Como ya saben, gente de bien, porque ya se lo he anunciado, el Polillas se ocupará menos de las novedades -en su mayoría, irrisorias- de la edición en Canarias -por simple tedio y un punto de desesperación- y más de reportarles lecturas varias, en especial de materias que no sean ficción. Es decir, de casi todo. Esto debería alegrarles, en principio, salvo que el escapismo sin sentido sea la única vía a sus problemas y se contenten con poco.
Así pues, sin vaselina ni nada, les lanzo con ánimo conciliatorio los siguientes libros con los que me hecho recientemente:
Retóricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann.
La democracia griega y sus intérpretes en la tradición occidental, de varios autores. Coordinado por César Fornis, Laura Sancho Rocher y Manel García Sánchez
La política en el ocaso de la clase media, Emmanuel Rodríguez.
Además, he rescatado de la sima del olvido Hecho y por hacer, de Cornelius Castoriadis.
También, por recomendación del librero de mi ahora segunda librería de referencia, dos ensayos del filósofo catalán, Joan-Carles Mèlich, de cuya existencia no había tenido conocimiento hasta el otro día, a la sazón La experiencia de la pérdida y La condición vulnerable. Ya les contaré, pero sine die.
Retóricas de la intransigencia consiste en un estudio de los discursos de corte conservador y reaccionario ante revoluciones, reformas o medidas de carácter progresista cuyos efectos se tienden a minimizar, a criticar por su efecto contrario o a deplorar por sus consecuencias devastadoras. Serían la retórica de la futilidad, la retórica del efecto perverso y la retórica del riesgo, respectivamente, con combinaciones entre sí. Todo, tomando como base la conocida conferencia de T.H. Marshall Ciudadanía y clase social sobre las fases históricas de ampliación de derechos en Gran Bretaña (y que se puede extrapolar hasta cierto punto al resto de Occidente). Cuando uno ha leído también La mente reaccionaria, de Corey Robin, encuentra fácilmente puntos de contacto entre ambas obras
Todavía no he comenzado el libro de Emmanuel Rodríguez, autor que recomiendo por sus estudios, precisamente, sobre la clase media (recuerden, sin ir más lejos, El efecto clase media). Ahora que el partido político Podemos parece estar a punto de implosionar, tiene un punto nostálgico revisar esa España -que ahora parece tan lejana- del 15-M y compararla con la de ahora. Lo que somos y lo que podíamos haber sido.
Con respecto a La democracia griega, llegué a su conocimiento por medio del filósofo José Luis Moreno Pestaña -que participa con un artículo-, gran parte de cuya obra he dado cuenta en este blog, en especial Retorno a Atenas y Los pocos y los mejores. Temáticas heteróclitas, pero con el trasfondo de la democracia ateniense y su confrontación con el tipo de democracia en que vivimos en la actualidad, la representativa.
En su momento leí La institución imaginaria de la sociedad, de Castoriadis, que, a pesar de mi profunda ignorancia, me resultó bastante fecunda. Hoy, con más conocimientos, y teniendo en cuenta la admiración que también que le profesa Moreno Pestaña, he vuelto a él. El magnífico comentario a El Político, de Platón (Sobre El Político de Platón), por Castoriadis ya había hecho mucho al respecto, todo hay que decirlo. Veremos cómo resulta este Hecho y por hacer.
Por último, he recordado que tengo por aquí un libro recomendado por el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en varios artículos, Práctica democrática e inclusión, de Robert M. Fishman. En él se compara, al parecer, la evolución política de Portugal y España desde el momento en que cayó/transicionó la dictadura en ambos países en los años 70 del siglo pasado.
En otro orden de cosas, me siguen suscitando estupor los artículos de algunos periodistas culturales -o lo que surja- cuando aseguran que una compañía de teatro "a buen seguro" va a proporcionar a los espectadores una gran satisfacción al ver la obra, o cuando anuncian con qué canciones el cantante X "va a deleitar" al público, etc. El buenrollismo de espíritu carpetovetónico que no falte, curiosa, si no aporéticamente, en esta era postposmoderna. También podemos considerarlo como el eterno retorno a lo mismo o cómo atragantarnos con nuestro propio vómito una y otra vez.
A mi entender, tener personalidad cultural no significa quedarnos arrobados cuando alguien de fuera pretende halagarnos diciendo simplezas como "En Canarias hay mucho talento" y frases del estilo que, en realidad, solo sirven para agravar una complacencia miope. Esta personalidad cultural, si tal cosa nos interesara, se hace a base de trabajo, el talento que se tenga (poco, mucho o 3/4), mucha intolerancia a la tontería y al ensimismamiento y, sobre todo, una crítica honrada e implacable que nos ponga en guardia. Por no hablar -que quizá es lo más importante- de cierta prosperidad económica que permita la formación de un humus artístico e intelectual que, a su vez, posibilite el surgimiento de artistas, escritores/as, filósofos y demás gente de dudoso vivir.
Provincianismo es admirar lo de fuera por ser de fuera; pensar que lo que dice un canario vale más porque viva en Madrid y salga por la tele; es, también, manifestar que se admira hasta el empalago y el consiguiente lavado de estómago cualquier cosa que haga un/o canario/a por la circunstancia, producto del azar, de haber nacido o vivir en Canarias. Es creer que los periodistas locales no tienen por qué tener talento (mucho, poco o 3/4) ni ética para escribir de cultura porque, total, para elogiar sin tino no hace falta saber de nada y aquí nos conocemos todos (pronto, una IA sustituirá a esta tropa).
P.D. El otro día, en el suplemento del periódico El País pusieron a caldo la novela ganadora del premio Planeta, atribuyendo la responsabilidad al jurado y exonerando a la escritora. Bien hecho. A pesar de la trayectoria ignominiosa de este premio, algunos/as se escandalizaron de que estas cosas ocurrieran (entendiendo por ello que se premiaran novelas buenas, malas o peores por la fama o atractivo del escritor o escritora). Es decir, no habían comprendido la naturaleza comercial del evento. Otros se escandalizaron o se enfadaron porque había gente que aún se escandalizara por ello. Otros, todavía más pasados de rosca, como yo mismo, nos escandalizamos de que otros/as se hubieran escandalizado de que los primeros/as se escandalizaran. Un sindiós.