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lunes, 26 de junio de 2023

Libros, veleidades y ferias

No debería sorprenderles que, así, sin previo aviso, les comunique que tengo avanzada la lectura del libro de Saul Bellow El legado de Humboldt. Comparte, por cierto, espacio en el suelo al lado de la cama con la difícil (para mí) obra de Blumenberg sobre el mito platónico de la caverna y sus alusiones filosóficas a lo largo de los tiempos (desde Aristóteles hasta... por ahora he llegado a Bacon), Salidas de caverna. Durante un tiempo estuvo también ahí la novela de Marlon James Leopardo negro, lobo rojo, pero no ha resistido la pujanza de Humboldt.

Asimismo, escribiendo las líneas anteriores, recordé que tengo iniciada la lectura de otra obra de Bellow, Herzog, pero debe de estar escondida en alguna caja de esta mudanza que nunca concluirá. No escribe nada mal este señor, obvio es. Por otro lado, tengo haciendo ejercicios de calentamiento la novela, que al parecer es la primera de una trilogía (si una novela no forma parte de una trilogía en esta época, el autor o autora no es nadie), titulada Los tres cuerpos, del autor chino Cixin Liu. Se va a poner de moda (de nuevo) porque Netflix va a estrenar una serie basada en ella. Hasta ahora he resistido la tentación. A duras penas: veleidoso que es uno.

Además de lo anterior, el otro día pasé por mi librería de referencia (trato amable: saben mi nombre, y cercanía al domicilio: básico) y compré un libro sobre arte; otro, de Marx, la novela de Liu, una monografía de análisis cultural y otro libro a cuenta de los clásicos griegos y latinos.

Libro de arte: La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

Libro de Marx: El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. La novedad es el estudio previo (y la traducción) de Clara Ramas Sanmiguel, que ocupa sus buenas 50 páginas.

Libro de análisis cultural (o de lo que sea): Los antiguos y los posmodernos, de Fredric Jameson (traducción de Alcira Bixio).

Libro de inspiración clásica, sobre cuestiones políticas: El hilo de oro, de David Hernández de la Fuente.

Y Los tres cuerpos (traducción de Javier Altayó).

El martes, leyendo la Apología de Sócrates, caí en la cuenta de que había en la traducción de Gredos, a cargo de Julio Calonge, un latinajo que no venía a cuento en la boca de Sócrates ("in absentia"). Dichoso mundo este en el que encontré rápidamente a dos personas con las que pude comentar este asunto. También, en el Legado de Humboldt, el protagonista cuenta en cierto momento cómo su novia y él pasaban las tardes traduciendo a Plauto. ¿Es posible leer los Diálogos de Platón sin sentirse exquisito ni nada parecido? ¿Que sea una actividad tan cotidiana como cualquier otra en la que emplear el tiempo? Con frecuencia, en estas charlas melancólicas con personas de mi generación, afirmo que si pudiera volver a tener 17 años, con todos los medios necesarios a mi disposición, estudiaría Clásicas. Fantaseo con que estudiar estas lenguas debe suponer el ingreso en un club muy discreto, donde se habla griego antiguo con soltura y se bebe vino aguado en copas anchas proveniente de ánforas con motivos mitológicos. Cuando los miembros de este club se aburren, fornican o se postulan a dirigir el Estado. No olvidemos a Boris Johnson.

No descarto que otros/as piensen algo semejante respecto de Ingeniería o de Biología. 

Otro asunto: Javier Doreste ex-concejal de Urbanismo de LPGC que ha ido transubstanciándose en reseñador durante el último año y pico, a fin, supongo, de invertir su capital político en cultural ha proclamado que La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo es una "obra maestra de la literatura fantástica española". Entiendo, ya lo dije en alguna ocasión, que Ravelo sea un escritor querido, añorado y llorado, incluso que su legado literario sea leído con delectación por parte del público, pero de ahí a calificar sus novelas de "joyas literarias" (como escribió una periodista cultural en La Provincia) y, en concreto, La otra vida con ese "obra maestra" no es sólo exagerado, sino también inútil y no le hace ningún favor ni al fallecido escritor ni a los futuros lectores (también es verdad que los adjetivos que le añade Doreste a obra maestra pueden entenderse más como reductores que como intensificadores). Otro reseñador al que despreciar, por si andábamos escasos. 


Actualización del domingo, 25 de de junio

Por cierto, desde que escribí los primeros párrafos hasta este en el que estoy ahora han pasado unos cuantos días. Los bastantes para apreciar que El hilo de oro realiza un recorrido político por la Antigüedad como inspiración para, si no solucionar, al menos enmarcar muchos de los problemas de naturaleza política que padecemos hoy: la demagogia, el populismo y la crisis de la democracia, entre otros. Además, proporciona abundante bibliografía para quien quiera saber más, sobre todo, de historia antigua. Buena manera de empobrecerse monetariamente, sin duda. Debe de haber algún paraíso para los lectores que anhelan lo infinito que les queda por conocer, aun a costa de su patrimonio.

Feria del libro: finalmente estuve en el parque de San Telmo. Me dio la impresión de un evento algo desangelado. Quizá con menos casetas (tal vez, no, pero parecía que faltaban), mucha menos gente que otros años. Tampoco estaban los puestos de abalorios diversos (que tanto le gustan a mi media naranja y a los cuales, indefectiblemente, me veía arrastrado) ni los de artesanía. Ni siquiera, el de los triángulos de energía. Sí que había un grupo numeroso de adolescentes congregados dentro y frente a la carpa de la juventud. Algo es algo. 

El parque está medio en obras, por lo que la impresión general era de provisionalidad, lo que es acorde con el estado mismo del proyecto ferial. Vi por ahí a Santiago Gil, impasible el ademán, al siempre cordial Leandro Pinto y al cada vez más joven Miguel Aguerralde. Todo sea dicho, no fallan nunca en personarse. También, en un alarde de reconocimiento facial, vi a dos escritores más, de esos a los que les tengo echado el ojo, pero ya se sabe que la literatura es un mar proceloso: uno se echa a él para volver a la patria y acaba en islas ignotas.

Por casualidad, me senté pasadas las seis de la tarde en la carpa Alexis Ravelo y estuve escuchando a los autores de Saritísima (una biografía ilustrada de Sara Montiel), Daniel María y Carlos Valdivia, que estaban acompañados por tres drags (lo siento, he olvidado los nombres, pero hay foto). Una presentación interesantísima, por cierto, y que me hizo ver la figura de la actriz y cantante española de otro modo. Sin duda, brillante y aleccionadora.



Conclusiones: salvo el detalle de que la editorial publicatodo Mercurio prohibió (quizá, no prohibió, tal vez, aconsejó negativamente) a sus escritores/as acudir como invitados/as a las carpas, no he oído mayores quejas. Tampoco, elogios. Dejando aparte la referencia rutinaria de los periódicos locales, llama la atención que esta feria haya resultado desapercibida, al menos en mi círculo más próximo. Quizá la indiferencia sea el mayor mal de este tipo de saraos mercantiles-librescos, por naturaleza minoritarios y cuyo éxito se mide por el volumen de las ventas. No sé si la abulia ha sido cosa de la asociación de los/as libreros/as, del público o mía. A fin de cuentas, si resulta que en la feria de este año se ha vendido más que el pasado, todo habrá estado bien.


                     



jueves, 17 de febrero de 2022

'Mira que eres', de Luis Rodríguez

Estoy muy a favor de la crítica a la crítica. Con esto debería bastar para zanjar el asunto. 

Venga, va, desarrollo el tema:

Deberían Vds. saber, y sobre todo aquellos/as que detestan el blog, que me conformo con que haya debate. Ignoro si lo hay ahora. Ignoro si lo hubo antes, quizá en tiempos remotos. Sé que hasta que comenzó el blog, no lo había, al menos en la esfera pública. Siempre me podrán hablar de alguna tertulia recóndita de estetas masones, de alguna reunión de prohombres sita en Vegueta, o en La Laguna, de algún club de lectura al que se accedía solo por invitación, etc. Pero en el espacio público, entendiendo por él los medios de comunicación en sus diversas modalidades o en foros públicos más o menos accesibles, discúlpenme si me he olvidado de alguno, no.

Así que, les aseguro que soy sincero, me resulta indiferente que duden de la calidad del blog, de los argumentos que empleo, de mis intenciones o de mi catadura moral. Incluso, de mi misma existencia. El que haya suscitado esa interacción, quejas amargas incluidas, pero que haya motivado a muchos/as a leer acerca de la literatura que se escribe en Canarias (también en España y parte del extranjero) y a expresar en público y en privado su opiniones, resulta para mí reconfortante: con ello cumplo uno de los objetivos que me indujeron a crear Polillas al anochecer.

Algunos, como Miguel Aguerralde, dirán que en Canarias "nunca se ha hecho más y mejor literatura que ahora". Quizá, pero no deja de ser un contrafáctico. En todo caso, si estuviéramos de acuerdo, no creo que constituyera, en definitiva, un gran elogio para la literatura en/de Canarias. Creo que no es bueno levitar encantados, atragantándonos con la crema del elogio a nosotros mismos. Mejor es, en mi opinión, que se geste un movimiento de voces encontradas y divergentes, que contribuyan, a elevar el nivel del debate, de la crítica y de la literatura. Así, podremos ahorrarnos de una vez las jeremiadas por la falta de apoyo de las instituciones públicas y por la falta de verdadera crítica literaria.

Por lo primero, no sé si el Estado en cualquiera de sus manifestaciones ayuda poco o mucho; ni siquiera, si hay que ayudar o por qué. De lo segundo, mantengo que hay que ser un poco filisteo para quejarse de la falta de crítica en Canarias y, al mismo, teniendo posibilidad de contribuir a que exista, limitarse a "saludar" las novedades sin implicarse en el juicio.

Como logré demostrar de manera convincente en la reseña correspondiente, la novela anterior de José Luis Rodríguez, 8.38, me pareció extraordinaria. La siguiente, esta cuya portada aparece más arriba, se titula Mira que eres, y sigue la senda pedregosa, con riscos a ambos lados, de la metaliteratura, los juegos del lenguaje y la superposición de personajes, que tienden a desvanecerse en cuanto creemos que los tenemos calados. Es una novela, como la anterior, que carece de argumento convencional. Podemos imaginar intenciones y objetivos, aunque no logremos discernirlos con claridad. 

Mucho de lo que escribí entonces puede aplicarse ahora. Podría añadir que lecturas como estas acarreen el peligro de la imitación. Al ser un estilo, una forma de dirigirse al lector, tan singular y me atrevería decir que fascinante (aunque este adjetivo, de tanto usarlo, posea ya poca carga semántica), los/as aspirantes a escritor podrían caer en la tentación de escribir del mismo modo. "Maten a Borges", dicen que dijo Gombrowicz. No sé si hay que matar a Luis Rodríguez, pero al menos hay que traérselas tiesas con él.

Mira que eres apunta, si tal cosa existiera y pudiera definírsela sin ambigüedades, a la esencia de la literariedad: una autorreferencialidad creadora y juguetona en la que sin pudor se intercalan citas y referencias literarias. Personajes que se cuestionan a sí mismos y que cuestionan la misma literatura. La literatura como búsqueda de conocimiento por ese continuo indagar sobre sí misma, que es el indagar también, claro, respecto de la naturaleza humana. Un palimpsesto que a veces parece un espejo.

Además, un rasgo que a estas alturas de posmodernidad me atrae es que la novela no es visual. Es decir: la palabra lo domina todo, y no la imagen. Esto podría parecer obvio, al tratarse de literatura, pero no lo es tanto cuando pensamos en tanta novela que parece hecha ex profeso para su fácil conversión a una serie o película: novelas pensadas para el ojo, y no para la mente. En este sentido, a uno le cuesta imaginarse en la obra los personajes o los ambientes en los que estos dialogan y, sobre todo, piensan. En Mira que eres, no se describen ambientes ni acciones; se piensa. Si la literatura son frases, esta novela está llena de ellas. Una prosa que no parece exigir en principio demasiado del lector pero cuyo desenvolvimiento en las minitramas sí requieren de atención extrema, cuando no de relectura.


Ves en la pared una mancha con forma de rostro. A medida que te vas fijando, que concentras la mirada, descubres detalles que confirman esa impresión: es un rostro nítido. A mí me pasa lo contrario. Observo a alguien, cuanto más me fijo en él más se me desdibuja. Lo he juzgado mal, me digo, no es esto ni lo otro. Me alejo del juicio inicial, regreso, lo rozo, vuelvo a distanciarme, y termino casi siempre amarrado al primer pálpito. Me pasa con las personas lo que a un amigo con la escritura. Dice que escribe una frase, la corrige, la suprime, vuelve a escribirla y a corregirla, muchas veces. Al final la frase es, palabra por palabra, idéntica a la primera que escribió. Pero ya no es solo la primera frase: es una frase con mundo. Así deben ser mis opiniones de todo, parecen espontáneas, pero han viajado. Tienen mundo. (Pág. 19)

 

 Hay una pregunta previa a cómo se debe escribir: ¿para quién se escribe, para uno mismo, o para los demás? 

Bertrand Russell era consciente de que él podía emplear un inglés sencillo porque todo el mundo sabía que, si lo prefiriese, podría utilizar la lógica matemática. Se le permitía escribir: Algunas personas se casan con las hermanas de sus mujeres muertas, porque podía expresarlo en forma que únicamente llegara a ser inteligible después de años de estudio. 

Mi escritura lidia con el humo de su frase; la claridad, la elección de una palabra u otra, suposición dentro de la oración, la misma oración, los puntos, párrafos, el latido, nos cuentan con el lector. Tienen más que ver con el efecto del humo en mis ojos. (Págs. 68-69)


 Esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo. (Pág. 82)


Que la literatura suscite perplejidad, que plantee dificultades al lector, y que al mismo tiempo resulte estéticamente apreciable constituye gran parte de su atractivo. El desciframiento del símbolo encapsulado en las palabras sigue, a pesar de sus rivales narrativos como el cine o, incluso, los videojuegos, manteniendo su pegada. Es posible que narrar historias a la manera tradicional, es decir, lo que vendríamos a llamar novela realista, a la manera, por ejemplo, de Jonathan Franzen (recordemos, al respecto, la oposición que señalaba Eduardo Lago en Walt Whitman ya no vive aquí en la literatura de EEUU entre el polo realista encarnado por Franzen y la experimentalista de, por ejemplo, de Foster Wallace) o aquí, digamos, Vázquez-Figueroa o Pérez-Reverte, juegue en desventaja contra otros medios artísticos y lúdicos como los ya citados, mucho más espectaculares y que sumergen de manera más efectiva al público en la trama. Es decir, el mero contar de cosas que pasan y de personas que hacen esto y lo otro no es suficiente, al menos para mí.

EN DEFINITIVA, si está cansado/a del leer por leer porque, total, se escribe por escribir. Si están Vds. harto de que los/las quieran entretener, verbo sagrado en nuestra civilización, acérquense a Mira que eres, porque la literatura todavía importa.





P.D. Otro análisis, por supuesto que más atinado que el mío, de Vicente Luis Mora, aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA





domingo, 18 de febrero de 2018

'Alicia', de Miguel Aguerralde

Turbada la paz literaria solo por uno de esos eventos promocionales de sí mismos, como el enésimo festival de novela negra, esta vez en Santa Cruz de Tenerife, con la revista ¿literaria? Dragaria ensimismada en la contemplación de un futuro que nunca fue y en un proyecto que nunca quiso ser, y contando con que algunos de nuestros autores favoritos se han quedado sin una tertulia radiofónica desde la que contar sus loquesea, pocas razones había para que este que les escribe volviera a darles la lata con su indignación moral. 

Además, en este lapso, desde la anterior reseña (ya hace unos quince días) hasta hoy, no diré que no ha habido lecturas, que sí, pero casi todas han sido pertenecientes a la no ficción. Que es bueno, como ya he señalado, para autores y, sobre todo, lectores aproximarse a la realidad en sus diversas facetas desde otras perspectivas no exclusivamente artísticas. Que sí, que la novela también puede desvelarnos aspectos del mundo, etc., pero a veces hay que leer sociología y filosofía e historia y lo que se les ocurra. No me sean tan cómodos, que la realidad no se agota en una sola perspectiva. Si no, corremos el riesgo de volvernos unos mentecatos o en unos pedantes de discurso obsoleto. O en malos escritores.

En fin, que los consejos son gratis, pero los libros, no. Y ni el tiempo ni el espacio tampoco son infinitos. Habrá que seleccionar.






El libro que comento hoy es algo así como una especie de thriller antimachista o algo parecido. A pesar de mis reiteradas y públicas proclamas de no volver a leer nada que se acerque demasiado al género negro o al policial, al final acabo cayendo de bruces en otra novela de este tipo. No por otra cosa que por el temor, ya comprobado, a la previsibilidad de tramas, de personajes e incluso de vocabularios. Que después aparece un Jim Thompson por ahí y te tienes que tragar las palabras, pero no suele ser lo habitual. Lo normal es que un autor de estos que pululan por el mundillo entienda por género un conjunto de clichés a los que tiene que adaptarse y repetir hasta el asco, eso sí, con un color local, para diferenciar la marca. Así tenemos la novela negra, la novela negra finlandesa, la sueca, la barcelonesa, la madrileña, la conquense y, cómo no, la canaria y la palmense, que goza de tanto crédito popular como de escasa enjundia literaria. También tenemos, además, la gastronoir y demás chuminadas. Hasta se hacen festivales del género en la que los autores (casi todos hombres) se miran, se sonríen, se sacan fotos juntos, amigos para siempre tararí-tarará, sin que falte la consabida ocurrencia de que no se valora suficiente el valor epistémico de la novela negra para comprender nuestra sociedad, etc. Al final, se dan unos cuantos premios, y a vender, que de eso se trata, créanse lo que quieran creerse.

En fin, en Alicia, Miguel Aguerralde nos traza la historia de, cómo no, un novelista, Ciro, que de repente, por esas cosas de la vida, incluso escribe, se vuelve muy famoso, en la cresta de la ola, perfil Ciudadanos, y justo entonces todo comienza a irle mal, sobre todo porque en realidad es muy hijoputo. Así que parece que la justicia poética no se revela al final, sino al principio, lo que no deja de tener su punto original. El caso es que este personaje está casado con Samanta (Sam), a la que ama de verdad, que está embarazada de ocho meses. Pero resulta que Ciro tiene una amante, Bárbara, una diosa del sexo, etc., así que se siente culpable y tal. Cuando va a dejar a esta Bárbara en vista de su inminente paternidad y ya que todo le va bien, para qué liarla, esta pretende chantajearle para que no se le ocurra dejarla, a resultas de un accidente de tráfico en el que se vieron involucrados a ambos y que tuvo un resultado luctuoso. Como es previsible, la cosa acaba muy mal, con muchas salpicaduras, ojos inyectados en sangre y un cadáver: no somos nadie.

En fin, a partir de ese momento, todo se vuelve thriller. Las fotos, material del chantaje, están en poder de alguien desconocido. Ciro cree que las tiene Sam, aunque quizá no lo sepa ella misma. Así que, tras pasar por un juicio escandaloso y encontrarse en la ruina, este Ciro elabora un plan sigiloso que consiste en hacerse muy visible, aunque tenga una orden de alejamiento, para apoderarse de esas pruebas incriminatorias, como si no fuera ya un apestado social. No tiene en cuenta que, en la actualidad, cualquier persona normal algo lista como Bárbara habría hecho como un millón de copias que estarían en su ordenador, en el de la oficina, en 40 pen-drives, 50 cds, y en cinco cuentas en la nube. No contento con su plan, por alguna lógica desquiciada que solo conoce el autor, también pretende matar a Sam, sí, a esa mujer a la que amaba de verdad y con la que iba a tener un hijo que perdió por su culpa (la de Ciro). Y eso que Sam solo pasaba por ahí después de la trágica escena post-coito entre Bárbara y Ciro, y de nada tiene culpa del posterior ocaso de este como famoso escritor y peor persona.

No crean que le estoy destripando demasiado de la novela: lo anterior ocurre en las primeras 70 páginas y todo ocurre sin traicionar ninguna esperanza ni ningún convencionalismo. Todo lo que esperamos que suceda, sucede. ¿Será porque lo hemos leído antes 1.000 veces? ¿Será porque nos quedamos dormidos en demasiadas ocasiones frente a la película de Antena3? Háganse una idea.

Los primeros personajes, ya que no me dio para más: 

Ciro: novelista más preocupado por el éxito medido en dinero y fama que en otra cosa. Cuando las cosas van mal se convierte en un acosador asesino. O asesino acosador. Hay un paso que va del tipo presuntuoso al asesino psicópata que no me parece verosímil. Seguro que la realidad ofrece perfiles más extraños y retorcidos, pero el caso es que en la novela debe parecernos lógica o posible esa transformación. Aquí no se consigue. Se necesita cierta maestría, claro.

Samanta (Sam): maestra, pero no de una asignatura normal y corriente como Matemáticas o Lengua, sino de, atención, da talleres de Mitología Clásica. Así el autor podrá demostrarnos lo mucho que sabe de los dioses griegos y romanos y de más allá. Por otro lado, deberíamos simpatizar con la protagonista, pero, no sé muy bien por qué, no es así. 

Bárbara: la amante de Ciro, pija y muy sexual. Parece un personaje de recortable o de Sálvame. Se muere pronto, lo cual nos parece muy bien.

Cleo: la editora y amiga de Sam, más bien madre-amiga con un punto incestuoso. Tanto empalago amical no parece normal, pero cualquiera sabe.

Berta: la mujer-gnomo. Sí.

Hay que decir que el autor, sin duda, es capaz de desplegar ante nosotros una historia. Previsible, acartonada, llena de clichés, sí, pero una historia que se lee sin que nos mate de aburrimiento. Sin embargo, los que leemos ficción con la intención de no pasar simplemente el rato, de no solo matar el tiempo dada la indigencia vital en la que presumiblemente estamos sumidos, sino por, como decíamos al principio, la búsqueda también de un placer a la vez estético y cognitivo (si es que son opuestos), una simple historia se nos hace poco. Cuando hablamos de Literatura (con esa mayúscula tan pedantita) aspiramos a apreciar en la obra un esfuerzo artístico que debe manifestarse tanto en el plano narrativo como en el de la lengua. Queremos también sabiduría o desafío a las convenciones, o las dos a la vez, tanto lingüísticas como morales y sociales. Queremos, al menos, que se bosqueje una cosmovisión, o su cuestionamiento, de la que sea. Una mera historia es insuficiente, si no trasciende.

Sigamos. Ya hemos apuntado la escasa originalidad de la trama y de los personajes. Volquemos ahora nuestra atención a cómo se plasma en el papel la historia: diálogos, descripciones, punto de vista. Nos hemos quejado de que el autor solo se limitase a contarnos una historia, sin embargo, cuando intenta, a su modo, literalizarla, el resultado es cargante:

Su vida se había convertido en un infierno repugnante. Las mismas televisiones que poco antes abrían sus programas anunciándole como invitado, ahora mismo se cebaban con las imágenes del escritor desaliñado a la salida del juzgado. Para esos cerdos carroñeros una persona de éxito arrastrada al fondo del abismo era como el maná bíblico para los hebreos o como El Dorado para Francisco de Orellana. El cuerno de la abundancia. (pág. 75)
En el trabajo, la hora previa al descanso del recreo y la última antes de marchar a casa eran las que se le hacían más largas. Horas en las que el reloj estaba demasiado presente. Sin embargo la peor sesión era la penúltima de los martes y los jueves, cuando le tocaba dar clases en el aula al final del pasillo del segundo piso, una habitación destartalada que durante años se había utilizado simplemente como cuarto de material y que recientemente, con el aumento del número de repetidores, había tenido que volver a habilitarse para la docencia. El aula era incómoda y estaba mal diseñada, tenía forma casi oval, con los alumnos apretados en el centro de una elipse entre dos inútiles columnas y la mesa del profesor encasquetada contra una de las ventanas que tenía la alegre vista del aparcamiento, una explanada de asfalto y encinas en las que los coches encajaban unos contra otros como piezas de un puzle organizado por un orangután. El aire de la calle se filtraba entre las hojas de cristal; a esa aula la llamaban "la nevera". (pág. 78)

Samanta se estremeció bajo la manta e inspiró profundamente con el ceño fruncido. El aire le sabía de repente sucio y gris, como un cadáver en el fondo de un lago. No sabía por qué le había venido esa comparación a la mente, tal vez porque esa era la manera en la que terminaban muchos de los personajes de Ciro. Se giró hacia Cleo con la mirada de una niña asustada. La mujer le cogió la mano y negó con la cabeza. (pág. 85)

Esos diálogos insulsos, vacíos, carentes de energía o expresividad, impostados:


-¿De dónde las has sacado? 
Bárbara empezó a reír dándole la espalda. 
-Tal vez quemaste la tarjeta que no era. Tal vez no soy tan tonta como crees, tal vez no eres perfecto... 
-Pero tú rompiste la cámara del fotógrafo... -murmuró Ciro para sí. 
-Tal vez le quité la tarjeta de memoria primero. 
El nuevo escritor de éxito a punto de dejar de serlo podía sentir cómo la rabia llenaba de calor cada centímetro de su cuerpo. 
-Tal vez no vas a dejarme. 
Chantaje, Ciro no lo podía creer. Bárbara había cambiado las tarjetas y le había hecho destruir la que no era. Era imposible saber cuántas copas de esas fotos podría haber hecho esa zorra pero desde luego había previsto bien lo que iba a suceder esa mañana. 
-¿Qué es lo que quieres? -le preguntó. 
Ella rio a carcajadas. Su piel desnuda había dejado de gustarle, sus músculos se estremecían al verla pero obedeciendo a un sentimiento bien diferente. 
-¿Qué crees tú que quiero? Lo que he querido siempre. ¡A ti! 
-Pero yo no puedo seguir mintiendo a Sam -replicó Ciro intentando controlarse. 
Bárbara se acercó a él y le susurró al oído. 
-No te preocupes. Ya me he encargado yo de eso. Te aseguro que no tendrás que mentirle nunca más. (pág. 61)


-Todavía no me has dicho por qué me envías a esa isla ni qué haré cuando llegue allí. 
Cleo sonrió y sacó de su maletín una tarjeta de visita. Le dio la vuelta y escribió con su pluma un nombre y un número de teléfono. 
-Berta -leyó Sam. 
-Sí, Berta. Ella te lo explicará todo. 
La joven suspiró y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, miró a la editora muy poco convencida y meneó la cabeza. 
-No conozco nada de ese lugar. 
-Por eso es perfecto. No conoces ni te conocen. Te presentarás con otra identidad y solamente Berta y yo sabremos quién eres y dónde estás. 
-¿Y dónde viviré? ¿Qué trabajo es ese que me has conseguido? No puedes mandarme a la aventura así como así. 
Cleo la miró con una tierna sonrisa y le cogió las manos entre las suyas. 
-Tranquila, mi pequeña. Tu aventura está aquí, si te quedas. Allí... -Hizo un gesto con la mano en el aire- Allí solo tendrás paz y una vida de ensueño. (págs. 93-94)

Por no hablar del uso a lo largo de la novela de esas expresiones hechas que deploro, como "encerrar bajo siete llaves", que un reloj parado "acertaría la hora dos veces al día", "anticipo de cinco cifras", "ir viento en popa", etc., en un contexto de estilo facilón carente de gracia o arte algunos. El punto de vista oscila entre un estilo indirecto libre y la omnisciencia, con momentos como: "La inmensidad del océano y el rumor de la brisa la hicieron sentir segura, a salvo de Ciro, del miedo, de las pesadillas. Y se quedó dormida. No sabía cuánto se equivocaba" (pág. 105).

Y así son las cosas, amigos. Es previsible que, sin ínfulas literarias de ningún tipo, Miguel Aguerralde pueda contar para sus novelas con un buen número de lectores. O followers, o amigos del Facebook, o fans hardcore. En realidad, me atrevería a afirmar que es uno de esos escritores potencialmente promocionables a lo grande por la industria del libro. Esta novela va destinada a un público poco exigente en lo estético y conformista en lo narrativo, que espera que se cumplan sus certezas y que se le provea de un producto apto para el mero entretenimiento, ya sea al borde de la piscina, haciendo tiempo en el aeropuerto o dejando pasar uno de esos domingos, a falta de cosas más interesantes en las que emplear el tiempo. Vamos, un chollo.

No obstante, como no es mi caso, la abandoné en la página 105, por lo que me he perdido tramas paralelas y secundarias, las revelaciones de última hora, las coincidencias sorprendentes, los momentos deus ex machina y un montón de cosas que dicen que hacen que se enganche uno. Como siempre, lo bueno viene después, pero ya me lo cuentan otro día.