lunes, 27 de septiembre de 2021

Literatura despolitizada

 Hace unos días, en ese muro de las lamentaciones individualizado que es Facebook (como lo es también Twitter), dos poetas laureados de Canarias, ante la calificación de una poeta como feminista, se llevaron, metafóricamente, las manos a la cabeza, bastante indignados por la adición del adjetivo al glorioso, sacro y solemne sustantivo de poeta. Lo cierto es que a estas alturas proclamar que el verdadero arte no es político o no tiene necesidad de la política es al mismo tiempo torpe y miope, por no decir que, sencillamente, representa una estupidez viejuna y,  ya lo digo, profundamente reaccionaria. Deberían saber que abogar por la despolitización o el apolitismo artístico no es ni más ni menos que una postura política, y que escribir versos al amor romántico o a la playa de Las Canteras puede implicar una toma de postura política aunque sea por ensimismamiento. También, por qué no, es posible que no encontremos nada evidentemente político en una poema, o lo que sea, de Marwan o en la novela de una presentadora de televisión. No por eso son mejores esas obras, ni más auténticas, ni más puras: no son más artísticas por ello.

Por otro lado, la crítica tampoco es apolítica, ni siquiera cuando se refugia en la crítica de la técnica literaria o en la forma. En este sentido, y como todos Vds. sabrán, existen la crítica feminista, la marxista, la conservadora, la multicultural, la psicoanalítica, la estructural, la de género, la queer, la étnica, la postcolonial, laposestructuralista, la historicista, etc. Es posible que uno/a pretenda escudarse en algo así como una crítica objetiva, al igual que otros/as en el arte por el arte. También, que refugiarse en la misantropía gruñona sirve de consuelo ante las continuas frustraciones de una vida no lograda o del escaso reconocimiento que nuestros conciudadanos (más allá del reducido círculo amical) nos profesan. Todo es posible, pero no estamos aquí para hacer teorías de la mente.

En fin, como este crítico que les habla ("El crítico más crítico de todos los críticos inexistentes en Canarias", un tal Ivan Cabrera dixit) no tiene la menor intención de ser crítico "a secas" ni objetivo ni nada que se le parezca, sino que tiene bien claras sus veleidades izquierdistas, paso a comentarles brevemente las últimas obras de no ficción leídas en este volcánico mes de vacaciones de un servidor.


El autor, el difunto Erik Olin Wright, referente del marxismo analítico, señala que este libro es a la vez resumen y ampliación de su anterior libro Construyendo utopías reales, en el que se desgranaba con minuciosidad y razonabilidad cómo debería ser el diseño de un plan encaminado a sustituir el capitalismo por un sistema económico y social más democrático, más igualitario, más justo y más ecológico. Tarea que, resulta palmario, se tacha de antemano desde cualquier foro político y mediático como utópica, irreal y cualquier otro adjetivo descalificador cada vez que alguien se le ocurre plantear en público tal posibilidad. Es perfectamente posible, y en algunos casos, recomendable, leer primero Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI y después Construyendo utopías reales. El caso es no perder el ánimo ni la esperanza en la posibilidad de construir una sociedad mejor. Otra cosa es que crean que vivimos en un mundo imperfectible.


Aunque el título invite a uno a pasarse de listo, lo cierto es que no todos los autores coinciden en un pronóstico negativo. No obstante, este volumen escrito en forma de varios ensayos que se responden unos a otros, quizá no sea la mejor lectura para los que no sean capaces de imaginarse otro mundo que no sea el capitalista. Cierta propensión a la angustia puede manifestarse en determinados momentos, lo que, quiéranlo o no, puede no ser enteramente malo. En todo caso, estos sociólogos de primer nivel, auténticos autores canónicos (Immanuel Wallerstein, Randall Collins o Michael Mann, entre otros) ofrecen una lectura aguda y amena respecto de los defectos y virtudes del capitalismo tanto por sí mismos como, en algún caso, en comparación con el que fue su gran rival en el siglo XXI, la economía centralizada soviética. Leído antes o después (o como en mi caso, al mismo tiempo) que la obra de Olin Wright puede aportar una nueva comprensión (un tanto desoladora) del mundo en el que vivimos.


Podría decir que es simplemente un libro bellamente escrito por un filósofo de aguda sensibilidad. Eso sería quedarme corto, sin embargo, ya que también es este un libro político en el que se pasa revista a la visión pasoliniana de la luciérnaga y su confrontación con otros autores como Benjamin, Bataille y, sobre todo, con Agamben. La contraposición entre esperanza y escepticismo, entre fe y derrotismo sustanciada mediante el par de conceptos imagen/horizonte se destila en una argumentación lúcida y un estilo literario simplemente arrebatador. En algún sitio dije que me había vuelto lector de Didi-Huberman solo por este libro: sus libros me parecen promesas en este camino, eminentemente político de imaginar posibilidades al margen del ser humano como consumidor y de las cosas como mera mercancía. 


Para los que aún piensan que la crítica artística no tiene nada que ver con la política y para aquellos artistas o poetas que lo son, según ellos, "a secas", en esta entrevista a uno de los pensadores más leídos y citados en la reflexión académica sobre el arte contemporáneo vemos como Paul Virilio lo conecta  con el capitalismo y la sociedad de consumo: la tecnología y los accidentes asociados a cada avance tecnológico son el objeto preferido de estas reflexiones a dos voces. También, se muestra acerbamente crítico respecto de la palabrería de moda en el mundillo del arte, los museos tipo Guggenheim y las Bienales. Aquí aparecen también conceptos importantes, como la dromología (ciencia de la velocidad), la encarnación o la estética de la desaparición. Corto, intenso y, como con Didi-Huberman, uno quiere más. Un autor citado por doquier.


Aunque a estas alturas cualquier aficionado/amante, si no creador/a, del arte debería estar ya sobre aviso, por si no lo está, lecturas como esta de La domesticación del arte, de Laurent Cauwet, nos muestran de manera descarnada los numerosos y firmes vínculos entre el patrocinio privado del arte y su utilización y manipulación para la acumulación de prestigio y otros propósitos sospechosos. Lo mismo puede decirse de las instituciones públicas, pero estas ya están bastante bajo sospecha por lo que una mirada al mundo empresarial no viene mal para no perder perspectiva. Este libro habla del mundillo artístico francés, pero salvo quizá en el nivel de desarrollo podría trasladarse sin problemas al español. En nuestro ámbito local, sin embargo, la omnipotencia de las instituciones públicas (Cabildos y ayuntamientos de turno, Gobierno de Canarias) en el arte es casi total, con sus consiguientes problemas de clientelismo y, asimismo, la utilitaria concepción del arte como apaciguador social o encubridor de las desigualdades sociales (algo que también se proyecta a los espectáculos de todo tipo, incluyendo los deportivos). Algo que debería plantearse cualquiera que acude a premios literarios públicos o privados es por qué se convoca ese premio, qué objetivo tiene y a quién beneficia en realidad. Pero claro, los poetas (los/las novelistas, los/las artistas) no quieren etiquetas...