miércoles, 20 de diciembre de 2023

Las listas de fin de año, 2023

Sin ser capaz de despojarme de cierta sensación cenagosa, a la manera de Manganelli, respecto de la República de las Letras en Canarias y del mundo de la cultura, en general, abordo exhausto este final de 2023. La constatación, tras estos años de mando de Podemos en la consejería de Cultura, de que todo es más o menos lo mismo en la gestión pública como en la visión de los partidos políticos resulta desalentadora. Lo peor es que el desaliento se ha convertido en costumbre, y acostumbrarse al desaliento no suscita sino conformidad, por no decir indiferencia, respecto de las políticas institucionales y de las iniciativas privadas en materia cultural. De todos modos, no es costumbre inquirir la opinión de la ciudadanía, en general, ni del público, en particular. El papel de estos últimos, su función, es la de ser mero receptor de una mercancía, mera excusa para la ejecución de presupuesto público y, lo que es lo más importante, para la publicidad y promoción del ente organizador.

Todo lo anterior, insisto, es aplicable estando al cargo de la consejería un/a representante de Podemos, otro/a de Coalición Canaria o, en su caso de PP o PSOE. Así lo han demostrado y así lo volverán a demostrar.

Vayamos a lo nuestro, que este año, en materia literaria, ha habido, sobre todo, magníficas lecturas. Aquí les dejo mi lista particular de lo bueno y, cómo no, de lo malo. Respecto de la segunda, por si acaso, recalco mi convencimiento de que los/as escritores/as son magníficas personas en lo moral y sumamente esforzadas en lo literario, pero, a pesar de esto, sus obras, a mi juicio, son desdeñables. Para más comentarios, les remito a la lectura de la reseña correspondiente.


Lo mejor de lo mejor de 2023:

-Vivir abajo, de Gustavo Faverón Patriau. Editorial Candaya.

-La ciénaga definitiva, de Giorgio Manganelli. Editorial Siruela. Traducción de Carlos Gumpert.

-Centuria, de Giorgio Manganelli. Editorial Anagrama. Traducción de Joaquín Jordá.

-El epitafio de los perdedores, de Andrew Szepessy. Editorial Siruela. Traducción de Esther Cruz Santaella.

Estas cuatro lecturas, acabo de comprobarlo, se sucedieron entre abril y marzo: imagínense qué estado de satisfacción alcancé en ese período. Dudoso es que vuelva a repetirse algo parecido.









Lo peor de 2023:

-Leche condensada, de Aida González Rossi. Editorial Caballo de Troya.

-La isla de los muchachos hermosos, de Pedro Flores. Editorial Maclein y Parker.




Añado que hay algunas obras que, por diferentes razones, se quedaron en el casi de llegar a la primera lista, como fueron Nunca preguntes a un pájaro, de Andrés Ibáñez; Los árboles, de Percival Everett; Bisutería auténtica, de Daniel María; o La paz de las colmenas, de Alice Rivaz.

Ya me disculparán por el magro contenido de la relación de lecturas, pero este año ha sido bastante convulso y mis intereses y actividades han tomado otros derroteros que tienen que ver más con el ensayo sociológico y filosófico.

A la sazón:

Sugerencias de lectura de no ficción

-De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, de Juan Carlos Rodríguez. Editorial Akal.

-Lujo comunal, de Kristin Ross. Editorial Akal. Traducción de Juanmi Madariaga.

-Mundo soñado y catástrofe, de Susan Buck-Morss. Editorial Libros Antonio Machado. Traducción de Ramón Ibáñez Ibáñez.

-El 18 de Brumario de Luis Bonarte, de Karl Marx. Editorial Akal. Edición, prólogo y traducción  de Clara Ramas Sanmiguel.

-Mentira romántica y verdad novelesca, de René Girard. Editorial Anagrama. Traducción de Joaquín Jordán.

-Pocos contra muchos, de Nadia Urbinati. Editorial Katz. Traducción de Gabriel Barpal.

-La tragedia griega, de Jacqueline Romilly. Editorial Gredos. Traducción de Jordi Terré.

-La mente reaccionaria, de Corey Robin. Editorial Capitán Swing. Traducción de Daniel Gascón.

-Retóricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann. Traducción de Tomás Segovia.

-Todo lo que entró en crisis, coordinado por José Luis Moreno Pestaña y Jorge Costa Delgado. Editorial Akal.

-Estados del agravio, de Wendy Brown. Editorial Lengua de Trapo. Traducido por Jorge Cano y Carlos Valdés.

-Rompiendo algo, de Belén Gopegui. Editorial DeBolsillo.


Por último, un apartado que suscitaba bastante diversión era mi lista de reseñadores/as deplorables, pero este año no he leído nada que mejore lo que escribí el pasado año. Son los/las mismos/as (salvo la mortecina novedad de Javier Doreste) escribiendo de igual modo en su ansioso deambular de lo huero a lo inane.

En fin, lean buenos libros y sean felices, si no es a costa de los demás.


sábado, 16 de diciembre de 2023

Una y no más, San Agustín

Comparto con Vds. algunos libros que ya están en mi reciente posesión y que espero que me sirvan para adquirir, aun algo, conocimientos respecto de algunas áreas y momentos de la historia de la filosofía que había pasado por alto.
Uno de ellos es Las confesiones, de, por unos/as, Agustín de Hipona y, por otros/as, San Agustín. No recuerdo por qué, pero en su momento -que no fue hace mucho- creí que leer este texto clásico tenía que valer la pena. Supongo que otras lecturas, en ese árbol casi infinito de posibilidades, me llevaron a esta conclusión al citar a este Padre de la Iglesia Católica. Pues bien, algo tiene que antes de dormir me he acostumbrado a leer unas cuantas confesiones y ya llevo subrayadas algunas frases especialmente potentes de lo que, hasta ahora, es una remembranza de las etapas de su vida, en especial en relación con Dios.



Otro es Estados del agravio, de Wendy Brown. Este, más en mi línea de pensamiento crítico, fue debido a la mención en las redes sociales de Germán Cano, a la sazón prologuista del libro. Si me han leído con alguna atención, sabrán que ya he mencionado a Brown en otras ocasiones respecto de otras obras suyas. Como suele ser, la filósofa introduce reflexiones que no pueden por menos de calar en la mente del lector, como es, a la sazón, su crítica de las políticas de la identidad y sus reivindicaciones, la codificación legal de estas últimas y el papel del Estado en todo ello. Texto que ya tiene un par de décadas, no puedo sino asegurar que alude de manera lacerante a nuestro presente.


                                       

El tercero, Reflexiones sobre la revolución francesa, de uno de los adalides e inspiradores del conservadurismo y vanguardia de los reaccionarios, Edmund Burke. Después de haber leído La mente reaccionaria, de Corey Robin y Retoricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann había que detenerse y no pasar por alto este texto seminal para el pensamiento conservador y reaccionario. Hay que saber qué y cómo piensa esta gente. Viva la fruta.

                                                         


También tengo en mi poder Hotel Splendid, de Marie Redonnet. Les iba a escribir que he leído maravillas de ella, pero ya saben cómo me pongo con la sección de adulación en los medios, así que ya veremos, cuando toque.

Asimismo, he encargado la novela Fragua, de Ali Smith, cuya existencia he conocido hará una semana. No tengo conocimientos previos de la obra, pero como tampoco albergo prejuicios no hay aporía alguna en el propósito de leerla y, tal vez, comentarla con Vds. Es tal el piélago de novedades, tal es la inmensidad de lo ya publicado y, peor, de lo muy valioso, que la atención humana y, en especial la mía, no da para todo. Es posible que tenga apuntados un par de cientos de libros de no ficción para ese futuro que nunca se hace presente, amén de algunas lecturas que yacen en un estado de crónica postergación. 

Respecto de la crónica mediático-cultural, ya que me preguntan, cada vez se refuerza más mi impresión de que la creación artística, salvo raras excepciones, se compone de vanidad y de entreguismo barato a las instituciones públicas y privadas para que estas la utilicen como productos para la publicidad y el propio adorno. Nunca hubo una edad dorada del arte, como tampoco del periodismo o de la política: cada época se enriquece con sus propias miserias, que se añaden al catálogo de las prácticas de poder de unos/as y otros/as. Ahora mismo, la programación cultural, tampoco nos vamos a engañar, es como casi siempre, un surtido de pasatiempos al que casi nadie presta atención, salvo excepciones. Tengo la impresión de que el vulgo (del que formamos parte casi todos/as) está demasiado ocupado en otros asuntos y se divierte con otras cosas. En todo caso, el efecto de prestigio, siempre y cuando se airee en los medios de comunicación, se consigue aunque no acuda casi nadie a tal o cual evento cultural. En realidad, da lo mismo.

En cuanto a la literatura canaria, sí, alguna novedad se ha presentado, ya en solitario, ya en plan dúo dinámico, estas semanas pasadas; pero, qué quieren que les diga, maldito el interés que me suscitan. No eres tú, soy yo, etc. Ya me gustaría a mí leer más crítica literaria digna de leerse, tal y cómo sí existe, aun a cuenta gotas, en la crítica de arte. Me refiero a los artículos, escasos, de Natalia Moreno Martín y Alba González en los últimos tiempos.

He leído alguna vez que en Canarias no hay espacio público donde se debata. Por tanto, que lo que se escribe o se dice no se lee, no se escucha o, al menos, que no suscita reacción en el público. No hay pues esa confrontación de ideas públicas, de temas seleccionados por los medios de comunicación, que son los encargados de recoger esa miríada de voces, filtrarlas y darles forma. Estoy de acuerdo, parcialmente. Otra cosa es que quienes se quejan se lo apliquen a ellos mismos, encenagados como están en simples expresiones de desprecio más o menos ingeniosas. Así, la gente que podría leer los periódicos no se remite a estos medios porque son insuficientes, porque son sesgados contra todo escrúpulo y pudor, y porque la mayor parte del tiempo son pobres intelectualmente hasta la exasperación. A veces, simplemente porque actúan con pasmosa falta de responsabilidad, empeñados en sus objetivos privados.

Es cierto, en Canarias no existe una esfera pública de algún interés, al menos en los grandes medios, en los que apenas alguna vez se lee, ve u oye algo que merezca atención. Hay, también, no obstante, foros, redes, espacios alternativos, que no están en las guerras mediático-empresariales (guerras que en Canarias se libran por una gasificadora aquí, un centro comercial allá o, cómo no, las concesiones para las productoras propias en la televisión autonómica), pero indudablemente marginales. Habría que calibrar que capacidad de influencia tienen estos lugares, estos sitios; valorar a las personas competentes que participan en ellos, que no desfilan por radios, teles y periódicos predicando con la insistencia, y la impertinencia, de un vendedor a comisión. No me crean un optimista: mi experiencia en una radio comunitaria me alertó sobre el peligro de la complacencia en los espacios pequeños y acogedores, pero sin expectativas reales de crecimiento en cuanto a audiencia, por no hablar de los medios técnicos y materiales, en general. Incluso el mejor voluntarismo no es suficiente para encontrar al público, que bastante saturado está de posibilidades de ocio e información.

No obstante, esta advertencia -o lamento- de la inexistencia de una esfera pública digna de su nombre me recuerda a esa queja de algunos de nuestros más eximios escritores relativa a la ausencia de "verdadera" crítica literaria en Canarias. Curiosamente, los primeros se quejan desde una tribuna casi diaria desde los periódicos de un emporio periodístico y los segundos son los mismos que se aplican solo a elogiar a rebato lo que le pongan por delante, con lo que degradan, al mismo tiempo, la esfera pública y la crítica literaria. A ambas clases de Jeremías, parece que solo les parece real en lo que intervienen o con lo que están de acuerdo, y lo demás es el desierto.


viernes, 24 de noviembre de 2023

Lecturas varias sin vaselina

Como ya saben, gente de bien, porque ya se lo he anunciado, el Polillas se ocupará menos de las novedades -en su mayoría, irrisorias- de la edición en Canarias -por simple tedio y un punto de desesperación- y más de reportarles lecturas varias, en especial de materias que no sean ficción. Es decir, de casi todo. Esto debería alegrarles, en principio, salvo que el escapismo sin sentido sea la única vía a sus problemas y se contenten con poco.

Así pues, sin vaselina ni nada, les lanzo con ánimo conciliatorio los siguientes libros con los que me hecho recientemente: 

Retóricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann.

La democracia griega y sus intérpretes en la tradición occidental, de varios autores. Coordinado por César Fornis, Laura Sancho Rocher y Manel García Sánchez

La política en el ocaso de la clase media, Emmanuel Rodríguez.

Además, he rescatado de la sima del olvido Hecho y por hacer, de Cornelius Castoriadis.

También, por recomendación del librero de mi ahora segunda librería de referencia, dos ensayos del filósofo catalán, Joan-Carles Mèlich, de cuya existencia no había tenido conocimiento hasta el otro día, a la sazón La experiencia de la pérdida y La condición vulnerable. Ya les contaré, pero sine die.

Retóricas de la intransigencia consiste en un estudio de los discursos de corte conservador y reaccionario ante revoluciones, reformas o medidas de carácter progresista cuyos efectos se tienden a minimizar, a criticar por su efecto contrario o a deplorar por sus consecuencias devastadoras. Serían la retórica de la futilidad, la retórica del efecto perverso y la retórica del riesgo, respectivamente, con combinaciones entre sí. Todo, tomando como base la conocida conferencia de T.H. Marshall Ciudadanía y clase social sobre las fases históricas de ampliación de derechos en Gran Bretaña (y que se puede extrapolar hasta cierto punto al resto de Occidente). Cuando uno ha leído también La mente reaccionaria, de Corey Robin, encuentra fácilmente puntos de contacto entre ambas obras

Todavía no he comenzado el libro de Emmanuel Rodríguez, autor que recomiendo por sus estudios, precisamente, sobre la clase media (recuerden, sin ir más lejos, El efecto clase media). Ahora que el partido político Podemos parece estar a punto de implosionar, tiene un punto nostálgico revisar esa España -que ahora parece tan lejana- del 15-M y compararla con la de ahora. Lo que somos y lo que podíamos haber sido. 

Con respecto a La democracia griega, llegué a su conocimiento por medio del filósofo José Luis Moreno Pestaña -que participa con un artículo-, gran parte de cuya obra he dado cuenta en este blog, en especial Retorno a Atenas y Los pocos y los mejores. Temáticas heteróclitas, pero con el trasfondo de la democracia ateniense y su confrontación con el tipo de democracia en que vivimos en la actualidad, la representativa.

En su momento leí La institución imaginaria de la sociedad, de Castoriadis, que, a pesar de mi profunda ignorancia, me resultó bastante fecunda. Hoy, con más conocimientos, y teniendo en cuenta la admiración que también que le profesa Moreno Pestaña, he vuelto a él. El magnífico comentario a El Político, de Platón (Sobre El Político de Platón), por Castoriadis ya había hecho mucho al respecto, todo hay que decirlo. Veremos cómo resulta este Hecho y por hacer.



Por último, he recordado que tengo por aquí un libro recomendado por el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en varios artículos, Práctica democrática e inclusión, de Robert M. Fishman. En él se compara, al parecer, la evolución política de Portugal y España desde el momento en que cayó/transicionó la dictadura en ambos países en los años 70 del siglo pasado. 




En otro orden de cosas, me siguen suscitando estupor los artículos de algunos periodistas culturales -o lo que surja- cuando aseguran que una compañía de teatro "a buen seguro" va a proporcionar a los espectadores una gran satisfacción al ver la obra, o cuando anuncian con qué canciones el cantante X "va a deleitar" al público, etc. El buenrollismo de espíritu carpetovetónico que no falte, curiosa, si no aporéticamente, en esta era postposmoderna. También podemos considerarlo como el eterno retorno a lo mismo o cómo atragantarnos con nuestro propio vómito una y otra vez.

A mi entender, tener personalidad cultural no significa quedarnos arrobados cuando alguien de fuera pretende halagarnos diciendo simplezas como "En Canarias hay mucho talento" y frases del estilo que, en realidad, solo sirven para agravar una complacencia miope. Esta personalidad cultural, si tal cosa nos interesara, se hace a base de trabajo, el talento que se tenga (poco, mucho o 3/4), mucha intolerancia a la tontería y al ensimismamiento y, sobre todo, una crítica honrada e implacable que nos ponga en guardia. Por no hablar -que quizá es lo más importante- de cierta prosperidad económica que permita la formación de un humus artístico e intelectual que, a su vez, posibilite el surgimiento de artistas, escritores/as, filósofos y demás gente de dudoso vivir.

Provincianismo es admirar lo de fuera por ser de fuera; pensar que lo que dice un canario vale más porque viva en Madrid y salga por la tele; es, también, manifestar que se admira hasta el empalago y el consiguiente lavado de estómago cualquier cosa que haga un/o canario/a por la circunstancia, producto del azar, de haber nacido o vivir en Canarias. Es creer que los periodistas locales no tienen por qué tener talento (mucho, poco o 3/4) ni ética para escribir de cultura porque, total, para elogiar sin tino no hace falta saber de nada y aquí nos conocemos todos (pronto, una IA sustituirá a esta tropa).


P.D. El otro día, en el suplemento del periódico El País pusieron a caldo la novela ganadora del premio Planeta, atribuyendo la responsabilidad al jurado y exonerando a la escritora. Bien hecho. A pesar de la trayectoria ignominiosa de este premio, algunos/as se escandalizaron de que estas cosas ocurrieran (entendiendo por ello que se premiaran novelas buenas, malas o peores por la fama o atractivo del escritor o escritora). Es decir, no habían comprendido la naturaleza comercial del evento. Otros se escandalizaron o se enfadaron porque había gente que aún se escandalizara por ello. Otros, todavía más pasados de rosca, como yo mismo, nos escandalizamos de que otros/as se hubieran escandalizado de que los primeros/as se escandalizaran. Un sindiós.


lunes, 13 de noviembre de 2023

La crítica en tiempos de barbarie

Valgan estas líneas como expresión de un estado de ánimo, como reacción al mundo humano, que con el paso del tiempo comprendo cada vez menos. O que se me presenta cada vez más complicado de asumir, al menos en su parte de maldad y de desprecio por nuestros congéneres y por la naturaleza en su conjunto. En ningún caso, como esbozo de una teoría.

Sin duda, había que preguntarse por qué escribir después de Auschwitz, y de Hiroshima y Nagasaki. También, hoy, para qué escribir reseñas cuando hay tanta guerra y tanta muerte desgarradora y criminal cada día, como en Ucrania o en Gaza. O los innumerables conflictos en África que, por ser África y seguramente por otras razones vergonzosas, no aparecen en los medios de comunicación. Serían incontables las guerras y los muertos tras 1945. Infinitos antes. Tiempos de barbarie son todos: no dejan de serlo porque creamos que estamos a salvo.

Cómo ser feliz uno cuando no tan lejos la tierra arde y la gente muere a miles y aparecen fosas comunes como malas hierbas tras un día de lluvia. Cómo, cuando nos parece una gran decisión cambiar de serie de Movistar a HBO, mientras cientos de emigrantes se apiñan en cáscaras de nuez para cruzar el mar y muchos/as acaban como alimento para los peces.

Qué cerca estamos de la barbarie. Ocurre todos los días que un poder arbitrario y sin corazón arrastra a seres humanos (y a los animales) a una trituradora de carne, a un embudo de sangre y bilis. El mundo como un camposanto permanentemente bombardeado en el que los cuerpos abiertos en canal cuelgan de los nichos y los huesos quebrados y las vísceras se desparraman con abigarrada promiscuidad. Las hendidas calaveras nos miran con sus cuencas embarradas y preguntan por qué, joder.

Aquí estoy yo, pues, haciéndome estas preguntas, sin la imaginación suficiente para hacer algo que mitigue esta punzada en la conciencia. Sin poder individual, sin mirada olímpica que sopese y evalúe cada uno de los matices de la realidad, no puedo sino conformarme con mi mediocridad existencial, también con esta apariencia de seguridad en la que circunstancias, casi todas ajenas a mi posible mérito, me han instalado.

En mi silloncito, con el café a mano, rodeado de libros: parece la única realidad posible.


En otro orden de cosas, llevamos una semana teniendo a la ultraderecha, compañera natural de la derecha y no solo por metonimia, protestando, envuelta en la bandera nacional, contra un concepto a las puertas del PSOE. Es evidente que el concepto se hará letra y ley para llegar a un acuerdo político con la derecha independentista catalana, (que no era demasiado independendista hasta hace 10 años). Pero de eso se ha escrito mucho ya. Si la política democrática era el medio para evitar la violencia entre grupos humanos con proyectos políticos y sociales diferentes, no parece demasiado reprochable lo que se está gestando (en estos momentos, cuando estoy a punto de sacar el artículo, se ha registrado ya en el Congreso la propuesta de la ley). 

Dice Juan Carlos Rodríguez que Brecht se preguntaba -le reconcomía- por qué la disolución del mundo pequeñoburgués creaba nazis, por qué tanta gente aceptaba el sistema que los explotaba. En nuestros días, nos preguntaríamos por qué tanta gente humilde vota VOX o PP, que abogan abiertamente por privilegiar a los ya privilegiados y al capital -normalmente con la excusa de que su bonanza será la bonanza de los de abajo- y penalizar las rentas del trabajo, es decir, a casi todos nosotros/as.

No obstante, el PSOE, que ahora parece casi épico resistiendo a las hordas nostálgicas del franquismo y del imperio de los Austrias, siempre ha sido connivente con el sistema capitalista -como buen partido socialdemócrata- y si no lo ha promovido activamente sí ha sido también complaciente con lo que Corey Robin considera una característica de la mente conservadora -o reaccionaria-, el popularizar los privilegios. Por ello se entiende la posibilidad de que uno, independientemente de su clase social, posea algún privilegio -o sea capaz de tenerlo o ejercerlo- respecto de otra persona o grupo de personas, ya sea por riqueza, etnicidad, género o ciudadanía. Lo traduzco como el rico frente a los pobres -o frente a las clases medias-, el hombre frente a la mujer, el payo frente al gitano, el español frente al extranjero sudamericano, magrebí o subsahariano, etc. En un contexto más familiar y, por tanto, casi desapercibido, aceptamos que haya palcos en recintos de naturaleza pública, como en los teatros dependientes de cualquier institución pública; o zonas exclusivas en los grandes conciertos. O, en los aeropuertos, zonas VIP, asientos business, y el resto para los comunes; tenemos, además, copago para no hacer cola.

¿Y cómo que asientos reservados para las autoridades? ¿Por qué lo consideramos como algo natural y no como una excepción?

Por no hablar del poder estratificador del dinero: Educación y Sanidad. Vivienda. No hay mejor disolvente de una comunidad humana.

Todo nos parece normal. La desigualdad social está normalizada en nuestra democracia representativa.

Entonces, cómo hacer crítica literaria de un modo que no considere la literatura como un compartimento estanco, como una habitación aislada del mundo, mientras los cristales de las ventanas tiemblan con el sonido de las bombas, el techo amenaza con desplomarse sobre nuestras cabezas y la sangre de las víctimas se extiende por todo el planeta. Cómo escribir crítica sin mencionar todas las insidiosas -o abiertas- y lacerantes formas de desigualdad dentro de un país y entre los países.

Crítica de un modo que no sea divagación de estética o de técnicas narrativas; o se limite a enumerar los solecismos y los lugares comunes. Todo esto sin caer tampoco en el discurso de acompañamiento que se limite a elogiar al autor o autora y a alucinar con hermenéuticas del texto hasta el paroxismo. Para que nos entendamos, hay mucho cretino suelto convencido de la performatividad de sus elogios.

Una crítica que no se considere simple otorgadora de diplomas de calidad, que por mero efecto inflacionario pierden valor nada más se emiten; que no sea muñidora de organizaciones editoriales ni festejadora de campañas institucionales y, lo peor, que asuma motu proprio el papel de lubricante del mercado. Una crítica que se considere menos literatura -quizá que se considere así en absoluto- que filosofía. Una crítica, en definitiva, que haga algo en el mundo.

Porque menudo mundo este.




miércoles, 1 de noviembre de 2023

7 años

Este blog va a cumplir 7 años (noviembre 2016) y lo anuncio ya porque siempre olvido los aniversarios. Surgió con la intención, como muchos saben, de, si no poner freno a tanto desvarío reseñador (este objetivo resulta imposible en nuestras condiciones, y la explicación ya la he trasladado en otro artículo), al menos para que quedara constancia de que no todo el mundo pensaba igual o se conformaba con el enfoque publicístico-amical-reseñador que es -y será- la norma en los medios de comunicación, ya hablemos de prensa, radio, televisión o Internet. 

Aunque la tarea haya resultado fatigosa, a veces, tediosa, con ella he disfrutado de momentos de regocijo, en especial cuando conseguía enterarme de las reacciones de los/as escritores, editores/as o periodistas culturales, francamente indignados/as por el atrevimiento que suponía que una persona ajena al mundillo hubiese escrito reseñas negativas no solo de obras literarias sino también de su propio trabajo. ¿Quién había dicho que no se podía criticar la crítica?

En realidad, me parece que si contrastamos tanto mis objetivos como sus consecuencias todo palidece ante ese fondo de barbarie que nos rodea en la actualidad, en especial con lo que lleva ocurriendo en Gaza y en Ucrania (por no hablar de otros conflictos sangrientos por todo el planeta). Quizá haya que tomarlo todo con cierto relativismo vital, que no moral, y no enfadarnos tanto (me incluyo) cuando discutimos respecto del papel de la crítica, la cultura institucionalizada y cosas así..

Por otro lado, y respecto de ciertas lecturas que no he terminado de digerir, no consigo entender que incluso críticos literarios de prestigio justifiquen el endulzamiento de las críticas por la consideración de "saber en dónde se trabaja". Entiendo que, a diferencia de otros planos sociales y vitales donde el maniqueísmo no es aconsejable ni prudente ni necesario, en la crítica de la que estamos hablando solo cabe la honradez completa. Cualquier otro tipo de sesgos conscientes empañan, cuando no prostituyen, esta tarea. Mejor no hacer crítica alguna que hacer una crítica amigable o neutra porque resulte que el libro en cuestión lo edita una empresa de la propietaria del medio de comunicación. O que el/la novelista sea, por ejemplo, amigo/a del director/a. Porque, desde el momento en que se transige, ¿cuándo podrá volver a confiar el público en este/a reseñador/a? Una vez cometida esa primera falta de honradez, ¿le será cada vez más fácil convertirse en un/a mentiroso/a a sueldo? A este pecado original no le encuentro bautizo posible.

Sigamos con la República de las Letras...

UN LIBRO: Ya glosé en su día la extraordinaria obra de Juan Carlos Rodríguez con El escritor que compró su propio libro, sobre la figura de Cervantes y El Quijote. Ahora, me he leído en dos vuelos de avión y un par de sesiones de lectura uno de sus últimos libros: De qué hablamos cuando hablamos de marxismo. En él, no solo habla de marxismo y de sus posibles malinterpretaciones, incluyendo la degenerada y criminal vía estalinista, sino también de figuras filosóficas como Althusser o de la obra de Bertolt Brecht. Agudo y sabio, Juan Carlos Rodríguez, ya me habría gustado conocerlo. Un libro para quienes se resisten a pensar que el capitalismo no es sinónimo de realidad.




OTRO LIBRO: Ya le había echado el ojo hacía unos cuantos años, antes siquiera de que fuera traducido, cuando recién había acabado el doctorado. Pero, por unas circunstancias o por otras, incluyendo el momentáneo olvido o la decepcionante constatación de que todo presupuesto es limitado, había postergado su adquisición hasta hace unos días. Ya traducido, el libro es una lúcida indagación de las características de las teorías filosóficas, políticas y económicas reaccionarias y de quienes las blanden como freno ante la corrupción moral de los nuevos tiempos. Básicamente, se trata del contraataque de los pensadores conservadores, como, en especial, Edmund Burke, Nietzsche o los representes de la escuela austriaca de economía ante la irrupción de protestas y demandas contra la jerarquía social. Una lectura también que, por momentos, apasiona.


EL TERCERO: Ya lo había anunciado en el artículo anterior a este, pero ya tengo en mis fornidas manos Lo Posthumano, de Rosi Braidotti, que, a tenor de lo que llevo leído, explica con cierto detalle la crítica al humanismo filosófico y la reacción antihumanista que le han llevado a formular una tercera posibilidad que es, precisamente, el posthumanismo. De qué se trate ese posthumanismo ya se lo explicaré en otro momento. Por ahora, buena prosa y buena pedagoga.




Para terminar: Es posible que en lo sucesivo se encuentren aquí con menos reseñas de literatura y más artículos de índole divulgativa. Esto es así porque estoy enfrascado en estudiar lenguas clásicas y pensando en abordar El Capital como se merece. Todo sea por decir, cuando alguien me pregunte cualquier cosa: "Estaba leyendo a Platón en griego cuando..."

(Cerrada ovación, gente en pie golpeándose una palma de la mano con la otra. Rostros enrojecidos. Desmayos. Música de El fantasma de la ópera, etc.)



domingo, 22 de octubre de 2023

'Redshirts', de John Scalzi

Hay ciertos momentos en los que uno -puede ser que Vds. se reconozcan en esta reflexión- se siente algo parecido a la acedía, y a resultas de ese extrañamiento producido por tal disgusto, lo que nos rodea lo procesamos de otra manera, no solo intelectual, sino también sensorialmente. Claro que esa melancolía requiere de matizaciones, tanto en las causas como en sus efectos. Como si se saliera de una caverna donde solo se veían sombras y ahora por fin la luz del sol iluminara los objetos de las que provenían aquellas.

Sin duda, esa nueva mirada y esas nuevas sensaciones pueden ser engañosas como las anteriores, pero aun así hay algo de liberador en tal extrañamiento, en ese salirse de burbuja que parecía contener todo lo importante. Así, de repente, y ciñéndonos al campo social más o menos específico de este blog, dejan de tener sentido todas esas presentaciones de novedades librescas, toda la cháchara literaria repleta siempre de los mismos lugares comunes, todo ese cansino buscarse-la-vida de gestores/as culturales, escritores/as, periodistas culturales, editores/as y concejales/as de cultura. Hagamos extensivo este hastío a todo el ámbito cultural, por supuesto. 

No es, en todo caso, un refugio -o una caída- en el contemptus mundi, sino más bien lo contrario: reordenar la visión, la forma de aproximarnos a las cosas, modificar el ángulo de la contemplación, y, sobre todo, ser capaz de actuar como si las cosas que uno hace importan, aunque no importen. A veces, hay que retirarse, aun sin moverse del sitio, por un tiempo y volver al cabo, con esperanza, al mundo, como esos niños pequeños que en la playa corren a traerle agua del mar a su madre.



Redshirts, por si quieren dejar de leer y dedicarse a literatura más seria y apodíctica, como la de Javier Cercas o más española, mucho español, con cojones de Pérez Reverte, es una novela de ciencia ficción, publicada en 2012 y en España en 2014 (traducción de Miguel Antón), de intención, al menos, en parte, paródica, y juguetona. El autor, John Scalzi, es un veterano con unas cuantas novelas publicadas y que ha recibido, según leo, numerosos premios de este género literario. 

Ya saben que rara vez revelo con minuciosidad la trama porque por un lado corro el riesgo de despojar de interés la novela al potencial público y por otro porque creo que para un análisis basta el argumento. El resumen podría ser: se sitúa la acción en el año 2456 y, ante la insólita mortandad entre los miembros de la tripulación de la nave interestelar Intrepid, en especial en las misiones de desembarco planetario, los protagonistas deciden investigar las causas antes de que sea demasiado tarde para ellos mismos y perezcan también de algún modo truculento.

Qué decir para no repetirme demasiado. Se nota que Scalzi es un escritor avezado en la construcción de historias y que, con sencillez, transporta al lector/a por todo un viaje a todas luces inverosímil. Lo hace, además, con gracia. Eso sí, puede reprochársele, quizá por la sensación de parodia del género en la que está inscrita Redshirts, que a los personajes les falta, en la mayoría de los casos, mayor definición. Por el mismo desarrollo de la trama, personajes que parecían importantes quedan opacados por otros que, en principio y por su papel, no parecían destinados a grandes cosas. Digamos que su personalidad se impone a pesar de su rol. No es tan raro que los personajes se escapen, por decirlo así, de las cadenas que tenía pensadas para ellos el autor o autora (el mismo Shakespeare, como podemos leer en la obra homónima de Harold Bloom, sin ir más lejos), pero en este caso el contraste no sirve tanto para reafirmar la obra como para que le reprochemos esta descompensación, que no le favorece.

Aunque solo sea como esbozo, no puedo sino señalar que, filosóficamente hablando, tampoco le veo ninguna indagación acerca de realidades futuras para ser una novela de ciencia ficción. Es, digamos, una novela de aventuras, semidetectivesca, una soap opera, con una estructura social humana incuestionada. Los usos y costumbres humanos son los de hoy en día, así que no hay nada llamativo ni que incite a pensar en ese aspecto.

No obstante, podría interpretarse que existe rebeldía en los personajes por su plan de descubrir el misterio de las muertes, que no se resignan a ser meros títeres manejados por un guion escrito por otros. En cualquier caso, su aspiración no pretende subvertir jerarquía alguna ni cambiar la ideología subyacente: solo pretenden seguir viviendo, que no es poco.


-Tengo entendido que ha pasado varios años en Forshan y que habla usted la lengua de allí -dijo Q'eeng-. Los cuatro dialectos, me refiero. 

-Así es, señor -dijo Dahl. 

-Estudié brevemente en la Academia -dijo Q'eeng, que carraspeó antes de añadir-: Aaachka faaachklalhach ghalall chkalalal. 

-Dahl mantuvo la misma expresión facial. Q'eeng acababa de intentar pronunciar con el tercer dialecto el tradicional saludo del cisma de la derecha "Te ofrezco el pan de la vida", pero tanto la estructura de la frase como el acento lo habían transmutado en "Violemos tartas juntos". Haciendo a un lado el hecho de que sería muy inusual que un miembro del cisma de la derecha hablase de forma voluntaria el tercer dialecto, que era el dialecto natal del fundador del cisma de la izquierda, y por tanto, la tradición dictaba evitarlo, violar mutuamente una tarta no constituía una práctica que se considerase aceptable en Forhan. (Pág. 27)

 

-¿Por qué quieres consultar los informes médicos del teniente Kerensky? -se interesó Hanson. 

-La semana pasada, Kerensky cayó víctima de la plaga respondió Dahl-. Se recuperó lo bastante rápido para encabezar una misión de desembarco, donde perdió la conciencia debido al ataque de una máquina. Se recuperó de nuevo con la rapidez necesaria para ligar con Maia hoy. 

-Para ser justos tenía un aspecto de pena -dijo Duvall. 

-Para ser justos probablemente tendría que haber muerto -dijo Dahl-. La plaga meroviana funde la piel de las personas sobre el huevo. Kerensky estaba a quince minutos de morir cuando se curó, ¿y una semana después ya lidera una misión de desembarco? Si normalmente se tarda eso en superar un resfriado fuerte, una bacteria carnívora... 

-Vamos, que tiene un sistema inmunológico que sería la envidia de cualquiera -dijo Duvall. 

-Dahl la miró con los ojos entornados mientras le tendía el teléfono. 

-En los últimos tres años, Kerensky ha encajado tres disparos, ha sufrido cuatro enfermedades mortales, ha sido aplastado por un montón de rocas, herido en un accidente de lanzadera, sufrido quemaduras cuando el panel de control del puente le explotó en la cara, experimentado una descompresión atmosférica parcial, padecido de inestabilidad mental inducida, encajado las mordeduras de dos animales venenosos y perdido el control de su propio cuerpo a manos de un parásito alienígena. Eso antes de la reciente plaga y nuestra misión de desembarco. 

 -También ha contraído tres enfermedades de transmisión sexual -señaló Duvall mientras repasaba el informe. 

-Disfruta de esa copa -le dijo Finn. 

-Creo que pediré penicilina sin hielo -dijo Duvall, devolviendo el teléfono a Dahl-. Resumiendo, que no tendría que andar por ahí vivito y coleando. (Pág. 66) 


La novela no significa, por tanto, una revolución copernicana en la escritura -Scalzi emplea un lenguaje sencillo, con mucho diálogo consistente en frases cortas: eso que suele adjetivarse como prosa ágil- ni en las bases (lo que quiera que signifique eso) del género, ni mucho menos. Queda, que tampoco está mal, una reflexión existencial posmoderna, digamos, acerca de qué es la realidad y, sobre todo, una novela muy amena y divertida. 

Esto último no es baladí. Si uno, como muchos de Vds., sin duda, se encuentra enfrascado/a en lecturas de todo tipo, algunas de ellas de cierta profundidad y objetivamente complicadas -no me refiero, precisamente, a la literatura histórica revisionista de la dictadura franquista o de la supuesta grandeza del imperio de los Austrias (qué bonitos son los mapas coloreados)-, encontrarse de cuando en cuando con otras más sencillas -al menos, en la superficie-, se agradece. No tanto por escapismo -quién puede escapar de las olas de calor o de las noticias de las guerras en las que siempre pierden los mismos, carne de cañón, o de las cookies que las empresas siembran en el ordenador, o de los ladridos furibundos de los perros del vecino del tercero llamado Francisco, en definitiva, "ser o no ser", etc.- como por el alivio ligeramente anestésico que comporta el mero placer de seguir hasta el final una historia interesante.

No todo tiene que ser voluminoso y denso. O profundo. A veces, es cierto, se consigue todo a la vez: cada escritor/a hace lo que puede.


domingo, 8 de octubre de 2023

Devaneos y una petición

Como el escaparate literario canario está escaso de novedades, y las escasas que han surgido no me han despertado, por el momento, apetito lector alguno, me he dedicado -me estoy dedicando- a tiempo completo a leer cosas con algo de peso y de calidad, con lo que, como consecuencia, me he quitado de encima la mayoría de lo que se publica bajo el rótulo de ficción.

Por ejemplo, en el aeropuerto de La Palma encontré a buen precio, cosas que tiene la vida, Un pequeño empujón, de Cass R. Sunstein y Richard H. Thaler. Nudge se traduce por empujón, en el sentido de inducir a alguien a hacer algo. Un toque, tal vez pueda decirse también. Así que puede que les resulte grato a quienes les interesen la sociología y la psicología social. Fue un libro que disfrutó de sus días de gloria en la prensa patria, con algún sesudo análisis, incluso. Todo hay que decirlo, tras unas 60 páginas me está resultando más que interesante, como casi todo lo que publica Sunstein, quien, por cierto, hablando coloquialmente, le pega a todo. Muy útil me resultó su República.com, por ejemplo.




"Un nudge, tal y como empleamos el término, es cualquier aspecto de la arquitectura de las decisiones que modifica la conducta de las personas de una manera predecible sin prohibir ninguna opción ni cambiar de forma significativa sus incentivos económicos. Para que se pueda considerar un nudge, debe ser barato y fácil de evitar. Los nudges no son órdenes. Colocar la fruta de forma bien visible es un nudge. Prohibir la comida basura no lo es."


Asimismo, obra en mi poder, impulsado por la ferviente recomendación feisbukiana de Fernando Broncano, Esta vida. Por qué la religión y el capitalismo no nos hacen libres, de Martin Hägglund, que parece una monografía dedicada a demostrar los efectos contraproducentes de las religiones en lo que se refiere a conformar sociedades bien ordenadas. Ya les contaré mejor a medida que avance en su lectura. Por ahora, muy bien. Supongo que a los creyentes no les hará tanta gracia.




"Esta vida se dirige tanto al público religioso como al secular. Invito a los religiosos (y a los de tendencia religiosa) a preguntarse si de verdad tienen fe en la eternidad y si esta fe es compatible con el cuidado que alienta sus vidas. Por otro parte, animo a los lectores, tanto religiosos como profanos, a ver por qué no se debe considerar la finitud de nuestra vida como una carencia, una restricción o una condición caída. En vez de lamentar la ausencia de la eternidad, deberíamos reconocer el compromiso con la vida finita como condición para que haya algo en juego y para que alguien pueda vivir una vida libre."

Como no puedo leer sólo dos libros de manera paralela, el otro día compré Los vicios ordinarios, de Judith N. Shklar. Tras 66 páginas leyendo, sobre todo, acerca de la crueldad y cómo la autora alaba y critica a Montaigne y Montesquieu considero bien gastado el dinero. Fue un libro escogido, no diré que al azar, pero sin intención previa, al menos.



"Así, la desacralización de la política fue uno de los principales objetivos de Montesquieu. La igualdad no era necesaria para ello, y él prefería un pluralismo jerárquico, atemperado por tales instituciones igualitarias como el jurado elegido por sorteo. No en vano, los jurados determinan el resultado de aquellas situaciones en las que el ciudadano común afronta la ley penal y su impacto físico. El igualitarismo negativo consiste realmente en un miedo a las consecuencias de la desigualdad, en especial al efecto deslumbrante del poder, que libra a sus poseedores de todas las restricciones. Tal igualitarismo es un corolario obvio de la anteposición del rechazo a la crueldad."


Casi me olvido: he acabado La tragedia griega, de Jacqueline Romilly. Me ha parecido enriquecedora. La lectura de los trágicos griegos cuya obra ha llegado hasta nosotros, Esquilo, Sófocles y Eurípides, gana muchísimo (al menos, esa es mi sensación) tras el análisis entusiasta y pormenorizado de la académica francesa.



"Así como no hay ninguna obra entre las que se conservan de Esquilo en que no podamos encontrar, en el centro y dirigiéndolo todo, el problema de la justicia divina, del mismo modo no hay una sola obra entre las que se conservan de Sófocles en que el problema del orden ético no se presente en toda su intensidad, encarnado en los personajes."


En fin, en esta huida a ninguna parte que es la acumulación de lecturas y de libros, y sumemos los libros que no llegan a comenzarse y los proyectos de lecturas que nunca se cumplirán, espero algún tipo de redención con los que tengo pendientes de recoger, como son La mente reaccionaria, de Corey Robin (no puedo evitar el pensar en tantos columnistas, artistas y literatos entre nosotros, tan semejantes en su pensamiento político al hombre de bar con palillo entre los dientes), Lo posthumano, de Rosi Braidotti (interés suscitado, digámoslo claro, por emular a un amigo que ya está leyéndolo) y Los idus de marzo, de Thornton Wilder. Vayan Vds. a saber por qué escogí este libro porque no recuerdo la referencia tuitera, feisbukiana o amical.

Por otro lado, y adentrándome en espesuras macaronésicas, tengo que reconocer que me encantaría que se organizaran más festivales de literatura en Canarias: hispanoamericanos, por aquello de la redundancia, o, si se quiere, de literatura eslava, o centroeuropea, o rumana (con un apartado especial a las traducciones a esa lengua, esenciales, como se sabe, para la difusión de la literatura canaria), o de la lengua de alguna tribu de las montañas de Borneo. Festivales literarios en Canarias que se sucedieran como cangilones de una noria. Claro está, de la noria cultural.

Todo sea por mantener ocupados a los escritores reinventados en columnistas resentidos

Sí, porque, más allá de sus defectos o virtudes como atractores de personalidades literarias en diverso grado de relevancia y del sufrido público en general, y de captadores de recursos para la organización de este tipo de eventos, nos evitaríamos el resto de la ciudadanía el pinchazo en el hígado al conocer que estos sujetos han vuelto a publicar, por no tener otra actividad a la que dedicarse, algún artículo propio de martillo de wokes y feministas, a predicar contra el exceso de moral que afecta a las sociedades occidentales o a quejarse de la censura progre mientras publican lo que les da la gana.

Propongo, abundando en esto, que les subvencionen cuantas instituciones públicas y privadas, UTE y partnerships existan, que les dediquen una casilla en la declaración de la renta, si es menester. ¿Para qué queremos columnistas de baratillo cuando podemos tener directores de festivales comprometidos? ¿Para qué perder a organizadores más o menos competentes  de saraos culturales y, en cambio, seguir soportando a pesados que escriben? 

Ojalá no fuera un falso dilema.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Apuntes de política: 'Pocos contra muchos', de Nadia Urbinati

En estos tiempos de tanta soflama partidista, es motivo de satisfacción leer filosofía política expuesta con claridad e inteligencia, que contribuya a despojar (al menos, en parte) la confusión respecto de las circunstancias que han contribuido a la crisis de las democracias representativas, tal y como se han desarrollado en Occidente tras la II Guerra Mundial (con la excepción de España, que se incorporó tardíamente tras la dictadura franquista ya en los años 70).

En este sentido, y valgan estos meros apuntes, Pocos contra muchos, de la conocida politóloga italiana Nadia Urbinati, de corte liberal (aunque es un liberalismo que sería irreconocible en España por su defensa de no solo de los derechos individuales sino de la implicación del Estado en la provisión de bienes y servicios), recoge esa distinción clásica, y tan republicana, de los muchos y de los pocos, y la contrapone al concepto de igualdad tan caro a las democracias, desde la Atenas clásica hasta hoy mismo. El marco es el de la crisis de las democracias representativas.

                                    

No viene mal compararlo con un libro, también muy clarificador, que, en parte, aborda cuestiones semejantes, como es El desorden político, cuyo autor, el reputado sociólogo y politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, se pregunta por las razones de la desafección política, así como de la volatilidad en el voto y la polaridad ideológica. Las encuentra en el desgaste de los mediadores tradicionales de la voluntad ciudadana, como lo habían sido hasta hace relativamente poco los partidos políticos y los medios de comunicación. Este ocaso, sí he entendido bien, viene causado por el auge del individualismo y por la extensión de la digitalización. La interrupción en la mediación o, si quieren, su ocaso o su falta de éxito en seguir llevando a cabo esa tarea es la que ha propiciado el surgimiento de los partidos populistas, en los que se enuncia siempre esa división entre el verdadero pueblo y la élite. El pueblo, el de verdad, será encarnado por el líder.

Nadia Urbinati, que nombra estas mediaciones más bien de pasada, señala en cambio una causa subyacente: la del divorcio de las élites (en especial, las económicas) del resto de la ciudadanía. La renuncia de estas a seguir con el pacto de la redistribución de la riqueza que fue fundamental en Occidente tras la última guerra mundial. La puesta en práctica con enorme éxito de los principios neoliberales y el hundimiento del bloque comunista coadyuvaron a este progresivo apartamiento de los "pocos" respecto de los "muchos". Esta falta de compromiso de los primeros con respecto a los segundos y los consiguientes recortes de la aportación de los Estados en las políticas sociales ha llevado no solo al deterioro de las condiciones socioeconómicas de las clases medias y bajas, sino que políticamente los ha alienado, alejándolos de los partidos tradicionales, que, a su vez, habían sido más proclives a formular y ejecutar políticas en consonancia con los intereses de las élites. No olvidemos tampoco que los grandes medios de comunicación requieren enormes cantidades de capital. Asimismo, las plataformas de contenidos de Internet y las redes sociales son propiedad de grandes corporaciones, menos interesadas por la calidad de la esfera pública (o no interesadas en absoluto) que por el beneficio económico.

La democracia se basa en el presupuesto de un solo pueblo, y el concepto de igualdad atraviesa el cuerpo político más allá de las desigualdades económicas, siempre que subsista la ilusión del progreso individual y del pacto de solidaridad entre los/as ciudadanos/as. Cuando ya no se cree en el pacto, cuando toda idea de progreso y mérito se ve borrada por la petrificación de las jerarquías sociales, económicas y políticas, el cuerpo ciudadano se divide entre la mayoría, el pueblo, que se queda al margen de la toma de decisiones y del disfrute del bienestar y el aprovechamiento de las potencialidades personales y la minoría, oligarquía, que sí tiene la capacidad de hacerlo. En ese sentido, la democracia muta en una república, entendiendo por esta, dice Urbinati en este contexto como "la fractura del cuerpo unitario del gobernante democrático en dos partes opuestas, la élite y el pueblo" (pág. 40).




Volviendo a Sánchez-Cuenca y a Urbinati, es significativo que estos dos politólogos consideren la emergencia de los partidos populistas o antiestablishment como síntoma de la crisis de representatividad que asuela nuestras democracias. No obstante, el enfoque va en direcciones contrarias, pues mientras Sánchez-Cuenca intenta explicar el alejamiento de la ciudadanía de la política y de la información tradicionales, Urbinati se empeña en explicarnos el por qué son los pocos, la minoría que rige la economía y la política, los que se han ido alejando del pacto democrático de la solidaridad y de la igualdad, que se sustancia en la adopción de las políticas neoliberales y el desmontaje del Estado benefactor durante las últimas décadas. Este alejamiento, como decimos, es el que ha propiciado el resentimiento y la protesta social, que ya no se vehicula a través de los partidos políticos tradicionales ni de los sindicatos también tradicionales y tampoco encuentra expresión en los medios de comunicación. Lejanos han quedado ya los tiempos de la política nacional corporativista. Esta conflictividad social ya no es capaz de institucionalizarse ni resolverse por conductos establecidos. Urbinati, a este respecto, cita el movimiento de los chalecos amarillos en Francia como ejemplo paradigmático.

Otro asunto, y esto lo digo yo, es que esos mismos partidos populistas que se alimentan del resentimiento de los muchos por su percepción de una sociedad mal ordenada y la flagrante desigualdad de oportunidades también sirvan a menoscabar la misma democracia y a seguir favoreciendo a los pocos. Siempre nos olvidamos que mientras un cambio de sistema económico en Occidente, en general, y en España en particular es casi imposible, un capitalismo sin democracia no parece representar un principio un panorama odioso, ni mucho menos una contradicción económico-política para ciertas élites, que al menos desde el informe de la Trilateral han abogado por una democracia mínima, una sistema político de dirigentes renovados periódicamente por una ciudadanía cuyo único papel es sancionar esa renovación mediante el mecanismo electoral.

Asimismo, señala la autora, la secesión de las élites no solo se manifiesta en el aspecto económico, sino también en el social-urbano y en el secesionismo político-estatal, como, señala, el noreste de Italia, Cataluña o Escocia. A su vez, la ciudadanía iracunda solo encuentra posibilidad de expresarse mediante la protesta callejera, exponiéndose esta a ser considerada sólo como un asunto de orden público, tratado, pues, policialmente.

En definitiva, dos libros muy recomendables para, como dije al principio, entender las mutaciones de las sociedades democrático-representativas y su compleja situación en la actualidad.


jueves, 31 de agosto de 2023

Asuntos varios: cerremos agosto

En los días más deprimentes, pienso que todos los países del mundo, incluso esos que parecen alienígenas por su grado de civismo (como suele decirse de los nórdicos) tienen sus momentos pintorescos, cutres o, abusando del término, surrealistas. Pero, claro, es difícil de imaginar una situación como la que hemos vivido la última semana, en la que el presidente de una federación deportiva, en el momento de alcanzar la cima más alta por su gestión, como es que el equipo nacional gane la copa del mundo, es también el del comienzo de una caída, qué digo, zambullida en el pozo más hondo. Porque hay que ser muy bueno en lo malo para hilar todas las meteduras de pata que ha cometido el presidente de la RFEF: desde la agarrada de huevos en el palco junto a dignatarios/as y miembros de casas reales, pasando por el beso/pico ("sin mala fe por ninguna de las dos partes") a una jugadora, además de embarrarse con posterioridad en un comunicado en el que se atribuían declaraciones a esa misma jugadora que no había pronunciado, y acabando con el famoso discurso ante la asamblea de palmeros (que no tardarían en abandonarlo con admirable desparpajo) en el que afirmaba que "el falso feminismo es el principal problema de España". Una locura atrabiliaria, una sucesión de torpes aspavientos, trastabillándose sin parar hasta el precipicio, un salto cabeza abajo hasta el pedregal de la ignominia sin descansar ni un minuto. Y para añadirle más pimienta al asunto, la madre doliente que se encierra en una iglesia para hacer huelga de hambre "hasta que Jenni diga la verdad".

Menuda astracanada hispánica.

Luego, cuando esta sucesión de disparates, que adquiere gran relevancia simbólica en el espacio público, suscita un coro de voces que señalan la flagrante dimensión machista, saltan, cómo no, los de siempre, los de la reacción, hablando de "Santa Inquisición", "caza de brujas", etc., como si no supieran que la mayoría de los asuntos relativos a los actos del poder arbitrario no tiene otra solución que la denuncia y la presión públicas. Estas personas utilizan el viejo método de culpar a la víctima bajo la bandera del inconformismo y de lo políticamente incorrecto. Lo que hay que leer, de verdad. Debe de haber algo que se rompe cuando las instituciones que uno contemplaba con el debido respeto, ya sean la RAE, Plácido Domínguez, la familia nuclear, el uso del piropo o, en este caso, la RFEF, son pasto de las críticas, tanto más cuanta más razón tengan.

Esta España mía, esta España nuestra.

En otro orden de cosas, nuestro denunciante de cabecera del "dogmatismo moral" y de la supuesta censura feminista, además de martillo de wokes y antiguo escritor que parecía que sí pero fue que no, vuelve a dirigir un festival literario en La Palma, donde se encontrará con numerosas mujeres escritoras. No estaría mal, para que sepan dónde se meten, que leyeran sus artículos al respecto. Incluso mejor si quisieran expresar su opinión. Por ejemplo, se me ocurre, Elsa López, nuestra laureada Premio Canarias. Imagino que es poco probable que monten el pollo a donde van invitadas, pero me pregunto para qué quiere uno ser escritor/a si no es para ser, como mínimo, contestón/a, aun a ratos. Por otro lado, el mundillo literario y sus salones anexos con vistas al abismo son más bien de estilo churrigueresco-conformista y sus asiduos/as prefieren criticar por la espalda mientras se toman el canapé y el chato. Ya pronunciarán después conferencias muy sentidas sobre la literatura y la libertad, el escritor/la escritora como intelectual, etc.: standing ovation, y a otra cosa.

Les confieso, asimismo, que me resultan insufribles esos escritores que se creen parte de una élite intelectual, artística o de algún tipo; que abominan de las masas, siempre las masas. Las cuales, por cierto, se empeñan en leer cualquier cosa menos lo que escriban ellos. Qué digo: preferirían sufrir tortura antes que leer el poemario o el librito de cuentos de marras. Escritores que no gozan ni del reconocimiento popular ni del de sus pares. Resentidos por la libertad ajena, envejecen muy mal.




Por otro lado, acompáñenme por la escondida senda, comparto con Vds. la satisfacción que me está produciendo la lectura de dos clásicos de René Girard como son La violencia y lo sagrado y Mentira romántica y verdad novelesca. Es esa sensación de que te están revelando algo importante. Reconozco, también, que tengo parado el libro de Fredric Jameson Los antiguos y los posmodernos y el de Rosalind E. Krauss La originalidad de la Vanguardia y otros mitos modernos. No se puede con todo al mismo tiempo. Además, ya saben que hay ocasiones, uno no sabe por qué, que apetecen unas cosas y no otras. Tal vez, apetecer sea aquí un verbo muy blando, casi inapropiado.

Para empeorar la situación, tengo pendiente de recoger en mi librería de referencia La tragedia griega, de Jacqueline Romilly, Esta vida, de Martin Hägglund, y Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; esta última novela recomendada con fervor por el amigo Samuel, gracias al cual, por cierto, descubrí a Gustavo Faverón Patriau y su extraordinaria Vivir abajo. Tampoco se sorprendan que entre tanto desorden lector, haya rescatado para leer por las noches un afamado libro de la literatura filosófica-política como es El momento maquiavélico, de J.G.A. Pocock, comprado ya hace un lustro, al menos.

No les miento si les aseguro que tengo como unos trescientos libros esperando el momento adecuado para comprarlos: los apunto, hago capturas de pantallas, hago fotos de la portada... Mis sistemas de almacenamiento son de lo más dispar. Y siguen acumulándose las referencias. Antes de que me muera no habré leído ni una quinta parte de lo apuntado, no me engaño.

A veces, dejándome llevar por desatinadas fantasías, proyecto llevar un inventario de libros y establecer un cabal plan de lecturas. Son recurrentes estas ensoñaciones desde hace décadas, pero, claro, nunca he encontrado el momento. Es posible que haya otra dimensión en la que un Ubaldo lo lo hizo y le ha ido muy bien. Igual es la misma en la que los suplementos culturales les resultan útiles y placenteros al público porque quienes se encargan de las reseñas y de la crítica se toman en serio su trabajo. También en la que la propiedad de los medios de comunicación se da cuenta de la responsabilidad que tiene en contribuir a una esfera pública democrática y no considera a esta mera herramienta o caja de resonancia para sus intereses privados.


viernes, 18 de agosto de 2023

'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz

Oyendo hablar a algunos escritores patrios, ya españoles, ya canarios, podríamos asegurar que todos ellos poseen una comprensión cabal, si no completa, de lo que es el feminismo. O todo lo contrario, más bien, si dejamos de ser irónicos por un momento: incapaces de oponer algún argumento de cierta entidad, tanto lógico como filosófico, buscan hombres de paja para denunciar las supuestas atrocidades de este movimiento y augurar una era de un totalitarismo basado en el sojuzgamiento de los hombres heterosexuales, en diversos grados de blancura fenotípica, en estrecha connivencia con los dictados de la Agenda 2030, los/las ecologistas y la OMS, en una amalgama algo confusa.

Como si al decir Marx, alguien respondiera: "¡Stalin, el gulag, la Revolución Cultural! O si al decir Jesucristo, otro exclamara: "¡Los pogromos, la Inquisición, Pío XI! En fin, tonterías de barra de bar y palillo en los dientes que, de modo no tan asombroso, pueblan columnas de periódicos y tertulias de radio y TV. 

Se puede ser más ridículo, pero habría que esforzarse mucho, más aún de lo que se empeña esta gente, que después de haberse quemado literariamente, sin rastro ya de chispa artística, creen que aplicar el adjetivo woke a todo les proporciona una coartada para cobrar (cuando cobran) por su columnita en el periódico local de turno o soltar sus resabios (con ese tinte de amargura tan kitsch) en el muro de Facebook o en cualquier otra red social. Siempre habrá alguien, gracias a Dios, que ponga un corazoncito para que su destinatario se crea, al menos, antes de dormir, pastor de almas.

Todo esto viene a cuento del libro del que hablo hoy, instigado por un amigo traductor: en un correo múltiple, se expresaba de modo iracundo por el tratamiento que un programa cultural de Radio Nacional había dado a un libro recién traducido al español. A veces, la duda radica en la bondad o no de, al menos dos estrategias: vulgarizar/simplificar o pedir un esfuerzo extra al público para hacerle llegar un trabajo científico o una obra literaria, como aquí. Claro, decir de esta novela obviedades como "la fuerza radica en su texto" o el libro "es como muy corto" no ayuda. Sin embargo, a pesar del tratamiento, tal vez demasiado desenfadado, el comentario radiofónico toca muchos temas importantes.




Así es, 'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz (versión en español de Regina López Muñoz). Ni la obra ni la autora me resultaban conocidas, y me dispuse a leerla casi sin prejuicio o sesgo, solo que había sido escrita antes que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Por lo tanto, anunciaba un sentido feminista.

Como no quiero incurrir en frivolidades y que la cólera de mi amigo me persiga como la de un dios veterotestamentario, paso a detallar, de la manera más ordenada que puedo, mis impresiones acerca de la novela.

Partiendo del reconocimiento de que la protagonista, que es también la narradora, ha dejado de sentir amor por su marido, aquella intenta explicarnos las causas. No solo basadas en esa relación concreta, sino que, digamos que desde un punto de vista sociológico-cultural, se retrotrae al origen tanto del amor como de su consiguiente, y casi inevitable, pérdida entre hombres y mujeres.

Desde el punto de vista literario, es una novela fácil de leer: con un lenguaje claro y sencillo, dada su intención explicativa o didáctica, evidente, del resentimiento de la protagonista: de todas las mujeres (al menos, las de Francia, o si queremos, de las mujeres del Occidente europeo), de justo antes de la II Guerra Mundial, aunque bien podría extenderse hasta casi nuestra contemporaneidad, hasta la generación de nuestros padres/madres, al menos. Esta sencillez en la estructura gramatical y en el vocabulario es capaz, no obstante, de exhibir imágenes poderosas.  


He dejado de ser yo misma, necesito recuperarme. En el fondo, me gustaría separarme de Éric y hasta de los niños. Estar a solas conmigo misma, mucho tiempo. Creo que después todo iría a mejor. Verás, Jeanne, es como si la casa, Éric, los niños estuvieran constantemente junto a mí, frente a mí, detrás de mí, como inmensas paredes de roca que me bloquean el horizonte mire adonde mire. No veo nada, me tapan el cielo. Necesito volver a ver el cielo, apartar esos muros. Siento el deseo de liarme a puñetazos para tirarlos, derrumbarlo todo... ¿me entiendes? (Págs. 47-48)


Lo que no nos gusta es la falta de solidaridad entre ellos y nosotras, esa incorrección primaria en el reparto de las tareas cotidianas entre ellos y nosotras. ¿Cuándo se les meterá en la mollera ese sentido de la justicia que, no obstante, inflama sus voces en los parlamentos y catedrales, que los lleva a echarse a las calles y levantar barricadas? En ocasiones parece que estuvieran dispuestos a dar su vida por esa palabra tan rimbombante, y a veces sucede, es cierto. Prefieren empuñar un fusil o una ametralladora antes que una escoba, una vistosa bandera antes que un cepillo o una pastilla de jabón, y desgarrar los símbolos abstractos de la injusticia antes que erradicar la que queda al alcance de su mano y de la que ellos mismos son artífices. Les conviene más aludir a la justicia venidera, igual que desde hace dos mil años se enternecen pensando en esos verdes pastos del futuro donde lobos y corderos pacerán juntos. Así no se comprometen a nada. (Pág. 82).


Tal vez yo no cuente con la fe necesaria, ni esperanza en semejante milagro, pero un buen día entendí que el Lázaro de mi marido no se desharía de sus vendas, y que el único marido que viviría de veras sería el otro, su sucesor inesperado y decepcionante, ese del que sólo soy la esposa merced a un atroz abuso del lenguaje, a una mera convención. Porque a quien yo amaba era al otro, al muerto, y no al hombre que ha venido a pasar dos días conmigo y al que pronto le propondré una separación, si no el divorcio. (Pág. 103).


Ya no sé lo que quiero, no sé qué preferiría. Ya no tengo claro lo que me gustaría. Me siento un poco como un alga; floto. Pero un alga que se aferra en el agua a otras algas, mientras que yo parezco no aferrarme ya a nada. Tan flotante, tan libre como una ahogada. Dice Élizabeth que sólo en ese estado podemos ser pescados, hallados. Pero no a todos los ahogados los encuentras ni los rescatan. En cambio, si las corrientes grandes no los arrastran a lo lejos, todos se mecen. ¡Como yo! Y seguro que por ese me encuentro siempre en el mismo punto, por eso a veces regreso incluso a la posición de partida. (Pág. 147)


Respecto a su contenido, es casi una perogrullada escribir que es una novela de ideas, pues qué novela no lo es, qué novela, por defectuosamente que haya sido escrita, no las porta, junto con los valores propios de la época e incluso el cuestionamiento, más o menos consciente, de estos. Aborda, en su capa más profunda, la injusticia que percibe la protagonista, entre hombres y mujeres, con muchos de los argumentos que más tarde sostendrán la mencionada Simone de Beauvoir y de ahí en adelante: por qué el hombre es la racionalidad y por qué la mujer, la pasión, por qué el hombre es el término no marcado, por qué la mujer es la alteridad radical, porqué el hombre encarna la racionalidad, y la mujer, la naturaleza.

Asimismo, el amor. Primero, la protagonista da por supuesto su sentido, como si no fuera necesario problematizarlo o discutirlo. Segundo, lo hipostasia. El amor como centro, pero centro vital sólo de las mujeres. Es posible que a la mujer se le haya dado el amor mientras que al hombre, todo lo demás, sin excluir aquél. Por eso, el fenómeno de la bovarización, ese amor de imitación (y que también describe, junto con el fenómeno y recurso literario de la mediación René Girard en Mentira romántica y verdad novelesca) porque ha aprendido que es lo que debe desear. Por no hablar de la obsesión con la belleza, siempre  este concepto en una relación que diría casi parasitaria con las mujeres, en el sentido que las debilita, las hace caer presa de cánones y exigencias siempre, por definición, externos a ellas. También la belleza puede empoderar, pero tal y como se entiende en la novela, significa aceptación y aprobación... por los hombres, significa, al fin y al cabo, dependencia y heteronomía. Porque de eso se trata, al fin y al cabo. Incluso la religión se perfila en algún personaje como alternativa.

Hay en esto una casi inevitable esencialización al atribuir a las mujeres y a las hombres comportamientos y predilecciones por ser mujeres y ser hombres, porque soslaya la importancia de la cultura en la atribución de los comportamientos sociales y la asignación de roles para ambos sexos. Es más, como diría Judith Butler, no es solo el género (la asignación de usos y conductas atribuidas a los sexos) lo que está en juego, sino también la definición misma de sexo biológico. Qué es ser hombre, y qué mujer. Qué significa hombre y qué, mujer.

En este sentido, dicha esencialización resulta peligrosa, por mucho que proclame la injusticia del trato y de las expectativas atribuibles a hombres y mujeres. La postura de la narradora estaría más de acuerdo, tal vez, con las tesis de Luce Irigaray, y no como las constructivistas de, por ejemplo, Judith Butler. Siempre se está a un paso de caer en falacias naturalistas, tipo: "Como son las mujeres las que conciben, entonces son las encargadas de cuidar a los niños" o, como leí una vez en un periódico, hace muchos años, "Como las mujeres tienen la regla, no pueden ser juezas, porque entonces condenarían a todo el mundo", etc.

Claro que esto no tiene por qué significar una impugnación de la novela: quien nos narra no es una académica avezada en teoría feminista, familiarizada con los escritos de Mary Wollstonecraft, Sojourner Truth o con las numerosas filósofas que vendrán más adelante. Es una ama de casa con un empleo a tiempo parcial en la Francia de vísperas de otra guerra mundial y que lleva una especie de diario. Pedirle más no sería justo: tampoco, pedírselo a la escritora.

En definitiva, una novela que pretende hacer reflexionar sobre los roles sexuales y sociales de mujeres y hombres, de la injusticia y la percepción de esa injusticia por una mujer concreta. Además, precisamente su feminismo, digamos pre-académico (aunque ya habían surgido con anterioridad escritos y escritoras y actos de naturaleza política reivindicando los derechos de las mujeres), puede resultar adecuado para quienes no están actualizados (lo que significa casi todos los hombres) con las teorías feministas por la sencillez y claridad en la exposición de sus razonamientos. En todo caso, no es una novela de tesis, en el sentido de mero soporte de una idea, sino una creación artística de pleno derecho con la que la autora, además, expone con notable arte literario la irritación creciente que siente la protagonista con su posición de ser humano subalterno y dominado.