lunes, 4 de junio de 2018

'Tala', de Thomas Bernhard

Como ya escribí en su momento, mi intención es la de dejar al menos un año entre reseñas dedicadas a la obra de un mismo autor, aunque mi intención apuntaba a las reseñas de autores vivos, especialmente los locales. No obstante, y dada la superlativa cantidad de títulos que se publican, no hubo ocasión, aunque lo hubiese querido, para repetir ni siquiera con los muertos. Pero he aquí que, azuzado por críticas que leía por estos mundos de Internet y por el extraordinario recuerdo de El malogrado (que se engrandece con el tiempo), he considerado que quién mejor que Thomas Bernhard para ser el primer autor con el que repita análisis, reflexión o impresión superficial de lector.

En todo caso, y para mal de aquellas/os que quieran ir directamente al asunto y no demorarse con prolegómenos, hay también motivos para elegir a Bernhard aparte del azar y de la oportunidad. El escritor austríaco debería ser un ejemplo, al igual que lo son todos los grandes escritores, por la fuerza de su estilo propio, por la huella cognitiva que genera y por la impresión estética que produce a todo aquel que se acerca a la lectura de sus obras.

Es bueno leer a las/os grandes: por citar algunas/os, aparte de Bernhard: Woolf, Yourcenar, Proust, Foster Wallace, y cada cual que aporte sus favoritas/os. Leer su obra debería, aunque me temo que no es tan automático, descentrar a las/os autoras/es en ciernes, a los aspirantes a afilar su talento y ayudarles a escribir algo más que sean sus naderías de adolescente o de veinteañero/a o sus ilusiones de plasmar líricamente la idea que tengan de lo excelso. Es un defecto recurrente, ya lo he señalado muchas veces, la manía que tienen muchas/os en convencernos, a través de sus personajes (normalmente el narrador o narradora) de la gran cultura que poseen o de las numerosas experiencias que han atesorado. Como me dijo un amigo con sabiduría una vez: "Hay que escribir lo que nos gustaría leer, no lo que nos gustaría escribir". Porque si se elige lo segundo, tenemos toda ese conjunto de superfluosidades y cantos al yo que nada añaden al acervo literario y solo sirven para engrandecer una vanidad ya hipertrofiada, jaleada además por amigos y familiares.





Por qué es bueno leer a Bernhard, especialmente, por qué leer Tala: porque no deja, usando la frase hecha, títere con cabeza. Esa crítica a la sociedad austriaca, a la vienesa en particular, al mundillo literario y artístico; todo lo que está al alcance de su visión es objeto de su crítica furibunda, presa de una observación meticulosa y ácida, incluido, claro está, él mismo. Y la universalidad de la literatura del Bernhard consiste en que podemos aplicar esa crítica, esa rabia, por qué no, ese odio, a nuestra ciudad favorita, al mundillo literario y artístico local que escojamos, a la humanidad en general. Difícilmente nos equivocaremos, raro será que no encontremos homólogos cercanos.


Realmente yo había visto una vez, hacía muchos años, en el Burgtheater, al esperado actor, en una de esas asquerosas farsas de sociedad inglesas en las que la tontería sólo es tolerable porque es inglesa y no alemana o austriaca, y que en el Burgtheater, en el último cuarto de siglo, se representan una y otra vez con espantosa regularidad, porque el Burgtheater, en este último cuarto de siglo, se ha especializado sobre todo en la tontería inglesa y el público vienés del Burgtheater se ha acostumbrado a esa especialización, y realmente a él lo recuerdo como actor del Burgtheater, como un actor, por lo tanto, lo que se llama un favorito del público vienés y pisaverde del Burgtheater, que tiene una villa en Grinzing o en Hietzing y hace el bufón en el Burgtheater para esa tontería teatral austriaca que, desde hace ya un cuarto de siglo, tiene en el Burgtheater su asiento, como uno de esos berreadores sin espíritu que, en el último cuarto de siglo, con la colaboración de todos los directores por él contratados, han hecho del llamado Burg una institución teatral de aniquilación de autores y del vocerío de una falta total de cerebro. El Burgtheater ha entrado artísticamente en bancarrota desde hace ya tanto tiempo, pensaba en mi sillón de orejas, que ya no puede determinarse cuándo se produjo esa bancarrota, y los actores que actúan en el Burgtheater son bancarrotistas que todas las tardes actúan en el Burgtheater (...). (págs. 13-14)

Y sí, salta a la vista que tiene estilo propio: frases largas, aposiciones, repeticiones de palabras, expresiones e ideas. Estilo que, a falta de un estudio pormenorizado de la obra del autor, no ha surgido de golpe, por pura genialidad o como el resultado de la mera improvisación. Siempre hay una materia prima, una forma de escribir originaria, una forma de ser en el mundo, pero se adivina un trabajo sistemático, una voluntad de estilo que, cuando se logra, se puede aspirar a ser un Bernhard, o una Woolf, o un Foster Wallace, o una Yourcenar, o un Borges o, venga, un Pérez Galdós, pero no ... (añadan cualquier autor/a local) por muchos seguidores de Facebook de que disponga.

Tala consiste en el cúmulo de reflexiones suscitadas en el protagonista-narrador a raíz de la muerte de una antigua amiga y de su asistencia a una cena artística, mientras está sentado "en un sillón de orejas", observando a los demás comensales y a los anfitriones. Las reflexiones se suceden con cadencia hipnótica, con las mencionadas repeticiones, con periódicos sobresaltos suscitados en el lector por los comentarios vitriólicos del narrador, y por la ausencia de puntos y aparte, entre otros detalles: un torrente de la conciencia bien ordenado, calculado, milimetrado, y algunos adjetivos más que dejo a su elección cuando lean la novela, que arrastran al lector al interior de la propia conciencia, que no siempre es el mejor lugar donde habitar.


 Al fin y al cabo, todas esas personas fueron realmente un día artistas o, por lo menos, talentos artísticos, pensaba ahora en mi sillón de orejas, y ahora todos no son más que una chusma artística, que precisamente no tienen en común con el arte y con lo artístico más que la cena del matrimonio Auersberger. Todas esas gentes que un día fueron realmente artistas o, por lo menos, artísticas, no son ahora más que las máscaras y las cáscaras de lo que un día fueron; sólo tengo que mirarlas, sólo tengo que entrar en contacto con sus creaciones para sentir lo mismo que siento ahora en relación con este banquete, con esta insulsa cena artística. Qué ha sido de todas estas gentes en estos treinta años, pensaba, qué han hecho todos estos seres de mí mismos en estos treinta años. Y qué he hecho yo de mí mismo en estos treinta años, pensaba. En cualquier caso, es deprimente ver lo que estas gentes han hecho de sí mismas en estos treinta años, qué he hecho yo de mí, de todas esas condiciones y circunstancias en otro tiempo felices, todas esas gentes han hecho condiciones deprimentes y circunstancias deprimentes, pensaba en mi sillón de orejas, lo han convertido todo en algo totalmente deprimente, toda su felicidad en nada más que depresión, lo mismo que yo he convertido mi felicidad nada más que en depresión. Porque indudablemente todas esas personas fueron un día, es decir, en aquella época, hace treinta, incluso sólo veinte años, seres felices, fueron felices, y ahora no son más que seres deprimentes, deprimentes como yo, en fin de cuentas, no soy más que deprimente y no soy feliz, pensaba en mi sillón de orejas (...). (págs. 66-67)

Indudablemente, Bernhard plasma (crea) los pensamientos de su personaje sin misericordia, un personaje que observa y critica devastadoramente. Pero es una devastación creativa (perdónenme este préstamo que remeda el vocabulario schumpeteriano-capitalista), de la cual emerge para el/la lector/a una visión más aguda de sí mismo/a y de su entorno, de sus miserias y servidumbres. Es, a su curiosa forma, una novela moral. El arte del escritor es, a la manera de Proust o de Foster Wallace, meticuloso (recojo estos paralelismos gracias a un comentario de Iván Cabrera, en su comentario a Extinción), obsesivamente atento a los matices del pensamiento y de la observación que, como ya he señalado, no lo aplica solo a los demás, sino, quizá más que a nadie, a sí mismo.

En fin, como la obra de todos las/los grandes, Bernhard no se limita a una contar una historia. Esta en realidad, es lo de menos: las reflexiones de un personaje a raíz del suicidio de una artista fracasada abandonada por su marido. Lo importante es la indagación y la descripción de nuestra miserable humanidad, del arribismo y de la vulgaridad, de la grosería y de la doblez. Es el dedo en la llaga, el alcohol en la herida; es la destrucción literaria del buenrollismo artístico, la radiografía radioactiva de la sociedad. Entre otras cosas, para esto sirve la literatura.

A ver si aprendemos.








No hay comentarios:

Publicar un comentario