Mostrando entradas con la etiqueta Mayte Martín. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mayte Martín. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de noviembre de 2020

'Noches de naufragios', de Fabio Carreiro Lago

 Desde la última entrada del blog, se han sucedido un montón de eventos literarios, según los medios de comunicación. Para empezar por algo, los responsables de la editorial Pre-Textos han llorado y quejádose amargamente porque el agente de la última premio Nobel de Literatura ha roto el contrato con ellos. Muchos conspicuos miembros del mundillo han hecho suyo el llanto y se han solidarizado, rasgádose las vestiduras, y tal. Otras fuentes, en cambio, dicen que bien merecida está dicha ruptura por las malas prácticas de la editorial. Vayan Vds. a saber: la verdad está ahí fuera. 

Además, los responsables del Cabildo de Gran Canaria decidieron seguir gastando el dinero del presupuesto público en las cosas de la cultura para retomar un concurso literario en recuerdo de (o tomando como excusa a) Pérez Galdós (ya les avisé en su momento de que este año nos íbamos a hartar de Galdós, de panegíricos a Galdós, de hagiógrafos/as de Galdós, de comentarios cordiales a Galdós, etc.), que se lo ha llevado, o se lo ha ganado, o se lo han dado, a Santiago Gil, un autor muy querido de este blog. Si este premio se lo ha llevado una buena novela o, en cambio, otra más de las que nos acostumbra este autor, ya lo veremos cuando la publiquen, si es que algún feliz alineamiento cósmico no lo impide.

No menos importante es el Premio Cervantes, otorgado este año al poeta Francisco Brines, quien se ha apresurado a declarar en un alarde de originalidad que lo importante no es el premio, sino "la poesía". Resulta descorazonador asistir cada año al rapto de entusiasmo del literato/a galardonado, como si el pase definitivo al Parnaso lo concediese el Ministerio de Cultura o la Casa Real. Aparte del dinerillo, que tampoco está mal, aunque no suelan reconocerlo porque, ya se sabe, la cultura es cosa del espíritu y no de la cuenta corriente.

Por otro lado, un canario ha ganado otro premio, éste del enemigo público número uno de los/as escritores/as, editoriales y librerías, que es Amazon. Curiosa paradoja, sin duda. Ya sabemos que muchas personas no solo quieren escribir, no solo quieren vivir de lo que escriben, también quieren ser famosas, y no en ese orden. Cuando no haya librerías y todo lo venda Amazon, ya nos lamentaremos. También, como curiosidad, la antigua Viceconsejera de Cultura del Gobierno de Canarias, Dulce Xerach, que, además de escribir artículos bastante simplones sobre arquitectura en el cuadernillo cultural de La Provincia, escribe novelas policiacas, ha conseguido, por decirlo así, que una de ellas se haya convertido en cómic de la mano del "artista" Nebras Turdiade. Los medios de comunicación lo han considerado noticia, supongo que por lo original de la iniciativa.

Por último, se ha celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, un festival (otro) de novela negra titulado LPA Confidencial, dirigido por Mayte Martín, conocida en este blog por su deplorable novela La espiral del silencio. En este festival también participan otros autores reseñados en este blog como Alexis Ravelo, Leandro Pinto o Christian Santana, por ejemplo. Espero que a todos/as les haya ido muy bien, hayan pronunciado sesudos discursos aderezados con el oportuno chiste y que disfruten de las mieles de lo que sea que les depare el destino.

No me pregunten por qué me ha dado hoy por hacer de agenda cultural a posteriori...



En otro orden de cosas, es decir, la reseña que tanto tiempo llevan esperando, el turno le toca hoy al conjunto de relatos denominado Noches de naufragios, de Fabio Carreiro Lago, que un día vive en Tenerife, otro pernocta en Gran Canaria y otro tercero trabaja en Lanzarote: nuestro Gulliver local. No sabría decirles cómo llegué hasta él, aparte de que figura en el catálogo de la conocida editorial Baile del Sol, tan pródiga en publicaciones. El caso es que aquí estamos.

Pues bien, Noche de naufragios consta de cinco cuentos de variado interés y calidad. Los dos primeros no están nada mal, aceptablemente bien escritos, sin las habituales frases hechas ni tampoco los recurrentes cantos al yo lírico-filosófico del autor de turno. Además, los dos cuentos se leen bien, con una notable capacidad para sumergirnos en la geografía que, sin caer en la falacia patética, le otorga un contexto apropiado a lo narrado. Podría achacársele, no obstante, así al menos lo percibo yo, un deseo espurio por cierto efectismo argumental que en vez de conseguir un efecto catártico hace previsible el desenlace de los relatos. En el primero, El ángel del hogar, esto se hace evidente, debido a su brevedad, enseguida. En el segundo de ellos, más interesante, El naufragio de los sueños, cierto giro narrativo no necesario, casi al final, estropea, a mi juicio, una magnífica historia, que parte del tópico quesadiano del inglés/inglesa que viene a parar, en soledad, por esas cosas de la vida, a Canarias. 

En cambio, el tercer relato, La llave, a pesar de su inicio prometedor, se vuelve aburrido: la historia de la anciana sumida en el deterioro físico y mental, paralelo a la ruina de su caserón es, perdonen la fácil imagen, igual a la decadencia de la historia. La historia se vuelve plomiza por momentos para culminar en una relación psicológicamente desacertada de las lecturas de juventud de la protagonista, que se vuelve de lo más lúcida cuando hasta entonces habíamos contemplado y conocido a una mujer senil que confundía a unos trabajadores sociales con ángeles, que tenía basura por doquier y dejaba a las palomas volando a sus anchas dentro de su casa. Un relato fallido que merecería una revisión.

Además, se deja ver, en ciernes, una tendencia que luego se acentuaría en los restantes relatos, sobre todo en el cuarto (Cielo de verano) a ese defecto del que hemos dado cuenta en otras ocasiones: adjetivos y adverbios que se escriben solos, alegres compañeros de francachelas con sus compadres los sustantivos y verbos. Este cuarto relato, además, pretende ser una suerte de revisión amorosa de una pareja con aires existencialistas de indudable pobreza que se plasman en frases tan decepcionantes como "la vida es una carretera llena de curvas". Igualmente, esa mezcla de resentimiento sentimental con la lucha por el patrimonio arqueológico local no marida bien. Observo, además, una caída en el nivel de variedad léxica, como si aquella riqueza de los primeros cuentos se hubiera agotado.

El último relato, Hacia la isla, resulta interesante por lo que plantea, pero recae en los defectos ya aludidos de las malas compañías sustantivo-adjetivo y verbo-adverbio, tales como "mirada inquisitiva", "visitante inesperado", "miró arrobada", "besó galante" o comparaciones manoseadas como "cuello largo y delicado como un cisne", etc. Cierta pereza mental, tal vez, o dificultad en el despliegue de la capacidad lingüística del autor, quién sabe. Un cuento más trabajado hubiera pulido esos defectos y resaltado las virtudes. A pesar de todo esto, vale la pena leerlo, sobre todo por su potencialidad. Tal como está, podría complacer a un profesor de taller literario, pero nada más.

EN DEFINITIVA, me interesa el autor del segundo relato, y del último. Si aplica trabajo y reflexión a su quehacer literario, se puede concebir la esperanza de que pueda escribir una obra que valga la pena. Mimbres parece tener.


P.D. No menciono las erratas porque esa es tarea de la editorial.








sábado, 28 de diciembre de 2019

Lo mejor y lo peor de 2019

Aquí tienen, otro año más y ya van 3, la lista de lo mejor y de lo peor que he reseñado en el Polillas durante el año 2019. Lo positivo es que hay mucha más literatura de calidad que de la otra, de lo que me congratulo porque, a decir verdad, resulta una tarea harto irritante y a veces tediosa desgranar los defectos de tanta novela deplorable. 

Como sé que son Vds. algo morbosetes, a pesar del buenrollismo imperante, comenzaré por la lista de lo peor de 2019. A continuación, seguiré con lo mejor y, finalmente, como suelo hacer también, les mostraré los mejores libros de no ficción que he leído durante este año que fenece.

Vamos al lío:

LO PEOR DE 2019:

El podio ha resultado sencillo. Las tres novelas que aquí señalo han sido lo peor del año sin discusión interna por mi parte.

1) La espiral del silencio, de Mayte Martín (Ediciones Aguere-IDEA). Primera lectura del año y primera candidata a la peor de 2019. Una obra tan cargada de loables reivindicaciones y necesarias denuncias como deplorable en todos los aspectos en que se pueda analizar una novela, y hay unos cuantos. 

2) Caídos del suelo, de Ramón Betancor (Baile del Sol). Una novela que aspira a ser apasionante y que es apasionantemente detestable por caer en todos los clichés del lenguaje y de la construcción de personajes. De principiante.

3) El doble oscuro, de María Teresa de Vega (NACE). Con pretensiones de culta, intertextual y refinada, esta obra es insoportable y tediosa hasta decir basta. No la compre, no la mire siquiera, pase de largo.

MENCIONES ESPECIALES

Las siguientes obras, siendo mediocres, no suscitan tamaña sensación de devastación. Aun así, en aras de la pedagogía y, como dice Rafael Reig, "por razones de salud pública", vale la pena recordarlas: La ceguera del cangrejo, de Alexis Ravelo (Siruela). Sin llegar a hundirse en esas simas de insondable pobreza literaria y pretenciosidad pueril de La otra vida de Ned Blackbird, el autor perpetra otra novela en la que vuelve a lucir su pasmosa falta de estilo y la incapacidad de urdir una trama algo compleja sino es a base de empellones y exabruptos. Tampoco, Pacheco, de Christian Santana Hernández (Mercurio), da mucho más de sí. Es legible, al menos, aun con ese sesgo tan contemporáneo de escribir literatura teniendo en vista una película o un capítulo de serie de televisión, con todos los clichés a cuestas para que el lector/televidente no se confunda. Con A los que leen, Jonathan Allen (Aguere-IDEA) lo intenta de nuevo, y aunque el resultado es más digerible que el logrado con su anterior novela, El conocimiento, sigue poniendo a prueba la paciencia del lector sin ponerse a prueba él mismo, lo que parece un tanto injusto. Para acabar, Lazos de humo, de Ernesto Rodríguez Abad (Diego Pun): convencional es el primer adjetivo que se me viene a la cabeza. Una novela con potencialidades abortadas y un mal final la hacen olvidable del todo.








LO MEJOR DE 2019:

1) Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill). Crítica hiperbólica acerca del uso del lenguaje y acción sin compasión sobre él, el autor restriega al lector esta obra en la cara para que, a partir de su lectura, no contemple la literatura del mismo modo ni le queden ganas de hacerlo.

2) Corrección, de Thomas Bernhard (Alianza, traducción de Miguel Sáenz). Qué decir de Bernhard que no haya dicho ya en sus reseñas. Su voluntad de estilo, su capacidad taumatúrgica de sumergirnos en el mundo interior de sus personajes, un tanto delirantes y siempre obsesivos, y su discurso vitriólico e incendiario contra todo y contra todos le hacen a uno volverse casi un fan-hardcore.

3) La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori (Sexto Piso, traducción de José Aníbal Campos). Una obra grandiosa con la que el lector recorre ese mundo de ayer europeo del que escribió Stephan Zweig, atraviesa el nazismo austriaco, forzándonos a contemplar la gelidez de la muerte que anuncia, y nos hace arribar al París americanizado de los 50. Como dice Vicente Luis Mora, sólo le faltó haber sido escrita antes para convertirse en una obra maestra.

4) Momentos de la vida de un fauno, de Arno Schmidt (Debolsillo, traducción de Luis Alberto Bixio). Una mirada de un alemán, en apariencia corriente, a la sociedad nazi de su tiempo. Resistencia cotidiana de la única manera que se puede en un sistema totalitario, la interior, negándose a aceptar lo inaceptable.

5) Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo (Tusquets). La novela de un autor sobresalientemente dotado, sin duda. Divertida, inteligente, aguda y un algo más que la distingue de la mayoría.

6) Un rey sin diversión, de Jean Giono (Impedimenta, traducción de Isabel Núñez). Fascinante, misteriosa y hermosa. La indagación única del autor francés nos convence, por si lo dudábamos, de que la novela es un instrumento privilegiado para recorrer los laberintos morales del ser humano.

7) El santo al cielo, de Carlos Ortega Vilas (Dos Bigotes). Con esta única novela, ya forma parte del grupo de escasos narradores canarios que merecen consideración por mi parte. Una novela negra/detectivesca más, quizá, pero con estilo propio, personajes con poso y una escritura que alberga potencialidades de más y mejor. Llámenlo intuición.

8) La noche fenomenal, de Javier Pérez Andújar (Anagrama). Una novela loca, muy loca, que conjuga elementos kitsch como el ocultismo y lo paranormal con otros más formales como la utilización creativa del cliché, lo que tiene su mérito. Una trama desquiciada de un autor con talento.

9) Nunca más la noche, de Juan R. Tramunt (Baile del Sol). A pesar de una primera historia fallida, Tramunt remonta el vuelo y consigue inquietarnos y sorprendernos con unas historias bien escritas que conmocionan nuestro sentido común. 


NO FICCIÓN 

Aquí no hay clasificación que valga: todos estos libros son valiosos y variados en su temática. Omito los que ya comenté en la entrada Siete lecturas para el disenso, por no repetir, pero que pueden considerarse incluidos en esta lista:

- El eclipse de la fraternidad, de Antoni Domènech (Akal).
Injusticia epistémica, de Miranda Fricker (Herder, traducción de Ricardo García Pérez).
- La huida de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-Textos).
- Historia y sistema en Marx, de César Ruiz Sanjuán (Siglo XXI). 
- La izquierda, fin de (un) ciclo, de Ignacio Sánchez-Cuenca (Catarata).
- Barcelona, Madrid y el Estado, de Jacint Jordana (Catarata).
- Sobre El Político de Platón, de Cornelius Castoriadis (Trotta, traducción de Horacio Pons).
- Alta cultura descafeinada, de Alberto Santamaría (Siglo XXI).
- Walt Whitman ya no vive aquí, Eduardo Lago (Sexto Piso).
- Post-Democracy, de Colin Crouch (Polity).
- Inventing the People, de Edmund S. Morgan (Norton).
- Muros, de David Freyre (Turner, traducción de Eduardo Jordá).
- Democracia en suspenso, VV.AA (Casus-Belli, traducción de Tomás Fernánez Aúz y Beatriz Eguibar).
- Against the grain, de James C. Scott (Yale).
- Social origins of Dictatorship and Democracy, de Barrington Moore Jr. (Beacon).
- Caníbales y reyes, de Marvin Harris (Alianza, traducción de Horacio González Trejo).
- Ciudades rebeldes, de David Harvey (Akal, traducción de Juanmari Madariaga).
Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger (Taurus, traducción de Joaquín Chamorro Mielke).
Internados, de Erving Goffman (Amorrortu, traducción de María Antonia Oyuelo de Grant).
Melancolía de izquierda, de Enzo Traverso (Galaxia Gutenberg, traducción de Horacio Pons).
McMafia, de Misha Glenny (Península, traducción de Joan Trujillo Parra).
- Estado de inseguridad, de Isabell Lorey (Traficantes de sueños, traducción de Raúl Sánchez Cedillo).


Un saludo cordial a quienes me leen, en especial a los/las que no lo reconocen.





viernes, 11 de enero de 2019

'La espiral del silencio', de Mayte Martín

Resulta francamente vergonzoso ver cómo personas a las que uno tuvo la desgracia de conocer, obligado por tener que mantener algún tipo de trato profesional, laboral o social, y que se comportaron como verdaderas hijas de puta (no en sentido literal, sino en el común: malvadas, malas) van por ahí, sobre todo en las redes sociales y, las que pueden, en los medios de comunicación, dando consejos de vida y exhibiendo un talante progresista. Pasmoso, de rechinar los dientes. Mucha de la mala fama de lo progre proviene de esos ejercicios de hipocresía. En el espacio público es común que se defienda lo propio haciéndolo pasar por algo de interés común, y no menos hacerse pasar por abanderado de la justicia en general cuando se es injusto en particular.

En otro orden de cosas, la producción literaria no para, no para, y sus puestas de largo, también llamadas presentaciones, en librerías, casas-museo, caserones, casinos, bodegones y páramos desolados se anuncian como eventos culturales. Al fin y al cabo, se publicita como relevante lo que no es más que incitación a la compra. Uno tiene que ver de todo en esta vida para morir con impresión de hartazgo y apariencia de completitud. Además, de algo tiene que vivir un montón de gente dedicada a eso que llamamos cultura, que, la mayor parte del tiempo, no es más que, parafraseando a Alain Brossat, imposiciones de consenso, ideología de cohesión y ocultación del conflicto social. 

En fin, que me pierdo. Tiene el controvertido honor de ser causa de la primera reseña del año de este blog minoritario la siguiente novela:






Así es, La espiral del silencio: título homónimo de una obra de la politóloga Elisabeth Noelle-Neumann y que versa, grosso modo, sobre el peso aplastante de la opinión mayoritaria en la sociedad sobre las disidentes, que suelen quedar acalladas. Es, como pueden apreciar, un concepto de uso común entre los sociólogos, teóricos de la comunicación y también para algunos periodistas, entre los que se incluye la autora (free-lance). El periodismo de investigación y sus riesgos constituyen el leitmotiv de la obra. Así, según se señala en la contraportada: "Es una novela que reivindica la libertad de expresión, y hace un guiño a la falta de protección de los profesionales de la comunicación en zonas de conflictos". Loable intención, sin duda.

No obstante, no bastan las buenas intenciones para escribir una novela aceptable. Si fuera así, todo sería más sencillo, porque miren que hay asuntos lamentables sobre los que escribir de nuestra desgraciada condición humana y del mundo en general. La espiral del silencio denuncia mucho, una y otra vez, pero como creación literaria resulta muy deficiente en todos los aspectos que uno pueda imaginarse. Me atrevería a decir, a tenor de lo leído, que incluso en aquellos ni siquiera sospechados.

En la novela se narra la investigación del asesinato de una periodista, Frida, presuntamente por un grupo de sicarios de ramificaciones internacionales, especializados en matar periodistas críticos con el poder: gobiernos, mafias, etc. Sobre esta base, la autora pretende lanzar un alegato a favor de la libertad de expresión, de prensa y de la democracia.

La novela está contada desde dos puntos de vista. El primero, el predominante, es el habitual de un narrador en tercera persona, enfocado en la personaje principal, Sandra que es criminóloga. Esta, acompañada de un amigo fotoperiodista, Nico, intentarán resolver las causas del asesinato y si es posible denunciar a sus perpetradores. El segundo punto de vista consiste en periódicos monólogos interiores de Sandra (en cursiva). En ambos casos, el estilo de Mayte Martín es deplorable: es posible que haya recorrido todos los senderos posibles que llevan al lugar común, a la frase hecha y al personaje manido, vistos y leídos un millón de veces.

Aparte de eso, no hay voluntad de estilo. No se percibe el menor esfuerzo por construir párrafos o frases con intención artística, por modesta que se pretenda esta. No hay condensación del pensamiento, aquilatamiento de la idea, pulimentado de la intuición. No hay literatura, no hay arte por ningún lado. Nada que la haga una novela que merezca la pérdida de tiempo en leerla, por insulsa que sea nuestra vida. No sé que es peor: los intentos de la autora por dotar de vida interior a la protagonista, las escenas de pretendido erotismo o los párrafos que denuncian la situación de los periodistas por el mundo. 

Normalmente, selecciono fragmentos que ejemplifiquen lo que afirmo, mis impresiones de lectura. En La espiral del silencio cualquier párrafo vale, todos son igual de insustanciales. Voy con algunos:


Sandra pensó que de haber sido periodista le hubiera encantado hacer todos esos reportajes... sintió cierta envidia al recordar la cantidad de veces que la acompañó a recoger premios... su amiga iba siempre guapísima con su pelo rizado rubio, sus escotes, sus zapatos de tacones para ocasiones especiales. Frida era una chica muy atractiva, quizá algo menuda, pero no le restaba interés... era muy coqueta, le gustaba llamar la atención, en verano con tops enseñando el ombligo y zapatillas planas con los dedos al aire, eso sí con pantalones, rara vez usaba trajes o faldas, pero no necesitaba enseñar las piernas porque se imaginaban bajo los pantalones de telas vaporosas. 
El día de su muerte llevaba unos vaqueros, una camisa blanca, botas de tacón y un minúsculo chaleco del mismo color... siempre con aquellos interminables escotes que dejaban ver en muchas ocasiones su ropa interior cara, de encajes y colores. Tenía poco pecho y solía usar sujetadores con relleno. Le gustaba mucho la ropa interior, le daba más importancia que lo que llevara encima, y no reparaba en gastos cuando se trataba de adquirir su lencería. Incluso en invierno se las apañaba para llevar escote. Le gustaban las mujeres guapas, era exigente con ello, además femeninas, como su mujer. Mercy es más alta y de mayor envergadura, pero sin duda también una mujer muy atractiva. De cabello castaño lacio, jamás por debajo de los hombros y siempre arreglada de peluquería, con una manicura y pedicura siempre impecables y una forma de vestir algo más recatada, más de trajes chaquetas, faldas rectas y blusas bien abrochadas, carecía del desparpajo insinuante de Frida, pero era muy guapa, se daba un aire a Olivia Wilde, algo que ella explotaba y por lo que se ganó el apodo de Trece. Dos mujeres muy guapas, sin duda y hacían buena pareja, se entendían a la perfección. (Págs. 21-23)
 Le sorprendió la actitud de Nico, y comprendió entonces que sí él como periodista estaba dispuesto a pasar por un cambio radical, es que su olfato iba más allá de la amistad con Frida, que era intensa, pero su interés por la verdad era lo más grande que poseía, lo que le hacía un ser especial, adorable. 
Nico afeitado, con corte de pelo y nuevo vestuario no parecía él... pero ella con pelo largo rubio, maquillada y minifalda... se miraban en el espejo y parecían realmente otras personas. Ella estaba acostumbrada a los cambios de imagen, los criminólogos y detectives muchas veces hacen cursos de maquillaje e imagen para poder pasar desapercibidos, pero nunca se le ocurrió ponerse melena larga y rubia nórdica... Pensó si los policías del aeropuerto los reconocerían, y rio en silencio. (Pág. 37)
Frida era una estrella, de esas personas que nacen con tanta luz, popular, habladora, risueña... siempre trataba de echar una mano a quienes no tenían su misma suerte. Divertida, despreocupada, aquella forma de ver la vida como una inmensa obra de arte. Decía que todos éramos parte de un cuadro, de una obra de teatro, personajes de novela, que todos éramos piezas de ajedrez, fichas de parchís, blancas de dominó, ases en la manga y comodines para el mundo. Me exasperaba a veces con su cierta dosis de cinismo e incluso nihilismo, a veces era la persona más creyente del mundo y acto seguido blasfemaba. Era feminista a muerte, pero a veces ofendía a algunas mujeres. Me decía que todos teníamos contradicciones, que somos aristas de un poliedro y no podemos tener opiniones irrefutables e inflexibles. Frida era mi amiga, esa es la palabra que la define, amigo, todo y nada... ausencia y a la vez tengo tanto de ella. Debo seguir mi instinto, sé que tengo que buscar más allá de la noticia que busca Nico, tengo que leer entre líneas, tengo que trazar un nexo común entre todos estos datos, debo encontrar mi propia línea de investigación. Voy a sacar la brújula interior, tiraré los dados marcados que ella dejó, solo debo encontrar las muescas. (Págs. 114-115).

Es así la novela hasta donde pude leer, como si a la autora le hubiera acometido un ataque de escritorrea y, con el entusiasmo de esos momentos, la hubiese excretado de un tirón. También es digno de reseñar su apego por los puntos suspensivos, que se vuelven de lo más irritante, por arbitrarios. "En busca del estilo sincopado" o algo así podríamos titular.

Un par de ejemplos:


Sandra no pudo continuar leyendo... buscó desesperada una botella de vino donde de sobra sabía que había... en el camino encontró una de tequila y eso le sirvió para que después de un par de tragos a pelo, sin comer, después del viaje y el cansancio acumulado por el insomnio le diera por llorar... llorar a moco tendido, llorar hasta desfigurar sus ojos hinchados, su nariz colorada... y encontró un hombro en el que llorar... unos brazos que la llevaron hasta el baño más cercano para vomitar, la bilis, la hiel... el dolor... 
Nico la metió en la ducha... la refrescó, la llevó hasta una habitación donde la metió en cama y dejó que durmiera. Buscó por la casa aspirinas, paracetamol, ibupofreno (sic)... algo que pudiera calmar la jaqueca que sabía iba a desencadenarse ... buscó comida, algo que preparar en una casa fantasma... una casa que tenía esculturas y cuadros hasta en los cuartos de baño, la cocina... parecía los bajos de un museo y un museo que él no conocía. (Págs 40-41)
El periodista mexicano y sus compañeros intentaban hacer un análisis profundo de la realidad del narcotráfico y el tráfico de armas, lo que les convertía en héroes nacionales... tenían un control exhaustivo de la situación... no solo de su país, sino que habían creado una organización internacional una red casi tan preparada como la de las mafias, en la que sus armas eran la información. Contactos con Colombia, Perú, Argentina, Paraguay... (Pág. 65).

Los diálogos, por seguir desmenuzando, son, en la línea que estamos apuntando, romos, toscos y, lo peor, previsibles. La novela comienza con uno entre Sandra y Mauri, un policía:


-Mauri déjame que te ayude con este caso, sabes lo importante que es para mí... 
-Precisamente por eso no puedo dejarte, estás demasiado implicada personalmente, sí que no me toques las pelotas y desaparece de mi vista, bastante tengo ya con aguantar a los jefazos. 
-Sé que es mucha presión, los medios, el colectivo de lesbianas, las feministas, la familia, y nosotras las amigas, pero por eso me necesitas más que nunca. Mi relación personal con ella puede ser positiva. Ha pasado una semana y ya estoy mejor, ahora puedo empezar a recomponer todo y ayudarte a buscar a quien la mató. 
-Sandra lárgate ya, te he dejado pasar por ser tú pero, estoy hasta los cojones de que venga todo el mundo a presionarme con esta historia. ¿Sabes la de llamadas telefónicas de locos y locas que recibimos al día que reivindican el asesinato o que llaman para decir que lo merecía, o que te preguntan si es verdad que ha muerto o forma parte de un programa televisivo? La gente está loca, Sandra, y tenemos que lidiar con eso cada día, lo que me faltaba encima aguantar a una detective privado... así que desaparece de mi vista, no has venido en buen momento.

Y solo otro más, para no abusar:


-¿Qué haces aquí Nico? 
-Tenemos que hablar 
-Con esa cara tan seria que me has puesto ¿no me dirás ahora que estás embarazado? 
-Esto es serio, San, muy serio... Vamos dentro y te lo explico. Sandra no sabía qué pensar ni cómo reaccionar a lo que Nico había dicho... le metía prisa para que recogiera las cosas más básicas que necesitara, que cogiera ropa y enseres necesarios, que no podía usar el móvil, ni el portátil... tenía que dejar atrás sus cosas, incluido su perro. 
-No sabemos cuánto nos va a llevar esto -decía Nico- pero, está claro que te va a costar, yo estoy acostumbrado a desaparecer. 
-Pero es que no entiendo nada, Nico, ¿que estemos en peligro, el que alguien quiera asesinarnos? 
-Te lo he explicado Sandra, ¿no me escuchás?, sé que estás en shock pero esto es lo que hay... Frida lo sabía... ella ha repartido pruebas entre tus archivos y los míos y ellos no tardarán en descubrirlo. 
-Ellos, ellos, ¿pero quiénes son ellos? 
-¿Y esa pistola? 
Si estamos en peligro como dices no les vamos a dar facilidades... esta es mi pistola... tengo un par de aerosoles de gas... 
-¿Pero estás loca? ¿Un arma? 
-Te recuerdo que tengo permiso de arma y que estoy capacitada para cualquier defensa personal... -casi aulló desesperada-. Ya tengo todo lo necesario, incluido mi maletín de espionaje. 
-No pienses que esto es una novela negra, esto es la pura realidad, nos enfrentamos a lo desconocido, pero quien sea o quienes sean, ya han matado a Frida y no van a dudar en hacerlo con nosotros que somos menos populares que ella. (Págs. 28-29)

Ya ni siquiera voy a nombrar los solecismos, para qué, o la falta de claridad o de criterio con el uso de las comas. Y el enorme aburrimiento que provoca su lectura. Todo es de un nivel ínfimo, tanto que hace grandes (exagero) a algunas novelas noir que he denostado en otras reseñas. Me di por vencido en la página 121. En definitiva, una novela terrible. 






P.D. Una reseña opuesta a la mía y publicada en Dragaria la pueden encontrar aquí, de Marcos Rivero Mentado. Otra, de la Premio Canarias de Literatura, poeta y novelista (esto último, en sus peores días), Cecilia  Domínguez Luis, también en Dragaria, aquí. Y aquí, del famoso opinador y novelista de historias que se ensamblan Emilio González Déniz. Las tres se parecen en lo que cuentan y sobre todo en lo que omiten.






























viernes, 21 de diciembre de 2018

'Ordesa', de Manuel Vilas

Hay dos reseñadoras que están causando furor en nuestra literatura local: la celebérrima Premio Canarias de Literatura Cecilia Domínguez Luis y la recién novelista y free-lance Mayte Martín, a la sazón colaboradora infatigable de la revista Dragaria. Ambas practican ese arte de reseñar la novela de que se trate escurriendo el bulto. Es decir, sospecho que no les gusta lo que han leído, pero noblesse obligue. El resultado es una reseña en la que desgranan la trama y dicen lo de muy de actualidad que es y cómo vamos a quedar epatados, transfigurados y de ahí hacia arriba. La primera desperdiga sus piropos insustanciales tanto en Dragaria como en ACL, la revista de la Academia Canaria de la Lengua, al menos; la segunda, que sepa, solo en Dragaria, que nació como una promesa y no ha hecho más que agonizar desde entonces. Eso sí, seguro que logran hacer muchos amigos en su tránsito cultural hacia la nada. Algo es algo.

Mi consejo: si alguna de las dos alaba una novela, un poemario, una película o, qué sé yo, una marca de galletas, no compren, huyan. Muy rápido, sin mirar atrás. Eso que hemos ganado, aunque sean consejos a los que haya que seguir a la inversa. No conozco nada que no les haya gustado, emocionado, impresionado o encantado. Son el recambio de Ibrahim Chamali, al que echo de menos, es un decir, en la actividad del elogio indiscriminado.

Vamos a lo nuestro. La novela que toca es:






Tenía que caer, no podía pasar de largo por mi vida, la novela española más celebrada en 2018, al menos por el aparato mediático de Prisa. Aunque, por lo que sé, Alfaguara no pertenece a ese conglomerado desde 2014, cuando Prisa vendió la editorial a Penguin Random House (que anteriormente eran Penguin, por un lado, y Random House, por otro: el fenómeno de las compras y fusiones editoriales merece una monografía). En todo caso, Ordesa resultó elegida por el suplemento cultural Babelia como la mejor novela de las cincuenta mejores novelas del año. Que no sea por no poner "mejor" todo el rato. O la más mejor.

Pues bien, la novela es un aceptable despliegue de hacerse pasar por buena. Se esfuerza mucho por parecer, sin duda. En realidad, no lo es. Por el contrario, considero que no es ni más ni menos que un ejercicio pretencioso de frase corta, normalmente sentenciosa, de corte apodíctico, que me hace recordar, fíjense Vds. al deplorable Santiago Gil de Gracias por el tiempo y al no menos lamentable David Llorente y su Madrid: frontera, dos ejercicios de impostura escrituril que habíamos logrado olvidar no sin esfuerzo y algún principio de indigestión. Ese aire de familia en el naufragio literario no deja de llamar la atención, dado que es la búsqueda de la originalidad y del estilo propio el leitmotiv del arte desde al menos el Romanticismo. Sin embargo, dado que no creo que se hayan influido entre sí, es posible llegar a la conclusión de que ciertas obras malas se parecen a su manera. De la peor manera.

Ordesa es el relato de la pérdida de los padres, el dolor consiguiente, la descripción del mundo como vacío y carente de sentido, y tal. Siento hablar con esta frivolidad, pero el tema, tan socorrido, requiere de una mirada y de una técnica de otro nivel para hacerlo literariamente interesante y artísticamente apetecible. A mí, la verdad, el relato del dolor por el dolor y la flagelación por la flagelación no me atrae por sí mismo. Hace falta algo más para salir del ensimismamiento vital, del regocijo por la llaga que supura, que, en este caso, no sirve de exutorio que le proporcione sentido.

De repente, mi apartamento me ha parecido que no valía el dinero que estoy pagando por él. Imagino que esa certidumbre es la prueba de madurez más obvia de una inteligencia humana bajo el peso del capitalismo. Pero gracias al capitalismo tengo casa. 
He pensado, como siempre, en la ruina económica. La vida de un hombre es, en esencia, el intento de no caer en la ruina económica. Da igual a qué se dedique, ese es el gran fracaso. Si no sabes alimentar a tus hijos, no tienes ninguna razón para existir en sociedad. (Pág. 15)


Con la muerte de mi padre comenzó el caos, porque quien sabía quién era yo y a la postre se podía responsabilizar de mi presencia y de mi existencia ya no estaba en este mundo. Tal vez esta sea una de las cosas más originales de mi vida. La única razón segura y cierta de que estés en este mundo reside en la voluntad de tu padre y en la de tu madre. Eres esa voluntad. La voluntad trasladada a la carne. 
Ese principio biológico de la voluntad no tiene carácter político. De ahí que me interese tanto, de que me emocione tanto. Si no tiene carácter político, eso significa que  ronda los caminos de la verdad. La naturaleza es una forma feroz de la verdad. La política es el orden pactado, está bien, pero no es la verdad. La verdad es tu padre y tu madre. 
Ellos te inventaron. 
Vienes del semen y del óvulo. 
Sin el semen y el óvulo no hay nada. 
Que luego tu identidad y tu existencia ocurran bajo un orden político no desbarata el principio de la voluntad, que es anterior al orden político; y es, además, un principio necesario, mientras que el orden político puede estar muy bien y todo lo que tú quieras, pero no es necesario. (Pág. 31)


Por tanto, en mi vida, como en tantas otras vidas, combatieron el platonismo y la promiscuidad. Y eso siempre daña. Pero al final un divorcio, en el capitalismo, acaba reducido a una lucha por el reparto del dinero. Porque el dinero es más poderoso que la vida y que la muerte y que el amor. 
El dinero es el lenguaje de Dios. 
El dinero es la poesía de la Historia. 
El dinero es el sentido del humor de los dioses. 
La verdad es lo más interesante de la literatura. Decir todo cuanto nos ha pasado mientras hemos estado vivos. No contar la vida, sino la verdad. La verdad es un punto de vista que enseguida brilla por sí solo. La mayoría de la gente vive y muere sin haber presenciado la verdad. Lo cómico de la condición humana es que no necesita la verdad. Es un adorno la verdad, un adorno moral. 
Se puede vivir sin la verdad, pues la verdad es una de las formas más prestigiosas de la vanidad. (Pág. 77)


Se muere mejor si nadie sabe que estás vivo, no haces cargar con la pesadumbre de tu muerte a nadie, con papeles, llantos y funeral, con culpas y demonios. Quienes mejor mueren son quienes no sabían que estaban vivos. La vida o es social o es solo naturaleza, y en la naturaleza la muerte no existe. 
La muerte es una frivolidad de la cultura y de la civilización. (Pág. 86)


Como yo mandé quemar el cuerpo de mi padre, no tengo un sitio adonde ir para estar con él, de modo que me he creado uno: esta pantalla de ordenador. 
Quemar a los muertos es un error. No quemarlos también es un error. La pantalla del ordenador es el lugar donde está el cadáver ahora. Va envejeciendo la pantalla, pronto tendré que comprar otro ordenador. Las cosas no resisten como lo hacían antiguamente, cuando una nevera o una televisión o una plancha o un horno duraban treinta años, y este es un secreto de la materia; la gente no entierra electrodomésticos viejos, pero hay gente en este mundo que ha pasado más tiempo al lado de un televisor o una nevera que al lado de un ser humano.  
En todo hubo belleza. (Pág. 108)


Así, sin descanso, página tras página.

Además, aparte del dolor, la melancolía y todo eso, Vilas inserta aquí y allá reflexiones de corte sociológico que no aportan nada, ni siquiera en el plano cognitivo, sino que suponen una bajada de tensión estilística, sobre todo cuando uno había logrado, por fin, concentrarse en la lectura. Pero lo peor no está ahí, sino en la profundización, digamos, filosófica, que es el fundamento del libro: qué somos, por qué estamos en el mundo, por qué morimos. Es un asunto bien trillado, pero también lo bastante importante para que cualquier escritor deba interrogarse (en el cuarto de baño, bajo la cama con el peluche, desnudo en una acequia, en cualquier caso, en soledad) si está pertrechado del suficiente bagaje para emprender esa tarea, sobre todo cuando se enfoca de modo tan frontal. Mi conclusión es que Manuel Vilas no lo está. Lo que le gusta a Manuel Vilas, en realidad, son los aforismos. Otras prefieren llamarlo "hibridación genérica".

Por último, se puede resaltar que el personaje narrador, el propio autor, no consigue suscitar simpatía alguna. Su intimismo e introspección no consiguen provocar nada más que desdén. Sus reflexiones, que se pretenden cargadas en algunos casos de lirismo, en otras de ingenio y en otras últimas de sabiduría de poeta revenío solo producen irritación o aburrimiento. A veces, al mismo tiempo. Todo lo que revela, para hacerlo aún peor, es un profundo conformismo.

Me prometí, en todo caso, que llegaría al menos a la página 100: he cumplido de sobra. A partir de ahora, que esta novela la sufra otro.



P.D. Hay algunas reseñas que mantienen una opinión absolutamente contraria a la mía (aquí, aquí, aquí), y otras coincidentes (aquí o aquí) que  se muestran igual de irritadas. Es, por lo que se ve, una novela crispadora.