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viernes, 21 de julio de 2023

Bisutería auténtica, de Daniel María

Ante la emergencia (y consolidación) de partidos políticos, movimientos y corrientes de opinión antifeministas y antitransgénero, es decir, antiigualitarias, y que suma a la falta de empatía la ausencia de compasión con los grupos humanos que más han sufrido en nuestras sociedad liberal-burguesas, la literatura puede desempeñar un papel reivindicativo no sólo desde reclamos estéticos sino también cognitivos de primer orden.

Dejando de lado genotipos, cromosomas y fenotipos, la persistencia en infligir sufrimiento de las personas trans y lgtbiq+ en general nos enseña que no pertenecer al grupo canónico de una sociedad se castiga cuanto más intolerante sea esta y más rígida su manera de establecer identidades, que se presuponen fijas, y censurar comportamientos heterodoxos o desviados. A este respecto, deberían avergonzarse aquellos/as que, en el seno de una sociedad como la nuestra, que se dice democrática, se empeñan en no respetar la autonomía de los demás. No hay mérito alguno en convivir con los semejantes a nosotros. Nuestro desarrollo ético se perfila en el contacto con otros diferentes, que, a su vez, respetan nuestra identidad y libertad. 

Es por ello asombroso  y revelador a la vez que el vector antifeminista y tránsfobo haya contribuido a la relevancia política de un partido como Vox en España, que no se esconde en su propósito de recortar derechos a los sectores sociales más vulnerables, además de favorecer a los más privilegiados. Es evidente que no ha surgido de la nada, sino que ha arraigado en un suelo nutricio favorable a él: tal vez, la nostalgia de muchos hombres resentidos con un tiempo y un mundo que ha dejado de ser comprensible y previsible. Aquel en que incluso siendo uno un explotado don nadie, siempre quedaba ser el rey de la casa, mantenedor de mujer e hijos/as, autoridad indiscutida. En muchos casos, con la seguridad de la continuidad laboral dentro de una misma empresa a lo largo de toda la vida. 

Los que ya acumulamos peso en el carnet de identidad y tenemos algo de memoria recordamos los 70 y los 80, cuando la violencia de género en el seno de la familia no era infrecuente y cuando si se recurría a la policía, se te decía que eso era "un asunto familiar"; cuando los chistes vejatorios -siempre a los discriminados: putas, maricones, sarasas, bolleras, marimachos, travelos, etc., amén de negros, moros y gitanos por no hablar de los piropos asquerosos y el menosprecio público a las mujeres- eran un pasatiempo habitual,  aplaudido con regocijo y levántense para la ovación. Siempre recuerdo el gran éxito de Martes y Trece en 1990 con su gag del "mi marido me peggggaa...". Nos partíamos la caja (que conste que Millán Salcedo ya se disculpó hace años).

Que digo yo que ya podríamos -todos y todas- mostrar compasión por los sufrientes, por los parias de este mundo, y no hacer restallar nuestro resentimiento -todos/as hemos sufrido también afrentas e injusticias, faltas de reconocimiento, pobreza en diverso grado de intensidad, etc.- en las personas que están aún peor que nosotros. Por qué apoyar a partidos y movimientos que hacen de la discriminación y del gueto su bandera, por qué sentir nostalgia por conquistas e imperios -ninguno se ha hecho sin guerra, sangre, muerte y explotación brutales-, por qué añorar edades de oro que nunca existieron ni existirán. 

Vergüenza debería darles, por la parte que toca en este blog, a esos escritores y artistas, casi siempre varones, odiadores y resabiados que hacen del menor desliz, de la menor equivocación -también las/os feministas y los/as bienintencionados/as se equivocan; sí, también los inmigrantes son capaces de cometer delitos y tomar decisiones erróneas- una causa general contra cualquier intento de hacer una sociedad mejor y más igualitaria, tal vez un mundo más acogedor o, por lo menos, no tan jodido. Tener a una mujer bajo el yugo no es un privilegio, es despotismo, y como todo despotismo, embrutecedor para las dos partes. Agredir a una persona por sentirse atraída por otra de su mismo sexo es síntoma de ruina moral. Claro que solo una de las dos es la que se lleva los golpes y humillaciones

Empujar a la marginación por razones étnicas, sexuales, religiosas o de cualquier otro tipo es colaborar con los explotadores, que, dicho sea de paso, tampoco dudarán en explotarles a ellos. El fracaso propio no debería servir de excusa para hacer sufrir a otros/as, tal vez sólo para reflexionar sobre las veleidades de la fortuna y, si se tiene algo de visión, para mostrar algo de grandeza: las ocasiones no abundan. 

Volviendo a lo que señalé al principio: la literatura puede no solo deleitar, sino también instruir:




Bisutería auténtica, de Daniel María (de quien ya hablamos por ser coautor de la novela gráfica Saritísima, en la pasada feria del libro de Las Palmas GC), es una colección de relatos que tienen como protagonistas principales a uno los grupos sociales más vilipendiados y pisoteados: las travestis. Lo destacable del asunto es que no se limita a poner el foco a personas secularmente invisibilizadas y marginadas, sino que lo hace de un modo literariamente digno de encomio. 

Ya he escrito en otras ocasiones que las buenas intenciones no bastan en al arte y la literatura. Puedes querer realzar el papel imprescindible de los periodistas o reivindicar la figura de mujeres eclipsadas y terminar escribiendo una tontería sin valor alguno. De esta tesitura, sale triunfante Daniel María, con una prosa exuberante, potente y brava. Aquí y allá pueden encontrarse pequeños fallos de estilo que bajan un poco el nivel, alguna frase corriente, algún adjetivo que me sobra, pero, en general, la forma de escribir del autor resulta más que convincente, llegando en algunos momentos a conmover, a pesar de cierta tendencia al histrionismo de sus personajes o del mismo relato. 

Aquellos me parecen creíbles, y los diálogos se adecuan sin rechinamiento a su manera de desenvolverse. La manera de contar consigue que cada uno de ellos, tanto el principal como los secundarios obren con naturalidad. No resultan impostados (ya se ha comentado aquí que algo, por ser real, no tiene por qué resultar verosímil en la ficción) sino que transmiten una viveza casi insólita, acostumbrado como está uno a leer prosa cadavérica.

Además, los relatos de Bisutería auténtica, contados todos menos uno en tercera persona, nos introducen en un mundo, al menos para mí, ajeno, mediado como ha estado siempre por estigmas y tabúes propios de una sociedad pacata y represiva, que nunca ha sabido qué hacer ni qué pensar con respecto a aquellos de sus miembros que no encajaban en la norma mayoritaria. Norma, por supuesto, producto de una convención, de cierto consenso si se quiere, pero nunca natural ni unánime y normalmente respaldada y fomentada por el poder. Además, injusta. No estemos tan seguro de ser una sociedad avanzada si todavía mantenemos en la marginalidad a tantos/as de nuestros semejantes.


Ellas, siempre ellas, aprendieron pronto a emprender solas el camino, ya fuera a la gloria o al penal. La ermita era un lugar seguro porque en ella mandaba, sí, mandaba con voz de mando, con espalda de mando, con manos de mando, mamá Gladis. La travesti veterana apenas tenía sesenta años, muy pocos para ser la mayor, la vieja, la anciana, la zorra, la osa, la pantera. 

Gladis, peluca siempre rubia, fuego en las pestañas. Gladis, apenas una melena canosa de sirena pretérita, luz de gas en los ojos, ojos como farolas del mar. Una vieja casi coja por un palizón del que se levantó con las rodillas peladas y la mano abierta. Le cruzó la cara a Antonio el Fiera y le rayó el cachete como un paso de cebra, le marcó de tan bruta que es. Fue como sobrevivir a la selva descalzo, desnudo y sin provisiones. "Un paso de cebra no -decía la Gladis-, un paso de Semana Santa, que no lo maté por no resucitarlo". (Pág. 26)


La Rubia venía una vez al mes y le cortaba el pelo a mi padre. "Igual que en la mili", le decía nada más ponerle la capa. Y la Rubia asentía, también como siempre, en cumplimiento de aquel ritual. Mi madre terminó por encariñarse de la Rubia, aunque al principio se confundía con el trato amable que mi padre le dispensaba. Aquella atención creo que llegó a provocarle celos. Pero es que se dejaba querer enseguida. Pensé siempre que sería muy difícil despreciarla. Hasta que un día me la encontré en la calle y escuché cómo la insultaban, con un odio visceral, festivo, un jolgorio violento que la obligaba a caminar cabizbaja y a paso ligero. No la dejaban respirar. (Pág. 56)


Hasta que daban las cinco de la mañana, que era la hora punta, la hora decisiva, y un silencio de catedral, de honor, se extendía por las calles. Entonces los cargadores sacaban a la Virgen del Carmen y la señora pisaba el barrio, porque era reina, soberana, emperatriz, dueña de todo. Y su niño en el brazo, que ese niño eran todas, que ese niño brillante, de pestañas como abanicos, de piel rosada, delicado, puro frágil y hermoso, con su manita de paloma, de pájara, de pichón consentido, las señalaba, las saludaba, las bendecía. 

Y ella, con su porte de estrella, de única, de perpetua, de primerísima, de inigualable, las tenía a todas a sus pies, ya arregladas, ya copias de su exceso, luciendo sus mismas pestañas de fuego, su mismo pelo impoluto, su mismo joyero de promesas, cargados los dedos, las muñecas, los cuellos, las orejas, con el destello de las piedras, de la bisutería desbocada, de las alhajas de amor y de deseo, porque su magisterio de belleza y de bondad las inspiraba, las impulsaba, las imantaba con su fuerza, su carga de luz, su poder indestructible. (Pág. 91)


Mundo clandestino, furtivo casi siempre, con ocasionales candilejas, el que se explicita en estos relatos, de estética kitsch o camp, según consideren. Eso sí, repleto de energía y pasión. El escritor, sin refocilarse, emplea, a veces, un lenguaje coloquial, o vulgar, con el que dota del tono adecuado a la trama. Tramas breves, que se desarrollan con celeridad en pocas páginas, con un argumento de base: el reconocimiento -el recordatorio- de la dignidad de unos seres humanos llamados travestis, de esas personas que, aún hoy, viven con la amenaza constante del insulto, del desprecio y de la agresión por el transgresor hecho de querer vivir su vida como quieren y de dotarse de la identidad que desean (o a la que se consideran abocadas). Eso, más allá de la pertinencia de un enunciado como "soy mujer en cuerpo de hombre" que, implicaría, paradójicamente, caer en un esencialismo de género por el que se asumiría que "ser hombre" implica tales o cuales maneras de comportarse, gustos, etc., así como "ser mujer", otros. Qué quieren que les diga, soy más butleriano que cortinista. Más constructivista que determinista.

Sea como fuere, Bisutería auténtica me parece una colección de relatos notable. Acostumbrado el público a leer que cualquier nadería sea obra maestra, marque un antes y un después y demás lamentable quincalla jabonosa, puede que le parezca poco. No, créanme, es mucho. Por supuesto, esta obra merece mayor atención que la de otros pesados que pululan por los medios de comunicación mendigando atención. Una obra diferente, como debe ser.


P.D. Otra reseña, aquí. Una entrevista al escritor, acá.



jueves, 13 de julio de 2023

Aurea mediocritas

 Todavía expectantes no solo por el futuro desenlace de las próximas elecciones generales sino, en lo que se refiere a nuestro terruño, por la composición de la jerarquía institucional en Cultura, los miembros del mundillo canario andan muditos, algunos cariacontecidos, otros esperanzados, quizá. De todos/as es conocido que al igual que la aspiración húmeda del periodista canario es formar parte del gabinete de una consejería o de un ayuntamiento, la de un miembro de la república canaria de las letras es la de disfrutar de algún tipo de sinecura, de un lugar en el Pritaneo local. Padezco la ominosa sensación de que el mundillo cultureta local está  aguardando los movimientos políticos a nivel nacional, para saber hacia dónde va la ola. Es decir, algo así como aquel que sintiera el prurito de manifestar crítica política a algún partido, hubiera decidido postergarla, no fuera a ser que aquel alcance poder el 23 de julio. Hay en juego subvenciones, ayudas, nombramientos, etc.

Por cierto, me resulta llamativo cómo aquellos hombres, que de repente se mostraron iracundos por la eclosión de una supuesta cultura de cancelación (iracundia que expelían desde grandes medios de comunicación, no lo olvidemos) se muestren tímidos y melifluos ante la censura institucional sin tapujos. Supongo que es otra de esas equidistancias que, en realidad, no son sino consentimiento de la barbarie.

No obstante, digo yo si no será una explicación de lo anterior, los indignados por el auge del feminismo y de la igualdad suelen ser escritores cuyo caudal creativo parece definitivamente agostado. Antiguas glorias, o que se quedaron en el camino, han apostado, por lo que se ve, por reconvertirse en opinadores malhumorados o en gestores culturales de lo que surja. Toda esta gente tiene todos los vicios y virtudes de la clase media, que podrían resumirse, a grandes rasgos en algo así como que mientras al individuo no le vaya del todo mal, se congratula en la aurea mediocritas; en la perenne siesta intelectual, que se confunde con tolerancia, incluso con generosidad; pero a poco que las cosas empeoren, o sienta que empeoran, encuentra dentro de sí mismo una infinita capacidad de resentimiento y hostilidad hacia los que considere sus inferiores, cabezas de turco.

En fin, ya hablaremos después de las elecciones y el panorama esté algo más despejado.

Por otro lado (ya saben que no me gusta escribir de política) podría compartir con Vds. mis nuevas adquisiciones:

-La originalidad de las vanguardias y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

-Todo lo que entró en crisis. Escenas de clase y crisis económica, editado por José Luis Moreno Pestaña y Jorge Costa.

-Historia falsa y otros escritos, de Luciano Canfora.

-Bisutería auténtica, de Daniel María.

-Teología política, de Carl Schmitt (traducción de Jorge Navarro Pérez, y epílogo de José Luis Villacañas).

Leído ya El 18 Brumario, de Karl Marx, con esa magnífica introducción de Clara Ramas. Por muy recurrente que sea lo de "actualidad" aquí se cumple. Léanlo y verán. Un libro clarividente y que se anticipa, entre otras virtudes, a los posteriores estudios sobre el populismo. A punto de acabar El hilo de oro, de David Hernández, puedo decir que, por un lado, impresiona la cantidad de bibliografía que uno puede sacar de este libro y la gran erudición de su autor. Por otro lado, su insistencia en el punto medio y de la moderación me irrita un poco, políticamente hablando. Es posible que la moderación no sea buena en todo momento y para todos, que solo lo sea para el que tiene mucho (o algo) que perder, pero no para los que no. En especial, para aquellos que luchan por reivindicar derechos, básicos, en muchas ocasiones. Como bien se sabe, estos se conquistan, se arrancan. Raro es que se concedan graciosamente por quien tenga la potestad o el poder. No ceder el asiento a una persona blanca en Alabama en 1955 tal vez no era un ejercicio de moderación en aquella época para protestar por la discriminación racial. Tal vez, Martin Luther King no era en absoluto un moderado. O, algo más cercano, los campesinos que en Agüimes se alzaron con violencia contra la pretensión de un noble de ocupar las tierras comunales tampoco lo eran. Citen su ejemplo preferido.

Por otro lado, y perdonen la superficialidad de mi impresión, las partes que dedica al papel de la mujer en la Antigüedad parecen congruentes con esa visión revisionista que les atribuye un papel destacado y en igualdad con los varones porque tal o cual mujer figuran en los mitos, en la literatura o porque una mujer tuvo un papel protagonista en la política, etc. Como si en la época de los Reyes Católicos, hubiese igualdad entre los sexos en Castilla porque reinaba Isabel. Asimismo, citar el 12 de octubre como la conmemoración de "una gesta indiscutible" tiene también un tufillo eurocentrista bastante decepcionante. Mi impresión es que esta obra termina por dejar a uno bastante escamado. Con lo bien que fue hasta los 3/4...




De los títulos referenciados, ya he entrado a empellones con el libro de Canfora (historiador del mundo antiguo, recuerden El mundo de Atenas, por ejemplo), que es, entre otros asuntos, una crítica al orden político italiano (y occidental) tras la crisis de 2008, y la referencia clásica a conceptos como poder, liderazgo, etc. Otro erudito. Asimismo, Todo lo que entró en crisis, con respecto a ese momento liminal histórico que fue 2008, pretende, a la manera de Bourdieu con La miseria del mundo, realizar una síntesis de análisis y entrevista de las consecuencias de la degradación de las condiciones laborales y de vida de muchos sectores de la población después de aquel fatídico año. Como también hiciera el sociólogo Richard Sennet en La corrosión del carácter. Ganas de comenzar con él.

Con respecto al libro de Krauss, llevo un par de capítulos, y lo cierto es que esta crítica de arte demuestra un nivel de análisis altísimo. De lo poco que sé del mundillo académico del arte, ella y Hal Foster son referencias inexcusables para quien quiera aprender algo de este ámbito del conocimiento y creatividad humanos. Una gozada, qué quieren que les diga. 

Poco llevo leído del libro de Daniel María, y pospongo, pues, los comentarios a una futura reseña (espero que pronto).

Teología política es donde se enuncia, creo que por primera vez: "Soberano es quien decide sobre el estado de excepción". De hecho, este libro comienza así. Es de esas lagunas que, por fin, uno se decide a rellenar y dejarse ya de referencias o glosas. Ya era hora. Para quien se interese por la política, esta obra de Schmitt y Sobre el parlamentarismo son muy importantes. Buenas críticas, pésimas soluciones. 

En fin, tengo como trescientos libros candidatos a destrozarme la cuenta corriente. Imagino que moriré sin haber leído gran parte de ellos. Pero de qué se compone la vida si no es de sueños. Pero sobre todas las demás, la gran duda que se me presenta es: ¿vale la pena a estas alturas de la vida estudiar griego clásico?


lunes, 26 de junio de 2023

Libros, veleidades y ferias

No debería sorprenderles que, así, sin previo aviso, les comunique que tengo avanzada la lectura del libro de Saul Bellow El legado de Humboldt. Comparte, por cierto, espacio en el suelo al lado de la cama con la difícil (para mí) obra de Blumenberg sobre el mito platónico de la caverna y sus alusiones filosóficas a lo largo de los tiempos (desde Aristóteles hasta... por ahora he llegado a Bacon), Salidas de caverna. Durante un tiempo estuvo también ahí la novela de Marlon James Leopardo negro, lobo rojo, pero no ha resistido la pujanza de Humboldt.

Asimismo, escribiendo las líneas anteriores, recordé que tengo iniciada la lectura de otra obra de Bellow, Herzog, pero debe de estar escondida en alguna caja de esta mudanza que nunca concluirá. No escribe nada mal este señor, obvio es. Por otro lado, tengo haciendo ejercicios de calentamiento la novela, que al parecer es la primera de una trilogía (si una novela no forma parte de una trilogía en esta época, el autor o autora no es nadie), titulada Los tres cuerpos, del autor chino Cixin Liu. Se va a poner de moda (de nuevo) porque Netflix va a estrenar una serie basada en ella. Hasta ahora he resistido la tentación. A duras penas: veleidoso que es uno.

Además de lo anterior, el otro día pasé por mi librería de referencia (trato amable: saben mi nombre, y cercanía al domicilio: básico) y compré un libro sobre arte; otro, de Marx, la novela de Liu, una monografía de análisis cultural y otro libro a cuenta de los clásicos griegos y latinos.

Libro de arte: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

Libro de Marx: El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. La novedad es el estudio previo (y la traducción) de Clara Ramas Sanmiguel, que ocupa sus buenas 50 páginas.

Libro de análisis cultural (o de lo que sea): Los antiguos y los posmodernos, de Fredric Jameson (traducción de Alcira Bixio).

Libro de inspiración clásica, sobre cuestiones políticas: El hilo de oro, de David Hernández de la Fuente.

Y Los tres cuerpos (traducción de Javier Altayó).

El martes, leyendo la Apología de Sócrates, caí en la cuenta de que había en la traducción de Gredos, a cargo de Julio Calonge, un latinajo que no venía a cuento en la boca de Sócrates ("in absentia"). Dichoso mundo este en el que encontré rápidamente a dos personas con las que pude comentar este asunto. También, en el Legado de Humboldt, el protagonista cuenta en cierto momento cómo su novia y él pasaban las tardes traduciendo a Plauto. ¿Es posible leer los Diálogos de Platón sin sentirse exquisito ni nada parecido? ¿Que sea una actividad tan cotidiana como cualquier otra en la que emplear el tiempo? Con frecuencia, en estas charlas melancólicas con personas de mi generación, afirmo que si pudiera volver a tener 17 años, con todos los medios necesarios a mi disposición, estudiaría Clásicas. Fantaseo con que estudiar estas lenguas debe suponer el ingreso en un club muy discreto, donde se habla griego antiguo con soltura y se bebe vino aguado en copas anchas proveniente de ánforas con motivos mitológicos. Cuando los miembros de este club se aburren, fornican o se postulan a dirigir el Estado. No olvidemos a Boris Johnson.

No descarto que otros/as piensen algo semejante respecto de Ingeniería o de Biología. 

Otro asunto: Javier Doreste ex-concejal de Urbanismo de LPGC que ha ido transubstanciándose en reseñador durante el último año y pico, a fin, supongo, de invertir su capital político en cultural ha proclamado que La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo es una "obra maestra de la literatura fantástica española". Entiendo, ya lo dije en alguna ocasión, que Ravelo sea un escritor querido, añorado y llorado, incluso que su legado literario sea leído con delectación por parte del público, pero de ahí a calificar sus novelas de "joyas literarias" (como escribió una periodista cultural en La Provincia) y, en concreto, La otra vida con ese "obra maestra" no es sólo exagerado, sino también inútil y no le hace ningún favor ni al fallecido escritor ni a los futuros lectores (también es verdad que los adjetivos que le añade Doreste a obra maestra pueden entenderse más como reductores que como intensificadores). Otro reseñador al que despreciar, por si andábamos escasos. 


Actualización del domingo, 25 de de junio

Por cierto, desde que escribí los primeros párrafos hasta este en el que estoy ahora han pasado unos cuantos días. Los bastantes para apreciar que El hilo de oro realiza un recorrido político por la Antigüedad como inspiración para, si no solucionar, al menos enmarcar muchos de los problemas de naturaleza política que padecemos hoy: la demagogia, el populismo y la crisis de la democracia, entre otros. Además, proporciona abundante bibliografía para quien quiera saber más, sobre todo, de historia antigua. Buena manera de empobrecerse monetariamente, sin duda. Debe de haber algún paraíso para los lectores que anhelan lo infinito que les queda por conocer, aun a costa de su patrimonio.

Feria del libro: finalmente estuve en el parque de San Telmo. Me dio la impresión de un evento algo desangelado. Quizá con menos casetas (tal vez, no, pero parecía que faltaban), mucha menos gente que otros años. Tampoco estaban los puestos de abalorios diversos (que tanto le gustan a mi media naranja y a los cuales, indefectiblemente, me veía arrastrado) ni los de artesanía. Ni siquiera, el de los triángulos de energía. Sí que había un grupo numeroso de adolescentes congregados dentro y frente a la carpa de la juventud. Algo es algo. 

El parque está medio en obras, por lo que la impresión general era de provisionalidad, lo que es acorde con el estado mismo del proyecto ferial. Vi por ahí a Santiago Gil, impasible el ademán, al siempre cordial Leandro Pinto y al cada vez más joven Miguel Aguerralde. Todo sea dicho, no fallan nunca en personarse. También, en un alarde de reconocimiento facial, vi a dos escritores más, de esos a los que les tengo echado el ojo, pero ya se sabe que la literatura es un mar proceloso: uno se echa a él para volver a la patria y acaba en islas ignotas.

Por casualidad, me senté pasadas las seis de la tarde en la carpa Alexis Ravelo y estuve escuchando a los autores de Saritísima (una biografía ilustrada de Sara Montiel), Daniel María y Carlos Valdivia, que estaban acompañados por tres drags (lo siento, he olvidado los nombres, pero hay foto). Una presentación interesantísima, por cierto, y que me hizo ver la figura de la actriz y cantante española de otro modo. Sin duda, brillante y aleccionadora.



Conclusiones: salvo el detalle de que la editorial publicatodo Mercurio prohibió (quizá, no prohibió, tal vez, aconsejó negativamente) a sus escritores/as acudir como invitados/as a las carpas, no he oído mayores quejas. Tampoco, elogios. Dejando aparte la referencia rutinaria de los periódicos locales, llama la atención que esta feria haya resultado desapercibida, al menos en mi círculo más próximo. Quizá la indiferencia sea el mayor mal de este tipo de saraos mercantiles-librescos, por naturaleza minoritarios y cuyo éxito se mide por el volumen de las ventas. No sé si la abulia ha sido cosa de la asociación de los/as libreros/as, del público o mía. A fin de cuentas, si resulta que en la feria de este año se ha vendido más que el pasado, todo habrá estado bien.