lunes, 28 de diciembre de 2020

Las listas de 2020: lo peorcito y lo mejorcito

Aquí estamos, por fin, con las listas-resumen de fin de año 2020. Este es el artículo-pináculo, el culmen de doce meses de dedicación lectora algo masoquista, para qué voy a engañarles.

Así y todo, parece que fue ayer cuando comencé con el blog: era joven, ambidiestro, corría delante de los grises, militaba en un partido comunista-maoísta y no me depilaba las ingles. 

El párrafo anterior es falso.

2020 fue el año en que me di cuenta de que la competencia era la norma que debía presidir las relaciones sociales, y que la mejor manera de sobrevivir en un ecosistema económico como el nuestro era construirme un personal branding, crear una start-up en una incubadora de empresas, mejor si era subvencionada, buscar business-angels y practicar el elevator-pitch, así como el story-telling

Nada de esto es cierto. 

Desde entonces, no he hecho más que hacer amigos/as del mundillo cultural, que no han dejado de invitarme a todo tipo de saraos y festivales de dudosa reputación para que comparta mis insensateces entre canapé y canapé y me enfrasque en juegos de piernas bajo la mesa. Radios, teles y periódicos me importunan de continuo para que ilumine sus mediocres tertulias con mi carisma. Siempre pido un euro más de lo que cobra el/la colaborador/a con más caché. Algunas personas me llaman "ser de luz".

Todo esto también es falso. 

Dejémonos de bromas: 2020, en realidad, ha sido más sencillo, pandemia aparte. Fructífero tanto en número de lecturas como en calidad, y no solo hablo de ficción. Ya sea por que estoy afinando el ojo o porque he aprendido a huir de ciertos autores/as (a los que les he concedido más de una oportunidad) previendo que no me iban a traer nada bueno, lo cierto es que la lista de este año solo contiene tres libros que, sin duda, podríamos calificar de enemigos de lo bueno y de lo hermoso, como diría Platón.

Vamos allá:

Lo peorcito

1) La ternura del caníbal, de Víctor Álamo de la Rosa. Ed. Siete Islas.

Esta novela (al menos hasta donde llegué) no es mala, sino abominable. Diálogos impostados que causan vergüenza ajena, un argumento de película de la Cannon de los años 80, personajes, sobre todo el protagonista narrador, risibles y ridículos. Además, la promoción en los medios de la novela en la que se cantaban, una y otra vez, sus excelencias no puede sino provocar que el efecto de la lectura sea aún más esperpéntico. Mala hasta decir basta. La ternura del caníbal, junto con La espiral del silencio, de Mayte Martín, Caídos del suelo, de Ramón Betancor, y El tren delantero, de Emilio González Déniz son obras, por llamarlas así, que ejemplifican cómo no debe escribirse una novela, o una carta, o un recibo, o la lista de la compra: cómo no escribir, en general. 


2) El gran amor de Galdós, de Santiago Gil. Edic. La Palma.

Se le mima mucho a Santiago Gil. Imagino que el encanto personal y la conexión por tierra, mar y aire con los medios de comunicación tampoco juegan en contra a la hora de promocionar su hipertrofiada obra literaria. Ya Gracias por el tiempo era lo bastante mala como para imponer una cuarentena urgente y prevenir daños futuros, pero, no obstante, dado el año en que estamos y precedida por los elogios desmesurados (cómo no) de J. J. Armas Marcelo, pensé que había que concederle una segunda oportunidad. Craso error. No lo cometan Vds: me lo agradecerán.


3) Amores ciegos, de Marcos Rivero Mentado. Edic. El Drago.

Muy floja. Se le agradece el sentimiento vertido, pero es un ejercicio fracasado que nos hace recordar lo que pensaba Wilde de la sinceridad. No es cuestión de hacer sangre de un artista multidisciplinar y polifacético cuya incursión en la literatura, me temo, solo le valdrá para el currículo. Ya algunos buenos literatos hicieron desaparecer su primer libro o poemario, así que no debe avergonzarse si decide seguir esa escondida senda.







Como suele pasar con las buenas lecturas, establecer una clasificación es difícil, cuando no directamente arbitraria. No obstante, una lista que no esté encabezada por Bernhard casi no es lista. Peter Stamm, es un excelente escritor, así que tampoco escribo nada nuevo, y lo mismo, de Georges Simenon. Daniel Pennac en cierto modo me recuerda aquellos momentos de lectura febril de la infancia y adolescencia, de lo que me alegro. Por otro lado, sin ánimo de exhaustividad, me han maravillado tanto la lectura de Luis Rodríguez como, en otros registros, de Anelio Rodríguez Concepción. Finalmente, y pasando por alto el resto de títulos, nada desdeñables, incluyo a Andrea Abreu porque considero que su novela tiene valor, a pesar de que no haya gustado a gente cuyo criterio respeto casi más que el mío. Debo señalar, pero lo mismo puede decirse de novelas mucho peores como las ya mencionadas, que Panza de burro ni de lejos ha suscitado la aprobación unánime de público y crítica. Ya saben que en este mundo mediatizado solo existe aquello en lo que ponen el foco los medios de comunicación.

Lo mejorcito

1) Hormigón, de Thomas Bernhard (traducción de Miguel Sáenz). Ed. Alfaguara.

2) Monte a través, de Peter Stamm (traducción de José Aníbal Campos). Ed. Acantilado.

3) 8.38, de Luis Rodríguez. Ed. Candaya.

4) Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y su admirable familia del Circo Totti, de Anelio Rodríguez Concepción. Ed. Pre-textos

5) El valle del Issa, de Czeslaw Milosz (traducción de Anna Rodón Klemensiewich). Ed. Tusquets.

6) La ballena, de Paul Gadenne (traducción de David M. Copé). Ed. Periférica.

7) Liberty Bar, de Georges Simenon(traducción de Núria Petit). Ed. Acantilado.

8) La felicidad de los ogros, de Daniel Pennac (traducción de Manuel Serrat Crespo). Ed. Debolsillo

9) Quédate este día y esta noche conmigo, de Belén Gopegui. Ed. Debolsillo.

10) Panza de burro, de Andrea Abreu. Editada por Sabina Urraca.


Y además:

- Ricardo Pérez se prodiga poco. Más bien poquísimo. Tiene un blog, 'Hablando de Literatura en Las Palmas (o argo así)', en el que, por ejemplo, este año solo ha escrito dos entradas. No obstante, es un lector sutil y un escritor ingenioso cuyos comentarios merecen la pena, bastante más interesantes que los que se pueden leer en los cuadernillos culturales de los periódicos locales o en las revistas literarias digitales. Además, tiene otro blog (cierta dispersión es una característica de este buen hombre) en el que deposita reflexiones más generales sobre asuntos varios que, con frecuencia, se salen de lo común. Un punto de vista singular, sin duda.


Los medios de comunicación

En lo que se refiere a reseñadores/as y periodistas culturales de los medios locales ("espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!"), no puedo resistirme a enviarles de nuevo un saludo cordial, agradecido por esa insistencia que muestran por cultivar el estilo lírico-pastoril, en la línea maravillosista y buenrollista que es seña de identidad de quienes comentan arte y literatura en Canarias. Les auguro una larga carrera reseñadora con entrada VIP a los grandes acontecimientos culturales o a lo que surja. Que sigan empeñándose en mostrarnos su entusiasmo por todo lo que huela a Cultura, sea alta, baja, popular, industrial, intermedia, triangular o elipsoide. Es posible que algún día estos/as amantes de lo bello lean una novela de un/a autor/a canario/a que les disguste o vean una obra de teatro deleznable, o asistan a una exposición que les decepcione, pero hasta entonces, engrosan (y fomentan) la nómina de personas empeñadas en levitar a poco que oigan "¡Arte!, ¡Cultura!, ¡Música!, ¡Literatura!". Como diría Víctor Lenore, no hacen sino mostrar, en definitiva, la cobardía del gremio.

Es posible que hagan falta periodistas que funcionen como intermediarios entre el gran público y los artistas. Que sean capaces de traducir y contextualizar, pero con criterio, además de críticos, si queremos que sean algo más que meros publicistas, que es lo que, al fin y al cabo, son ahora mismo, incluso con entusiasmo.

Por último, respecto del papel de la crítica en el mundo del Arte (lo mismo podría decirse del más acotado de la Literatura), Hal Foster se preguntaba ya hace unas décadas(*): "¿Cuál es el lugar de la crítica en una cultura visual que es eternamente administrada -desde un mundo artístico dominado por agentes de promoción con escasa necesidad de crítica hasta un mundo mediático de corporaciones de comunicación-y-entretenimiento sin ningún interés por nada-? ¿Y cuál el lugar de la crítica en una cultura política que es eternamente afirmativa, especialmente en medio de las guerras culturales que llevan a la derecha a amenazar con o lo tomas o lo dejas y a la izquierda a preguntarse dónde estoy en este cuadro?"

Esto es todo. Esperemos que 2021 sea mejor en todo y para todos. 



(*) FOSTER, HAL. El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo, Madrid: Akal, 2001, introducción, XII.





domingo, 20 de diciembre de 2020

'Marcia de Vermont', de Peter Stamm

 Entre tanta trilogía magufa o tostón amoroso-costumbrista de 500 páginas, resulta un alivio leer un cuento o un relato más o menos corto escrito por alguien competente. Ni siquiera una colección de ellos, sólo uno. Tal fue el caso de Ballena, de Paul Gadenne, o, el objeto de la reseña de hoy, Marcia de Vermont (traducido, una vez más, por el infatigable y admirable Aníbal Campos, como admirables son todos/as esos/as traductores/as que nos ayudan a que vislumbremos algo más allá de nuestro propio ombligo cultural), de Peter Stamm, un habitual de estas páginas. 

Como digo, un único cuento puede provocarnos ese shock benjaminiano, ese repentino resplandor en la noche oscura del alma, esa sacudida de nuestra inadvertida alienación. Seria ocioso recordar a tantos escritoras y escritores maestros del cuento, y también su innecesaria defensa frente a la novela, etc. Si hay algún debate serio suscitado por la literatura, no es ese.

En apenas 75 páginas, que además son casi de bolsillo y con tipografía de tamaño mediano, un relato puede seguir interrogándonos, o haciendo que nos interroguemos, sobre el paso del tiempo, que nos detengamos en la diferente perspectiva que sobre los mismos hechos pueden tener sus participantes, y que nos aferremos, con la melancolía consiguiente, casi inevitable, al recuerdo, a la memoria de cuando estaba todo por hacer y por hacernos, de cuando nos preguntábamos por el futuro y este no era sinónimo ni de decadencia ni de muerte.




Es probable que con Marcia de Vermont, Stamm no haya escrito su obra más redonda, que con ella no asegure su recuerdo como clásico. No obstante, las vacilaciones y mudanzas del personaje protagonista son asimilables por cualquier lector/a que sea algo consciente de sí mismo. Su argumento, el retorno de un artista (profesión que aquí, sospecho, contiene más connotaciones negativas que positivas) veinte años después a Nueva York, resulta en gran medida inverosímil por la acumulación de coincidencias un tanto forzadas o ad hoc. Aunque la realidad puede proporcionarnos casualidades más increíbles, no dejo de tener la sensación de que el desarrollo de la trama está al servicio, así lo veo yo, de destrascendentalizar descaradamente la importancia de los hitos biográficos propios, aquellos que considerábamos momentos liminales de nuestra existencia, en nuestro vano empeño de dotarla de sentido, de crear una narrativa que dé cuenta de ella como un todo estructurado con algún propósito. 


Era como si cada hecho, cada vivencia y cada aventura se hubieran llevado un fragmento de esa vida, como si en esa época fuésemos más nosotros mismos, por irracional e inmaduro que resultara nuestro comportamiento entonces. Había creído en el tópico según el cual una biografía es más rica cuanto más extensa, pero era todo lo contrario: cada decisión tomada destruía otros cientos de posibilidades. Al final llegábamos todos al mismo punto y nos disolvíamos en la nada. (Pág. 51)

 

"A diferencia de otras personas, yo no poseo recuerdos de mi infancia -afirmaba Marcia en aquel reportaje-. A veces pienso que mis únicos recuerdos son los que me he inventado en torno a las fotos de mi niñez. Tal vez esté inventándome mi propio pasado. Desconfío de mis recuerdos, pues también podrían ser ficción". (Pág. 57)


Pero cumple su objetivo: en el relato, más alegórico que simbólico, el personaje cierra, por decirlo así, el círculo de una experiencia que concluye (tanto hace veinte años como en el momento presente de la narración) en Navidad, como si fuera un trasunto del cuento de Charles Dickens, más que el moderno de Paul Auster. Un cuento, sin embargo, que tal vez no sea de redención, pero sí de reflexión sobre, como señalé antes, la memoria y sus fantasmas, y sobre las vivencias consideradas como bagaje, y más en esta época en la que el espíritu economicista posfordista que lo domina todo pone a la venta "experiencias" como si fueran mercaderías de supermercado con las que construir una personalidad, o, como dirían algunos/as vendedoras de crecepelo, una "marca personal".

Por otro lado, y como ya he señalado en otras ocasiones, como en referencia a su excelente novela Monte a través, Stamm posee un estilo depurado, entendiendo por esto el tendente a la frase corta y precisa, exenta en gran medida de adjetivación, prefiriendo las oraciones coordinadas y optando en escasa medida por la subordinación, sin que ello se encarne en una prosa árida, ni mucho menos. También, depurado, porque es reconocible y personal, habiendo alcanzado una manera propia, singular, de expresarse. Como tal, es una virtud, al menos en nuestra moderna concepción del arte y del artista.


Mi estudio estaba en una casa de madera pintada de blanco como las que se ven en las películas estadounidenses. Tenía una veranda con una mecedora y una mosquitera en la puerta principal. El inmueble se hallaba en un estado bastante ruinoso y necesitaba con urgencia una buena mano de pintura. Albergaba cuatro estudios, dos en la planta baja y otros dos en la planta superior. El llavero indicaba el número de mi estudio, situado en el piso de arriba, de modo que subí por una escalera que crujía a cada paso. El estudio consistía en una amplia habitación con una cama de matrimonio enorme y un colchón demasiado blando, un tresillo y un escritorio antiguo. Encima de una cómoda había un viejo televisor y, en un rincón del salón, una pequeña nevera, una cafetera y un microondas. Había incluso algunas provisiones: café molido, té negro, avena y una lata de sopa de fideos. Junto a la nevera, una puerta conducía al cuarto de baño, equipado con una pequeña bañera y un tendedero destartalado. La ventana estaba entreabierta, y se colaba un aire frío. (Pág. 31)

 

Estuvo nevando durante días. Me había pasado la mayor parte del tiempo en el estudio, contemplando una y otra vez el libro de Marcia, hasta el punto de que llegó a parecerme más real que el mundo circundante. Cuando por fin aclaró, ya nada me retuvo en la habitación. Di un paseo hacia el pueblo y, como hacía sol, me alejé por la carretera despejada de nieve. En un lugar del camino que discurría muy cerca del río, a pesar de no llevar botas, me acerqué torpemente a la orilla pisando la nieve. Una capa de hielo cubría la superficie, y en algunos puntos podía verse el agua fluyendo debajo. (Pág. 61)


En fin, en mi opinión, Marcia de Vermont podría haber dado para más. El personaje de Marcia me resulta más interesante que el del mismo protagonista, a pesar de que ella es solo recordada y leída. Es posible que el autor no estuviese tan interesado en desarrollar una biografía como la de introducirnos en su particular visión sobre la existencia humana. Tal vez, con el desplegar de Marcia, el relato podría habérsele ido de las manos y le hubiese obligado a escribir una novela con mayor complejidad. En este sentido, la narración en primera persona limita la posibilidades, pero es justo lo que el autor se propone para no desviarse del camino trazado.



viernes, 11 de diciembre de 2020

'Nuevos entrelazamientos', de Luis Junco

En un ritmo de producción sin par, henos aquí de nuevo, con el segundo artículo del Polillas de diciembre. Eso sí, sin manifiestos oceánico-isleños ni hipóstasis o fetichismos macaronésicos. Es lo que tiene ser simplemente un blog, y no un proyecto cultural de aspiraciones universalistas, pero, al fin y al cabo, de consecuencias quietistas. Lo bueno, quizá lo único, que tiene escribir reseñas de manera solitaria es que si transcurren dos semanas sin que se cuelgue un post, no ocurre nada. En cambio, si una revista digital no renueva contenidos casi a diario, mal asunto. Por no hablar del columnista de a diario, cuyo triste final es, tras una decena de artículos intentando fascinarnos con sus saberes de política de salón, acabar comentando la serie de televisión de moda o el último partido de su equipo de fútbol favorito.

En otro orden de cosas, un par de escritores canarios han hecho público el proyecto (no sabemos si por razones que tienen que ver con su particular idiosincrasia o simplemente porque les han convencido a macha martillo) de publicar en un libro sus artículos publicados en la prensa local en las últimas décadas, previendo que sería interesante para alguien. Es posible, no lo niego de manera tajante, que este rescate de hemeroteca suponga un hito importante en los estudios culturales o filológicos o periodísticos, y que sea libro de cabecera o de mesita de noche de nuestra intelectualidad local, si es que hay algo digno de ese nombre. Al menos, servirá para ponerle una rayita más al currículo de estos autores a la hora de pedir subvención a la concejalía o consejería de Cultura de turno.

En tercer lugar, no puedo evitar compartir con Vds. que detecto cierto elitismo intelectual, en especial entre los/las poetas y algún que otro escritor tardío por el que abominan del público lector que compra y lee poesía de cantautores o de influencers. Es decir, del público que no les compra a ellos/as. Incluso, hablan de "la masa", retrotrayéndonos a Ortega y Gasset y a toda esa nómina de autores empeñados en cantar las virtudes de una minoría ilustrada y en execrar a la mayoría ignorante, incluyéndose siempre, claro está, en la primera. Hay pocas cosas tan merecedoras de conmiseración que el ímprobo esfuerzo (¡que nunca tiene fin!) de algunos miembros de la pequeña burguesía o modesta clase media  por adquirir una pizca de la distinción que, por definición, solo posee, y solo concede, la minoría dominante. Lo llamativo, para mayor abundamiento, es que algunos se consideran de izquierdas o progresistas. Pero ya sabemos para qué sirve la autoadscripción ideológica en Sociología.

También se han concedido premios literarios aquí y allá, pero ya conocen mi opinión al respecto.




Vayamos a lo nuestro, la reseña de hoy: Nuevos entrelazamientos, de Luis Junco.

La impresión general que suscita la última novela de este autor es que impresiona tanto su arte de narrar como carga su metafísica cuántica. La necesidad que parece sentir Junco de subrayar los "entrelazamientos" y aparentes "casualidades", francamente, satura. En cambio, cuando logra olvidarse de ellas y se mete de lleno a contar o ficcionalizar sucesos históricos emerge un escritor de primera, como ya nos tiene acostumbrados en sus obras anteriores.

Es posible, no obstante, que ese empeño por hacernos maravillar por las aparentes causalidades vitales y entrecruzamientos genealógicos se deba a que, como escritor, a Luis Junco no le resulte suficiente con contar una historia (o varias), sino que necesita que lo narrado posea un sentido trascendente, en el sentido de que obedezca o pertenezca a un relato mayor y significativo. Mi intuición, y mi convicción en esta obra, es que la repetida explicitación no contribuye de manera positiva, sino lo contrario, a ejecutar de manera óptima tal proyecto literario. 

Así, pese a una lectura que por el excelente oficio de Junco es cautivadora, la impresión final es de dispersión, de cierta inconexión entre escenas. No dudo de que sobre el papel, en un esquema, en esa libreta de cuadritos y anillas cuya exhibición está de moda, esté todo atado y bien atado, pero para el lector resulta demasiado fragmentario. Quizá una visión de mayor amplitud que la mía pudiera corregir esta opinión. 

(...) Al cabo, le vi subiendo las escaleras del cadalso, seguido por dos oficiales. El verdugo ya estaba en su puesto, se había descubierto el bloque de madera y también el terrible instrumento de ejecución quedaba a los ojos del condenado. Este saludó a su verdugo con una cortesía que me pareció de otra realidad que no era la que yo estaba viviendo, y al tiempo que le daba una bolsa con monedas, intercambiaba con él unas palabras que no pude distinguir. Con la ayuda de los dos oficiales ayudantes se quitó el chaquetón, la peluca, y requirió el auxilio del propio verdugo para desanudar el cuello de la camisa. Después se arrodilló, colocó la cabeza en la hendidura del bloque y unió las manos para hacer una oración. (Pág. 51)

Ese "el más avanzado de los físicos modernos" al que se refería Enrique Hudson era sin duda Michael Faraday. Para este, el universo era un entrelazamiento intrincado de líneas de fuerza de todo tipo -eléctricas, magnéticas y seguramente otras aún desconocidas-. Los puntos en los que esas líneas se encontraban eran los puntos en los que percibimos la materia existente; sus átomos -hay que recordar que la estructura atómica como tal era en ese momento desconocida- eran solo los centros de esas fuerzas que se cruzaban en el espacio. Al ser afectadas, esas líneas de fuerza vibraban lateralmente y enviaban ondas de energía a lo largo de ellas, como ondulaciones a lo largo de una cuerda, a una velocidad muy rápida pero finita. La luz, sugirió, seguramente era una manifestación de esos movimientos ondulatorios. Esas vibraciones eran de las propias líneas de fuerza, no de supuestas sustancias como el éter, que se consideraba el medio a través del que se transmitía la luz. Faraday dudaba de que el éter existiera (Págs. 87-88)

Yo nunca había visto a personas de otra raza, milord. Aquellos hombres de largos cabellos, piel blanca y rojiza, de habla incomprensible y brusca me causaron un profundo espanto. Pensé que eran espíritus malignos, impresión que se acentuó cuando me llevaron a aquel monstruo de madera y arboladuras, un barco, el primero que veía en mi existencia, y que a mi entender se movía según la voluntad mágica de aquellos seres demoníacos. Pero sobre todas estas cosas, señor, el terror que me causaron derivaba del trato inhumano que desde el primer momento aplicaban a los esclavos negros que habíamos caído bajo su propiedad. Podréis fácilmente comprender, milord, la pena y angustia que padecí durante aquellos meses de mi esclavitud en África. La ausencia de los que más quería, la incertidumbre de no volver a verlos, en muchas ocasiones se me hacía insufrible. (Pág. 140)

No obstante lo anterior, es justo resaltar que cada una de la escenas es valiosa por sí misma, y que la notable impresión de los primeros Entrelazamientos se confirma en estos Nuevos entrelazamientos. Las andanzas de los rebeldes jacobitas, las de una esposa atribulada que rescata a su marido de una muerte segura o las aventuras y desventuras de un niño africano, entre otras, suscitan en este lector un añejo recuerdo a Stevenson o a Melville (sin el poso trágico de este último). Si hubiera que hacerle un reproche a esta novela, aparte de lo ya señalado, es que los personajes son un tanto planos, heroicos o malvados, sin apenas matices. Eso permite, claro, que la acción transcurra, digamos, limpia y rápida, con capacidad no desdeñable para conducirnos por donde el autor quiere, pero también que el relato adolezca de falta de profundidad moral. Siempre que esta se entienda como conocimiento íntimo de los personajes y no meros admonición o ensalzamiento.

Insisto en señalar que a pesar de mis objeciones, Luis Junco y este Nuevos entrelazamientos, están en un nivel superior a las novelas de otros/as autores mucho más conocidos/as, al menos a nivel local. El acceso a los medios de comunicación y el número de entrevistas no entabla una relación necesaria ni directa con la calidad de la obra literaria o artística. En este sentido, y salvo error por mi parte, Luis Junco no nos importuna de continuo en el espacio público, salvo su irregular participación en el blog de la editorial de la que forma parte, La Discreta. No hace falta que vuelva a nombrar a esa legión de afamados sin fundamento.

Concluyo: si han leído Entrelazamientos, le gustará Nuevos entrelazamientos, sin duda. Lo cual no obsta para que pudiéramos imaginar una novela más densa, tal vez más completa.







 

domingo, 6 de diciembre de 2020

Un montón heteróclito

 Contraviniendo mis propias predicciones y de manera extemporánea y, ya que estamos, estentórea, dedico este post no a la reseña anunciada, sino a un conjunto de obras que he venido a acabar este diciembre. Podría titularse también el post como "Entrelazamientos", en plan Luis Junco, con su idea de que la física cuántica sirve de explicación al anudamiento de trayectorias vitales en apariencia divergentes. 

En mi caso concreto, la explicación suele ser más simple: la atención a las notas de pie de página y a la bibliografía. Una obra te lleva a otra y así sucesivamente. Nada mágico hay en ello (ni tampoco nada cuántico, en apariencia), solo una lectura atenta, anotada y, sobre todas las cosas, agradecida. Claro está que la elección de mis lecturas está sesgada: política, democracia, arte, periodismo. Ya me gustaría saber de botánica, agricultura, matemáticas y otras ramas del saber, pero la mayoría de ellas las dejo para una futura reencarnación en que mi próximo yo consciente tenga a bien elegirlas.

1) The death of the artist, de William Deresiewicz. Convenientemente glosada por Esteban Hernández en este artículo, poco debería añadir. Quizá subrayar que el retrato de los/as artistas (centrado en los Estados Unidos, salvo alguna pequeña mención a la situación europea) es descorazonadora y sombría, absolutamente a merced de un mercado dominado por los gigantes tecnológicos que ejercen a la vez de cuasimonopolistas y de monopsonistas. El artista como empresario/a de sí mismo/a, avanzadilla de la degradación de las condiciones laborales de los/as trabajadores/as. Malos tiempos para la lírica y para casi todo, menos para los/as creadores/as de contenidos para series de tv.


2) Los nuevos perros guardianes, de Serge Halimi (Traductora: Graciela Vigo). A raíz de la lectura del Curso de Sociología General I, de Pierre Bourdieu, anoté un folio entero de posibles lecturas, entre las cuales se encuentra esta: una crítica acerba de las relaciones entre el poder político y los medios de comunicación en la Francia de Mitterrand. Una relación casi incestuosa, además de corrupta y escandalosa. Afortunadamente, Francia y España no se parecen en casi nada: aquí los medios son libres, objetivos e independientes, que no aceptan presiones del poder político ni de las grandes empresas, ni tampoco presionan ni chantajean a los poderes públicos para conseguir ventajas empresariales ni políticas para sus dueños. Como aquí, no se vive en ningún sitio.


3) La democracia ateniense, de Francisco Rodríguez Adrados. Una obra capital en los estudios sobre el mundo clásico en lengua española y una referencia básica para iniciarse sobre la cultura y la democracia atenienses. Esta obra, culta, profunda y amena, que dedica especial atención a la tragedia griega, está citada varias veces en el soberbio libro de José Luis Moreno Pestaña, Retorno a Atenas. De ahí, mi interés, que se vio refrendado tras su lectura. No obstante, La democracia ateniense, publicada  en 1966 y reeditada en 1975, requiere contextualización, pues es deudora de un marco de pensamiento que está obsoleto en algunas de sus afirmaciones. Para ello, recomiendo leer el clarificador artículo de José Luis Bellón Aguilera Pericles, caudillo de Atenas. Escolástica y creatividad en La democracia ateniense (1966-1975), de Francisco Rodríguez Adrados.



4) Política y República, de Jorge Álvarez Yágüez. Esta obra se centra en la obra política de Aristóteles y Maquiavelo, amén de una rápida visualización de autores renacentistas como Marsilio de Padua. Sobre todo, desmenuza y extrae de la obra aristotélica las claves de un pensamiento político republicano que luego sería retomado, y llevado a su extremo en algunos puntos, por Maquiavelo. Gracias a Dios, actualmente y dada la estabilidad de nuestro sistema político y la satisfacción generalizada de la ciudadanía, podemos contemplar estas reflexiones con cierto distanciamiento. Un libro lúcido a la hora de interpretar el pensamiento de estos dos autores, abundante en citas y referencias que no puede sino provocar el entusiasmo del interesado/a en estos asuntos, a pesar de su escasa actualidad.


5) El coraje de la verdad. El gobierno de sí y de los otros, II, de Michel Foucault (traducción de Horacio Pons). Las últimas clases del pensador francés (curso del Collège de France, 1983-1984) son otro despliegue de erudición y análisis que no puede sino mover al entusiasmo. Tomando como base el recorrido conceptual e histórico de la parresía (cuya primera parte se encuentra en las lecciones del año anterior, recogidas en el volumen El gobierno de sí y de los otros, en la misma editorial, Akal), Foucault procede a analizar el movimiento cínico en la Antigüedad hasta conectarlo con el primer ascetismo cristiano. Para un neófito en estas cuestiones, este curso resulta alumbrador, como poco. Por supuesto, proporciona un montón de referencias para quien quiera profundizar, más aún.



Y les seguiré contando en próximos artículos.