Antes de entrar a escribir la reseña de la novela objeto de este artículo, no puedo evitar comentar con Vds. la tontería en forma de manifiesto que han firmado "escritores y periodistas" en relación con la erupción del volcán en la isla de La Palma y sus consecuencias. Lo he leído en la página de Eduardo García Rojas que, por lo habitual, se presta de manera ejemplar a dar espacio a este tipo de eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Aunque por lo general no me sorprende el surgimiento y proliferación de manifiestos a cuenta de cualquier cosa en la que, salvo excepciones, no haya que mancharse las manos ni ponerse en riesgo (cosa comprensible, pero no enaltecedora), en esta ocasión me llamaron la atención varias de sus características. Para empezar, la íntima mezcolanza, que por lo general casi nadie pone en cuestión, de los gremios firmantes ("escritores y periodistas"). Uno podría pensar en parejas o binomios más interesantes o exóticos (timplistas y escritores, escritoras y juezas, periodistas y futbolistas, zapateros y ópticos, corredores de seguros y atletas, patronas de yate y actores, etc.). Pero no, ya sabemos, y ejemplos tenemos a diario, de la casi pornográfica unidad de destino de periodistas y escritores. Todo periodista tiene un escritor dentro, y todo escritor, como García Márquez, lleva un periodista a hombros. Habría que hacer una estadística, algún estudio psicológico, pero no creo que nada en el oficio de periodista deba conducir a quien lo ejerza a escribir literatura. Otra cosa es que muchos periodistas culturales ansíen la fama, aunque sea por irradiación, del mundillo cultural que cubren con sus noticias y reportajes.
El segundo asunto es la necesidad del manifiesto mismo. En principio, en nada ayuda a los que han sufrido la pérdida de enseres, casas, tierras y negocios la solidaridad discursiva de "escritores y periodistas". Lo ideal y lo esperable es que las administraciones públicas proporcionen cobijo, alimentos e indemnizaciones a las personas afectadas. Al fin y al cabo, para eso están, entre otras cosas. Es posible que me equivoque, pero me da la impresión de que la mejor muestra de solidaridad es vigilar al Estado para que cumpla con su deber en este trance con las personas afectadas. Sin que sirva de precedente, parece que así es. No obstante, este manifiesto de apoyo se clarifica por sí mismo, cuando nos damos cuenta de que este lamento en realidad se suscita por la suspensión del evento festivo-literario-sentimental que lleva celebrándose hace unos cuantos años en Los Llanos de Aridane. Pues muy bien, pienso: es natural lamentarse por lo que se nos ha quitado, y más aún cuando de esa enajenación sólo puede culparse a la Naturaleza.
El tercero es el vocabulario empleado: no bastaba decir que "escritores y periodistas" que han asistido o pensaban asistir a estas jornadas lamentan el desastre y la cancelación del evento, no: tenían que escribir literariamente porque, al fin y al cabo, quienes firman el manifiesto son "escritores y periodistas" y algo parecido a mi sugerencia sería árido, si no yermo, prueba indiciaria de burocratización mental y pensar rutinario. Así que, manos a la obra, se sacan frases como, para empezar: "El volcán ha estallado en nuestros ojos". En el tercer párrafo, se lisonjea a la población local con: "Es difícil explicar la hospitalidad de Los Llanos de Aridane: una hospitalidad tintada en las piedras de las plazas, en la fronda de las plataneras, en la mirada y en la sonrisa de tantas personas que nos llevan acogiendo estos años". A ver, ¿qué eso de "hospitalidad tintada en las piedras y en la fronda de las plataneras"? ¿Por qué no en el tronco de los árboles o en los goznes de las puertas? ¿O en los frontispicios y en el marco de las ventanas? Resulta de una cursilería tintada de literaturidad, para usar un palabro. Y claro que quien te acoge te sonríe, y más si vas a dejar dinero. En todo el complejo vacacional en que se ha convertido nuestra Comunidad, no es costumbre acoger a los turistas a base de gruñidos e imprecaciones. A los clientes se les sonríe y se les saluda siempre porque así funciona el negocio. No seré yo quien diga que hay que dejar sin sonrisas a los escritores y periodistas que dejen sus dineros, sea o no subvenciones públicas mediante, en Los Llanos de Aridane con la excusa de un festival, encuentro, evento, jornada, circo o rodeo. A este respecto, recuerdo cuando Las Palmas de GC optaba, de la mano del alcalde Saavedra y sus subordinados del partido, con la complacencia de la oposición, a un invento que se denomina Capital Cultural de la Unión Europea, o algo así. Al leer una noticia en un periódico local, no daba crédito a mis ojos cuando el periodista afirmaba que los vecinos del risco de San Nicolás "espontáneamente" habían salido a la calle para agasajar a los jueces provenientes de la lejana Europa con productos de la gastronomía canaria. Cosas de la promoción y de la espontaneidad del pueblo, que es un concepto este (el de pueblo) muy de usar y tirar.
Seguimos. El volcán, claro, no es solo un volcán, sino "un titán indomable" y la lava no solo destruye lo que se encuentra a su paso, sino que "también se arrastra sobre el eco de nuestros pasos en la isla". ¿Para qué escribir con naturalidad cuando se puede de manera ridícula? Además, no van a expresar, simplemente, su "solidaridad", valga lo que valga, sino que la "claman". No vaya a ser que no se les note comprometidos con la causa.
En fin, podrán acusarme de puntilloso y de improcedentemente susceptible, algo comprensible, pero es que me da por preguntarme por qué las cosas son como son y sobre todo por qué se hacen como se hacen. En cualquier caso, espero que no se enfaden demasiado los/las tropecientos firmantes, cuya sinceridad y compasión doy por supuestas, y sí, y mucho, a los redactores de este manifiesto.
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Escrito lo cual, pasamos, para endulzar el ambiente, con la siguiente novela, Mediodía eterno premio del guiniguadesco "Premio Internacional De Novela Benito Pérez Galdós", organizado y sufragado por el Cabildo Insular de Gran Canaria y su dependienta Casa Museo Pérez Galdós. Lo importante, claro, no es la inflación de mayúsculas, sino la dotación del premio, 15.000 euros y el compromiso de publicación y difusión de la novela premiada.
Grosso modo, en la novela se narra con voz en primera persona del pintor Jorge Oramas los últimos meses de su vida. Éste aprovecha para hacernos un resumen de toda su existencia: su niñez, la gente que conoció, la enfermedad que le aquejaba y, sobre todo, su vocación pictórica. En este sentido, es notable el esfuerzo del escritor por rellenar toda una vida (aunque fuera corta, pues Oramas murió a los 24 años) dados los escasos datos con los que podría haber contado. Puede apreciarse que el autor sabe colocar bien los signos ortográficos. En la edición tampoco se aprecian erratas ni anacolutos.
No obstante, por si disponen de poco tiempo y así se lo ahorro, quiero cortar de raíz las expectativas que tenga el público lector de esta reseña asegurándoles que lo que más me ha impresionado de Mediodía eterno es el trampantojo de la portada.
Así es. Santiago Gil García, su autor, después de haber sitiado y derribado nuestra paciencia en la última obra que reseñamos en el Polillas (El gran amor de Galdós) perfecciona su arte guerrero con esta novela premiada, asimismo, como señalé antes, en el Premio Benito Pérez Galdós. Todo empieza y acaba en Galdós, podríamos decir, parafraseando la canción de Ismael Serrano. Si en aquella, Gil decidió, y proclamó a quien quisiera oírle, que utilizar el punto de vista de la tercera persona era una gran idea, aquí toma, o mejor, suplanta, la voz de Jorge Oramas para ofrecernos su particular visión (la de Gil) de la vida, del amor, del arte y de lo que le caiga a las mientes.
El peligro de usar la primera persona consiste en que, como creo que es el caso, la particular concepción de la vida, del arte, etc. del autor acaba siendo demasiado visible, opacando la del personaje histórico ficcionado. Ignoramos casi todo sobre el pintor canario, autor de pinturas emblemáticas del paisaje grancanario, pero sí conocemos algo más, y qué remedio, a Santiago Gil. Este autor se empeña a fondo, como ya hemos señalado en otras ocasiones, en perpetrar de manera solapada aforismos que pasa de contrabando como literatura, pero que solo consiguen irritar por el tono inevitablemente sentencioso y apodíctico resultante. Podría uno pensar que Gil pretende, a la manera de Baudelaire, al que cita, precisamente en las páginas 35 y 36, que su literatura sea todo el tiempo sublime, pero lo que logra es que sea, casi todo el tiempo, soporífera.
Como muestra, ya desde el inicio, las primeras líneas de la novela:
Los locos tienen alma. Me miran fijamente, también los que llegaron al mundo con las cabezas deformes y desproporcionadas, arrastrando silencios que nadie entiende, o dando gritos como si buscaran a alguien que los salvara en medio de la nada que habitan.
Me pregunto: ¿Quién había puesto en duda que los locos tienen alma? ¿O quién no? ¿Qué más da y por qué debería importar? ¿Tiene alguna significación para el desarrollo de la novela? NO. Mal comenzamos.
(...) pero intento que ese brillo sea sutil, porque lo bello es siempre sutil, sencillo, límpido sin alardes, como eran los ojos de Pepita cuando la veía venir a buscar a su hermano Felo a la Escuela Luján Pérez (...). (Pág. 15)
Otra afirmación, nada más comenzar, carente de sutileza. Es cuestionable que lo bello sea siempre "sutil" o "sencillo" o "límpido". Pueden defenderlo argumentando que no es Gil quien habla, sino Oramas. Sin duda, pero no es tanto el contenido de las afirmaciones o de las supuestas opiniones ficcionadas del pintor lo que me irrita sobremanera, sino el tono que es tan de Gil que casi no puede pertenecer, literariamente hablando, a nadie más. Además, esa manía en la que incurrirá de equiparar arte con belleza no es contemporánea de Oramas, tras las vanguardias de principio del siglo XX. Entre otros, Arthur C. Danto escribió sobre el retorno de la belleza en arte allá por 1993. Otro asunto es que sea la concepción personal del autor, que la ha injertado en su personaje. Ese quizá sea el problema de fondo: lo que nos ofrece Gil con su particular visión de Jorge Oramas es una visión del arte, de la vida y de la muerte que no amplía las fronteras de nuestro conocimiento ni de nuestra sensibilidad. No es sugerente, ni sugestiva ni estimulante.
Esto es solo el principio. Más aforismos:
"Quien escribe también se queda aunque se pudran sus huesos" (pág. 24). "(...) cuando uno persigue la belleza no hay dolor que detenga sus pasos" (pág. 25). "Ella no sabía que los niños que pierden a quienes más aman construyen cementerios dentro de su alma" (pág. 30). "(...) las islas son como venenos silenciosos, te matan con dulzura, con el rumor de las olas y con los espejismos de los horizontes, pero si no te vas lejos no te descubres a ti mismo." (pág. 37). "Los locos siempre se están escapando aun sabiendo que por muy lejos que vayan ya están encerrados dentro de sí mismos, condenados a su propio aislamiento." (pag.40). "La noche es la muerte, el final de la luz, y también el anticipo de lo que viene." (pág. 40). "Nosotros también somos seres de color que nos movemos en un gran lienzo blanco que acabará borrándose igual que los cuadros cuando pasen los años" (pág. 53). "La muerte nos vuelve igual que esos brillos que quedan en el fondo de la orilla o de los charcos" (pág. 87). "Mis cuadros tienen el mismo misterio que mi existencia" (pág. 92). "Nadie conoce nunca los pensamientos que no se escriben y que no se cuentan" (pág. 94)."El arte es otra cosa. El arte es la cercanía de los dioses, donde quizá somos esos dioses que no se reconocen en ninguna otra parte" (págs. 105-106). "Los otros humanos, los que morimos antes de los treinta años, casi somos fantasmas para los otros. Solo los niños son ángeles cuando mueren antes de seguir el vuelo de las mariposas que se alejan hacia la nada" (pág. 126).
Podría seguir ad aeternum, pero sería tedioso. Baste decir que con estas afirmaciones el escritor demuestra ser temerario porque dibuja a un Oramas absolutamente santiagogilizado. Es decir: temerario en sus afirmaciones, a veces de una obviedad de Perogrullo, y cursi en sus ensoñaciones. Sólo con este tipo de prosa, subrayada por la insistencia en la frase corta (esa sintaxis paratáctica que diría Sánchez Ferlosio) que en muchas ocasiones oscila entre un lirismo inapropiado y una banalidad exasperante, y que propicia un ritmo sincopado, valdría la pena mandar esta novela al cementerio de los libros olvidables que nunca debieron ser publicados.
Por otro lado, ya que estamos en faena, pueden señalarse más defectos. Por ejemplo, que el narrador se contradice, a veces en la misma página, como en la 12 cuando recordando a un profesor del colegio escribe: "Él no creía en ninguno de nosotros". Bien, pero ocho líneas más abajo:
Él fue quien primero me dio un pincel. Vio que pintaba muy bien con plumilla y un día trajo pinturas y un pequeño lienzo y me dijo que pintara lo que quisiera. (...) Desde entonces no dejaba de traerme libros con láminas de la historia del arte. Fue él quien primero habló con Domingo Doreste mucho antes de que entrara en la Escuela Luján Pérez. (pags.12 y 13)
O, más adelante, afirma que él no pinta los ojos de una tal Pepita (de la que estaba secretamente o perdidamente enamorado; tal vez, locamente) como no pinta nada que esté en movimiento. Pero sí termina pintándolos transcurridas unas cuantas páginas. Asimismo, Oramas no deja de recordarnos que nació pobre y siguió siendo pobre toda la vida, apenas sin instrucción, pero aparte de nombrar a todos los artistas del momento, sin duda por el contacto con sus mecenas y amigos artistas, escucha a Mahler y a Brahms, emplea la palabra nasciturus (pág. 88), habla del budismo y llega a evocar la concepción del mundo panteísta de Spinoza, que como todos sabemos es un filósofo que se cita de continuo en la sobremesa. A mitad de la obra, Oramas nos narra varios episodios amorosos con una tal Cecilia, adicta al opio y acostumbrada a mezclarse con artistas, como los del grupo de Bloombury, lo queda muy fino y cosmopolita. Aquí, además, Gil vuelve a poner de manifiesto su escasa capacidad de convicción a la hora de construir relaciones entre personajes. Recuerdo a este respecto, de manera lacerante, su Gracias por el tiempo, de la que ya di cuenta.
También, el narrador tiene la tendencia a repetirse. Querría pensar que es un recurso retórico, pero lo cierto es que al principio resulta cargante y acaba siendo ridículo, sobre todo con la palabra "eterno". En la novela, parece que todo es eterno, no solo el mediodía. Agárrense: "Él dice que el arte cura y que nos vuelve eternos mientras creamos" (pág. 9). "Los colores de mis cuadros son los colores que aprendí a ver en aquel viaje, los llevo en mis genes y en los recuerdos que heredé de mis antepasados, ese mediodía eterno en donde la belleza jamás se acaba" (pág. 10). "Buscaba el dominio del color, necesitaba encontrar ese mediodía eterno de la isla de mis ancestros (...)." (pág. 11). "Quizá aquí también estoy loco, pero los enajenados viven siempre como si fueran napoleones o como si fueran eternos" (pág. 21). "(...) y entonces me acuerdo de aquel pintor francés que vivía en las calles del Puerto, de lo que me contaba cuando me decía que fuera siempre eterno en cada trazo, que siguiera la estela del poeta francés Baudelaire, y que fuera siempre sublime sin interrupción en todo lo que emprendiera (...) (pags. 35-36). "Si creo belleza, me eternizo, me siento dios (...) (pág. 47). "Miro mis propios cuadros y soy capaz de soñarme eterno en todo lo que detuve para siempre en un lienzo" (págs. 51-52). Ahora, en curiosa contradicción: "Nadie es eterno, pero a mí me gustaría saber que no voy a morir en breve" (pág. 53). Seguimos: "Me costó mucho subir aquellos senderos, pero creo que pocas veces he dado unos pasos tan importantes y tan eternos" (pág. 100). "El dice que ese amor es eterno porque se bañaron juntos en la poceta de los enamorados de Cienfuegos (...)" (pág. 108). "No tiene prisa esa tierra de volcanes, los volcanes se saben eternos" (pág. 114). "Realmente todos estamos condenados, pero como repito siempre esa condena parece de otro, parece que el que se va a morir es otro, que yo soy eterno, que es imposible que me muera (...)" (pág. 116). "Las personas sanas se creen siempre eternas" (pág. 126). "Nadie asume un final definitivo, un olvido sin retorno, una podredumbre eterna (...)" (pág. 133). "Una mañana azul es solo el anticipo de un mediodía eterno, tan eterno como la luz que ya vislumbro más allá de las negruras de la muerte" (pág. 144).
No descarto que se me hayan escapado más eternidades. Entiendo que la intención del autor es mostrarnos el ansia del personaje por fijar los momentos que considera importantes, dada su previsible y próximo final por la tisis. Así, obviamente, se contrapone la eternidad a la muerte. Eso es una cosa y otra es evidenciar su escasa capacidad para ofrecernos un pensamiento más profundo, con más matices sobre una idea tan antigua como es la consciencia de la fugacidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte, la aspiración a la inmortalidad, etc. Por no hablar de las cuatro o cinco ocasiones en las que se nos recuerda que la madre y hermana del pintor murieron de la misma enfermedad. O de que gracias a que sus mentores le proveyeron de pinceles y de lienzos pudo pintar porque era pobre; de que iba para barbero para traer dinero a su casa para el arte y la belleza se cruzaron en su camino, y qué bien la Escuela Luján Pérez, o de que el arte cura/sana a sus practicantes y receptores, etc. Durante muchas páginas tengo la sensación de que Mediodía eterno consiste meramente en una sucesión de bucles de diferente duración.
Añadamos a esta lista de reproches, el uso de expresiones manidas como "querer con locura" (págs. 93 y110), ofrecer "la mejor de las sonrisas", "jugar sus cartas" o "un artista tiene que estar un poco loco" (pág. 136). También, redundancias como "piélago marino" (pág. 26). Además, me he fijado que a partir de cierto momento cambia "tisis" por "bicho" lo que resulta en un bajón de estilo bastante incoherente. Son elementos negativos que si bien son aislados no contribuyen a enaltecer la prosa.
Siguiendo con el estilo, podríamos apostillar que Thomas Bernhard hacía de la repetición un elemento estético singular y característico de su obra. En cambio, Santiago Gil no hace de la repetición más que una exhibición de su falta de pulso artístico y quizá de imaginación. Una y otra vez vuelve sobre lo mismo, rueda que rueda en el aire, sin avanzar un centímetro salvo en acabar con nuestra paciencia.
Resumiendo, podríamos decir que el personaje de Jorge Oramas resulta poco creíble, que en la construcción del personaje histórico, aunque ficcionado, se exacerba la tendencia a suplantarlo (ya evidenciado, aunque no de modo tan flagrante, en su obra sobre Benito Pérez Galdós). Oramas parece un pelele aburrido, soso, repetitivo y lacrimógeno sin nada interesante que decir aunque emplee 135 páginas para ello. El resto, otras 43 páginas, se narra en tercera persona parte de la vida de Cecilia, en especial tras su marcha del sanatorio en el que había conocido a Oramas. Si algo puede decirse de esta parte es que consigue hacer soportable a la primera, lo que desafía toda lógica y abate cualquier esperanza. Por último (sí, parece que la novela se nos hace eterna), Gil añade una coda en la que nos informa de las experiencias vitales que le hicieron considerarse escritor y que finalmente le llevaron a publicar Mediodía eterno. Nada que añadir, salvo que la distancia, por mucho esfuerzo que se ponga, entre el deseo y la realidad es a veces gigantesca.
Hay algo más que me molesta: tengo la sensación de que el arte se presenta en esta novela (tal creo que es la concepción del autor) como solución de naturaleza redentora no solo a la angustia existencial y el temor a la muerte, sino también como una suerte de escape de carácter sociológico a las cuestiones de la pobreza o la desigualdad extremas. Hay, de vez en cuando, algún lamento de carácter social, alguna mención a ciertos segmentos sociales que abominaban del carácter igualitario que pretendía imprimir el gobierno republicano de aquella época. Pero, en general, tengo la sensación de que Santiago Gil considera más importante la salvación individual de carácter salvífico que cree que ofrece el arte o, lo que para él es lo mismo, la belleza. Considero que esta solución, por llamarla así, no solo traiciona un carácter romántico bastante desfasado, sino que evidencia también una característica de la pequeña burguesía, o clase media, que es la de aspirar a mejorar, o a ascender socialmente, o a conseguir la distinción cultural de las clases altas. Que esto fuera la concepción de Jorge Oramas es difícil de saber; que es la de Gil, lo tengo por más seguro.
Es una posibilidad nada descabellada, además, que el intento fallido de Santiago Gil de literaturizar las biografías de Pérez Galdós y de Oramas desanime a otras escritoras/es más dotadas/os de emprender tareas semejantes. No por el inalcanzable nivel de calidad, evidentemente, ni por el, a pesar de todo, encomiable esfuerzo de este escritor, sino más bien por la confusión que genera la recepción en los medios de comunicación: elogiar lo malo, el ensalzar lo fallido. Dado el nivel del "saludo" que autores entrañables en función de patriarcas como González Deniz o elogiadores avezados como Felipe Landín expelen a cada cosa que pare Gil (y también casi a cualquier otro/a consagrado), cualquier aspirante a escribir sentirá algo parecido al desánimo al intentar emular a este "titán indomable" de las letras canarias. Sobre todo (es lo que ocurre con las reseñas jabonosas), porque lo que se ensalza tiende a convertirse en modelo para las nuevas generaciones de potenciales escritores/as. Se olvidan, o nunca se les ha pasado por la mente, la responsabilidad que tienen con la comunidad de la que forman parte quienes tienen la posibilidad de hablar o escribir desde una tribuna pública. La aparición de Internet, con todas sus cosas negativas, ha abierto la posibilidad, junto con toda la morralla, de que surjan otros espacios que permitan otras voces, otros ámbitos donde se pueda desarrollar una crítica con vocación de serla.
CONCLUSIÓN: Otra obra inane, aburrida y superflua, además premiada en un certamen literario de una institución pública, y cuyo destino será llenar cajas de ejemplares en el fondo de un almacén. Ya que estamos, podríamos mandar ahí también a premios literarios como este que no tienen arraigo, interés ni utilidad, y que solo sirven para confundir.
P.D. (1) Otra reseña, con valoración muy distinta, aquí.
P.D. (2) Una entrevista con el autor en el que habla de la novela, la belleza, etc., aquí.
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