lunes, 26 de septiembre de 2022

Las bien merecidas vacaciones

Es bastante probable, cuando escriba estas líneas, que lleven Vds. tiempo embruteciéndose en su puesto de trabajo, que es de lo que trata la explotación y la captación de la plusvalía por el empresariado. Si Vd. es funcionario/a, no se preocupe, igual no le explotan, pero es posible que se embrutezca de todos modos. Salvo, quizá, si pertenece a la llamada nobleza de Estado. Bórrese todo lo anterior si está Vd. sin trabajo y no vive de rentas, que no está la cosa para frivolidades.

En todo caso, siempre imaginamos escenarios más felices, más acordes con nuestros deseos y pasiones, que no sabemos de dónde vienen si no es de una psique zarandeada por los imprevistos, avatares y ordalías de la vida. Puede que seamos como esa gente que dice haber sentido una vocación y no pudo cumplirla o hacer carrera de ella, o esa otra que nunca tuvo la menor oportunidad para llevar una vida digna, ni mucho menos lograda. Hay otra que muestra un semblante de puro aplomo, que nos asegura que no se ha visto zarandeada jamás, que el curso de su vida siempre ha sido rectilíneo, según un plan previsto desde la concepción. Hagamos lo que podamos y, sobre todo, intentemos ser compasivos con el prójimo.

Divago, pero, para resumir, debo reconocerles que sigo aún disfrutando de mis bien merecidas vacaciones, y en esta ocasión apenas he leído nada de ficción, por lo que poco puedo aconsejarles como suelo hacer en el trimestre veraniego. No obstante, ya me estoy pertrechando de material literario autóctono y extranjero (por establecer una dualidad que no es sino una fruslería en la mayoría de los contextos) para comenzar con fuerza la temporada 2022/2023, ya aquí, ya en el Polillas de Radio Guiniguada. Más allá de esto, soy incapaz de prever o predecir nada.


 

                                                                                                                  

Por otro lado, en el poco tiempo de que he podido disponer este agosto-septiembre, sí que he estado leyendo ensayos de variado pelaje y textura, como Talar madera. Naturaleza y límite en el pensamiento griego antiguo, de Aida Míguez Barciela, de la editorial LaOficina, y que, contra lo que pudiera parecer, es de lo más denso, pero al mismo tiempo (y no es una paradoja, ni siquiera una aporía), de lo más interesante. Y esto lo dice uno que no tiene conocimientos de griego clásico. Un aire a Felipe Martínez Marzoa, creo yo, y que en general impregna a toda la academia de nuestro país respecto del mundo griego y romano. Hablando de epígonos de este filósofo, hace poco leí también Metateoría de la política moderna (también, de LaOficina), de Guillermo Villaverde, creo que con provecho: un análisis filosófico de la teoría del contrato social desde Hobbes hasta la actualidad y su confrontación con el derecho natural medieval y su resurrección en la actualidad con la Carta de los Derechos Humanos.


   

                                                                                                              

También, y directamente relacionados entre sí, la colección de ensayos editada por José Luis Moreno Pestaña que versan sobre las clases que impartió Michel Foucault en el Collège de France (un auténtico lujazo), titulada Ir a clase con Foucault (Siglo XXI) y, acuciado por este libro, porque saben que soy muy envidioso bibliográficamente hablando, Lecciones sobre la voluntad de saber y El saber de Edipo (Akal, traducción de Horacio Pons), del ínclito filósofo francés. Precisamente es Moreno Pestaña en el primer libro quien se encarga de glosar este volumen con su correspondiente ensayo. Su mérito estriba en explicarnos y, lo que no es de menor valía, hacer interesante, los apuntes, un tanto áridos, de Foucault. Lo peor de Ir a clase con Foucault es que, así a ojo, hacernos con todos los volúmenes del Collège y algo de bibliografía secundaria puede abocarnos a la bancarrota y al concurso personal en el juzgado de Primera Instancia.

   


                                                                                                        
Asimismo, sigo leyendo pasito a pasito, un tanto suavecito, Homo Faber. Historia intelectual del trabajo 1675-1945, una monografía de más de 700 páginas, de Fernando Díez Rodríguez, una historia de los pensadores que reflexionaron acerca del concepto trabajo. También en Siglo XXI. Tarea hercúlea, sin duda, pero aprender, aprendo, que es de lo que se trata. De esos libros que un estudiante de la UNED podría aprender a temer, dado su tamaño y prolijidad, pero que ahorra tiempo al lector no tan especialista al reunir en un volumen a tantos pensadores y corrientes económicas, siempre en relación con el trabajo.

También en el terreno histórico, una obra, algo más ligera, es 1491, de Charles C. Mann. Una historia de las Américas antes de Colón, de Charles C. Mann (Capitán Swing, traducción de Miguel Martínez-Lage y Federico Corriente). Aquí el autor intenta narrarnos la historia de los pueblos, naciones e imperios que habitaban, peleaban y se expandían, junto con sus costumbres sociales, políticas y alimentarias (con su repercusión en el ecosistema), en América antes de la llegada de Cristóbal Colón y la posterior horda de aventureros europeos y los virus que trajeron con ellos y con sus animales. Más de un lugar común se pone en entredicho. Imagino que a los/las españolistas nostálgicos de imperios y supuestas glorias conquistadoras no les hará demasiada gracia.




Por último, les confieso que, para afianzar conceptos, he vuelto a leer esa obra magnífica que es Los mecanismos de la ficción, de James Wood (Taurus, traducción de Ana Herrera). Oigan: aún mejor que la primera vez (hubo prolegómenos). He conseguido subrayar y anotar más y mejor, lo que parecía difícil. Un libro indispensable para el/la aspirante a novelista, para el crítico y, no les quepa duda, para el público lector, que además podrá apuntar unas cuantas novelas más que podrían habérsele escapado. Hasta ahora, he sido poco de releer, pero dada la experiencia, creo que practicaré más esa costumbre (que siempre había leído de gente sabia, por lo que no me sentía aludido).

Esto es todo, que no es poco.