miércoles, 20 de diciembre de 2017

Lo mejor y lo peor de 2017

Ya vamos llegando a las Navidades, una de las dos épocas del año más importantes para la venta de libros, según me aseguran personas bien informadas. No es de extrañar, pues, la eclosión de presentaciones de novelas, cuentos, poemarios y demás biblias en verso. Así que, aunque no soy muy proclive a hacer listas (fenómeno mediático-sociológico que en España, desde el advenimiento de nuestra singular modernidad, hemos importado del mundo anglosajón, tan minucioso en sus jerarquías) y para llevar un poco la contraria al pseudostablishment cultural que padecemos, me pareció que vendrían bien para hacer una especie de resumen de 2017. Además, por qué no, sirven para celebrar el aniversario de este blog, que tanta simpatía ha despertado en el mundillo literario local.

Con estos objetivos, tanto oponerme al buenismo hipócrita de cierta parte de la crítica como expandir las filias que suscita el blog, he compuesto varias listas, a modo de atajos heurísticos para lectores desprevenidos. He escrito una en la que constan las 11 peores novelas que he leído este año, otra de las 11 mejores, una tercera heteróclita y caprichosa de lecturas de no-ficción y, finalmente, un inventario de los reseñadores habituales de Canarias (si falta alguien que consideren necesario, me lo señalan, para la próxima vez). 

Qué puedo decir sino que estas listas reflejan mis gustos particulares, en mi posición de lector veterano, por un lado, y de reseñador que compra con su dinero cada libro que comenta, por otro. También es cierto que me he esforzado por argumentar en todas las reseñas de Polillas al anochecer por qué las obras me parecen mejores o peores, por qué unas me parecen dignas y otras, infames. Aun así, habrá quien diga que uno "no tiene derecho" a calificar las novelas, cuentos, artículos, reseñas y opiniones de otros como "tonterías", "insensateces", "malos", "flojos", etc., ya se diga que pagar la deuda nacional es un asunto moral, que la tierra es plana, que los equipos deportivos cohesionan a la población o que La otra vida de Ned Blackbird marca un antes y un después en la literatura mundial y parte del sistema solar. En todo caso, uno es responsable de sus juicios, positivos y negativos, y debe argumentarlos siempre, en la medida de su capacidad.

Allá vamos:

LAS 11 PEORES NOVELAS, por orden de espanto:

1) El sepulcro vacío, de Cecilia Domínguez Luis.
2) El conocimiento, de Jonathan Allen.
3) Evanescencia, de Manuel M. Almeida.
4) Gracias por el tiempo, de Santiago Gil.
5) La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol.
6) El verano de los juguetes muertos, de Toni Hill.
7) La última homilía de Zacarías Martín, de Enrique Redondo Miranda.
8) Madrid: frontera, de David Llorente.
9) El canto de la raposa, de Rafael Alonso Solís.
10) Interregno, de Roberto A. Cabrera.
11) La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo.

Me remito a las entradas del blog en cada caso para justificar la decisión. Eso sí, las posiciones en muchos casos son intercambiables y han dependido generalmente de pequeños matices. No ha sido un ejercicio de memoria agradable, a decir verdad. Eso sí, el nº 1 me parece indiscutible. Asimismo, algún libro que no está podría echarse de menos, sin duda.

Ya que estamos, no puedo resistirme a comentar que, dado lo leído, parece difícil caer más bajo en lo que se publica en Canarias y en España. Todavía me resisto a creer que sean estas novelas lo único a lo que podamos aspirar, sobre todo en nuestra Comunidad, que es lo que me importa en primer lugar. Sin embargo, y más específicamente de las novelas de autores canarios, no encontrarán reseña o crítica negativa alguna, salvo la mía, lo que, en cierto modo, me sitúa en una posición única, digamos en una situación de soledad demasiado ruidosa. Es bastante posible, también, que lo bueno me lo haya perdido, por lo que desde esta página pido disculpas por esas magníficas novelas y colecciones de cuentos que, por razones que escapan al entendimiento, no han caído en mis manos.







LAS 11 MEJORES NOVELAS (o colección de relatos), por orden de gozo:

1) De ganados y hombres, de Ana Paula Maia.
2) El banquete celestial, de Donald Ray Pollock.
3) Tardía fama, de Arthur Schnitzler.
4) Casa de verano con piscina, de Herman Koch.
5) Embassytown, de China Mielville.
6) Noche es el día, de Peter Stamm.
7) El malogrado, de Thomas Bernhard.
8) Cazadores en la nieve, de Tobias Wolff
9) Diez de diciembrede George Saunders.
10) Cuentos, de Kjell Askildsen.
11) Anturios en el salón, de Juan R. Tramunt.

Aquí, todavía más que en la primera lista, el estado de ánimo, el humor, la capacidad memorística y el registro de sensaciones en el momento de escribirla han pesado de manera determinante. No seré yo quien discuta otras preferencias en el orden. Casi toda es literatura extranjera, no ya española-peninsular, siquiera. Como ya he señalado en otra entrada, es probable que la literatura foránea que nos llega venga ya mediada, filtrada, por el interés de las editoriales, el empeño de los traductores, su éxito y fama en otros países, etc., así que, por lo general y best-sellers aparte, parece lógico pensar que su calidad media sea mayor. Es una hipótesis de trabajo, no una certeza. En todo caso, Anturios en el salón (al igual que Entrelazamientos, de Luis Junco) demuestra que es posible crear buena literatura con aspiraciones estéticas e ideológicas en Canarias y que el talento no es siempre producto de importación. Ambos, Juan R. Tramunt y Luis Junco, son, además, discretos en cuanto a su exposición mediática y no tienen como actividad primordial cultivar fans. Más bien, sus novelas atraen lectores, lo que es un asunto conceptualmente muy diferente.





Aquí les adjunto otra lista, de regalo: excelentes libros que no son de ficción, y cuyo orden carece de importancia:

1) Nacimiento de la biopolítica, de Michel Foucault.
2) De la política a la razón de estado, de Maurizio Viroli.
3) El lugar de los poetas, de Luis Alegre Zahonero.
4) Para qué servimos los filósofos, de Carlos Fernández Liria.
5) Reforma o revolución, de Rosa Luxemburgo.
6) La democracia sentimental, de Manuel Arias Maldonado.
7) La desfachatez intelectual, de Ignacio Sánchez-Cuenca.
8) La República de las Letras, de Pascale Casanova.
9) Los mecanismos de la ficción, de James Wood.
10) Comprando tiempo, de Wolfgang Streeck
11) Capitalismo, de Geoffrey Ingham.




LOS RESEÑADORES

Aunque el catálogo no es muy amplio, hay varios reseñadores en Canarias que escriben con frecuencia, tanto en las páginas de los periódicos como en su propio espacio digital. ¿Los han leído alguna vez? ¿Podríamos decir que son influyentes en la esfera pública? ¿O, en algunos casos, sólo funcionan como repartidores de agasajos dentro del mundillo? 

1) Emilio González Déniz: Aún más que los comentarios sobre política y sociedad, sus notas de lectura en Bardinia son merecedoras de concienzudo olvido. Casi no escribe, en realidad, de las obras que menciona, salvo en términos lo bastante abstractos para no comprometerse demasiado con lo que parece que alaba, incluso con entusiasmo. Podría decirse que es un artista del eufemismo y que hablar de sí mismo es, probablemente, lo que más le interese. Uno termina de leer sus cosas con una sensación de hastío que no se corresponde con la brevedad de sus artículos. Aquí su blog, dependiente del periódico Canarias7.

2) Santiago Gil: Un auténtico seguro de ego para los novelistas de cuyas obras se ocupe. Se caracteriza por su empeño indomable en expresar una sensibilidad que roza en demasiados momentos la cursilería, en variado alarde de un maravillosismo digno de estudiarse como técnica literaria independiente. Sus reseñas/notas de lectura se publican también en el Canarias7, aunque alguna vez también en la página web del periódico. Aparte, tiene un espacio en el que escribe sus ocurrencias lírico-existenciales. Aquí.

3) Alexis Ravelo: Aunque abandonó su blog durante unos meses, probablemente ocupado por su ingente producción literaria y la promoción consiguiente (tarea esta última en la que se emplea a fondo), ha vuelto a retomarlo en los últimos tiempos, centrándose en reseñar novelas y colecciones de cuentos que le gusten (principio fundamental, y a veces único, en la labor de muchos reseñadores o aspirantes a reseñadores). No esperen sino buen rollo en sus comentarios y alguna protesta poco comprometedora sobre el mundo, los políticos, etc. Aquí.

4) Ibrahim Chamali: Reseñador oficial en los primeros tiempos de Dragaria, las notas de lectura que escribe expresan su afabilidad y su visión buenrollista de la literatura. Todo le "engancha desde el primer momento", y nunca "puede dejar de leer" lo que sea. Todos los escritores deberían amarlo, porque él los ama a todos. Maravillosismo en estado puro. 
Su blog no es de reseñas, sino de pequeños relatos. Pero, bueno, qué más da. Aquí.

5) Eduardo García Rojas: Salvo insólitos episodios de irascibilidad, que los tiene, este periodista suele ser bastante amable en sus reseñas, más tendente a apreciar lo positivo que lo negativo en lo que se le ponga por delante: tarea ardua en numerosas ocasiones, todo hay que decirlo, y a veces infundada. Es digno de elogio su rescate de novelas y películas olvidadas. Escribe en el Diario de Avisos y en su propio blog. Aquí.

6) Antonio Bordón: desde su época en La Provincia, Bordón juega en otra liga: tanto en la calidad de sus análisis o comentarios como en el objeto de estos: la literatura extranjera. Muchos hemos conocido mundos distantes sentados en casa gracias a él. Aquí su blog.



Felices fiestas, y a apechugar con lo que venga. 










miércoles, 13 de diciembre de 2017

'Diez de diciembre', de George Saunders

Aquí estamos de nuevo, cuando aún no se han apagado los ecos de mi última reseña y los tambores de guerra resuenan, amenazadores, a ambos lados del río de aguas turbulentas por el que navegamos. El río de la vida. El mundo perdido. La atlanticidad era esto.

Quizá no sea para tanto.

Por unos pocos días, por cierto, no ha coincidido la publicación de esta reseña con el título del libro, del conjunto de cuentos de un estadounidense con aspecto muy wasp. Es una pista, mejor dos, por si no se habían dado cuenta y pasado por el alto el encabezamiento. Me gusta pensar que los lectores son casi tan inteligentes como yo. En algunos raros momentos, incluso, que más. Así, si este blog resulta de su agrado, será que está escrito para gente con luces. De hecho, hay gente inteligente (y otra no tanto) que lee este blog, pero no lo reconoce. Eso es gracioso por sí mismo. De hecho, yo leo blogs, columnas de opinión y artículos de personas que no parecen demasiado inteligentes, y que, en ocasiones, sencillamente detesto (me refiero a lo que escriben). Algunos de estos reseñadores saldrán en el próximo post, el del resumen del año, una excusa no solo para volver a molestar, sino también para recomendar. El caso es que no oculto que los/las leo, a esos/as columnistas de tercera, aunque me disgusten en forma y fondo, y a veces incluso cuelgo sus cosas publicadas por ahí, ya sea por el mero efecto contraste.





Pues sí, la reseña de hoy es de Diez de diciembre, de George Saunders. Este conjunto de relatos se publicó en 2013, lo que resulta tremendamente importante para Vds. y para mí. Uno a veces olvida cómo llega a ciertos autores. Con Saunders, recuerdo con no demasiada claridad que una pequeña investigación respecto de Jonathan Franzen y de David Foster Wallace me llevó a un grupo de novelistas de EE.UU. que, al parecer, eran muy modernos hace poco. Saunders estaba entre ellos. He de reconocer, además, que lo que he leído tanto de Wallace como de Franzen me ha parecido sensacional. También me ha llegado hace poco otra colección de relatos de Tom Franklin. Correos aún existe.

Volviendo a lo nuestro, en los relatos que nos ocupan, destacaría, por empezar, la destreza en la elaboración de los monólogos interiores. Cómo conseguir que el habla coloquial resulte literariamente válida es una tarea en la que, por ejemplo, nuestros escritores/as locales suelen fracasar de  un modo para el que el adjetivo "estrepitoso" es demasiado sobrio. No es cuestión de transcribir el mero pensamiento repetitivo, las frases hechas o los lugares comunes que infestan la charla cotidiana; es reelaborar el material coloquial, el habla tantas veces fática, y hacerla encajar en una estructura tan planeada como es la novela o el cuento. Es literatura, es arte, no una grabadora de antropólogo herderiano. Hay mucho escrito y estudiado sobre el monólogo interior y la corriente del pensamiento, el estilo indirecto libre, etc., claro, pero la literatura es un Sísifo desmemoriado, y hay que volver a aprenderlo todo una y otra vez. Ya puestos a aprender, Diez de diciembre es un magnífico ejemplo para ello.


Pero, en lo referente a la idea del arcoíris, ella estaba convencida. La gente era increíble. Mamá era alucinante, Papá era alucinante, sus profesores trabajaban tanto y tenían, además, sus propios hijos, y algunos se estaban divorciando, como la Sra. Dees, pero, con todo, siempre sacaban tiempo para sus alumnos. Lo que le resultaba especialmente inspirador de la Sra. Dees era que, a pesar de que el Sr. Dees engañaba a la Sra. Dees con la encargada de la bolera, la Sra. Dees seguía impartiendo la mejor clase de Ética al plantear cuestiones como: "¿Puede el bien triunfar o, más bien, son las personas buenas la que siempre acaban puteadas, siendo el mal mucho más temerario?" Esa última parte parecía un golpe bajo que la Sra. Dees le lanzaba a la muchacha de la bolera. (...) (Págs 18-19)

Aquella vez, con los gatitos, Brianna y Jessi lo habían llamado asesino, lo que había alterado a Bo, y Jimmy les había gritado: "Mira, niños, yo me crié en un granja y uno tiene que hacer lo que tiene que hacer!". Y después había llorado en la cama, contando cómo habían maullado los gatitos en la bolsa durante todo el trayecto hasta el estanque, y cómo había deseado no haber crecido en una granja, y ella casi había dicho: "Querrás decir cerca de una granja" (su padre había tenido un lavadero de coches a las afueras de Cortland), pero, a veces, cuando ella se pasaba de lista él le daba como un pellizco fuerte en el brazo y bailoteaba sin soltarla por la habitación, como si la tuviera sujeta por una especie de asa, y decía: "¿Qué dijistes? Creo que no te he oído bien" (Pág. 47)

Poco después estaba caminando por Teallback Road como una de esas personas que andan cada noche para estar delgadas, salvo que ella estaba muy lejos de estar delgada, lo sabía, y también sabía que cuando andabas para hacer deporte no te ponías vaqueros ni botas de montaña sin cordones. Ja ja. No era estúpida. Lo que pasaba es que tomaba malas decisiones. Se acordaba de Sor Lynette, cuando le decía: "Callie, lista eres, pero tiendes hacia aquello que no te beneficia". Sí, hermana, ahí lo has clavado, le dijo a la monja en su cabeza. Pero qué demonios. Qué carajo. Cuando las cosas se pusieran mejor, cuando tuviera más dinero, se compraría unas zapatillas decentes y saldría a andar y adelgazaría. Y se apuntaría a la escuela nocturna. Más delgada. Quizá tecnología médica. Nunca estaría realmente delgada. Pero a Jimmy le gustaba tal y como era. Y a ella le gustaba él tal y como era. Quizá era eso el amor: querer a alguien tal y como es y hacer cosas para ayudarle a ser aún mejor. (Pág. 54)

Ahora que le había dado una paliza a Donfrey, empezó a sentir hacia él cierto afecto. El bueno de Donfrey. Donfrey y él eran los dos pilares gemelos de la vida empresarial local. No conocía bien a Donfrey. Solo lo admiraba desde la distancia, de la misma forma que Donfrey lo admiraba a él desde la distancia. Hubo un día que todo el clan Donfrey entró en su tienda, Tiempos Pasados. La mujer de Donfrey estaba guapísima: piernas bonitas, cintura delgada, pelo largo. La mirabas y no podías desviar la mirada. Los hijos de Donfrey también habían sido estupendos; dos andróginos algo élficos debatían con calma sobre algo, ¿quizá sobre la historia del Tribunal Supremo? (Pág. 105)

Son al mismo tiempo, relatos sobre la mezquindad y la generosidad, el egoísmo y el altruismo de personajes, normalmente de clase media-baja o baja, a veces de capa caída, pero nunca abandonados del todo a su suerte. Siempre hay margen para la acción personal, a pesar de un mundo, de una sociedad inamovible e implacable. Quizá por eso ese asomo de libertad no sea más que una ilusión. Personajes que crecen a partir, normalmente, de sus propias palabras, de su pensamiento ovillado en torno a la cotidianidad, aun singular, ubicada en algunos relatos en un futuro cercano, con ribetes de cercana y tenebrosa ciencia ficción. Sí, no son cuentos de reinas o príncipes, ni versan sobre los problemas de autoestima de un ejecutivo con añoranza de fusta o de la imposibilidad del amor de una treintañera, etc.

Y los diálogos. Aquí, al igual que con los cuentos de Askildsen o de Wolff, por no salirme del marco de este blog, hay ejemplos con los que nuestros queridos/as autores/as podrían aprender algo, si quisieran. Si no estuvieran convencidos de que la naturalidad de estos grandes escritores pueden emularla con la suya propia. No se dan cuenta de que la primera está trabajada, pulida y machacada sobre el yunque de la autoexigencia ; la segunda, la suya, no es más que verborrea que emana como si nada y que suele confundirse con inspiración. "Hay que desconfiar de lo que se escribe fácil", leí algo así una vez: no son más que errores encadenados, añadiría yo.

Por poner un ejemplo:


Ma cantaba en la cocina. 
"Espero que al menos hayas sacado algo de panceta!", gritó Harris. "Un muchacho que vuelve a casa se merece comer panceta, joder". 
"¿Por qué te metes?", gritó Ma desde la cocina. "Acabas de conocerle". 
"Le quiero como si fuera mi hijo", dijo Harris. 
"¡Qué afirmación más ridícula", dijo Ma. "Odias a tu hijo". 
"Odio a mis dos hijos", dijo Harris. 
"Y odiarías a tu hija si alguna vez llegaras a conocerla", dijo Ma. 
Harris se sonrió, como si le conmoviera que Ma lo conociera lo bastante bien como para saber que sería inevitable que odiara a cualquier hijo que concibiera. (Pág. 189)

Como dice la nota previa del traductor, en estos cuentos "el lenguaje tiene la misma importancia que la trama o más". Como decíamos antes, el tono coloquial, los solecismos, la defectuosa conjugación de los verbos y las frases hechas son escogidos y creados por el autor para producir el efecto que buscaba. Lo que no es incompatible ni con el preciso manejo de la acción ni con la pertinencia de las descripciones. Cierto es, también, que cuando hablamos del estilo del autor, de la elección de las palabras y del ritmo de las frases, tendemos a olvidar al traductor, en este caso, Ben Clark. Debería ser obligatoria en todas las obras traducidas una introducción a cargo del traductor explicándonos los problemas que encaró y sus soluciones. Yo he disfrutado cuando he tenido la rara oportunidad de leerlas.

En fin, una obra artística de verdad que le reconcilia a uno (de nuevo) con la literatura, que ya está bien de obras mediocres y, lo peor, pretenciosas. Es posible, no obstante, que cuando selecciono obras extranjeras afine mucho más el tiro que con el producto local, que me aparece de sopetón y sin refinar en la prensa local y en las redes sociales, salvo alguna sugerencia personal (siempre bienvenida). No es un fácil equilibrio este entre lo local y lo internacional, entre la novedad y lo (más o menos) canonizado. Pero peor aún es la tensión que deben soportar unas cuantas lumbreras entre su rol de hombre/mujer de letras o de intelectual y la íntima comprensión de su mentecatez.











jueves, 7 de diciembre de 2017

'Evanescencia', de Manuel M. Almeida

Vuelvo con Vds. después de todo un mes, lo que para algunas personas puede haber supuesto un alivio. Otras, quizá, me hayan echado de menos, que de todo hay. Desde mi exilio reseñador he comprobado que el mundillo este de la literatura canaria sigue igual: avances de novelas que disuaden de comprarlas, entrevistas sin ningún interés a escritores/as, reseñas maravillosistas que alaban la técnica, pero omiten el estilo, en una especie de declaración de amor de circunstancias, etc... Que entiendo que el "yo hablo bien de ti para que tú luego hables bien de mí" siga siendo la norma, pero este reseñador, que se pone de lado del lector incauto, no participa de ese juego trucado, de esa mentira, de esa estafa disfrazada de literatura y de sublimidad artística.

Además, pronto será Navidad, y luego Reyes. Espero que, si me hacen caso, estas reseñas que vengo escribiendo desde hace ya un año les sirvan de guía para, al menos, no comprar ciertas cosas encuadernadas que se hacen pasar por necesarias, imprescindibles o fundamentales: nada de eso. En el ámbito canario, todavía no conozco a ningún/a reseñador/a que me resulte fiable en los medios de comunicación tradicionales o digitales. En el mundo bloguero hay de todo, así que busquen, comprueben y elijan. Por cierto, y quizá me repito, no sé quiénes son peores: los novelistas metidos a reseñadores (o a la inversa) o los periodistas culturales, tan amantes del buen rollo y del maravillosismo. No dicen una cosa sensata, pero tienen miles de seguidores en facebook o twitter que se apresuran a comentar cualquier chorrada. Vds. me lo explicarán otro día.

Bueno, ya que me he despachado con mis habituales fobias, comencemos con la novela que nos ocupa hoy:





Evanescencia es una novela distópica con un arco temporal de 22 días. Que pueden parecer pocos para una novela de este tipo, pero es que los acontecimientos se suceden a tanta velocidad que tampoco hay tiempo para más. Lo que ocurre es que, de repente, y sin ninguna explicación racional (ni irracional) comienzan a desaparecer objetos a escala planetaria. Primero de un tipo, luego de otro, después de otro más, etc., por lo que uno podría pensar que hay algún tipo de mente desordenadora o desaparecedora detrás de esta evanescencia. Lo siguiente es anarquía y barahúnda. La novela no ofrece ninguna explicación al respecto, ni qué o quién ni por qué. Quizá no haga falta.

La idea no es que me parezca especialmente atrevida u original. Hace poco vi una película (Al final de los sentidos) en la que la Humanidad progresivamente iba perdiendo los cinco sentidos. Bueno, no estaba mal del todo. Sin embargo, al igual que en esta novela, estos planteamientos apocalípticos en los que no hay espacio para la esperanza ni apenas para la redención se agotan pronto en su ejecución, salvo que sea un maestro el que lo escribe. Lo que no es el caso.

Y es que la novela del Sr. Almeida aburre, pero mucho, cada vez más, hasta que uno comienza a albergar la esperanza de que ella misma desaparezca de una vez para siempre. Podría haberla abandonado, en efecto, pero ya llevo unas cuantas inacabadas, y como he salido de un largo descanso, me pareció un deber terminarla. Deber penoso, por cierto. 

Pero, ¿por qué aburre tanto? Comencemos con las razones:

a) Personajes: hay dos personajes principales, Nerd (más tarde, también Flacucho), e Ideasfirmes. El porqué de esos nombres tan estúpidos es algo que se explica en la novela, pero no puedo evitar sentir grima ante, en mi opinión, unos nombres tan mal elegidos. Al final aparece un tercer personaje significativo, Eva, que nos soltará un rollo sobre la organización social en un mundo destruido bastante prescindible, por manido darwinismo. Vamos, el que soltaría un televidente medio con copas de más.

Volviendo a Nerd (que supongo que no será un trasunto del autor) e Ideasfirmes, resultan profundamente antipáticos en su despliegue novelesco. Ni son entrañables ni simpáticos ni inteligentes ni, en definitiva, podemos empatizar con ellos. Por su boca desfilan todos los lugares comunes posibles y no hay un átomo de gracia o sensibilidad en ellos, salvo en alguna rara excepción. Sin embargo, quizá al ser tan odiosos logran algo de corporeidad. No ocurre como en otras novelas que hemos comentado aquí cuyos protagonistas se limitan a ser palabras y un nombre. Aquí, al menos, los diferenciamos: todo un logro.

b) Diálogos. En línea con lo anterior, casi todos los diálogos se mantienen entre estos dos personajes (salvo al final, con Eva). Si digo que he leído diálogos peores, parecería un elogio, pero no lo es. Normalmente, aquí son o pedantes o vergonzosos. A veces, uno no siente nada, lo que, al fin y al cabo, está bastante bien:


-¿Tienes frío? -quise saber desde mi confortable montón de tejidos gruesos.
-No, estoy bien -respondió desde el suyo.
-¿Crees que esto va a parar o, como sospecha aquella mujer, estamos condenados al desamparo y la inanición?
-Ya no sé nada, me he vuelto una jodida sabia socrática -dijo en un tono irónico impregnado de tristeza-. Sinceramente creo que es una pesadilla de la que no vamos a despertar.
-¿Pero una pesadilla tuya, mía, de ambos o de toda la humanidad? -insistí, sólo por molestar.
-Las pesadillas son personales e intransferibles, Nerd, así que supongo que cada cual tendrá la suya.
-Es curioso, ¿tú qué sueñas estos días?
-No sé, casi ni duermo.
-Yo he llegado a soñar con Dios. ¿Te lo puedes creer? Jamás. Lo veo ahí, frente a mí, deshaciendo el mundo del mismo modo en que lo creó, pero le está costando más de siete días.
-Ahora me saldrás con eso de que, ante la dificultad, todos recurrimos a lo divino, rezongó desdeñosa.(...) (Pág. 60)

-¿Qué tal va la mañana? -me preguntó distraída Ideasfirmes, al tiempo que se esforzaba en abrir una lata de fruta en conserva.
-Mejor, ¿qué tal van tus subcomisiones?
-Bueno, ahí están, ¿y lo tuyo?
-Perfecto, creo que pronto tendremos listo el enésimo inventario, una vez desinventariado lo que se haya podrido en las últimas horas -dije, en un tono a caballo entre el tedio y la ironía.-Genial, nosotros seguimos teorizando y discutiendo erre que erre.
-¿Crees que tienen razón los optimistas y hemos tocado fondo?
-No sé, puede que no estemos más que en el ojo del huracán.
-Puede que sí y puede que no, para eso están ustedes, los intes -bromeé.
-¡Hombre, adivinos no somos!
-Ya, eso se trata en otra subsubsubcomisión, ¿no es cierto?
-No te recordaba tan gracioso.
-Di mejor que no me recordabas.
-Eso no puedo decirlo. Venga, comamos algo.(Págs 76-77)

-Estás muy callada, ¿no dices nada?, ¡hey!, ¡filósofa!, ¡fi-ló-so-fa; ¿tu lengua también se ha evanescido?, ¡fi...!
-Vale ya, imbécil -gruñó.
-Al menos has dicho algo.
-No estoy de humor, no dejo de darle vueltas a la cabeza.
-Yo tampoco paro de pensar, ¿pero de qué nos vale?, ¿aún sigues enfrascada en hipótesis y teorías?
-No, pienso en qué momento nos quedaremos sin sustento, sin agua o desnudos, sin mantas, sin hatillos, sin herramientas.
-Igual no pasa.
-¡Por favor, Nerd!
-Oye, que no hay nada escrito.
-¡Escrito, escrito!, podrías decir algo con cierto sentido -vomitó, visiblemente agitada.
-¡Vale, vamos a morir todos! -ironicé.
-Puede parecer una estupidez con la que está cayendo -soltó al fin-, pero no hago más que pensar en la desnudez, en el instante en que nos veamos despojados de nuestro atuendo.
-No sé, estoy obsesionada con eso, estar desnuda frente al mundo sería como estar indefensa ante él, sería perder lo poco que nos queda de dignidad, de intimidad, la más infame de las penitencias. Si llega el momento, agregó, volviendo su rostro hacia mí unos segundos, cúbreme con lo que sea, de lo contrario creo que perderé la poca cordura que aún pueda conservar.
-Dalo por hecho, prometí, resuelto. 
(...) (Pág. 101) 

No es solo la banalidad del contenido, es también esos verbos dicendi y de acompañamiento tras cada línea de diálogo: esos "ironicé", "vomitó", "bromeé", "preguntó, distraída", "rezongó, desdeñosa", etc., como si el autor intuyera que el diálogo por sí solo fuera insuficiente y considerara conveniente asegurarse de que no nos extraviáramos. Resulta irritante. Como si nos animaran a caminar a base de empellones.

c) Enumeraciones y listas.

Recuerdo haber sufrido algo similar con El canto de la raposa, pero Manuel M. Almeida lleva la manía de la enumeración hasta límites insospechados, confundiendo, quizá, florido vocabulario con verborrea exasperante, colmando, y de qué manera, la paciencia del lector:


¿Un robo? ¿Quién demonios iba a exponerse a una condena por hurto y allanamiento de morada para llevarse un Zippo o un cochambroso repertorio de fruslerías? Menuda bobada. Si lo tuviesen que condenar por algo, debería ser por idiota. Y si así fuera, ¿por qué no había rastro, camas deshechas, armarios revueltos, cajones trastocados? ¿cómo es que la cámara no lo detectaba? ¿Un profesional? ¿Animales? ¿Ratones, hormigas, cuervos, ardillas? (...) (Pág. 11)


No eran pocos los gabinetes de crisis que se habían puesto en marcha, integrado generalmente por mandos policiales y militares, especialistas en lucha antiterrorista, expertos en robos, psicólogos, sociólogos, científicos de diversas disciplinas -con destacada presencia de físicos teóricos, cuánticos, moleculares, de partículas, nucleares, cosmólogos, astrónomos- y responsables de la Administración. (Pág. 19)


A la espera de una declaración oficial que acabase con la incertidumbre y la anarquía, en los medios e Internet se continuaban manejando interpretaciones de lo más dispares. Científicos, filósofos, detectives, políticos, religiosos, líderes de esta o aquella secta, frikis, fabuladores, visionarios, videntes, gurús se enfrentaban a las cámaras o escribían en perfiladores sociales y blogs sus impresiones acerca de las causas y consecuencias de los desvanecimientos. La idea más extendida desde hacía días era la de que el Gobierno / los gobiernos / la ONU / la OTAN / la UE / la gran coalición judeomasónica / el Nuevo Orden Mundial nos ocultaba algo, pero en aquel momento no me apetecía perderme en especulaciones conspirativas. (...) (Págs. 20-21)

En el resto de páginas, las discusiones no eran menos ni menores, girando en torno a expresiones y términos como strangelet, frecuencia extremadamente baja, el caos, teorema de Bell, principio de incertidumbre, segunda ley de la termodinámica, antimateria, materia oscura, agujeros negros, teletransportación, falso vacío, Big Crunch, Big Bounce, Big Rip, metaestabilidad en el vacío, barrera del tiempo, efecto Dopler, discontinuo espacio-tiempo, Gran Colisionador de Hadrones, nanotecnología, biotecnología, relatividad general, mecánica cuántica, partículas, espines, átomos, protones, electrones, neutrones, bosones, mesones, hadrones, gluones, quarks, antiquarks, teoría de cuerdas, principio holográfico o realidad simulada. (Pág. 24)

Sin armamento, los soldados y oficiales quedaron reducidos a una suerte de boy scouts a merced de la turba. La batalla fue a puño desnudo, a diente, cuchillo y piedra, a bisturí, bate, palo, martillo, pico, pala, vidrio y sierra. (...) Un conato allí, una acometida allá, un encuentro abierto, una acción subrepticia. Policías contra bandas, vecinos contra comerciantes, cuadrillas contra predicadores, militares contra activistas, bandas contra vecinos, comerciantes contra cuadrillas, predicadores contra militares, activistas y vecinos contra policías, policías y militares contra comerciantes, bandas y cuadrillas contra activistas, predicadores contra predicadores. Y así un tótum revolútum de dantescas proporciones. (Pág. 29)

Y sólo estamos en la página 29. Imagínense que lo que queda: al menos 18 listas más (sí, las he contado), algunas de las cuales son aún más delirantes y extenuantes. Entiendo que la literatura no tiene que ser siempre fácil, que cualquier mecanismo narrativo o metanarrativo o deconstructivo o posmoderno es posible. Sin embargo, albergo la intuición de que el autor, quizá sin ser del todo consciente, suple con verborrea enumerativa lo que es su carencia a la hora de dotar a la novela de una estructura narrativa más sólida y más compleja. A él sólo se le ocurre, y no digo que esté mal, una estructura lineal en la que una voz, la de Nerd, nos relata lo que ocurre, y punto.

En mi opinión, en definitiva, una novela fallida, que parte coja por una idea endeble: podemos aceptar la inserción de elementos o sucesos fantásticos en un mundo, digamos, normal. Pero ese elemento fantástico debe estar dotado de cierta coherencia, de una adecuada interacción con lo real. Si no, asistimos a que la trama se desarrolle porque sí, y sin verosimilitud no hay novela distópica, sci-fi o rosa que se sostenga. Además, como hemos señalado, el personaje-narrador no es especialmente interesante y sí muy pesado, pesadísimo. Ideasfirmes no es que lo mejore, tampoco. Los diálogos entre ellos son, a veces, elucubraciones de barra de bar, pero con tintes pretenciosos, lo que los hace aún más detestables. Hay que señalar, por último, que la historia cobra algo más de interés en los últimos capítulos, pero no sé si es por las ganas que tenemos de que por fin acabe o porque el autor se ha esforzado un poco por cortar la maleza pseudoliteraria que nos pinchaba y envenenaba a cada paso. 

Digo lo de siempre: editoriales hay; editores/as, no; y esto es lo que ocurre.

Qué más les puedo decir. 



P.D. En esa línea reseñadora tan autóctona, aquí tenemos una amplia nota de lectura ("(...) desde el punto de vista literario, desde la creatividad, es magistral") y otra, aquí ("La novela de Manuel Almeida está escrita con un dominio de la técnica narrativa ciertamente admirable" o "La novela de Almeida no te deja tregua, se lee de un tirón y se asimila durante mucho tiempo"). Ya saben, lean la novela y comparen las reseñas. Si quieren, me lo cuentan.

P.D. (2) El 10 de diciembre he encontrado esta reseña.

P.D. (3) El 13 de diciembre, el autor, alborozado, publica en la revista que dirige otra reseña. ¡Viva!