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miércoles, 12 de enero de 2022

'Sin comienzo ni final', de Alberto Omar Walls

 Ya estamos aquí, después de casi un mes de ausencia. Un descanso que ha venido bien para abordar lecturas nuevas y, digo yo, vivir en general algo más relajado. Las fiestas navideñas, aparte de lo mucho o poco que a uno le gusten, tienen como corolario en España la entrega a otras personas de regalos, normalmente (salvo excepciones hechas a mano por el/la propio/a regalador/a) productos manufacturados. Entre ellos, están, como habran podido imaginar, los libros de cualquier género, condición, tapa y grosor. 

He leído que se han celebrado unas cuantas presentaciones de novedades editoriales, que es otra forma de decir que han publicado libros nuevos. Por ejemplo, Traficante de historias, de Juan R. Tramunt o Cautiva del tiempo, de Silvia R. Court, que, ya lo adelanto, serán objeto de análisis en este blog. Ha habido más, pero ya saben que la agenda de actos se la dejamos a los medios de comunicación, que, en materia cultural, poco más saben hacer.

En otro orden de cosas, me ha resultado llamativo, quizá como síntoma, que Pablo Alemán, poeta laureado y repentinamente consciente de sí mismo, poco dado a expresar opiniones polémicas en público (y me atrevo a imaginar que tampoco en privado), cargase contra los periódicos locales (eso sí, sólo con un breve comentario en Facebook) porque éstos no incluyeran Un cosmos de raíces (obra premiada en el Pedro García Cabrera de 2020) en la lista de resumen del año.

Ya sé que es una perreta -y que en poesía estas cosas realmente son insignificantes- pero que esté excluido en los listados de dos periódicos insulares un libro que fue Premio Pedro García Cabrera de poesía 2020 (publicado en 2021), que se vendió medianamente bien y que ha tenido buen recepción, me hace pensar en que otra crítica viene siendo necesaria.

A lo que Silvia R. Court, cuyo librohabía salido en esa lista, respondió, también en esa red social:

Ni estar en una lista de recomendaciones sobre lecturas (de libros).
Ni haber obtenido un premio.
Ni haber publicado una novela, un ensayo, un poema...
Ni, ni, ni... es garantía de valor literario. Eso les corresponde a los lectores.
Tampoco "quedar excluido/a" da derecho a faltarle el respeto ni a autores/as ni -en este caso- al Periódico La Provincia y sus periodistas.
Lo afirmo sin acritud. Solo estoy acostumbrada a decir lo que pienso. No vale "quítate tú para ponerme yo".
Me ha decepcionado la polémica que han provocado tus palabras, Pablo Alemán. No porque no valore (y mucho) tu poesía. Pero no te reconozco en esa "perreta", tal y como tú la denominas. Y de paso, otros aprovechando para darse publicidad de hallarse en otras recomendaciones de diferentes enlaces por sus reconocimientos, premios y méritos.
¿Por qué uno/a sí y otros no? Son muchas las personas, escribientes muy valiosxs, que en cualquier enumeración o selección pueden no ser citados.
Me parece mucho más interesante y constructivo posicionarse, si se quiere, respecto al valor literario o no de una obra. O respecto a obras que gustan o disgustan, pero sin codearse para..., sin revanchas, y desde el respeto.


Pocas cosas hay que me proporcionen más placer que asistir a un rifirrafe entre escritores. Ojalá se pelearan más, aunque no sea nada más que para comprobar que el mundillo literario-artístico no está exento de pasión, aparte de mezquindad, que de eso va sobrado.

Respecto del asunto en cuestión, qué quieren que les diga. A estas alturas, estar pendiente de las listas que otros/as hagan, y más si son de un periódico, revela una lamentable inseguridad sobre la propia obra (esa continua necesidad de confirmación de la propia valía a través del juicio de otros/as) o, también es posible, el fastidio que supone que no se le promocione a uno en ese escaparate. La vanidad y el cálculo de intereses cohabitan, creo yo, en este enfado. Como ya he señalado, cada uno/a puede hacer la lista que quiera: conceder prestigio o importancia no debería ser correlativo a una mera cuestión de difusión o de número de seguidores. La Provincia y sus periodistas (más o menos culturales), igual que otros medios, habrán elaborado su lista teniendo en cuenta (y dejando de tenerlos) numerosos factores, sin descartar la ignorancia, que no se explicitan. Puede ser que, para ellos/as, ganar un premio, venderse "medianamente bien" o que tuviera "buena recepción" no fueran razones suficientes para inscribir la obra en la lista. O, más simple aún, que ni se acordaran de ella.

Creo, en este sentido, que molestarse (o alegrarse) por la inclusión o exclusión en estas enumeraciones es conceder demasiado a personas o entidades que, llámenme suspicaz, quizá no lo merecen. Además, relacionar el nivel de la crítica en Canarias con esas listas supone también otorgarle a los periódicos (u otros medios de comunicación) la primacía en la crítica literaria, lo que es un disparate. Sinceramente, creo que a los periodistas señalados no les ha pasado por la cabeza que se les atribuyera esa responsabilidad. Cabría preguntarse, además, qué consideración le hubiese merecido a Pablo Alemán la crítica en Canarias si, ceteris paribus, su poemario hubiera sido incluido.

Por otro lado, cualquier lista es criticable, incluso la del Polillas (por increíble que parezca). La crítica de Pablo Alemán, aunque argumentativamente desdeñable, no supone una falta de respeto. No detecto yo el carácter injurioso por ningún lado. Si cualquier crítica supusiera falta de respeto, no habría enmienda ni progreso algunos. Además, ese argumento se cancela a sí mismo, pues si la crítica de Pablo Alemán a la lista supone una falta de respeto a La Provincia, la crítica (o reproche) de Silvia R. Court a Pablo Alemán supondría otra falta de respeto, etc. Todo el día faltándonos al respeto, qué alegría.

En fin, vamos a lo nuestro. La primera reseña de 2022 corresponde a:




Aunque al principio pensé que Sin comienzo ni final, del escritor tinerfeño Albert Omar Walls, iba a tener una impronta ferdydurkiana, pronto me desengañé: el tono juguetón no implica tanto una puesta en cuestión de la realidad y de las convenciones sociales como, al parecer, de una singular disposición de ánimo al escribir y que pronto redunda, a mi parecer, en una banalidad constrictora. Es decir, la novela me da la impresión de ser una de esas que el escritor quería escribir (y se nota, con toda esa verbosidad y exuberancia), pero no estoy en absoluto seguro de que sea una que el potencial lector hubiese querido leer.

Digo verbosidad porque la novela consta de 372 páginas, no exenta de amplio vocabulario que se guarda en especial para las descripciones y narraciones. En cuanto a los diálogos (y los monólogos), extensos, extensísimos, en cambio, el estilo suele caer a un nivel coloquial, por lo que infiero que el autor quería transcribir, copiar, esos diálogos que se producen a diario, pero que, por lo mismo suelen estar cargados de redundancia, repetición, banalidad e ínfima información, lo que lastra mortalmente la obra. A este respecto, me sorprende que autores con experiencia en el teatro como Omar Walls o Sabas Martín escriban diálogos tan banales, en el primer caso, o tan acartonados, en el segundo.

-¿Qué tal, Juanvi? 
-Oh papá, ¿qué haces aquí a oscuras? 
-¿Qué tal se siente uno con veintitantos años ya? 
-¿Te acordaste? Pues mira... ni fú ni fá y con este tiempo no podré ir a ningún lado a celebrarlo. Así que me conformaré hoy con un café con leche y un bocata de jamón con tomate y me subiré a ponerme al ordenador, sino (sic) es que se va la luz. 
-Tú y yo llevamos tiempo que debíamos haber hablado, ¿no? 
-Ya, papá, pero... ¿precisamente ahora? ¿No estás algo cansado? Se te ve con ojeras, un poco demacradillo sí que estás. El trabajo y los años, ¿no?, aunque las sienes plateadas te sientan muy bien. Te hace atractivo. 
-¡Déjate de tontadas! ¡Los años son los años y ya está! Y para hablar, mejor momento no habrá. Yo estoy aquí y tampoco voy a salir en media hora, tú parece que tienes todo el tiempo del mundo y seguro que esta tarde solitaria nadie nos va a interrumpir. 
-¿Pero no tenías otro momento mejor durante todo este tiempo que hoy? ¿Precisamente en mi cumple? 
-Hombre, que estoy liado más que una persiana. No me busques la lengua, Juanvi... (...) (Págs. 29-30) 

 

Del susto salta fuera de la cama. Se acerca lentamente a esa cara aún sin cuerpo, pues se halla tapado por el edredón, y descubre que es la de Carlos, al parecer profundamente dormido. Sale para el baño, cierra con llave y grita de pavor: 
- ¡¿Mi exnovio en mi camaaaaa?! ¿Es que ha dormido conmigo esta noche, aquíííí, Carlos? 
Sin pensárselo se mete debajo de la ducha y abre el agua fría. Le da lo mismo que sea el agua de La Laguna en pleno invierno, tiene que acabar ahí mismo con esa pesadilla. 
Recuperada, y con la máxima aceleración, se seca, se sienta en la taza del retrete, echa una tercera meada rápida pues la segunda fue en la misma ducha, luego, con sigilo se acerca a la cama y comprueba que no se había equivocado. 
Cierra la puerta de la habitación y se va a la cocina. Calienta en el microondas un café del día anterior. Se sienta en la banqueta y, mientras se bebe el café amargo y caliente a sorbos, va hilando en su moviola mental el conjunto de imágenes que en las veinticuatro horas pasadas hicieron posible que en la cama de ahí al lado estuviera acostado el hombre que la dejó plantada ante el altar. (Págs. 91-92).

 

-En medio de esta paz me renace el mono de leer... No entiendo ir a la playa sin una lectura que te transporte mentalmente a otro lugar. Aunque el mar posea todos los encantos para estimular la imaginación, para mí son inspiraciones diferentes. Me entusiasma sentir en las novelas cuando se crean las tensiones y los personajes se ven sometidos a fuerzas ocultas o que desconocen. Y se sienten poseídos por extraños estados de ánimo que les son ajenos hasta el momento en que otro personaje entra en sus vidas. En Cumbres borrascosas ocurre mucho de eso, aunque también me gustó la última que he leído La insoportable levedad del ser del checo Milan Kundera. Es verdad que no tienen nada que ver entre sí, porque yo salto de unos temas a otros con ligereza, no poseo un criterio literario definido o un gusto concreto para las novelas. Me gustan todas aquellas que poseen algo que me enganche. Me apasionaron El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, protagonizadas por Sherlock Holmes, y Frankenstein, de Mary Shelley, y, también, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald; aunque la última versión cinematográfica de la novela, con Leonardo DiCaprio, no me acabó de llenar. Nada de lo que leo lleva a una línea determinada, soy anárquica en eso, como en tantas otras cosas. A pesar de mi trabajo estresante y metódico, me gusta la improvisación, y a veces el caos de la vida, pero al mismo tiempo, me molesta no tener mis cosas controladas. Díos mío, reconozco que soy una pura contradicción... Si (sic), Lucía, cariño, vamos a comernos unas papitas fritas de sobre pero ten mucho cuidado que no te me atragantes, eres todavía muy chiquitina. (Pág. 101)

 

La realidad sirve de referente (obvio es decirlo) para que cualquier novela sea verosímil, aunque esta sea, sobre todo, autorreferencial. Digo esto porque aunque en la novela se introducen elementos maravillosos, como la capacidad para atravesar paredes o el desdoblamiento y la capacidad de transitar entre universos paralelos, estos no tendrían por qué restarle credibilidad al relato. Si así fuera, no existiría la mitad de la literatura. El problema no es ese. Más bien, se echan de menos elementos que contrarresten la banalidad propia de la realidad transcrita, algo que hubiese justificado la novela, tanto su escritura como su lectura.

Sin comienzo ni final puede verse como un experimento, o desafío, literario en el que coexisten varios planos y personajes que se van trabando y superponiendo, con referencias a la física cuántica y sus consecuencias, que me hacen recordar a aquella novela bien trabajada y mejor narrada de Luis Junco, Entrelazamientos. No obstante, en mi opinión, esta novela de Alberto Omar Walls naufraga en su capacidad de hacerla mínimante atractiva. Su propuesta argumental es espasmódica, sus personajes carecen del menor interés y no suscitan otro sentimiento que el de una distanciada antipatía, ya sea por la intención del autor de presentarlos como personajes cómicos o simplones, ya sea por la inanidad de sus acciones. La combinación de personajes comunes y corrientes con capacidades extraordinarias no funciona en este caso: como si su vulgaridad hubiese sometido lo extraordinario y lo hubiese rebajado a su nivel.

Por otro lado, su estilo es irregular, incapaz de mantener una línea (o varias) coherentes. O que sean coherentes en una incoherencia calculada, si queremos ponernos estupendos. Uno no sabe si los clichés, frases hechas y pensamiento trillado se conforman con una caracterización de los personajes, lo que tampoco ayuda a la novela, o es esa mera facilidad al escribir, ese borbotar lingüístico que tanto he criticado. Es, como dije al principio, una obra con la que el autor parece haberse divertido, y tanta verborrea lo demuestra, pero a costa del lector, que no sabe dónde meterse para escapar de la exasperación.

No es lo mismo una novela difícil que una novela aburrida. Sin comienzo ni final no es díficil, es aburrida: nada de lo que cuenta suscita interés, y su estilo solo muestra a un escritor con voluntad de estilo en contadas ocasiones. Es difícil imaginar por qué el Sr. Omar Walls sintió la necesidad de involucrarse tan a fondo (372 páginas, repito) en un proyecto semejante, salvo, tal vez, el mero desahogo irónico o de poner por escrito sus inquietudes metafísicas. Es posible, aunque lo dudo, que al final todas las piezas se ensamblen, todos los personajes conformen un espectro cognitivamente relevante y que la historia en su conjunto nos aporte algo valioso. Que no sea para el público lector un tedioso asistir con indiferencia a las veleidades del escritor. En mi caso, renuncié en la página 139 con la sensación de haber asistido a una sucesión de escenas cognitivamente estériles y estéticamente deplorables.

CONCLUSIÓN: Una novela prescindible. Por supuesto, innecesaria. Si alguien logra terminarla, sin hacer lectura diagonal, que nos comente sus impresiones.



P.D. Una lectura con conclusiones entusiastas, de Fabio Carreiro Lago, aquí. Y otra, bastante mustia, de Eduardo García Rojas, aquí.











viernes, 20 de noviembre de 2020

'Noches de naufragios', de Fabio Carreiro Lago

 Desde la última entrada del blog, se han sucedido un montón de eventos literarios, según los medios de comunicación. Para empezar por algo, los responsables de la editorial Pre-Textos han llorado y quejádose amargamente porque el agente de la última premio Nobel de Literatura ha roto el contrato con ellos. Muchos conspicuos miembros del mundillo han hecho suyo el llanto y se han solidarizado, rasgádose las vestiduras, y tal. Otras fuentes, en cambio, dicen que bien merecida está dicha ruptura por las malas prácticas de la editorial. Vayan Vds. a saber: la verdad está ahí fuera. 

Además, los responsables del Cabildo de Gran Canaria decidieron seguir gastando el dinero del presupuesto público en las cosas de la cultura para retomar un concurso literario en recuerdo de (o tomando como excusa a) Pérez Galdós (ya les avisé en su momento de que este año nos íbamos a hartar de Galdós, de panegíricos a Galdós, de hagiógrafos/as de Galdós, de comentarios cordiales a Galdós, etc.), que se lo ha llevado, o se lo ha ganado, o se lo han dado, a Santiago Gil, un autor muy querido de este blog. Si este premio se lo ha llevado una buena novela o, en cambio, otra más de las que nos acostumbra este autor, ya lo veremos cuando la publiquen, si es que algún feliz alineamiento cósmico no lo impide.

No menos importante es el Premio Cervantes, otorgado este año al poeta Francisco Brines, quien se ha apresurado a declarar en un alarde de originalidad que lo importante no es el premio, sino "la poesía". Resulta descorazonador asistir cada año al rapto de entusiasmo del literato/a galardonado, como si el pase definitivo al Parnaso lo concediese el Ministerio de Cultura o la Casa Real. Aparte del dinerillo, que tampoco está mal, aunque no suelan reconocerlo porque, ya se sabe, la cultura es cosa del espíritu y no de la cuenta corriente.

Por otro lado, un canario ha ganado otro premio, éste del enemigo público número uno de los/as escritores/as, editoriales y librerías, que es Amazon. Curiosa paradoja, sin duda. Ya sabemos que muchas personas no solo quieren escribir, no solo quieren vivir de lo que escriben, también quieren ser famosas, y no en ese orden. Cuando no haya librerías y todo lo venda Amazon, ya nos lamentaremos. También, como curiosidad, la antigua Viceconsejera de Cultura del Gobierno de Canarias, Dulce Xerach, que, además de escribir artículos bastante simplones sobre arquitectura en el cuadernillo cultural de La Provincia, escribe novelas policiacas, ha conseguido, por decirlo así, que una de ellas se haya convertido en cómic de la mano del "artista" Nebras Turdiade. Los medios de comunicación lo han considerado noticia, supongo que por lo original de la iniciativa.

Por último, se ha celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, un festival (otro) de novela negra titulado LPA Confidencial, dirigido por Mayte Martín, conocida en este blog por su deplorable novela La espiral del silencio. En este festival también participan otros autores reseñados en este blog como Alexis Ravelo, Leandro Pinto o Christian Santana, por ejemplo. Espero que a todos/as les haya ido muy bien, hayan pronunciado sesudos discursos aderezados con el oportuno chiste y que disfruten de las mieles de lo que sea que les depare el destino.

No me pregunten por qué me ha dado hoy por hacer de agenda cultural a posteriori...



En otro orden de cosas, es decir, la reseña que tanto tiempo llevan esperando, el turno le toca hoy al conjunto de relatos denominado Noches de naufragios, de Fabio Carreiro Lago, que un día vive en Tenerife, otro pernocta en Gran Canaria y otro tercero trabaja en Lanzarote: nuestro Gulliver local. No sabría decirles cómo llegué hasta él, aparte de que figura en el catálogo de la conocida editorial Baile del Sol, tan pródiga en publicaciones. El caso es que aquí estamos.

Pues bien, Noche de naufragios consta de cinco cuentos de variado interés y calidad. Los dos primeros no están nada mal, aceptablemente bien escritos, sin las habituales frases hechas ni tampoco los recurrentes cantos al yo lírico-filosófico del autor de turno. Además, los dos cuentos se leen bien, con una notable capacidad para sumergirnos en la geografía que, sin caer en la falacia patética, le otorga un contexto apropiado a lo narrado. Podría achacársele, no obstante, así al menos lo percibo yo, un deseo espurio por cierto efectismo argumental que en vez de conseguir un efecto catártico hace previsible el desenlace de los relatos. En el primero, El ángel del hogar, esto se hace evidente, debido a su brevedad, enseguida. En el segundo de ellos, más interesante, El naufragio de los sueños, cierto giro narrativo no necesario, casi al final, estropea, a mi juicio, una magnífica historia, que parte del tópico quesadiano del inglés/inglesa que viene a parar, en soledad, por esas cosas de la vida, a Canarias. 

En cambio, el tercer relato, La llave, a pesar de su inicio prometedor, se vuelve aburrido: la historia de la anciana sumida en el deterioro físico y mental, paralelo a la ruina de su caserón es, perdonen la fácil imagen, igual a la decadencia de la historia. La historia se vuelve plomiza por momentos para culminar en una relación psicológicamente desacertada de las lecturas de juventud de la protagonista, que se vuelve de lo más lúcida cuando hasta entonces habíamos contemplado y conocido a una mujer senil que confundía a unos trabajadores sociales con ángeles, que tenía basura por doquier y dejaba a las palomas volando a sus anchas dentro de su casa. Un relato fallido que merecería una revisión.

Además, se deja ver, en ciernes, una tendencia que luego se acentuaría en los restantes relatos, sobre todo en el cuarto (Cielo de verano) a ese defecto del que hemos dado cuenta en otras ocasiones: adjetivos y adverbios que se escriben solos, alegres compañeros de francachelas con sus compadres los sustantivos y verbos. Este cuarto relato, además, pretende ser una suerte de revisión amorosa de una pareja con aires existencialistas de indudable pobreza que se plasman en frases tan decepcionantes como "la vida es una carretera llena de curvas". Igualmente, esa mezcla de resentimiento sentimental con la lucha por el patrimonio arqueológico local no marida bien. Observo, además, una caída en el nivel de variedad léxica, como si aquella riqueza de los primeros cuentos se hubiera agotado.

El último relato, Hacia la isla, resulta interesante por lo que plantea, pero recae en los defectos ya aludidos de las malas compañías sustantivo-adjetivo y verbo-adverbio, tales como "mirada inquisitiva", "visitante inesperado", "miró arrobada", "besó galante" o comparaciones manoseadas como "cuello largo y delicado como un cisne", etc. Cierta pereza mental, tal vez, o dificultad en el despliegue de la capacidad lingüística del autor, quién sabe. Un cuento más trabajado hubiera pulido esos defectos y resaltado las virtudes. A pesar de todo esto, vale la pena leerlo, sobre todo por su potencialidad. Tal como está, podría complacer a un profesor de taller literario, pero nada más.

EN DEFINITIVA, me interesa el autor del segundo relato, y del último. Si aplica trabajo y reflexión a su quehacer literario, se puede concebir la esperanza de que pueda escribir una obra que valga la pena. Mimbres parece tener.


P.D. No menciono las erratas porque esa es tarea de la editorial.