jueves, 25 de enero de 2018

'Malaquita', de Juan-Manuel García Ramos

La presente obra forma parte de esos títulos, al parecer emblemáticos, de la literatura canaria que figuran en todas las antologías y estudios, pero que nadie ha leído (o no recuerda haberlos leído). Por si resulta de interés, el filósofo José Luis Aranguren la presentó en 1981 y es su prologuista. Afirmó haberla leído, lo que ya es mucho más de lo que confiesan los reseñistas-amigos del hoy por ti, mañana por mí.

En todo caso, Malaquita formó parte de una colección denominada Biblioteca Básica Canaria, editada por la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias. Así, uno tiende a pensar que si Malaquita está incluida en esa Biblioteca Básica, será porque alguien (el comité experto) la consideró parte del canon canario de literatura, vamos, de las obras imprescindibles. Los cánones, como también sabrán, no los hace nadie, provienen directamente del aire y de la tierra, cuando no del ser idiosincrático de la comunidad eterna, etc. 


Lo llamativo del caso, que a lo mejor no lo es tanto, es que el director de dicha Biblioteca Básica era... Juan-Manuel García Ramos. Quizá porque el Consejero de Cultura era... Juan-Manuel García Ramos. Lo más probable es que todo sea casualidad, y que la comisión independiente encargada de la selección de obras que formarían parte de esa colección no tuviese más remedio que elegir Malaquita por su intrínseco valor literario, fuese quien fuese el consejero de turno. Hay que señalar, además, que a nuestro autor se le concedió en 2006 el Premio Canarias de Literatura. Al igual que a nuestra apreciada Cecilia Domínguez Luis en 2015.


Pero, bueno, eran otros tiempos: 1991. Ya se sabe cómo se las gastaban en aquel entonces. No como ahora, tiempo en que los artistas jamás ocuparían cargos institucionales (ni políticos, ni culturales, ni político-culturales) desde los cuales fraguar su imprescindibilidad histórica, ni los escultores consagrados (según ellos) crearían fundaciones financiadas por el Ayuntamiento, que también tendría la obligación de comprar las esculturas del escultor consagrado para instalarlas en la sede de la fundación que también sería un espacio público (por ejemplo, un castillo), ni los reseñadores de los periódicos locales serían amigos de los autores de las obras que reseñan ni los/as escritores/as serían también reseñadores y Dios mío qué promiscuidad de libros, artículos, reseñas, elogios, ditirambos, maravillosismos, y qué hay de lo mío, y que quiero vivir de mi arte, páguenmelo entre todos, etc., etc... Hemos avanzado, sin duda, lo que resulta todo un alivio.







En lo que se refiere a la novela, no sé si la pertenencia a lo que se llama la Nueva Narrativa Canaria o el contexto histórico-social-literario de la época en la que se escribió (experimentalismo, estética marginal-realismo sucio-compromiso social-feísmo-lo que sea) influyó en el aquel entonces joven escritor. El caso es que se nota que hay cuajo, que aquel joven Juan-Manuel tenía mimbres para escribir algo inteligible, que quizá tenía ideas que compartir con el resto del mundo. Al fin y al cabo, se ha dedicado a la filología de forma profesional toda su vida y la corrección técnica se le da por supuesta.

Sin embargo, la novela es insoportable. Personalizándola, diríamos que se comporta como una enemiga con ínfulas (literarias) que te desalienta cada vez que le sigues el paso, que te disuade de seguir la trama cuando parecía que habías cogido el hilo (el que fuera), que parece pretender que el lector haga un esfuerzo de reunir los trozos de introspección que el autor tiene a bien diseminar aquí y allá, supuestamente como parte de un plan maestro. Aranguren, el muy cachondo, en un rasgo de humor, nos señala en el prólogo: "Su lectura e interpretación, como la de toda auténtica hermenéutica, ha de ser circular". En mi opinión, esa tarea hermenéutica no significa más que "búscate la vida si quieres entender algo". Otros quizá la denominarían "complejo artefacto literario", "literatura arquitectónica", "experimentalista" o "rompecabezas literario". Los eufemismos, como la mala leche, son la sal de la vida.

La novela, en fin, es una sucesión de narraciones en tercera persona, monólogos introspectivos de los personajes, fragmentos de diarios y de cartas, y de diálogos que nos introducen en la vida de una vieja prostituta, Dolita, en la de un joven, Ernesto, y en su relación sexual-sentimental resultante. De telón de fondo, la pobreza y la marginalidad que los rodea, la miseria moral de la sociedad, etc.

No obstante, enloquecida por las fatigosas marchas urbanas al sol, sólo atenuadas por las intermitentes entradas a los zaguanes y tiendas en los que rara vez era atendida, contaban que la descubrían ofreciendo sus menopáusicos encantos a los estudiantes mañaneros, los empleados de mostrador, los repartidores de diarios y leche, ávidos, algunos todavía, de descubrir secretos femeninos en su sexo amoratado por los combates, en sus pechos albeados por el roperío sudoso de las caminatas. Sin frases de otro gusto, sin descender a la oferta verbal desprestigiada: sólo recogía con cariño uno de sus pechos del sujetador ancestral y, resguardada de otras vistas, lo presentaba sonriente al muchacho de turno, o en otras ocasiones, abierto su abrigo, aparecía con una mano introducida en sus inmensas bragas negras, con sus ropas recogidas a esa altura, dejando ver sus torneados muslos blanquecinos, enmarañada pelusilla encanecida de su pubis. (pág. 22)

(...) 
-No llore, mujer, no llore. No me ve a mí resignada ya, jesús. 
-Ay, doña Amalia... 
-Pues como le decía, el veterinario primero la edad, luego si no conocía a  los padres. Mire usted, no los voy a conocer: de la misma calle, los de los Martos, que usted se tiene que acordar del gato como negro, agrisado, peludo, que siempre estaba en la ventana con la que le quedó soltera, Inesita... 
-¿La del parche en el ojo...? 
-Sí, pero eso fue después. Ya era mamá muerta. 
-Pues que no me preocupara, unas pastillas como blancas, rosadas, como el carmín flojito que viene ahora, pues que se las desliera en leche, bueno él dijo en agua pero yo aprovecho y tempranito en la leche... Un día, otro día y mi hija, nada. Triste, sabe y como desganada, por todo, la cabecita entre las piernas y por las tardes frío, yo la notaba como erizada, que en los gatos es fácil notarlo y más en ésta la pobre que tenía un pelo tupido, grueso...Ay quiere usted saber, las veces que lo he contado y siempre como una congoja, una pena tan grande. Que la echa uno de menos, fue muchos años a cuenta de mimos y compañía, animal más cariñoso, todo el que pasaba tenía que ver con ella, hasta esos obreros de campo que pasan temprano, si habrán visto gatos, y siempre una caricia y ella lelita... (pág. 54)


Octavo día. Por la mañana, el cernícalo en el rastrojo le sigue los pasos a algún ratoncillo y se mantiene voloteando inalterable a los rafagazos del viento gris... En una esquina, otro rebajado se cose sus pantalones extrañado en el uso que tiene que hacer de la aguja. Tumbado en la litera, fumando un cigarrillo que se ha ido consumiendo sobre su pecho, oye a lo lejos las órdenes de desfile, voces dispares que llegan a sus oídos mezcladas con canto de capirotes y aullidos de guirres lagarteros, con un vaho enervante de calor sudado y cocinero que termina por invadir el hangar reconvertido. 
Desde el camastro infame, ella va apareciendo tras la somnolencia, el hedor y el malestar, ansias de lejanía, su perfil masculinizado, unos dientes blancos y dispuestos con maestría, las pecas que aclaraban su tez, los trajes largos de las medianoches remangados con aquella espontaneidad suya, sus frases incoherentes que lo cautivaban, el trajinar impetuoso de las abuelas abajo: sus habladurías, el perfume desconsoladores en sus ausencias, el primer beso del zaguán, sus arrebatos en la entrega (...). (pág. 64)

Dice García-Ramos que la novela surgió de una imagen:


Malaquita es una historia de amor que alcancé a a adivinar a través de una mirada. Un adolescente y una anciana se observan y se descubren en sus mutuas orfandades.
Cosas peores se han visto, está claro. Y razones más estrafalarias, también.

Parecer ser que, según escribe Francisco Juan Quevedo García en Constantes de la narrativa canaria de los setenta (1995): "El novelista examina el otro lado de la esfera social, y expone una realidad que, aunque oculta tras la imagen de la superficie, aclara las distintas formas de existencia".  Asimismo, según el autor, se hace patente el uso de un lenguaje que correspondería al habla de los sectores más marginales "con la función de alcanzar la verosimilitud". 
Queda dicho, aunque lo cierto es que la novela se ha vuelto decrépita mientras tanto, si es que no nació así, de tal manera que una novela coetánea como Las espiritistas de Telde a su lado se convierte en epítome de la modernidad tardocapitalista.

No digo yo que no tenga su trascendencia filológica e, incluso, de denuncia social; pero no sé si al lector le debe importar. Es más, quizá deba figurar Malaquita en una antología de literatura (canaria) como un compendio de técnicas narrativas, como experimento literario, aunque fallido. Sin embargo, me permito dudar que se convierta en una de esas obras que la comunidad haga suya, por ilegible, por pretenciosa, por imposible. No hay frase corta ni sustantivo con adjetivo: un aire de familia degenerada de aquella literatura latinoamericana con la que se le ha querido emparentar. Un enrevesamiento que se pretende barroco y que se queda en piñata parca en caramelos.


Tengo la impresión de que el autor no tiene en cuenta al lector en ningún momento, ni siquiera al lector más o menos inteligente, más o menos culto. Que García-Ramos pretendía consumar una especie de onanismo literario con la que considerar esta obra como artística, sin mayor interés comunicativo, quizá como ejercicio expresivo para sí mismo o para un círculo de entendidos, pero no destinada al público lector. En mi caso, confieso que la abandoné para siempre en la página 66. 

Si se animan a leerla, y resisten, ya me contarán el resto.





















jueves, 18 de enero de 2018

'El tiempo de la noche', de William Sloane

Ya estoy aquí de nuevo, después de ese resumen decembrino de lecturas y de recopilación de reseñadores que tanto ha gustado. Como ya adelanté en el Facebook, el mundillo literario parece un tanto congelado, silencioso, sin que, por ejemplo, en las páginas de Cultura (Dios mío, la cultura) de los periódicos nos encontremos con la típica entrevista de: a) El escritor progre de 8 a 3 que lucha contra el capitalismo porque en su novela el empresario es el malo, o: b) La escritora de derechas y orgullosa de serlo porque España es mucha España y toma ya, Tabarnia; ni nos aporreen con el elogio de baratillo de cualquier novedad de ficción cuya editorial pretenda endilgárnosla a toda costa. Debe de ser que la cartera de los fans hardcore está todavía recuperándose de las fiestas navideñas y que cierto hartazgo cultureta-emocional aconseja posponer el maravillosismo para un poco más adelante. Es posible, no obstante, que el foco se haya desplazado a otros ámbitos, como el musical, caso Palau incluido. Ya saben: conciertos por aquí, virtuosos por allá, "grandes nombres" sin los cuales no somos nadie ni tenemos sitio en el mapa, etc.

Por otro lado, se me puede acusar de cierta acidez en mis comentarios, pero a modo de disculpa estoy inclinado a creer que el empalago en el elogio y en la promoción de editoriales, librerías, reseñadores literarios (o aspirantes a serlo), medios de comunicación, etc., es de tal magnitud, que me pregunto si el lector aficionado a la lectura no correrá un verdadero riesgo de sufrir diversas variantes de la diabetes a poco que se los crea. Aunque es probable que ahí el órgano a amputar no sea otro que el cerebro. Soy una especie de contrapeso o paliativo, digamos.

En fin, ya que ningún escritor o aspirante a serlo ha pillado una rabieta que publicar en Facebook en las últimas fechas y que los sospechosos habituales hace relativamente poco que han publicado sus cosillas, el horizonte literario se presenta despejado, listo para que, por fin, algo bueno se publique. 

Si muramos, que sea de optimismo, que ya la realidad es bastante desagradable.

Vayamos con la novela:




El tiempo de la noche (To Walk the Night) es una novela del estadounidense William Sloane, publicada en 1937, más o menos por la misma época en la que ya circulaba en el mismo país la obra de grandes autores como Erskine Caldwell o Faulkner, entre otros muchos, por lo que la comparación casi a la fuerza debe resultar desventajosa. No manifiesta William Sloane la misma preocupación por el lenguaje en sí, ni por la técnica, así que los filólogos que lean este blog ya pueden ir empaquetando sus cosas. Obligado es señalar que es una de las novelas preferidas de Stephen King (suya es la introducción).

No obstante, Sloane arma una historia bien estructurada y bien contada. "Eficaz" suele ser el término que suele emplearse en estas ocasiones. Si lo entiendo correctamente, supongo que debe aplicarse para esas narraciones que con sencillez logran comunicar una historia que causa un efecto determinado (y previsto) en las/os lectoras/es. En esta caso, Sloane es muy eficaz: teje una historia desde el punto de vista de uno de los personajes implicados, por lo que lo narrado no puede sino omitir gran cantidad de información. Esa misma parcialidad, esos mismos claroscuros, hace que la resolución de la trama surja de repente, sí, pero también como la concatenación lógica de reunir diferentes partes de todo lo dicho. Salvando las distancias, se asemeja a la técnica empleada por Raymond Chandler en sus novelas. 

Es una historia que se lee con gusto, ya digo, sencilla en su construcción, con dos planos temporales, pero que suscita interés, y que combina elementos de novela de investigación criminal con otros fantásticos. Claro que lo anterior no le hace honor del todo ni debería amedrentar a nadie. Si tengo que ponerle una objeción, sería la de que a mí me sobra la escena final, que estropea un poco, a mi entender, la atmósfera de inquietud y desazón generales. Pero, bueno, ya lo verán por sí mismas/os, y quizá disientan. 


Una brisa se alzaba ahora del estrecho, y los árboles murmuraban en la oscuridad. Las aguas golpeaban débilmente la orilla, y la bahía parecía un río, que surgía de lo invisible y se acercaba a nosotros a la luz de las estrellas. miré y la ilusión de una corriente fue tan perfecta que debí recordar que nada fluía allí, que no había ninguna corriente, sino el mar inmutable y eterno. 
-Por supuesto -le dije al doctor Lister-, puedo reproducir las palabras, pero no la conversación. Los gestos, las actitudes , el tono y el timbre de las voces, todo eso se pierde al contarlo. 
El doctor me había escuchado con extraordinaria atención. 
-Sí, naturalmente. Pero ni tú ni Jerry me habíais contado lo que se dijo en ese encuentro. 
-Es raro -continué-, pero en momentos como ése uno se apresura a aceptarlo todo superficialmente. Cuando ella dijo: "Le parecerá una pregunta tonta, señor Lister" creo que ambos aceptamos su "tontería". Ahora no me parece de ningún modo una pregunta normal. Y la historia de las notas nocturnas de LeNormand. ¿Le parece a usted verosímil? 
-No -respondió el doctor.
-¿Ve usted?, son cosas que he recordado poco a poco. Cosas pequeñas, pero que apuntan a algo.  

Por otro lado, no puedo evitar notar los sesgos culturales en la novela: hombres de clase media-alta, bien educados, contenidos en sus emociones, de profesiones liberales. La mujer, en cambio, es o frívola o inútil o misteriosa. Con la perspectiva moderna, es posible, incluso, leer cierta misoginia en el tratamiento del personaje de Selena, la mujer enigmática, alrededor de la cual gira la trama. Me atrevería a decir que podría ser un experimento interesante invertir su rol para convertirla en un símbolo diferente, como, por ejemplo, del feminismo. No quiero, sin embargo, explicar más de lo debido para no estropearles la historia. Sólo me animo a señalarles que, como en otros muchos casos, una historia ofrece una lectura en la superficie y otras muchas bajo ella, a pesar, todo sea dicho, de la opinión manifestada por la autora o el autor, cuando la tiene. Así es la vida.

Quisiera, asimismo, subrayar el hecho de que aunque siempre agradezco una historia contada con corrección, sin mácula, como es El tiempo de la noche, mi propia evolución lectora me lleva a añorar el riesgo, la experimentación y el atrevimiento. Espero no solo cierto placer lector, sino descubrimientos cognitivos; por qué no, cierta sabiduría, y también atrevimiento estético y formal, de tal forma que amplíen los límites del lenguaje y del humano acto mismo del narrar. 

Para qué conformarnos.