martes, 20 de diciembre de 2022

Las malditas listas del Polillas-2022

Quién nos iba a decir que cuando creé Polillas al anochecer allá por el prepandémico 2016 llegaríamos Vds. y yo a pasar juntos la Navidad de 2022. He leído por ahí que la vida media de la mayoría de los blogs oscila entre uno y tres años. Ya llevamos seis y pico, por lo queaunque solo sea a meros efectos estadísticos, el blog da la nota.

Es bastante posible que a muchos/as el blog le haya supuesto una especie de shock cultural y, en algunos casos, una reevaluación ética de sus actividades: hasta entonces, con las excepciones que quieran señalarme, la crítica literaria suponía una extrañeza en el mundillo, calificada de malintencionada, como resultado (nada más) de una maniobra difamatoria, orquestada por algún villano en la oscuridad y motivada por alguna mezquina cuenta pendiente. Me he esforzado por demostrar que es posible una crítica literario-artístico-cultural independiente y honrada. En todo caso, son Vds., lectoras y lectores, quienes en última instancia (no los/as editores/as, no los escritores/as, no los clubs de fans) juzgarán este blog.

Pues bien, ya que hemos llegado hasta aquí, supongo que estarán esperando, como es tradición, las listas de lo peor y de lo mejor que he reseñado en el Polillas. Listas subjetivísimas que solo quieren reflejar mis gustos, por mucho que haya intentado explicar las razones en las reseñas correspondientes:


LO PEOR

1º) Berlinale, de Elio Quiroga (ed. Baile del Sol)

Este año no ha habido mucho malo donde escoger. No todo va a ser espinas y tránsitos apesadumbrados por valles de lágrimas. Una de las excepciones a este buena vibra fue Berlinale, cuyo autor, Elio Quiroga, intentó crear un thriller cultureta y cosmopolita, con muchas ínfulas, y le salió una caricatura de lo que debe ser escribir una novela. Ni trepidante ni fascinante ni interesante ni descacharrante ni nada que se le parezca. Una tontería insoportable que nunca debió haber sido escrita ni mucho menos publicada.

2º) Sin comienzo ni finalde Alberto Omar Walls (ed. Mercurio)

Solo por su pretenciosidad sin fundamento, merecería ser condenada, pero lo peor es que consigue además aburrirnos hasta el paroxismo. Tanto esta novela como la anterior hacen imposible llevar una vida lograda mientras se leen. La cólera junto al tedio se mezclan de tal modo que uno comienza a albergar ideas inquietantes respecto de estos autores y de la Humanidad, en general. Sin comienzo ni final tiene una idea, sin duda, o, al menos media, pero se disuelve al poco de comenzar. Además, el autor se atribuyó un magnífico sentido del humor e intentó compartirlo con los/las lectores.

3º) Cuadernos del subtrópico norte, de Marcos Dosantos (ed. El Drago)

Fue saludado Marcos Dosantos casi como un prodigio por el celebérrimo Juan Cruz, como un autor que "pisa fuerte" por Eduardo García Rojas, amén de que Elsa López considerara que el libro era "literatura en vena". Sin embargo, esta colección de relatos, en el mejor de los casos, solo merece la indiferencia y, en el peor, el olvido. La sobreestimación de unos cuentos nada interesantes no le hace un favor a nadie, y menos al escritor. Así pues, es necesaria una gran dosis de resignación, no por Dosantos sino por sus mentores, a quienes la opinión pública deberá seguir sufriendo quién sabe por cuánto tiempo. No sé que será de Marcos Dosantos en su faceta de escritor, pero como persona, para compensar, le deseo que cumpla sus sueños, etc.




LO MEJOR

Aquí les destaco tres novelas, en este año pródigo, para que no se pierda la simetría. Bueno, y un áccesit. Cabe alguna más, pero así son las listas.

1º) Maestros antiguos, de Thomas Bernhard (ed. Alianza; traducción de Miguel Sáenz)

Quienes ya hayan leído a Bernhard, sabrán por qué. Para quienes no, subrayaría ese estilo tortuoso a base de frases largas y repetición de términos y expresiones que logran (ese es el mérito) un efecto único, entre lo obsesivo y lo hipnótico que conforman una manera singular de escribir. Además, qué subidón da la mala leche de Bernhard cuando carga contra medio mundo, que es casi todo el rato.

2º) Mira que eresde Luis Rodríguez (ed. Candaya)

Una de esas obras que desafían el concepto de novela y salen airosas del trance. Metaliteratura, juegos del lenguaje, referencias y citas literarias PERO ejecutado todo de manera excelente. Es decir, ni el menor de asomo de pretenciosidad ni de confusión y sí mucho dominio de la técnica y del lenguaje. Una obra en la que uno se introduce como en un laberinto y del cual sale gozoso como un escolar tras resolver su primera regla de tres.

3º) Supersaurio, de Meryem El Mehdati (ed. Blackie Books)

Toda una revelación en la que caí por casualidad, como casi todo que ha devenido importante en mi vida. Con sus defectos, esta novela trae al mundillo literario y a la esfera pública a una escritora inteligente y convincente, lo que me parece una buena noticia. Diálogos veraces, una historia de sufrido testimonio laboral y un estilo desenfadado que no cae en la vulgaridad y que, en ocasiones, llega a conmover. Somos unos cuantos los que, casi en secreto, aguardamos la obra que nos va a deparar esta mujer.

Bueno, y un diploma olímpico:  Cazadores de beatniksde Dani Ortiz (ed. Escalera)

Otro descubrimiento para mí, de lo que me congratulo. Una novela de carretera, exuberante a más no poder, tan nutrida de referencias que por momentos apabulla. Además, un torrente verbal, salvaje como los rápidos de un río de película del Oeste, que no había visto por estos pagos. Tal vez le falte una estructura más ajustada a sus intenciones o un propósito más convincente al deambular frenético y obsesivo de sus personajes, pero sus virtudes la convierten en toda una singularidad literaria.







Comparto también algunos títulos de no ficción que no he mencionado en otros artículos y que creo que merecen su interés.

SUGERENCIAS DE NO FICCIÓN (TOTUM REVOLUTUM)

-El amanecer de todo, de David Graeber y David Wengrow (traducción de Joan Andreano Weyland, ed. Ariel)

-Cultura ingobernable, de Jazmín Beirak (ed. Ariel)

-Límites de la democracia, de Stephan Lessenich (traducción de Miguel Alberti, ed. Herder)

-Socialismo y democracia, de Michael Löwy y Ernesto M. Díaz Macías (ed. Catarata)

-En el nombre de Canarias, de Roberto Gil Hernández (ed. Pensamiento TEA)

-El género en disputa, de Judith Butler (traducción de María Antonia Muñoz, ed. Paidós)

-España, año cero, de Zira Box (ed. Alianza)

-El sueño de la nación indomable, de Ricardo García Cárcel. (ed. Ariel)

-El efecto clase media, de Emmanuel Rodríguez López (ed. Traficantes de sueños)

-El desorden político, de Ignacio Sánchez Cuenca (ed. La Catarata)

-Los olvidados, de Antonio Gómez Villar (ed. Bellaterra)




Reseñadores/as, periodistas culturales y una editorial (solo crítica negativa, aviso para almas bellas)

Casi nada nuevo hay que añadir al comentario que hice hace un año. Eso sí, sigo lamentando que Victoriano Santana Sanjurjo no ceje en su deplorable labor de elogiador oficioso de cualquiera que publique lo que sea, con especial querencia por quienes lo hacen en la imprenta, perdón, editorial Mercurio. Prolífico y prolijo, Santana Sanjurjo es como el nubarrón que se acerca, fatídico,  y que no falla en descargarse sobre nosotros, que no tenemos donde escondernos.

Respecto de la editorial Mercurio, ya no sabe uno si pensar que es positivo que dé oportunidad de publicar a tanta gente o justo lo contrario; si hace un favor a la cultura en Canarias o más bien contribuye a su descapitalización irreversible. En cualquier caso, lo de Mercurio tendría cura si se tratara a tiempo; lo de Santana Sanjurjo, no, me temo. El esfuerzo que le pone este hombre a sus artículos para resultados tan desdeñables debería ser estudiado en alguna universidad importante, pero probablemente no en su facultad de Filología. 

Felipe García Landín enjabona y cepilla de vez en cuando, pero no se prodiga como otros años, lo que le agradezco con sinceridad. Le animo a que extreme sus ausencias. 

 Eduardo García Rojas se ha decidido a escribir reseñas abiertamente negativas (de nada, Eduardo), lo que sin duda le hará bien a él, a su suplemento y tal vez a los/as autores/as criticados/as. Nunca es tarde para cambiar

De Nora Navarro, periodista cultural, aparte de su mala educación en las redes sociales, solo puedo comentar que no parece haber encontrado a ninguna escritora a la que apadrinar en 2022, por lo que imagino que considerará que su carrera cultural habrá sufrido un grave estancamiento. Desde esta página, la animo a que siga intentando llegar. No me pregunten adónde.

También ha habido reseñadores de una reseña, como Maximiano Trapero (de El teatro en medio del océano, de Francisco Juan Quevedo) o de Jorge Fonte (de Reparación del horizonte, de Víctor Álamo de la Rosa), por ejemplo. Ambas reseñas compitieron en la siempre gratificante tarea, a la que se aplicaron con entusiasmo, de dar vergüenza ajena. Mi opinión es que resultó vencedora, por medio cuerpo de empalago, la de Fonte.

En cuanto al público del blog, puedo compartir que la cifra media mensual de visualizaciones y visitas de Polillas al anochecer sube cada año un poco más, lo que no deja de sorprenderme, dado lo pesado que me pongo. Vds. sabrán. Es posible que muchas de las lecturas se expliquen por el perverso placer de algunos/as (me dicen que muchos de ellos son escritores) de ver cómo atizo a unos o a otras. Insisto en que las batallitas entre autores/as no me incumben: cada cual debe explicarse a sí mismo/a su propia mezquindad.

Felices fiestas. Nos vemos en 2023.


miércoles, 14 de diciembre de 2022

'Duérmete, cuerpo mordido', de Rafael-José Díaz

Uno de los problemas más importantes que debe afrontar un profesional del periodismo en el ámbito de la cultura es el de la identidad. Es decir, el/la periodista cultural debe decidir si quiere ser simplemente un/a buen/a periodista o si pretende también convertirse en algo más: tal vez, mecenas, o representante, o relaciones públicas, o descubridor/a de talentos, o, simplemente, fan, hincha o supporter. La tentación de envolverse con el halo de los artistas es para muchos/as irresistible, y así aspiran, a hurtadillas o con descaro, a que se les identifique a toda costa y en todo momento con la sagrada esfera del arte con mayúsculasPor no hablar de esa prosa azucarada hasta el empalago con la que pretenden hacerse pasar como un poco artistas también.

En Canarias, contamos con varios especímenes de este jaez, de los que ya he dado cuenta en el blog y en el programa de radio. Los nombres de estos perpetradores del halago desvergonzado y de la crítica devaluada ya resultan familiares para Vds. Espero que la recepción de sus artículos y reseñas devenga en el menoscabo de un prestigio al que tal vez aspiraron y, por lo que se ve, nunca merecieron.

Es posible que la responsabilidad no sea suya en exclusiva. La precariedad de la profesión del periodismo, en general, la debilidad financiera de los medios de comunicación y la concepción patrimonialista y utilitaria de los editores de su parcela de la esfera pública coadyuvan a que el papel de los periodistas sea semejante al del náufrago con su madero en busca de un horizonte salvífico. Ese madero es el mundillo cultural y el horizonte, en algún caso, la seguridad profesional y vital. Sin duda, el sistema no es benevolente ni paciente con los que aspiran a la crítica independiente en un medio de comunicación.

Eso nos hace comprenderlos, pero no justificarlos, por supuesto. Los/as periodistas, sobre todo los directores de los medios, cada vez que pueden nos mientan su código deontológico y sus deberes respecto de la sociedad, etc. Pero hay una corrupción blanda y legal en el mundillo periodístico (pases VIP a conciertos y espectáculos, viajes con los gastos pagados a eventos promocionales, asistencia remunerada a tertulias, etc.) que no deberíamos pasar por alto a la hora de comprender determinadas actuaciones y juicios. Para que me entiendan: es como si yo decidiera aceptar la oferta de pago de un autor o autora por escribir una reseña de su novela (ni siquiera haría falta especificar que dicha reseña fuera positiva) o aceptar libros gratis de las editoriales, o que me invitaran a formar parte de un jurado (del premio otorgado por una editorial, una fundación, una administración pública, qué más da), por ejemplo. No es descabellado imaginar la posibilidad de que la dependencia (aunque fuera por acumulación y, señalo, sin que nunca se produjera petición expresa de nada) material o simbólica de estas pequeñas recompensas acabaría por influir, aun de manera inconsciente, en la honradez de mis reseñas.

Por todo lo anterior, me muestro escéptico respecto de las posibilidades críticas de los/las periodistas culturales e, incluso, de los reseñadores en general en los medios de comunicación: demasiados intereses cruzados que tienen como nodo a aquellos y a su editora (es decir, la propietaria). Sólo hace falta leer cualquier libro al respecto de algún crítico relevante, como Constantino Bértolo, o la experiencia de Ignacio Echevarría en Babelia, para asombrarnos de las renuncias y miserias a las que debe hacer frente un crítico literario-empleado. 

Tal y como está el panorama, uno solo debería aceptar un puesto de crítico en un medio de comunicación como externo, con un contrato en el que se especificara la ausencia de censura previa y blindado, para evitar represalias súbitas. Como es natural, solo se puede permitir esas exigencias quien ya disponga de una fuente de ingresos independiente de ese medio de comunicación.




La obra de esta semana es Duérmete, cuerpo mordido, de Rafael-José Díaz, uno de mis cascarrabias favoritos de Tenerife, en el buen sentido. Por eso es por lo que reconozco que ya me habría gustado que me hubiese gustado este libro en el que recrea o recupera sus pensamientos y emociones suscitados por una ruptura amorosa. Eso que, durante un tiempo demasiado largo, se dio en llamar desamor, es decir, que a uno lo dejaran de querer y sufrir por consiguiente.

Pero no me ha gustado, y me explico: no digo que esté mal escrita, aunque hay alguna frase sentenciosa o simplemente banal. Es que no veo que se haya trabajado el conjunto de tal modo que no solo fuera una letanía de dolor, angustia y sufrimiento, sino que trascendiera artísticamente. No digo que no tenga frases de marcado carácter poético, sino que esta colección de breves frescos sentimentales (página, dos páginas a lo sumo) no cuaja, en mi opinión, en una obra coherente. Más allá de la repetición de la zozobra de Rafael-José Díaz o de su alter ego literario, poco encuentro que me anime a seguir leyendo esta reunión de fragmentos de dolor, añoranza, soledad, vacío y vuelta a empezar.

Es un poco embarazoso criticar de modo negativo una obra así porque incluso el reseñador más malhumorado empatiza con lo que, probablemente, haya sido una pesadumbre aguijoneadora e insoportable, de la que casi todos/as hemos sido víctimas alguna vez. Cualquier motivo de sufrimiento como una ruptura sentimental o una muerte o cualquier otro suceso lamentable que se pueda sufrir no se despacha con levedad por este que les escribe (por muy mal que puedan pensar de mí.) No obstante, en términos solo literarios, no puedo opinar sino que Duérmete, cuerpo mordido me resulta repetitiva y reincidente por su mórbida recreación del sufrimiento y su escasa transubstanciación literaria. En términos cristianos, es como si nos regodeáramos en el martilleo de los clavos en el cuerpo de Jesús en el Gólgota y hubiésemos olvidado su significado mayor, su encaje en la narrativa de la redención de la Humanidad.

Por tanto, las heridas del Rafael-José Díaz de Duérmete, cuerpo mordido no conllevan, es una lástima, su transmutación en una obra literaria grande, verbalmente exuberante o lingüísticamente audaz. Su viacrucis queda reducido a un deambular afligido que pronto nos cansa y que, es de lamentar, acaba por resultarnos indiferente.


Pero probablemente sigo engañándome. Te imagino ahora mismo en tu casa, después del gimnasio, preparando una cena equilibrada: una ensalada, higaditos de pollo, zumo de piña o plátano, fruta. Como las que me preparabas con frecuencia. Te veo después liando un canuto en la mesa de la cocina, con la televisión encendida: la navaja recorta un trozo de hachís y los dedos lo estiran hasta convertirlo en una culebrilla a la que luego recubrirá el tabaco, a su vez recubierto por papel de fumar con un filtro en la punta. (Pág. 55)

 

Quizás todo comenzó a apagarse sin que apenas me diera cuenta. Quizás cuando dejaste de llamarme todo estuviera ya apagado dentro de ti. Quizás lo último que deseas es que me comunique contigo. Así que ese mensaje será el primero y, si no contestas, el último. (Pág. 103).


Sin acordarme de que los lunes no trabajas (o no trabajabas), me he sentado hoy en una cafetería después de almorzar, con la certeza de que a esa hora, las cuatro y media, era absolutamente imposible verte pasar a través de los cristales. Me puse a leer un libro de fragmentos de prosa entre ensayística y narrativa con el que siento una extraña identificación: lo voy leyendo como si lo escribiera. En algún momento, he caído en la cuenta de que los lunes no trabajas y entonces todo ha cambiado. La cafetería hace esquina y una de las calles a las que da es la misma en la que viví durante la época en que estuvimos juntos. Este dato, unido al de tu día libre, hace que la poco probable posibilidad de verte pasar a través de los cristales me desconcentre y vuelque mi mirada, en intervalos más o menos regulares, hacia fuera. (Pág. 139)

 

Igual que en todos aquellos meses yo vivía entre dos casas, la mía y la tuya, la mía a la que regresaba después del trabajo y la tuya a la que iba casi siempre después de cenar, también ahora voy de la una a la otra, aunque ninguna de las dos es la misma que antes. Mi casa actual es un piso pequeño que en nada recuerda a mi antigua buhardilla. Tu casa, que probablemente sigue siendo la misma, se ha transformado para mí en un puro espacio mental al que acudo sin querer muchas veces. Ahora mismo, que estoy a punto de cenar, me imagino preparando mis cosas después de fregar los platos y de lavarme los dientes, el trayecto hasta el metro, el breve viaje de dos estaciones, el paseo de cinco minutos desde el metro hasta tu casa. O bien se produce algo parecido a un desdoblamiento: lo que ocurre aquí en mi casa está ocurriendo también en la tuya que habita en el interior de mi mente. Imagino lo que estás haciendo ahora mismo, mientras escribo, si te pondrás a cenar al mismo tiempo que yo, repaso tus movimientos entre las cuatro paredes que fueran una vez nuestras y los comparo con los míos entre estas otras cuatro paredes que no son de nadie. (Pág. 175)


Demasiadas palabras, demasiadas páginas, quizá, y una prosa que en demasiadas ocasiones no destaca por nada especial, además de recaer estos apuntes con alguna frecuencia en anécdotas banales. Un asunto el del amor en la ficción que, a pesar que la literatura de estos siglos me desmienta, parece agotado en sus múltiples ramificaciones, salvo, y aquí está el mérito de los escritores cuya obra soporta el paso del tiempo (también ayuda el conformismo de los críticos y filólogos, claro), que lo resucite un enfoque diferente, un estilo literario novedoso, un empleo sorprendente de los conceptos antiguos o la invención de algunos nuevos.

En definitiva, Duérmete, cuerpo mordido, es una obra que, en mi opinión, no resulta literariamente atractiva ni por el uso del lenguaje ni por el tratamiento del tema amoroso. La literatura sincera no es necesariamente buena.


P.D. Otras reseña, totalmente opuesta en su valoración a la mía, aquí. Una entrevista, aquí.




viernes, 2 de diciembre de 2022

'Reparación del horizonte', de Víctor Álamo de la Rosa

Uno tiene la impresión, y me perdonarán (qué remedio les queda) la próxima vanagloria, que se hace más por la cultura en un blog de crítica como este o en el programa de radio homónimo que toda la panoplia institucional de actos, presentaciones y jornadas. Digo "más" porque no quiero decir que esos actos institucionales no sirvan para nada, que sí, sino que aquellos espacios que fomentan la crítica y la reflexión son más fértiles culturalmente que aquellos en los que la ciudadanía se limita a consumir.

Aun así, resulta fatigoso en algunas ocasiones y desalentador en otras tantas, comprobar cómo en los turnos de preguntas o en los debates en los que a la ciudadanía se le deja participar algunas personas son incapaces de sostener un diálogo educado y con vocación de aprendizaje. No debería sorprendernos: tan acostumbrados y resignados estamos a nuestro pasivo papel de consumidores y de subordinados políticos que la ocasión de participar de algún modo o de expresarnos en la esfera pública a veces se considera solo como posibilidad de lucimiento y tiene como consecuencia la ebriedad (para quien no sea tímido) del solipsismo. 

En el mundillo de la cultura, al menos en el caso de Canarias, la aportación del público se limita casi siempre a la de ser fan, más o menos entregado/a, a la causa de mostrar su admiración sin límites por el escritor o escritora, músico/a, actor/actriz, artista en general. Esta situación se agrava con las redes sociales, donde ese público tiene la posibilidad, casi inédita en otros momentos civilizatorios, de dirigirse a y ser respondido por el/la artista. Podría pensarse que esta posibilidad podría utilizarse no solo para el elogio, pero ya sabemos de sobra que cualquier tipo de crítica, objeción o sugerencia se suele considerar por sistema de mal gusto o algo parecido.

Sólo a regañadientes la crítica pública se acepta públicamente, sólo cuando se considera al crítico como guardián del campo cultural, sólo cuando se piensa que su aceptación o desaprobación puede comportar consecuencias en cuanto al prestigio del autor o promoción de su obra. En los demás casos, la crítica negativa es una falta de respeto, una falta de educación, un lamentable ejercicio de vanidad, la expresión de maldad congénita, etc.

Es el caso, sin ir más lejos, de la crítica de Eduardo García Rojas a la colección de cuentos de Nicolás Melini que lleva el título de Talón. Como deben saber, este crítico publica en el periódico provincial Diario de Avisos y coordina su suplemento cultural. Melini, al considerar que esta crítica negativa (entre nosotros, no demasiado) hace a García Rojas "valiente" por escribirla, no hace sino invertir, de modo ladino, los polos de la relación de fuerzas en cuanto influencia (al menos provincial) se refiere. 

Melini tiene en cuenta que García Rojas es un guardián del campo literario en Santa Cruz de Tenerife y, por lo tanto, se ve en la tesitura de elogiarlo dulcemente aunque le atice. Además, este elogio de la crítica negativa ("la única crítica negativa seria en Canarias") del crítico tinerfeño también se puede leer en comparación con el silencio de Melini respecto de la crítica de este blog, publicada quince días antes y de la que tenía conocimiento cierto. Así pues, por lo que se deduce, no la considera "seria".

Todo esto viene a cuento no a causa de que que Melini, líbreme Dios, sea para mí un escritor cuyo respeto anhele, o de que se comparta mi artículo o no, de que se me nombre o no, sino de lo que ejemplifica de secular desprecio por la crítica artística/literaria en la composición integral de la cultura, por no hablar de la asunción de jerarquías no cuestionadas y del papel del artista y de su relación con el/la crítico/a. A ver cuándo nos damos cuenta de que, sin crítica, no hay cultura, sino batiburrillo informe; de que la crítica la ejercemos queramos o no, nos demos cuenta o no. De que no hay juicio, selección, filtrado o discernimiento sin crítica. Que es rotundamente falso que la crítica de la obra artística, que de por sí tiene dimensión pública, haya que manifestarla en privado si es negativa mientras que solo el elogio debe expresarse en público. Asimismo, más les valdría a los/as artistas (y a sus fans) respetar la función de esta y el papel de los críticos/as por sí mismos y no estar besando siempre la mano del poderoso.




Y como de crítica literaria va este blog, hoy tenemos la colección de relatos (y alguna mini-cosa) titulada Reparación del horizonte, de Víctor Álamo de la Rosa, a quien ya tuvimos por aquí con aquella novela execrable titulada La ternura del caníbal. Di buena cuenta de ella porque no se puede publicar una novela como esta: imposible de leer y menos de terminar, por si no la recuerdan. 

En fin, con esta colección de relatos, aun siendo mejor que la novela (cualquier cosa es mejor que ella) confirma lo que el mismo Álamo de la Rosa señala en una entrevista: "Por ahora, siento que me he quedado sordo" (respecto de la literatura). Y no porque estos relatos sean extremadamente malos, sino porque denotan cansancio, si no hastío; a veces, incluso, me transmiten aburrimiento, eso sí, con espasmos de algo que podría haber sido y no llegó a ser. Cuentos de temática variada, de interés oscilante y con la peculiaridad de que casi todos los finales podían haber sido mejor resueltos. Siquiera con algo de oficio y no de modo tan negligente.

Aparte, el estilo. Tiene sus momentos apreciables, sí, pero molestan los habituales resabios, tan típicos por otro lado de nuestra fauna local autoril, y también la insistencia en escribir clichés (que incluso reconoce varias veces a lo largo de estos cuentos), que conducen a que la prosa se desplome en demasiadas ocasiones. Clichés no solo de expresión, sino también de pensamiento. Digamos que expresan la pereza del pensamiento, por resumir. No sé si puede decir algo peor de un escritor. Creo adivinar aquí y allá, una chispa: una chispa que no prende, es de lamentar, un deseo que no se plasma en un relato no digo ya redondo sino estimable. Un solo cuento me habría bastado (como es el caso de otros/as escritores que han pasado por aquí) para considerar que me encontraba frente a literatura y no ante un ejercicio expresivo, ante un pasatiempo o ante otra línea de currículum.


Y observar, dentro de esa panorámica surrealista que es la imaginación de un niño, esa isla desierta que, sin embargo, estaba multitudinariamente habitada por piratas con espadas y pistolas, pero también por superhéroes voladores y, siempre en caso de apuros, por el lobo feroz (el lobo siempre era feroz), calamares gigantes (¿de dónde habrá sacado eso?), un tigre, una cebra y una serpiente y, sobre todo, siempre amenazantes, siempre poderosos, los tiburones, hordas de escualos siempre dispuestos al juego. 

Y no y no y no. 

Esto, me di cuenta rápido, era mucho más peligroso de lo que parecía. Mucho. Corté de raíz todos los juegos que implicaran cuentos, narraciones, elipsis, prolepsis, analepsis, personajes, tramas y, además, para lograr que los repudiaras, te puse en el iPad el vídeo que narra cómo Don Quijote acabó flaco y loco, feo y arrugado, pobre diablo, un hazmerreír aupado a un caballo de madera, donnadie de los donnadies a ojos de todo el mundo (Pág. 15)


El oído de Clara, por su parte, cobró vida propia. Desde que nació, debió dar un paso al frente para convertirse en el principal de sus sentidos porque, cuando abandonó el orfanato, ya se manejaba a la perfección en español, inglés, alemán, francés e italiano, con esa prodigiosa facilidad para los idiomas que casi sin querer le regalaron las monjas. Desde que era un bebé, se acostumbró a oír a sor Simone en francés y a sor Gerta, quien le habló siempre en ese alemán suyo del centro de Berlín; también a sor Candelaria, con quien conversaba en el español atlántico y dulzón de Tenerife. El italiano cantarín de la Lombardía se lo inculcó sor Isotta, quien le hablaba a menudo de los hermosos lagos de su región, mientras que el más puro inglés lo escuchó de sor Angelica, quien, rígida como solo saben ser los ingleses, siempre le recriminaba su tendencia a la pronunciación norteamericana por culpa de las películas de Hollywood que la televisión brasileña pasaba una y otra vez solo con subtítulos, ignorando las ortodoxas prudencias lingüísticas de la hermana, una monja con larga cara de institutriz británica, pero más buena que el pan, que había salido del centro de la aristocracia londinense para enterrar sus días en aquel orfanato en torno al que crecía la descomunal favela de la Baixada. (Pág. 41)


Se desabrocha el cielo y ya no llueve, sino que el mundo entero parece desplomarse con prisa, diluyéndose, haciéndose solo agua que corre y corre anegando la ciudad porque ha olvidado su memoria, porque no reconoce alcantarillas ni desagües ni presas ni cauces ni barrancos. Solo piensa en correr. Correr y escuchar el mundo porque ha venido a desordenarlo, a recordarnos que todo está al revés. 

Me aburro. 

Aquí dentro. 

Más solo que la una. 

Y, sin embargo, de pronto suena la campanilla de la farmacia. Alguien ha entrado. Y me llevo un susto de mil pares porque habría apostado mi brazo derecho a que hoy no vendría nadie, ni el Tato, que todo el mundo en su sano juicio haría caso a las recomendaciones gubernamentales. Mejor en casita, viendo la tele, porque ya nadie se acuerda de leer. (Pág. 89)


Ni por la forma ni por el fondo, ni por el estilo ni por el asunto, estos cuentos merecen gran análisis, infectados como están por tamaña mezcla de languidez y desidia, también por la negligencia propia de quien es demasiado complaciente consigo mismo y no tiene quien le corrija. Quizá por la falta de estímulos que le induzcan a esforzarse por escribir algo valioso.

Por último, según parece, esta mediocre colección de relatos ha sido merecedora, por mor de esta prodigalidad institucional tan nuestra, de un galardón del Gobierno de Canarias en 2021 y de figurar en la colección Agustín Espinosa de Narrativa. No sé para qué sirve pertenecer a esa colección, salvo para presumir (y si es con obras así, tampoco). En cualquier caso, imagino que los criterios de inclusión de las obras deben de ser bastante relajados.

P.D. He encontrado una reseña elogiosa de Jorge Fonte, pero no está en la red. No se la pierdan (Canarias7, página 61, del 16/10/22) porque es abominable. Y otra aquí más normalita, pero siempre con la admiración incondicional por principio. 


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA


P.D. Una reseña posterior, de enero de 2023, aquí.