jueves, 4 de noviembre de 2021

'El informe Silvana', de Sabas Martín

Es posible que Sabas Martín sea tan famoso que cuando sale a la calle los vecinos tienden alfombras a su paso y le arrojan pétalos perfumados desde balcones y ventanas. También, que su obra constituya el ejemplo artístico más excelso de lo que pueda emanar de la acrisolada creatividad humana. Si estas posibilidades se demostraran como reales no serían, sin embargo, disculpa para que el reseñador dimitiera de su responsabilidad como analista público (con lo que conlleva de responsabilidad con el público lector) respecto de la última novela de esta figura señera de las letras canarias. Por muy convencido que esté de que las masas de lectores y lectoras acudirán sin parar en mientes y en tropel a adquirirla.

Insisto una y otra vez que el papel del/la reseñador/a, del/la crítico literario, no debe limitarse a "saludar" una obra nueva como un gran acontecimiento per se, ni ensalzar a su autor por los servicios prestados y por los futuros. Quien quiera que se aproxime a una novela con el propósito de analizar sus virtudes y sus defectos no puede limitarse (aun con entusiasmo) al papel de representante o abogado defensor del autor o autora, ya sea para sentarse en la misma mesa del banquete en la República de las letras, ya para envolverse con su cálida y cosquilleante aura literaria. En todo caso, debe asumir en parte el papel de juez (considerándose en esta función como fideicomisario de la comunidad lectora), y, tras dictar argumentada sentencia (véase, por ejemplo, Visto para sentencia, de Rafael Reig), retirarse a la soledad de sus aposentos.

Es por ello por lo que pienso que el verdadero daño que se hace a la literatura no proviene de la profusión de productos de mero consumo o entretenimiento, o de los fallidos intentos estetizantes o filosóficamente pretenciosos de muchos/as escritores/as, o de la proliferación de supuestos premios que no promocionan nada salvo a sí mismos y a sus organizadores/as. Nada malo hay, además, en la literatura mediana o mediocre: son el humus necesario para que emerjan de vez en cuando obras más logradas. Lo que perjudica de manera grave tanto a la literatura en sí como a la credibilidad de la crítica literaria son, sencillamente, los/las reseñadores/as que hacen dejación de funciones y no actúan como críticos para convertirse en colaboradores o apologetas, causando un daño casi irreparable a la credibilidad del oficio y, como consecuencia, de la literatura, que (con aspavientos y lágrimas a punto de emerger) dicen defender. Además, a todos/as debería parecernos evidente que el/la reseñador/a debería dejar claras sus conexiones personales, si las tuviera, con el autor o autora y, lo que es más importante, con la editorial que les publica por mera cuestión de honradez.

A todo esto, qué culpa tendrá el Sr. Sabas Martín de que un reseñador de desempeño tan lamentable como Victoriano Santana Sanjurjo se haya ocupado (por decirlo así) de su novela.




El informe Silvana nos narra en dos planos la desdichada existencia de una mujer, Clara Fortes/Davinia Silvana, aquejada de problemas psicológicos y de adicción a los estupefacientes que requiere de un informe médico para su salida del centro penitenciario en el que cumple condena por robo. Un plano está estructurado por un diálogo a cuatro bandas entre unos médicos y un inspector de policía. El otro, por sucesivas escenas retrospectivas protagonizadas por la susodicha en el que se revela información que sólo será sabida por los/as lectores/as.

El primer plano, digamos el dialógico, resulta pobre porque no consigue dotar de identidad a los interlocutores, meras palabras en busca de personajes. El médico jefe, así como el psicólogo y el psiquiatra (que se enzarzan en discusiones médicas de escaso interés) se esfuerzan por proporcionar un discurso científico y objetivo a los padecimientos mentales de la paciente. A este se le añade el relato del policía, para, en palabras de los participantes "unificar un informe". Sea como fuere, resulta evidente que el propósito de este plano es contrastarse con las vivencias tal y como son sentidas por la protagonista. 

En todo caso, el diálogo a cuatro bandas es envarado y poco convincente, como si estuviera recitado por cuatro malos actores. Esas repeticiones de palabras, esa proliferación de los adverbios, y de los adverbios terminados en -mente (que denotan una inseguridad no solo terminológica sino expresiva) y esos clichés lingüísticos de las que tantas veces he abominado contaminan de manera irrecuperable la naturalidad y la consiguiente verosimilitud de los participantes. Por no hablar de la insustancialidad de varias partes de esta gran conversación o de las erratas (he contado quince en mi ejemplar) que truncan frases de diálogo (a este respecto, la editorial Mercurio, como muchas otras, debería contemplar la posibilidad de contratar revisores y correctores, salvo que en vez de editorial prefieran denominarse imprenta. En definitiva, cuatro sombras que hablan, sin asomo de presencia efectiva ni personalidad tangible (con la tangibilidad, claro, que permiten las palabras).


-¿QUIERE AZÚCAR? 

-Gracias. Lo prefiero solo. 

-Ya saben ustedes lo que dicen del café. Que se debe tomar haciendo caso a lo que rezan sus iniciales. 

-¿Cómo es eso? 

-Ce de caliente, a de amargo, efe de fuerte y e de espeso, según unos, o de escaso, según defienden aquellos otros a los que les gusta tomar varias tazas repartidas a lo largo del día. Los buchitos, como dicen los cubanos. 

-No, no lo sabia. 

-Yo he decidido racionármelo. Únicamente en el desayuno y, luego, infusiones para después de la comida. 

-Pues yo sigo con el vicio. No puedo prescindir de él. 

-¿Me acerca la bandeja? 

-Tenga. 

-Gracias. ¿Usted no come? 

-De momento, no. Sólo el café solo. 

-Bien, pues de algunos datos disponemos ya para empezar a trazar un cuadro diagnóstico. Para empezar a reconfigurarlo, digo, porque, evidentemente, aún queda recorrido por delante. Pero la infancia y la adolescencia siempre son un campo fundamental que revela claves sobre las pautas del posterior comportamiento adulto. 

-Cierto, y más si de ese período quedan secuelas de situaciones traumáticas. Pero también son significativas las incidencias posteriores. En este sentido/    (ERRATA)

-Creo que suena un móvil. 

-Es el mío, gracias. Ya lo cojo. 

-En realidad, esto es como un rompecabezas. Hay que ir encajando las piezas. Pero primero hay que tener piezas que encajar. Todas, a ser posible. (...)

(Págs. 41-42)


 ...HABÍA SENTIDO ADMIRACIÓN. De ahí el pseudónimo. Davinia, porque sonaba a Divina, y Silvana, por Silvana Mangano. 

-¿Y dice usted que fue a consulta con una amiga? 

-Efectivamente, inspector. Una morena espectacular de ojos verde intenso. Ya les dije. 

-¿Recuerda su nombre? ¿Se llamaba Jana... Jana Febles...? Sí, ¿Jana Febles Pardo? 

-Pues no le puedo decir. Creo que, en aras de la confidencialidad, no lo consideré significativo, pero puedo repasar mis archivos por si consta el nombre. Sí recuerdo que dijo que era su amiga y que venía acompañándola. ¿Por qué lo pregunta? 

-Es que creo que a esa misma mujer tuve ocasión de interrogarla cuando la detención de Clara Fortes. O de Davinia Silvana, como prefieran. En el transcurso de la investigación del robo de los objetos del convento de Santa Catalina surgió alguien de sus mismas características físicas. Una mujer realmente espectacular, como usted la ha calificado, morena de pelo largo y ojos de un verdemar profundo. Pero resultó que no estaba implicada en el delito. Puede que se trate de la misma persona. En fin. Mera curiosidad. No me gusta dejar cabos sueltos. Ya digo, cosa de deformación profesional. Perdone. 

-Antes de seguir... ¿Intentó usted ponerse en contacto con los familiares de la paciente, con sus tíos, concretamente? 

-Por supuesto. Pero ella no quiso. De ninguna manera. Dijo que ya no vivía con ellos y que prefería que no supiesen nada (...) (Págs. 55-56) 

 

El plano retrospectivo es mucho más interesante. Aquí sí se ve, aunque el efecto no es uniforme, sino a fogonazos, que hay un escritor que se preocupa por el estilo. Se abandona el tono envarado (es posible que pensara que debía de corresponder al intercambio de información entre los especialistas de la salud y el policía) y se adopta uno más cercano al flujo del pensamiento, aun en estilo indirecto libre, reflejando de manera convincente el mundo interior de la reclusa, así como las alucinaciones tanto psicosomáticas como las producidas por las drogas. Esto no quita para aquí que Sabas Martín incurra también en clichés y repeticiones innecesarias, qué le vamos a hacer.

En relación con esto, me siento tentado a interpretar que la dualidad de planos implica oposición de discursos: un discurso científico, de pretensiones objetivistas, en el que el ser humano es tratado como paciente y no como agente, y otro subjetivo: sentimental y pasional, salvaje y débil. Pero en absoluto debe inferirse que uno es malo y el segundo, bueno. La visión que se infiere del segundo discurso es el de dominación y sumisión, de "amo y esclava", de violencia y engaño. La visión racional y el tratamiento correspondiente se ven impotentes para sanar una naturaleza humana tan fácilmente corrompible y subyugable.


(Davinia lo ve hacer. Ya sabe lo que prepara. Lo delata esa contenida excitación con que ha llegado a casa, la mirada acuosa de brillores y la impaciencia de los gestos. Nada más llegar, "Davinia", llamándola y anunciando su llegada. "Davinia, mira lo que traigo" y seguro que era buen material. El mismo ritual siempre cuando venía con ello. Llamándola y dirigiéndose con premura al saloncito donde ahora Davinia lo contempla. Sobre la mesa el espejo, la bolsita de polvo blanco que esparce sobre el cristal y, enseguida, los ademanes precisos dividiendo el polvo, los golpecitos rápidos y puntuales, mecánicamente repetitivos, los golpecitos con la tarjeta que alisan y distribuyen y reparten para que queden alineadas las rayitas en paralelo. Cada vez más frecuente esa operación. Más asidua. Más habitual. Una costumbre ya. Y Álvaro que se frota la encía con el polvo de nieve, que inhala, una, dos veces, volcado sobre el espejo en la mesa, que con dorso de la mano elimina los residuos que le manchan la nariz, y ahora le pasa a Davinia el canutillo del billete enrollado. La invita. La incita. Davinia no demora. Toma el canutillo y también inhala profundamente.) (Pág.72)


(Pero la ansiedad no disminuye. Esa ansia que la desasosiega y que le impulsa a buscar en las inmediaciones de ciertos clubes, discotecas, bares de copas. Merodeando hasta que algún indicio le revela que sí, que hay alguien que vende. Y la aproximación discreta, el trato rápido, las manos que se entrechocan e intercambian la bolsita de plástico por los billetes. La mercancía en su poder. Y enseguida el adentrarse en algún baño del club, del bar, de la discoteca, para inhalarla y sentirse pletórica, exultante, clarividente, vigorosa. Así. Así su ritual. Periódicamente. Así. Aplacando la desazón de su cuerpo y que por unos instantes desaparezca de su alma la angustia, el tormento, la agonía de los recuerdos. Álvaro. Álvaro siempre en su mente. Desde que la dejó. Desde que él se fue y ella ha regresado a la isla. Así, con discreción, en discotecas, bares y clubes. Satisfaciéndose secretamente en esos lugares. Hasta ahora que la necesidad, la urgencia que la apremia, la ha vuelto imprudente y prepara las rayas de nieve sobre el espejo que aguarda en la cama de su habitación. Y la cuchilla de afeitar dispuesta para en el filo de sus cortes revivir los recuerdos, los recuerdos con Álvaro, el sufrimiento y el daño convirtiéndose en un goce que la anega y la excita en la hondura de su sexo. Así hasta esa vez. La vez en que su tío la descubre.) (Págs. 87-88)


Es una novela que habría requerido mucho más trabajo para dar hondura a los interlocutores del diálogo médico-policial, lo que implicaría, además, una profunda reforma del lenguaje empleado. Asimismo, ignoro si es la visión tan desesperanzadora, encarnada en la protagonista-víctima, de la humanidad y de la sexualidad, la que pretende transmitirnos el autor o si también ha sido el resultado no calculado de una reflexión falta de mayor complejidad y sutileza sobre la naturaleza humana. Por tanto, en mi opinión, El informe Silvana no deja de ser una obra insuficiente e insatisfactoria.

EN DEFINITIVA, podría haber sido una novela interesante, pero la ejecución no estuvo a la altura del propósito, por mucho que el reseñador mencionado se haya empeñado en ceñir los laureles en las sienes del autor a toda costa y contra toda prudencia. 



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA


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