En otro orden de cosas, el panorama literario de 2020 comienza por el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós. A veces toca el nacimiento, otras, la muerte, quizá podríamos conmemorarlo todos los años, pues todos los años en los que vivió cumplió algún año. El caso es que en 2020 ya vamos todos proclamando la adhesión, fidelidad, amor, influencia, pasión, etc. a, de y por Galdós. Es lo que toca. Es posible que, tras unos meses de esta lata, alguien avispado decida echarse al ruedo y afirmar que nunca ha leído a Galdós o, simplemente, que no lo traga. Que de todo hay.
A mi entender, uno puede valorar a Galdós, valorarlo muchísimo. O todo lo contrario. Lo importante es que blanda razones. A mí lo que me fastidia, ya ven que debo de disponer de mucho tiempo libre, es que a) me dicten o sugieran de forma machacona lo que me debe gustar o no; y que b) mis conciudadanos decidan expresar su pasión por Galdós (llámenle X) justo cuando toca. Cuando se lo dicen. Ni antes ni después.
Es de esperar que se publiquen unas cuantas biografías de Galdós, centenares de artículos galdosianos, académicos y periodísticos, libretos, películas y que, en Gran Canaria al menos, tengamos que enfrentarnos, día sí, día también, con un Galdós manoseado, sobado y lamido por presidentes de instituciones públicas, clase política en general, intelligentsia (o lo que queda de ella) y la nunca demasiado denostada especie de los periodistas culturales, siempre listos para el agasajo y el canapé... Pobre Galdós, que no tiene quien le defienda de esta horda. Será tanta la insistencia que a quienes de verdad siempre les ha gustado su literatura harían mejor en permanecer callados, so pena de parecer unos arribistas de la literatura.
Pero hay un autor que se ha adelantado a todos. Sí, Santiago Gil. Quién si no.
De Santiago Gil teníamos los lectores de este blog y un servidor que lo escribe un recuerdo aciago, desencadenado por una obra anterior: Gracias por el tiempo. No obstante su desempeño, este autor ha seguido escribiendo y publicando no solo novelas, sino reflexiones y ocurrencias que, según parece, alguien ha debido considerar interesantes para sus paisanos. Si no supiera uno que las editoriales canarias reciben subvenciones por publicar, se extrañaría de tamañas apuestas empresariales. Pero no, no hay riesgo alguno. Aun así, uno debería abstenerse de publicar cualquier cosa. No se es mejor escritor/a, tampoco mejor editor/a, por publicar mucho.
En fin, tras tanta fanfarria galdosiana (y la que falta) y también, por qué no decirlo, cautivado por la desmedida atención que en los medios de comunicación se le presta por lo general a Santiago Gil, decidí dar una segunda oportunidad a su literatura con El gran amor de Galdós.
Esta obra se presentó por primera vez, si no me equivoco, en junio de 2019. Los medios, y sobre todo su periódico amigo, la siguen presentando cada vez que surge la oportunidad, aun meses después. En todo caso, a Gil hay que reconocerle la labor de pionero galdosiano por adelantarse casi un año al centenario, por llegar a 2020 con los deberes hechos, que se resumen en que Gil, literariamente, ama a Galdós con todas sus fuerzas, y así se promociona, además. Si pudiera, sería Galdós, pero como no puede, se limita a ser Gil, lo que es más bien poco.
El gran amor de Galdós es una narración, digamos novela, en tercera persona con la que nos relata en pasado la niñez y juventud de D. Benito, época en que conoce a una prima suya de la que se enamora perdidamente. O como suelo oír y leer también, hasta las trancas. En todo caso, Gil escribe que para Galdós esta muchacha, Sisita, es "la única mujer que ha amado con locura" (la cursiva es mía). Estamos, pues, en 2020, pero el vicio de los tópicos y de las frases hechas sigue tan vigente como siempre. Voy a ser atrevido y diré que el único uso legítimo de los tópicos que se me ocurre es que sirva para caracterizar a un personaje carente de imaginación, si no de inteligencia, para mofarse de quienes los utilizan con tan alegre inconsciencia. Que los tópicos sean una característica de tanto/a ciudadano/a metido a escritor debería preocupar a la República de las Letras.
Por alguna razón que ignoro, algunos reseñadores previos nos recalcan el uso de la tercera persona en la narración (véanse los vínculos de reseñas en la PD.). El mismo autor lo subraya también, recordando el momento en que se dio cuenta de que esa perspectiva mejoraba la novela. Pues muy bien. Aparte, se emplea el presente histórico para hablar del Galdós más adulto, ya reconocido como novelista, y que vuelve a la isla tras varias décadas. Siempre anda, por cierto, meditabundo, melancólico, añorante, nostálgico, siempre muy poético-existencial. Cuando el narrador cuenta su pasado, nos abruma con toques de malditismo y bohemia: se nos insiste en la faceta de bebedor y de putero de Galdós. Parecería que el buen hombre estaba todo el día tristón y en lupanares, que no necesariamente tristón en los lupanares.
Es posible que ese supuesto amor de juventud marcase a Galdós de por vida y le hiciese lo que fue. Quizá no, pero me parece legítimo que Santiago Gil fabule a su manera y con su peculiar sensibilidad esa posibilidad. No obstante, y dejando de lado la sospecha de que haya intentado subirse al carro de la fama de Galdós, soy de la opinión de que, salvo grandes momentos literarios, el enfoque de utilizar sucesos y figuras históricas (por no hablar de remakes y cosas parecidas) sobre las que apoyar las propias narraciones nos da la pista de una modernidad agotada y de una posmodernidad perpleja e impotente. Asimismo, en manos de escritores/as menos dotados/as suele generar resultados más bien mediocres. Gil no es Tolstoy, tampoco Duras; por citar a dos grandes, para desgracia del lector.
Sigamos: el autor no domina el procedimiento de la elipsis. Así, le resulta difícil que Galdós evoque a su amor de juventud si no es repitiendo su nombre, Sisita, cada dos por tres o, peor, la bella cubana, en cursiva, cada tres por cuatro. Le falta dominio de los párrafos y de las escenas o subestima al público lector. Al cabo de media novela, le entran a uno escalofríos cada vez que vuelve a leer "la bella cubana". La narración se torna una recreación en bucle de los sentimientos de Galdós respecto de ese amor perdido, pero imborrable. Hay, cierto, dos o tres pinceladas biográficas: que fue o lo mandaron a estudiar a Madrid, que no estudió, que se puso a escribir para periódicos, que no iba a clase, que quería triunfar en el teatro, pero cada avance vital en ese sentido se ve compensado por varias páginas de melancolía, amor, la bella cubana, estrellas, putas, el mar, Sisita, etc. Por no hablar de esos continuos arrebatos apodícticos con los que Galdós desaparece y Gil se exhibe cada vez que puede. Llega un momento en que uno se plantea si la novela va a ser todo el rato así o podremos acogernos a sagrado.
Les debía todo lo que escribió luego, como le debía a su bella cubana todo lo que sabía del amor y del deseo. Benito tiene una hija. Su madre había sido su amante durante muchos años. Era una mujer guapa que hubiera dado la vida por él, pero ni siquiera con ella había sido capaz de encontrar el amor de su vida. Posiblemente amamos una sola vez y luego no hacemos más que buscar desesperadamente las sombras de ese amor perdido para siempre. Lleva el dolor de esa eterna ausencia en silencio, escondido entre sus palabras y sus argumentos, y disimulando delante de todos los que creen que solo es un mujeriego o un hombre incapaz de amar a una mujer por mucho tiempo. Se ilusiona y se enamora muchas veces, pero no ha encontrado a nadie con la sonrisa, la alegría de vivir y el amor que le daba su bella cubana. Llegó a odiarla cuando pensó que le había dejado. (Pág. 36)
Siempre quiso vivir intensamente. Lo aprendió del mar, de aquellas miradas al horizonte cada vez que se escapaba a la orilla. Y también de la música, de lo efímera que es una nota y de las interpretaciones que somos capaces de hacer con cada una de ellas. Nos dan la partitura pero nosotros somos los que luego ponemos el alma en cada acorde. No hay una composición musical que suene de la misma manera todo el tiempo. Tampoco las palabras lleva nunca el mismo significado cuando tratamos de mostrarnos a través de ellas. Afuera nevaba y él tocaba el piano con los dedos helados por el frío y por la ausencia de la única mujer que ha amado con locura. (Pág. 39)
Durante aquellos días de finales de agosto y principios de septiembre fue cuando más bebió y más frecuentó la casa de lenocinio en la que estaba su amiga cubana. Volvió a escribirle a Sisita a través de Anselmo, y ella le respondía cada semana con una carta apasionada en la que le juraba amor eterno y prometía esperar hasta que lograra ese éxito en el teatro que él le aventuraba inminente. Él creía que ella no le contaba lo que realmente pensaba de él. Se veía como un cobarde, como alguien que no quiso luchar por aquel amor que los volvía eternos. (Pág. 47)
Aquellas navidades de 1863 llegó hasta Cádiz para regresar a su tierra y estar con su bella cubana, pero en el último momento no se atrevió a subir al barco. Durmió en pensiones de mala muerte y se acercó a todas las putas cubanas que había por La Caleta. Buscaba el abrazo de Sisita en todas ellas. También buscaba el océano para sosegar sus penas. Aquellas playas interminables se parecían a las mismas playas de arena que una vez visitó con Fernando en el sur de Gran Canaria. Muchas veces sueña que se escapa a esas playas y que se esconde con ella para siempre en cualquier chamizo en el que solo se escuchan las olas y los jadeos de los suspiros. (Pág. 66)
La narración avanza, o no mucho, y no la alivian los diálogos, escasos y bastante cursis, que parecen un tanto impostados. Como si, en realidad, no hubiera dos personajes, sino una voz que los utilizara como excusa. Avanzando en esta línea, Gil no logra crear un personaje sólido en Sisita, la bella cubana. Más bien, parece un fetiche creado por el autor como motivo para suscitar sentimientos y un propósito al Galdós ficticio, personaje que tampoco, como señalé antes, resulta muy convincente.
-Me da mucha risa verte vestido de mujer por la calle, con esa cara tan seria que pareces un palo tieso.
-No es un traje de mujer sino de monaguillo, y voy serio porque en las procesiones no puedes reírte.
-No me gusta nada que no sea divertido ni me acerco a ningún sitio donde prohíban la risa. Las monjas me están penando todo el día por reírme y ya me dan por imposible, pero yo me seguiré riendo hasta el día que me muera.
-A mí también me gusta reírme, pero de otra manera.
-Tú eres más cuico y más socarrón, y haces que los demás te crean un niño serio. Serás un buen comediante de ti mismo cuando crezcas. (Pág. 31)
-No he dejado de pensar en ti cada segundo. Madrid era como una ciudad brumosa en la que te me aparecías en cada esquina, no he hecho más que escribir para no pensar en ti, o para pensar en ti como si fueras una especie de fantasma que yo creaba muchas veces en mis textos, te he puesto voz y he descrito tus ojos y tu cara, pero nunca he sido capaz de contar como (sic) eres, de transmitir toda tu belleza, el infinito que atisbo siempre en tu mirada, como si te conociera de otra vida y otro tiempo, como si ya nos hubiéramos amado antes de haber llegado.
-Bésame y mírame a los ojos. Todo este año solo he podido verte a través de las palabras. Ahora solo quiero tocarte y mirarte, sentir tu piel y acostarme en tu pecho como quien se acuesta en la arena de una playa.
Se besaron y se miraron largamente. Reconoció sus ojos y se volvió a sentir el hombre más feliz del mundo. Perdieron la noción del tiempo y no contaron las campanas que sonaban por todas partes. (Págs 42-43).
-Mírame a los ojos cuando me beses, quiero que sepas que me estás besando, que sueñes con los ojos abiertos, y que recorras todo mi cuerpo con tus manos, que cuando no haya nadie busques mis piernas debajo de mis enaguas y que sepas que nunca más amarás a nadie de esta manera.
Sisita soñaba en cada beso. Él empezó siguiendo sus pasos y terminó perdidamente enamorado de ella. Entonces el mundo parecía perfecto. Su madre paseaba por el jardín de flores y de cactus que había levantado en la parte trasera de la casa. Alguna vez la escuchaban cantar canciones en inglés o habaneras tristes mientras regaba sus flores y hablaba con ellas en un idioma raro que al parecer le enseñaron las sirvientas negras que la criaron en Charleston. (Pags 72-73).
-Siempre he soñado con navegar a tu lado. Cada vez que iba a Cádiz buscaba tu mano entre las sombras de la noche y trataba de escuchar tu voz en el sonido del océano.
-Júrame que no me vas a dejar nunca, que cuando lleguemos no te vas a encaprichar de ninguna de esas mulatas farotonas, no podría vivir sin ti, te quiero toda la vida a mi lado.
-Toda la vida. No la entendería sin estar contigo.
-Sabía que acabaría amándote desde que te vi por vez primera en el patio de tu casa, cuando eras aquel niño tímido y santurrón.
-Navegaremos juntos para siempre, recorreremos países, tendremos hijos y veremos atardecer desde una Hacienda del Caribe.
-Me da lo mismo donde esté. Lo único que deseo es tenerte siempre a mi lado. (...) (Pág. 91)
Además, al autor, del que hemos reprochado su deriva melancólica, no le va bien mezclar su tono bucólico-pastoril semiculto con coloquialismos y jerga. No mezclan bien porque no lo hace bien. Por ejemplo:
Sus planes de futuro no eran tan absurdos como los suyos y todos contaban con un modus vivendi que les permitía pagar por lo menos la pensión y la comida. Él vivía del dinero que le enviaba su familia y seguía perseverando en la mentira de que estaba en segundo año de carrera y de que necesitaba aún más parné para los libros. Pero en su magín solo revoloteaban personajes histriónicos que no llegaban a ninguna parte. (Págs. 47-48)
En cambio, cuando Gil se olvida por un momento de Galdós y de sus penas amorosas-existenciales, mejora: al denunciar la violencia social de los ricos contra los pobres, de los caciques contra los jornaleros, y de la hipocresía eclesial, o al contar la venganza desesperada de un desheredado de la tierra, Gil nos revela ese otro lado del mundo y de la sociedad que muchos preferirían omitir. No es que de repente haga alardes de estilo, pero, al menos, interesa:
No se cree esa Arcadia que ve la gente de la ciudad cuando va al campo a pasar el domingo o como si fuera un lugar que no tiene nada que ver con sus existencias. Le apenaban los niños casi desnudos que trabajaban de sol a sol por un puño de gofio o por unas papas. Las niñas miraban asustadas y las chicas jóvenes tenían ese halo de tristeza que se les queda a quienes han de callar los abusos y seguir adelante con sus penas como si no pasara nada. No le contó nada a Sisita, pero sabía lo que pasaba con casi todas esas chicas jóvenes de los campos. Un compañero ricachón e indeseable del colegio presumía desde los quince años de ir a la finca a acostarse con las mujeres que le daba la gana. Lo llevaba su padre y le decía que eligiera a las que tenían las tetas más grandes porque esas eran las que daban más placer en la coyunda. Tenían derecho de pernada en sus fincas y sus empleadas eran como esclavas. Nunca quiso ir con él. Tampoco Fernando. Pero otros compañeros sí fueron y se acostaron con las mujeres que elegían cuando estaban lavando la ropa en las acequias o atando cañas para las vides en los tomateros. Muchos de esos niños embrutecidos como bestias serán hijos de esos indeseables. Aquel padre salía luego en todas las procesiones con su porte aristocrático y solemne, pero él lo imaginaba violando niñas en el campo y no entendía cómo los curas, que sabían todo eso, lo dejaban desfilar entre sus santos como si fuera un dechado de lo que dicen que dijo el Mesías cunado bajó a la tierra justamente para condenar a esas sanguijuelas caciquiles y déspotas (Págs. 74-75)
Es posible que Gil hiciera bien abandonando tanto llanto y tanta melancolía en falsete, que enterrara su aspiración a embotellar sabiduría de suplemento dominical en una frase y se decidiera a contar historias que le importen a alguien más que a él.
EN DEFINITIVA, El gran amor de Galdós no marcará un jalón ni un hito ni será un antes y un después en la literatura canaria, española o universal. Tampoco se convertirá en la novela de referencia sobre Galdós ni, creo, será "discutida por galdosianos y no galdosianos". Es, al contrario, una obra repetitiva y pesada, una novela ensimismada, casi del todo prescindible. Yo mismo prescindí de ella en la página 94.
P.D. Entrevista al autor y otras reseñas, con opiniones opuestas a la mía.
https://www.canarias7.es/cultura/literatura/galdos-no-se-entiende-sin-el-amor-contrariado-de-juventud-LE7071148
http://www.elescobillon.com/2019/04/el-gran-amor-de-galdos-una-novela-de-santiago-gil/
https://elcultural.com/el-gran-amor-de-galdos
https://www.eldiario.es/canariasahora/cultura/Gran-Amor-Galdos_0_909909863.html
"Si pudiera, sería Galdós, pero como no puede, se limita a ser Gil, lo que es más bien poco". Esta es una frase al más puro estilo de don Pedro Muñoz Seca en La Venganza de don Mendo.
ResponderEliminarSerá que yo también soy "enigmático/ epigramático y ático/ y gramático y simbólico".
ResponderEliminarEs una pena destilar tanto odio. Puede no gustar algo pero, madre mía, lo que hay que leer. Suerte en si odio.
ResponderEliminarLe agradezco su atenta lectura del artículo. Recomiéndelo a sus amistades.
ResponderEliminarGenial tu crítica, me declaro admiradora. A seguir así, faltan muchos malos y mediocres escritores a los que hacer reseñas, una de ellas hasta premio Canarias y con demandas por la Universidad de Laguna para ser Doctor Honoris Causa,... no digo más.
ResponderEliminarBueno, tampoco estoy pendiente de cada escritor que publica, pero en el caso que nos ocupa, se lo metían a uno por los ojos.
Eliminar