad a la muerte. Eso es una cosa y otra es evidenciar su escasa capacidad para ofrecernos un pensamiento más profundo, con más matices sobre una idea tan antigua como es la consciencia de la fugacidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte, la aspiración a la inmortalidad, etc. Por no hablar de las cuatro o cinco ocasiones en las que se nos recuerda que la madre y hermana del pintor murieron de la misma enfermedad. O de que gracias a que sus mentores le proveyeron de pinceles y de lienzos pudo pintar porque era pobre; de que iba para barbero para traer dinero a su casa para el arte y la belleza se cruzaron en su camino, y qué bien la Escuela Luján Pérez, o de que el arte cura/sana a sus practicantes y receptores, etc. Durante muchas páginas tengo la sensación de que Mediodía eterno consiste meramente en una sucesión de bucles de diferente duración.

Añadamos a esta lista de reproches, el uso de expresiones manidas como "querer con locura" (págs. 93 y110), ofrecer "la mejor de las sonrisas", "jugar sus cartas" o "un artista tiene que estar un poco loco" (pág. 136). También, redundancias como "piélago marino" (pág. 26). Además, me he fijado que a partir de cierto momento cambia "tisis" por "bicho" lo que resulta en un bajón de estilo bastante incoherente. Son elementos negativos que si bien son aislados no contribuyen a enaltecer la prosa.

Siguiendo con el estilo, podríamos apostillar que Thomas Bernhard hacía de la repetición un elemento estético singular y característico de su obra. En cambio, Santiago Gil no hace de la repetición más que una exhibición de su falta de pulso artístico y quizá de imaginación. Una y otra vez vuelve sobre lo mismo, rueda que rueda en el aire, sin avanzar un centímetro salvo en acabar con nuestra paciencia.

Resumiendo, podríamos decir que el personaje de Jorge Oramas resulta poco creíble, que en la construcción del personaje histórico, aunque ficcionado, se exacerba la tendencia a suplantarlo (ya evidenciado, aunque no de modo tan flagrante, en su obra sobre Benito Pérez Galdós). Oramas parece un pelele aburrido, soso, repetitivo y lacrimógeno sin nada interesante que decir aunque emplee 135 páginas para ello. El resto, otras 43 páginas, se narra en tercera persona parte de la vida de Cecilia, en especial tras su marcha del sanatorio en el que había conocido a Oramas. Si algo puede decirse de esta parte es que consigue hacer soportable a la primera, lo que desafía toda lógica y abate cualquier esperanza. Por último (sí, parece que la novela se nos hace eterna), Gil añade una coda en la que nos informa de las experiencias vitales que le hicieron considerarse escritor y que finalmente le llevaron a publicar Mediodía eterno. Nada que añadir, salvo que la distancia, por mucho esfuerzo que se ponga, entre el deseo y la realidad es a veces gigantesca.

Hay algo más que me molesta: tengo la sensación de que el arte se presenta en esta novela (tal creo que es la concepción del autor) como solución de naturaleza redentora no solo a la angustia existencial y el temor a la muerte, sino también como una suerte de escape de carácter sociológico a las cuestiones de la pobreza o la desigualdad extremas. Hay, de vez en cuando, algún lamento de carácter social, alguna mención a ciertos segmentos sociales que abominaban del carácter igualitario que pretendía imprimir el gobierno republicano de aquella época. Pero, en general, tengo la sensación de que Santiago Gil considera más importante la salvación individual de carácter salvífico que cree que ofrece el arte o, lo que para él es lo mismo, la belleza. Considero que esta solución, por llamarla así, no solo traiciona un carácter romántico bastante desfasado, sino que evidencia también una característica de la pequeña burguesía, o clase media, que es la de aspirar a mejorar, o a ascender socialmente, o a conseguir la distinción cultural de las clases altas. Que esto fuera la concepción de Jorge Oramas es difícil de saber; que es la de Gil, lo tengo por más seguro.

Es una posibilidad nada descabellada, además, que el intento fallido de Santiago Gil de literaturizar las biografías de Pérez Galdós y de Oramas desanime a otras escritoras/es más dotadas/os de emprender tareas semejantes. No por el inalcanzable nivel de calidad, evidentemente, ni por el, a pesar de todo, encomiable esfuerzo de este escritor, sino más bien por la confusión que genera la recepción en los medios de comunicación: elogiar lo malo, el ensalzar lo fallido. Dado el nivel del "saludo" que autores entrañables en función de patriarcas como González Deniz o elogiadores avezados como Felipe Landín expelen a cada cosa que pare Gil (y también casi a cualquier otro/a consagrado), cualquier aspirante a escribir sentirá algo parecido al desánimo al intentar emular a este "titán indomable" de las letras canarias. Sobre todo (es lo que ocurre con las reseñas jabonosas), porque lo que se ensalza tiende a convertirse en modelo para las nuevas generaciones de potenciales escritores/as. Se olvidan, o nunca se les ha pasado por la mente, la responsabilidad que tienen con la comunidad de la que forman parte quienes tienen la posibilidad de hablar o escribir desde una tribuna pública. La aparición de Internet, con todas sus cosas negativas, ha abierto la posibilidad, junto con toda la morralla, de que surjan otros espacios que permitan otras voces, otros ámbitos donde se pueda desarrollar una crítica con vocación de serla.

CONCLUSIÓN: Otra obra inane, aburrida y superflua, además premiada en un certamen literario de una institución pública, y cuyo destino será llenar cajas de ejemplares en el fondo de un almacén. Ya que estamos, podríamos mandar ahí también a premios literarios como este que no tienen arraigo, interés ni utilidad, y que solo sirven para confundir.


P.D. (1) Otra reseña, con valoración muy distinta, aquí.

P.D. (2) Una entrevista con el autor en el que habla de la novela, la belleza, etc., aquí.


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