miércoles, 15 de diciembre de 2021

Lo mejor y lo peor del Polillas en 2021

Este quince de diciembre debería sonar como el "Recuerden el 5 de noviembre" de la película V de Vendetta: una fecha con atmósfera explosiva, cargada de presagios, como suele decirse, cuando las expectativas están alimentadas con el temor a lo posible y el júbilo por la sorpresa. Un 15 de diciembre que marca el último artículo de Polillas al anochecer y el programa homónimo de Radio Guiniguada de 2021. Volveré, volverán, volveremos, en enero.

Que no se diga que no nos hemos esforzado por cambiar, aunque sea de manera mínima, casi meramente testimonial, el ambiente complaciente, a la vez que mezquino, del mundillo literario y editorial de Canarias. No será por falta de objetivos y de aspiraciones, por desmesurados que parezcan para nuestras posibilidades, que se basan simplemente en exponer y argumentar, con lo que, de vez en cuando, nos alcanza para convencer. Cierto es que la mayoría de los vicios y defectos son de naturaleza estructural, por lo que es poco probable, salvo un gran cambio en varios órdenes sociales, que la forma de presentar la literatura (y la cultura, entendida como el orden artístico) en las Islas (y en España) cambie de manera radical.

Sin embargo, como siempre, algo de espacio existe para la acción personal, para decantarse por una manera de estar en el mundo que no consista sólo en halagar al poderoso y en pisar al infeliz, en presentarse a los demás como un objeto entre objetos, como una calculadora de intereses. En fin, aspiremos a ser algo mejores, éticamente hablando. Total, por desear... ¿No habíamos convenido que el arte era "hijo de la libertad"?


En lo que comienza a ser una pequeña tradición, así quedan las listas de Polillas al anochecer:


Mejores novelas leídas en 2021

-Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori.

-Existiríamos el mar, de Belén Gopegui.

-El viaje de las palabras, de Clara Usón.

-La hijuela, de Marcos Hormiga.

-Cuentos de otoño, de Agustín Díaz Pacheco.

-Desde la línea, de Joseph Ponthus.


Como ya he señalado en otras ocasiones, establecer una jerarquía es difícil, sobre todo cuando se trata de sopesar las virtudes de varias novelas tan distintas. No obstante, tengo claro que la obra de Rezzori está un escaloncito por encima de las demás. Llámenlo capricho personal. Por lo demás, ha sido un descubrimiento para mí Clara Usón. Habrá que leer alguna otra novela de esta autora. Agustín Díaz Pacheco cuenta con una larga trayectoria literaria, y a juzgar por la mayoría de los cuentos que se ofrecen en esta obra, quizás su conocimiento por el público debería ser más amplio. Otro descubrimiento narrativo ha sido la novela de Marcos Hormiga, sin duda. Estos autores, junto con Luis Junco, Juan R. Tramunt o Anelio Rodríguez Concepción, entre otros/as (seguro que he olvidado mencionar a alguien importantísimo, perdónenme) representan para mí la literatura en/de Canarias que debería perdurar, por muy poco mediáticos que sean. Ahí veo yo auténticas vetas de arte literario.  


                                   






Peores novelas leídas en 2021

-El Salón de los Espejos Mudos, de Sergio Constán.

-El informe Silvana, de Sabas Martín.

-De un país en llamas, Javier Hernández Velázquez.

-Mediodía eterno, de Santiago Gil.

-Alma reglamentaria, de Alexis Hernández Benítez.


Con la misma incapacidad de establecer una jerarquía, estas novelas tienen en común ser muy deficientes en numerosos aspectos, que ya hemos tratado en las reseñas correspondientes. Eso sí, podemos comentar diferentes aspectos de cada una de ellas. Por ejemplo, la particularidad de la novela de Sergio Constán es que fue la ganadora de un concurso literario. Si una novela tan insoportable hizo que le dieran un premio a su autor, no es de extrañar que muchos/as escritores/as alberguen fantasías descabelladas de fama y prestigio. La de Sabas Martín mostraba asomos de que el autor es capaz de escribir algo con sentido, pero por alguna razón esos destellos quedaron opacados bajo una prosa que en su mayor parte era deleznable. De Javier Hernández Velázquez, leí todo tipo de elogios, que, al menos en este caso, se demostraron infundados. Creo difícil escribir algo de peor calidad. Se demuestra, una vez más, que el encomio desmedido y el buenrollismo cultural no valen para nada. A Alexis Hernández le oí decir que esta obra le había llevado varios años: solo espero que no vuelva a gastar su esfuerzo en desempeños semejantes. De la de Santiago Gil ya di cuenta en su momento. Nada hay que añadir a un escritor que rueda cuesta abajo, cada vez que puede, por las barranqueras de la cursilería y que, en mi opinión, es víctima de su relevancia en el mundillo literario grancanario.

Por último, y no menos importante, y que sirve para comprobar el nivel de la cultura en el plano literario, hago una breve mención a los reseñadores que más se han prodigado. Antes, hay que decir que, dado el difuminamiento progresivo del cuadernillo cultural de La Provincia y El Día y su desaparición en Canarias7, casi no hay reseñas literarias que merezcan ese nombre. Citemos a Victoriano Santana Sanjurjo, que perpetra sus húmedos artículos esporádicamente en aquel cuadernillo, y a Felipe Landín, que ha publicado alguna reseña extra almibarada en el Canarias7. Aparte, Eduardo Rojas coordina un suplemento en el Diario de Avisos y cuenta con la página en Internet de El escobillón. Se le nota cómodo: cualquiera lo imaginaría escribiendo sus cosas en batín y zapatillas, y sentado sobre un cojincito. A veces se irrita contra algún político o algún nombramiento, pero, la mayor parte del tiempo, el mundillo cultural y las novedades literarias le parecen bien, y se le nota.

Respecto de los dos primeros, sirven como ejemplo de la crítica literaria en Canarias, que no es crítica y apenas literaria. Ante los ojos de ambos, se despliegan novelas a cuál más magnífica y consideran que los/as autores/as son a cuál más excepcional porque Canarias está llena de talento, mucho talento, muchísimo talento, tanto que no hay papel en el mundo presente ni futuro en el que imprimir tanta obra maestra. Todo es maravilla, hermosura, belleza, levitación, espuma y pompas de jabón que se elevan hasta el Parnaso y más allá. Su único futuro, claro está, será dejar tras de sí un rastro de lectores estafados, indignados, desengañados y, probablemente, con orzuelos porque no hay ojos que resistan tanto disparate.  

Para ofrecer un bosquejo de solución (un saludo a Ricardo Pérez), si yo fuera el propietario de un medio o el director (si este pudiera hacer algo por cuenta propia), renovaría por completo el suplemento o la sección, en su caso. Nada de "saludos" a la obra nueva, nada de confundir el fomento de la cultura con la amistad de tal escritor o de tal editora. Acabaría con las entrevistas estereotipadas, esas en que se le pregunta al autor o autora qué hay de biográfico en su novela, si escribe con bolígrafo o a ordenador, qué opina de los niveles de lectura, etc. Los/as colaboradores/as cobrarían por su trabajo (ningún suplemento ni ninguna página web pueden plantearse desafíos importantes solo a base de entusiasmo, que, por lo demás, se desvanece pronto) y, por tanto, se les exigiría, en este orden, honradez, complejidad y erudición. El medio, además, pagaría la asistencia al espectáculo: ni entradas gratuitas ni pases VIP. Ese espacio, además, no sería agenda de actos culturales, artísticos o de espectáculos proveídos por las instituciones públicas o privadas ni sería mera página para las notas de prensa de turno. Tampoco debería ser plataforma publicitaria encubierta de otra empresa (el habitual ejemplo de un periódico y una editorial que pertenecen al mismo grupo empresarial)

Asimismo, en papel la periodicidad puede ser mensual o, idealmente, semanal. En una página web, la renovación de los contenidos se revela como crucial, con esa misma periodicidad. Revistas que parecen seguir funcionando aún como Trasdemar o La Salamandra Ebria revelan a las claras las insuficiencias del voluntarismo como método de trabajo, y las fechas de los artículos son reveladoras de tales carencias.

Sería reflexión crítica, con un punto dadá y algo de mala leche. De tal modo que aspire a convertirse en una referencia cultural y popular, es decir, que, a pesar de su especialización, sea también motivo de comentario ciudadano generalizado e intergeneracional, por difícil que parezca. Si tenemos claro que los periódicos en general son negocios ruinosos, un poco de valentía tal vez les serviría para recuperar algo de prestigio, por inconcebible que suene. Con respecto a los programas culturales de radio y TV, lo poco que he oído y visto adolece de los mismos vicios que la prensa.

Además, creo que lo ideal para el público lector sería no disponer de un solo suplemento o espacio como el que describo, sino de varios, quizá dos por provincia. Otra cosa es que en Canarias dispongamos de un público lector que hiciera posible la sostenibilidad de proyectos semejantes. ¿Cuántos/as lectores/as hay en Canarias? ¿Cuántos/as compran más de un libro al mes? ¿Cuántos hay interesados en arte? ¿Cuántos/as pagarían por leer ese suplemento o revista cultural? La clave está en la suscripción de los/las lectores porque si se depende de la publicidad privada, se corre el riesgo de que los principales anunciantes presionen para que se publique a favor de sus intereses (o al menos, para que no se publique en contra); si se depende de subvención institucional, más o menos lo mismo. 


En fin, para no acabar este artículo con un sabor amargo, les propongo también los siguientes libros de no ficción, algunos ya comentados:


Lista de la no-ficción o de sí-todolodemás

1) La política contra el EstadoSobre la política de parte, de Emmanuel Rodríguez López.

2) La fuerza de los débiles, de Amador Fernández-Savater (Akal).

3) Los pocos y los mejores, de José Luis Moreno Pestaña (Akal).

4) El escritor que compró su propio librode Juan Carlos Rodríguez (Debate). 

5) La norma literariade Juan Carlos Rodríguez (Debate).

6) La literatura del pobrede Juan Carlos Rodríguez (Comares).

7) Tras la muerte del aura, de Juan Carlos Rodríguez (Universidad de Granada).

8) La cena de los notables, de Constantino Bértolo (Periférica).

9) ¿Quiénes somos?, de Constantino Bértolo (Periférica).

10) La crisis de la utopía, de Luciano Canfora (Anagrama).

11) Ethos y Polis, de Salvador Mas Torres.

12) Malos nuevos tiempos, de Hal Foster (Akal).

13) Miradas políticas en el país de las fantasías, de Yayo Aznar Almazán (Akal).

14) El Estado contra la democracia, de David Graeber (Errata Naturae; traducción de David Muñoz Mateos).

15) El derecho a la pereza, de Paul Lafargue (Maia ediciones; traducción de Javier Alvarado).

16) Del Arte y su obsolescencia, de Alberto Adsuara (Casimiro Libros).

17) Breve introducción a la teoría literaria, de Jonathan Culler (Austral; traducción de Gonzalo García).

18) Gastos, disgustos y tiempo perdido, de Rafael Sánchez Ferlosio (Penguin Random House)

19) ¿Tiene futuro el capitalismo?, VV.AA (Siglo XXI; traducción de Bertha Ruiz de la Concha)

20) La domesticación del arte, de Laurent Cauwel (Incorpore; traducción de Juan-Francisco Silvente).

21) Pensar la imagen, VV.AA (Ediciones/Metales Pesados).

22) Supervivencia de las luciérnagas, de Georges Didi-Huberman (Abada; traducción de Juan Calatrava).

23) La cámara lúcida, de Roland Barthes (Paidós; traducción de Joaquim Sala-Sanahuja.

24) Discurso sobre el horror en el arte, de Paul Virilio y Enrico Baj (Casimiro Libros; traducción de Giulio Scafa).

25) Lo que no se ve, de César Barrio (Archivos Vola).

26) El abuso de la belleza, de Arthur C. Danto (Paidós; traducción de Carles Roche).



P.D. A posteriori, echo en falta la presencia de escritoras canarias (o residentes). Procuraré que no ocurra lo mismo en 2022.

P.D. Otra lista, que todo/a lector/a debería tener en cuenta, aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA



jueves, 2 de diciembre de 2021

'El Salón de los Espejos Mudos', de Sergio Constán

Llevamos ya una temporada tocando el dichoso asunto de los premios literarios. Me atrevería a decir que la cultura española no se concibe sin ellos, y que la mayoría de la producción amateur, ese humus del que deberían brotar los escasos brotes de talento y creatividad, está meditada en función del ingente calendario de convocatorias por toda España, y sin descartar al resto de países de habla castellana.

En lo que a nosotros respecta (a Vds., público lector de este blog, y a mí), hace un par de meses, y coincidiendo con el primer programa del Polillas en Radio Guiniguada, sometimos a disección la novela Mediodía eterno, de Santiago Gil, que había resultado ganadora del Premio Benito Pérez Galdós (Cabildo de Gran Canaria). Anteriormente, hace unos años, Vs. de Sergio Barreto, Premio Benito Pérez Armas de 2016. Entiendo (a nadie se le escapa) que la concesión de un premio literario de cierta raigambre y con alguna proyección en los medios de comunicación proporciona una saliencia, una llamada de atención al público, es decir, una publicidad, en suma, que la hace destacar de toda la miríada de publicaciones, ya sean novedades o reediciones, que se ofrece al público cada año. Esto provoca, sin duda, que capte la atención hasta del crítico que más iconoclasta se presuma, que menos crea sentirse influido por las alharacas y jaculatorias en las atalayas mediáticas y de las maquinaciones del mundillo editorial-empresarial.

Por otro lado, cada día estoy más convencido de que no sentimos la lástima que merecen los miembros de un tribunal o jurado literario. Dando por sentado que ese concurso literario no está motivado por razones espurias ni que sus jueces o juezas estén aleccionados, es decir, que el certamen tenga intenciones nobles y honrada sea su decisión, la tarea de leer esas narraciones se me antoja agónica, angustiosa y cruel. Agónica por leer tanta obra bisoña, angustiosa por la expectativa de que la siguiente sea igual y cruel por la decisión de eliminarla sin contemplaciones.

Ahora lo entenderán todo:





Viene esto por las sensaciones, que transformaré en argumentos, que me ha suscitado la novela ganadora del XX Premio de Novela Benito Pérez Armas (que, en contra de lo que asegura la periodista Amalia García-Alcalde en su entrevista al autor en 20 de noviembre, está lejos de ser "marchamo de calidad"). Si El Salón de los Espejos Mudos, de Sergio Constán, ha obtenido el galardón, no me imagino lo malas que habrán debido de ser todas esas novelas descartadas. Ignoro si la decisión del jurado ha sido sencilla o, por esta misma razón, todo lo contrario. El embotamiento de las facultades mentales no puede haber sido sino pavoroso, me atrevo a escribir que cercano al desquiciamiento. No sé cómo puede uno salir incólume del trance de establecer una jerarquía en la que esta novela resultase ser la mejor.

En efecto, El Salón de los Espejos Mudos, trae consigo toda la panoplia de una novela deficiente en el plano estilístico, sin que el argumento resulte un prodigio de originalidad, ni mucho menos. Tenemos, y resumiré para no aburrirlos/as, el primer mandamiento de todo escritor primerizo (o incapaz de aprender): ningún sustantivo sin su adjetivo, ningún verbo sin su adverbio, ningún adjetivo sin su previo adverbio en -mente. El segundo, es la de ofrecernos un protagonista pedante e insufrible, que se regodea en sí mismo, borracho de pretenciosidad. El tercero: diálogos impostados, que se conciben como un despliegue de ingenio y cuyo resultado suele ser la grima. Cuarto: la exhibición de atrocidades. Es decir, el despliegue de una supuesta cultura, del narrador interpuesto por el protagonista, de tal manera que no es sino vanidad sin ambages, jactancia sin pudor.


Lisboa podía habérseme venido abajo de golpe y porrazo en lo que de ciudad adorable había representado siempre para mí, de no ser por la asistencia amable de un neoyorquino con oportunos pañuelillos de papel y de una de esas fuentes redondas al pie del castillo, de las que espero, por San Jorge, que no fueran antes blancos escogidos para las deyecciones aéreas. El nombre del sujeto americano: Mike Peluse. Su padre (y el esclarecedor porqué de su apellido): un napolitano emigrado en el año cuarenta. Su aspecto: el de un turista con tragedia vital a cuestas. Virtudes de inmediata detección: un abnegado sentido del auxilio y un imperturbable carácter para limpiar, con sus propias manos, ajenas cabezas humilladas desde el cielo. La mía, si ir más lejos. 

-No sé como agradecerle su atención. Ha sido usted verdaderamente amable. 

Todo ello lo pronuncié con ese inglés, tan inequívocamente español, que acostumbro a exportar por estos mundos de Dios. Aquel ángel de la guarda en vaqueros y camiseta con cita literaria movía la cabeza con modestia, pero no se decidía aún a abrir la boca. Sí que me habló, también en inglés, la frase de Confucio serigrafiada en algodón: "Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro". Creo que ninguna sentencia ha sido tan determinante para mí como aquel pensamiento del sabio de Lu. (Pág.s 12-13)


Durante el plácido trayecto que nos llevó de Alfama al Café Nicola, en la praça do Rossio, Peluse me habló de sí mismo. Acababa de cumplir treinta y dos años. Llevaba pocos días en la capital, con el objeto de visitar una exposición sobre papiroflexia, origami, como dicen los japoneses. Me sonaba aquello demasiado extraño, a cuento chino o, más apropiadamente, japonés, pero un cartel que anunciaba la muestra no distaba dos metros de nuestra mesa, corroborando su afirmación. 

-Dois cafés pingados, se faz favor. 

-Vaya, un americano que domina el francés y se defiende a las mil maravillas en portugués -le dije en presencia del camarero-. Debo de estar ante un verdadero políglota. 

-No exagere, por favor. Llevo conmigo un diccionario de portugués, uno de esos que se compran por unos pocos escudos en el aeropuerto, y en situaciones como esta intento poner en práctica tres o cuatro expresiones mal aprendidas. Hablo alemán, eso sí, y algo de ruso... No se sorprenda. Ya conoce usted aquella frase de no sé que compatriota suyo: "Hay quienes son tontos en varios idiomas". 

Añadió una sonora carcajada y sacó de un bolsillo de los tejanos, su pequeño diccionario de aeropuerto (...). (Pág. 16)


El tren llegó a París con puntualidad británica. Julián Soto, el único pasajero sin bártulos en aquel vagón, se despidió de mí afectuosamente y se apeó con la agilidad de un gamo. Por un instante tuve la impresión de que el encuentro con aquel raro sujeto no había sido tal, sino una invención de mi mente, testada durante alguna de las cabezadas que conseguí dar a lo largo del trayecto. Poco importaba. Desde la ventanilla podía reconocer a Alfredo y a Rosa, aguardando mi llegada en el andén, siempre solícitos y atentos. Bajé tan rápido como pude, nervioso y estremecido ante el inminente reencuentro. Casi no tuve tiempo de soltar la maleta cuando me fundí en un abrazo emocionado con mi admirable amigo, al que se sumó Rosa unos segundos después, respetando siempre los tiempos que establecen las rigurosas jerarquías de la amistad.  

-¡No es posible!- exclamé con lágrimas en los ojos-. No es posible que estemos aquí y ahora, mis queridos amigos. 

Alfredo me sujetó las mejillas con las manos y se dirigió a mí con esa elocuencia suya que tanto lo distinguía: 

-Querido Arturo, no solo es posible, sino que es enteramente real. Bienvenido a París y bienvenido al siguiente capítulo de nuestra larga amistad. 

Rosa me tomó del brazo y Alfredo se ocupó de mi maleta. (Págs. 33-34) 


-Tu amiga es una mujer hermosa, a pesar de sus años, e interesante. Excelente conversadora, debo admitir; tanto, probablmente, como experimentada fabuladora. 

-¿Fabuladora? 

-Sí, eso me temo. Desgranó una biografía demasiado diletante como para ser cierta: viuda de un célebre anticuario francés (millonario, por más señas), reconocida marchante de arte, melómana de altos vuelos... Bueno, esto último no podré ponerlo en duda, teniéndote a ti como amigo. Pero es que me dijo incluso que llegó a tener su propia tertulia. 

-¡Ah, los famosos miércoles de la Pelletier! Hace ya algunos años de eso. Con Jean Paul aún vivo, pasó por su casa del barrio de Passy lo más granado del mundo intelectual europeo de los sesenta, y de buena parte de los setenta. No imaginas con quién podía toparse uno allí, en aquel salón exquisito, cualquiera de aquellos miércoles irrepetibles. (Pág. 43)


Así es todo el tiempo, y si en algún momento ya no lo notan, no es él, son Vds., que han perdido ya la sensibilidad o se han dado a la bebida.

En fin, el argumento se construye sobre la base de un misterio sin resolver que lleva al personaje de Lisboa a París con el cebo de una representación de ópera cuya estrella es un amigo suyo, Alfredo Kraus. Ésta, la ópera, es la modalidad artística favorita del protagonista, Arturo. Es más, una representación operística representó el mejor día de su vida, nada más y nada menos. Es por esto que no debería extrañarnos que el cebo funcione, que de todo hay en este mundo. Por supuesto, el protagonista está libre de ataduras económicas porque acaba de vender la empresa de su padre y puede cultivar el diletantismo de lo que quiera y por donde quiera. Hay asesinatos del pasado sin resolver y una cueva muy profunda y misteriosa. También hay una historia dentro de la historia para que pueda escribirse que esta obra tiene "una estructura novelística como la del juego de muñecas rusas". Me falta lo de novela caleidoscópica, pero ya se le ocurrirá a alguien.

Debo de advertirles, como siempre hago en estas renuncias, que fui incapaz de acabar la novela. La dejé en la página 198, pero mi impresión había sido ya devastada en la temprana página 50, cuando me planteé por primera vez abandonarla. Así, a trompicones y a empujones llegué a los 2/3, pero, francamente, no le vi el sentido a proseguir con una lectura tan insatisfactoria, que me recordó otras experiencias casi tan deplorables, como La ternura del caníbal, de Víctor Álamo de la Rosa, La espiral del silencio, de Mayte Martín o con la que estilísticamente tiene un espectral e inquietante aire de familia, El tren delantero, de Emilio García Déniz (el trío glorioso). Hay familias en las que no se querría haber nacido.

EN DEFINITIVA: El Salón de los Espejos Mudos es una novela execrable, de nulo interés, que no merece más comentarios. Pasen de largo.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA





jueves, 25 de noviembre de 2021

'La hijuela', de Marcos Hormiga

Es una época bonita esta del último trimestre del año: el otoño, las hojas caídas de los árboles, las primeras lluvias, la melancolía juvenil, la crisis de la madurez... Pero, sobre todo, porque se fallan premios literarios de todo tipo por toda España (desde el de más relumbrón hasta el más modesto, en la capital del reino o en el pueblo más remoto). Ya saben que si se lo dan (o lo gana) a algún/a autor/a de Canarias (o residente) nos tenemos que echar colonia, poner el traje de domingo, hacer ruido con las cacerolas y soltar globos en la plaza más cercana, de puro gozo conciudadano cuando no de éxtasis patrio porque es de los/as nuestros/as; y, lo que más nos interesa, se presenta mucho libro, muchísimo. Se acerca el inevitable fin del año y las fechas de regalar. Y cuando no se sabe qué regalar, se regalan libros. Es el sector del libro el más afortunado por ser el más ninguneado. Es decir, nadie piensa en comprar un libro como primera opción (salvo nosotros, minoría selecta y exquisita, claro está) pero todo el mundo recurre a esta opción en momentos de desesperación, ya sea el 23 de diciembre o el 4 de enero, ya antes de cualquier cumpleaños. 

También me he asombrado (infinita capacidad la mía, por lo que se ve, de sentir asombro) de cuánta velada poética se ha organizado estos últimos meses. Ya sé que revelo mi ignorancia, tal vez mi zafiedad, con lo que escribo a continuación, pero casi no imagino lugar menos propicio para pasar un rato ameno o interesante que largarme un recital de poesía, así, por las buenas. Salvo que fuera uno de Bukowski, claro, o de Leopoldo María Panero. Será que carezco de paciencia o que estoy totalmente subyugado por la sociedad del espectáculo. Dudo que, por lo mismo, se convierta en afición de las masas. Pero, quizá por el prestigio de eso que se llama cultura, montar un sarao a cuenta de poemas y poetas salga barato y su organización no resulte muy complicada. Además de que, por lo común, estas veladas no implican crítica social o política de un cariz tal que le ponga los pelos de punta al concejal de turno. Me pregunto: ¿Existe algún/a no-poeta que vaya a una velada poética? ¿Sin que sea a la fuerza?

En cuanto a las presentaciones, conocen mi postura: prefiero besarme a mí mismo que ver besarse a dos desconocidos encantados de haberse conocido mientras levitan hablando de literatura ("o argo así"). Ya conté mi experiencia hace unos años con un aspirante a escritor que, después del ritual de paso y las genuflexiones oportunas, se sintió, por fin, imbuido de aquella condición de artista (y dejó de dirigirme la palabra, por cierto). Además, qué pinta el crítico ahí. A mí, si me invitan a algo, que sea a una paella.

Y ahora, la novela, que tiene su historia. O sea, historia al cuadrado.




La hijuela tiene una historia previa. La historia de cómo llegó aquí. Es justo que lo explique porque Vds., público lector, requieren, al menos en este caso, de contexto. 

Su autor, Marcos Hormiga confirma una excepción: sé quién es. Ya saben que me precio de no conocer en persona a casi nadie del mundillo literario. Marcos Hormiga es una de ésas. No es que seamos amigos del dominó o de la baraja, o que vayamos a pedalear juntos por parajes idílicos, no. Les explico: a Marcos lo conocí hace casi dos décadas en unos cursos de doctorado. Años más tarde, me di cuenta de que éramos vecinos del barrio, y alguna vez nos hemos encontrado por la calle, con gran batir de palmas y alzamiento de cejas. Gracias a él descubrí el siguiente dicho: "Detrás de cada mato, salta un conejo" porque en una de estas yo descubrí que él era poeta y él, que yo me dedicaba a la crítica literaria maledicente. En otra ocasión, me confesó que estaba escribiendo una novela. Hasta aquí nada que les debiera importar. 

Sin embargo, hace dos meses me escribió invitándome a una presentación (crujir de huesos, rechinar de dientes) de esa novela y pidiéndome que la sometiera "sin papas en la boca" a mi crítica. También, supongo que sin ánimo manipulador, se ofreció a entregarme un ejemplar. Le respondí, como ya imaginarán, que mejor me compraba yo la novela. Cito literalmente mi respuesta: "Así, si finalmente decido escribir una crítica, me sentiré más libre para expresarme porque al fin y al cabo me habré gastado mi dinero". Y aquí estamos. Vayamos a ella.

El argumento de La hijuela consiste en la historia de un asesinato real, la de un caciquillo de Fuerteventura en 1941. Pero, sobre todo, la del padecimiento y desventuras de los sospechosos, los varones de una familia vecina, sometidos primero a las torturas de la Guardia Civil y posteriormente sometidos a la disciplina militar (uno de ellos era soldado). Es evidente que el trato infligido se debía a la condición social de los sospechosos, miembros de una paupérrima familia de campesinos. Es por ello que en absoluto me parece una novela negra, aun con el elemento criminal, al que, además, solo se le presta la atención imprescindible. Más bien, la tomo como una novela social, por la presentación y ejercicio de las condiciones materiales de vida de las clases dominantes frente a la de las humildes y dominadas. 

Comencemos por lo negativo: la novela comienza mal: un personaje, que luego sabremos que es don Antonio, hace mil cosas a cual más nimia y poco relevante: "Se desperezó, lavó la cara en el palanganero y se afeitó cuidadosamente", "Estuvo cruzado de brazos largo rato hasta que bajó a desayunar", "Acabó con la aguachirri y subió de nuevo a su habitación de la segunda planta, vertió lo que quedaba del aguamanil en la palangana, se enjuagó las manos, estilizó el bigote, y antes de las ocho, tomó la calle". Después, que si cruzó el puente, que si bajó hasta una plazoleta, que si caminó, que si llegó, etc., una minuciosidad injustificada que parecería que nos notificaba la presencia de un escritor bisoño. Además, el término maúro aparecía recogido sin tilde: "mauro". Un maúro ya saben lo que es, un mauro es, según la RAE,  "natural de la antigua región de Mauritania". Un par de páginas después, tanto adverbio seguido acabado en -mente me molestaba. Mal empezamos, me dije.

Asimismo, nos topamos con una conjunción adversativa "sino" cuando debería haberse escrito una conjunción condicional y el adverbio de negación "si no" (pág. 17); y, más importante, se percibe un cambio estilístico en el habla vulgar del personaje José Montelongo con respecto a sus pensamientos, mucho más elaborados, monólogo interior que surge dos veces (págs 21-22 y 141-143), un tanto por sorpresa y sin mucha justificación, y un capítulo en primera persona (XVI). Añadamos que en un mismo párrafo (pág. 31) se cambia el tiempo verbal de presente a pasado, quizá por despiste, sin que aparentemente medie algún objetivo estilístico. Por último, cómo no, un par de erratas (detectadas en las páginas 171 y 173).

No obstante lo anterior, que habría sido subsanado con facilidad con un revisor cualificado o con un editor o editora algo preocupado/a por la novela que iba a publicar y distribuir, La hijuela va ganando cuajo. Como si el autor, una vez superados los titubeos iniciales, se hubiera concentrado en narrar, y no en catalogar. Así, me encontré leyéndola con interés, a lo que ayudaba un lenguaje en el que Hormiga inserta con comodidad y naturalidad la variante dialectal canaria de Fuerteventura, así como los distintos idiolectos en los que los hablantes se expresan, dados por su condición social, tanto mediante un narrador en tercera persona como los propios personajes en primera. También se intercalan autos judiciales y noticias de la prensa. 

Hay que advertir, si no congratularnos, de que el narrador, cuando se emplea la tercera persona, posee un estilo singular: hay un orden en las palabras, ciertas repeticiones, que podría atribuir al desempeño poético previo de Hormiga. En el caso de esta novela, al menos, me parece acertado. Hay un empeño por eso que se llama voluntad de estilo que, en demasiados casos, está ausente de la narrativa canaria; y que, en otros, cuando se intenta, se convierte en mera (e irritante) afectación. 

Así, la muerte de Antonio provoca una turbulencia en el ecosistema de la isla. Las consecuencias que acarrean para la familia Montelongo son cada vez de peor cariz, y del uso de la violencia para interrogarles pasamos a la tortura para arrancarles una confesión, inducida la Guardia Civil por la falta de pruebas para encontrar al asesino. Como siempre, el pobre es el apaleado. En este sentido, el autor revela, antes de su óbito, el pensamiento del asesinado: su forma de ver el mundo, su sentido de la justicia y de la jerarquía. Las clases sociales se ven representadas de una manera sencilla, pero no exenta de matices y sin soterrar el conflicto latente entre ellas. Unas relaciones sociales que bajo el manto de un paternalismo caritativo se escondía la más descarnada explotación y abuso de hombres y de mujeres.


A mediodía cumplido, entró para barrer, hacer la cama y recoger unos pantalones reburujados de cualquier forma y, como siempre, desempolvar el escritorio dejando los papeles en el mismo sitio. Llevó la ropa sucia a la pileta para dejarla de remojo, regresó al patio, tomó a la niña del brazo y se fue a la cocina. El amo había comido. Ella lo haría con la niña, las dos solas porque Aniceto había tenido no sé qué rayo de contrariedad con la majalula. Rezó queda hasta lo imperceptible, acompañada por balbuceos de María. Luego comieron las tres porque la porfía de la niña hizo que la muñeca también participara. 
Con trabajitos desde que hubo memoria y con algún quehacer para más después que se prolongó hasta siempre, trajinó por la casa grande igual que anduvo por la vida: recogiendo, haciendo de comer, fregando loza, ropa y suelos, cosiendo vidas a su alrededor, calando, aguja y carrete de hilo en mano, doblegada sobre un paño blanco a la espera de adornos y, más que nada, despejando tiempos que se fueron con forma de torbellino, pasado cada vez más lejano y, sin embargo, vivo como sus ojos negros cuando mira a la cara, leve forma de transitar silencios. (Págs. 49-50)

 

-Las mujeres y el menor, fuera. Ustedes dos se quedan aquí. 

La casa se arruga porque sus paredes se sienten pudorosas. Un cuerpo de dos habitáculos, un horno en el patio abierto y los contrafuertes de otra habitación más, quedan rectos blanquizales al desnudo. El hogar, hecho con peonadas familiares, vacila igual que si estuviera falto de cimientos, pisan su abrigo pasos ajenos. 

-No voy a repetir las cosas -espeta el guardia civil José Caraballos con una autoridad a prueba de dudas conmigo ni de coña-. Así que cooperen. 

-¿Estamos? 

Se repiten las mismas preguntas porción de veces con igual respuesta remachada. Esteban aguanta los pescozones y las galletas a mano abierta con igual humillación que el hijo José a quien, por ser nuevo, se le tiene menos consideración. Ahora recibe unos puñetes seguidos, después patadas y jaquimasos que le quedan dentro. Desgarran la camisa ya ensangrentada, aunque el hombre, por el cerote a la autoridad, mantiene intacta su resignación. (Pág. 60)

 

(...) Que yo sepa, mal no he hecho jamás y nunca. Hombre, a lo mejor se me fue la mano con alguna cuenta, pero nada que otros no hayan hecho. Nada del otro mundo. Si por eso fuera, no quedaba la mitad de la gente de teneres. Que hay una deuda, pues se cumple, se cumple como un hombre. Se paga y a otro asunto. ¿Que no se paga? Pues se cobra. ¿Cómo? Con la tierra se paga, se paga con la casa, con los animales y con el trabajo también. También las mujeres. En última instancia, las mujeres. A lo mejor alguno se soliviantó por no cumplir. Yo cumplo, cumplo señor, pero también exijo. Si no tienes con qué por lo menos tienes cómo. Alguno quedó adeudando, pero pagó. Lo pagó con hambre. El hambre es un remedio como otro cualquiera. Otros aceptaron. Caramba que si aceptaron. Terminaron pagando. ¿Que no tienes cómo? Yo te digo: que venga tu mujer a buscar un puño de grano. No, tú no, tu mujer. Esta noche, que venga. Ah carajo, que no quieres. Veremos cuando aprieten las clavijas. Y digo yo: ¿Qué se puede hacer si no cumplen con uno? Hay que cumplir, carajo. Siempre hay modos de pagar y de cobrar. Siempre se puede llegar a un acuerdo. Que un medianero no es trigo limpio, pues lo natural: se cambia por otro. Brazos sobran, lo que falta es formalidad, hombres de palabra lo que se dice palabra de rey, quedan los contados con los dedos de una mano. (...) (Págs 170-171)


También es cierto que Hormiga no puede resistir la tentación de alguna escena que yo adjetivaría de innecesaria, por no decir falsa. Dado que la atención se centra en la injusticia que recae sobre los cuerpos de los Montelongo, intentar aunque sea de manera breve, casi con desgana, la posibilidad de reconocer al asesino, y de confundirnos, se me antoja un paso en falso. En concreto, el capítulo XIX. Es posible, digo para curarme en salud, que no haya entendido yo bien su encaje en la novela y que haya pasado por alto algún detalle significativo. Asimismo, la rememoración que se hace al final de La hijuela de cada paso dado por el asesino en la noche fatídica, aunque bien contada, también me resulta innecesaria en la estructura de la obra. No hace falta explicarlo todo. Quizá su empeño por contarnos partes de la historia desde diferentes perspectivas lo empujara a ello.

EN DEFINITIVA, La hijuela me parece una novela, que, con sus defectos, es más que digna. Su autor, independientemente de lo mucho o poco que haya investigado, documentado, etc. sobre este asesinato, parece haberse tomado el trabajo en serio y, con esa sobriedad que previene de escribir tonterías, evitado presumir de lecturas y exhibir filosofía de baratillo. Pasa a engrosar, sin duda, la reducida lista de autores/as canarios cuya obra narrativa habré de tener en cuenta a partir de ahora.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA



 






jueves, 18 de noviembre de 2021

'Garajado', de Ernesto Rodríguez Abad

El pasado 14 de noviembre, estaba yo perdiendo el tiempo un rato en Twitter cuando apareció ante mis ojos el siguiente tweet: 


🗣¡Comunicado oficial! Nos está llegando información de que algunos de nuestros colaboradores venden los libros que les regalamos para reseñar a través de sitios como Wallapop. Esos libros son gratuitos y está prohibida su venta. Abrimos hilo...



Y sigue hilo:

Ediciones Arcanas

Ni siquiera nosotros podemos venderlos, ya que son exclusivamente para promoción. Para nuestros colaboradores actuales y futuros, si una vez leído el libro no os gusta o no lo queréis conservar porque no tenéis espacio o por cualquier otra razón
lo podéis regalar a alguien para que lo aproveche o donar a bibliotecas públicas o de institutos, pero en ningún caso venderlo. Nos parece una falta de ética vender algo que se usa exclusivamente para promoción.


Todo esto suscita numerosas cuestiones. Por ejemplo: ¿Qué es un "colaborador" de una editorial? ¿Qué significa que "un colaborador" escriba reseñas sobre el libro regalado? ¿En eso se sustancia el verbo colaborar? Y también: ¿Qué nivel de cutredad hay que tener encima para que este "colaborador" decida vender los libros regalados para sacarse un dinerillo? ¿Cuándo hemos normalizado esta indecencia?

Además, fíjense que pronto pasamos de "escribir reseñas" a "promoción", con lo cual queda develada la verdadera intención de esta práctica dadivosa. Mi opinión es que, entre líneas, se puede leer: "Si te regalo un libro, colaborador, es para que, no haría falta decirlo, le dediques elogios y bienaventuranzas en tu espacio". Por lo que se ve, una práctica normalizada.

No olvidemos el nivel de desprestigio que soportan los medios de comunicación y, por sus propios merecimientos, los cuadernillos dedicados al arte y la literatura. Los periodistas culturales serios han sido los grandes damnificados, claro, sustituidos en su gran mayoría por "colaboradores/as" que habitualmente no cobran y, que, por tanto, buscan su recompensa en forma de presencia mediática o ese tipo de meritaje que consiste en estar siempre para que te llame quien sea. La esperanza que los/as anima es encontrar una suerte de olla llena de monedas de oro al final del arcoíris. A esto, añadámosle Internet y la eclosión de espacios (paginas web, blogs, redes sociales) que han medrado y que tanto han contribuido a la precarización de los espacios culturales tradicionales en los medios como se han beneficiado del desprestigio que estos mismos se habían procurado con sus prácticas cuando eran todopoderosos. 

Es por ello por lo que cuando algún/a autor/a me ha ofrecido gratis algún libro suyo, siempre me he negado, y si alguna editorial lo bastante despistada se le ocurriera hacerme una propuesta de colaboración, la mandaría a tomar viento, como poco. La libertad que da comprar un libro es que como comprador tengo todo el derecho a criticar su contenido, si tal es mi deseo. El dinero duele, sobre todo cuando se gasta en algo que uno considera que es de mala calidad. Es de lamentar que mi actitud, que considero la única lógica para un reseñador cuyo capital consiste en el conocimiento de la materia y en la honradez en el juicio, no sea la norma. Me asombra, aunque sea práctica corriente, que un reseñador publique en algún suplemento un análisis de una novela no publicada. Imagino que la editorial le habrá facilitado un ejemplar para esa reseña. Se deduce que si la editorial incurre en esta operación no es para que el reseñador de turno realice un análisis cuidadoso y argumentado que tenga como resultado una crítica negativa. Llámenme suspicaz.





Garajado, del escritor tinerfeño Ernesto Rodríguez Abad, tiene como argumento la huida de un joven sindicalista de la CNT tras lo que parece ser la caída de la República en Canarias, aunque no se mencione de modo explícito. Así, durante gran parte de la novela, el protagonista principal vive su huida como un proceso en el que se dan de modo sucesivo la revelación, el desafío y el desaliento ante un poder incansable en su búsqueda, simbolizada por la Guardia Civil y, posteriormente, el somatén.

La novela posee el interés, aunque sea tema ya tratado tanto en la novelística como en la filmografía de nuestro país, de recordarnos y de revelarnos (ahora que nos creemos instalados eternamente en un sistema que, aunque de manera imperfecta, protege los derechos individuales propios de una sociedad abierta y democrática) la posibilidad de que, más o menos de repente, nos encontremos en el lado equivocado de la Historia o, expresado de modo más primario, en el bando perdedor como resultado de una crisis o conflicto como ocurrió para muchas personas con el golpe de estado fascista de 1936 en España y, en particular, en Canarias.

No obstante sus posibilidades argumentales y dramáticas y con un uso del lenguaje que por lo general es suficiente para sus objetivos, la novela no logra elevarse más allá de ser un relato reconcentrado de esa huida y escondite del protagonista. Los personajes que aparecen solo ofrecen breves destellos de sus posibilidades. Están bien, en cuanto a que muestran su propia personalidad, pero el autor no les da carrete, no es capaz o no tiene el deseo de que se desarrollen. Tanto la hermana Rosaura como Chona, María la niña, Daniel Calmita o Maribel, el cura o ese personaje siniestro del somatén, todos ofrecen un atractivo indudable que el autor logra imprimir en unas pocas líneas. Estoy seguro de que un mayor desarrollo de estos y su imbricación argumental habrían contribuido a crear una novela no solo mucho más extensa y completa, sino también más fina en cuanto a la creación de un universo de caracteres de esa Canarias, de esa isla innombrada, bajo la incipiente dictadura.

También podríamos señalar que, no obstante su terrible situación, el protagonista, perseguido por el Estado y forzado así a una misantropía involuntaria, se encuentra arropado por la complicidad no sólo de la familia, sino también de buena parte de los vecinos, ofreciendo, por tanto, una visión sesgada (de forma favorable) de la sociedad de aquella época. ¿Cuántos de nosotros no seríamos cómplices de un nuevo estado de cosas? ¿Cuántos apoyaríamos con nuestro silencio y pasividad a un régimen autoritario o totalitario? ¿Cuántos, incluso, nos reconvertiríamos de ciudadanos demócratas a súbditos anhelosos de servir? ¿Cuántas traiciones, grandes y pequeñas, no se cometieron, no se cometerían? Cierto maniqueísmo desnivelado en la construcción de personajes nos hurta estas preguntas difíciles.

Asimismo, aunque el lenguaje empleado es un tanto reconcentrado, por no decir repetitivo, ya que los monólogos del personaje, o tal como nos los relata el narrador en tercera persona tienden a incidir en lo mismo ya sea en los sentimientos ya en el vocabulario. En cierto momento, se nos informa de que han pasado años, pero tengo la impresión de que el personaje solo ha cambiado en que está más amargado. Los hechos externos como su emparejamiento con una mujer con la que tiene una hija también nos informan del paso del tiempo, pero la sensación que tenemos es de una estampa repetida apenas con alguna variación. También, hay asomos de cursilería en algún momento y, en otros, escasos, menos mal, parece que hay un empeño en ser grandilocuente o intenso sin que la semántica acompañe. Los diálogos son hechos a base de frases cortas cuando no de una o dos palabras. Alguna frase desentona, pero por lo general, salvan bien las escenas. 


Nadó muy despacio para no levantar ondas ni hacer ruido. Trepó como un lagarto pegado a las rocas. Lento, para no atraer la mirada de aquellos que, a lo lejos, andaban entre los callaos grandes. Al fin llegó a la cueva. Entró y se vistió sin secarse. La ropa húmeda se pegaba a la piel. Sintió frío. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Oyó una risa alegre a lo lejos. Tenía hambre y las ganas de fumar lo ponían algo nervioso. Se le había acabado el tabaco. Se agachó y buscó algo de comer en la caja de cartón que estaba a sus pies. No comprendía su reacción, pero los nervios aguzaban el hambre. Mordió con fuerza y rabia unos tomates algo verdes, que era lo único que le quedaba. El rostro no expresaba nada. Sus ojos se agrandaron. Eran como faros que reaccionaban ante el peligro. Parecía un gato al acecho olfateando, crispado, presintiendo la amenaza. Se agazapó contra las rocas picudas de la pared de la cueva. Llegaron hasta él nuevas risas y palabras sueltas. Los buscadores de burgados se acercaban. Aguantó la respiración. Tragó el último trozo de tomate que masticaba. Le temblaban las manos. Musitó unas palabras casi imperceptibles. (Pág. 51)


¡Señora! 

No des voces. 

Que vengo cansada... 

No grites. 

Todo el día del coro al caño, del caño al coro, del coro al caño, del caño... 

Mira que te vas a equivocar... 

Del coro al caño, del caño al coro, del coro al coño. 

¡No te lo dije! 

No habrá oído algo que no supiera. 

¡Mujer! 

¡Vamos! Ayúdeme a cazar a estos salvajes. 

Voy. 

Luego tenía que ayudarla a atrapar a los pequeños como si fueran conejos y quitarles la ropa lo mismo que se despelleja a una pieza de caza. (Pág. 69) 


Ella le había regalado los únicos momentos dulces de aquel tiempo tortuoso que le había tocado vivir. Disfrutaban el momento como si no hubiese posibilidades de pensar en el mañana. Atrás quedaban sufrimientos, dudas, miedos. 

La expresión de la cara cambió a un rictus serio. Estaba en el presente, en medio de la desértica costa. No se podía hacer planes a largo plazo. Dejó los sueños apartados y se sumergió en el presente, en la realidad. 

Todo era diferente. Acababa de tener su primera hija. La vida había cambiado. Se complicaban las cosas. Ya no tenía que pensar solo en ellos dos. Eran tres. Mareaba la situación, igual que cuando navegaba sobre la barcaza de algún pescador inexperto. Una hija suya y de ella, una hija de la libertad. Una hija sin papeles. 

Se había enterado la tarde anterior. Encontró el rudimentario dibujo de un bebé en un papel, bajo una piedra, donde ella antes le dejaba mensajes de amor como una flor seca, una hoja o una pluma de pájaro. (Pág. 85)


Hay que decir que la novela es corta y no aburre. Quizá demasiado corta, según lo que expresé antes. El final es quizá demasiado abrupto, quizá no inconsecuente con el desarrollo de los acontecimientos (sobre todo, el amor de la mujer y el nacimiento de la hija), pero hecho en falta mayor granulación moral y sentimental para que después de habernos tenido huyendo y escondiéndonos con él, demasiado de repente a mi entender, toma una decisión que pone en duda todo el propósito que lo había venido animando hasta entonces.

Esta última decisión nos hace preguntarnos por el sentido no solo de aquella primera, sino (y quizá este preguntarnos sea lo mejor de la novela, pero pienso que cualquier novela con esta temática lo suscitaría) el valor de la rebeldía, pero también el que tienen las meras acciones individuales ante un poder mucho mayor y despiadado, y que por lo general suelen acabar en fracaso. Asimismo, el cómo es posible hacer frente a un poder casi omnímodo, si no es desde planteamientos colectivos. Y si esto es así, qué condiciones se requerirían. Y aún más, si nosotros, los habitantes de esta isla o de aquella, de esta Comunidad, de este país seríamos capaces de unirnos frente a la barbarie. Las conclusiones a que apunta la novela son desalentadoras.

EN DEFINITIVA,  a Garajado le falta ambición y trascendencia en cuanto a la posibilidad de ahondar en la brutalidad del poder, la rebelión individual y la mansedumbre colectiva. Tampoco destaca por su innovación lingüística ni por su planteamiento, aunque este conformismo literario es una constante de la creación literaria local, tal y como hemos venido viendo en el blog. Además, los personajes secundarios, aunque aporten algo de contexto, quedan desgajados de la acción principal de manera arbitraria. Una novela que podría haber sido interesante, pero que resulta, al fin y al cabo, insuficiente.



P.D. Otra reseña, esta sí, exquisita, de Juan Cruz, aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA