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miércoles, 17 de agosto de 2022

Trasdemar o el espíritu del mundillo cultural

Este iba a ser un artículo de recomendaciones heteróclitas, un popurrí de lecturas que, al igual que habían caído en mis manos del modo más azaroso, así iban a saltar a sus ojos, que para eso se pasan por aquí de vez en cuando, pequeños/as viciosos/as (que somos todos, y yo el primero).

He aquí, sin embargo, que la vida me ha llevado por otros derroteros. A pesar de ser agosto y de que forma parte de una provincia tricontinental; más aún con la abulia que caracteriza la sospecha de un futuro ominoso (o, al menos, incierto) algo se mueve y refunfuña, se despereza al sol y resopla. Es la poesía, sí, la poesía CANARIA.

A este respecto, nuestro (según sus propias declaraciones) ex-poeta local Iván Cabrera Cartaya, a ratos atrabiliario y a ratos acedo, nostálgico de ese mundo que nunca existió en que a cada uno/a se le calificaba por su verdadero mérito y los premios literarios se concedieran a quienes él considerara dignos de tal merecimiento (lleva una lista de injusticias y de agraviados en el bolsillo), se dignó a escribir mi nombre en su muro de Facebook criticando algo que yo nunca había afirmado: que a una obra literaria había que valorarla por el esfuerzo que suponía escribirla y no por el resultado artístico. Es llamativo que un literato (por mucha ínfulas que pudiéramos atribuirle), lector confeso de los clásicos griegos y latinos, que sabe diferenciar perfectamente a un poeta maldito de uno que no lo es, que gusta de llamar "mierda de perro" a las obras que no le gustan, es llamativo, repito, que sufra graves problemas de comprensión lectora. Eso si aplicamos el principio de caridad, porque no querría atribuirle yo mala fe.

En todo caso, celebro que alguien del mundillo literario nombre claramente a quien se critica. Si se quiere un debate de lo que sea, al menos hay que comenzar por identificar a aquel cuyas tesis se discute.

Por otro lado, y siguiendo con el club de los poetas vivos, la revista macaronésico-caribeña y un pizco sandunguera Trasdemar tuvo la gentileza de bloquearme en Twitter en fecha sin determinar. Al día siguiente de darme cuenta de esta singularidad al querer leer un tweet de Pablo Alemán (estamos hablando del 16 de agosto) ya me había desbloqueado, después de que un servidor hubiese denunciado este bloqueo en las redes sociales con mensajes a la Consejería que se ocupa de esto que han venido en llamar Cultura (que no se sabe si es igual a Arte, que no se sabe si es igual a Espectáculo o qué más da todo si sirve para lo mismo). Es posible que su enfado proviniera de un artículo de este blog de allá por el lejano año 2020. Vayan Vds. a saber cuándo se tomó la decisión de bloquear al Polillas en Twitter, porque, la verdad sea dicha, nunca había intentado leer nada suyo en esa red social.

Dicho lo anterior, Trasdemar es el enésimo intento de crear una revista literaria en Canarias, pero, qué le vamos a hacer, carece de cuajo, como otras antes. Se descuelga de vez en cuando con algo que llaman Manifiesto, que suele consistir en declaraciones altisonantes y vagas en cuanto a sus intenciones, que más o menos pueden aplaudirse desde lejos sin sentir ningún tipo de compromiso o vínculación. Como también suele ser habitual, abusan de una jerga pomposa con la que supongo que quieren que trasluzca tanto su capacidad literaria (que a nadie le importa) como su altura de miras (que a nada compromete).

El último ejemplo es esta nota editorial: aparte de su retórica hinchada repleta de tópicos (la revista es un "espacio diáfano y confluyente", "sigue fomentando el diálogo entre culturas", "espacio de encuentro", la literatura es "forma esencial de progreso y de fraternidad", encuentro dos párrafos especialmente inquietantes, no por su novedad sino por su continuismo, un continuismo descorazonador y desasosegante.

Veamos:

Con el nuevo aniversario, desde Trasdemar revalidamos nuestro compromiso de ofrecer contenidos de calidad y de actualidad, asumiendo la aspiración de unanimidad inclusiva y la participación literaria como un objetivo esencial de nuestra Revista.

 

A ver, ya sería extraño que una revista literaria asumiera el compromiso de no ofrecer contenidos de calidad: "¡Señoras y señores, vamos a ofrecerles un contenido pésimo, sin ningún interés (o como diría Iván Cabrera, "mierda de perro")!". Por otro lado, ¿me podría explicar alguien el concepto de "unanimidad inclusiva"? A mí me suena siniestro, casi goebbeliano. Un poco más adelante intentaré aclararlo.

Sigamos, el siguiente párrafo resulta demoledor:

Ante la existencia de polémicas en redes sociales y de contenidos que fomentan la confrontación y que desvalorizan la calidad de obras de autores y autoras de nuestras islas, mantenemos nuestra absoluta autonomía de criterio para no participar en discusiones virtuales que deterioran la convivencia y generan malestar público, apelando al sentido común y a la educación cívica y siguiendo como premisa el distanciamiento de aquellas conductas que faltan al respeto y que no aportan nada en el plano cultural. Esperamos que la concordia y la colaboración prevalezcan en la actualidad cultural y literaria de las islas. 


Creo que es aquí, apunto sin certeza, donde podemos entender aquel concepto de "unanimidad inclusiva". La inclusividad de la producción artística se lleva a cabo mediante una labor de reunión acrítica de todo lo publicado, todo vale si está hecho por canarios/as (imagino que también caribeños/as y macaronésicos/as en general). Unanimidad significa que todos los críticos han de mostrar su admiración y su consideración de obras valiosas. Pero, se preguntarán, ¿una obra valiosa no ha de atender a ciertos criterios artísticos, literarios? Sí, pero la evaluación final ha de ser positiva porque, de lo contrario, se está "desvalorizando" no solo las obras sino también a sus autores/as. Como lúcidamente señala un amigo mío: "La idea será abortar el debate, no sea que empiecen a decirse unos a otros lo que de verdad piensan". No encuentro mejor manera de plasmar el espíritu del mundillo cultural.

No sé qué qué piensan Vds., pero a mí me parece un criterio equivocado con algún matiz de delirio. Y si seguimos es peor, pues señalan, como si hubiese surgido un clamor social al respecto, que no van a "participar en discusiones virtuales". Muy bien, pero creer que esas "discusiones virtuales" (me imagino que se refieren a las que pueden mantenerse en Internet) "deterioran la convivencia" me parece exagerar, como mínimo, la capacidad del mundillo literario-artístico del archipiélago de generar conmociones sociales. De verdad, ¿se imaginan a la ciudadanía rompiendo escaparates, asaltando comercios, quemando coches y lanzando cócteles molotov a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a causa de la valoración negativa de una novela de Víctor Álamo de la Rosa, un relato de Iván Cabrera o de un poemario de Samir Delgado?  Con estos mimbres, no sé qué podemos pensar ya de ese canto a "la concordia y a la colaboración"...

Es precisamente este tipo de discursos hueros y faltos de tino conceptual lo que, una y otra vez, ya sea en discursos oficiales, ya en artículos de periodismo cultural, ya en revistas literario-artísticas, aparte de dar grima, hace huir a cualquiera con dos dedos de frente de todo lo que huela a cultura. Trasdemar, me temo, no hace sino transitar, como tantas otras iniciativas culturales, por esa senda que no conduce sino a la irrelevancia, cuando no al desprecio.



sábado, 10 de octubre de 2020

Trasdemar

Vaya por delante que la creación de nuevos diarios o revistas siempre me suscita curiosidad y algo de esperanza. Es posible creer, aunque sea por un momento, que corre sangre fresca (que no necesariamente joven en edad) por las esclerotizadas venas de la sociedad civil, o de la sociedad a secas: temas nuevos, enfoques nuevos, críticas valientes y razonadas, argumentos inimaginados, redactoras/es y escritoras/es originales, etc. 

Sin embargo, en cuanto a la información periodística en general, salvo alguna excepción (en el ámbito español) como, en mi opinión, El Salto, la mayoría del periodismo digital tiene el nivel del periódico que dirige Inda, y cuyo nombre no vale la pena ni mencionar. En cuanto a la cultura y a la literatura, y ya nos quedamos en el perímetro local, la novedad se trastoca en ranciedad nada más nos asomamos a su contenido. Así ocurrió con Dragaria, la revista dirigida por el fallecido Manuel Almedia, que no aportó ni una sola idea nueva y así, me temo, pero me gustaría equivocarme, ocurrirá con Trasdemar, la nueva revista digital que pretende conectar los archipiélagos del mundo entre sí, o algo parecido.

Para ello, la revista ha establecido contacto con periodistas e intelectuales arrinconados e invisibilizados, seguramente por el carácter de denuncia de su obra, como, para citar solo a los más desconocidos, el exconsejero de Cultura del Gobierno de Canarias y diputado del Parlamento de Canarias y premio Canarias, Juan Manuel García Ramos, el periodista, novelista, poeta y lo que surja, Santiago Gil, y la periodista cultural, ácida escritora de reseñas e iracunda crítica social Nora Navarro. ¿En serio?



Que no digo que la revista,  esta o cualquier otra, no invite o incluya en su contenido a quien le venga en gana, con mejores o peores razones, pero no deja de llamarme la atención lo pequeñísimo que es este mundillo en que todos parecen conocer a todos y los mismos llaman a los mismos para proveer de contenido (siempre parecido) para un público veleidoso y, a la fuerza ahorcan, exiguo.

Sin embargo, hay algo que siempre me ha suscitado cierto pasmo en la creación de la miríada de revistas literarias, artísticas, culturales y periodísticas en general: al mismo tiempo que proclaman su novedad y su necesidad, invitan a sus páginas a las mismas figuras que llevan cardando la lana desde hace décadas o, si no es el caso, que ya disfrutan de tribuna en otros medios de comunicación. Así, es lamentablemente habitual, que las tertulias (por llamarlas así) en radios y televisiones estén compuestas por directores de otros medios o, en su defecto, de periodistas que ya disponen de sus propias columnas. Un círculo vicioso o una estructura que se retroalimenta y ante cuya visión y audición uno se echa las manos a la cabeza con frecuencia por la superficialidad, cuando no estupidez, en el abordaje de los asuntos que aparentan tratar.

En estos primeros momentos, no obstante, quiero pensar que si los creadores de la revista no tuvieron la precaución de hacerse con material antes de su publicación, no han tenido más remedio que buscar a toda prisa colaboraciones a diestro y siniestro, sin mucho criterio. Luego las han pedido a aquellas figurillas del campo artístico-literario local más conocidas y con supuesto prestigio. García Ramos, Gil y Navarro no son culpables de que se les busque; ni tampoco Cecilia Domínguez Luis, de que la entrevisten. Que su posición en el campo cultural incite a ello, que sea una solución fácil, es otro asunto. Una explicación alternativa es asegurar que lo que sale siempre es lo que hay, que no hay más. Ya me dirán Vds. si están de acuerdo. 

Por último, y volvemos a Trasdemar, en su "Manifiesto" aspira "a convertirse en referente crítico desde Canarias". Manifestar esa aspiración lo hacen todos, la práctica suele ser otra cosa. Déjenme que les manifieste que con estos mimbres iniciales, poco futuro crítico le auguro. Es llamativo que el único apartado que permanece vacío hasta el día que escribo esto (10 de octubre de 2020) sea el de "Reseñas". Ya me gustaría creer que la escasa influencia de mi blog, en su excéntrica posición, se transmutara en cierta parálisis laudatoria o hagiográfica en los medios, pero lo dudo. Más bien, imagino que es la sección más tediosa de toda revista o cuadernillo cultural que se precie, pues como la parte crítico-negativa suele orillarse con desdén, dedicarse a escribir panfletos empalagosos de obras lamentables no puede ser del gusto de casi nadie.

Por cierto, el manifiesto dice lo que dice todo manifiesto canario: mestizaje, insularidad, periferia, diversidad y una pizca de anticapitalismo del que no molesta. Por si quieren ahorrárselo.