Mostrando entradas con la etiqueta La Voz del Amo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La Voz del Amo. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de octubre de 2017

'Embassytown', de China Miéville

Una novela de ideas: este concepto suele exhibirse cuando el crítico no admira especialmente el estilo de escritura de una obra, pero quiere salvarla porque ha apalabrado una reseña positiva o si, por una rara circunstancia, escribe con sinceridad y está convencido de su valor cognitivo. Es decir: el aspecto más destacable de una novela de ideas reside en la tesis planteada o en sus hipótesis más que en el desafío que pudiera suponer un planteamiento original en la estructura o en la forma de escribir. Por ejemplo, se me ocurre, 1984, de George Orwell, que no destacaba por su estilo sino por la presentación de una distopía (que ni siquiera era original, recordemos Nosotros, de Yevgueni Zamiatin) que ha gozado de perdurabilidad, aun transmutada en reality shows

No es poco, y por sí sola, aunque el estilo sea pobre, la presentación de ideas de un modo no ensayístico sino mediante el recurso artístico de una novela (o cuento) puede justificar esta. Sin embargo, salta a la vista que un estilo brillante puede hacer más eficaz la presentación del mensaje y los objetivos que pretenda. Es esa fusión normalmente indistinguible de forma y contenido lo que hace que algunos sigamos leyendo novelas y no solo las instrucciones de Ikea o el BOE.

A este respecto, a veces pienso, quizá por mis limitadas lecturas, que en la literatura canaria hay mucha nostalgia y mucha angustia, mucho llanto y mucho rechinar de dientes, pero pocas ideas. Me da la impresión, y pido disculpas por mi ignorancia, que hace falta atrevimiento artístico (algo también extensible a la literatura española, en general), tanto en imaginación como en estilo. Hay, aquí y allá, muestras de pretenciosidad que se hacen pasar por originalidad (que en las grandes editoriales son convenientemente empaquetadas por los departamentos de marketing y en las pequeñas se manufacturan mediante entrevistas y cosas así). Lo que echo de menos, sin embargo, es talento e inconformismo. Casi que me basta el inconformismo. Además, en relación con lo anterior, tenemos vanidad a espuertas, sin mucho fundamento, eso sí, e inflada a base de premios concedidos por mentores, editores e instituciones públicas (lo que ya tiene delito). Es asombroso ver cómo la mayoría de los artistas se arrojan en brazos de las instituciones desde el momento en que se les brinda la oportunidad. Y no siempre pasaban hambre antes.

Una crítica, que aceptaría gustoso, es la de que podría aplicarme la prescripción de escribir con originalidad. Este blog, de hecho, podría no ser más que una muestra más de cómo arar por el mismo surco que otros han arado antes: despelleja a los cercanos, idolatra a los lejanos o, en versión más local, odia a tus enemigos y ama a tus amigos (salvo que te hagan competencia). Sin embargo, aun aceptando lo tradicional de mi estilo, podría señalar que mi crítica se extiende a todos/as por igual: mujeres y hombres, guapos y feas, calvos o con pelo, con gafas o sin ellas, de la camarilla de aquí o de la de allá, espíritus libres o enjaulados . No es culpa mía que se quieran ganar la vida escribiendo sus cosas o que tengan adicción a la lisonja. Que este blog sea original porque critica no habla muy bien de la crítica en Canarias. Además, los críticos más reconocidos (sí, los hay) se empeñan solo en hablar de lo que es "digno de ser conocido". Y así nos va, hundidos en la mierda hasta las orejas.

Pero hablemos de novelas:






Embassytown (Ciudad Embajada), de China Miéville, es una novela de ideas: de política y de lenguaje. Quizá la concepción de la política que maneja el autor, al menos en un primer momento, no me satisface. Me parece, metafóricamente hablando, la de una habitación cerrada en la que la gente importante cuchichea mientras el pueblo reunido aguarda sus decisiones, o no aguarda nada ni le importa. Más tarde, casi al final, se bosquejan posibilidades más interesantes para una sociedad (o convivencia entre sociedades) en reconstrucción. En cambio, sus reflexiones sobre el lenguaje y la comunicación suscitan bastante más interés.

La historia, en un primer momento, versa sobre la convivencia entre dos especies: la terráquea, o terrana, y la de los Ariekeis o Anfitriones, en el planeta de estos, en el borde del universo conocido. Ahí los terranos han construido su ciudad: Ciudad Embajada, una colonia del estado interestelar Bremen. La narración está a cargo de un personaje, Avice Benner Cho, por lo que los sucesos están tamizados por lo que conoce, por lo que averigua o por lo que le cotillean. A veces colaboracionista, a veces espía, a veces rebelde, de la mano de esta personaje asistimos al desarrollo de los acontecimientos de Ciudad Embajada.

La novela somete a examen el lenguaje, si puede utilizarse, aun de modo rudimentario, entre dos especies inteligentes y tecnológicamente avanzadas. Si es posible comunicarse a partir de formas de vida tan biológicamente ajenas que parecería un milagro que funcionara de forma efectiva. Esa (im)posibilidad de la comunicación apareció, sin ir más lejos, La voz del amo, la novela de Stanilaw Lem, reseñada hace unos meses en este blog. Esto es, la elaboración de hipótesis respecto de las repercusiones que podrían inferirse del encuentro entre inteligencias insondables por su lejanía evolutiva es algo que también puede detectarse en la obra de los hermanos Strugatsky o de Arthur C. Clarke, por ejemplo. 


La mente de los Anfitriones era inextricable de su doble lengua. No podían aprender otros idiomas, no podían concebir su existencia, ni que los ruidos que nos hacíamos unos a otros fueran palabras. Un Anfitrión no podía entender nada que no estuviera dicho en Idioma, por un hablante, con un propósito, con una mente detrás de las palabras.  Era por eso por lo que los pioneros LCA estaban tan desconcertados. Sus máquinas hablaban, y los Anfitriones solo oían ladridos sin sentido.

En este caso, se pone de relieve, de un modo que a mí me parece original (por favor, den un paso todos aquellos que quieran contradecirme citando referencias literarias), el uso del lenguaje, en este caso el Idioma (de los Ariekeis), de un modo exclusivamente referencial y en el que la mentira es imposible. Para añadir posibilidades al Idioma, se utiliza a algunos humanos como tropos. Por otro lado, el mismo Idioma, en bocas de unas parejas humanas denominadas Embajadores, puede provocar efectos embriagadores y desastrosos sobre los Anfitriones, lo que, a su vez, repercute de modo funesto en los humanos. Lo llamativo en este último caso es que no importa tanto el contenido como el mero sonido; y no importa tanto la comunicación como el control.

Es más, si apuramos el lado filosófico, podríamos remontarnos a Platón y a sus diatribas contra los sofistas y los doxóforos, por el uso retórico de la lengua, no encaminado a la deliberación sino a la manipulación del pueblo. En la novela, el contenido de la comunicación entre los Embajadores y los Ariekeis deviene en parloteo, en mera sucesión de palabras, de efectos, eso sí, tóxicos. ¿Nos suena también a los discursos de un Duce o un Führer? En cierto sentido, sí.

Asimismo, el colapso del sistema abre dos posibilidades: la anarquía, la anomia y la muerte, o la anarquía y la instauración de otra forma (quizá mejor) de regular las relaciones sociales y políticas, otra manera de gobernar las relaciones entre Ariekeis y humanos no basada en el simple intercambio económico y en el  poder, que, de algún modo, podría decirse que introdujeron la corrupción en las relaciones entre las especies. Además, claro está, de la razón de Estado.

Podría pensarse que la única manera de resolver los problemas entre interlocutores es hablar el mismo idioma, y con eso no me refiero solo a saber pronunciar los fonemas, articular palabras y dotarse de una gramática; no, hablo de ponerse en el lugar del otro. Hablo de comprender que el otro tiene motivaciones y razones que, aunque incomprensibles para nosotros, les mueven a actuar de un modo determinado. No es sólo tolerancia o empatía, es también respeto.

En cuanto al uso del lenguaje de la novela, hay que señalar que, sobre todo al principio, el uso de nomenclatura sci-fi puede desconcertar al lector no familiarizado con el género, no tanto porque se desconozcan los términos como por la técnica de creación de neologismos. Ya se sabe que una novela no es de ciencia ficción si no incorpora tres o cuatro palabros que solo se entiendan a medida que se avanza en la lectura.

Las naves, cuando todavía están en el manchmal -me refiero a las naves Terres; nunca he viajado a bordo de una nave exot de las que renuncian al ínmer y no sé nada de cómo se mueven-, son cajas pesadas llenas de gente y material. Cuando inmersan, cuando entran en el ínmer, donde las traducciones de sus torpes líneas tienen un propósito, y son gestalts de los que formamos parte, cada uno de nosotros es una función.



La estructura, que intercala capítulos de inmediatos flashbacks con la narración principal, consigue esta se vea sometida a una continua revisión por el lector, disociando así el punto de vista de la narradora de nuestra opinión particular sobre los sucesos que se van produciendo, sobre todo con respecto de los Anfitriones, el uso del Idioma y la emergencia del lenguaje.

Por otro lado, la historia, aun vista a través de los ojos de un solo personaje, está contada de una manera dinámica, casi vertiginosa, y se enriquece con la proliferación de numerosos personajes que entran y salen del campo visual y mental de Avice. Las vicisitudes de la ciudad y de sus moradores, la descripción de la forma de vida endémica, los ajustes para entender el Idioma (que bien pueden ser una metáfora de nuestras propias dificultades de comunicación entre culturas humanas) y la lucha por hacer frente al desastre están contadas, como mínimo, de modo eficaz. La trama, que se despliega de forma coherente y lógica, salvo en la discutible capacidad del último embajador de dar órdenes en Idioma, desemboca en un clímax bien armado.

En cambio, por señalar un defecto, diría que algunos de los personajes secundarios, producto quizá de ese mismo dinamismo, resultan un tanto borrosos, sin que, además aporten demasiado a la trama, salvo cierta funcionalidad no siempre imprescindible. Además, en cierto momento la lectura comienza a resultar fatigosa, por tantas idas y venidas de la narradora, pero el peligro se conjura pronto. 

Una novela, en definitiva, con lecturas a varios niveles, como hemos visto, atravesados por un relato casi trágico que las engarza de manera natural, sin tediosas disquisiciones sobre el cosmos, la existencia o la religión, por ejemplo, pero que ofrece una respuesta a interrogantes existencialista-lingüísticos y que suscita otros nuevos. 

Toda una novela de ideas, sin duda.





P.D. Al frente de la traducción está Gemma Rovira, la misma que se encargó de los Harry Potter. Salvo el uso de algún término que yo cambiaría, por razones de estilo, como "enlentecer", parece un buen trabajo, sobre todo por las dificultades que hay que afrontar para realizar una versión aceptable en nuestro idioma de una novela de estas características.




miércoles, 19 de abril de 2017

'La Voz del Amo', de Stanislaw Lem

Como ya indiqué en la página del Polillas del Facebook, acometí la lectura de La Voz del Amo gracias a esta reseña. Entonces recordé también una entrevista que, como suele decirse, no tiene desperdicio: Lem se mete con todo Dios, lo que me parece muy bien. Sin embargo, me parece posible que haya leído otra, en la que destacaba del género de la ciencia ficción sólo a los hermanos Strugatski y despreciaba casi toda la norteamericana. Hace tiempo ya: el mundo de ayer.

Toda esta reconstrucción de mis acciones, que, por otro lado, no tendrían por qué importarles (aunque podrían reconocerme que he incrementado su repertorio cognitivo con los anteriores dos enlaces) sirve para resaltar una idea que me llevó a relacionar Picnic junto al camino con La Voz del Amo: la posibilidad de que el contacto entre dos civilizaciones sea de un desnivel tal (la terrícola es, evidentemente, la inferior) que, en realidad no corresponda a lo que el concepto contacto signifique para un ser humano, sino a otra cosa. En Picnic se da a entender que la zona de visita extraterrestre no es más que un espacio en el que los alienígenas se echaron unas risas y, con la despreocupación de turistas ricos, dejaron tiradas unas cuantas cosas. En La Voz del Amo, Lem no deja de insinuar que el supuesto mensaje no corresponda, repetimos, siquiera al concepto de mensaje. Todos los esfuerzos para desentrañarlo por parte del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la colaboración de miles de científicos de diferentes áreas se demuestran casi inútiles. ¿Quiénes son los Emisores?






Es curioso, por otro lado, que Tarkovski escogiera precisamente Picnic junto al camino para realizar su película Stalker, y otra obra de Lem, Solaris, para su película homónima. Precisamente lo que diferencia esta ciencia ficción de otra más convencional, de la que Lem abominaba, son las cuestiones de índole filosófica que suscitan. Cuestiones que van desde la mutua incomprensibilidad de civilizaciones alejadas en el tiempo y en el espacio y en la fase tecnológica, pasando por la responsabilidad que se adquiere con los nuevos conocimientos obtenidos que podrían acarrear la destrucción del planeta, la espeluznante ingeniería social que se acomete con las probables nuevas tecnologías, hasta la paradoja de que mientras unos sueñan con pisar otros planetas (e invierten todo tipo de recursos para ello), otros sólo sueñan con vivir hasta el día siguiente.

Al igual que mis predecesores, yo también concluí que el código era excesivamente lacónico. Se podía haber incluido, a mi parecer, una introducción que explicara de una manera sencilla cómo había que interpretarlo. Al menos eso era lo que creía yo. Pero también es cierto que el carácter lacónico de un código no constituye de ningún modo un rasgo objetivo del mismo, sino que más bien depende del volumen de conocimiento del emisor o, para ser más exactos, de la diferencia de conocimientos que posean el emisor y el receptor. (...) Las dificultades con las que nos topamos en el curso de nuestra investigación, de hecho, sugerían que el emisor debía de dirigirse a receptores más avanzados que los seres humanos en aquel preciso momento de su historia. 

Los autores de fábulas quasi científicas suelen ofrecer a los lectores lo que estos buscan: truismos, verdades trilladas, estereotipos... Todo ello lo suficientemente disfrazado y deformado como para que el lector pueda sumirse en un asombro sin riesgos y al mismo tiempo permanecer inalterable en su filosofía vital. Si en la cultura hay progreso, es ante todo un progreso conceptual, pero la literatura, especialmente la fantástica, no le presta la menor atención a esos cambios.

Si hay algo que podemos afirmar con total seguridad respecto a nuestra propia civilización es que, cuando los primeros emisarios de la Tierra deambulen por la superficie de otros planetas, habrá otros hijos de nuestro globo terráqueo que estarán soñando no con ese tipo de expediciones, sino con un pedazo de pan.


La historia se articula a través de la técnica del manuscrito. Las memorias de un eminente matemático respecto de su implicación en el proyecto de desciframiento del supuesto código extraterrestre. Su profundo escepticismo respecto de la capacidad humana no solo de comprenderlo, sino de asimilarlo adecuadamente para el progreso conjunto de la especie no logra ocultar del todo, al fin y al cabo, su esperanza de que, en efecto, el código sea un código, enviado por una civilización lejana a través de los abismos intergalácticos para encontrar receptores adecuados. sean humanos o cualesquiera otros. Es inevitable referirnos a la Paradoja de Fermi siempre que se escribe o se especule sobre la posibilidad de contactos de este tipo (aquí también, no se quejarán). También lo es la sensación de apesadumbramiento después de comprender sus implicaciones.



Las civilizaciones que solo se diferencia de la nuestra por una ligera desviación, pero que permanecen desunidas, sumidas en conflictos internos, y que además derrochan sus recursos en luchas fratricidas, como la nuestra, hace milenios que descifraron, y siguen aún descifrando, el código, una y otra vez. Lo hacen con la misma torpeza que nosotros, intentando convertir en arma unos ridículos fragmentos de información conseguidos a duras penas. Al igual que nosotros, están condenados al fracaso.


El desarrollo cronológico de la narración es lineal, con abundantes reflexiones e hipótesis a medida que se suceden las etapas en la investigación. Una trama sin fallos y verosímil. No hay personajes femeninos, por si el dato les interesa (la ciencia en 1968 debía de ser cosa solo de hombres). Los personajes son casi todos carismáticos, apoyos vigorosos para una trama que se desarrolla con fluidez y profundidad a la vez.

Por último, sería exagerado afirmar que la prosa pertenece a un autor con voluntad de estilo: no es preciosista ni busca el lirismo más o menos justificado. Es una prosa sobria, bien trabajada, aunque la labor de los traductores y, sobre todo, de los correctores en unas cuantas ocasiones no es todo lo ajustada que se hubiera merecido la novela. 

Para el lector amante del género, es una lectura sin duda fecunda. No diré que necesaria, porque soy incapaz de apreciar la necesidad en Literatura, sobre todo para lectores/as sin pretensiones filológicas. Para las/os recelosas/os de la ciencia ficción, lo mismo: no harían mal en hacer de lado esos prejuicios. Lo cierto es que, en mi caso, la distinción tipológica resulta útil a efectos analíticos, pero no influye en la disposición a la lectura. Las novelas fallidas no requieren la excusa del género literario para merecer el desprecio. Mucho menos, las que sí valen la pena. En estas últimas incluyo, sin duda, a La Voz del Amo.



P.D. Los que quieran seguir indagando en las complejidades de Picnic junto al camino y de la película Stalker deberían leer Zona, de Geoff Dyer. Sin embargo, ese libro es algo más.