jueves, 28 de octubre de 2021

'El viaje de las palabras', de Clara Usón

 Cuando lean estas líneas, estará a punto de comenzar una nueva sesión del evento Rock&Books en Las Palmas de Gran Canaria (ya se ha celebrado, por cierto, en cumbres y medianías). Consiste, como pueden imaginar, en combinar dentro de un mismo programa presentaciones de libros y mesas redondas sobre asuntos más o menos literarios con conciertos de música rockera (veo en el programa que también electrónica) y cosas así. Está muy bien eso de combinar libros y música rock: debe de ser porque con mas o menos comodidad pueden incluirse bajo el rótulo de la cultura. Si tiene éxito (ya llevan algunas ediciones), en esta sociedad de mercado es posible que surjan competidores que programen eventos ligeramente modificados o sucedáneos. Por ejemplo: ClassicalMusic&Books, Punk&Books, o, para que no se note demasiado y alejándonos un poco del selvático mundo musical, Books&Dishwashers o Literature&Purgatives; tal vez, Words&StinkySweat. Recuerden que también disfrutamos del (o padecemos) Cine+Food. Eso sí, todo en inglés para que consiga proyección no solo local, no solo nacional, sino europea, euroasiática, mundial, que se proyecte más allá de la Luna, del sistema solar, que abarque su potencia estrellas, galaxias y constelaciones, que su valor intangible alcance el universo entero y más allá todavía. Esta fascinación supuestamente astuta por reclamarse publicitaria está presente en muchos otros eventos, como el deportivo NightRun o servicios municipales como el ByBike.  Se puede ser más cateto, pero hay que currárselo mucho.

Como evento, supongo que Rock&Books pretende que la gente salga un rato de casa si no tiene nada mejor que hacer y se distraiga un pizco. Cosas peores habrá, sin duda. No obstante, en cuanto a la mayoría de los escritores/as que pulularán por ahí, no puedo evitar la impresión de que están escogidos un poco a falta de algo mejor. No digo que tengan que traer (Dios o quien sea no lo quieran) a Javier Cercas o a Manuel Vilas, ni a Lucía Etxebarria, pero sí alguien más singular que, aunque no pertenezca a la flor y nata literario-mediática, sí tenga algo que contar, y mejor si lo ha hecho ya por escrito. Lo digo sobre todo después de la experiencia, por llamarla así, de la última edición de la feria del libro de la capital. No es sencillo organizar estos eventos, sin duda, pero el público lector algo exigente no tiene mayor interés por ver a un presentador de la tele o a una youtuber adolescente (aunque, por supuesto, tienen su público) sino, en todo caso, a aquellos/as que a través de la Literatura, les hagan llegar ideas nuevas, sugestivas, originales e interesantes. Tal vez sea mucho pedir.

Por cierto, respecto de la feria del libro, aunque ya me extendí en el pasado artículo, querría añadir que me resultó digno de compasión ver a todos los/as escritores/as posando con un libro promocional de Gran Canaria, cortesía del Cabildo, que había puesto sus dineros; por no hablar de los comentarios de la página web oficial, cuyo anónimo/a redactor/a aseguraba que Pepita o Fulanito volverían a la isla para, por ejemplo, "visitar todos y cada uno de sus rincones", o que habían "disfrutado de la gastronomía", que les había "encantado Gran Canaria" y cosas intercambiables de ese jaez. Todo muy ridículo, también.




Sí que aporta algunos de esos rasgos que señalaba anteriormente la novela de Clara Usón El viaje de las palabras. Una novela cuyo argumento consiste en el viaje de Lucía, una licenciada en filología (imagino que Filología Eslava) que investiga la vida y obra de Antón Pávlovich Chéjov para su tesis doctoral, a la época y a la aldea de éste. Es más, la estudiante se planta en la mismísima casa de la familia Chéjov. 

Tal y como se deduce del final de la novela, puede que no consista más que en un sueño. También podríamos haber imaginado un viaje en el tiempo (me recordó, por cierto, a aquella novela de ciencia ficción llamada El libro del día del Juicio Final, 1992, de Connie Willis). O mezclando ambas con el matiz de que no sería un viaje a la vida real, tal como fuera, de Chéjov y su familia y la Rusia de aquella época, sino solo (nada más y nada menos) a la vida conocida por la doctoranda en sus estudios sobre el escritor.

Sea como fuere, la excusa para introducirnos de repente a Lucía, la protagonista, en la Rusia rural de finales del siglo XIX, más concretamente en la aldea de Mélijovo, es lo de menos. Una mala excusa puede tiznar de inverosimilitud el resto de la novela, pero no es el caso. De una España, de una vida (la de Lucía) gris y un tanto desesperanzada, pasamos al color de la aventura que transcurre en esa aldea, como le ocurre al personaje de El mago de Oz. Transmutada (o disfrazada) en condesa, Lucía se plantará en casa de los Chéjov con el objeto de hacerse con la mayor cantidad de información posible sobre su admirado escritor y escribir el mejor trabajo de investigación sobre él. Detrás de esta ambición late el deseo de evitar una vida rutinaria, evitar el destino fatídico de convertirse en una profesora de instituto de Burgos con un marido igual de mediocre y un par de niños como corolario también inevitable.

Así, llego a la conclusión de que el verdadero propósito de Clara Usón no es tanto el indagar ficticiamente en la vida del novelista ruso como de preguntarse por lo que significa una vida lograda, tanto poniendo de relieve las contradicciones de la protagonista, que no en pocas ocasiones actúa de manera mezquina, egoísta e irresponsable, como en el relato desmitificador de Chéjov que también en varios momentos aparece retratado con rasgos bastante desfavorecedores. Esa intersección de caracteres, de formas de pensar, con el telón de fondo de la familia, las pretendientas y los mujiks surge el conflicto revelador, la resolución humillante pero clarificadora. Es, en definitiva, mucho menos una novela de evasión que de indagación.

No es baladí señalar que la autora penetra en el alma/personalidad de Lucía con una narración que en ningún momento aburre, combinando además muy bien un uso limpio y poco problemático de la prosa con palabras rusas. Asimismo, me parece un acierto la manera en que tiene la autora de traer a colación los relatos de Chéjov con incidentes que ocurren en la novela y las notas a pie de página que cuadran bien con la actitud supuestamente investigadora de la protagonista. Los personajes resultan pintorescos pero no folclóricos ni estereotipados, tantos los principales como los secundarios, con su carácter propio. La novela está narrada en tercera persona, pero como es habitual, ya una segunda naturaleza en los/as escritores/as contemporáneos/as en estilo indirecto libre, pero de un modo muy fino, que llega a adquirir en ciertas escenas, en ciertos monólogos interiores una intensidad conmovedora. Además, cierto distanciamiento irónico.


Estoy en desacuerdo con usted, Lucía Rodolfovna; no es función de los artistas resolver cuestiones como la existencia de Dios o el sentido de la vida. La función del artista es únicamente describir cuándo, cómo y bajo qué condiciones las cuestiones de Dios y del sentido de la vida han sido discutidas. El artista debe ser sólo un testigo imparcial de sus personajes, no su juez; yo describo a unos ladrones de caballos, pero no juzgo si robar caballos es bueno o malo. (...) Los escritores no debemos jugar a los charlatanes y hemos de declarar con franqueza que nada está claro en este mundo. Sólo los necios y los charlatanes lo saben y lo entienden todo. Yo no sé cuál es el sentido de la vida, Lucía Rodolfovna, nadie lo sabe, pero no me aflijo por ello, no me hace falta saberlo para seguir viviendo. (Pág. 89)


Su momento preferido para pensar en el arte era al amanecer, en la ribera del río, mientras, acuclillada en la hierba, oculta detrás de unas matas, contemplaba al joven bañista que cada mañana repetía su rito. Y era guapo, sí; consiguió verle la cara y, como había intuido, era guapísimo. Él también la había sorprendido a ella, sentada al borde del río, contemplando... el paisaje, y la había saludado con un gesto alegre desde el agua, comunicándole, a gritos, que no podía salir porque no estaba vestido. Lucía había pretendido escandalizarse ante esa noticia, tapándose la cara con las manos y exclamando un "¡oh!" particularmente aristocrático. Por supuesto, se había retirado al punto de la escena para apostarse detrás de las matas y, bien escondida, seguir espiando al joven cuando saliera del agua. Pero en todo ese proceso ella nunca dejaba de pensar en ideas elevadas. (Págs. 102-103)


Lucía no daba crédito a sus oídos, ¡qué mentiroso! ¡Ni mención de Savka, todo el mérito suyo! Y Levitan, su cómplice, callado, otorgando. Estaba tan indignada que no reparó en que nadie en la casa parecía sorprendido o inquieto por su prolongada ausencia, ni siquiera Evgenia -que como madre de familia tenía la obligación moral de ejercer de madre interina de los invitados- se había preocupado por su tardanza, ni por si había comido o tenia hambre, o tal vez había sufrido algún percance. Que pensaran tan poco en ella, siendo como era una condesa, constituía una afrenta, pero la había trastornado de tal modo el suceso de la becada, que otra vez se olvidó de enfadarse. Como futura biógrafa canónica y definitiva de Antón Chéjov, tomó nota de lo que acababa de aprender: los escritores no son de fiar, se inventan cosas, embellecen y adornan la realidad según les conviene. Pero aunque, por una parte, se sentía engañada por Chéjov, por otra, le agradó descubrir que en el fondo era un pícaro, que no era tan bueno, ni tan honrado, ni tan sincero como proclamaban sus biografías. Le atraía más en su faceta de pillo. Y con renovada esperanza fue al estudio a cambiarse para la cena. (Pág. 146)


Además, la recomendación de Horacio de "instruir deleitando" (que suena hoy casi insoportablemente paternalista) puede servir aquí, ya que el público lector no conocedor de la obra de Chéjov podría recibir el estímulo definitivo para solventar esa laguna. Sin duda, hay "autores/as imprescindibles" para los que siempre careceremos de tiempo, pero créanme que Chéjov no debería pertenecer a esa nómina. Ya que sobre todo es conocido hoy en día por sus relatos (aunque escribió numerosas obras de teatro, algunas tan conocidas como Tío Vania o La gaviotaLas tres hermanas o El jardín de los cerezos), aquellos se adecuan perfectamente a ese ritmo acelerado y sincopado que caracteriza la vida de la mayoría de las personas en este siglo XXI.

Por último, si fuese obligatorio destacar algo negativo, podría aludir al desenlace no del todo satisfactorio, ese despertar del sueño (a medias) cuando considera que su aventura ha tocado a su fin. Al igual, como ya señalé, que esa súbita entrada en el mundo de los Chéjov. Peccata minuta, sin duda.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA






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