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miércoles, 17 de agosto de 2022

Trasdemar o el espíritu del mundillo cultural

Este iba a ser un artículo de recomendaciones heteróclitas, un popurrí de lecturas que, al igual que habían caído en mis manos del modo más azaroso, así iban a saltar a sus ojos, que para eso se pasan por aquí de vez en cuando, pequeños/as viciosos/as (que somos todos, y yo el primero).

He aquí, sin embargo, que la vida me ha llevado por otros derroteros. A pesar de ser agosto y de que forma parte de una provincia tricontinental; más aún con la abulia que caracteriza la sospecha de un futuro ominoso (o, al menos, incierto) algo se mueve y refunfuña, se despereza al sol y resopla. Es la poesía, sí, la poesía CANARIA.

A este respecto, nuestro (según sus propias declaraciones) ex-poeta local Iván Cabrera Cartaya, a ratos atrabiliario y a ratos acedo, nostálgico de ese mundo que nunca existió en que a cada uno/a se le calificaba por su verdadero mérito y los premios literarios se concedieran a quienes él considerara dignos de tal merecimiento (lleva una lista de injusticias y de agraviados en el bolsillo), se dignó a escribir mi nombre en su muro de Facebook criticando algo que yo nunca había afirmado: que a una obra literaria había que valorarla por el esfuerzo que suponía escribirla y no por el resultado artístico. Es llamativo que un literato (por mucha ínfulas que pudiéramos atribuirle), lector confeso de los clásicos griegos y latinos, que sabe diferenciar perfectamente a un poeta maldito de uno que no lo es, que gusta de llamar "mierda de perro" a las obras que no le gustan, es llamativo, repito, que sufra graves problemas de comprensión lectora. Eso si aplicamos el principio de caridad, porque no querría atribuirle yo mala fe.

En todo caso, celebro que alguien del mundillo literario nombre claramente a quien se critica. Si se quiere un debate de lo que sea, al menos hay que comenzar por identificar a aquel cuyas tesis se discute.

Por otro lado, y siguiendo con el club de los poetas vivos, la revista macaronésico-caribeña y un pizco sandunguera Trasdemar tuvo la gentileza de bloquearme en Twitter en fecha sin determinar. Al día siguiente de darme cuenta de esta singularidad al querer leer un tweet de Pablo Alemán (estamos hablando del 16 de agosto) ya me había desbloqueado, después de que un servidor hubiese denunciado este bloqueo en las redes sociales con mensajes a la Consejería que se ocupa de esto que han venido en llamar Cultura (que no se sabe si es igual a Arte, que no se sabe si es igual a Espectáculo o qué más da todo si sirve para lo mismo). Es posible que su enfado proviniera de un artículo de este blog de allá por el lejano año 2020. Vayan Vds. a saber cuándo se tomó la decisión de bloquear al Polillas en Twitter, porque, la verdad sea dicha, nunca había intentado leer nada suyo en esa red social.

Dicho lo anterior, Trasdemar es el enésimo intento de crear una revista literaria en Canarias, pero, qué le vamos a hacer, carece de cuajo, como otras antes. Se descuelga de vez en cuando con algo que llaman Manifiesto, que suele consistir en declaraciones altisonantes y vagas en cuanto a sus intenciones, que más o menos pueden aplaudirse desde lejos sin sentir ningún tipo de compromiso o vínculación. Como también suele ser habitual, abusan de una jerga pomposa con la que supongo que quieren que trasluzca tanto su capacidad literaria (que a nadie le importa) como su altura de miras (que a nada compromete).

El último ejemplo es esta nota editorial: aparte de su retórica hinchada repleta de tópicos (la revista es un "espacio diáfano y confluyente", "sigue fomentando el diálogo entre culturas", "espacio de encuentro", la literatura es "forma esencial de progreso y de fraternidad", encuentro dos párrafos especialmente inquietantes, no por su novedad sino por su continuismo, un continuismo descorazonador y desasosegante.

Veamos:

Con el nuevo aniversario, desde Trasdemar revalidamos nuestro compromiso de ofrecer contenidos de calidad y de actualidad, asumiendo la aspiración de unanimidad inclusiva y la participación literaria como un objetivo esencial de nuestra Revista.

 

A ver, ya sería extraño que una revista literaria asumiera el compromiso de no ofrecer contenidos de calidad: "¡Señoras y señores, vamos a ofrecerles un contenido pésimo, sin ningún interés (o como diría Iván Cabrera, "mierda de perro")!". Por otro lado, ¿me podría explicar alguien el concepto de "unanimidad inclusiva"? A mí me suena siniestro, casi goebbeliano. Un poco más adelante intentaré aclararlo.

Sigamos, el siguiente párrafo resulta demoledor:

Ante la existencia de polémicas en redes sociales y de contenidos que fomentan la confrontación y que desvalorizan la calidad de obras de autores y autoras de nuestras islas, mantenemos nuestra absoluta autonomía de criterio para no participar en discusiones virtuales que deterioran la convivencia y generan malestar público, apelando al sentido común y a la educación cívica y siguiendo como premisa el distanciamiento de aquellas conductas que faltan al respeto y que no aportan nada en el plano cultural. Esperamos que la concordia y la colaboración prevalezcan en la actualidad cultural y literaria de las islas. 


Creo que es aquí, apunto sin certeza, donde podemos entender aquel concepto de "unanimidad inclusiva". La inclusividad de la producción artística se lleva a cabo mediante una labor de reunión acrítica de todo lo publicado, todo vale si está hecho por canarios/as (imagino que también caribeños/as y macaronésicos/as en general). Unanimidad significa que todos los críticos han de mostrar su admiración y su consideración de obras valiosas. Pero, se preguntarán, ¿una obra valiosa no ha de atender a ciertos criterios artísticos, literarios? Sí, pero la evaluación final ha de ser positiva porque, de lo contrario, se está "desvalorizando" no solo las obras sino también a sus autores/as. Como lúcidamente señala un amigo mío: "La idea será abortar el debate, no sea que empiecen a decirse unos a otros lo que de verdad piensan". No encuentro mejor manera de plasmar el espíritu del mundillo cultural.

No sé qué qué piensan Vds., pero a mí me parece un criterio equivocado con algún matiz de delirio. Y si seguimos es peor, pues señalan, como si hubiese surgido un clamor social al respecto, que no van a "participar en discusiones virtuales". Muy bien, pero creer que esas "discusiones virtuales" (me imagino que se refieren a las que pueden mantenerse en Internet) "deterioran la convivencia" me parece exagerar, como mínimo, la capacidad del mundillo literario-artístico del archipiélago de generar conmociones sociales. De verdad, ¿se imaginan a la ciudadanía rompiendo escaparates, asaltando comercios, quemando coches y lanzando cócteles molotov a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a causa de la valoración negativa de una novela de Víctor Álamo de la Rosa, un relato de Iván Cabrera o de un poemario de Samir Delgado?  Con estos mimbres, no sé qué podemos pensar ya de ese canto a "la concordia y a la colaboración"...

Es precisamente este tipo de discursos hueros y faltos de tino conceptual lo que, una y otra vez, ya sea en discursos oficiales, ya en artículos de periodismo cultural, ya en revistas literario-artísticas, aparte de dar grima, hace huir a cualquiera con dos dedos de frente de todo lo que huela a cultura. Trasdemar, me temo, no hace sino transitar, como tantas otras iniciativas culturales, por esa senda que no conduce sino a la irrelevancia, cuando no al desprecio.



lunes, 27 de septiembre de 2021

Literatura despolitizada

 Hace unos días, en ese muro de las lamentaciones individualizado que es Facebook (como lo es también Twitter), dos poetas laureados de Canarias, ante la calificación de una poeta como feminista, se llevaron, metafóricamente, las manos a la cabeza, bastante indignados por la adición del adjetivo al glorioso, sacro y solemne sustantivo de poeta. Lo cierto es que a estas alturas proclamar que el verdadero arte no es político o no tiene necesidad de la política es al mismo tiempo torpe y miope, por no decir que, sencillamente, representa una estupidez viejuna y,  ya lo digo, profundamente reaccionaria. Deberían saber que abogar por la despolitización o el apolitismo artístico no es ni más ni menos que una postura política, y que escribir versos al amor romántico o a la playa de Las Canteras puede implicar una toma de postura política aunque sea por ensimismamiento. También, por qué no, es posible que no encontremos nada evidentemente político en una poema, o lo que sea, de Marwan o en la novela de una presentadora de televisión. No por eso son mejores esas obras, ni más auténticas, ni más puras: no son más artísticas por ello.

Por otro lado, la crítica tampoco es apolítica, ni siquiera cuando se refugia en la crítica de la técnica literaria o en la forma. En este sentido, y como todos Vds. sabrán, existen la crítica feminista, la marxista, la conservadora, la multicultural, la psicoanalítica, la estructural, la de género, la queer, la étnica, la postcolonial, laposestructuralista, la historicista, etc. Es posible que uno/a pretenda escudarse en algo así como una crítica objetiva, al igual que otros/as en el arte por el arte. También, que refugiarse en la misantropía gruñona sirve de consuelo ante las continuas frustraciones de una vida no lograda o del escaso reconocimiento que nuestros conciudadanos (más allá del reducido círculo amical) nos profesan. Todo es posible, pero no estamos aquí para hacer teorías de la mente.

En fin, como este crítico que les habla ("El crítico más crítico de todos los críticos inexistentes en Canarias", un tal Ivan Cabrera dixit) no tiene la menor intención de ser crítico "a secas" ni objetivo ni nada que se le parezca, sino que tiene bien claras sus veleidades izquierdistas, paso a comentarles brevemente las últimas obras de no ficción leídas en este volcánico mes de vacaciones de un servidor.


El autor, el difunto Erik Olin Wright, referente del marxismo analítico, señala que este libro es a la vez resumen y ampliación de su anterior libro Construyendo utopías reales, en el que se desgranaba con minuciosidad y razonabilidad cómo debería ser el diseño de un plan encaminado a sustituir el capitalismo por un sistema económico y social más democrático, más igualitario, más justo y más ecológico. Tarea que, resulta palmario, se tacha de antemano desde cualquier foro político y mediático como utópica, irreal y cualquier otro adjetivo descalificador cada vez que alguien se le ocurre plantear en público tal posibilidad. Es perfectamente posible, y en algunos casos, recomendable, leer primero Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI y después Construyendo utopías reales. El caso es no perder el ánimo ni la esperanza en la posibilidad de construir una sociedad mejor. Otra cosa es que crean que vivimos en un mundo imperfectible.


Aunque el título invite a uno a pasarse de listo, lo cierto es que no todos los autores coinciden en un pronóstico negativo. No obstante, este volumen escrito en forma de varios ensayos que se responden unos a otros, quizá no sea la mejor lectura para los que no sean capaces de imaginarse otro mundo que no sea el capitalista. Cierta propensión a la angustia puede manifestarse en determinados momentos, lo que, quiéranlo o no, puede no ser enteramente malo. En todo caso, estos sociólogos de primer nivel, auténticos autores canónicos (Immanuel Wallerstein, Randall Collins o Michael Mann, entre otros) ofrecen una lectura aguda y amena respecto de los defectos y virtudes del capitalismo tanto por sí mismos como, en algún caso, en comparación con el que fue su gran rival en el siglo XXI, la economía centralizada soviética. Leído antes o después (o como en mi caso, al mismo tiempo) que la obra de Olin Wright puede aportar una nueva comprensión (un tanto desoladora) del mundo en el que vivimos.


Podría decir que es simplemente un libro bellamente escrito por un filósofo de aguda sensibilidad. Eso sería quedarme corto, sin embargo, ya que también es este un libro político en el que se pasa revista a la visión pasoliniana de la luciérnaga y su confrontación con otros autores como Benjamin, Bataille y, sobre todo, con Agamben. La contraposición entre esperanza y escepticismo, entre fe y derrotismo sustanciada mediante el par de conceptos imagen/horizonte se destila en una argumentación lúcida y un estilo literario simplemente arrebatador. En algún sitio dije que me había vuelto lector de Didi-Huberman solo por este libro: sus libros me parecen promesas en este camino, eminentemente político de imaginar posibilidades al margen del ser humano como consumidor y de las cosas como mera mercancía. 


Para los que aún piensan que la crítica artística no tiene nada que ver con la política y para aquellos artistas o poetas que lo son, según ellos, "a secas", en esta entrevista a uno de los pensadores más leídos y citados en la reflexión académica sobre el arte contemporáneo vemos como Paul Virilio lo conecta  con el capitalismo y la sociedad de consumo: la tecnología y los accidentes asociados a cada avance tecnológico son el objeto preferido de estas reflexiones a dos voces. También, se muestra acerbamente crítico respecto de la palabrería de moda en el mundillo del arte, los museos tipo Guggenheim y las Bienales. Aquí aparecen también conceptos importantes, como la dromología (ciencia de la velocidad), la encarnación o la estética de la desaparición. Corto, intenso y, como con Didi-Huberman, uno quiere más. Un autor citado por doquier.


Aunque a estas alturas cualquier aficionado/amante, si no creador/a, del arte debería estar ya sobre aviso, por si no lo está, lecturas como esta de La domesticación del arte, de Laurent Cauwet, nos muestran de manera descarnada los numerosos y firmes vínculos entre el patrocinio privado del arte y su utilización y manipulación para la acumulación de prestigio y otros propósitos sospechosos. Lo mismo puede decirse de las instituciones públicas, pero estas ya están bastante bajo sospecha por lo que una mirada al mundo empresarial no viene mal para no perder perspectiva. Este libro habla del mundillo artístico francés, pero salvo quizá en el nivel de desarrollo podría trasladarse sin problemas al español. En nuestro ámbito local, sin embargo, la omnipotencia de las instituciones públicas (Cabildos y ayuntamientos de turno, Gobierno de Canarias) en el arte es casi total, con sus consiguientes problemas de clientelismo y, asimismo, la utilitaria concepción del arte como apaciguador social o encubridor de las desigualdades sociales (algo que también se proyecta a los espectáculos de todo tipo, incluyendo los deportivos). Algo que debería plantearse cualquiera que acude a premios literarios públicos o privados es por qué se convoca ese premio, qué objetivo tiene y a quién beneficia en realidad. Pero claro, los poetas (los/las novelistas, los/las artistas) no quieren etiquetas... 





















jueves, 7 de septiembre de 2017

'Las espiritistas de Telde', de Luis León Barreto

Como habrán podido apreciar, en este blog no siento especial urgencia por comentar las novedades editoriales ni me veo impelido a seguir la corriente de modas o géneros. Por el contrario, me gusta tener un ojo en la actualidad y otro en el pasado, sobre todo en aquellas obras de las que siempre oí hablar y nunca me decidí a leer, ya sea por llevar la contraria o por simple pereza. No obstante, en este momento de la vida, me gusta abordar, en ocasiones, obras clásicas o que pertenezcan, por lo que sea, al repertorio de lecturas obligadas si se quiere conocer la literatura canaria, española, mundial, etc. Tal es el caso de Las inquietudes del Hall o, como es el caso de esta reseña, de Las espiritistas de Telde. 

Suele ser común que determinadas obras, una vez entran a formar parte del canon literario, se blinden ante toda crítica. En algunos casos, no es que resulten invulnerables, sino que, simplemente, no se vuelve a hablar de ellas y caen en un olvido apacible. Ante otras, solo cabe el elogio o un silencio que a veces aparenta ser respetuoso, aunque no hayan sido leídas por casi nadie. Así pues, surgen varias cuestiones respecto de un canon: ¿es el resultado del poso histórico que ha dejado el consenso más o menos generalizado de críticos y lectores? ¿Es producto del esfuerzo de medios de comunicación afines al escritor de turno, por lo que es posible que no dure más que unas décadas? ¿Son, en relación con lo anterior, todos los cánones mera cristalización de relaciones de poder en el mundillo literario-cultural? ¿Cuál es el papel de las administraciones públicas? ¿Qué pintamos los lectores en todo esto?

Es difícil negar que la obra que nos ocupa esta vez, Las espiritistas de Telde, forme parte del canon literario canario, aunque tal vez sea por mera insistencia. El mismo autor, posiblemente uno de los novelistas más entrevistados de Canarias, se encarga de recordárnoslo cada vez que puede, orgulloso como está de la novela, traducida, según sus propias palabras a cinco idiomas: "Las espiritistas le debo mucho; se ha publicado ocho veces en español y tiene cinco traducciones: rumano, alemán, inglés, italiano y francés." 

Nada que objetar: forma parte del sentido común local que, en Canarias, si a un/a escritor/a no se le ha traducido alguna vez al rumano, no es nadie. Diría que Rumanía posee ese punto exótico (hispanocéntricamente hablando) que otorga prestigio en tertulias resabiadas y en suplementos culturales con ínfulas. Como si el inglés o el francés fueran demasiado normales. Por otro lado, y a título de curiosidad, Luis León Barreto, aparte de los posibles méritos de una obra sin duda ingente, se colocó en el centro de la esfera pública (cultural y canaria, lo que significa que es muy pequeñita) hace unos años cuando declaró que las instituciones públicas no lo apreciaban mucho (no lo habían convocado para una firma de libros en la Librería del Cabildo de Gran Canaria) a pesar de que él era quien era. Provocó gran regocijo entre sus compañeros escritores, que se apresuraron a desmentir que se odiaran, ni mucho menos. Algunos, incluso, como Alexis Ravelo le ofrecieron su silla, etc. Mucho amor, en definitiva, y aquí no ha pasado nada.

Esto viene a colación porque me pregunto en qué medida y por qué un novelista (o artista en general) debería sentirse ofendido por la poca atención que le pueda dispensar el Cabildo o cualquier otra instancia político-administrativa. Digo yo, además, que si se es mundialmente famoso (incluso en Rumanía), poca importancia debería prestarse a los tejemanejes de un concejal de Cultura o a un encargado de una librería (por muy del Cabildo que sea). Es posible, por el contrario, que, como escritor, sepa León Barreto la importancia de los pequeños detalles, y que el olvido de un día signifique el ostracismo para siempre. Así pues, eso me conduce a pensar que el mal endémico de nuestro mundillo artístico-literario local es esa dependencia casi absoluta (salvo alguna excepción) de las dádivas de las administraciones en forma de conferencias, viajes, cursos, firmas, sinecuras, etc., que no puede sino conducir a la sumisión política, intelectual y artística al poder y a quienes los ejerzan en ese momento. En demasiadas ocasiones, es más fácil criticar a Trump, a Rajoy o al capitalismo posfordista que a la consejera/consejero de Cultura del Gobierno de Canarias o al concejal/a de la misma área de cualquier ayuntamiento.

Dicho lo cual, pasamos a Las espiritistas de Telde.





El crítico Ricardo J. Pérez, en Dragaria, se atrevió a escribir, sobre un poemario: "No sé qué decir del poemario Alētheia del sur de Iván Cabrera Cartaya. Si me gustan los poemas o si no me gustan; si son buenos o no son buenos, eso menos." Lo singular no fue tanto esa duda posmoderna como la reacción del poeta cuyo poemario se reseñaba. En un hilo de Facebook mostró su indignación por lo que consideraba una falta de respeto, como mínimo. A continuación, claro, gran alboroto. Ya se sabe que en Canarias si el crítico es crítico, mal asunto. Incluso si la crítica es tibia, incluso si se acaba diciendo que no parece malo del todo el poeta de marras ("un poeta muy interesante"), igualmente se convierte en hereje, potencial galeote. En nuestra Comunidad, la única crítica posible en público es el ditirambo, por muy flatulento que sea. 

Saco a relucir lo anterior porque, según me adentraba en la lectura de Las espiritistas, y que conste que la comencé con buen ánimo y óptima disposición, no sabía si me estaba gustando o no. Hasta que, definitivamente, no. Ya pueden comenzar a rugir por la injusticia y el atropello, y el no hay derecho, hombre.

Vayamos a la novela, pues. Luis León Barreto se basa en unos aciagos y luctuosos hechos acaecidos en Telde, en los que se mezclaron curanderismo, superstición, ignorancia y enfermedad. La novela, en esencia, es la investigación por un periodista de ese crimen perpetrado en 1930, en el seno de una familia venida muy a menos tras el paso de las generaciones.

 A mi parecer, es una historia (o más bien tres) escrita de un modo un tanto atropellado, pero que al mismo tiempo consigue volverse aburrida. La parte digamos histórica, la narración de la decadencia de las sucesivas generaciones de los Van de Walle, interesa hasta cierto momento en que, quizá por el apuro en llegar al corazón de la trama, esta pierde solidez, los personajes dejan de tener cuerpo y personalidad y se quedan en meros nombres que, debido a lo anterior, confundimos unos con otros. No, precisamente, como en la saga de los Buendía en Cien años de soledad, cuya densidad narrativa no tiene nada que ver con la endeblez del relato de Barreto. Sin embargo, esta parte tiene su atractivo (con una riqueza verbal a ratos meritoria) de la que carece, por el contrario, la del escritor peninsular en destacamento, que se esfuerza por describir la capital y otras zonas de la isla con forzada verborrea. Por otro lado, la parte de las sesiones de curandería con el Cubano y la muerte de la niña Ariadna, aun con escenas potentes y bien descritas, da la impresión de surgir de la nada, pasando por alto cómo esa familia de rancio abolengo reniega de la medicina oficial y se entrega a prácticas de santería. El caso es que parece que tenemos que aceptarlo porque sí, lo que no suele ser buena estrategia en una novela (ni en casi nada). Además, aunque las tres historias deberían complementarse de manera natural, la impresión lectora que produce es de fricción, de crujido y de rechinamiento. Quizá falte pausa para enhebrar bien los planos de la narración y un punto de menor regodeo en el lenguaje. En todo caso, acepto el barroquismo, pero denme algo a cambio, por favor, pero que no sea ensimismamiento.

Podría entenderse que la creación del personaje Enrique López sirve al propósito de describir y analizar las complejidades de la sociedad canaria contempladas por un observador externo. Es todo un desafío, porque el autor, al ser canario, no sólo ha de hacer un extrañamiento sociológico-cultural para detectar esas peculiaridades que quiere poner de relieve, sino otro más: debe construir de modo convincente la visión de un madrileño, de un extranjero, al fin y al cabo. Sin embargo, este esfuerzo no logra su objetivo, y el personaje no consigue adquirir consistencia, se limita a ser un instrumento para amplificar la voz del autor, que, en realidad, tampoco tiene grandes cosas que decir. Es más grandilocuente que elocuente. A su lado, coloca a una nativa, Raquel, que apenas si es un sustantivo en las páginas, sin personalidad ni voz propia, mero remedo de Enrique, que no es más que remedo del propio Barreto. Sus excursiones investigadoras no suponen estímulos a la lectura, sino que acaban con la menguante paciencia del lector y los diálogos entre ellos parecen sacados de un repertorio de pensamientos trillados.

Un par de ejemplos:

Página 141.

Mientras trataba de reconstruir la historia casi cincuenta años más tarde Enrique López encontró temor. 
-Es normal: somos un pueblo cosmopolita que recibe al visitante, pero se recela de él -le había advertido Raquel. 
Aunque estaba acostumbrado a ganarse la confianza de sus fuentes, y a menudo lo conseguía, notaba que ciertas partes del relato se le escapaban. Todavía existía el producto lógico de los años de tabú en los cuales algunas cosas se habían extraviado. Por ejemplo, el afán de analizar para luego debatir y contrastar. 
-Estamos al final del siglo veinte -le replicó Enrique-. Son hechos muy conocidos, salieron en la prensa de la época. Incluso se publicaron en el extranjero. 
-No te asombres: ese afán de negar los acontecimientos y de no quererte comentar es una consecuencia de la civilización rural -insistió la joven-. Y de las invasiones, porque el enemigo siempre llega por el mar. 
Había venido por el agua pero se había quedado en aquella punta emergida del ubérrimo continente que llegaba hasta Egipto y habría sido cuna de ciudades donde florecieron las artes. Todo el subsuelo está todavía sometido a fuerzas descomunales y quizá en miles de años acaben de asomar a la superficie nuevas cumbres que confirmarán la teoría. Entonces las ruinas tragadas por el océano volverán a la luz. 
-De todas formas esto se parece a un sueño -dijo Enrique mientras conducía distraídamente-. Esa vegetación, ese transcurrir lento del tiempo, esa calidez. 
Cualquier forastero aprecia el clima más benigno que pudiera imaginarse sobre la faz del planeta. Nación de la fortuna cantada por los clásicos -pensaba. 
-Gente noble y trabajadora. Demasiado emocional quizá, por un maternalismo excesivo. y el que viene percibe que aquí todavía se pueden hacer las Américas -añadiría Raquel.


Página 154.


-Las Palmas es una ciudad-terraza como San Francisco, con condiciones espléndidas entre dos bahías. Eso dicen los arquitectos, aunque entre todos la hemos cortado a cachitos -dijo Raquel apoyada en la baranda metálica que da vueltas; puedes quedarte girando como un trompo en la terraza mientras contemplas el cielo y abajo la lámina sucia del agua, rompiéndose la luna en mil badajo. 
-Pero tiene fuerza. Y la isla desprende la misma sensación de paraíso que pudieras encontrar en el Caribe: la suavidad de la gente, la belleza del paisaje y la explosión de luz. La mejor terapia para quien viene de la gran ciudad, creeme (sic) -dijo él. 
-Quizá sea como un Ave Fénix dispuesta a remontar el vuelo en cualquier instante -añadió Raquel. 
Jardín y cloaca fabricados a toda prisa, sahumerios para ahuyentar el conocimiento de otros mundos allá donde el horizonte es línea tan finísima que nadie pudiera deducir si ha de convertirse en la entrada del cielo y del purgatorio (...).



Asimismo, hay que señalar (aunque supongo que, ya que es una obra de referencia en Canarias, alguien se habrá percatado antes) el irritante descuido en que incurre el autor en lo que se refiere a la coherencia en el uso de los tiempos gramaticales, por decirlo con suavidad.

Un par de ejemplos (la cursiva es mía):


Página 51.


-Pero yo sé de uno que se va a calentar pronto. ¿Te imaginas unas playas con sol, whisky de marca y unas chavalas de aquí te espero? -dice Santiago Areal, su vecino de mesa, especializado en documentación. 
-No caerá esa breva -responde Enrique cuando abre las gavetas, levanta la tapa de su máquina de escribir y coge la Hoja del Lunes para ver en qué lugar queda el Atlético. 
-Vaya partido el de ayer, eh -dijo Santiago-. Si es que pincháis en el peor momento.

Página 70.

Juan Camacho rociaba el cuarto con agua de colonia y esparcía incienso en los cuatro puntos cardinales, pedía le trajeran el azufre por si era preciso expulsarle ese invasor (...). 
También solicitó una escoba para golpearle en las piernas, y la cesta de costura con agujas y leznas. 
Mientras se colocaba a la cabecera, retuerce la cabellera de Francisca. 
-¡Sal, perro maldito! -dijo después de dar pases magnéticos ante sus ojos entreabiertos, cubierta sólo con un camisón de muselina. 
Mandó extender sus brazos y ponerle el crucifijo de marfil en el pecho, y una lámpara de aceite en la palma de la mano derecha. Luego pronunció con energía el mandato: 
-Malos espíritus, malos seductores, salid a doscientas leguas de estos alrededores. 
Pone los ojos en blanco y el desconocido se aleja, ya está volviendo en sí. Limpian la saliva de entre los dientes y Jacinto dice alabado sea Dios, rezan el Credo y al final abre los ojos, la besan, ríen con ella. 
-Está libre porque el mal se asustó al contemplar las dimensiones de nuestra fe -afirmó Juan Camacho-. Por eso ha preferido ir a posarse en otro cuerpo, lejos. 
-Pasó el peligro -insiste Jacinto-. Ya vamos estando protegidos. 
-Tendremos pruebas más difíciles -concluyó Juan Camacho-. Pero las iremos superando.

Etc., etc., desde el principio hasta el final. ¿Errores de principiante? ¿Intento poco convincente de experimentación? Recordemos que el autor tenía alrededor de 31 años cuando publicó la novela y, aunque la industria editorial española es algo más antigua, la figura del corrector es una rara avis, cuando no directamente un estorbo o una complicación. Tampoco se nos puede olvidar que hay párrafos en el que el diálogo señalado por guiones sigue sin ellos y reaparecen al final, como el del campesino y Enrique López, en las páginas 121-122 quizá aspirando a algo parecido al flujo de conciencia o a un estilo indirecto libre. ¿Menudencias? Quizá. ¿Se lo puede permitir una obra que aspire al rango de Literatura, de Arte? Eso ya es más que dudoso.

En todo caso, resulta una mirada poco complaciente con Canarias, con Gran Canaria, en particular, tanto respecto del pasado lejano como del momento en que se escribió, lo que demuestra, todo hay que decirlo, cierto valor, tan acostumbrados como estamos a la idealización empalagosa o a la glorificación banal. No es poco, es incluso encomiable, al igual que el trabajo de investigación previo, que habrá sido hercúleo, pero me temo que no suficiente.

En fin, una novela que avanza a trompicones, que se empeña en abreviar lo interesante y en alargar lo tedioso, que llega en ocasiones a ser insoportable, con cierta artificiosidad en el estilo. En ningún momento llega a satisfacer las expectativas que la fama precedente había suscitado.



P.D. (I) Es posible, volviendo al asunto del canon, que su inclusión en él (aunque no se sepa muy bien por quiénes, tema para debate), y lo señalo como mera posibilidad, podría venir dada por el contexto histórico en el que una joven democracia, por así llamarla, en Canarias necesitaba renovar y afirmar una identidad en exceso folclorizada por el franquismo y en el que jóvenes literatos en aquel entonces como Luis León Barreto, Emilio González Déniz o Juan Manuel García Ramos, entre otros, ofrecían una nueva mirada a la sociedad (las sociedades) de las Islas, y fueron así recompensados con premios y galardones de todo tipo. 

P.D. (II) Aquí, un artículo de Juan José Delgado sobre la novela, y aquí otro que habla de maestría y tal.