martes, 28 de junio de 2022

'Duelo de alfiles', de Vicente Valero

Les habrá resultado evidente desde el principio que el ritmo de publicaciones del blog no podría seguir el paso de la programación semanal del Polillas al anochecer en la radio. Es lo que tiene el amateurismo aspiracional de esta época del capitalismo: intentamos ser productivos todo el rato 24/7 y no nos importa no cobrar. Por amor al arte, dicen. Lo malo que, en mi caso, es así. Por eso, ya hace tiempo que renuncié a reseñar todas las novelas que leo en el blog: no me da el tiempo, y cuando dispongo de él me apetece (aunque les parezca inconcebible) hacer otras cosas. O no hacer nada.

Sea como fuere, hay algunas obras como Austerlitz o Los anillos de Saturno, de W.G. Sebald, que bien merecerían no solo un articulo, sino una monografía entera. Como es también el caso de Fuga sin fin, de Joseph Roth. O Misterios, de Knut Hamsun Lecturas todas que me han proporcionado un gran placer, y que me recuerdan que cuando leo algo bien escrito y bien pensado no solo disfruto sino que también conozco. Pues que conste, y anoten.


                                                                                               

  Abandonando este momento solipsista para centrarnos en asuntos mas comunitarios, como la creación en Las Palmas de Gran Canaria de un ateneo cuyos objetivos me resultan un tanto vaporosos. Me suena a aquello de "llevar la cultura a los barrios", llevar la Ilustración a las masas ignaras, y cosas así. Entusiastas parecen sus promotores/as, no obstante. Veremos qué hacen y si dura. En todo caso, la estética comienza a fallar. Es posible que otorgar la presidencia de honor a Jerónimo Saavedra se haya debido a razones pragmáticas, al igual que la presencia de expolíticos, el alcalde, el rector de la ULPGC, etc.: esa sería la necesaria disculpa. En todo caso, tiene un tufo institucional que asfixiará, me atrevo a pronosticar, cualquier iniciativa o reflexión interesante, si por interesante entendemos rupturista o algo parecido, si surgiera.

Y, bueno, vamos a lo nuestro:




Este libro es la respuesta a una petición pública de sugerencias planteada hace ya más de un año: consecuencia de una agenda surtida de nimiedades magnificadas y urgencias evitables. Al fin, hice caso al recomendador, lo que se sustancia hoy: Duelo de alfiles, de Vicente Valero.

El libro comienza con una frase magnífica y larguísima, un ejercicio de hipotaxis que hubiera regocijado a Sánchez Ferlosio. Es de lamentar (al menos, yo lo lamento), que el autor no siguiera por esa vía permanentemente y creara un libro tan enmarañado sintácticamente como sus viajes por Europa, que es (ese deambular, ese flaneurismo filosófico-literario-ajedrecístico) de lo que va este libro.

Así, pese a que Valero no quiso complacerme con el estilo bernhardiano al que por breves momentos me preparé, la novela está muy bien escrita, con predominio de la frase larga y del párrafo denso y extenso. También la temática suscita interés: se nos narran viajes a varios países europeos, donde no es que le ocurra gran cosa al protagonista, pero conoce a personas y vive situaciones que le sirven de excusa para rememorar otros sucesos. Así que, a modo de entrelazamientos junquianos, se relacionan eventos del presente con los del pasado, personajes actuales con otros fallecidos, y en los que el ajedrez está de un modo u otro presente. Así, desfilan, aunque no militarmente, por Duelo de alfiles Franz Kafka, Friedrich Nietzsche, Walter Benjamin, Bertolt Brecht o Rainer Rilke. Suecia, Dinamarca, Italia o Suiza son los países por los que nuestro flâneur, que, además, se dedica a la poesía y da conferencias, etc., ya por trabajo, ya por ocio inquieto, incursiona.


Para Brecht, las narraciones de Kafka son, desde este único punto de vista, las de un hombre fracasado, pero no así para Benjamin, como queda claro en su ensayo, pues la contextualización política de su literatura no dejaría de ser sólo un aspecto más, y ni siquiera el más importante, que tener en cuenta: su amplio y nada dogmático punto de vista le permite discurrir sobre el escritor de Praga por aquellos muchos otros terrenos por los que le gustaba transitar, desde el estrictamente literario hasta el filosófico o místico, logrando crear un texto de gran belleza, tejido con hilos de muy diversas texturas y procedencias desde el Talmud al Quijote, desde los hermanos Grimm al cine, que conforman un fértil entramado (fértil siempre me ha parecido el adjetivo que mejor define los escritos de Benjamin en general: abona con nuevas semillas interpretativas todos los temas que aborda) con el que, sobre todo, poder mostrar la fuente inspiradora de Kafka, los caminos extraños, a menudo inextricables, que conducen a esa misma fuente. (Págs.34-35)


Mi primer impulso, después del saludo, fue darme la vuelta y salir de la cafetería, pero todavía no me había quitado de encima el frío de la calle y, por otra parte, mi curiosidad por aquellas partidas de ajedrez ya se había avivado, así que lo que hice fue quedarme allí y ponerme a mirar cómo jugaban. A los pocos minutos, Detlef acabó con su contrincante -de manera despiadada, por cierto, con un pavoroso ataque de alfiles y peones sobre el enroque rival- y me invitó a jugar con él. Acepté sin pensármelo mucho, pues hacía casi un año que no jugaba una partida, y perdí dos veces, primero con blancas, después con negras, primero con una apertura española, después con una defensa siciliana. Entre una partida y otra, Detlef me contó que su padre había sido compañero de colegio de Bertolt Brecht y que ambos habían aprendido a jugar al ajedrez juntos. El alemán era, por supuesto, su poeta favorito, se sabía de memoria decenas de poemas, me recitó tres o cuatro allí mismo, mientras jugábamos, con una voz profunda, casi atronadora. (Págs. 90-91)

 

Estas "confluencias", como así las llama el escritor (y aprovecho para decir que me resultan un tanto forzadas cuando se incluye en ellas, como también me irrita su insistencia en contarnos qué desayunó en este hotel o qué almorzó en el otro, etc.), son sugerentes y, para quien no las conociera, proporcionan anécdotas e historias reveladoras sobre ciertos momentos de crisis vital de aquellos personajes históricos. Personajes cuya obra, la conozca uno o no, forman parte del pensamiento y la cultura (al menos, occidental) en el último siglo y medio.

Después de tanta novela negra, de tanto festival y de tanta feria, viene bien que descansemos con novelas que, sin carecer de ambición, jueguen a ofrecer algo modesto, pero diferente, de naturaleza quizá más parsimoniosa, sin personajes truculentos, tramas sangrientas o personajes embrutecidos por el alcohol, las drogas y la violencia casi sin sentido, que de tanto sinsentido me abotargan. Que pretenden indagar un poco en qué nos hace humanos y, por tanto, en qué y cómo somos mezquinos, en qué altruistas. A veces, solo hay que viajar un poco, tal vez, o tan solo pasear por los caminos que se tienden ante nosotros/as y encontrarse con personas que en su cotidianidad más o menos atribulada, más o menos satisfecha, también encierran historias que a su vez remontan a otras historias y que vayan ustedes a saber a qué abismos nos conducirán.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA
  

jueves, 16 de junio de 2022

'Supersaurio', de Meryem El Mehdati

No he podido evitar el oír (y ver) las declaraciones de la concejala del ramo sobre el premio de poesía de Las Palmas de Gran Canaria. No solo, según ella, que el que se lo hubieran concedido a una mujer lo pusiera "en valor", como si en caso de que lo hubiese ganado un hombre lo habría depreciado, sino que, claro, el premio había puesto a la ciudad no en el mapa mundial, sino en esta ocasión "en el panorama de la Cultura". En el panorama

En el primer caso, se entiende lo que quiere decir, aunque lo diga mal, claro, que para eso es una política profesional que cree que tiene bien aprendido el guión. En el segundo, es la típica tontería-cliché-chorrada que suelen proferir nuestros representantes cuando un/a periodista, por razones que se me escapan, se les acerca con un micrófono para recoger declaraciones. Ya saben, ese acto periodístico rutinario con el que ya se sabe que el interlocutor no va a aportar nada significativo, pero o bien rellena papel en el periódico o bien tiempo en el telediario.

Tras estas profundas (y breves) reflexiones, que harán tambalear las convicciones de muchas/os, comencemos con lo que nos ha traído aquí hoy:



Sin saber nada, porque ya saben que yo nunca me entero de nada y que todo me cae casi siempre como por casualidad, me encontré con un ataque a la autora, Meryem El Mehdati, en un hilo de Facebook. Eso sí, bien defendida, por uno de nuestros lectores/oyentes más fieles. Ataque que no tenía que ver con el estilo, la prosa, etc., sino con etnicidades como que la escritora no era "canaria de verdad", que era una "mora" y cosas de ese nivel. Como ya me conocen Vds., lo primero que hice fue pedir la novela a mi (todavía) librería de referencia, solo por joder a esos energúmenos. Y aquí estamos.

Pues bien, y a riesgo de que este blog comience a caer en desgracia, Supersaurio, de Meryem El Mehdati ha sido en lo que llevamos de año una de las sorpresas literarias más interesantes y potentes. No es perfecta, claro, pero incluso sus imperfecciones tienen su gracia, lo que a estas alturas y con lo que ha pasado por aquí tiene su relevancia.

La novela narra las vicisitudes, primero, de una becaria, que es, para mí, la parte más interesante de la novela, que enlaza muy bien con la literatura de la precariedad, como aquella Existiríamos el mar, de Belén Gopegui que tanto ensalcé y tanto recuerdo o, incluso, con la novela obrera, y más cruda, de Desde la línea, de Joseph Ponthus (recordemos, también, La literatura del pobre, de Juan Carlos Rodríguez); y, segundo, su existencia como contratada, sueldo fijo y amorío, etc., que aun manteniendo el nivel no me suscita el mismo entusiasmo. Quizá sea porque la vida de una becaria, último eslabón de la cadena alimenticia de una cadena de supermercados ofrece el interés de ver ese lado oscuro del que no suele hablarse. Quizá, porque la consecución del objetivo del empleo quizá no hace, aunque no lo pretenda, sino justificar su experiencia anterior, en una suerte de demostración de ese meritaje que viene a decir que si lo vales, lo consigues. De lo que se deduce que si no lo consigues eres una mierda. 

Uno de las falacias de la meritocracia, consiste en eso: puede haber muchos/as que valgan pero solo unos/as poco/as lo consiguen por circunstancias, a veces, de lo más singular y ajena a la valía. ¿Significa acaso que aquellos que no lo consiguieron (porque no había sitio para todos/as) no lo merecían? También, que suele contraponerse la persona esforzada a la haragana, no siendo el mundo ni de lejos tan dicotómico. Por no hablar de las diferentes posiciones de partida, etc. Aun así, todavía hay bobos que "creen en la excelencia", como si esta fuera un concepto indiscutido que no hay que problematizar, sino en el que tener fe.

En fin, volviendo a la nuestro, la sucesión de escenas que conforman la novela, titulada cada una de ellas con el mes y el año, consigue ser dramática, emotiva y cómica, no necesariamente de manera simultánea. El uso del lenguaje de la autora es despreocupado, potente, con un desparpajo de quien lleva escribiendo mucho tiempo y lo hace suyo. Narrada en primera persona, el personaje, la propia autora, se revela como un ser singular: una mujer frustrada, resentida y resignada a la vez, que afronta un empleo, más bien una formación como becaria, que, como suele ocurrirle a gran parte de los licenciados/graduados de nuestro país no solo refleja la devaluación de los títulos universitarios y la así llamada sobrecualificación para determinadas actividades laborales, sino el derrumbe del sueño de clase media aspiracional, que consiste en una continuidad lógica entre el esfuerzo académico, el puesto de trabajo bien pagado y la consiguiente propiedad inmobiliaria. En este caso, es la chica para todo de la sección administrativa de la cadena de super/hipermercados, que, como se indica en la novela, está por encima, jerárquicamente, de la parte del servicio de cara al público: cajeras/os, reponedores/as, etc.

Aunque, como digo, está narrada en primera persona, la novelista logra evitar el ensimismamiento banal de tanto/a autor/a local y nacional, ya sea autobiográfico, ya biografía ficcionada, ya lo que sea. No son escasas las ocasiones en las que, con excusa de una narración, se nos endilgan experiencias vitales de lo más anodino y, a la vez, de lo más pretencioso, algo así como una eutrofización de la narración por exceso de solipsismo. Hagan un repaso al blog y no tardarán en encontrar ejemplos. Este es uno de los logros de Supersaurio, que una vida por lo demás bastante corriente se vuelva, si no paradigmática, al menos ejemplificadora de un estado de cosas, de una situación económica y social cuya degradación parecemos advertir casi todos/as.

Hay que señalar, además, que, a diferencia de Andrea Abreu y su Panza de burro, Meryem El Mehdati no construye un dialecto a base de supuesta habla popular y canarismos. Más bien, el suyo es un español más bien estándar, pero actualizado con el habla del mundo juvenil y veinteañero (del que ella forma parte) vinculado estrechamente con las redes sociales en Internet. Mientras Panza de burro mezclaba de modo convincente una especie de costumbrismo redivivo con el fenómeno (largo fenómeno, sin duda) del turismo, El Mehdati combina esa canariedad de la modernidad líquida, cuyo telón de fondo kitsch es la combinación de turismo y supermercados, con sus raíces marroquíes. El resultado, durante la mayor parte de la novela, es sorprendente y estimulante. Alguna vez, cae en algún pensamiento trillado, pero no son numerosos los casos y no empañan esa forma de ver la vida que sin ser insólita, sí resulta singular.


-Pensaba que vuestros nombres siempre tenían algún tipo de significado, así como... Profundo. En la carrera tuve un amigo que se llamaba Badr, un tío cojonudo. Su nombre significaba... 

Vuestros nombres, dice. El muy soplapollas. Sonrío.

-Bueno, una fase lunar, creo, por eso pensaba que tu nombre significaría algo. 

Badr significa luna llena. 

-Ahora me hiciste dudar -miento-. Preguntaré a mis padres esta tarde, quizá esté equivocada yo. 

-Sí, sí, pregúntales. Es que algo tiene que significar, vaya. Pero el sí que bebía, eeeh. 

Amaga darme un codazo amistoso. Durante un segundo deseo ser desollada viva. 

-Bueno, ya sabe -finjo la risa-. No porque mis amigos se tiren por una ventana tengo que ir yo y hacer lo mismo. 

Yo no quería venir a esto. Uno de los conceptos más cargantes del trabajo corporativo es el concepto "afterwork". No tiene sentido, es ridículo. Echas nueve horas o más al día en una oficina y luego sales de allí y te vas a un bar de copas a tomarte algo... con esas mismas personas con las que estuviste trabajando todo el día para "desconectar" del trabajo a pesar de que la mayoría de las conversaciones que se tiene allí es sobre trabajo. (Pág. 20)


Yo creo en el famoso clic. Conoces a alguien, le miras, te mira, todo encaja. Tú dices: "Mundo". Él sonríe y añade: "Na tu ral". Tinder se me hace aburrido. En general, los hombres me parecen aburridos. Los que no me aburren me dan miedo. Jose, 33. "Le diremos a nuestros hijos que nos conocimos en un museo." Pedro, 29. "Crossfit, birras y El club de la lucha." Matías, 31. "Jazz, crossfit y atardeceres." Son todos la misma persona. Hay una parte de mí que comprende que los seres humanos nos imitamos entre nosotros para no parecer unos auténticos psicópatas porque la personalidad se suele castigar, sobre todo si eres una mujer. Buscar el amor es como ir a una entrevista de trabajo, supongo. Ahora todo el mundo busca el amor, me da pena, me da pánico. No eres tú del todo, mientes un pisco, quieres que te elijan, swipe right. Cuando lees "Jazz, crossfit y atardeceres" entiendes que el otro está haciéndote saber que es igual que los demás, no hay algo de ingenio o de inventiva. No pasa nada. Swipe left, pero el siguiente tipo de más de treinta años que está calvo y que le pone cero ganas a lo de sacarse selfies. No tienes problema con los calvos, pero ahora mismo no son tu tipo, tienes veinticinco años. Sigues siendo superficial. El siguiente solo tiene una foto de su torso desnudo. El siguiente se define como "dominante" y busca sumisa. El siguiente no tiene una sola foto en la que no esté rodeado de niños africanos. Borras la app, ya no crees en el amor. Lo peor de Tinder es que hace que me sienta muy vulnerable de una forma que no sé explicar. Lo primero que te suelta un señor si no le respondes a sus mensajes al instante es que para qué coño hicieste match con él para empezar, pedazo de puta. Tampoco eres tan guapa. Está cansado de divas. Esa hostilidad tan gratuita y tan repentina da miedo, hola guapa y que te follen puta guarra son las caras de una moneda que tiras al aire y a ver qué cae. Al menos, el Joker tiene motivos para estar zumbado. (Págs. 38-39)


La jefa de Recursos Humanos, Macarena, llega por fin. Tiene que comunicarnos algo importantísimo. Está muy seria. Hay algo en el gesto de su cara que me hace mucha gracia de repente. Parece que va a vomitar si abre la boca. Lo reconozco porque es la misma expresión que suele quedárseme cuando he de decir algo que no sé cómo verbalizar. Me pellizco un muslo para no reírme. Omar arquea las cejas. Le imito. Pienso en Pacho Herrera, de Narcos. Tengo miedo real a que se me escape una carcajada. "Siento mucho tener que ser yo la que dé la noticia" oigo que dice Macarena. "Sé que muchos de vosotros habéis estado oyendo rumores estos días sobre un ERE. No va a haber ERE, pero sí se va a recortar el número de cajeras." Todo el mundo se calla a la vez. Ya no hay nada que temer. Alguien se ríe en las primeras filas, no sé si de alivio o por qué. Las cajeras pertenecen a otra especie, la especie "Haber estudiado". No le importan a nadie. (Pág. 45)


Además, los diálogos son verosímiles, cortos y dinámicos; los personajes, incluso los que apenas pasan por ahí, son sólidos y creíbles, se perfilan autónomos, con vida propia: singular muestra de humanidad en un entorno que va de Puerto Rico a Las Palmas GC y de Las Palmas GC a Casablanca. La ultramodernidad periférica en una cáscara de nuez.

EN DEFINITIVA: Supersaurio es una novela notable, que muestra una escritora de indudable talento. Algo se mueve en la literatura canaria, así que estemos atentos. Los/as de Blackie Books han estado listos/as.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA



viernes, 10 de junio de 2022

'Azulmadre', de Javier Estévez

Parece que estamos en racha con la literatura local: después de una feria del libro (decepcionante para unos/as, estupenda para otros/as) con su plantel de figuritas extraliterarias, por un lado, y de escritores/as de verdad, autores/as noveles y la mayoría con ínfulas, por otro, pronto llegará un festival (el enésimo) de novela negra a Las Palmas de Gran Canaria, que según dicen, se extenderá a otros municipios. También, un presentador de telediario nacional que no llegó a tiempo a la feria firmará sus libros en unos grandes almacenes, y Rafael-José Díaz se desplaza hoy (viernes, 10 de junio) también a nuestra isla para presentar su último libro de relatos, cuentos o como considere él que deben ser nominados.

Por otro lado, se falló el premio de poesía de Las Palmas GC y se lo concedieron a una señora de Venezuela, excelente poeta seguro. Internet, la globalización y el petróleo barato han provocado que las convocatorias de premios hayan abandonado su rancio y pueblerino arraigo local para convertirse en cosmopolitas brindis por la literatura, el arte, etc. Así las cosas, uno se pregunta cuál es el sentido de un premio dotado por el Ayuntamiento que puede ganar cualquier persona del mundo y cuya conexión con la localidad, en este caso con Las Palmas GC, no se requiere en absoluto. Es bastante posible que muchos/as de los participantes ni siquiera se molestaran en localizar en un mapa la ubicación de la ciudad. Entendería, aun con mi conocida reticencia a todos estos premios de juegos florales, que se crearan para dar conocimiento de poetas jóvenes, nuevos, no descubiertos/as, etc., ya fueran de la ciudad, de la isla, etc. Tal y como está planteado, la verdad es que no le veo el sentido.

En fin, vivan la poesía y la madre que nos parió, los centros irradiadores y los motores de desarrollo económico-cultural. 

También, he visto publicado por ahí que Santiago Gil va publicar un libro. Pero no teman si no tienen hijos pequeños: es de temática infantil. Es posible que me equivoque, pero creo que es el único nicho de mercado en el que no se había introducido nuestro polifacético, celebérrimo y multipremiado escritor (me avisan de que no es la primera vez que escribe para tan tierno público, que conste). El talento, ya se sabe, se desparrama y se filtra por cualquier intersticio que se presente. Si no, recuerden las goteras que nos caen por culpa del vecino de arriba. Le deseamos la mejor de las suertes en su nueva empresa narrativa, que, a buen seguro, no será la última.




La novela de hoy, de corte autobiográfico, es Azulmadre, del escritor grancanario (de Guía, por más señas), Javier Estévez, cuya anterior novela, Días de paso, ya habíamos reseñado por aquel año pre-pandemia de 2018. Encima, de manera prudentemente elogiosa, lo que, lamento decir, es más bien raro. Es por lo anterior que, aunque sin ansiedad, había estado esperando su siguiente novela. Al menos, preguntándomelo cada cierto tiempo. 

Azulmadre me recordó a Gilead, de Marylinne Robinson que, cómo no, también reseñé en 2018, justo después de la novela de Estévez, lo que no deja de ser curiosa coincidencia. Aquella Gilead y esta Azulmadre consisten en un padre que se dirige a su hijo, vástago que se convierte en excusa para que el narrador rememore su vida y los acontecimientos que le han conducido hasta el momento de la escritura. Es por tanto, y ya nos centramos en la novela de Estévez, un proyecto destinado a vertebrar una vida. Ya se sabe que los humanos tendemos a crear un relato coherente, como si realmente fuese una historia con etapas lógicas, por muy locas que pudieran haber sido, que desembocan en el yo actual. Así, claro, recordamos y dejamos de recordar de modo selectivo, subrayando, en parte de modo consciente, en parte, no, los hechos que consideremos hitos fundamentales o decisivos y dejando en el olvido otros menos importantes. Bien pudiera ser que fueran justo al revés, o que nuestra vida haya sido la mayor parte del tiempo una sucesión de tumbos sin rumbo ni control en que el azar ha determinado gran parte de los que nos ha ocurrido. O, por el contrario, que la libertad que creamos que hayamos tenido en nuestro discurrir vital no ha sido más que el disfraz ideológico (en esta época de individualismo a ultranza) de una trayectoria marcada por la clase, el lugar y la época. Así, la vocación "que se lleva en la sangre"; así, el tema tan de moda hoy del meritaje en sus múltiples variantes.

Si hay que criticar algo en la novela es que el lenguaje no siempre se mantiene al mismo buen nivel. Hay a lo largo de ella cierto uso superfluo de los adjetivos, como si dos fueran mejor que uno, y dos, mejor que tres. No digo que tengamos que ser avaros con la palabras como un accionista del Santander con sus dividendos, pero sí que usar, y aun menos abusar, del típico adjetivo con el típico nombre o el típico adverbio con cierto verbo ("amar perdidamente", sin ir más lejos) no solo no aporta nada, sino que empobrece. Es cierto que no es un rasgo definitorio de Azulmadre, ni esta mácula que señalo "la rebaja al nivel de su propia degradación", sí que no la deja descollar, no la deja elevarse hasta donde podría haber llegado con un poco más de cuidado, con un poco menos de prosa fácil o tal vez en este caso, prosa emocionadaTambién, con un corrector o correctora profesional, pero ya sabemos que en nuestras editoriales estos detalles son cosas de finolis, de gente pudiente.

Pongo aquí un ejemplo:

(...) Ella sufrió, que duda cabe, pero estoy seguro de que si Lita le encontró sentido a su vida nunca fue a través del dolor, sino tal vez del compromiso con su realidad, en la coherencia como forma de vida y en la fidelidad irrenunciable a sus principios. No era una mujer pesimista ni tampoco optimista. Durante las no pocas conversaciones que tuve con ella, jamás me habló del sufrimiento. Pero tampoco del bienestar o de la felicidad. No se lamía las heridas. Eso no iba con ella. Me gustaba su silenciosa trascendencia, que ella llamaba conversaciones con Dios. Adoraba oírla bisbisear las cuentas mientras rezaba el rosario o su concentración casi budista cuando tejía aquellas rebecas y abrigos de los que yo presumía con visible orgullo. Admiro su pragmático sacrificio y agradezco en los (sic) más profundo de mi ser la generosidad ilimitada que mostró, primero, con sus hijos y, luego, con nosotros, sus nietos. Confieso que Lita, mi abuela, a la que tanto quise, es de las personas que más admiración me han despertado en mi vida. Por su perenne humildad. Y su amor incondicional. (Págs. 50-51)


En todo caso, Azulmadre es una novela notable, de intensidad in crescendo, que emociona en ciertos momentos. Una novela, al fin y al cabo, de saga familiar, de linaje que se entremezcla, aunque esa no sea su intención ni lo subraya, con las distintas Españas y Canarias a lo largo del tiempo. No deja de ser también, una historia de superación personal en cada uno de los niveles genealógicos, en especial de las mujeres de la familia. Asimismo, es la crónica de la relación con la madre, admirada y amada; y, finalmente, una suerte de bildungsroman. Algo digno de aprecio es que logra ser sensible sin ser sensiblero.


En aquella isla que era la vieja casa, levantada en las estribaciones de un barranco amplio y profundo y rodeada de un platanar prodigioso, la vida transcurría envuelta en una especie de felicidad simple, de alegría, de satisfacción física y, en cierto modo, espiritual. Sólo nos teníamos a nosotros, así que no había más posibilidad que la vida en familia. Compartíamos cama para dormir, comíamos siempre juntos, íbamos y regresábamos juntos de la playa, jugábamos juntos en la única mesa que había en el comedor. Todo era colectivo. Plural. Y muy primario porque allí lo que más abundaba era el tiempo. Había tiempo de sobra para todo. Quizá eso explique ese recuerdo de libertad y felicidad que tengo de aquel confín, de aquel apéndice de la isla donde nunca ocurría nada. (Pág. 82)


La música era ella. Las horas de estudio, el tic tac del metrónomo, de aquel dedo de acero implacable, obsesivo. Ella me hacía parar, repetir fragmentos, volver a ellos con paciencia, con humildad, primero, con las manos separadas, me recordaba la técnica de la tecla hundida, lentitud. Me hacía repetirlo una y otra vez. Ella, siempre presente, sentada en el sofá, en la cocina. Escuchaba con atención y celebraba sin reparos mis progresos. Qué alegría sentía cuando me pedía que tocara una pieza, un fragmento, porque le gustaba. Y yo, tocaba, por supuesto. Para ella, cuantas veces hiciera falta. (Pág. 99)


Todo está bien contado e interesa, que no es poco, y, como digo, está salpicada la historia de momentos particularmente vibrantes. Eso sí, no esperen experimentalismo literario ni literatura posmoderna. En este sentido, Javier Estévez es un escritor realista, y me da la impresión de que nunca se ha planteado no serlo ni escribir de otra manera.

EN DEFINITIVA: una novela que merece el tiempo empleado en su lectura, y Javier Estévez, un autor digno de tener en cuenta.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA



lunes, 6 de junio de 2022

Día de Canarias y Feria del Libro o viceversa

El calendario laboral y el sentido de la oportunidad de la Asociación de Libreros de Las Palmas han hecho que coincidieran este año el fin de la feria del libro, que duró del 25 al 30 de mayo con la celebración, por decirlo de este modo, del Día de Canarias. La festividad del lunes 30 se sumaba, así pues, a la del 29, domingo, y para muchos/as, la del sábado, 28. Una orgía de tiempo libre, ocio y vagabundeos tanto físicos como mentales en la que a la habitual exaltación del libro y de la lectura como bien en sí mismo se sumaron las menos exaltadas muestras de amor patrio, en forma de columnas de opinión, cantos regionales y algún que otro disfraz conmemorativo.

En el apartado "Tengo que escribir algo poco arriesgado y que me asegure una palmadita" tenemos, por ejemplo, a Alicia Llarena, Paco Javier Pérez Montesdeoca, Anselmo Pestana y el inefable Juan Manuel García Ramos. Todos ellos tienen en común el resaltar las supuestas peculiaridades culturales y lingüísticas del pueblo canario que los distinguen de los miembros de otras culturas y otras variedades del español. Ustedes se preguntarán si es posible pasar por el día oficial de la Comunidad  sin que haya que leer estos artículos. También, sin que haya que escribirlos. La respuesta es, en ambos casos, negativa. Las jeremiadas sobre las medidas institucionales que hay que adoptar para que no se eternice nuestro secular acomplejamiento identitario, de tipo psicológico y educativo, sobre todo, soslayan casi siempre las de tipo económico (acciones redistributivas, niveladoras, igualitarias) y político (participación política ciudadana, por ejemplo).

Es coherente, si uno/a considera que ese es un rasgo fundamental identitario, alentar el uso del "ustedes" para la segunda persona del plural y deplorar el "vosotros", como rasgo distintivo que se cree que tiene valor intrínseco. Se establece así una línea lingüística entre nosotros/as y ellos/as, con el correspondiente reproche a quien siendo de nosotros no respeta esa línea y utiliza formas lingüísticas ajenas, extranjeras. Se les tilda además de "acomplejados" y de sufrir algún tipo de complejo de inferioridad. Es curioso que no se tenga en cuenta que nosotros/as y ellos/as conviven incluso en el mismo núcleo familiar, y que sus hijos/as utilizan el idioma de las maneras más curiosas: los hay quienes hablan el español peninsular, entendiendo por él la pronunciación del fonema /z/ y el uso del vosotros, otros que mezclan lo anterior con la aspiración de las vocales finales, sobre todo en Gran Canaria; otros que teniendo un padre/madre peninsular y otro/a canario eligen la forma de hablar de uno de los dos; otros que teniendo padre y madre peninsulares eligen la forma, digamos, canaria; otros que con los anteriores hablan la forma peninsular y con sus amigos, la canaria, etc., etc. Condenar el uso que uno considera ajeno, en este caso el vosotros, me parece una acción voluntariosa... e inútil.

Entiendo que el amor a esa comunidad imaginada puede encarnarse de diversas maneras. La mía consiste en imaginarla plenamente democrática, plenamente igualitaria, plenamente justa y plenamente compasiva. Esa sería la comunidad de la que me gustaría formar parte, de la que me sentiría orgulloso, más allá de que sus miembros dijéramos "ustedes" o "vosotros", o "fechillo" por "cerrojo", más allá de que fuéramos plataforma continental de primavera perpetua, viviésemos en una primavera eterna o fuéramos los/as primeros/as en inventar el fuego. Por no hablar de las chocolatinas. Todo eso me da más o menos igual, aun cuando uno pueda sentir cariño por esas manifestaciones culturales con las que está más íntimamente ligado por haberle acompañado a lo largo de la vida que otras cuyo uso, disfrute o padecimiento resultan ajenas. Por no hablar de que se puede cuestionar la autoridad de quien se arroga la facultad de dictar qué es lo nuestro o lo suyo (o lo vuestro o lo de ustedes) en sociedades tan poco homogéneas como las modernas, y, sin ningún ánimo irónico, como las siete sociedades insulares canarias. Sociedades plurales, con lo que conlleva de diversidad étnica, religiosa, lingüística, repleta de cosmovisiones diferentes. Sociedades democráticas en las que el eje vital mayoritario es, además, desde hace mucho tiempo, individualista y no comunitarista. Cómo no, lo que caracteriza a las sociedades modernas, plurales y complejas es el conflicto permanente y nunca resuelto entre valores. 

Fijémonos, además, que cuando se hace el canto interesado a cualquier manifestación cultural, siempre se focaliza en que sea distintiva, es decir, que no la posea (o en el mismo grado) otra agrupación social, en una suerte de puesta en valor del producto propio en el mercado de las idiosincracias, que siempre viene bien para el turismo, etc. Porque salvo que me demuestren lo contrario, tanto forma parte de la cultura canaria determinados deportes minoritarios y vernáculos, (la lucha canaria, sin ir más lejos) como otros populares en casi todos los países (fútbol, baloncesto, etc.). Tan canario puede ser el silbo gomero como las reuniones juveniles en torno a un McDonald's. Así son las culturas modernas, una mezcla de lo viejo y de lo nuevo, de lo considerado tradicional y propio y de lo extranjero, que así deja de serlo. ¿Hay acaso alguna costumbre o tradición que no tenga fecha de nacimiento? ¿Hay alguna que se pueda imponer por decreto? 




Por otro lado, a falta de conclusiones oficiales y cifras, la impresión que tengo de la Feria del Libro es que, por el lado de la asistencia de público, ha sido un éxito. La arribada de presentadores de telediario, influencers y modelos de pasarela, entre otras personalidades del sistema de medios de comunicación y redes sociales digitales, animaron a mucha gente a formar largas y serpenteantes colas para conseguir esa foto y esa firma, todavía objetos fetiche. Habría que ver si efectivamente se incrementaron las ventas de libros con respecto al año pasado o a ferias pre-pandemia. 

En cambio, por el lado, digamos, de la opinión de gran parte del mundillo literario, la feria fue bastante decepcionante, por el poco realce concedido a nuestros/as escritores/as locales, que apenas les dejaron lucirse en la programación y, por extensión, a la literatura en general. No sé si a los libreros/as la preocupación por la literatura les quita el sueño. Tampoco, si a los/as gobernantes de las instituciones públicas las cuentas les importan algo mientras figure el escudo. En cuanto a Saramago, icono del sarao, no parece que haya ganado en popularidad entre la ciudadanía lectora, pero reconozco que esa es mera impresión mía.

En todo caso, lanzo la idea de organizar otro tipo de evento, tal vez paralelo a la susodicha feria. En un primer momento podría parecer que se guetoíza la literatura, claro, al desmembrarla del festejo consumista. En un segundo, podría servir de fomento y regocijo, no solo para los/as autores/as locales o foráneos/as, sino para ese sector, creo que todavía importante numéricamente, interesado menos en likes follows que en disfrutar de las posibilidades morales y estéticas de la narrativa y de la poesía. Un festival que sin soslayar la venta de libros (que es de lo que viven las librerías) seduzca  a aquellos/as ciudadanos/as susceptibles de disfrutar de la literatura. No estoy pensando, por cierto, en el método, tan empleado por las instituciones públicas en otros ámbitos artísticos de traer, cueste lo que cueste, a figuras de talla mundial, galáctica o universal, para que disfruten de ellas nuestros/as patricios/as sino en organizar actividades que permitan vislumbrar el milagro de la creación artística tanto desde el punto de vista lector como creador. 

Se abre el concurso de ideas.


POLILLAS AL ANOCHECER-RADIO GUINIGUADA