Ya estamos aquí, después de casi un mes de ausencia. Un descanso que ha venido bien para abordar lecturas nuevas y, digo yo, vivir en general algo más relajado. Las fiestas navideñas, aparte de lo mucho o poco que a uno le gusten, tienen como corolario en España la entrega a otras personas de regalos, normalmente (salvo excepciones hechas a mano por el/la propio/a regalador/a) productos manufacturados. Entre ellos, están, como habran podido imaginar, los libros de cualquier género, condición, tapa y grosor.
He leído que se han celebrado unas cuantas presentaciones de novedades editoriales, que es otra forma de decir que han publicado libros nuevos. Por ejemplo, Traficante de historias, de Juan R. Tramunt o Cautiva del tiempo, de Silvia R. Court, que, ya lo adelanto, serán objeto de análisis en este blog. Ha habido más, pero ya saben que la agenda de actos se la dejamos a los medios de comunicación, que, en materia cultural, poco más saben hacer.
En otro orden de cosas, me ha resultado llamativo, quizá como síntoma, que Pablo Alemán, poeta laureado y repentinamente consciente de sí mismo, poco dado a expresar opiniones polémicas en público (y me atrevo a imaginar que tampoco en privado), cargase contra los periódicos locales (eso sí, sólo con un breve comentario en Facebook) porque éstos no incluyeran Un cosmos de raíces (obra premiada en el Pedro García Cabrera de 2020) en la lista de resumen del año.
A lo que Silvia R. Court, cuyo libro sí había salido en esa lista, respondió, también en esa red social:
-¿Qué tal, Juanvi?
-Oh papá, ¿qué haces aquí a oscuras?
-¿Qué tal se siente uno con veintitantos años ya?
-¿Te acordaste? Pues mira... ni fú ni fá y con este tiempo no podré ir a ningún lado a celebrarlo. Así que me conformaré hoy con un café con leche y un bocata de jamón con tomate y me subiré a ponerme al ordenador, sino (sic) es que se va la luz.
-Tú y yo llevamos tiempo que debíamos haber hablado, ¿no?
-Ya, papá, pero... ¿precisamente ahora? ¿No estás algo cansado? Se te ve con ojeras, un poco demacradillo sí que estás. El trabajo y los años, ¿no?, aunque las sienes plateadas te sientan muy bien. Te hace atractivo.
-¡Déjate de tontadas! ¡Los años son los años y ya está! Y para hablar, mejor momento no habrá. Yo estoy aquí y tampoco voy a salir en media hora, tú parece que tienes todo el tiempo del mundo y seguro que esta tarde solitaria nadie nos va a interrumpir.
-¿Pero no tenías otro momento mejor durante todo este tiempo que hoy? ¿Precisamente en mi cumple?
-Hombre, que estoy liado más que una persiana. No me busques la lengua, Juanvi... (...) (Págs. 29-30)
Del susto salta fuera de la cama. Se acerca lentamente a esa cara aún sin cuerpo, pues se halla tapado por el edredón, y descubre que es la de Carlos, al parecer profundamente dormido. Sale para el baño, cierra con llave y grita de pavor:
- ¡¿Mi exnovio en mi camaaaaa?! ¿Es que ha dormido conmigo esta noche, aquíííí, Carlos?
Sin pensárselo se mete debajo de la ducha y abre el agua fría. Le da lo mismo que sea el agua de La Laguna en pleno invierno, tiene que acabar ahí mismo con esa pesadilla.
Recuperada, y con la máxima aceleración, se seca, se sienta en la taza del retrete, echa una tercera meada rápida pues la segunda fue en la misma ducha, luego, con sigilo se acerca a la cama y comprueba que no se había equivocado.
Cierra la puerta de la habitación y se va a la cocina. Calienta en el microondas un café del día anterior. Se sienta en la banqueta y, mientras se bebe el café amargo y caliente a sorbos, va hilando en su moviola mental el conjunto de imágenes que en las veinticuatro horas pasadas hicieron posible que en la cama de ahí al lado estuviera acostado el hombre que la dejó plantada ante el altar. (Págs. 91-92).
-En medio de esta paz me renace el mono de leer... No entiendo ir a la playa sin una lectura que te transporte mentalmente a otro lugar. Aunque el mar posea todos los encantos para estimular la imaginación, para mí son inspiraciones diferentes. Me entusiasma sentir en las novelas cuando se crean las tensiones y los personajes se ven sometidos a fuerzas ocultas o que desconocen. Y se sienten poseídos por extraños estados de ánimo que les son ajenos hasta el momento en que otro personaje entra en sus vidas. En Cumbres borrascosas ocurre mucho de eso, aunque también me gustó la última que he leído La insoportable levedad del ser del checo Milan Kundera. Es verdad que no tienen nada que ver entre sí, porque yo salto de unos temas a otros con ligereza, no poseo un criterio literario definido o un gusto concreto para las novelas. Me gustan todas aquellas que poseen algo que me enganche. Me apasionaron El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, protagonizadas por Sherlock Holmes, y Frankenstein, de Mary Shelley, y, también, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald; aunque la última versión cinematográfica de la novela, con Leonardo DiCaprio, no me acabó de llenar. Nada de lo que leo lleva a una línea determinada, soy anárquica en eso, como en tantas otras cosas. A pesar de mi trabajo estresante y metódico, me gusta la improvisación, y a veces el caos de la vida, pero al mismo tiempo, me molesta no tener mis cosas controladas. Díos mío, reconozco que soy una pura contradicción... Si (sic), Lucía, cariño, vamos a comernos unas papitas fritas de sobre pero ten mucho cuidado que no te me atragantes, eres todavía muy chiquitina. (Pág. 101)