sábado, 28 de diciembre de 2019

Lo mejor y lo peor de 2019

Aquí tienen, otro año más y ya van 3, la lista de lo mejor y de lo peor que he reseñado en el Polillas durante el año 2019. Lo positivo es que hay mucha más literatura de calidad que de la otra, de lo que me congratulo porque, a decir verdad, resulta una tarea harto irritante y a veces tediosa desgranar los defectos de tanta novela deplorable. 

Como sé que son Vds. algo morbosetes, a pesar del buenrollismo imperante, comenzaré por la lista de lo peor de 2019. A continuación, seguiré con lo mejor y, finalmente, como suelo hacer también, les mostraré los mejores libros de no ficción que he leído durante este año que fenece.

Vamos al lío:

LO PEOR DE 2019:

El podio ha resultado sencillo. Las tres novelas que aquí señalo han sido lo peor del año sin discusión interna por mi parte.

1) La espiral del silencio, de Mayte Martín (Ediciones Aguere-IDEA). Primera lectura del año y primera candidata a la peor de 2019. Una obra tan cargada de loables reivindicaciones y necesarias denuncias como deplorable en todos los aspectos en que se pueda analizar una novela, y hay unos cuantos. 

2) Caídos del suelo, de Ramón Betancor (Baile del Sol). Una novela que aspira a ser apasionante y que es apasionantemente detestable por caer en todos los clichés del lenguaje y de la construcción de personajes. De principiante.

3) El doble oscuro, de María Teresa de Vega (NACE). Con pretensiones de culta, intertextual y refinada, esta obra es insoportable y tediosa hasta decir basta. No la compre, no la mire siquiera, pase de largo.

MENCIONES ESPECIALES

Las siguientes obras, siendo mediocres, no suscitan tamaña sensación de devastación. Aun así, en aras de la pedagogía y, como dice Rafael Reig, "por razones de salud pública", vale la pena recordarlas: La ceguera del cangrejo, de Alexis Ravelo (Siruela). Sin llegar a hundirse en esas simas de insondable pobreza literaria y pretenciosidad pueril de La otra vida de Ned Blackbird, el autor perpetra otra novela en la que vuelve a lucir su pasmosa falta de estilo y la incapacidad de urdir una trama algo compleja sino es a base de empellones y exabruptos. Tampoco, Pacheco, de Christian Santana Hernández (Mercurio), da mucho más de sí. Es legible, al menos, aun con ese sesgo tan contemporáneo de escribir literatura teniendo en vista una película o un capítulo de serie de televisión, con todos los clichés a cuestas para que el lector/televidente no se confunda. Con A los que leen, Jonathan Allen (Aguere-IDEA) lo intenta de nuevo, y aunque el resultado es más digerible que el logrado con su anterior novela, El conocimiento, sigue poniendo a prueba la paciencia del lector sin ponerse a prueba él mismo, lo que parece un tanto injusto. Para acabar, Lazos de humo, de Ernesto Rodríguez Abad (Diego Pun): convencional es el primer adjetivo que se me viene a la cabeza. Una novela con potencialidades abortadas y un mal final la hacen olvidable del todo.








LO MEJOR DE 2019:

1) Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill). Crítica hiperbólica acerca del uso del lenguaje y acción sin compasión sobre él, el autor restriega al lector esta obra en la cara para que, a partir de su lectura, no contemple la literatura del mismo modo ni le queden ganas de hacerlo.

2) Corrección, de Thomas Bernhard (Alianza, traducción de Miguel Sáenz). Qué decir de Bernhard que no haya dicho ya en sus reseñas. Su voluntad de estilo, su capacidad taumatúrgica de sumergirnos en el mundo interior de sus personajes, un tanto delirantes y siempre obsesivos, y su discurso vitriólico e incendiario contra todo y contra todos le hacen a uno volverse casi un fan-hardcore.

3) La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori (Sexto Piso, traducción de José Aníbal Campos). Una obra grandiosa con la que el lector recorre ese mundo de ayer europeo del que escribió Stephan Zweig, atraviesa el nazismo austriaco, forzándonos a contemplar la gelidez de la muerte que anuncia, y nos hace arribar al París americanizado de los 50. Como dice Vicente Luis Mora, sólo le faltó haber sido escrita antes para convertirse en una obra maestra.

4) Momentos de la vida de un fauno, de Arno Schmidt (Debolsillo, traducción de Luis Alberto Bixio). Una mirada de un alemán, en apariencia corriente, a la sociedad nazi de su tiempo. Resistencia cotidiana de la única manera que se puede en un sistema totalitario, la interior, negándose a aceptar lo inaceptable.

5) Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo (Tusquets). La novela de un autor sobresalientemente dotado, sin duda. Divertida, inteligente, aguda y un algo más que la distingue de la mayoría.

6) Un rey sin diversión, de Jean Giono (Impedimenta, traducción de Isabel Núñez). Fascinante, misteriosa y hermosa. La indagación única del autor francés nos convence, por si lo dudábamos, de que la novela es un instrumento privilegiado para recorrer los laberintos morales del ser humano.

7) El santo al cielo, de Carlos Ortega Vilas (Dos Bigotes). Con esta única novela, ya forma parte del grupo de escasos narradores canarios que merecen consideración por mi parte. Una novela negra/detectivesca más, quizá, pero con estilo propio, personajes con poso y una escritura que alberga potencialidades de más y mejor. Llámenlo intuición.

8) La noche fenomenal, de Javier Pérez Andújar (Anagrama). Una novela loca, muy loca, que conjuga elementos kitsch como el ocultismo y lo paranormal con otros más formales como la utilización creativa del cliché, lo que tiene su mérito. Una trama desquiciada de un autor con talento.

9) Nunca más la noche, de Juan R. Tramunt (Baile del Sol). A pesar de una primera historia fallida, Tramunt remonta el vuelo y consigue inquietarnos y sorprendernos con unas historias bien escritas que conmocionan nuestro sentido común. 


NO FICCIÓN 

Aquí no hay clasificación que valga: todos estos libros son valiosos y variados en su temática. Omito los que ya comenté en la entrada Siete lecturas para el disenso, por no repetir, pero que pueden considerarse incluidos en esta lista:

- El eclipse de la fraternidad, de Antoni Domènech (Akal).
Injusticia epistémica, de Miranda Fricker (Herder, traducción de Ricardo García Pérez).
- La huida de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-Textos).
- Historia y sistema en Marx, de César Ruiz Sanjuán (Siglo XXI). 
- La izquierda, fin de (un) ciclo, de Ignacio Sánchez-Cuenca (Catarata).
- Barcelona, Madrid y el Estado, de Jacint Jordana (Catarata).
- Sobre El Político de Platón, de Cornelius Castoriadis (Trotta, traducción de Horacio Pons).
- Alta cultura descafeinada, de Alberto Santamaría (Siglo XXI).
- Walt Whitman ya no vive aquí, Eduardo Lago (Sexto Piso).
- Post-Democracy, de Colin Crouch (Polity).
- Inventing the People, de Edmund S. Morgan (Norton).
- Muros, de David Freyre (Turner, traducción de Eduardo Jordá).
- Democracia en suspenso, VV.AA (Casus-Belli, traducción de Tomás Fernánez Aúz y Beatriz Eguibar).
- Against the grain, de James C. Scott (Yale).
- Social origins of Dictatorship and Democracy, de Barrington Moore Jr. (Beacon).
- Caníbales y reyes, de Marvin Harris (Alianza, traducción de Horacio González Trejo).
- Ciudades rebeldes, de David Harvey (Akal, traducción de Juanmari Madariaga).
Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger (Taurus, traducción de Joaquín Chamorro Mielke).
Internados, de Erving Goffman (Amorrortu, traducción de María Antonia Oyuelo de Grant).
Melancolía de izquierda, de Enzo Traverso (Galaxia Gutenberg, traducción de Horacio Pons).
McMafia, de Misha Glenny (Península, traducción de Joan Trujillo Parra).
- Estado de inseguridad, de Isabell Lorey (Traficantes de sueños, traducción de Raúl Sánchez Cedillo).


Un saludo cordial a quienes me leen, en especial a los/las que no lo reconocen.





lunes, 23 de diciembre de 2019

'Lazos de humo', de Ernesto Rodríguez Abad

Se acaba el año, malbien que nos pesealegre, y frente a la lábil resignación que nos produce constatar que no hemos hecho apenas nada digno de ser conservado en las tablas de la memoria surge, de nuevo, engañosa, la perspectiva del inicio, del principio, del plan que dotará de sentido la vida a partir de ahora. Siempre es tarde y nunca es suficiente, podría ser el epitafio de todos nosotros. Salvo en las películas, series de televisión y Tele5, donde los sueños se hacen realidad porque si te empeñas lo suficiente cumplirás todo aquello que te has propuesto. Cómo soportar, si no, la miseria del mundo que se acumula frente a nosotros.

Es también la época de ponernos un poco melancólicos e intentar escribir cosas clicheprofundas y sublixtencialistas, pero seamos conscientes de que no vamos a ganar el premio a la mejor composición original, ni mucho menos. Golpeémonos la frente: propongo que desentonemos desde nuestro lugar en el coro. Sí, desde ese que creemos que hemos elegido y en el que nos hemos acomodado.

Ay, pediría que, ya que en este momento están sentadas o tumbados leyendo estas líneas, se levantaran y prorrumpieran en un fuerte aplauso dedicado a Alexis Ravelo, porque gracias a él una obra desconocida, por tanto ignorada, por tanto sin editar, por tanto sin haber sido prologada ni comentada jamás, escrita por un autor desconocido, por tanto ignorado, por tanto nunca editado, por tanto sin haber sido jamás objeto de artículo o estudio alguno, ha sido arrancada de las tinieblas del olvido, qué digo, de la inexistencia, incluida en el catálogo de Siruela, una editorial nacional y de prestigio para que los lectores por fin podamos tener acceso a ella. Ambos, Ravelo como conseguidor y prologuista, y Siruela como editorial, han puesto en el mapa de la literatura a Crimen y a su autor, un tal Agustín Espinosa. Antes, era imposible. Ahora, el cielo es el límite. Otro aplauso: no escatimemos. Se lo merecen por rescatar una obra que ahora sí forma parte del patrimonio no meramente canario, sino español. Gracias a esta iniciativa, Crimen ocupará el lugar que se merece.


Por el contrario, abucheemos, ya que hemos entrado en calor y nos arden las manos, a todos aquellos/as que pudieran sospechar que no es Espinosa ni sus lectores quienes deberían agradecer a Alexis Ravelo que lo hiciera emerger de la insignificancia, sino a la inversa, ya que sería este quien, subido a sus hombros, pretendería beneficiarse de su aura (es posible que en una sola de las páginas de Crimen haya más literatura de calidad que en toda la obra junta y bien apretada de su prologuista). Que no sería Alexis Ravelo quien "ha sido generoso con Agustín Espinosa" como afirma Santiago Gil, sino que la generosidad, póstuma, se la habría apropiado el primero del segundo, por mucha "bonhomía de hombre bueno" que le haya atribuido. 

Abucheemos, además, a aquellos que recuerdan, entre otras, la edición de Biblioteca Golpe de Dados, prologada por Eugenio Padorno, un don nadie, que, además, cuesta 10,81 euros, frente a los 17,26 euros de Siruela, prologada por Ravelo. Buuuu.

El mundo está lleno de desagradecidos y de noístas que no saben apreciar el progreso. Acabemos con ellos, disentidores espurios, hez de la sociedad.


En fin, volvamos a nuestros asuntos ordinarios. 

Para cerrar el año 2019 en el apartado de las reseñas, hoy tenemos 'Lazos de humo' de Ernesto Rodríguez Abad.




Lazos de humo fue la penúltima "novedad" reseñada en Dragaria antes del cese de su actividad como propagadora y abanderada del buenrollismo literario. De ello, ya escribí aquí.

Para entrar en materia, lo mejor que se puede escribir de la novela es que está escrita con corrección. Las comas y los puntos están bien puestos, así que al menos uno puede leer de corrido. Asimismo, el argumento, a priori, cuenta con elementos atractivos, como la figura del contador de historias, la industria del tabaco en Canarias o la aspiración a abrirse paso en la sociedad franquista de los 50-60 de las mujeres en La Palma, es decir, en la periferia de la periferia de un país periférico.

No obstante, los defectos coartan las potencialidades de la historia. Los clichés son, como ya señalamos en la anterior reseña de Jonathan Allen, los que se refieren al adjetivo típico que acompaña al sustantivo. Sin duda, facilita la lectura, pues el lector o lectora ya sabe lo que va a continuación: ideal para los que tienen prisa, sin duda. A veces, sin embargo, la lectura fácil implica que la escritura ha sido simple, aun no siéndolo el vocabulario: "rabia contenida", "ilustre visitante", "labios húmedos", "labios carnosos", "cabellos dorados", "contabilidad aburrida", "aromas voluptuosos y sensuales", "carcajada sonora", etc. 

También, cierta cursilería en las expresiones, como que la protagonista quiere "volar", refiriéndose a sus ansias de libertad, o "beberse la ciudad", en la primera impresión de esta. O un erotismo algo rancio, quizá paralelo a la época en la que está ambientada la novela, finales de los 50 y primeros de los 60. Además, la trama avanza a tijeretazos, esquemática en extremo, con escenas cortas que pretenden ser significativas para ahorrarse un desarrollo que no debería haberse escatimado. No sé si el historial del autor, Ernesto Rodríguez Abad, como cuentista ha influido, en este caso de manera perniciosa, en Lazos de humo. Asimismo, percibo una tendencia a personalizar la naturaleza, falacia patética demasiado esperable, convencional


Las calles estaban agitadas. Grupos de gente caminaban por la avenida marítima en dirección al muelle. Reían y hablaban animados.El sol y el mar la embriagaban. Caminó siguiendo a la multitud. La curiosidad la guiaba. Quería verlo todo, conocer gente, volar. 

El muelle estaba abarrotado. Se abrió paso a empellones, arrastrando la maleta remendada. Se ponía de puntillas para tratar de ver por encima de las cabezas. Sin darse cuenta apoyó la mano, para no perder el equilibrio, en el hombro de un muchacho que estaba delante de ella. Él volvió la cabeza de rizos rubios. Los ojos azules se clavaron en los de ella. Se ruborizó y un ligero temblor lo recorrió desde los pies. Carraspeó y se animó a hablarle. (Pág. 28)


Lea remataba sus cantos con un cierto aire de mutis teatral. Los tabaqueros que le hacían los coros callaban como orquesta disciplinada. 
Ella movió su trenza algo desordenada. Los cabellos dorados se desprendieron y revolotearon libres. Un leve sudor perlaba la frente y los pómulos. Despalillaba las hojas secas del tabaco mientras susurraba las notas de la melodía que había cantado. Los dedos ágiles y lánguidos, como porcelanas transparentes, trabajaban con rapidez; se diría que pensaban por sí mismos, que tenían autonomía y vida. De pronto paró y explotó en una carcajada sonora, descarada, persiguiendo a manotazos los residuos secos que se desprendían del tabaco. Recordó las palabras repetidas por su abuela: "No rías de esa forma, eso solo lo hacen las mujeres descaradas. El mal entra siempre por la boca".
Álvaro no podía apartar los ojos de los senos blanquecinos que se entreveían por el escote de su blusa desabotonada. Los labios rojizos y sensuales de la muchacha lo cautivaban. Aquella carcajada sonora y estridente lo excitaba. Despertaba todos los instintos dormidos. Aquella risa que espantaba las palomas posadas en el techo de la fábrica se metía dentro de él, lo provocaba. (Págs. 55-56)

La fábrica vacía se llenó de sombras y de rumores vagos. Un gato pardusco merodeaba entre las hojas del secadero. Se rascaba el lomo contra las paredes rugosas. Ronroneaba mimoso. En la calle las ráfagas ariscas del viento incesante golpeaban las puertas y ventanas, ululaban tratando de atravesar las rendijas y los resquicios de las maderas mal selladas. Traían hasta la estancia en penumbras los rumores del pueblo. Las voces y las habladurías insistían en traspasar los límites del espacio humano, de la intimidad necesaria para respirar. El viento cuchicheaba impertinente y malévolo. 
Un candil encendido en la mesa de los trabajadores llenaba de medias luces y sombras grotescas la estancia. Todo parecía un gran escenario de teatro chinesco: deforme y desgarbado. La realidad se proyectaba multiplicada en mil formas deshumanizadas en las tejas, en las paredes, en las cajas amontonadas. (Pág. 67)

Por otro lado, los personajes parecen más bien alegorías (La Libertad, La Maldad, El Despecho, El Demiurgo...) que personajes reales. Si no nos gusta este último adjetivo, preciso que les falta complejidad, vida interior. El narrador nos cuenta sus pensamientos y sentimientos, pero aun así se nos presentan rígidos, sin progreso o decadencia perceptibles. No son incoherentes, lo que no está mal, pero es que las alegorías no suelen serlo. Esta sensación de tentetieso, se ve agudizada por los diálogos, que parecen sacados, como dice Álvaro, el dueño de la fábrica de tabaco, "de novela". Es decir, artificiales. Pues si lo nota, para qué los escribe así, pensarán Vds., con razón. 


Ismael esbozó un gesto de ironía. Sabía defenderse en inglés, pero no logró descifrar el resto de la conversación. Las voces se mezclaban en una algarabía ininteligible. Aguzó el oído para ordenar los retazos de palabras que llegaban hasta él. Distinguió el diálogo de dos hombres que a su lado comentaban algunas de las vicisitudes de la inesperada visita. 
-¿Te has dado cuenta de algo? 
-¿Qué? 
-No ha venido el alcalde. 
-Ni ninguna autoridad. 
-Dicen que es por la guerra. 
-¿Qué guerra? 
-La tensión política de Europa. 
-¿La guerra fría? 
-Es que Churchill representa a los aliados. 
-Y ya se sabe, España... 
-Era o es de otro bando. 
-¡La política! 
-Los políticos y sus prohibiciones. Sus intereses. 
-¿Lo prohibieron? 
-Eso parece. 
-La España oscura. 
-La España gris. 
-La intransigente.(Págs. 31-32)

Lea cogió un montecristo. Lo llevó hasta sus labios carnosos y brillantes. Álvaro la miraba asombrado. 
-¿Qué haces? 
-Sentir el humo dentro de mí. 
-¿Qué pretendes? Estás un poco loca. 
-Ya te dije que un día aprendería a fumar. 
-¿Por qué? 
-Quiero sentir, quiero hacer lo que me venga en gana. 
-No logro entenderte. No consigo seguir tus pensamientos desordenados. 
-No hace falta. Los hombres necesitan tenerlo todo controlado. Tienes un pensamiento demasiado lógico. Yo quiero volar... (Pág. 73)


Lo que me pregunto, más allá de los defectos señalados, es la necesidad de escribir una novela así hoy en día. No me refiero solo a la forma, convencional por lo demás, sino sobre todo que la denuncia de la pacatería, mojigatería, gazmoñería, etc de la España/Canarias/La Palma de aquella época no aporta nada nuevo, no nos dice nada que no sepamos ya. Tampoco la novela se erige como metáfora o símbolo de problemas presentes especialmente acuciantes. No capto la relevancia moral o cognitiva de esta obra. Por lo que se ve, el mundo está lleno de personas que quieren escribir su novela. Harían bien en preguntarse qué aportan, aparte de su desahogo expresivo. 

Eso sí, Lazos de humo puede leerse con agrado por aquellos/as que valoran por encima de todo la facilidad en la lectura y que esta confirme sus expectativas sintácticas, semánticas, morales y cognitivas. En definitiva, una obra que pese a su afán por realzar la libertad de acción y la autonomía personal de sus personajes no deja de ser un producto trillado y sin ambiciones estéticas, una muestra más de conformismo literario que no lleva a ninguna parte. 


jueves, 12 de diciembre de 2019

'A los que leen', de Jonathan Allen

Es posible que no constituya, para la mayoría de Vds., sorpresa alguna que les señale que la crítica cultural, en general, y la crítica literaria, en particular, que no se limite a "saludar" las novedades de turno condena a su autor/a al rechazo de unos pocos/as (sobre todo, los afectados y perjudicadas por la crítica negativa) y al temor de unos/as cuantos/as más, que temen verse en tan peligrosa compañía. Quizá, sería ocioso subrayar que es precisamente esa actitud de encono, nada original, la que confirma al crítico en su enfoque, la que lo estabiliza en su perspectiva y la que, en los momentos más solitarios, le induce a la perseverancia. Nadie dijo que actuar con sentido de la justicia y contar con criterio tuviera como corolario reconocimiento alguno. Tampoco, que la justicia poética fuera más que un tópico literario. Si hay algo que aborrece este reseñador son los tópicos literarios; y las frases hechas en las conversaciones, también.

Viene todo esto a cuento por la sospecha que está comenzando a germinar en mí de que muchos reseñadores buenrollistas no solo elogian de entrada, hasta el empalago, las obras de deudos, allegados y recomendados, como no me he cansado de señalar en este blog; sino que también existe la posibilidad (esta es la sospecha, perdonen esta frase tan larga y con aposiciones: terrible) de que en algunos casos las hayan leído y, lo peor, incluso gustado. Si en el primer caso, su honradez crítica quedaba aniquilada por la cortesía social, la promoción y el colegueo, lo que ya los pierde, en el segundo, es su gusto el que se despeña a profundidades apenas vislumbradas. Un gusto, además, proveniente, en gran parte de los casos, de escritores/as con cierta ascendencia en el mundillo, ya sea por su obra, ya sea por su posición en los medios de comunicación o vayan Vds. a saber por qué, a estas alturas.


Comprendo que meterse en cuestiones de gusto es terreno resbaladizo. ¿No es cada cual soberano en su gusto? Bien, ¿pero eso significa que creativa, literariamente, no es posible calificar a una obra de buena o mala, de mejor o de peor? Claro que sí, siempre que anclemos el juicio a argumentos. En caso contrario, los juicios no valdrían nada, serían la simple expresión de sensaciones indescifrables, meros estallidos de pompas subjetivas sin aspiraciones de universalidad, es decir, que aspiren a que otros puedan aceptarlos. Así se explican esas reseñas que pretendiendo elogiarlo todo no explican nada y que aspiran a la ininteligibilidad anestesiadora. Es posible que por este camino llegásemos a convertirnos, entonces, en relativistas posmodernos para quienes la valía de una obra artística, dada la imposibilidad del juicio razonado, dado que todo es igual de bueno porque todo es relativo, se correspondería con cifras: número de lectores, número de ejemplares vendidos, números en la cuenta corriente. Insisto: todo juicio debe estar argumentado, y por tanto abierto a los contraargumentos. 


Como ya he escrito en anteriores ocasiones, si ensalzamos lo mediocre, ¿qué nos quedará para lo que es bueno de verdad? ¿Qué pensarán los lectores? ¿Y los aspirantes a escritores? Contemplaran un rosario de obras mediocres y de autores sin talento expuestos como luminarias. Compararán su obra en formación con novelas desgraciadas mal escritas por autores sin talento, ya sea porque el mercado las ha premiado, ya porque su mundillo literario local carece de críticos que no teman herir susceptibilidades. 


Al fin y al cabo, esto es lo que hacen los/las reseñadores/as: leer, valorar, juzgar y explicar. Lo demás puede ser comprendido en términos de técnicas de mercado, si nos ponemos en el punto de vista de la industria cultural; o en consideraciones de vanidad y arribismo, si nos situamos dentro del mundillo literario/artístico. No es inconcebible que ambas perspectivas se solapen. Además, puesto que, visto lo visto, la crítica literaria académica puede escribir sobre cualquier cosa de una obra menos de su calidad, desertando así de una función que le es propia, ese espacio vacío quedará ocupado por los delegados/as de las editoriales, los escritores amigos en actividades promocionales propias y ajenas y los miembros de la especie que más se esfuerza (de forma consciente o no) por reducir cualquier expresión artística a bagatela de consumo: el periodista cultural.








A los que leen es la segunda novela de Jonathan Allen que reseño en el blog. Por decir algo buena de ella, para comenzar, podemos señalar que, al menos, puede leerse en su integridad sin morir en el intento. No como su novela anterior, El conocimiento, que reunía tantos defectos en unas apretadas páginas que descorazonaba incluso al lector mejor dispuesto.

Dicho lo cual, tras constatar esta mejora, me temo que A los que leen tampoco da la talla para considerarla una buena novela, ni siquiera regular. El argumento consiste en el enamoramiento de un joven grancanario llamado Gustavo con una chica argentina, Sofía, que viene de visita a la isla para ver a su tío Luis. Gustavo conoce a Luis porque este se ha casado con una vecina rica, Luisa Simón, y ambos comparten pasión por los libros. Lo mismo le ocurre a Sofía, así que Gustavo y ella extienden dicha pasión libresca al amor. Posteriormente, aunque no en el orden narrativo, Gustavo irá a la Argentina a reencontrarse a su novia, primero, y prometida, después, para casarse y residir en aquel país. Es, grosso modo, una historia de iniciación, de amor y de libros. El autor, además, intercala, fragmentos de obras de Kafka, Borges, Bécquer y otros autores para resaltar la importancia de aquellos y de la literatura en general para los protagonistas.


Este proyecto narrativo podría haber tenido cierto recorrido, cierta enjundia, para los lectores y lectoras de más de un libro al año. Es frecuente la bibliofilia entre la minoría lectora de ficción con su correspondiente canon de grandes autoras/es y obras, a veces casi hasta la sacralización. Sin embargo, Allen fracasa de manera clamorosa en la traslación de sus ideas al lenguaje escrito. Es en esa capacidad donde se sustancia el talento literario.


Veamos ese fracaso:

a)
 Disfruté durante unos años de las enseñanzas de una catedrática rusa de traducción que aseguraba que una de las claves para estudiar un idioma extranjero eran las frases hechas y las combinaciones corrientes de sustantivo+adjetivo. Pero lo que es una estrategia adecuada para aprender idiomas extranjeros no es una práctica literaria estimable en el propio. Así, el autor no para de escribir esas combinaciones sustantivo+adjetivo de las que podríamos decir que "salen solas". Pero ese automatismo, optimista y lenguaraz, redunda en un empobrecimiento estilístico grave. Jonathan Allen, lo aseguraría, se solaza en esas combinaciones usadas y reusadas hasta el hastío más embrutecedor: "sentimientos profundos", "dantesca crónica", "trágica circunstancia", "estrecha estancia", "oscuridad imperante", "envidiable ecuanimidad", "eminente arquitecto", etc. A pesar de un vocabulario rico en general, la impresión que se obtiene con la lectura es la de pereza en la redacción, la falta de reflexión en torno al lenguaje. 

b) No me obsesiono de manera especial por esos clichés formales de la corrección como las repeticiones o los adverbios terminados en -mente, pero en este segundo caso, albergo la impresión de que Allen los utiliza con una frecuencia desmesurada, que podría calificar de procaz. Unos cuantos ejemplos seleccionados aquí y allá sin ánimo exhaustivo:


En previsión del frío, me puse un jersey de lana gruesa, aunque el pantalón sin calzoncillos y los zapatos sin calcetines ¿Para qué vestirse formalmente? Mi camarote estaba muy cerca de una escotilla que abría a la cubierta de primera y era altamente improbable que me encontrase con otros pasajeros. 
Singlábamos más tranquilamente, dando solo algún que otro bandazo y apenas cabeceando (Págs. 26 y 27)


Afortunadamente solo eran las seis y media de la tarde en Las Palmas. Juré que volvería a llamar en cuanto llegase a Mendoza. Descolgué nuevamente el auricular para pedir la llamada a Sofía, pero no puede continuar. (Pág. 35)

En El proceso Josef K. inocente de cualquier delito, termina asumiendo que debe ser culpable de algo. Paulatinamente se convierte en un encausado obsesionado por su defensa y comienza a analizar a todas las personas y los lugares relacionados con su proceso. Se aferra a la razón y a la lógica en un submundo paralelo de abogados corruptos, criadas de fácil virtud y pintores informadores. De nada le sirve creer en su defensa y en su inocencia. Todo va mal desde el principio para él. Cuando finalmente tocan a su puerta para llevárselo (lo asesinarán en una mina abandonada a cierta distancia del centro de Praga) Josef K. se pregunta si los dos personajes enviados realmente son verdugos profesionales. Intuyendo su terrible fin y esperándolo formalmente vestido en su apartamento, el protagonista se siente muy desconcertado por el hecho de que sus ejecutores sean dos falsos funcionarios. (Pág. 41) 

Me quedé sorprendido al encontrar nuevos pasajeros. Una mujer joven que parecía muy cansada, se esforzaba en leer un diario bonaerense, mientras su hijo, un niño de unos diez años, que usaba su regazo como almohada, dormía profundamente. Menos mal que los cuentos de Kafka se hallaban sobre mi asiento. Aunque mi intención era recuperar el volumen y volver a mi dormitorio, me senté. Francamente no sé por qué lo hice. (Pág. 157)

c) En el terreno de las descripciones, el autor alterna vívidas imágenes de la naturaleza y de la urbe con otras que más bien parecen sacadas de un folleto de exposición o de una guía de viajes. Ejemplos:



Entre los ventanales se erguían peanas lacadas de diferentes alturas y en ellas se había colocado una colección de tallas y esculturas cuyo estilo reconocí enseguida. Eran piezas espléndidas de Plácido Fleitas, Abraham Cárdenes, Eduardo Gregorio y Juan Márquez, alumnos de la Escuela Luján Pérez, que desde su humilde sede y modestos inicios en 1918 había renovado el panorama del arte local. En la pared interior, frente a las ventanas que daban al jardín plantado de magnolias y laureles de India, se imponían dos vastos formatos de Néstor, dos retratos suntuosos. (Pág. 108) 

Éramos, según él, una ciudad bastante interesante, con un buen número de edificios dignos que abarcaban los estilos arquitectónicos de Occidente, un emplazamiento ideal y un clima privilegiado, (sic) Evidentemente no podíamos competir con las metrópolis donde la historia se había fraguado. (Pág. 129) 

-¿Quién es Pedro Figari? -le pregunté a Sofía sin dejar de observar el cuadro-.  Es una imagen simbolista... muy moderna, una metáfora. 
-Figari fue un uruguayo, el iniciador de muchas cosas. Su arte y su visión, de las más originales, está ligada siempre a la búsqueda de una verdad y una identidad americana. Además de pintor fue jurista, reformista, político, escritor. En Mendoza verás más cuadros de él. Ese óleo fue muy querido por mis padres. Ellos amaban a los caballos. Pero, mirá el otro, su pareja. (Pág. 194)


d) Diálogos impostados. Apenas hay una pizca de naturalidad en ellos. A veces, parecen solo una excusa para la erudición del autor, como el que sostienen Gustavo y un librero en Buenos Aires entre las páginas 45 y 57. En otras, afectan a la verosimilitud y a la caracterización de los personajes, que, con independencia de su edad y condición, parecen todos engolados, pedantes y cursis. Ejemplos:



-¡Joven, joven! ¿Vos sos Gustavo? ¿El niño lector del barrio? 
-Eh... pues sí. El cuasi adulto lector, si no le importa -contesté subiendo la guardia, al desconocer cuál era la intención de la pregunta y creyendo advertir un tonillo burlón. 
-¡Qué respuesta! La de un lector avezado. La que solo un lector vertical pueda dar. 
-¿Un lector vertical? 
-Sí, calmate. No me estoy riendo de vos. Decime si me equivoco, ¿pero vos no leés de pie? Apuesto a que sí. 
-Pues no se equivoca. Leo de pie, esperando la guagua, caminando, por cansancio de leer sentado. 
-Ves, ¡es espléndido! Pibe, acercate a la puerta. Quiero enseñarte una cosa. (...) (Págs. 94-95)


-Por favor, Gustavo, dame un vaso de agua. La bandeja está en esa mesita. Estoy mareada. 
-Ahora mismo. 
Bebió el vaso de un trago y suspiró no sé cuántas veces. Era obvio que tenía mucho dolor. 
-Es... son las cicatrices, y que yo he abusado. 
-¿Abusado? 
-Sí. Me he levantado demasiadas veces. 
-¿Ya puede caminar? 
-No me trates de usted. Nos vamos a vosear. ¡Ojalá pudiera dar diez pasos seguidos, cinco! Me hicieron creer que así sería. Sólo he logrado alzarme y estar de pie. 
-Pero eso es magnífico. Una excelente noticia. 
-Sí, ¿viste? El principio de algo bueno, de una mejoría lejana, de una recuperación que se eternizará. 
-Que hayas podido y puedas, aún con mucho dolor, levantarte, erguir el espinazo, es un dato muy positivo -dije, como si fuera un médico repitiendo una fórmula. 
-Ya lo sé, ya lo sé... -dijo enfáticamente y recuperándose-. Decime de quién es ese bello poema, esos versos tan sencillos... tan... 
-Puros. Versos de una pureza que cincela la esencia y la idea. No son concéntricos, sino excéntricos, emergen desde la verdad hacia afuera. La gente los encuentra anticuados y sus imágenes, cursis. Yo creo que Bécquer es un poeta intemporal que narra el gran viaje del alma por la vida, la aventura que la deja maltrecha. Describe la huella de las cosas, la pasión, el éxtasis, la pérdida más que la cosa en sí. Es un mago, un gran mago. 
-¡Morite! ¡Otro especialista, otro fino discernidor, Luis Dante dos! -exclamó riendo. (Pág. 116)


e) Personajes. Sigo, si no con interés sí que no con demasiada molestia, los avatares de Gustavo desde su niñez hasta su vida adulta. Un individuo cuya relevancia consiste en que lee mucho, en que le gusta atormentar a sus conocidos con versos y que ama a una mujer tullida. A ratos, amaga con sostener opiniones políticas, pero esos pensamientos devienen veleidades. Sofía también lee, y su importancia radica en que ama a Gustavo y le proporcionará una vida acomodada. También pulula un grupo de personajes secundarios entre quienes destaca el tío de Sofía, Luis (escrito en la última parte de la novela como "Luís"). Dan la impresión, en general, de ser excusas para el desbordamiento romántico amoroso, lacrimógeno o literario, pero les faltan consistencia y páginas para que se sostengan por sí mismos.


Es posible que el autor haya querido recrear, a través de las vivencias y avatares de los personajes, en especial de los del protagonista, esa atmósfera brumosa y onírica, de profundo sentido existencial, de la obra de Kafka y de Borges, pero tamizada por su concepción del amor. En ciertas escenas, un tanto descolgadas de la trama, parece encaminarse en esa dirección, pero los defectos aludidos, la insuficiencia del argumento y su escaso desarrollo, la falta de profundidad moral de los personajes y un tono que nunca parece ser el adecuado se cohonestan para un resultado final deficiente. La novela, en definitiva, no deja de ser más que las andanzas intrascendentes de un pequeñoburgués de provincias.


Para pasar de largo.






P.D. Como es habitual, los autores de otras reseñas o menciones de la obra no comparten mis puntos de vista. Aquí (Santiago Gil) y aquí (Emilio González Déniz).

P.D. del 24/4/2020: He visto esta reseña en un digital local: https://www.eldiario.es/canariasahora/cultura/los-que-leen-Jonathan-Allen_0_1019449218.html


martes, 3 de diciembre de 2019

Punto y coma: nueva antología de la poesía de Ernst Jandl. Reseña de José Aníbal Campos





A pesar de la frecuencia con la que se emplea la expresión “acontecimiento editorial” en los medios culturales españoles (tanto en la cada vez más errática prensa cultural oficial como en blogs, foros de libreros y lectores o zalameros perfiles de Facebook), son raras las veces en las que tenemos la dicha de asistir a uno verdadero.
La publicación de esta selección de poemas del autriaco Ernst Jandl (Viena, 1925-2000) es una de esas ocasiones. Con el delicioso subtítulo de Si no puede hacer nada por su cabeza, al menos arréglese la gorra (versión libre, pero inmejorable, del epígrafe que encabezaba un poemario de Jandl en 1978, die bearbeitung der mütze, y que en original dice: “kann der kopf nicht weiter bearbeitet / werden, dann immer noch die mütze”), esta muestra de 68 poemas trae a España, por fin, una selección algo más amplia de la obra de un poeta imprescindible del siglo XX, en una continuación de la labor iniciada en la península ibérica por el espléndido Felipe Bosso con sus 21 poetas alemanes (Visor, 1980). De la mano de Sandra Santana (Madrid, 1978), que figura como compiladora y traductora —y quien, a juzgar por sus más bien esporádicas, pero certeras ediciones dedicadas a aspectos poco tratados o conocidos del pensamiento y la literatura de los países germanohablantes, está llamada a convertirse en una de las divulgadoras más inteligentes y profesionales de esas culturas en España, mullido diván de tanto diletante gozoso—, asistimos aquí al genuino segundo natalicio —algo tardío, pero en ningún caso inoportuno— de Jandl para las letras españolas. ¿Por qué el segundo? Porque en algo se equivoca la editorial Arrebato Libros en su nota de contracubierta y en algunos de los postings promocionales de esta excelente antología cuando dice que es “la primera vez” que una amplia muestra de la producción de Jandl aparece en castellano. Ya en el año 2007, un poeta y traductor cubano, Francisco Díaz Solar (a quien, dicho sea de paso, Sandra Santana hace referencia en su prólogo, en un elegante gesto que mucho la honra y que no suele ser demasiado obvio ni habitual en el entorno de alborozado y pelusero cainismo en el que desarrolla su labor, donde campan por sus fueros, impunes, los plagiadores de bufandas estilosas), dio a conocer en la colección Torre de Letras (proyecto editorial alentado por la poeta cubana Reina María Rodríguez) una muestra algo más amplia que esta (89 poemas) titulada igualmente a partir de un verso de Jandl: Para hacer un poema. Antes de esa fecha, en 1998, Díaz (a quien, por cierto, la televisión austriaca le dedicó un magnífico documental sobre su relación con la obra del poeta vienés) había publicado ya una selección de poemas de Jandl en el número especial que la revista cubana Unión dedicó a las letras austriacas contemporáneas, y en el año 2001 apareció en la también cubana revista Diáspora(s) la excelente serie de desacralizadores poemas que Jandl dedicó a Rilke.

La antología de Sandra Santana, sin embargo, viene a ser un espléndido complemento de aquellas otras selecciones que, por fatalidad geográfica y política, han contado con muchas menos oportunidades de circular por los canales internacionales de distribución de libros. Aunque son varios los poemas que se repiten en ambas antologías, la muestra de Arrebato Libros incluye varios ejemplos de poesía concreta (vertiente importante en la producción del austriaco, pero a la que Francisco Díaz renunció de manera consciente en su selección, con el propósito de dar mayor espacio a poemas representativos de lo que, a mi juicio, constituye la esencia y la radical originalidad de Ernst Jandl en el poliédrico panorama de la poesía experimental). Como dice Díaz Solar en su ensayo preliminar: “La asombrosa variedad de este poeta no se basa en la abundancia o sutileza de matices, sino en radicales tensiones entre polos opuestos. Humor y gravedad, percepción de lo individual y lo social, rotura libertaria de la lógica y experiencia paralizante de la depresión, mediados por una visión de lo feo y lo grotesco y por técnicas de destrucción, recombinación y movimiento de los materiales del lenguaje hacia la esfera de lo agramatical, hacia la exploración de unidades lingüísticas mínimas como portadoras de la carga poética y hacia lo que [el propio poeta] llamó lengua reducida” (En: Para hacer un poema, “Introducción”, La Habana 2007, pág. 6. El subrayado es mío).
Sandra Santana, por su parte, ha querido destacar en su selección ese otro aspecto igual de relevante en la obra de Jandl: la variedad y, a la vez, su humilde minimalismo. Su prólogo se inicia con una cita del austriaco en la que, de manera lapidaria, se nos advierte: “Mi escritorio está servido para todos”. Y la propia traductora comenta: “Ampliar los márgenes de la poesía de modo que hubiera, como en un banquete abundante, suficiente para alimentar a quienes se acercan con hambre. La escritura de Ernst Jandl es el registro de un esfuerzo continuo para convertir en literatura cualquier cosa que se tenga a mano: ir a la compra, respirar, abrir la puerta de casa, esperar turno en la consulta del médico o salir a pasear al perro” (págs. 9-10). Y más adelante, con sensibilidad verdaderamente conmovedora, añade: “[Jandl] [q]uiso abrir la lengua de la poesía al niño, al extranjero, al idiota que todos llevamos dentro para, con lo más simple (el trazo de un lápiz, unas pocas hojas con letra impresa), entregarnos la máxima recompensa: el rastro de otro que, como nosotros, también sufre porque la vida a veces es una carga pesada que dan ganas de abandonar. Y porque a veces revolotea tan ligera que, sabiendo que se desvanecerá irremediablemente, uno querría que durara para siempre” (pág. 10).
Y es que con Jandl estamos ante un fenómeno casi único no solo en las letras alemanas: un poeta experimental y vanguardista; un poeta, además, con una obra combativa y de alto contenido social que, sin haber tenido nunca una página de Facebook, llevando más bien una vida pública modesta y discreta como profesor de inglés en un instituto, alcanzó una popularidad enorme no solamente por sus performáticas lecturas y su esporádica colaboración con jazzistas, sino gracias también a esa combinación singular de sencillez y hondura, con poemas que son el resultado inmediato de una profunda reflexión sobre la materialidad del lenguaje, expuesta del modo más leve; una reflexión que, sin estridencias ni poses de “vanguardia”, sin fatuas apelaciones a manidos recovecos del alma ni suspirantes evocaciones de la luz, alude con un gran sentido del humor a las tragedias elementales del hombre. (Valga decir que la oportunidad de la aparición de un poemario como este en España reside también en la lección poética implícita para tanto epigonalismo aturdido y autosatisfecho, en su objeción tácita a un despilfarro de impostados cantos a la luz que, de poder acumularse todos y transformarse en electricidad, podrían abastecer con megavatios de energía limpia a varias ciudades de tamaño medio.)
Un ejemplo de esa honda sencillez lo encontramos en un poema que se repite en ambas antologías, “1944-1945”, el cual emplea la violencia fonética contenida en la sonoridad de la palabra “guerra” (krieg), que, repetida doces veces (como los meses del primer año evocado en el título del poema), se ve interrumpida por la esperanzadora exhalación física a la que obliga la pronunciación de la suave voz “mayo” (mai) a la altura del quinto verso de la columna siguiente. Otro de los grandes poemas fonéticos de Jandl, “trnchnbrmm” (en alemán: schtzngrmm)este sí solo recogido en la antología cubana— fue compuesto con el material consonántico de las palabras “trinchera” y “bomba” y, al decir de Francisco Díaz, “recrea la atmósfera sonora que envuelve a un soldado atrincherado, en un texto antibelicista donde evoca con singular humor las imitaciones en juegos infantiles de las armas de fuego para culminar con una metáfora fónica de la muerte” (Op. cit., pág. 7).
Si menciono expresamente esos poemas es porque ambos son el ejemplo más radical, si se quiere, de un aspecto tenido en cuenta por los dos compiladores y muy bien señalado por Sandra Santana en su prólogo: “Pocos se han dedicado tan disciplinadamente como él a reinventar la lengua alemana. […] En el caso de Jandl, esto supone, sin embargo, no encumbrar la lengua, sino, en cierto modo, rebajarla, haciéndole evidenciar así lo más profundo y básico de su belleza” (pág. 14).
Cabe destacar de esta antología la encomiable labor de traducción de Sandra Santana ante un corpus de poemas que, en algunos casos, rozan lo intraducible. Basta leer el resultado de una pieza tan compleja como “viena: plaza de los héroes” (pág. 55) —poema en el que Jandl emplea múltiples neologismos creados a partir de la fusión de palabras de diversos ámbitos, con el fin de recrear la atmósfera de histeria colectiva reinante aquel 15 de marzo de 1938, cuando Hitler, desde el balcón del Palacio Imperial vienés, anunció la anexión de Austria al Reich alemán— para saber que estamos ante una traductora muy sagaz que no se arredra ante los riesgos.
La edición de Arrebato Libros es, por lo demás, exquisita. Lleva en portada, sobre fondo amarillo, la célebre foto tomada a Jandl por George Oliver el 6 de mayo de 1978, durante su lectura en el festival “Internacional Sound Poetry” de Glasgow, y, a modo de bonus track, nos regala en portadilla un transparente con un dibujo realizado por el propio Jandl en 1974, tomado de su poemario der versteckte hirte, de 1975.
coma – punto, así titula Klaus Siblewski (durante muchos años el editor de la obra de Ernst Jandl en Luchterhand) la fabulosa biografía fotográfica del poeta aparecida en el 2000, año de la muerte de Jandl. Como un punto y coma en el aún inacabado párrafo de la divulgación de Ernst Jandl en castellano deberíamos acoger esta nueva muestra de su obra en nuestra lengua. Cabe esperar que la siguiente frase en ese párrafo quede en manos otra vez de alguien tan competente como Sandra Santana. Supongo que ella intuye la existencia de unos cuantos lectores que, sin hacer alharacas de amistad ni prodigarse en la adjudicación de rosados corazoncitos digitales, se lo agradecemos. Y se lo agradecemos a sabiendas.

Düsseldorf, octubre de 2019

viernes, 29 de noviembre de 2019

'Fundido a blanco', de Víctor Conde

Soy de la opinión de que en el quehacer humano hay -debe haber- momento para la reflexividad, entendida esta como la reflexión sobre la propia actividad. Sin otorgarle ninguna preeminencia epistemológica o moral, la literatura se presta a ello de manera conveniente, dada su naturaleza lingüística y su vertiente imaginativa. Dentro de la literatura, así pues, en mi actividad reseñadora, en mi calidad -mejor o peor- de reseñador, me pregunto a menudo qué es lo qué hago, por quién y para quién lo hago, y por qué lo hago.

No es un secreto que me interesa menos la obra literaria en sí que la sociedad que la genera y, por ende, la individualidad que la crea. Cómo una sociedad, cómo un público lector, la recibe, la valora o la desdeña. Es decir, a menudo lo que hago es indagar y pensar sobre las posibilidades de creación y las prácticas de institucionalización, sobre todo mediante las denominadas políticas culturales de carácter más o menos pretencioso (que suelen reducirse a subvencionar a troche y a moche). Subvenciones en las que a veces puede encontrarse indicios de racionalidad, no obstante.

Mucho hay escrito sobre el/la artista, del proceso creador, del mundo del arte y de la industria cultural (este último concepto, es curioso, negativo, proveniente de Adorno, se ha trastocado, gestores culturales mediante, en descriptivo-positivo del conjunto de empresas, empresillas y emprendedores de diversa catadura que han visto en la cultura (en sentido amplísimo) un medio de hacer negocio. Es posible que teóricamente no describa aquí nada nuevo, pero siempre me resulta grato compartir con Vds. mis reflexiones críticas sobre la función de los escritores/as, editores, periodistas culturales, reseñadores, presentadores de libros (o saludadores de obras), público predispuesto, etc., que conforman un mundillo que va desde lo más serio y respetable hasta lo más grotesco y banal.

La función del reseñador es expresar un juicio -una impresión si se quiere- sobre una obra literaria. Por tanto, y a pesar de la práctica habitual perpetrada a base de elogios más o menos babosos, es de carácter prescriptivo y no descriptivo. En este sentido, tampoco es una crítica literaria académica en la que se busca, por encima de todo, profundizar en el significado de la obra, o en los elementos temáticos que forman parte de ella, o en su inserción en una tradición literaria, etc. Para que nos entendamos, un artículo de crítica literaria académico puede indagar en el recurso del viaje del héroe en la novelística de Alexis Ravelo o en el sentimiento de derrota y falta de esperanza en la de Santiago Gil, sin tener por qué (de hecho, nunca lo hace) cuestionarse su calidad (entendiendo por tal concepto lo que se quiera -justificadamente- entender). 

Al fin y al cabo, el reseñador, a su particularísima manera (y está bien que sea particularísima, dado el carácter subjetivo, aun argumentado, de su juicio) guía al seleccionar y juzgar una obra entre los miles de títulos que se publican cada año. El receptor de sus reseñas es el público lector no especializado (en principio). El reseñador -la reseñadora- amplía el radio de acción, al menos potencialmente, de la crítica académica, eminentemente descriptiva, aunque, por lo habitual, sin sus aspiración de complejidad. 

En mi caso, debo señalar que apenas doy importancia al contexto vital de un autor o autora. Ni siquiera me resulta significativa la lectura de la obra anterior para evaluar la que es motivo de la reseña. Si la novela no es capaz de sostenerse a sí misma, poco me importan cien contextos y cien mecanismos narrativos caleidoscópicos. Sí que creo que, teniendo tiempo, espacio y ganas, podría el autor de una reseña adentrarse en dichas profundidades. Está por ver que una crítica literaria académica haga lo mismo, pero a la inversa.

Al respecto de todo lo anterior, el pasado 18 de noviembre se celebró una charla de carácter público entre cuatro filólogos/as, también autoras/es (Záradat Domínguez Galván, Beatriz Morales Fernández, Octavio Pineda y Pablo Alemán Falcón) en la que por primera vez, y sin que sirva de precedente, pude escuchar diversas exposiciones y puntos de vista sobre la crítica literaria en Canarias (entre otros asuntos) que no estaban basados ni en la supuesta autoridad ni en un prestigio concedido de antemano de los intervinientes. Dos horas de intercambio de pareceres y discusión de ideas y otro rato más en el que el escaso público pudo intervenir (incluido un servidor). Más de un vate habría hecho bien en venir.  

No todo está perdido.





Será por premios, pero les cuento, por curiosidad, que al menos son dos los autores canarios que han recibido -o ganado- el premio Minotauro, que como saben, se concede, jurado de la propia editorial mediante, a la mejor obra en castellano de ciencia ficción y fantasía (y terror, según leo) del año. Víctor Conde (seudónimo) es uno de ellos. Deberían saber también -yo lo ignoraba- que este autor tinerfeño cuenta con una numerosa obra en su haber: 32 obras (según la wikipedia) desde 2002. ¡Nadie le negará capacidad de trabajo!

Fundido a blanco, del mentado Víctor Conde, a pesar del párrafo anterior y a pesar de reticencias que le profeso al género, no es una obra de ciencia ficción, fantasía o terror. Es una novela negra. Más bien, diría que es una novela juguetonamente negra, pues el autor usa, espero que a su antojo, varios clichés del género para construir una novela que comienza con el malvivir de un guionista fracasado en régimen de precariado para evolucionar hacia la actividad investigadora de un detective por un crimen sacado de la serie de TV Hannibal (si no es así, pido disculpas) para acabar en unas matanzas bastante espeluznantes de un asesino en serie.

Es una novela entretenida, a pesar de que en algunos momentos, fruto de esa reflexividad que no me deja vivir, me planteé el motivo de la lectura. Sobre todo porque estoy convencido de que al autor le gusta idear tramas y personajes y narrar historias: el entusiasmo se le nota. Maneja bien los distintos personajes y los diálogos. Sin embargo, en mi opinión, le falta un punto de finura, de conciencia de estilo. Hay algunos bajones en el discurso de los personajes, algunas impropiedades que rechinan en su manera de hablar y pensar. 

Hay que señalar que el uso del estilo indirecto libre es constante, lo que demuestra que el autor aborda con soltura la subjetividad de los personajes desde un narrador externo, pero a veces no logra mantener una línea firme en el estilo, lo que produce extrañamientos que lo sacan a uno de la lectura.

Por otro lado, hay algo que no deja de molestarme: a pesar de estar ambientada en la Roma de los años 60, en torno a los estudios cinematográficos de la Cinecittà, el vocabulario me parece demasiado actual: por ejemplo, se menciona el "síndrome de Diógenes", pero dicho síndrome, con ese término, se acuña en 1975, u otros términos que a pesar de haberse forjado antes es posible que no estuvieran incorporados al uso común, como "estrés", "IBM de bolsillo", "arma de destrucción masiva" o el uso del adjetivo "jodido" o "puto" delante de un sustantivo, por ejemplo. También, los personajes parecen haber hecho acopio de conocimientos poco acordes con su caracterización en la historia, sobre todo Guido (el guionista) o Juliana, la actriz de 25 años, hija del mafioso Bronco.


Oiga, lo único que me apetece declarar es que soy inocente. Yo descubrí al viejo, e iba a llamarles, pero o alguien lo hizo antes que y o, o a ustedes los ampara la velocidad de Hermes el Praxítelo. Porque menuda coincidencia que ya estuvieran allí... (p. 61) 

A medida que Guido iba mirando las casas, decidió que no le extrañaría ver aparecer camareras virando sus trajes de hilo blanco a un gris espumoso en las manchas de las axilas. Tampoco a tenderos oteando desde la sobra de sus carteles hacia el final de las calles, en estampas solariegas que retendrían la paz y el costumbrismo de un cuadro de Bierstadt (p. 106) 

Que Juliana recordara, su padre y el otro productor, Garrone, habían intercambiado algunas citas calientes, pero nunca habían llegado al extremo de citar a Homero. Y aquella noche lo hicieron dos veces (...) (p. 325) 

No quebraremos, padre -se empecinó ella-. Te doy mi palabra de que salvaré la película y nuestra fortuna. Haremos la fiesta, y la venderemos como lo más grande que ha pasado en el cine patrio desde que Pastrone rodó La caída de Troya. Será una demostración de confianza que apuntalará nuestra relación con los inversores. Si ellos ven que no nos achantamos, seguirán de nuestro lado. (p. 195) 
(Juliana)-No quiero que piense en los costes, sino en los beneficios. Usted sabe que la forma más inmediata y epidérmica del capital es un buen montón de gente rica reunida en una misma habitación, así que vamos a "monetizar" todos sus bienes -suspiró-. Ya lo dije en la reunión: esta va a ser la balsa que nos salve de la tempestad. (p. 250)

Asimismo, y lo achaco a ese torrente de actividad que imagino en el autor -la realidad no tiene por qué concordar conmigo- aprecio poco cuidado por la frase, que se transubstancia en el uso de los consabidos topicazos.  No creo que sea tan difícil evitarlos, solo hay que estar prevenido... ¡Guerra al cliché! (Lean a Amis, por favor). Lo más curioso es que conviven en muchos párrafos con prosa culta. En fin, aquí algunos ejemplos: 


Cada guionista guardaba celosamente los secretos de su habitación para no dar pistas a sus competidores sobre lo que estaba escribiendo. (p. 18) 

En la otra cara de la moneda estaba esa desagradable sensación de ser una marioneta cuyos hilos manejaba otro. (p. 111) 

Entró en su dormitorio, abrió el armario y encontró ropa. Toda de su talla. Se la puso y se miró en un espejo. Aunque la mona se vistiera de seda... en fin. Menos daba una piedra. (p. 111) 

Iba y venía en una marea de sensaciones. (p. 105) 

El tamaño sí importa, al menos en ciertos ámbitos, se dijo con cierta circunspección. (p. 166) 

De todos modos, sonrió con desparpajo, ¿qué le importaba si Angelo cogía o no su fusil, si la historia de amor que pudo existir entre ellos naufragó tras haber chocado contra los rescoldos de lo que dejó atrás el Titanic? (p. 225)
Etc.

En contraposición, aprecio que el autor se atreva a experimentar con el lenguaje y con la grafía en diversas escenas, sin caer en la chorrada, y que, de algún modo, renueva la atención en la novela. Siempre estaré a favor de ampliar los límites del mundo mediante el lenguaje. Por otro lado, no deja de haber una reflexión sobre la escritura y el arte, explícita sobre todo en uno de los diálogos finales, que aporta cierto poso a la obra, más allá de la mera historia, que es cada vez más truculenta hasta llegar a una suerte de paroxismo de pesadilla.

All in all, me parece una novela más que aceptable para pasar el rato, si uno/a no quiere verse sometido/a a mayores exigencias lectoras. En todo caso, me quedo con la duda de si el autor es capaz de mostrar más de lo que insinúa (y entiendo que no solo más, sino mejor: es decir, con voluntad de estilo) o lo que insinúa (la intertextualidad, las referencias, etc.) es todo lo que tiene, aun logrando evitar el despeñamiento al abismo de la pretenciosidad, tan común a otros escritores/as noir y no noir.



















domingo, 17 de noviembre de 2019

'La muerte de Alaia Parisi', de Natalia Toledo Mediavilla

Uno se pregunta si es cierto ese axioma del mundillo cultural-literario que afirma que los escritores y las escritoras jóvenes necesitan ayuda o protección de las instituciones públicas para que su obra se difunda. Es posible que así sea, es decir, es probable que sin un apoyo externo, más allá de la calidad intrínseca, cualquier creación literaria tiene pocas o nulas posibilidades de destacar entre los miles de títulos que se editan cada año en España o, si se saben otros idiomas, en el mundo. 

De hecho, hay todo un sistema de promoción de determinados títulos que se pone en marcha por las editoriales privadas cuando deciden apostar por uno u otro: es la hora del marketing, que comprende publicidad directa en los medios de comunicación o indirecta a través de reseñadores/as amigos/as en los suplementos o espacios dedicados a la cultura en aquellos o en Internet: blogs, vídeos, etc.; también, premios de literatura.

El problema, digamos, político surge cuando es una institución pública la encargada de dicha promoción, normalmente mediante ediciones sufragadas a su costa (es decir, a cargo del presupuesto público) o mediante premios en metálico. La pregunta inmediata es, ¿porqué debe destinarse dinero del erario a costear la publicación de la obra de escritores/artistas? ¿En qué beneficia al bien común? ¿Qué consecuencias útiles le reporta a la comunidad de la que en última instancia procede el dinero?

La respuesta habitual, por no decir convencional, es que las obras particulares contribuyen a la creación de un supuesto patrimonio común literario que, supuestamente, expande la cultura, de la cual y por lo que, como consecuencia, se beneficia la comunidad, si no a cada uno de los miembros en particular, sí en general. ¿En qué se sustancia ese beneficio? Aquí, la respuesta suele ser salvífica: los usufructuarios de esa cultura se harán mejores y más libres. Es común señalar, a ser posible apodícticamente, que una sociedad sin cultura es un infierno totalitario y una sociedad con cultura es crítica con el poder y, por tanto, más democrática. Como suele ocurrir, el problema es el concepto de cultura: ¿entendemos por ella el conocimiento científico? ¿También el arte? ¿Las dos? ¿Ampliamos el concepto a todos los usos y costumbres de una comunidad? ¿O nos limitamos al más manejable de arte? ¿Y qué pasa con el arte? ¿Incluimos también los espectáculos? ¿Los fuegos artificiales? ¿Sí? ¿Cómo nos pueden hacer más libre los fuegos artificiales? ¿O un concierto de Juan Luis Guerra? ¿O las sinfonías de Beethoven? ¿O La hija del cielo, aquella ópera infame? ¿Cómo nos hace más libres, cómo nos hace mejores el Premio Canarias de Literatura? ¿O la edición destinada a promocionar jóvenes valores literarios en ediciones como Nuevas Escrituras Canarias?

Ya resulta extraño que las instituciones públicas, manejadas por el partido político de turno, fomenten la creatividad crítica. Quizá podamos admitir que no les moleste a sus responsables la crítica al poder en general, pero es más difícil de creer que se complazcan en las formas de poder en concreto, con nombre y apellidos o con siglas o acrónimos bien conocidos. Por tanto, creo que haríamos bien en sospechar de cualquier premio, galardón o fundación artística promocionada y financiada por las instituciones públicas (lo mismo habríamos de admitir de las promocionadas y financiadas por los bancos u otras entidades con ánimo de lucro, sin duda). Como ya he señalado en otras ocasiones, es más probable que lo que se pretenda fomentar no es la crítica proveniente de la cultura, sino más bien el consenso y la conformidad sociales, disfrazadas bajo el término de cohesión. Cuidado, amigas y amigos.

Es por tanto, un debate que haríamos bien en mantener desde el origen: en qué medida es la cultura (como la definamos) un derecho que deben satisfacer las instituciones públicos. Si es un derecho, ¿debe satisfacerse indiscriminadamente? Si la respuesta es negativa, ¿qué criterios, expuestos de manera pública, deben cumplir para recibir la atención y el dinero público? Dado nuestra desconfianza en las intenciones de los partidos políticos y de las instituciones de las que se enseñorean, ¿no sería mejor acaso que se abstuvieran en absoluto de promocionar la cultura o del tipo de cultura en la que están interesados?





La muerte de Alaia Parisi, de Natalia Toledo Mediavilla, tiene cosas buenas y cosas malas. ¿Por cuáles comenzamos? Se sabe que no es igual, en las sensaciones posteriores a la lectura de la reseña, que se inicie por las primeras que por las segundas. Entremezclemos, pues.

La autora, una joven "de menos de 35 años", según requiere el concurso literario del Gobierno de Canarias Nuevas Escrituras Canarias, escribe una novela interesante. Con ello quiero decir que el argumento, a grandes rasgos la rememoración de la vida de la protagonista Alaia Parisi (o Dolores, su nombre real), desde la época de la dictadura franquista hasta la actualidad, pasando por su estudios universitarios, su feminismo y militancia política y sus relaciones con su familia, es lo bastante estimulante para seguirla hasta el final.

Sin embargo, la escritura demuestra, a pesar de ocasionales escenas de vigor narrativo, entendiendo por ello la capacidad de hacerlas significativas moralmente, la bisoñez de su autora. No son solo los típicos errores en el estilo, que muestran, en este sentido, su impersonalidad, y que tantas veces he denunciado: "Espectacular transformación", "cara de niña buena", "entregarse en cuerpo y alma", "gritos silenciosos","tacto diplomático", "hacer la vista gorda", "camino de rosas", "qué mosca nos ha picado", etc., que denotan pereza del pensamiento o defectuosa caracterización de los personajes. Pero lo peor no es eso, porque se podría "hacer la vista gorda" si la historia se hubiera desplegado mejor. Y con "mejor" quiero decir no limitarse a 99 páginas. Lo peor, como digo (escribo), puede expresarse con el término "apresuramiento". 

No se puede escribir una novela con prisas. Y no se puede escribir una novela cuyo resultado final dé la impresión de ser un resumen, por interesante que sea. Esto se nota no solo en la rapidez de las escenas o en los abruptos saltos temporales sino también en dar por sentadas demasiadas cosas, demasiados conceptos, demasiadas circunstancias históricas o geográficas. No vale decir aquello de "pequeñas pinceladas" que, por su peculiar ángulo de observación, resultan significativas y valiosas en novelas mejores que esta. 

Así, ¿qué significa decir "heroína prototípica"? ¿Qué se supone que debe disparársenos en las neuronas cuando sitúa la casa de Iván en Londres, sin mucha más explicación, en el barrio de Camdem? ¿O el "estallido de la movida en Madrid"? ¿O "era, en el fondo, una artista?" No puedo dejar de apreciar un esquematismo conceptual y narrativo, o pereza, o urgencia, que me resultan molestos, cuando no indignante. En algunos momentos, además, parece que la autora considera que las conductas y pensamientos de los personajes tienen una relación necesaria con ciertas lecturas o con el conocimiento de ciertos artistas, lecturas y artistas, que, por lo demás, cualquiera conoce sin haber leído sus libros o visto sus cuadros. Un tópico en sí mismo. Es posible, me atrevo a imaginar, que dado este apresuramiento, la autora no haya sino proyectado en sus personajes la relación que ella ha considerado necesaria entre su propia trayectoria vital y artística y sus propias lecturas, viajes y experiencias. El resultado es pobre, a fin de cuentas.

SIN EMBARGO, Natalia Toledo logra, a pesar de todo lo anterior, insuflar vida en la mayoría de sus personajes, sobre todo en el principal; y ha logrado visualizar, imaginar, una historia con la que podemos reflexionar sobre nosotros mismos. Veo claro que tiene potencial para escribir algo no mejor, sino mucho mejor, porque cuando no tiene prisa, cuando se centra, conmueve, y eso no es sencillo. Que sea capaz de desplegar esa potencialidad, ya es algo que dejaremos al futuro.