lunes, 26 de junio de 2023

Libros, veleidades y ferias

No debería sorprenderles que, así, sin previo aviso, les comunique que tengo avanzada la lectura del libro de Saul Bellow El legado de Humboldt. Comparte, por cierto, espacio en el suelo al lado de la cama con la difícil (para mí) obra de Blumenberg sobre el mito platónico de la caverna y sus alusiones filosóficas a lo largo de los tiempos (desde Aristóteles hasta... por ahora he llegado a Bacon), Salidas de caverna. Durante un tiempo estuvo también ahí la novela de Marlon James Leopardo negro, lobo rojo, pero no ha resistido la pujanza de Humboldt.

Asimismo, escribiendo las líneas anteriores, recordé que tengo iniciada la lectura de otra obra de Bellow, Herzog, pero debe de estar escondida en alguna caja de esta mudanza que nunca concluirá. No escribe nada mal este señor, obvio es. Por otro lado, tengo haciendo ejercicios de calentamiento la novela, que al parecer es la primera de una trilogía (si una novela no forma parte de una trilogía en esta época, el autor o autora no es nadie), titulada Los tres cuerpos, del autor chino Cixin Liu. Se va a poner de moda (de nuevo) porque Netflix va a estrenar una serie basada en ella. Hasta ahora he resistido la tentación. A duras penas: veleidoso que es uno.

Además de lo anterior, el otro día pasé por mi librería de referencia (trato amable: saben mi nombre, y cercanía al domicilio: básico) y compré un libro sobre arte; otro, de Marx, la novela de Liu, una monografía de análisis cultural y otro libro a cuenta de los clásicos griegos y latinos.

Libro de arte: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

Libro de Marx: El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. La novedad es el estudio previo (y la traducción) de Clara Ramas Sanmiguel, que ocupa sus buenas 50 páginas.

Libro de análisis cultural (o de lo que sea): Los antiguos y los posmodernos, de Fredric Jameson (traducción de Alcira Bixio).

Libro de inspiración clásica, sobre cuestiones políticas: El hilo de oro, de David Hernández de la Fuente.

Y Los tres cuerpos (traducción de Javier Altayó).

El martes, leyendo la Apología de Sócrates, caí en la cuenta de que había en la traducción de Gredos, a cargo de Julio Calonge, un latinajo que no venía a cuento en la boca de Sócrates ("in absentia"). Dichoso mundo este en el que encontré rápidamente a dos personas con las que pude comentar este asunto. También, en el Legado de Humboldt, el protagonista cuenta en cierto momento cómo su novia y él pasaban las tardes traduciendo a Plauto. ¿Es posible leer los Diálogos de Platón sin sentirse exquisito ni nada parecido? ¿Que sea una actividad tan cotidiana como cualquier otra en la que emplear el tiempo? Con frecuencia, en estas charlas melancólicas con personas de mi generación, afirmo que si pudiera volver a tener 17 años, con todos los medios necesarios a mi disposición, estudiaría Clásicas. Fantaseo con que estudiar estas lenguas debe suponer el ingreso en un club muy discreto, donde se habla griego antiguo con soltura y se bebe vino aguado en copas anchas proveniente de ánforas con motivos mitológicos. Cuando los miembros de este club se aburren, fornican o se postulan a dirigir el Estado. No olvidemos a Boris Johnson.

No descarto que otros/as piensen algo semejante respecto de Ingeniería o de Biología. 

Otro asunto: Javier Doreste ex-concejal de Urbanismo de LPGC que ha ido transubstanciándose en reseñador durante el último año y pico, a fin, supongo, de invertir su capital político en cultural ha proclamado que La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo es una "obra maestra de la literatura fantástica española". Entiendo, ya lo dije en alguna ocasión, que Ravelo sea un escritor querido, añorado y llorado, incluso que su legado literario sea leído con delectación por parte del público, pero de ahí a calificar sus novelas de "joyas literarias" (como escribió una periodista cultural en La Provincia) y, en concreto, La otra vida con ese "obra maestra" no es sólo exagerado, sino también inútil y no le hace ningún favor ni al fallecido escritor ni a los futuros lectores (también es verdad que los adjetivos que le añade Doreste a obra maestra pueden entenderse más como reductores que como intensificadores). Otro reseñador al que despreciar, por si andábamos escasos. 


Actualización del domingo, 25 de de junio

Por cierto, desde que escribí los primeros párrafos hasta este en el que estoy ahora han pasado unos cuantos días. Los bastantes para apreciar que El hilo de oro realiza un recorrido político por la Antigüedad como inspiración para, si no solucionar, al menos enmarcar muchos de los problemas de naturaleza política que padecemos hoy: la demagogia, el populismo y la crisis de la democracia, entre otros. Además, proporciona abundante bibliografía para quien quiera saber más, sobre todo, de historia antigua. Buena manera de empobrecerse monetariamente, sin duda. Debe de haber algún paraíso para los lectores que anhelan lo infinito que les queda por conocer, aun a costa de su patrimonio.

Feria del libro: finalmente estuve en el parque de San Telmo. Me dio la impresión de un evento algo desangelado. Quizá con menos casetas (tal vez, no, pero parecía que faltaban), mucha menos gente que otros años. Tampoco estaban los puestos de abalorios diversos (que tanto le gustan a mi media naranja y a los cuales, indefectiblemente, me veía arrastrado) ni los de artesanía. Ni siquiera, el de los triángulos de energía. Sí que había un grupo numeroso de adolescentes congregados dentro y frente a la carpa de la juventud. Algo es algo. 

El parque está medio en obras, por lo que la impresión general era de provisionalidad, lo que es acorde con el estado mismo del proyecto ferial. Vi por ahí a Santiago Gil, impasible el ademán, al siempre cordial Leandro Pinto y al cada vez más joven Miguel Aguerralde. Todo sea dicho, no fallan nunca en personarse. También, en un alarde de reconocimiento facial, vi a dos escritores más, de esos a los que les tengo echado el ojo, pero ya se sabe que la literatura es un mar proceloso: uno se echa a él para volver a la patria y acaba en islas ignotas.

Por casualidad, me senté pasadas las seis de la tarde en la carpa Alexis Ravelo y estuve escuchando a los autores de Saritísima (una biografía ilustrada de Sara Montiel), Daniel María y Carlos Valdivia, que estaban acompañados por tres drags (lo siento, he olvidado los nombres, pero hay foto). Una presentación interesantísima, por cierto, y que me hizo ver la figura de la actriz y cantante española de otro modo. Sin duda, brillante y aleccionadora.



Conclusiones: salvo el detalle de que la editorial publicatodo Mercurio prohibió (quizá, no prohibió, tal vez, aconsejó negativamente) a sus escritores/as acudir como invitados/as a las carpas, no he oído mayores quejas. Tampoco, elogios. Dejando aparte la referencia rutinaria de los periódicos locales, llama la atención que esta feria haya resultado desapercibida, al menos en mi círculo más próximo. Quizá la indiferencia sea el mayor mal de este tipo de saraos mercantiles-librescos, por naturaleza minoritarios y cuyo éxito se mide por el volumen de las ventas. No sé si la abulia ha sido cosa de la asociación de los/as libreros/as, del público o mía. A fin de cuentas, si resulta que en la feria de este año se ha vendido más que el pasado, todo habrá estado bien.


                     



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