domingo, 30 de julio de 2023

'El problema de los tres cuerpos', de Cixin Liu

Estoy convencido de que uno de los principales problemas de la crítica literaria del Polillas podría encuadrarse dentro de la imagen mitológica del lecho de Procusto: escriba lo que escriba, valore como valore, a unos/as les parecerá exagerado y a otros/as, insuficiente. Como en todas las disciplinas humanísticas, no hay patrón inmutable ni unánime.

En general, la crítica literaria, que es positiva por sistema, mayoritaria en este campo social, traspasa los límites de un análisis que se pretenda objetivo y honrado: va más allá del comentario cordial y se convierte en estirado ditirambo o entusiasta hagiografía. Ya sea que se reseñe lo que el reseñador considera "bueno", ya sea por estrategia editorial y amalgamiento espurio de intereses, la crítica se vuelve edéntula, como mínimo, y contraproducente en el peor de los casos.

Si la crítica que redacto en este espacio es negativa en la valoración de una obra, con frecuencia los/as lectores/as favoritos del autor o autora se mesarán los cabellos, se desgarrarán las vestiduras y proclamarán la escasa valía de la crítica y la falta de legitimidad del autor. A unos les parecerá que no se argumenta lo suficiente; a otros, al contrario, que presto excesiva atención a los detalles. A unos, que me anima una vesania de origen turbio adornada por una prosa excesivamente culta; a otras, que mi falta de rigor se debe a la ignorancia más palmaria. 

Así las cosas, no resulta extraño que la crítica literaria que se pretenda seria no se ajuste nunca a las expectativas y a los intereses del público, mucho menos a los de la industria cultural, para la que aquella es mera herramienta publicitaria. Es más, diría que el proporcionar puntos de vista novedosos o inesperados que trastornen la perspectiva de aquél es uno de sus objetivos, como, en curioso paralelismo, también lo es de la literatura y el arte, en general. No digo esto para pretender que la crítica literaria sea también literatura (algo que solo el futuro podrá dictaminar en casos concretos) supuestamente dignificándola de este modo, sino para compartir con Vds. la idea de la crítica como aportadora de conceptos y enfoques que enriquezcan desde un punto de vista cognitivo al lector o lectora. Es en este sentido en el que la metáfora del lecho de Procusto a la crítica literaria se ajusta, por su exigencia permanente, por su insatisfacción por lo conseguido y por la incomodidad que genera, a mi concepción de la crítica literaria (y artística). También, porque a muchos/as les gustaría cortar las manos del crítico para que no escribiera reseñas negativas: sólo entonces el crítico sería crítico, un crítico al gusto de todos, que encajaría, por fin, en el lecho de Procusto construido en medio de la maledicencia y el rencor.

Entre la Escila del halago injustificado y de la actitud complaciente y la Caribdis del ensañamiento baldío y del resentimiento, debe navegar el análisis crítico.




Bien, como ya saben que la autonomía de la literatura sólo se ensalza como valor supremo en las mentes más conservadoras de nuestra sociedad (que uno no sabe si pensar si son ciegas o torpes), propongo, sin ánimo de ser original en la materia, que lo más interesante de la ciencia ficción no son los valores estéticos (en los que se basa aquella autonomía) en sus mejores obras, que también, sino, sobre todo, los relacionados con la exploración sociológica o política, con la coartada del diseño de mundos posibles por venir o, al menos, de argumentos situadas en ambientes futuristas.

Esto viene al caso por la novela de hoy, El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, obra que al parecer ha sido un gran éxito all over the world. Lo cierto es que aunque a ratos podría encuadrarse dentro de la ciencia ficción dura, con detalles que insisten en la verosimilitud científica de los fenómenos, técnicas y objetos es accesible, con un lenguaje sencillo aunque no exento de estilo, con mucho diálogo y narrada desde el punto de vista de la tercera persona.

Además, ese vislumbre en la China comunista que va desde los años 60, en plena Revolución Cultural, hasta actualidad, no carece de interés, digamos que visto desde dentro y abordando asuntos que quizás, hasta hace poco, podrían haber sido considerados tabú en ese país.

Ya les digo que dentro del adjetivo ágil caben muchas cosas y sirve para justificar la más absoluta nadería. No es el caso de la novela de Cixin Li, en la que, a la vez que se desarrolla en varios saltos temporales una trama cada vez más acelerada, pone en la menta de los/as lectores/as asuntos como la colisión entre desarrollo económico y social y del daño ecológico, la noción de progreso vinculada al avance científico, una reflexión sobre la naturaleza humana y su capacidad para la autodestrucción que hacen que esta novela no sea un simple pasatiempo trepidante que consista en pasar páginas con rapidez: tiene un trasfondo que considero sólido y que, por lo que parece, se desarrollará en los dos siguientes volúmenes de la trilogía de la que forma parte. 

(Qué haríamos los seres humanos, cómo sobreviviría nuestra civilización sin las dichosas trilogías.) 

El tema de la novela es el contacto entre terrestres y extraterrestres y sus repercusiones, sobre todo, en la vida de los humanos. No obstante, y dado el aldabonazo que supuso, al menos para mí, la obra ya reseñada en este blog de China Miéville, Embassytown, la descripción de los extraterrestres representados en El problema de los tres cuerpos me resulta insuficiente, no porque sus conceptos científicos sean los mismos que los terrícolas (podríamos estar de acuerdo que las leyes de la física son independientes de la civilización que las conozca) sino porque su manera de pensar y de contemplar la existencia es plenamente humana, algo que me parece inverosímil (por no hablar de una mención peyorativa a "sociedades democráticas libres" que huele bastante). Lo que se gana en comprensión e inteligibilidad se pierde en sutileza y en el desafío que implica indagar la manera de pensar otra criatura pensante no humana. Incluso en una obra como La Paja en el ojo de Dios, de bastante menor peso filosófico que la de Miéville, también la civilización extraterrestre resulta, al menos hasta ahora, más compleja y extraña que la de la presente novela.

Asimismo, el problema de la inteligibilidad de la comunicación entre especies distantes entre sí en varios años luz se solventa sobre la marcha con un "sistema de descodificación". Y santas pascuas. En estos sentidos, la novela pierde fuelle en el sentido exploratorio al que hice mención al principio para allanar el camino al desenvolvimiento de una trama amena pero que no deja de tener un aire de familia, al menos en este primer volumen, con otras novelas sobre conspiraciones, no necesariamente de ciencia ficción.


Una de las chicas se quitó el cinturón y lo fustigó. La hebilla de latón le dejó una profunda marca en la frente, que enseguida quedó cubierta de sangre. El profesor se tambaleó unos instantes para después volver a incorporarse. 

-También introdujiste muchas ideas reaccionarias cuando enseñabas mecánica cuántica -anunció uno de los dos chicos, haciendo un gesto con la cabeza para que Shaolin prosiguiera. 

Esta, ansiosa por continuar, no tardó ni un segundo en reaccionar. Sabía que debía seguir hablando o, de lo contrario, su débil mente perdería la poca cordura que le quedaba. 

-¡Ye Zhetai, de esta acusación no puedes eximirte! ¿Cuántas veces has adoctrinado a tus estudiantes con la reaccionaria interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica? 

-No es más que la explicación más coherente con los resultados experimentales que hay hasta la fecha. 

El tono calmado con que respondía, pese a ser el blanco de tan furibundos ataques, la desconcertaba. Empezaba a sentir pánico. 

-Según la misma -continuó ella-, la mera observación externa conduce al colapso de la función de onda. ¡No es más que otra muestra de idealismo reaccionario, y de las más descaradas! 

-¿Es la filosofía la que debe guiar los experimentos o son los experimentos los que deben guiar la filosofía? 

La súbita réplica del profesor consternó a los perpetradores de la sesión de castigo. Durante unos instantes no supieron qué hacer. 

-¡Pues claro que la correcta filosofía marxista debe guiar los experimentos! -espetó finalmente uno de los chicos. 

-Eso equivale a decir que la filosofía correcta viene dada del cielo. Se contradice con la idea de que la verdad emerge de la experiencia. Niega los principios con los que el mismo marxismo busca entender la naturaleza. (Págs.19-20) 


Echando por tierra las esperanzas más románticas e ingenuas, los académicos concluyeron que , al contrario de lo que pensaba una optimista mayoría, no era buena idea que la raza humano en su conjunto entrara en contacto con extraterrestres. Según ellos, su impacto dividiría a la sociedad; más que resolverlos, exacerbaría los conflictos ya existentes entre culturas diferentes. En resumen, en caso de producirse el contacto, la magnificación de las divisiones internas entre la civilización de la Tierra conduciría a un desastre seguro.

Sorprendentemente, el impacto sería siempre el mismo, ya fuera unidireccional o bidireccional, y con independencia de lo avanzada que estuviera la civilización alienígena. Esa era la teoría del contacto como símbolo, formulada por el sociólogos Bill Mathers, de la corporación RAND, en su libro El telón de acero de cien mil años luz: Sociología de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Mathers creía que el contacto con una civilización alienígena no supondría más que un hecho simbólico y que, fuera cual fuera su naturaleza, actuaría de simple catalizador y provocaría siempre el mismo efecto. (Pág. 178)


El alcance de la desquiciada irracionalidad del hombre llegaba incluso hasta Pico Radar, aquel oasis suyo tan alejado de todo. Ye había descubierto que el bosque que se hallaba al pide del precipicio estaba siendo arrasado por quienes en su día fueron sus compañeros. A diario veía aparecer nuevas parcelas de tierra desnuda; parecía como si a las montañas del Gran Khingan les estuvieran arrancando la piel. Más tarde, cuando las parcelas se extendieron y comenzaron a conectarse hasta que formaron un todo, fueron los pocos árboles supervivientes los que resultaron anómalos. Además, los fuegos que se encendían en los campos desnudos, como parte de las técnicas de tala y quema, convirtieron Pico Radar en un refugio para los pájaros, que huían de las llamas con las alas chamuscadas. Sus chillidos se oían por toda la base.

A nivel global, la locura de la raza humana alcanzó su cenit histórico. La guerra fría estaba en su apogeo. Los misiles nucleares con capacidad de destruir la Tierra diez veces esperaba a que les llegara el turno, en silos repartidos por dos continentes o en las entrañas de submarinos fantasmales que patrullaban el fondo de los mares. Un solo sumergible de la clase Lafayette o Yankee almacenaba suficientes para destruir cientos de ciudades y matar a cientos de millones de personas. Pero la gente normal seguía con su vida como si nada ocurriera. (Pág. 281).


Las reconoció desde lejos porque seguían vistiendo de color verde militar, un atuendo que para entonces había caído en desuso. Cuando las tuvo cerca, cayó en la cuenta de que muy probablemente llevaban los mismos uniformes que en aquella infame sesión de castigo: a fuerza de lavarlos habían quedado descoloridos y, además, estaban cubiertos de parches y remiendos. Aparte de la vestimenta, ninguna de aquellas mujeres, ya en la treintena, guardaba parecido alguno con las tres aguerridas guardias rojas que una vez habían sido. Saltaba a la vista que no solo habían perdido la juventud, sino mucho más. La primera impresión de Ye fue que, aunque en su día habían parecido estar hechas de un mismo molde, ahora eran totalmente distintas. (Pág. 312)

 

En fin, a la espera de que me decida a leer los siguientes volúmenes, El problema de los tres cuerpos es una novela con muchos vectores de significación interesantes, con la notable excepción de la configuración psicológica de los extraterrestres y de la comunicación con ellos, con un lenguaje (en la versión de Javier Altayó, el traductor) que se ciñe bien a la trama y al ámbito científico, sin grandes aportes estéticos, pero en absoluto pobre. 


P.D. Otra reseña, aquí, de Ricardo Pérez.


viernes, 21 de julio de 2023

Bisutería auténtica, de Daniel María

Ante la emergencia (y consolidación) de partidos políticos, movimientos y corrientes de opinión antifeministas y antitransgénero, es decir, antiigualitarias, y que suma a la falta de empatía la ausencia de compasión con los grupos humanos que más han sufrido en nuestras sociedad liberal-burguesas, la literatura puede desempeñar un papel reivindicativo no sólo desde reclamos estéticos sino también cognitivos de primer orden.

Dejando de lado genotipos, cromosomas y fenotipos, la persistencia en infligir sufrimiento de las personas trans y lgtbiq+ en general nos enseña que no pertenecer al grupo canónico de una sociedad se castiga cuanto más intolerante sea esta y más rígida su manera de establecer identidades, que se presuponen fijas, y censurar comportamientos heterodoxos o desviados. A este respecto, deberían avergonzarse aquellos/as que, en el seno de una sociedad como la nuestra, que se dice democrática, se empeñan en no respetar la autonomía de los demás. No hay mérito alguno en convivir con los semejantes a nosotros. Nuestro desarrollo ético se perfila en el contacto con otros diferentes, que, a su vez, respetan nuestra identidad y libertad. 

Es por ello asombroso  y revelador a la vez que el vector antifeminista y tránsfobo haya contribuido a la relevancia política de un partido como Vox en España, que no se esconde en su propósito de recortar derechos a los sectores sociales más vulnerables, además de favorecer a los más privilegiados. Es evidente que no ha surgido de la nada, sino que ha arraigado en un suelo nutricio favorable a él: tal vez, la nostalgia de muchos hombres resentidos con un tiempo y un mundo que ha dejado de ser comprensible y previsible. Aquel en que incluso siendo uno un explotado don nadie, siempre quedaba ser el rey de la casa, mantenedor de mujer e hijos/as, autoridad indiscutida. En muchos casos, con la seguridad de la continuidad laboral dentro de una misma empresa a lo largo de toda la vida. 

Los que ya acumulamos peso en el carnet de identidad y tenemos algo de memoria recordamos los 70 y los 80, cuando la violencia de género en el seno de la familia no era infrecuente y cuando si se recurría a la policía, se te decía que eso era "un asunto familiar"; cuando los chistes vejatorios -siempre a los discriminados: putas, maricones, sarasas, bolleras, marimachos, travelos, etc., amén de negros, moros y gitanos por no hablar de los piropos asquerosos y el menosprecio público a las mujeres- eran un pasatiempo habitual,  aplaudido con regocijo y levántense para la ovación. Siempre recuerdo el gran éxito de Martes y Trece en 1990 con su gag del "mi marido me peggggaa...". Nos partíamos la caja (que conste que Millán Salcedo ya se disculpó hace años).

Que digo yo que ya podríamos -todos y todas- mostrar compasión por los sufrientes, por los parias de este mundo, y no hacer restallar nuestro resentimiento -todos/as hemos sufrido también afrentas e injusticias, faltas de reconocimiento, pobreza en diverso grado de intensidad, etc.- en las personas que están aún peor que nosotros. Por qué apoyar a partidos y movimientos que hacen de la discriminación y del gueto su bandera, por qué sentir nostalgia por conquistas e imperios -ninguno se ha hecho sin guerra, sangre, muerte y explotación brutales-, por qué añorar edades de oro que nunca existieron ni existirán. 

Vergüenza debería darles, por la parte que toca en este blog, a esos escritores y artistas, casi siempre varones, odiadores y resabiados que hacen del menor desliz, de la menor equivocación -también las/os feministas y los/as bienintencionados/as se equivocan; sí, también los inmigrantes son capaces de cometer delitos y tomar decisiones erróneas- una causa general contra cualquier intento de hacer una sociedad mejor y más igualitaria, tal vez un mundo más acogedor o, por lo menos, no tan jodido. Tener a una mujer bajo el yugo no es un privilegio, es despotismo, y como todo despotismo, embrutecedor para las dos partes. Agredir a una persona por sentirse atraída por otra de su mismo sexo es síntoma de ruina moral. Claro que solo una de las dos es la que se lleva los golpes y humillaciones

Empujar a la marginación por razones étnicas, sexuales, religiosas o de cualquier otro tipo es colaborar con los explotadores, que, dicho sea de paso, tampoco dudarán en explotarles a ellos. El fracaso propio no debería servir de excusa para hacer sufrir a otros/as, tal vez sólo para reflexionar sobre las veleidades de la fortuna y, si se tiene algo de visión, para mostrar algo de grandeza: las ocasiones no abundan. 

Volviendo a lo que señalé al principio: la literatura puede no solo deleitar, sino también instruir:




Bisutería auténtica, de Daniel María (de quien ya hablamos por ser coautor de la novela gráfica Saritísima, en la pasada feria del libro de Las Palmas GC), es una colección de relatos que tienen como protagonistas principales a uno los grupos sociales más vilipendiados y pisoteados: las travestis. Lo destacable del asunto es que no se limita a poner el foco a personas secularmente invisibilizadas y marginadas, sino que lo hace de un modo literariamente digno de encomio. 

Ya he escrito en otras ocasiones que las buenas intenciones no bastan en al arte y la literatura. Puedes querer realzar el papel imprescindible de los periodistas o reivindicar la figura de mujeres eclipsadas y terminar escribiendo una tontería sin valor alguno. De esta tesitura, sale triunfante Daniel María, con una prosa exuberante, potente y brava. Aquí y allá pueden encontrarse pequeños fallos de estilo que bajan un poco el nivel, alguna frase corriente, algún adjetivo que me sobra, pero, en general, la forma de escribir del autor resulta más que convincente, llegando en algunos momentos a conmover, a pesar de cierta tendencia al histrionismo de sus personajes o del mismo relato. 

Aquellos me parecen creíbles, y los diálogos se adecuan sin rechinamiento a su manera de desenvolverse. La manera de contar consigue que cada uno de ellos, tanto el principal como los secundarios obren con naturalidad. No resultan impostados (ya se ha comentado aquí que algo, por ser real, no tiene por qué resultar verosímil en la ficción) sino que transmiten una viveza casi insólita, acostumbrado como está uno a leer prosa cadavérica.

Además, los relatos de Bisutería auténtica, contados todos menos uno en tercera persona, nos introducen en un mundo, al menos para mí, ajeno, mediado como ha estado siempre por estigmas y tabúes propios de una sociedad pacata y represiva, que nunca ha sabido qué hacer ni qué pensar con respecto a aquellos de sus miembros que no encajaban en la norma mayoritaria. Norma, por supuesto, producto de una convención, de cierto consenso si se quiere, pero nunca natural ni unánime y normalmente respaldada y fomentada por el poder. Además, injusta. No estemos tan seguro de ser una sociedad avanzada si todavía mantenemos en la marginalidad a tantos/as de nuestros semejantes.


Ellas, siempre ellas, aprendieron pronto a emprender solas el camino, ya fuera a la gloria o al penal. La ermita era un lugar seguro porque en ella mandaba, sí, mandaba con voz de mando, con espalda de mando, con manos de mando, mamá Gladis. La travesti veterana apenas tenía sesenta años, muy pocos para ser la mayor, la vieja, la anciana, la zorra, la osa, la pantera. 

Gladis, peluca siempre rubia, fuego en las pestañas. Gladis, apenas una melena canosa de sirena pretérita, luz de gas en los ojos, ojos como farolas del mar. Una vieja casi coja por un palizón del que se levantó con las rodillas peladas y la mano abierta. Le cruzó la cara a Antonio el Fiera y le rayó el cachete como un paso de cebra, le marcó de tan bruta que es. Fue como sobrevivir a la selva descalzo, desnudo y sin provisiones. "Un paso de cebra no -decía la Gladis-, un paso de Semana Santa, que no lo maté por no resucitarlo". (Pág. 26)


La Rubia venía una vez al mes y le cortaba el pelo a mi padre. "Igual que en la mili", le decía nada más ponerle la capa. Y la Rubia asentía, también como siempre, en cumplimiento de aquel ritual. Mi madre terminó por encariñarse de la Rubia, aunque al principio se confundía con el trato amable que mi padre le dispensaba. Aquella atención creo que llegó a provocarle celos. Pero es que se dejaba querer enseguida. Pensé siempre que sería muy difícil despreciarla. Hasta que un día me la encontré en la calle y escuché cómo la insultaban, con un odio visceral, festivo, un jolgorio violento que la obligaba a caminar cabizbaja y a paso ligero. No la dejaban respirar. (Pág. 56)


Hasta que daban las cinco de la mañana, que era la hora punta, la hora decisiva, y un silencio de catedral, de honor, se extendía por las calles. Entonces los cargadores sacaban a la Virgen del Carmen y la señora pisaba el barrio, porque era reina, soberana, emperatriz, dueña de todo. Y su niño en el brazo, que ese niño eran todas, que ese niño brillante, de pestañas como abanicos, de piel rosada, delicado, puro frágil y hermoso, con su manita de paloma, de pájara, de pichón consentido, las señalaba, las saludaba, las bendecía. 

Y ella, con su porte de estrella, de única, de perpetua, de primerísima, de inigualable, las tenía a todas a sus pies, ya arregladas, ya copias de su exceso, luciendo sus mismas pestañas de fuego, su mismo pelo impoluto, su mismo joyero de promesas, cargados los dedos, las muñecas, los cuellos, las orejas, con el destello de las piedras, de la bisutería desbocada, de las alhajas de amor y de deseo, porque su magisterio de belleza y de bondad las inspiraba, las impulsaba, las imantaba con su fuerza, su carga de luz, su poder indestructible. (Pág. 91)


Mundo clandestino, furtivo casi siempre, con ocasionales candilejas, el que se explicita en estos relatos, de estética kitsch o camp, según consideren. Eso sí, repleto de energía y pasión. El escritor, sin refocilarse, emplea, a veces, un lenguaje coloquial, o vulgar, con el que dota del tono adecuado a la trama. Tramas breves, que se desarrollan con celeridad en pocas páginas, con un argumento de base: el reconocimiento -el recordatorio- de la dignidad de unos seres humanos llamados travestis, de esas personas que, aún hoy, viven con la amenaza constante del insulto, del desprecio y de la agresión por el transgresor hecho de querer vivir su vida como quieren y de dotarse de la identidad que desean (o a la que se consideran abocadas). Eso, más allá de la pertinencia de un enunciado como "soy mujer en cuerpo de hombre" que, implicaría, paradójicamente, caer en un esencialismo de género por el que se asumiría que "ser hombre" implica tales o cuales maneras de comportarse, gustos, etc., así como "ser mujer", otros. Qué quieren que les diga, soy más butleriano que cortinista. Más constructivista que determinista.

Sea como fuere, Bisutería auténtica me parece una colección de relatos notable. Acostumbrado el público a leer que cualquier nadería sea obra maestra, marque un antes y un después y demás lamentable quincalla jabonosa, puede que le parezca poco. No, créanme, es mucho. Por supuesto, esta obra merece mayor atención que la de otros pesados que pululan por los medios de comunicación mendigando atención. Una obra diferente, como debe ser.


P.D. Otra reseña, aquí. Una entrevista al escritor, acá.



jueves, 13 de julio de 2023

Aurea mediocritas

 Todavía expectantes no solo por el futuro desenlace de las próximas elecciones generales sino, en lo que se refiere a nuestro terruño, por la composición de la jerarquía institucional en Cultura, los miembros del mundillo canario andan muditos, algunos cariacontecidos, otros esperanzados, quizá. De todos/as es conocido que al igual que la aspiración húmeda del periodista canario es formar parte del gabinete de una consejería o de un ayuntamiento, la de un miembro de la república canaria de las letras es la de disfrutar de algún tipo de sinecura, de un lugar en el Pritaneo local. Padezco la ominosa sensación de que el mundillo cultureta local está  aguardando los movimientos políticos a nivel nacional, para saber hacia dónde va la ola. Es decir, algo así como aquel que sintiera el prurito de manifestar crítica política a algún partido, hubiera decidido postergarla, no fuera a ser que aquel alcance poder el 23 de julio. Hay en juego subvenciones, ayudas, nombramientos, etc.

Por cierto, me resulta llamativo cómo aquellos hombres, que de repente se mostraron iracundos por la eclosión de una supuesta cultura de cancelación (iracundia que expelían desde grandes medios de comunicación, no lo olvidemos) se muestren tímidos y melifluos ante la censura institucional sin tapujos. Supongo que es otra de esas equidistancias que, en realidad, no son sino consentimiento de la barbarie.

No obstante, digo yo si no será una explicación de lo anterior, los indignados por el auge del feminismo y de la igualdad suelen ser escritores cuyo caudal creativo parece definitivamente agostado. Antiguas glorias, o que se quedaron en el camino, han apostado, por lo que se ve, por reconvertirse en opinadores malhumorados o en gestores culturales de lo que surja. Toda esta gente tiene todos los vicios y virtudes de la clase media, que podrían resumirse, a grandes rasgos en algo así como que mientras al individuo no le vaya del todo mal, se congratula en la aurea mediocritas; en la perenne siesta intelectual, que se confunde con tolerancia, incluso con generosidad; pero a poco que las cosas empeoren, o sienta que empeoran, encuentra dentro de sí mismo una infinita capacidad de resentimiento y hostilidad hacia los que considere sus inferiores, cabezas de turco.

En fin, ya hablaremos después de las elecciones y el panorama esté algo más despejado.

Por otro lado (ya saben que no me gusta escribir de política) podría compartir con Vds. mis nuevas adquisiciones:

-La originalidad de las vanguardias y otros mitos modernos, de Rosalind Krauss (traducción de Adolfo Gómez Cedillo).

-Todo lo que entró en crisis. Escenas de clase y crisis económica, editado por José Luis Moreno Pestaña y Jorge Costa.

-Historia falsa y otros escritos, de Luciano Canfora.

-Bisutería auténtica, de Daniel María.

-Teología política, de Carl Schmitt (traducción de Jorge Navarro Pérez, y epílogo de José Luis Villacañas).

Leído ya El 18 Brumario, de Karl Marx, con esa magnífica introducción de Clara Ramas. Por muy recurrente que sea lo de "actualidad" aquí se cumple. Léanlo y verán. Un libro clarividente y que se anticipa, entre otras virtudes, a los posteriores estudios sobre el populismo. A punto de acabar El hilo de oro, de David Hernández, puedo decir que, por un lado, impresiona la cantidad de bibliografía que uno puede sacar de este libro y la gran erudición de su autor. Por otro lado, su insistencia en el punto medio y de la moderación me irrita un poco, políticamente hablando. Es posible que la moderación no sea buena en todo momento y para todos, que solo lo sea para el que tiene mucho (o algo) que perder, pero no para los que no. En especial, para aquellos que luchan por reivindicar derechos, básicos, en muchas ocasiones. Como bien se sabe, estos se conquistan, se arrancan. Raro es que se concedan graciosamente por quien tenga la potestad o el poder. No ceder el asiento a una persona blanca en Alabama en 1955 tal vez no era un ejercicio de moderación en aquella época para protestar por la discriminación racial. Tal vez, Martin Luther King no era en absoluto un moderado. O, algo más cercano, los campesinos que en Agüimes se alzaron con violencia contra la pretensión de un noble de ocupar las tierras comunales tampoco lo eran. Citen su ejemplo preferido.

Por otro lado, y perdonen la superficialidad de mi impresión, las partes que dedica al papel de la mujer en la Antigüedad parecen congruentes con esa visión revisionista que les atribuye un papel destacado y en igualdad con los varones porque tal o cual mujer figuran en los mitos, en la literatura o porque una mujer tuvo un papel protagonista en la política, etc. Como si en la época de los Reyes Católicos, hubiese igualdad entre los sexos en Castilla porque reinaba Isabel. Asimismo, citar el 12 de octubre como la conmemoración de "una gesta indiscutible" tiene también un tufillo eurocentrista bastante decepcionante. Mi impresión es que esta obra termina por dejar a uno bastante escamado. Con lo bien que fue hasta los 3/4...




De los títulos referenciados, ya he entrado a empellones con el libro de Canfora (historiador del mundo antiguo, recuerden El mundo de Atenas, por ejemplo), que es, entre otros asuntos, una crítica al orden político italiano (y occidental) tras la crisis de 2008, y la referencia clásica a conceptos como poder, liderazgo, etc. Otro erudito. Asimismo, Todo lo que entró en crisis, con respecto a ese momento liminal histórico que fue 2008, pretende, a la manera de Bourdieu con La miseria del mundo, realizar una síntesis de análisis y entrevista de las consecuencias de la degradación de las condiciones laborales y de vida de muchos sectores de la población después de aquel fatídico año. Como también hiciera el sociólogo Richard Sennet en La corrosión del carácter. Ganas de comenzar con él.

Con respecto al libro de Krauss, llevo un par de capítulos, y lo cierto es que esta crítica de arte demuestra un nivel de análisis altísimo. De lo poco que sé del mundillo académico del arte, ella y Hal Foster son referencias inexcusables para quien quiera aprender algo de este ámbito del conocimiento y creatividad humanos. Una gozada, qué quieren que les diga. 

Poco llevo leído del libro de Daniel María, y pospongo, pues, los comentarios a una futura reseña (espero que pronto).

Teología política es donde se enuncia, creo que por primera vez: "Soberano es quien decide sobre el estado de excepción". De hecho, este libro comienza así. Es de esas lagunas que, por fin, uno se decide a rellenar y dejarse ya de referencias o glosas. Ya era hora. Para quien se interese por la política, esta obra de Schmitt y Sobre el parlamentarismo son muy importantes. Buenas críticas, pésimas soluciones. 

En fin, tengo como trescientos libros candidatos a destrozarme la cuenta corriente. Imagino que moriré sin haber leído gran parte de ellos. Pero de qué se compone la vida si no es de sueños. Pero sobre todas las demás, la gran duda que se me presenta es: ¿vale la pena a estas alturas de la vida estudiar griego clásico?