jueves, 31 de agosto de 2023

Asuntos varios: cerremos agosto

En los días más deprimentes, pienso que todos los países del mundo, incluso esos que parecen alienígenas por su grado de civismo (como suele decirse de los nórdicos) tienen sus momentos pintorescos, cutres o, abusando del término, surrealistas. Pero, claro, es difícil de imaginar una situación como la que hemos vivido la última semana, en la que el presidente de una federación deportiva, en el momento de alcanzar la cima más alta por su gestión, como es que el equipo nacional gane la copa del mundo, es también el del comienzo de una caída, qué digo, zambullida en el pozo más hondo. Porque hay que ser muy bueno en lo malo para hilar todas las meteduras de pata que ha cometido el presidente de la RFEF: desde la agarrada de huevos en el palco junto a dignatarios/as y miembros de casas reales, pasando por el beso/pico ("sin mala fe por ninguna de las dos partes") a una jugadora, además de embarrarse con posterioridad en un comunicado en el que se atribuían declaraciones a esa misma jugadora que no había pronunciado, y acabando con el famoso discurso ante la asamblea de palmeros (que no tardarían en abandonarlo con admirable desparpajo) en el que afirmaba que "el falso feminismo es el principal problema de España". Una locura atrabiliaria, una sucesión de torpes aspavientos, trastabillándose sin parar hasta el precipicio, un salto cabeza abajo hasta el pedregal de la ignominia sin descansar ni un minuto. Y para añadirle más pimienta al asunto, la madre doliente que se encierra en una iglesia para hacer huelga de hambre "hasta que Jenni diga la verdad".

Menuda astracanada hispánica.

Luego, cuando esta sucesión de disparates, que adquiere gran relevancia simbólica en el espacio público, suscita un coro de voces que señalan la flagrante dimensión machista, saltan, cómo no, los de siempre, los de la reacción, hablando de "Santa Inquisición", "caza de brujas", etc., como si no supieran que la mayoría de los asuntos relativos a los actos del poder arbitrario no tiene otra solución que la denuncia y la presión públicas. Estas personas utilizan el viejo método de culpar a la víctima bajo la bandera del inconformismo y de lo políticamente incorrecto. Lo que hay que leer, de verdad. Debe de haber algo que se rompe cuando las instituciones que uno contemplaba con el debido respeto, ya sean la RAE, Plácido Domínguez, la familia nuclear, el uso del piropo o, en este caso, la RFEF, son pasto de las críticas, tanto más cuanta más razón tengan.

Esta España mía, esta España nuestra.

En otro orden de cosas, nuestro denunciante de cabecera del "dogmatismo moral" y de la supuesta censura feminista, además de martillo de wokes y antiguo escritor que parecía que sí pero fue que no, vuelve a dirigir un festival literario en La Palma, donde se encontrará con numerosas mujeres escritoras. No estaría mal, para que sepan dónde se meten, que leyeran sus artículos al respecto. Incluso mejor si quisieran expresar su opinión. Por ejemplo, se me ocurre, Elsa López, nuestra laureada Premio Canarias. Imagino que es poco probable que monten el pollo a donde van invitadas, pero me pregunto para qué quiere uno ser escritor/a si no es para ser, como mínimo, contestón/a, aun a ratos. Por otro lado, el mundillo literario y sus salones anexos con vistas al abismo son más bien de estilo churrigueresco-conformista y sus asiduos/as prefieren criticar por la espalda mientras se toman el canapé y el chato. Ya pronunciarán después conferencias muy sentidas sobre la literatura y la libertad, el escritor/la escritora como intelectual, etc.: standing ovation, y a otra cosa.

Les confieso, asimismo, que me resultan insufribles esos escritores que se creen parte de una élite intelectual, artística o de algún tipo; que abominan de las masas, siempre las masas. Las cuales, por cierto, se empeñan en leer cualquier cosa menos lo que escriban ellos. Qué digo: preferirían sufrir tortura antes que leer el poemario o el librito de cuentos de marras. Escritores que no gozan ni del reconocimiento popular ni del de sus pares. Resentidos por la libertad ajena, envejecen muy mal.




Por otro lado, acompáñenme por la escondida senda, comparto con Vds. la satisfacción que me está produciendo la lectura de dos clásicos de René Girard como son La violencia y lo sagrado y Mentira romántica y verdad novelesca. Es esa sensación de que te están revelando algo importante. Reconozco, también, que tengo parado el libro de Fredric Jameson Los antiguos y los posmodernos y el de Rosalind E. Krauss La originalidad de la Vanguardia y otros mitos modernos. No se puede con todo al mismo tiempo. Además, ya saben que hay ocasiones, uno no sabe por qué, que apetecen unas cosas y no otras. Tal vez, apetecer sea aquí un verbo muy blando, casi inapropiado.

Para empeorar la situación, tengo pendiente de recoger en mi librería de referencia La tragedia griega, de Jacqueline Romilly, Esta vida, de Martin Hägglund, y Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; esta última novela recomendada con fervor por el amigo Samuel, gracias al cual, por cierto, descubrí a Gustavo Faverón Patriau y su extraordinaria Vivir abajo. Tampoco se sorprendan que entre tanto desorden lector, haya rescatado para leer por las noches un afamado libro de la literatura filosófica-política como es El momento maquiavélico, de J.G.A. Pocock, comprado ya hace un lustro, al menos.

No les miento si les aseguro que tengo como unos trescientos libros esperando el momento adecuado para comprarlos: los apunto, hago capturas de pantallas, hago fotos de la portada... Mis sistemas de almacenamiento son de lo más dispar. Y siguen acumulándose las referencias. Antes de que me muera no habré leído ni una quinta parte de lo apuntado, no me engaño.

A veces, dejándome llevar por desatinadas fantasías, proyecto llevar un inventario de libros y establecer un cabal plan de lecturas. Son recurrentes estas ensoñaciones desde hace décadas, pero, claro, nunca he encontrado el momento. Es posible que haya otra dimensión en la que un Ubaldo lo lo hizo y le ha ido muy bien. Igual es la misma en la que los suplementos culturales les resultan útiles y placenteros al público porque quienes se encargan de las reseñas y de la crítica se toman en serio su trabajo. También en la que la propiedad de los medios de comunicación se da cuenta de la responsabilidad que tiene en contribuir a una esfera pública democrática y no considera a esta mera herramienta o caja de resonancia para sus intereses privados.


viernes, 18 de agosto de 2023

'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz

Oyendo hablar a algunos escritores patrios, ya españoles, ya canarios, podríamos asegurar que todos ellos poseen una comprensión cabal, si no completa, de lo que es el feminismo. O todo lo contrario, más bien, si dejamos de ser irónicos por un momento: incapaces de oponer algún argumento de cierta entidad, tanto lógico como filosófico, buscan hombres de paja para denunciar las supuestas atrocidades de este movimiento y augurar una era de un totalitarismo basado en el sojuzgamiento de los hombres heterosexuales, en diversos grados de blancura fenotípica, en estrecha connivencia con los dictados de la Agenda 2030, los/las ecologistas y la OMS, en una amalgama algo confusa.

Como si al decir Marx, alguien respondiera: "¡Stalin, el gulag, la Revolución Cultural! O si al decir Jesucristo, otro exclamara: "¡Los pogromos, la Inquisición, Pío XI! En fin, tonterías de barra de bar y palillo en los dientes que, de modo no tan asombroso, pueblan columnas de periódicos y tertulias de radio y TV. 

Se puede ser más ridículo, pero habría que esforzarse mucho, más aún de lo que se empeña esta gente, que después de haberse quemado literariamente, sin rastro ya de chispa artística, creen que aplicar el adjetivo woke a todo les proporciona una coartada para cobrar (cuando cobran) por su columnita en el periódico local de turno o soltar sus resabios (con ese tinte de amargura tan kitsch) en el muro de Facebook o en cualquier otra red social. Siempre habrá alguien, gracias a Dios, que ponga un corazoncito para que su destinatario se crea, al menos, antes de dormir, pastor de almas.

Todo esto viene a cuento del libro del que hablo hoy, instigado por un amigo traductor: en un correo múltiple, se expresaba de modo iracundo por el tratamiento que un programa cultural de Radio Nacional había dado a un libro recién traducido al español. A veces, la duda radica en la bondad o no de, al menos dos estrategias: vulgarizar/simplificar o pedir un esfuerzo extra al público para hacerle llegar un trabajo científico o una obra literaria, como aquí. Claro, decir de esta novela obviedades como "la fuerza radica en su texto" o el libro "es como muy corto" no ayuda. Sin embargo, a pesar del tratamiento, tal vez demasiado desenfadado, el comentario radiofónico toca muchos temas importantes.




Así es, 'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz (versión en español de Regina López Muñoz). Ni la obra ni la autora me resultaban conocidas, y me dispuse a leerla casi sin prejuicio o sesgo, solo que había sido escrita antes que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Por lo tanto, anunciaba un sentido feminista.

Como no quiero incurrir en frivolidades y que la cólera de mi amigo me persiga como la de un dios veterotestamentario, paso a detallar, de la manera más ordenada que puedo, mis impresiones acerca de la novela.

Partiendo del reconocimiento de que la protagonista, que es también la narradora, ha dejado de sentir amor por su marido, aquella intenta explicarnos las causas. No solo basadas en esa relación concreta, sino que, digamos que desde un punto de vista sociológico-cultural, se retrotrae al origen tanto del amor como de su consiguiente, y casi inevitable, pérdida entre hombres y mujeres.

Desde el punto de vista literario, es una novela fácil de leer: con un lenguaje claro y sencillo, dada su intención explicativa o didáctica, evidente, del resentimiento de la protagonista: de todas las mujeres (al menos, las de Francia, o si queremos, de las mujeres del Occidente europeo), de justo antes de la II Guerra Mundial, aunque bien podría extenderse hasta casi nuestra contemporaneidad, hasta la generación de nuestros padres/madres, al menos. Esta sencillez en la estructura gramatical y en el vocabulario es capaz, no obstante, de exhibir imágenes poderosas.  


He dejado de ser yo misma, necesito recuperarme. En el fondo, me gustaría separarme de Éric y hasta de los niños. Estar a solas conmigo misma, mucho tiempo. Creo que después todo iría a mejor. Verás, Jeanne, es como si la casa, Éric, los niños estuvieran constantemente junto a mí, frente a mí, detrás de mí, como inmensas paredes de roca que me bloquean el horizonte mire adonde mire. No veo nada, me tapan el cielo. Necesito volver a ver el cielo, apartar esos muros. Siento el deseo de liarme a puñetazos para tirarlos, derrumbarlo todo... ¿me entiendes? (Págs. 47-48)


Lo que no nos gusta es la falta de solidaridad entre ellos y nosotras, esa incorrección primaria en el reparto de las tareas cotidianas entre ellos y nosotras. ¿Cuándo se les meterá en la mollera ese sentido de la justicia que, no obstante, inflama sus voces en los parlamentos y catedrales, que los lleva a echarse a las calles y levantar barricadas? En ocasiones parece que estuvieran dispuestos a dar su vida por esa palabra tan rimbombante, y a veces sucede, es cierto. Prefieren empuñar un fusil o una ametralladora antes que una escoba, una vistosa bandera antes que un cepillo o una pastilla de jabón, y desgarrar los símbolos abstractos de la injusticia antes que erradicar la que queda al alcance de su mano y de la que ellos mismos son artífices. Les conviene más aludir a la justicia venidera, igual que desde hace dos mil años se enternecen pensando en esos verdes pastos del futuro donde lobos y corderos pacerán juntos. Así no se comprometen a nada. (Pág. 82).


Tal vez yo no cuente con la fe necesaria, ni esperanza en semejante milagro, pero un buen día entendí que el Lázaro de mi marido no se desharía de sus vendas, y que el único marido que viviría de veras sería el otro, su sucesor inesperado y decepcionante, ese del que sólo soy la esposa merced a un atroz abuso del lenguaje, a una mera convención. Porque a quien yo amaba era al otro, al muerto, y no al hombre que ha venido a pasar dos días conmigo y al que pronto le propondré una separación, si no el divorcio. (Pág. 103).


Ya no sé lo que quiero, no sé qué preferiría. Ya no tengo claro lo que me gustaría. Me siento un poco como un alga; floto. Pero un alga que se aferra en el agua a otras algas, mientras que yo parezco no aferrarme ya a nada. Tan flotante, tan libre como una ahogada. Dice Élizabeth que sólo en ese estado podemos ser pescados, hallados. Pero no a todos los ahogados los encuentras ni los rescatan. En cambio, si las corrientes grandes no los arrastran a lo lejos, todos se mecen. ¡Como yo! Y seguro que por ese me encuentro siempre en el mismo punto, por eso a veces regreso incluso a la posición de partida. (Pág. 147)


Respecto a su contenido, es casi una perogrullada escribir que es una novela de ideas, pues qué novela no lo es, qué novela, por defectuosamente que haya sido escrita, no las porta, junto con los valores propios de la época e incluso el cuestionamiento, más o menos consciente, de estos. Aborda, en su capa más profunda, la injusticia que percibe la protagonista, entre hombres y mujeres, con muchos de los argumentos que más tarde sostendrán la mencionada Simone de Beauvoir y de ahí en adelante: por qué el hombre es la racionalidad y por qué la mujer, la pasión, por qué el hombre es el término no marcado, por qué la mujer es la alteridad radical, porqué el hombre encarna la racionalidad, y la mujer, la naturaleza.

Asimismo, el amor. Primero, la protagonista da por supuesto su sentido, como si no fuera necesario problematizarlo o discutirlo. Segundo, lo hipostasia. El amor como centro, pero centro vital sólo de las mujeres. Es posible que a la mujer se le haya dado el amor mientras que al hombre, todo lo demás, sin excluir aquél. Por eso, el fenómeno de la bovarización, ese amor de imitación (y que también describe, junto con el fenómeno y recurso literario de la mediación René Girard en Mentira romántica y verdad novelesca) porque ha aprendido que es lo que debe desear. Por no hablar de la obsesión con la belleza, siempre  este concepto en una relación que diría casi parasitaria con las mujeres, en el sentido que las debilita, las hace caer presa de cánones y exigencias siempre, por definición, externos a ellas. También la belleza puede empoderar, pero tal y como se entiende en la novela, significa aceptación y aprobación... por los hombres, significa, al fin y al cabo, dependencia y heteronomía. Porque de eso se trata, al fin y al cabo. Incluso la religión se perfila en algún personaje como alternativa.

Hay en esto una casi inevitable esencialización al atribuir a las mujeres y a las hombres comportamientos y predilecciones por ser mujeres y ser hombres, porque soslaya la importancia de la cultura en la atribución de los comportamientos sociales y la asignación de roles para ambos sexos. Es más, como diría Judith Butler, no es solo el género (la asignación de usos y conductas atribuidas a los sexos) lo que está en juego, sino también la definición misma de sexo biológico. Qué es ser hombre, y qué mujer. Qué significa hombre y qué, mujer.

En este sentido, dicha esencialización resulta peligrosa, por mucho que proclame la injusticia del trato y de las expectativas atribuibles a hombres y mujeres. La postura de la narradora estaría más de acuerdo, tal vez, con las tesis de Luce Irigaray, y no como las constructivistas de, por ejemplo, Judith Butler. Siempre se está a un paso de caer en falacias naturalistas, tipo: "Como son las mujeres las que conciben, entonces son las encargadas de cuidar a los niños" o, como leí una vez en un periódico, hace muchos años, "Como las mujeres tienen la regla, no pueden ser juezas, porque entonces condenarían a todo el mundo", etc.

Claro que esto no tiene por qué significar una impugnación de la novela: quien nos narra no es una académica avezada en teoría feminista, familiarizada con los escritos de Mary Wollstonecraft, Sojourner Truth o con las numerosas filósofas que vendrán más adelante. Es una ama de casa con un empleo a tiempo parcial en la Francia de vísperas de otra guerra mundial y que lleva una especie de diario. Pedirle más no sería justo: tampoco, pedírselo a la escritora.

En definitiva, una novela que pretende hacer reflexionar sobre los roles sexuales y sociales de mujeres y hombres, de la injusticia y la percepción de esa injusticia por una mujer concreta. Además, precisamente su feminismo, digamos pre-académico (aunque ya habían surgido con anterioridad escritos y escritoras y actos de naturaleza política reivindicando los derechos de las mujeres), puede resultar adecuado para quienes no están actualizados (lo que significa casi todos los hombres) con las teorías feministas por la sencillez y claridad en la exposición de sus razonamientos. En todo caso, no es una novela de tesis, en el sentido de mero soporte de una idea, sino una creación artística de pleno derecho con la que la autora, además, expone con notable arte literario la irritación creciente que siente la protagonista con su posición de ser humano subalterno y dominado.



viernes, 11 de agosto de 2023

'Salón de África', de Ignacio Gaspar

Como ya se habrán dado cuenta, en este blog no dedico mucha atención a la política, en general, ni mucho menos a la literatura de corte político o social. Sabido es que a Tolstoi, Dostoievski, Cervantes, Shakespeare, Zola, García Márquez o Vargas Llosa, por citar algunos canónicos, no les interesaba demasiado y se dedicaban a escribir por mera estética y así levitar los domingos, planear los lunes y rasear en general el resto de los días. A nuestros escritores y escritoras de eximia categoría les gusta pensar que la literatura es escribir cosas bonitas o asuntos que en general no molesten al público lector. De lo contrario, piensan ellos/as, caerían, oh, horror, en literatura panfletaria, cuando no en escritos bolivarianos-woke o feminazis-comunistoides. ¡Que nada manche la sagrada tarea de la Literatura! (que no se sabe nunca muy bien cuál es). ¡Que nada nos empuje a colocarnos en el lado equivocado de la Historia!

En fin, y solo por contradecirme, y ya que esta es mi tribuna en la que gratis escribo y gratis me leen por cortesía, hasta que le dé la gana, de la empresa matriz de Gmail, Alphabet, les propino mi opinión en lo que atañe al ámbito canario de la coalición Sumar en las últimas elecciones generales:

Me pregunto, en primer lugar, que cómo es posible, y lo escribe alguien (yo) que votó a Sumar el pasado 23 de julio, que una dirigente política que estaba al frente de Podemos Canarias en las anteriores elecciones locales y autonómicas (recordarán perfectamente el desastre absoluto que sufrió este partido, perdiendo toda la representación en la cámara autonómica y obteniendo solo 10 concejales en todo el archipiélago) fuera designada como cabeza de lista de Sumar en la provincia de Las Palmas para el Congreso. Parece ser que no se le pasó por la cabeza dimitir, imagino que planeando la nueva rampa de lanzamiento que desplegaba la coalición liderada por Yolanda Díez. 

Esto lo escribe alguien (yo) que también votó a Podemos al Ayuntamiento de LPGC, al Cabildo de Gran Canaria y al Parlamento de Canarias en esas elecciones. 

Esta política, que en circunstancias normales ya se hubiera dado por amortizada, no hizo crítica alguna a su partido ni a ella misma por la debacle. Lejanas ya aquellos solemnes proclamas acerca de que no iba a hacer política más de dos legislaturas, justificó los lamentables resultados debido a una "oleada reaccionaria", como si detrás de la pérdida de votos no estuviera la voluntad de cada uno/a de los/as ciudadanos/as que dejaron de apoyar a Podemos, sino un fenómeno natural como una tormenta con aparato eléctrico, desviando así cualquier tipo de responsabilidad a la coyuntura histórica.

En segundo lugar, como antecedentes, recordemos, cómo no, a su antecesora, a la que, en los días de vino y rosas, le oí decir en un multitudinaria asamblea postelectoral en el salón de actos de Magisterio, en Las Palmas de Gran Canaria, que el éxito electoral (allá, en 2014) de Podemos en los primeros comicios a los que se presentaba en Canarias se debía a su patrullar los barrios con un megáfono, y no, claro, a la ubicua presencia de Pablo Iglesias (y también Errejón y Monedero) por tierra, mar y aire y en los medios de comunicación. Poco tiempo más tarde, al igual que en el resto de España, todos aquellos que no comulgaran con ruedas de molino dentro de Podemos, es decir, disintieran de las directrices del grupo de Pablo Iglesias, transmitidas capilarmente al resto de los territorios, acabaron en la marginalidad política o expulsados/as. Al final, solo quedaron facciones ocupapuestos.

Había gente que votó a Podemos al Congreso aun detestando la figura política de la primera secretaria general de Podemos en Canarias porque decían: "Estamos votando al partido". Unos años más tarde, esta representante se marchó del partido, pero se llevó el escaño porque aseguraba que los votantes no habían seleccionado una lista (la de Podemos) o, por delegación, al líder de entonces, Pablo Iglesias, sino a ella, seguramente (esto lo digo yo) por su carisma y su finura política. También, en las elecciones autonómicas de hace cuatro años, un grupo sospechoso de ser simpatizante de la anterior, los llamados pitistas, dimitió 24 horas antes del cierre de candidaturas. Fíjense cómo es la cosa que este sector, pitista o no pitista, prefería que los electores y electoras no pudieran votar al partido al que todavía pertenecían por su enfado con la sucesora en la secretaría general. Así es la historia, amigos. 

En fin, imagino que poco queda de Podemos ya, y que, salvo milagro, quedará absorbido por Sumar, si este consigue convertirse en un partido que no sólo reúna siglas, sino que profundice y desarrolle estructuras propias. En Canarias, supongo que aprovechando la falta de cuadros de otros partidos, lo que queda de Podemos intentará cooptar Sumar y seguir empeñándose en esa tarea tan sacrificada que es representar a la ciudadanía y no volver a trabajar, por ejemplo, de administrativa. 

Esta es mi reflexión amateur, como simple espectador y, eso sí, eterno votante de izquierdas, de lo que ha acontecido en los últimos meses en Canarias. Uno critica lo que más le duele. Es posible que aquella oleada de ilusión y de posibilidades surgida a raíz del 15-M (que algún resabiado columnista de batín y zapatillas calificó hace poco como "chatarra utópica") y que más tarde cristalizó en Podemos haya sido malbaratada y quemada por este partido hasta la raíz, tanto en Canarias como en el resto de España. Veremos qué ocurre a partir de ahora.

Ya les digo, no me gusta escribir de política. A mí, que me pongan delante un poco de esa literatura de no molestar, de buen rollito.




No estoy muy seguro de que Salón de África, de Ignacio Gaspar pueda leerse en clave política alguna. No obstante, a tenor de los cuentos que conforman esta colección, me resulta evidente que, al menos en el plano formal, no es en absoluto conformista. Ya sea en tercera o en primera persona, el estilo del escritor en muchos tramos de esta obra cumpliría las exigencias de hipotaxis de Sánchez Ferlosio: frases largas, encabalgamientos de subordinaciones y sucesión de aposiciones en largos párrafos que desafían la capacidad de asimilación de los lectores. Hagan el esfuerzo porque de lo contrario es posible que abandonen la lectura de modo prematuro. En otros, la escritura, aun con frases largas, descansa en párrafos cortos, en cualquier caso, con una capacidad nada impostada de insertar palabras vernáculas y poco usadas ya.

Añadamos que Ignacio Gaspar escribe difícil no solo por la forma. Los textos, a pesar de la exuberancia verbal que demuestra aquel, tienden al hermetismo. En alguna parte he leído "simbolismo" y conceptos así. Puede ser. Sin entrar en los posibles significados que haya imaginado el autor y puedan o no ser descifrados por el público, me basta con señalar que, como toda prosa rica en matices, una multiplicidad de aquellos es posibile, sin que necesariamente el autor tenga la prerrogativa de delimitarlos. 

Asimismo, hay una cadencia, un tono particular en los cuentos, ya en los escritos en su juventud o en los de ahora. Una impronta que es la marca de los artistas con estilo propio.


DESDE EL AMANECER DEL DÍA, doña Encarnación Frías corría la cortina de la ventana, permitiendo que la claridad del sol de la mañana invadiera la totalidad de la cabida del cuarto, y quedaba distraída, observando, con sonrisa cómplice y conciliadora la muda de pilitas de tierra cernida que habían construido los remolinos insistentes de vientito, de media noche para el día, en el abrigo de la vuelta de la esquina de la pared del cuarto de Teodoro Gómez, que borraban poco a poco de su cabeza, la imagen insistente de Isidoro Tacoronte, que la buscaba con porfía, en una obsesión desesperada de madrugada, como si la hubiese perdido definitivamente hacía años, porque para el sueño no contaba el tiempo. (Pág. 31-La mujer y el pájaro)


EN AQUELLA CUMBRE de incertidumbre, suspendida del cielo y abrigada en el valle de un frontón de la montaña colorada, Inagua lo constituían cuatro casas, aisladas en el tiempo, aparentes para habitar, disimuladas unas de otras, que para encontrarlas donde las habían levantado criaturas que huyen o que se ocultan con seguridad para largo tiempo por temor a persecuciones y a cautiverio, hacía falta otra particularidad que los ojos y astucia de reconocimiento, y pudieron ser el enclave anhelado que hombres de fundamento soñaron porfiados, (sic) alcanzar en vida, siguiendo las señales del sol de los vivos, para firmar en sus asientos el acuerdo público más importante de toda la historia de los territorios, y no hallaron hasta la muerte, resistiendo ataques de todas clases. (Pág. 63-Se acabaron las noticias)


La tarde transcurrió incómoda y pegajosa, como todas las tardes ocupadas en aquella clase de trabajo lento. Para distraer el dolor de huesos, a cada palada que echaba dentro de la carretilla, Valentín le ponía un nombre y se la dedicaba, una a una, hasta llenar la carretilla, a mucha gente. En catorce carretillas le había dedicado paladas seleccionadas, a todo el pueblo conocido. Y seguía con los animales, con los pedazos de tierra, con los manchones verdes, con las fuentes de aguas azules, con los zapatos a medida, con sombreros abrigados, hasta que se aburría, y continuaba pensando en los altibajos de la existencia, y en el beneficio que le reportaba a Amadeo Reverón el descombro de aquel huerto. (Pág. 102-La carta de Narciso Reverón)


Se acercó al bernegal y bebió agua despacio, mirando para el fondo del jarro y para la unión de la esquina de las dos paredes, a un lado. Disfrutaba de la reacción de un cuerpo a la corriente de agua, recorriéndole el interior, refrescándole los órganos. Le sabía a almíbar, y se lamió los labios húmedos que podía volverse a lamer cuando los tuviera secos, y recordarse de la cabida de aquel bernegal mediado que era una garantía.

Isolina Mesa era consciente de que estaba muerta de hambre, con las tripas lavadas y el estómago frío, y se le hacía imposible resistir más tiempo de duda, debatiendo si se atrevía o no a entrar, por lo menos, a comprobar el resto de caldo que podía quedar en el caldero, la mezcla del barrunto de fuego, ceniza y guiso mezclados que le hacían la boca agua.

La confianza de la intimidad la invitaba a empujar la puerta, sin prejuicio. No tenía porqué (sic) sentir desconfianza, tenía todas las condiciones a favor para realizar su pretensión. Al fin y al cabo se trataba de una casa admirada desde lejos, y daba la impresión de que en aquel momento se hallaba al servicio de ella, toda completa. (Págs. 119-120-Dama de Jama)


No obstante lo anterior, al menos en cuanto a los temas de los que son objeto en Salón de África, tengo para mí que Ignacio Gaspar se empeña en desplegar un imaginario literario en exceso tendente a un costumbrismo rural un tanto anacrónico, por muchos cantos a la España no urbana que se hagan en los últimos tiempos. No digo yo que no tenga su interés ni que el autor no pueda situar la acción donde y cuando le venga en gana, pero mi impresión como lector es, en algunos momentos, de estar leyendo asuntos antiguos que, en definitiva, poco tienen que ver con uno. Claro está que muchos de sus relatos tienen fecha de los años 70 o comenzó a escribirlos entonces, cuando lo turístico no lo había conquistado casi todo y lo rural no estaba distante. Un mundo de ayer.

También, alguno que otro parece dominado por la anécdota, o por alguna circunstancia que a duras penas lo justifica, sostenido eso sí, por esa prosa musculosa y, a la vez, minuciosa, del autor. 

Además, en varios cuentos se evidencia que la editorial Baile del Sol no se ha empleado a fondo (o en absoluto) en la edición del libro. Lo digo por las numerosas erratas, o errores gramaticales, que estropean los textos, en especial la de la coma entre sujeto y verbo. Esto no solo constituye un defecto de por sí, sino que desconcentra al lector, continuamente interrumpido por la presencia de ese signo ortográfico que, como buen petimetre, siempre se exhibe más donde menos debe. También, separando el verbo del objeto, etc. Por no hablar de algún "deshecho" por desecho, la presencia del adjetivo "inalterable" cuando querría escribir inalterado o tildes que convierten que de introductor de oración subordinada en interrogativa indirecta o en un como comparativo en ídem. No me cabe en la cabeza que una editorial publique un libro sin haberlo revisado antes, salvo que sea una acción filológico-anarquista que pretenda pulverizar la gramática y, ya que estamos, desmembrar a la comunidad lingüística.

Algunos ejemplos, sin ánimo de exhaustividad:

 

La consolidación de la fuerza completa del sol sobre la cuenca nevada del valle, (sic) alteró la respiración de la naturaleza oculta que se rebelaba inconformista y menesterosa, con crujidos estremecedores de dolor y resistencia, prisionera de una quietud tensa bajo el espesor de hielo. (Pág. 51-Museo de agua)


En la cabecera norte del valle, a pie de Teide, a la orilla del camino del hambre, la chimenea humeante con un chorro de humo quedo y volador de leña racionada, (sic) descubría el enclave del refugio, con tejado de escamas de laja trenzadas, a dos aguas, que permanecía medio enterrado por montantes de medias lunas de nieve y difundía una memoria personal de lo que había sido la nevada, (sic) (Pág. 51-Museo de agua)


¿Podía ser posible qué (sic) el pasaje de aquella galera por coincidencia, al principio de la nevada hubiera podido alcanzar el refugio desocupado sin fogal activo, y aguardaba regocijado, entregado a la risa y al sueño que el calor revoltoso del sol derritiera una parte de la tonga de nieve que impedía abrir de la ventana y asomar para fuera? (Pág. 52-Museo de agua)

 

¿En qué vidriero corriente y desapercibido de interior reflexivo o de duda, pretendió aquel hombre aislado, (sic) depositar la clave de memoria de un olvido cautivador que transformara el mundo de un alma personal con el hechizo de dos palabras corrientes? (Pág. 53-Museo de agua)


En una posición, que no estaba ni acostado, ni sentado, sino con media espalda arrimada, (sic) a una piedra un poco inclinada que se prolonga en almohada, a la altura de la cabeza, en la misma entrada de la boca de la cueva de Dionisio Torres, con el sombrero hundido hacia delante sobre la frente, y la punta de cigarro medio encendida y media (sic) apagada, en el labio, Fidel Herrera, a media voz, aventuraba lúcido, soñando despierto, que sentía los pasos hábiles de un rancho de mujeres libres, que salían de Chajama, a escondidas, por el barrero de Rosa Frías, y se dirigían a un sitio improbable, no muy distante de aquella cueva. (Pág. 79-El fuego en la boca de la cueva)


Aquel engaño de enajenación y bienestar al mismo tiempo, (sic) era de agradecer. (Pág. 79-El fuego en la boca de la cueva)


Poco antes de tocar el portillo del rellano de Petra Alonso, el rancho de mujeres desbocado, (sic) se encontró por sorpresa, de repente, con una talenquera infranqueable, levantada delante, y detrás de una amenaza provocadora que era mejor evitar. No se entretuvieron en idear una alternativa improvisada, sobre la marcha, giraron y volvieron para atrás por dónde (sic) mismo habían ido, y se instalaron debajo de la pared, en el paredón de Gregorio Toledo, a medio camino entre la cueva de Dionisio Torres y la era de Argelia Perdomo. (Pág. 81-El fuego en la boca de la cueva)


Sentado en la misma posición, Amadeo permanecía inalterable (sic), sin decir una palabra, atento a cada palada que Valentín Marrero paleaba. (Pág. 103-La carta de Narciso Reverón)


Aun así, insisto que vale la pena hacer el esfuerzo y leer los relatos. Hay cuatro que me han llamado la atención: La mujer y el pájaro, Se acabaron las noticias, La carta de Narciso Reverón (que me recuerda un cuento de Faulkner) y Dama de Jama. Son cuentos muy intensos, cada uno a su manera, en que la escritura minuciosa y reconcentrada del autor (con un corte, digamos más realista, en La carta, y más de tintes surrealistas en Dama de Jama) nos mete de lleno con firmeza en el mundo particular extraordinariamente bien dibujado.

Para finalizar, considero que Ignacio Gaspar, y estos cuentos lo muestran, es un escritor notable, con voluntad de estilo, algo ciertamente extraño por estas tierras, donde nuestras plumas más conspicuas son expertos en la literatura de cliché y de formatos predefinidos, fáciles de rellenar los domingos antes del fútbol. A mí, qué quieren que les diga, estos escritores que reflexionan y trabajan el lenguaje me atraen como crítico. Si a esto le suman la ignorancia que tengo de su recorrido literario, no puedo sino reconocer que me interesa leer su obra anterior.



P.D. Otra reseña, del apasionado Ricardo Pérez, aquí.