Alguna vez he mencionado el tinglado este de los premios literarios. De los premios, en general. Con las excepciones de rigor (que puede que promuevan efectivamente el objetivo explícito: dar a conocer a buenos/as escritores o artistas, reconocer o contribuir a reconocer a un/a artista que por esa concatenación de azar y capricho del mercado estaba escondido/a a la vista del público, etc.), por lo general los premios sirven al nada loable propósito de favorecer la imagen de la institución (pública o privada) que concede el premio o, simplemente, unido a lo anterior, premiarse a sí misma. Qué son si no los Oscar o los Goya: los miembros de la Academy of Motion Pictures Arts and Sciences en los Estados Unidos o los de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España son los que votan qué película (que han producido, dirigido, interpretado, etc., esos mismos miembros) o qué apartado de alguna película les ha gustado más. Algo similar puede decirse de los Nobel. Hay una academia sueca del ramo cuyos miembros votan lo que les gusta. Huelga decir que es necesario que hayan leído lo que votan, lo que significa que la obra de esa persona candidata debe estar traducida al sueco, (imagino que al inglés también) como mínimo. Además, los partidarios de ese autor o autora, creo, deben de conformar algún tipo de lobby para influir al comité designado para hacer llegar al jurado su obra.
Es decir, no está previsto ningún mecanismo de infalibilidad o de omnisciencia, no hay afán totalizador, sencillamente porque no puede haberlo. Por tanto, las quejas de los/las fans sobre que una elección ha sido "injusta" no dejan de ser sino una falacia o mero resentimiento dado que la realidad no se ajusta a sus deseos, por estrambóticos que sean. Un premio es injusto cuando a sabiendas se elige una obra peor sobre otra mejor. En el caso de la extensa obra de grandes (o menos grandes escritores) quejarse, incluso con amargura y artículo en el ABC, por que la elección haya recaído en un tanzano residente en Inglaterra y no, digamos, en Javier Marías denota, como no podía ser menos, la arbitrariedad del gusto. Pero, como tal arbitrariedad, demandar que unos señores en Suecia le den su premio (o a los que se les ha atribuido esta prerrogativa) al escritor que le gusta a uno/a resulta como mínimo exagerado y un tanto histriónico. Además, si se duda de que haya concurrido solo el sopesamiento de valores literarios en la otorgación de este premio, como a veces se hace notar, me pregunto entonces, si tanto se ha depreciado, qué valor tendría que se lo dieran al escritor o escritora favorito. En tal caso, otra persona podría aducir la misma inquietud y proyectar las mismas sospechas al respecto. A no ser que se afirmara que solo en ese caso concurrieron únicamente las virtudes literarias. A todo esto, me viene ahora a la memoria de la frase de Cela sobre el Cervantes.
Por otro lado, las últimas risas, mofas y befas respecto de los premios literarios han recaído en el Planeta. En serio, es posible que no haya certamen literario (por llamarlo así) más desprestigiado y más carente de todo interés puramente artístico en el mundo, y es posible que no haya certamen literario más anunciado, narrado y posteriormente más comentado que este en todos los medios de comunicación, lo que luego se desborda en las redes sociales, cenáculos literarios y grupitos de escritores/as apretujados en torno a una mesa en la calle Mendizábal. Es evidente que "dotarlo" de un millón de euros llama la atención, pero creo que su trascendencia va más allá del dinero. Barrunto que tiene que ver con que la empresa editorial y el conglomerado comunicativo que hay detrás y su cosmovisión ideológica de algún modo eclosionan visiblemente en esta ceremonia de autopromoción donde se reúnen elites políticas y económicas, y a cuya mesa invitan a literatos/as más o menos reveníos. En este caso, para mayor escándalo, tanto para los puritanos de izquierda como de derecha, la escritora galardonada resultó que estaba constituida por tres señores que casi pasaban por allí. Además, y como bien señala Antonio Bordón en un artículo al respecto en su blog, si queda claro que el premio Planeta siempre fue una engañifa, al menos los escritores que aceptaban participar en la componenda no estaban en absoluto carentes de prestigio ni de talento: comparar aquellos con estos de ahora nos hace preguntarnos (si este premio actúa, utilizando una metáfora bastante usada, como termómetro del nivel promedio de la literatura en nuestro país) en qué medida estamos bailando sobre un cadáver.
Por supuesto, podemos aducir que la literatura que interesa no tiene por qué acudir a certámenes, galardones ni premios, y que sigue vigente aquella distinción de Bourdieu, tan de siglo XIX, entre los autores que aspiran al reconocimiento de sus pares y los que escriben para el reconocimiento del mercado. Cada escritor/a vive en encrucijadas de disponibilidad de tiempo, de dinero, de espacio: unos se venderán por un bocadillo de chopped, a otros no les hará falta porque ya lo hacen gratis y unos terceros habrá que valoren la posibilidad de no renunciar a sí mismos. Es fácil llegar a la conclusión de que la balanza está absolutamente desequilibrada, pero...
A veces cruza por su mente el rayo, la noticia, el lance que fulmina a una persona amada o a ellos mismos. Muchos viven en un azar que es solo abuso del poder de sus no tan semejantes, y se preguntan si les despedirán mañana o si tendrán recursos para mantener su vida. En algún momento, la mayoría sueña con el buen azar, con la buena aventura no esperada. Y en general y sobre todo, se tambalean y hacen como que no lo saben, como que no hay abismos a los dos lados de la acera, y ríen con la caída ridícula porque solo fue fantásticamente ridícula. Conocen la angustia de no llegar a tiempo a donde, sin embargo, al parecer no les esperan. Para designar lo muy bueno utilizan a veces nombres de lo imposible: esto es fabuloso, esto es fantástico. Pese a todo, no es raro que asientan ante una melodía, o que, tras ver a dos personas caminando juntas, con una gratitud maravillada sonrían al azar que les hace estar vivos. (Pág. 108)
¿Debería preguntarle cómo era su madre? ¿Debería proponer a Mariana ir a tomar un café? Ni idea. Solo se le ocurre hablarle de la precisión, de lo borroso, de lo difícil que es encontrar el término medio, de que la vida pasa muy deprisa y a la vez muy lentamente, de que le gustaría conformarse con las pequeñas emociones pero no puede, no sabe, no es capaz de construir una aduana para ordenar el paso de lo que la aturde, esa desorganización, esa tristeza, los agujeros del sufrimiento que se pueden reabrir y no siempre por azar. Le gustaría explicarle que cuando se le hace un nudo en la cabeza no es porque esté sintiéndose Juana de Arco, sino porque tropieza en cada acto menor, como no poder invitar a una caña, no creer en el consuelo y no saber decir las palabras. No está dispuesta a aceptar un paro inaceptable y puede que eso acarree mayores inconvenientes y caos en su entorno de lo que ocasionaría su conformismo. Pero aunque nadie pueda decir si en verdad somos libres para querer lo que queremos, hay una libertad a la que Jara no renuncia no la de lo hipotético, lo que hubiera podido pasar, sino la del qué haré ahora y el hasta qué punto puedo tratar de empujar los límites injustos que me imponen los más fuertes (...). (Págs. 147-148)
La voz y la intensidad suben ahora al borde del tejado del hostal, allí se sientan, con sus piernas ficticias colgando. En lugar de echar a suertes su papel en la historia, la voz expone su caso. Algunas historias, dice, requieren no transitar por los límites de lo insoportable y lo extraordinario. En los momentos ordinarios, la chapuza vital, el impulso de la justicia y la llamada de lo lejano encuentran un peso tal vez equivalente; los humanos tratan de responder como mejor saben a esa tríada, hay momentos espléndidos que, como grandes robles, extienden sus copas, hay caídas y tiempo de pena, hay intentos perfectos si bien no logrados y un discurrir a través de los días con afecto atento, un discurrir a veces intrincado, un poco lóbrego y sobrecogedor, a veces espacioso y al borde del mar. Y esta es la vida sin sus desafueros, también cuenta, y también forma parte del camino. (Pág. 246)
No hay comentarios:
Publicar un comentario