sábado, 23 de junio de 2018

Siete lecturas no literarias

Para variar un poco el contenido de este blog, para dotarlo de cierta heterogeneidad, en fin, por aquello del pluralismo intelectual, voy a dedicar esta entrada a reseñar con brevedad, quizá más de la debida, algunas de las lecturas de no ficción más interesantes que han pasado por mis ojos estos últimos meses. Que no todo va a ser novela, por mucho Thomas Bernhard que me pongan delante, ni, mucho menos, por muchos cuentos del yo en sus diversas manifestaciones que se vendan como pináculos de la literatura. Además, la lectura canario-española  que he leído me está resultando en estos dos años, con demasiada frecuencia, algo peor que decepcionante, lo que me me motiva a buscar nuevos horizontes. A colación, les adelanto que estoy ahora con uno de esos clásicos canarios que me están resultando toda una lata. Que no se diga que no es por empeño...

En fin, la siguiente lista no está escrita en orden de importancia o de valoración, sino que es solo consecuencia de mi mente desordenada y de los estímulos que me suscita esta mesa caótica, en la que el portátil está rodeado de torres de libros y de papeles por todos los lados menos por uno. 

Allá van estos siete magníficos:


1) Ibex35, de Rubén Juste. 

Un libro muy podemita, dicen, porque lo recomendaba (o le gustaba o yo qué sé) Pablo Iglesias, el amante de los plebiscitos. Prejuicios o simpatías aparte, el libro traza la historia de las privatizaciones de las empresas públicas en nuestro país desde la época de Felipe González hasta la actualidad, la continuidad del poder  de los cuadros franquistas en varidos consejos de administración, amén de la inserción generacional de altos cargos del PSOE de Solchaga y compañía, primero, y de Aznar, después en las grandes empresas de nuestro país. Además, también forman parte del cuadro la alta burguesía catalana y la vasca, que han pintado mucho en nuestra plutocracia patria. Quizá, como decía un reseñador de El Mundo, no diga nada que no se supiera, pero leerlo en su despliegue histórico, asombra y desalienta al mismo tiempo. ¡En manos de quiénes hemos estado y seguimos estando!


2) Nueva ilustración radical, de Marina Garcés.


Un ensayo cortito (no llega a las 70 páginas), pero potente, en el que se diagnostica el estado enfermizo de nuestra época, dominada por un pensamiento que la autora califica de "póstumo", caracterizado por la inminencia del desastre ecológico, social y personal como consecuencia del abandono del proyecto de emancipación ilustrado. Marina Garcés propone retomar los valores de la Ilustración y radicalizarlos, lo que parece más sencillo decirlo que hacerlo. Sobre todo, eso lo digo yo, cuando la ensalzada clase media sigue teniendo como aspiraciones el consumo y el entretenimiento, las clases depauperadas bastante tienen con llegar a fin de mes, y como fondo social tenemos una industria del entretenimiento que aborta el pensamiento reivindicativo en su misma concepción justo en aquellos sectores sociales que más se beneficiarían de la protesta. 


3) La doctrina del shock, de Naomi Klein.


Es un libro ya con mucho recorrido, y muy citado en monografías de todo género y condición. No importa: es un trabajo periodístico impresionante en el que se relacionan de manera harto convincente el uso de la violencia militar y policial con la imposición del neoliberalismo en distintos países del globo. Los casos de Chile, Bolivia, China, Rusia, etc., ejemplifican la 'doctrina del shock', por la que se logra imponer medidas de liberalización económica (y el enriquecimiento súbito de una minoría cercana a los gobiernos de turno) a una población a la que se le ha conmocionado de un modo tan intenso (shock) que es incapaz de oponerse a aquellas. Uno se queda, literalmente asombrado y aturdido. Deje Vd. por favor esa novela insustancial y hágase con este libro para no seguir en la inopia.



4) Clase cultural. Arte y gentrificación, de Martha Rosler.


La imbricación del arte moderno con las diversas formas de capitalismo, la ubicación de las artistas en las ciudades y el fenómeno de la gentrificación, el papel del artista como avivador de conciencas y/o soporte de la ideología capitalista aun en su trabajo artístico de pretensiones críticas: Martha Rosler, artista feminista (por etiquetarla de algún modo) expone con convicción y erudición su visión del papel del arte y del artista: contradictorio, a la vez reivindicativo y conformista, en estos ensayos y conferencias.
Echo de menos, exigente que es uno, esa capacidad reflexiva y ese acervo teórico en nuestros artistas locales, y nacionales, salvo excepciones. Lo nuestro consiste más bien en hacerle la pelota a los periodistas y comer en reservados con los políticos para que destinen dinero público a castillos y fundaciones artísticasOtro nivel, amigas y amigos.


5) El pueblo sin atributos, de Wendy Brown.



Partiendo de Foucault, pero ejerciendo la crítica también respecto de él, especialmente El nacimiento de la biopolítica (libro básico, por cierto, para todos aquellos que quieran comprender la dirección que han tomado los gobiernos y las sociedades en los últimos 40 años), la autora analiza el fenómeno ideológico del neoliberalismo y su encarnación en políticas económicas y en la configuración de un nuevo sentido común en la sociedad. Hegemonía creciente a partir de los años 70 del siglo pasado hasta la actualidad, en una evolución cuya última actualización es la financiarización de la economía y en la conformación de un nuevo modelo ciudadano constituido en responsable de sí mismo pero sin los medios (para la mayoría) para ejercer esa responsabilidad; empresario de uno mismo, y por tanto sometido a la justicia del mercado, en ausencia de solidaridad.


6) The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes, de Mogens Herman Hansen. 


Qué quieren que les diga: un clásico moderno (1991) de un danés especializado en la Atenas clásica y posclásica. La obra de Mogens Herman Hansen es fuente de citas en toda bibliografía académica que directa o tangencialmente tenga como referencia a la democracia ateniense. En este libro se relacionan y analizan todas y cada una de las instituciones de la Atenas democrática después de Pericles (sí, de ahí lo de Age of Demosthenes) y no se olvida, además, de realizar sus propias valoraciones sobre ellas y compararlas con las instituciones de las democracias de nuestra era. Se lo pongo en inglés sencillamente porque no está traducido (que yo sepa). Me cuesta mucho lo de poner eso de lectura obligada, pero creo que para todo aquel estudioso (o curioso) tanto de la Atenas de esa época como de la democracia en general podría aplicársele.


7) Democracia participativa epistémica, de Sebastián Linares.


Este es, probablemente, uno de los libros más importantes de filosofía política de los últimos tiempos en el ámbito hispano. Su materia es, como su título nos hace sospechar, la participación ciudadana y la mejora epistémica de las decisiones colectivas que se deriva de ella y sus inconvenientes. Linares defiende su propio modelo participativo frente a otras teorías de la democracia, como la deliberativa, y también frente a la epistocracia, o gobierno de los expertos, además de analizar otras posibilidades en la elección de cargos como la del sorteo. Asimismo, aborda en profundidad el voto como elemento constitutivo de la democracia, la aportación epistémica de la abstención y la posibilidad o no de la inclusión (para votar) de menores, adultos tutelados, expatriados y extranjeros entre otros asuntos del máximo interés. 


  










sábado, 9 de junio de 2018

La crítica, la perseverancia y Màxim Huerta

Leyendo en un periódico local, el pasado viernes las declaraciones de un dramaturgo, me encontré con estas palabras: "Antes, era crítico el que escribía en un periódico, hoy con Internet lo es cualquiera". Entiendo que era la expresión de una queja, un lamento no mera descripción de la actualidad. Era, quizá, la nostalgia por un tiempo en que todo estaba un poco mejor ordenado: la creación, la producción, la distribución y la crítica. Esos tiempos han pasado, para lo bueno y para lo malo.

Es cierto que la posibilidad que ofrece Internet de publicar lo que uno desee efectivamente democratiza la esfera pública. De eso no se puede dudar: hasta su advenimiento, los medios de comunicación eran los exclusivos guardianes de dicho espacio y propagadores por excelencia de la opinión pública, a cuya formación contribuían desde una posición de fuerza. Medios, no olvidemos, que solo eran posible con una aportación intensiva de capital: instalaciones, máquinas, materias primas, además de trabajadores en distintos ámbitos: impresores, linotipistas, teclistas, fotógrafos, periodistas, etc.

Hoy en día, aunque solo hasta cierto punto, no es así. Internet democratiza, es cierto, pero solo en la posibilidad de presentar al público, sin necesidad de grandes inversiones de capital, por ejemplo, un blog con opiniones propias sobre cualquier asunto. Por otro lado, también es cierto que unos cuantos blogs (de la temática que sea) reciben más visitas que todo el resto junto. Además, los medios de comunicación tradicionales tienen casi sin excepción su propia página web, con lo que el lector habitual de la prensa de papel puede encontrar sus cabeceras favoritas en la red. Asimismo, esos cuantos blogs/páginas que disfrutan de prestigio y esos medios de comunicación ya conocidos, por la propia arquitectura de la red y de los buscadores retroalimentan su posición de liderazgo. Es decir: una página que recibe miles/cientos de miles/millones de visitas aparecerá en las primeras páginas del buscador y tendrá más enlaces, lo que provocará que más nuevas visitas se unan a las anteriores. Además, hay que señalar que tampoco el capital ha desaparecido: cuantos más medios se disponga para elaborar una página web o un blog más atractivo será para el público potencial: el llamado coste del primer ejemplar, que antes, obviamente, solo se aplicaba a productos físicos.



En los regímenes comunistas, las sufridas ciudadanas hacen largas colas para proveerse de los alimentos básicos.


El lado positivo, teniendo claro lo expuesto, es que, en cualquier caso, el monopolio se ha visto desafiado, aunque mantiene la posición de privilegio. Algo es algo. Así, por ejemplo, en el ámbito local, y en lo que nos interesa, que es la literatura, habría sido casi imposible encontrarse con críticas u opiniones como las que llevo exponiendo en este blog desde hace año y medio. Vendettas aisladas aparte o riñas insólitas entre escritores (recuerdo una entre un poeta ahora muy popular y una catedrática de Filología de la ULPGC, aunque antes de Internet, y esta protesta, que casi enternece, de Luis León Barreto, publicada en su propio blog), lo habitual, lo sistémico haya sido la oda a la riqueza literaria archipielágica, el ditirambo a cualquier cosa que se publique en las Islas y el buenrollismo bucólico-pastoril de puertas hacia afuera entre escritoras y escritores de segunda, tercera o última fila. Si fuéramos a hacer caso a la TV Canaria (también a su radio o a cualquier emisora de las Islas) o a la prensa local, Canarias estaría poblada por gigantes de la Literatura, cuando no de promesas rutilantes a la que les aguardaría un no menos brillante porvenir. Rodeados, eso sí, de hardcore-fans o de lectores rendidos a su genio. En un plano cultural general, es lo que Javier Moreno Barreto ha acuñado como maravillosismo, fenómeno omniabarcador y sumamente incluyente: lo incluye todo y a todos y viva la canariedad y lo nuestro, y si de paso cae alguna subvención, mejor. Pero de eso ya se ha hablado en este blog (y en este) de modo reiterado.

Tradicionalmente, y tal como han señalado, entre otros, Pierre Bourdieu, la función del crítico en el campo cultural estaba bien delineada, y no era precisamente negativa. El crítico, tanto literario como de arte, protegía, cuidaba, patrocinaba y, en definitiva, actuaba de mentor de artistas y escritores a los que el gusto predominante de la época solía marginar. Así, el crítico de arte/literario/editor/marchante contribuía a modelar esa esfera pública, fomentando nuevas expresiones y perspectivas artísticas a las que no estaba acostumbrado el público de la época. Esa crítica se hacía, como es obvio, desde revistas especializadas, suplementos de los grandes medios o desde su propia columna de opinión. Es curioso cómo en España, con las consabidas excepciones, lo que ha predominado es la promoción descarada de los autores que publican en una editorial perteneciente al mismo conglomerado mediático propietario del medio de comunicación o el interesado apoyo mutuo de escritores/as-reseñadores/as en su esforzado deambular hacia la esquiva gloria. En el ámbito local, sencillamente, a estas alturas y hablando con franqueza, doy por sentado que la crítica desde un medio de comunicación tradicional deviene imposible o, en el mejor de los casos, efímera. Demasiados intereses entrecruzados, demasiados favores y demasiadas deudas. No es por nada que, como reacción defensiva, estos medios se pasen día sí y día también escribiendo sobre la pérdida de calidad periodística que suponen los medios alternativos (es decir, todos los que no sean ellos en Internet).


Un mundo sin rostro. Si amplían la foto, hay sorpresa.


Es por eso por lo que, por pura indignación y por intentar que la esfera pública fuera algo diferente, por intentar cambiar un poco las cosas, creé el Polillas. Nadie podrá llamar a un director para quejarse de la crítica ni para intentar expulsarme del medio, y como no pertenezco al mundillo literario, nadie tendrá la posibilidad de seducirme con favores ni chantajearme con amenazas. Como máximo, me escribirán para reprocharme de mejor o peor manera la crítica recibida, lo que, por otro lado, me parece bien. Lo cierto es que en este año y medio, las comunicaciones directas que he recibido  (incluidos algunas/os autoras/es reseñados) han sido casi siempre corteses, cuando no elogiosas. Otra cosa es que lo hagan público, pero entiendo que tampoco está el mundo para heroicidades en lo cotidiano, aunque soy dado a pensar que, en numerosos casos, el peligro proviene del exceso de imaginación y de las aspiraciones sin fundamento.

Podrán preguntarse qué tiene de extraordinario este blog, qué de talentoso. Les adelanto que nada: lo realmente extraordinario es que sea extraordinario, es decir: raro, insólito, que incluso sea original... Lo que de verdad debería extrañarles es cómo toda esa gente extraordinaria con extraordinario talento para la escritura, con extraordinaria capacidad para la crítica, cómo todas esas generaciones de extraordinarios filólogos criados en nuestras dos extraordinarias universidades hayan sido incapaces o no hayan tenido la voluntad de gestar un solo medio crítico de verdad, una sola plataforma que arramblara con todo y con todos, que develara la profunda y pegajosa podredumbre literaria y moral que anida en esta república de las letras y de la industria cultural en general (excepción que yo conozca: el mentado Javier Moreno en su columna de crítica de música clásica en el Canarias7, fulminada hace ya años).

Por supuesto, que la crítica debe aplicarse a todo. Un blog de crítica literaria, o, si quieren considerarlo así, de impresiones subjetivas de lectura, es tan merecedor de crítica y de reproches en cuanto a su contenido como el libro objeto de las reseñas. Lo importante, creo yo, es que nos acostumbremos a ella, a la crítica, por muy acerba que nos parezca.

Está por ver que los/as escritores/as de cierta relevancia, proyección o reconocimiento, tan acostumbrados al almíbar, al intercambio de favores (qué bonita es la amistad) y a un ambiente periodístico-cultural exageradamente condescendiente, y también los diletantes, los/as jóvenes, los treintañeros/as que comienzan a angustiarse, y en general todos los aspirantes a suceder a los primeros sean capaces de aceptarla. ¿O acaso son tan débiles, tan frágiles, su literatura tan pobre, tan escuálida, tan mediocre que no soporta la mínima inspección, la menor revisión? 

No duden de mi perseverancia.



P.D. Gran parte del mundillo artístico-literario y del opinador de la cultura, en general, ha reaccionado de modo un tanto agreste contra el nombramiento de Màxim Huerta como Ministro de Cultura. Varias cosas, al respecto: a) Escribir buenas novelas, o muy malas, no le capacita o incapacita a uno/a para un cargo público, salvo que entre los requisitos del cargo conste la obligación de haber escrito un par de obras maestras. Tampoco creo que hasta ahora sea excluyente haber estado en un programa de TV infame ni da puntos haber presentado un telediario; b) Dado que no es abogado del Estado, notario o haya pasado alguna oposición de esas, ni tampoco ha ganado el Nobel, parece que el Sr. Huerta no suscita demasiado respeto, por lo que intuyo que muchas personas del mundillo cultural, más o menos progres o cercanas al PSOE, habrán pensado: "¿Por qué él y no yo?", con el consiguiente resentimiento; c) Ignoramos todos los grandes planes para la cultura que tienen el PSOE y el Sr. Huerta, así que será mejor juzgar su labor durante o después. Al pobrecillo no le ha dado tiempo ni a elegir ambientador para el despacho; d) La gran pregunta, por muy escandalosa que pueda parecer, es si en realidad necesitamos Ministerio de Cultura. Otra buena pregunta es para qué

Respecto de d), cada día que pasa se refuerza mi convicción de que a eso que llaman cultura se le crea un ministerio y se le destinan fondos del erario cuando el Estado y la sociedad se dan por vencidos, por derrotados definitivamente, me atrevería a decir, respecto a asuntos de la máxima importancia en un país que se dice democrático: 1ª) La pobreza; 2º) La desigualdad. En ellos están subsumidas las diferencias respecto del acceso a la Educación y a la Sanidad, sin ir más lejos; y la existencia del paro y de la precariedad laboral. Así, una gran parte de la población está marginada y excluida, sin perspectivas de futuro y con un presente miserable. Frente a eso, frente a las condiciones de vida de nuestros compatriotas, de nuestros paisanos y de nuestros vecinos (por no hablar de la posibilidad de llevar a cabo planes de futuro que vayan más allá de la mera subsistencia), todas esas preocupaciones sobre gestión cultural, industrias culturales, red de museos, estado de la ópera y de los festivales de música, etc. (así también podríamos criticar del mismo modo todo ese gasto militar opaco  y exagerado, por ejemplo), dan la impresión de ser nimiedades, bagatelas, asuntos que tienen más de vergonzosa propaganda institucional y política (que se plasman en ese vocabulario de marketing tipo marca España, marca Canarias, marca Gran Canaria, etc.) que de genuina preocupación por las necesidades de los ciudadanos/as (y de los no ciudadanos/as). Ya está bien de preocuparnos por que Gran Canaria (o Tenerife, o cualquier ínsula Barataria) se sitúe en el mapa mundial del nosequé o creernos que esa otra fundación cultural chirinesca o aquel lírico zoológico de peces será "tractor de la economía" y del más allá. Cultura va a haber siempre, se quiera o no, lo apoye el gobierno de turno o no, haya suplementos en los periódicos oligárquicos o no. Lo que no tiene por qué haber son ministerios de cultura, secretarías de estados de cultura, funcionarios de la cultura, propagandistas de la cultura, gestores de la cultura, ni paniaguados de la cultura. Un escándalo, ese sí cultural, al que nos hemos acostumbrado.

Es evidente que el asunto no se resuelve en un par de párrafos. Respecto del asunto de la cultura, de la industria cultural, del papel del artista, etc., por no hablar del papel económico del arte en la generación de valor en el mercado, en el planeamiento urbanístico y la gentrificación, etc., se han escrito cientos de monografías desde diversos puntos de vista de distintas disciplinas. Yo me limito a hacerles partícipes de un extrañamiento que practico con frecuencia, ese cuestionar la existencia de lo existente, de lo que damos por sentado. En ese sentido, el papel simbólico de la cultura es redundantemente significativo.


lunes, 4 de junio de 2018

'Tala', de Thomas Bernhard

Como ya escribí en su momento, mi intención es la de dejar al menos un año entre reseñas dedicadas a la obra de un mismo autor, aunque mi intención apuntaba a las reseñas de autores vivos, especialmente los locales. No obstante, y dada la superlativa cantidad de títulos que se publican, no hubo ocasión, aunque lo hubiese querido, para repetir ni siquiera con los muertos. Pero he aquí que, azuzado por críticas que leía por estos mundos de Internet y por el extraordinario recuerdo de El malogrado (que se engrandece con el tiempo), he considerado que quién mejor que Thomas Bernhard para ser el primer autor con el que repita análisis, reflexión o impresión superficial de lector.

En todo caso, y para mal de aquellas/os que quieran ir directamente al asunto y no demorarse con prolegómenos, hay también motivos para elegir a Bernhard aparte del azar y de la oportunidad. El escritor austríaco debería ser un ejemplo, al igual que lo son todos los grandes escritores, por la fuerza de su estilo propio, por la huella cognitiva que genera y por la impresión estética que produce a todo aquel que se acerca a la lectura de sus obras.

Es bueno leer a las/os grandes: por citar algunas/os, aparte de Bernhard: Woolf, Yourcenar, Proust, Foster Wallace, y cada cual que aporte sus favoritas/os. Leer su obra debería, aunque me temo que no es tan automático, descentrar a las/os autoras/es en ciernes, a los aspirantes a afilar su talento y ayudarles a escribir algo más que sean sus naderías de adolescente o de veinteañero/a o sus ilusiones de plasmar líricamente la idea que tengan de lo excelso. Es un defecto recurrente, ya lo he señalado muchas veces, la manía que tienen muchas/os en convencernos, a través de sus personajes (normalmente el narrador o narradora) de la gran cultura que poseen o de las numerosas experiencias que han atesorado. Como me dijo un amigo con sabiduría una vez: "Hay que escribir lo que nos gustaría leer, no lo que nos gustaría escribir". Porque si se elige lo segundo, tenemos toda ese conjunto de superfluosidades y cantos al yo que nada añaden al acervo literario y solo sirven para engrandecer una vanidad ya hipertrofiada, jaleada además por amigos y familiares.





Por qué es bueno leer a Bernhard, especialmente, por qué leer Tala: porque no deja, usando la frase hecha, títere con cabeza. Esa crítica a la sociedad austriaca, a la vienesa en particular, al mundillo literario y artístico; todo lo que está al alcance de su visión es objeto de su crítica furibunda, presa de una observación meticulosa y ácida, incluido, claro está, él mismo. Y la universalidad de la literatura del Bernhard consiste en que podemos aplicar esa crítica, esa rabia, por qué no, ese odio, a nuestra ciudad favorita, al mundillo literario y artístico local que escojamos, a la humanidad en general. Difícilmente nos equivocaremos, raro será que no encontremos homólogos cercanos.


Realmente yo había visto una vez, hacía muchos años, en el Burgtheater, al esperado actor, en una de esas asquerosas farsas de sociedad inglesas en las que la tontería sólo es tolerable porque es inglesa y no alemana o austriaca, y que en el Burgtheater, en el último cuarto de siglo, se representan una y otra vez con espantosa regularidad, porque el Burgtheater, en este último cuarto de siglo, se ha especializado sobre todo en la tontería inglesa y el público vienés del Burgtheater se ha acostumbrado a esa especialización, y realmente a él lo recuerdo como actor del Burgtheater, como un actor, por lo tanto, lo que se llama un favorito del público vienés y pisaverde del Burgtheater, que tiene una villa en Grinzing o en Hietzing y hace el bufón en el Burgtheater para esa tontería teatral austriaca que, desde hace ya un cuarto de siglo, tiene en el Burgtheater su asiento, como uno de esos berreadores sin espíritu que, en el último cuarto de siglo, con la colaboración de todos los directores por él contratados, han hecho del llamado Burg una institución teatral de aniquilación de autores y del vocerío de una falta total de cerebro. El Burgtheater ha entrado artísticamente en bancarrota desde hace ya tanto tiempo, pensaba en mi sillón de orejas, que ya no puede determinarse cuándo se produjo esa bancarrota, y los actores que actúan en el Burgtheater son bancarrotistas que todas las tardes actúan en el Burgtheater (...). (págs. 13-14)

Y sí, salta a la vista que tiene estilo propio: frases largas, aposiciones, repeticiones de palabras, expresiones e ideas. Estilo que, a falta de un estudio pormenorizado de la obra del autor, no ha surgido de golpe, por pura genialidad o como el resultado de la mera improvisación. Siempre hay una materia prima, una forma de escribir originaria, una forma de ser en el mundo, pero se adivina un trabajo sistemático, una voluntad de estilo que, cuando se logra, se puede aspirar a ser un Bernhard, o una Woolf, o un Foster Wallace, o una Yourcenar, o un Borges o, venga, un Pérez Galdós, pero no ... (añadan cualquier autor/a local) por muchos seguidores de Facebook de que disponga.

Tala consiste en el cúmulo de reflexiones suscitadas en el protagonista-narrador a raíz de la muerte de una antigua amiga y de su asistencia a una cena artística, mientras está sentado "en un sillón de orejas", observando a los demás comensales y a los anfitriones. Las reflexiones se suceden con cadencia hipnótica, con las mencionadas repeticiones, con periódicos sobresaltos suscitados en el lector por los comentarios vitriólicos del narrador, y por la ausencia de puntos y aparte, entre otros detalles: un torrente de la conciencia bien ordenado, calculado, milimetrado, y algunos adjetivos más que dejo a su elección cuando lean la novela, que arrastran al lector al interior de la propia conciencia, que no siempre es el mejor lugar donde habitar.


 Al fin y al cabo, todas esas personas fueron realmente un día artistas o, por lo menos, talentos artísticos, pensaba ahora en mi sillón de orejas, y ahora todos no son más que una chusma artística, que precisamente no tienen en común con el arte y con lo artístico más que la cena del matrimonio Auersberger. Todas esas gentes que un día fueron realmente artistas o, por lo menos, artísticas, no son ahora más que las máscaras y las cáscaras de lo que un día fueron; sólo tengo que mirarlas, sólo tengo que entrar en contacto con sus creaciones para sentir lo mismo que siento ahora en relación con este banquete, con esta insulsa cena artística. Qué ha sido de todas estas gentes en estos treinta años, pensaba, qué han hecho todos estos seres de mí mismos en estos treinta años. Y qué he hecho yo de mí mismo en estos treinta años, pensaba. En cualquier caso, es deprimente ver lo que estas gentes han hecho de sí mismas en estos treinta años, qué he hecho yo de mí, de todas esas condiciones y circunstancias en otro tiempo felices, todas esas gentes han hecho condiciones deprimentes y circunstancias deprimentes, pensaba en mi sillón de orejas, lo han convertido todo en algo totalmente deprimente, toda su felicidad en nada más que depresión, lo mismo que yo he convertido mi felicidad nada más que en depresión. Porque indudablemente todas esas personas fueron un día, es decir, en aquella época, hace treinta, incluso sólo veinte años, seres felices, fueron felices, y ahora no son más que seres deprimentes, deprimentes como yo, en fin de cuentas, no soy más que deprimente y no soy feliz, pensaba en mi sillón de orejas (...). (págs. 66-67)

Indudablemente, Bernhard plasma (crea) los pensamientos de su personaje sin misericordia, un personaje que observa y critica devastadoramente. Pero es una devastación creativa (perdónenme este préstamo que remeda el vocabulario schumpeteriano-capitalista), de la cual emerge para el/la lector/a una visión más aguda de sí mismo/a y de su entorno, de sus miserias y servidumbres. Es, a su curiosa forma, una novela moral. El arte del escritor es, a la manera de Proust o de Foster Wallace, meticuloso (recojo estos paralelismos gracias a un comentario de Iván Cabrera, en su comentario a Extinción), obsesivamente atento a los matices del pensamiento y de la observación que, como ya he señalado, no lo aplica solo a los demás, sino, quizá más que a nadie, a sí mismo.

En fin, como la obra de todos las/los grandes, Bernhard no se limita a una contar una historia. Esta en realidad, es lo de menos: las reflexiones de un personaje a raíz del suicidio de una artista fracasada abandonada por su marido. Lo importante es la indagación y la descripción de nuestra miserable humanidad, del arribismo y de la vulgaridad, de la grosería y de la doblez. Es el dedo en la llaga, el alcohol en la herida; es la destrucción literaria del buenrollismo artístico, la radiografía radioactiva de la sociedad. Entre otras cosas, para esto sirve la literatura.

A ver si aprendemos.