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martes, 9 de marzo de 2021

El blog, cuatro años después

   Al cabo de un período, como quiera que lo definamos o consideremos, por ejemplo, los cuatro años y pico de existencia de este blog, uno debe preguntarse qué ha hecho y replantearse por qué. No les oculto que, de manera periódica, he puesto en duda la continuidad, no digo la necesidad, del blog porque, en definitiva, su razón de ser ya se ha demostrado. ¿Es posible seguir escribiendo cuando la denuncia que motivaba dicha escritura ya se ha formulado una y otra vez? Si contestamos negativamente, es decir, si consideramos que repetirla es inoportuno por cuanto consideramos que los lectores ya están avisados, entonces cabe preguntarse por el sentido de un blog que nunca ha sido sólo de reseñas, sino, sobre todo, de crítica de la cultura.

Tomarse el blog como divertimento, como hobby, nunca ha sido una opción real que haya manejado este quien les escribe: la intención ha sido poner en cuestión una forma de ser y de actuar generalizada en los medios de comunicación e Internet. No obstante, también he tenido claro que influir de manera decisiva en la percepción general sobre el mundillo literario y cultural está, siempre lo ha estado, fuera del alcance de un blog de este tipo. Por otro lado, no podía dejar de escribirlo desde el momento en que se toma conciencia de la desfachatez que se exhibía -y se sigue exhibiendo- en todos los eslabones de la cadena de producción cultural en la que incluimos también a los políticos y mecenas privados de turno.

Así, insisto, este blog nunca ha sido, en realidad, mero espacio para hablar de lecturas favoritas, ni para aspirar a recibir el elogio del escritor o escritora famosos del momento. Ha sido más bien un lugar de crítica de la complacencia infundada en la literatura y del espejismo de la cohesión social atribuido a la cultura, porque no podemos dejar de considerar que engañar a las personas no está bien casi nunca, y estoy pensando en la política, y que ese escaso margen que deja el "casi" debe ser, con posterioridad, sometido a la rendición de cuentas más escrupulosa e implacable que pueda imaginarse. 

No, la literatura ni el arte progresan a base de halagar al artista, al editor, al galerista o, ya que nos ponemos serios, al público. Todo perfeccionamiento, todo refinamiento o avance, o si no queremos hablar en esos términos respecto de la creación artística, toda nueva forma de encarar los asuntos humanos y profundizar en ellos, no puede provenir sino mediante la crítica de lo existente y de lo heredado. El halago y el elogio son, por lo general, conservadores, pues si uno está satisfecho con lo que tiene, ¿para qué cambiarlo? De hecho, como ejemplo, hasta antes de la pandemia, los políticos de la derecha (y de parte de la izquierda) española no dejaban de considerar a la sanidad patria como "de las mejores del mundo", en su modelo mixto público-privado que significaba aumento de los beneficios de la sanidad privada a costa de la pública. Cuando se vio que no era así a raíz de la extensión del Covid19 y las decenas de miles de muertos, se ha comenzado a criticarla con profusión. Es solo entonces cuando comienzan a imaginarse posibilidades de mejora que antes eran invislumbrables.

Tampoco, no lo olvidemos, la literatura nos hace necesariamente mejores, entendiendo por mejores que seamos más virtuosos en algún sentido moral. La literatura puede hacernos ver, quizá, que somos capaces de ser más compasivos, pero, por qué no, también más malvados. Puede iluminarnos, pero, no es ninguna sorpresa, también corrompernos. La opinión generalizada es de otro signo, claro. Por ejemplo, en una reciente conversación, por decirlo así, en Twitter, el escritor Gonzalo Torné afirmaba: "La lectura mejora a las personas en un porcentaje altísimo. Esa es su función, madurarnos".

Imagínense, no lo habría sospechado nunca, que la lectura tenía una función concreta y que esa era, por qué íbamos a pensar otra cosa, "madurarnos", sin que su significado sea autoevidente. Por no hablar del verbo "mejorar". Cuando lo interpelé al respecto (*), salió a relucir el recurso del porque sí, con estas palabras: "es evidente e incuestionable que nos mejora". Eso yo lo entiendo como "A mí me gusta escribir, tengo cierto reconocimiento por eso que hago que me gusta, que es escribir, luego lo que hago es bueno para la humanidad". En otros campos de la acción humana, como en la música (o en el ajedrez, o el deporte, en general) ocurre lo mismo (recordemos, por ejemplo, a Ricardo Mutti y su defensa de la Cultura, sin ir más lejos, y, a la sazón, un artículo de Javier Moreno al respecto). Es posible que salgamos a la calle y nos encontremos con un numismático que nos asegure que el coleccionismo es una actividad harto recomendable para elevarnos sobre nuestra vulgar animalidad o que la cinegética desarrolla el amor por la naturaleza y los seres sintientes. En una ocasión asistí a una reunión multidisciplinar, poliédrica e isomórfica llamada Proa 2020, cuando era alcalde Juan José Cardona, en la que cada supuesto representante de una disciplina artística como la música, el cine, la danza, la cerámica, etc. consideraba que la suya era "imprescindible" para la formación integral del ser humano, que debía enseñarse en los colegios, y, sobre todo, que el Ayuntamiento (en este caso) debía subvencionarla. Una de las implicaciones, quizá no querida, era que todos los seres humanos éramos profundamente incompletos y bastante incultos, proclives a la inminente bestialización si no le poníamos remedio cantando, bailando y viendo películas a cargo del erario.

Son estos lugares comunes, estos tópicos irreflexivos, estos "porque yo lo valgo", a veces ingenuos, a veces hipócritas, cuya contestación no suele gozar de la misma popularidad ni muchos menos difusión, por lo que, en su momento, consideré que al menos un blog podía ejercer una suerte de contrapunto, aunque fuera simbólico, ya que no efectivo. 

En fin, toda esta reflexión viene a cuento de que, en ocasiones, a pesar de que lea mucho y variado, lo importante no es la reseña del libro X o reírnos de la última tontería de la reseñadora Y, sino, digamos, la crítica sociológica y política que dimana de toda la alharaca comercial e institucional respecto de la cultura, el arte y la literatura.



(*) Enlace a la conversación pública en Twitter:  https://twitter.com/gonzalotorne/status/1366461016113090563



sábado, 9 de junio de 2018

La crítica, la perseverancia y Màxim Huerta

Leyendo en un periódico local, el pasado viernes las declaraciones de un dramaturgo, me encontré con estas palabras: "Antes, era crítico el que escribía en un periódico, hoy con Internet lo es cualquiera". Entiendo que era la expresión de una queja, un lamento no mera descripción de la actualidad. Era, quizá, la nostalgia por un tiempo en que todo estaba un poco mejor ordenado: la creación, la producción, la distribución y la crítica. Esos tiempos han pasado, para lo bueno y para lo malo.

Es cierto que la posibilidad que ofrece Internet de publicar lo que uno desee efectivamente democratiza la esfera pública. De eso no se puede dudar: hasta su advenimiento, los medios de comunicación eran los exclusivos guardianes de dicho espacio y propagadores por excelencia de la opinión pública, a cuya formación contribuían desde una posición de fuerza. Medios, no olvidemos, que solo eran posible con una aportación intensiva de capital: instalaciones, máquinas, materias primas, además de trabajadores en distintos ámbitos: impresores, linotipistas, teclistas, fotógrafos, periodistas, etc.

Hoy en día, aunque solo hasta cierto punto, no es así. Internet democratiza, es cierto, pero solo en la posibilidad de presentar al público, sin necesidad de grandes inversiones de capital, por ejemplo, un blog con opiniones propias sobre cualquier asunto. Por otro lado, también es cierto que unos cuantos blogs (de la temática que sea) reciben más visitas que todo el resto junto. Además, los medios de comunicación tradicionales tienen casi sin excepción su propia página web, con lo que el lector habitual de la prensa de papel puede encontrar sus cabeceras favoritas en la red. Asimismo, esos cuantos blogs/páginas que disfrutan de prestigio y esos medios de comunicación ya conocidos, por la propia arquitectura de la red y de los buscadores retroalimentan su posición de liderazgo. Es decir: una página que recibe miles/cientos de miles/millones de visitas aparecerá en las primeras páginas del buscador y tendrá más enlaces, lo que provocará que más nuevas visitas se unan a las anteriores. Además, hay que señalar que tampoco el capital ha desaparecido: cuantos más medios se disponga para elaborar una página web o un blog más atractivo será para el público potencial: el llamado coste del primer ejemplar, que antes, obviamente, solo se aplicaba a productos físicos.



En los regímenes comunistas, las sufridas ciudadanas hacen largas colas para proveerse de los alimentos básicos.


El lado positivo, teniendo claro lo expuesto, es que, en cualquier caso, el monopolio se ha visto desafiado, aunque mantiene la posición de privilegio. Algo es algo. Así, por ejemplo, en el ámbito local, y en lo que nos interesa, que es la literatura, habría sido casi imposible encontrarse con críticas u opiniones como las que llevo exponiendo en este blog desde hace año y medio. Vendettas aisladas aparte o riñas insólitas entre escritores (recuerdo una entre un poeta ahora muy popular y una catedrática de Filología de la ULPGC, aunque antes de Internet, y esta protesta, que casi enternece, de Luis León Barreto, publicada en su propio blog), lo habitual, lo sistémico haya sido la oda a la riqueza literaria archipielágica, el ditirambo a cualquier cosa que se publique en las Islas y el buenrollismo bucólico-pastoril de puertas hacia afuera entre escritoras y escritores de segunda, tercera o última fila. Si fuéramos a hacer caso a la TV Canaria (también a su radio o a cualquier emisora de las Islas) o a la prensa local, Canarias estaría poblada por gigantes de la Literatura, cuando no de promesas rutilantes a la que les aguardaría un no menos brillante porvenir. Rodeados, eso sí, de hardcore-fans o de lectores rendidos a su genio. En un plano cultural general, es lo que Javier Moreno Barreto ha acuñado como maravillosismo, fenómeno omniabarcador y sumamente incluyente: lo incluye todo y a todos y viva la canariedad y lo nuestro, y si de paso cae alguna subvención, mejor. Pero de eso ya se ha hablado en este blog (y en este) de modo reiterado.

Tradicionalmente, y tal como han señalado, entre otros, Pierre Bourdieu, la función del crítico en el campo cultural estaba bien delineada, y no era precisamente negativa. El crítico, tanto literario como de arte, protegía, cuidaba, patrocinaba y, en definitiva, actuaba de mentor de artistas y escritores a los que el gusto predominante de la época solía marginar. Así, el crítico de arte/literario/editor/marchante contribuía a modelar esa esfera pública, fomentando nuevas expresiones y perspectivas artísticas a las que no estaba acostumbrado el público de la época. Esa crítica se hacía, como es obvio, desde revistas especializadas, suplementos de los grandes medios o desde su propia columna de opinión. Es curioso cómo en España, con las consabidas excepciones, lo que ha predominado es la promoción descarada de los autores que publican en una editorial perteneciente al mismo conglomerado mediático propietario del medio de comunicación o el interesado apoyo mutuo de escritores/as-reseñadores/as en su esforzado deambular hacia la esquiva gloria. En el ámbito local, sencillamente, a estas alturas y hablando con franqueza, doy por sentado que la crítica desde un medio de comunicación tradicional deviene imposible o, en el mejor de los casos, efímera. Demasiados intereses entrecruzados, demasiados favores y demasiadas deudas. No es por nada que, como reacción defensiva, estos medios se pasen día sí y día también escribiendo sobre la pérdida de calidad periodística que suponen los medios alternativos (es decir, todos los que no sean ellos en Internet).


Un mundo sin rostro. Si amplían la foto, hay sorpresa.


Es por eso por lo que, por pura indignación y por intentar que la esfera pública fuera algo diferente, por intentar cambiar un poco las cosas, creé el Polillas. Nadie podrá llamar a un director para quejarse de la crítica ni para intentar expulsarme del medio, y como no pertenezco al mundillo literario, nadie tendrá la posibilidad de seducirme con favores ni chantajearme con amenazas. Como máximo, me escribirán para reprocharme de mejor o peor manera la crítica recibida, lo que, por otro lado, me parece bien. Lo cierto es que en este año y medio, las comunicaciones directas que he recibido  (incluidos algunas/os autoras/es reseñados) han sido casi siempre corteses, cuando no elogiosas. Otra cosa es que lo hagan público, pero entiendo que tampoco está el mundo para heroicidades en lo cotidiano, aunque soy dado a pensar que, en numerosos casos, el peligro proviene del exceso de imaginación y de las aspiraciones sin fundamento.

Podrán preguntarse qué tiene de extraordinario este blog, qué de talentoso. Les adelanto que nada: lo realmente extraordinario es que sea extraordinario, es decir: raro, insólito, que incluso sea original... Lo que de verdad debería extrañarles es cómo toda esa gente extraordinaria con extraordinario talento para la escritura, con extraordinaria capacidad para la crítica, cómo todas esas generaciones de extraordinarios filólogos criados en nuestras dos extraordinarias universidades hayan sido incapaces o no hayan tenido la voluntad de gestar un solo medio crítico de verdad, una sola plataforma que arramblara con todo y con todos, que develara la profunda y pegajosa podredumbre literaria y moral que anida en esta república de las letras y de la industria cultural en general (excepción que yo conozca: el mentado Javier Moreno en su columna de crítica de música clásica en el Canarias7, fulminada hace ya años).

Por supuesto, que la crítica debe aplicarse a todo. Un blog de crítica literaria, o, si quieren considerarlo así, de impresiones subjetivas de lectura, es tan merecedor de crítica y de reproches en cuanto a su contenido como el libro objeto de las reseñas. Lo importante, creo yo, es que nos acostumbremos a ella, a la crítica, por muy acerba que nos parezca.

Está por ver que los/as escritores/as de cierta relevancia, proyección o reconocimiento, tan acostumbrados al almíbar, al intercambio de favores (qué bonita es la amistad) y a un ambiente periodístico-cultural exageradamente condescendiente, y también los diletantes, los/as jóvenes, los treintañeros/as que comienzan a angustiarse, y en general todos los aspirantes a suceder a los primeros sean capaces de aceptarla. ¿O acaso son tan débiles, tan frágiles, su literatura tan pobre, tan escuálida, tan mediocre que no soporta la mínima inspección, la menor revisión? 

No duden de mi perseverancia.



P.D. Gran parte del mundillo artístico-literario y del opinador de la cultura, en general, ha reaccionado de modo un tanto agreste contra el nombramiento de Màxim Huerta como Ministro de Cultura. Varias cosas, al respecto: a) Escribir buenas novelas, o muy malas, no le capacita o incapacita a uno/a para un cargo público, salvo que entre los requisitos del cargo conste la obligación de haber escrito un par de obras maestras. Tampoco creo que hasta ahora sea excluyente haber estado en un programa de TV infame ni da puntos haber presentado un telediario; b) Dado que no es abogado del Estado, notario o haya pasado alguna oposición de esas, ni tampoco ha ganado el Nobel, parece que el Sr. Huerta no suscita demasiado respeto, por lo que intuyo que muchas personas del mundillo cultural, más o menos progres o cercanas al PSOE, habrán pensado: "¿Por qué él y no yo?", con el consiguiente resentimiento; c) Ignoramos todos los grandes planes para la cultura que tienen el PSOE y el Sr. Huerta, así que será mejor juzgar su labor durante o después. Al pobrecillo no le ha dado tiempo ni a elegir ambientador para el despacho; d) La gran pregunta, por muy escandalosa que pueda parecer, es si en realidad necesitamos Ministerio de Cultura. Otra buena pregunta es para qué

Respecto de d), cada día que pasa se refuerza mi convicción de que a eso que llaman cultura se le crea un ministerio y se le destinan fondos del erario cuando el Estado y la sociedad se dan por vencidos, por derrotados definitivamente, me atrevería a decir, respecto a asuntos de la máxima importancia en un país que se dice democrático: 1ª) La pobreza; 2º) La desigualdad. En ellos están subsumidas las diferencias respecto del acceso a la Educación y a la Sanidad, sin ir más lejos; y la existencia del paro y de la precariedad laboral. Así, una gran parte de la población está marginada y excluida, sin perspectivas de futuro y con un presente miserable. Frente a eso, frente a las condiciones de vida de nuestros compatriotas, de nuestros paisanos y de nuestros vecinos (por no hablar de la posibilidad de llevar a cabo planes de futuro que vayan más allá de la mera subsistencia), todas esas preocupaciones sobre gestión cultural, industrias culturales, red de museos, estado de la ópera y de los festivales de música, etc. (así también podríamos criticar del mismo modo todo ese gasto militar opaco  y exagerado, por ejemplo), dan la impresión de ser nimiedades, bagatelas, asuntos que tienen más de vergonzosa propaganda institucional y política (que se plasman en ese vocabulario de marketing tipo marca España, marca Canarias, marca Gran Canaria, etc.) que de genuina preocupación por las necesidades de los ciudadanos/as (y de los no ciudadanos/as). Ya está bien de preocuparnos por que Gran Canaria (o Tenerife, o cualquier ínsula Barataria) se sitúe en el mapa mundial del nosequé o creernos que esa otra fundación cultural chirinesca o aquel lírico zoológico de peces será "tractor de la economía" y del más allá. Cultura va a haber siempre, se quiera o no, lo apoye el gobierno de turno o no, haya suplementos en los periódicos oligárquicos o no. Lo que no tiene por qué haber son ministerios de cultura, secretarías de estados de cultura, funcionarios de la cultura, propagandistas de la cultura, gestores de la cultura, ni paniaguados de la cultura. Un escándalo, ese sí cultural, al que nos hemos acostumbrado.

Es evidente que el asunto no se resuelve en un par de párrafos. Respecto del asunto de la cultura, de la industria cultural, del papel del artista, etc., por no hablar del papel económico del arte en la generación de valor en el mercado, en el planeamiento urbanístico y la gentrificación, etc., se han escrito cientos de monografías desde diversos puntos de vista de distintas disciplinas. Yo me limito a hacerles partícipes de un extrañamiento que practico con frecuencia, ese cuestionar la existencia de lo existente, de lo que damos por sentado. En ese sentido, el papel simbólico de la cultura es redundantemente significativo.


jueves, 18 de mayo de 2017

'El letargo', de Rafael-José Díaz

Si uno fuera neófito en la práctica de las normas de etiqueta en el mundillo literario canario, no tendría más remedio que pensar que los escritores habían hecho suyos los mandamientos de Jesús, sobre todo aquel que reza: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". Esto es así porque, atendiendo a las reseñas y comentarios en los medios de comunicación, no se ha publicado una novela mediocre, una colección de cuentos tediosos o un poemario despreciable en Canarias desde hace décadas. Habría que remontarse, quizá, a la fase de la conquista castellana o, sin exagerar tanto, al momento en que Franco cogió el avión desde Gran Canaria. 

Así pues, todo un reguero de obras maestras caleidoscópicas, muchas de ellas con rasgos metaliterarios, algunas con compromiso social y todo, han ido jalonando la historia de la cultura canaria (cultura mixta, híbrida, tricontinental, macaronésica, europeo-africana, mestiza, anglófila, anglofóbica, atlántica, independentista o todo lo contrario, etc.) hasta llegar a nuestro actual y grandioso momento en que todo apogeo es poco. Es el maravillosismo (neologismo acuñado por Javier Moreno). Que esa cultura tan extraordinaria, irradiadora de energía positiva y estimuladora de corazones henchidos de gozo y levitaciones místicas, sea compatible con niveles de pobreza, desigualdad, marginación, abandono escolar y violencia muy por encima de la media española y europea es una circunstancia que nunca deberíamos olvidar, y que yo al menos no me cansaré de repetir.

En el mundillo literario canario (o más bien isleño, ¡oh, siete islas sobre el mismo maaar!), en realidad todo es cuestión de buenas maneras, de normas no escritas, pero no por ello menos vigentes. Se trata de etiqueta y de su contraparte de velada amenaza; de amistad, real o fingida, y de una latente promesa de venganza. Es la ley del buen rollo y del compadreo porque, en definitiva, todos se dedican a lo mismo, y más te vale que si no.

Es por eso por lo que cuando un escritor y crítico literario como Rafael-José Díaz , en principio independiente gracias a su propio trabajo en la enseñanza, irrumpe en la esfera pública y afirma que se publica mucha "basurilla" y que le preocupa "la endogamia y el provincianismo" por el que "unos autores reseñan a otros e incluso algunos se llegan a autorreseñar a sí mismos bajo pseudónimo" no puedo por menos que sentir una fuerte simpatía por él, a pesar de la redundancia. Algo, a mi juicio, llamativo es que, salvo una pataleta facebookiana de Alexis Ravelo (que suscitó, cómo si no, gran entusiasmo entre sus fans) y una intervención de Javier Moreno en un programa radiofónico, nadie ha salido al paso, y me refiero en los medios de comunicación, para negar aquellas acusaciones o, aprovechando la ola, para sumarse a ellas. Al menos, habría sido interesante la reflexión de esos artistas, intelectuales o periodistas culturales al respecto, teniendo como tienen fácil acceso a plataformas mediáticas de gran repercusión. Silencio en el desierto.

Así pues, y dado que la entrevista era, sobre todo, un medio para promocionar su última obra, una colección de relatos titulada El letargo, consideré que podría ser de interés leerla y reseñarla. Me dije: "Piquemos el anzuelo, a ver qué tal..."







Asimismo, en la vida, uno a veces tiene la sensación de que hay cosas o sucesos de la misma naturaleza que ocurren de manera seguida. Quizá sea solo un problema de percepción, de naturaleza psicológica, o, tal vez, efectivamente sea así, sin más. Últimamente, por ejemplo, leo cuentos. Véase, sin ir más lejos, la reseña de los Cuentos de Kjell Askildsen, cuya lectura provino de una indagación respecto de un relato que terminaba algo así como "Y su padre trabajaba en Hamburgo y tenía dos secretarias". Aún no he averiguado ni cuál es ni quién lo escribió (escríbanme si lo descubren o lo recuerdan).

Y ya ven, aquí estamos, con más cuentos.

Sin embargo, tras la lectura de El letargo, me resisto a calificar los cuentos que lo componen de cuentos. Puede que sean otra cosa: extrapolaciones, desarrollos, transformaciones, mistificaciones de sucesos cotidianos en unos casos, de anécdotas en otros, escenas, en definitiva, que tienen como centro al autor. Un autor que, quizá sea un defecto, no se transmuta en otro: el narrador, cuando es en primera persona; el protagonista, cuando es en tercera. Nada tengo, en todo caso, contra los relatos autobiográficos. Podríamos denominarlos de otra manera, como esfuerzos expresivistas por el que Rafael-José Díaz que en ocasiones obtiene réditos en cuanto al acabado, pero que, en la mayoría, resulta banal, cuando no tedioso en esas 2-4 páginas en las que se sustancia cada cuento, pasaje o lo que sea. Como dice él mismo: "No son relatos al uso". Hay cierta nostalgia que convive con la insatisfacción de una sociedad extraña, de tintes, en ocasiones, fantasmagóricos. También el erotismo impregna muchos de los relatos. 

El autor adolece (esto es una manía mía, lo reconozco) de ese polifacetismo tan propio de los literatos de las islas. Me preguntó si habrá algún poeta que no sea también cuentista o novelista. Debe de ser que el ansia creadora devora todo freno o contención, que el deseo de expresión busca, como si de agua se tratase, vías por las que escapar, a toda costa. También podría denominarse pluriempleo. Lo señalo porque hay ocasiones en las que me parece apreciar cierto lirismo, cierto deleite por la imagen poética que no encaja bien en el relato. Tampoco es que encuentre evidente una decidida voluntad de estilo que lo explicara. Los textos no son preciosistas, ni difíciles. El vocabulario es accesible. Sin embargo, repito, lo que nos cuenta el autor no logra interesarme, tanto por el fondo, que no evoca nada especialmente sugerente, que me haga reflexionar sobre las limitaciones o posibilidades, sobre mis virtudes o defectos, o sobre el mundo, tanta veces espantoso, como, sencillamente, por la forma:



Van siendo demasiadas palabras para tan pocas frases, me temo, pues o bien estoy intentando comprimirlo todo sin atreverme todavía a decir nada de lo que ocurrió entre el comienzo y el final de la historia o bien todo es tan indefinidamente desplegable como esos instantes que, se diría, no acaban nunca de empezar y no terminan nunca de acabar. Esta cuarta frase que ahora comienza abordará, ya inevitablemente, la continuación del comienzo, pretenderá demostrar que no fueron pura fantasmagoría los despendolados arrumacos que nos dimos en uno de los garajes de la calle General O'Donnell, esa travesía de reminiscencias irlandesas y de decrépita elegancia chicharrera a la que habíamos ido en busca de un nuevo pub que, según el uruguayo -y disculpen si no lo presento, pues su nombre es uno de los datos que se quedaron por el camino en esta historia-, habían abierto unos amigos suyos (...).



Amenazantes, solemnes, incansables, las once o doce moscas que desde el principio de la tarde ocupan el salón de mi vivienda parecen sentirse a gusto trazando conexiones invisibles entre puntos indeterminados, ángulos esquivos en las coordenadas más comunes, abismos de milímetros entre unos cuerpos y otros. Yo leo tranquilamente una colección de relatos sobre patologías cotidianas. No hace frío ni calor, no se nota ni sequedad ni humedad en el ambiente, no es temprano ni tarde (es media tarde), no estoy triste ni feliz, no tenga ganas ni dejo de tenerlas de proseguir con lo que hago o de pasar a otra cosa.


Lo que se apodera de nosotros, a veces, en las partes traseras de las guaguas, mientras un atardecer aminorado por todas las gradaciones de un gris polvoriento, o incluso del polvo en su más sólida presencia, es decir, como humo, como polución engastada en las fosas nasales, como toxicidad propulsada por motores que arrancan, aceleran, frenan, se detienen e inoculan directamente en los pulmones la malsana raíz de todos los venenos; lo que se apodera de nosotros, protegidos por un tiempo en las partes traseras de las guaguas, defendidos por los altos, rotundos ventanales que nos brindan la contemplación de la promiscuidad del gentío es una especie de sórdida desmesura de nuestra visión agazapada. 


Es una prosa insatisfactoria: ni aguda ni clarividente ni bella. Todo esto lleva a plantearme cuál era la intención de Rafael-José Díaz al publicar El letargo. Quizá pretendía que cualquier crítico quedara retratado si se atreviera a hacer un juego de palabras con el título. Tal vez, quería publicar los cuentos, pero no estoy seguro de que, a tenor de lo que declara en la famosa entrevista, quisiera que se leyeranLo que parece un contrasentido, en principio, pero quién puede elaborar una teoría de la mente infalible. Dice:


Era un libro que necesitaba exteriorizar. Quería pasar a otra fase de la escritura y los textos estaban molestando.


Entiendo que los textos le "molestaran". Incluso que le aburriera escribirlos, y, todavía más, leerlos. Me atrevo a dudar de que su publicación constituya esa experiencia catártica que le permita seguir desarrollándose como literato. A mí, como lector, no me gustaría que me utilizaran más como un medio que como un fin. 

En definitiva, un ejercicio de solipsismo al que no sé si estábamos invitados sino por compromiso.