En el ámbito literario, suele ser común que un escritor o escritora presente la nueva novela de otro autor. Es lo normal. Sin embargo, el problema surge cuando ese escritor (o escritora) se desdobla como presentador habitual. Ya no nos encontramos con que acuda a arropar con su presencia y sus palabras a un colega amigo o a un antiguo alumno de taller de escritura (gracias al cual paga Netflix o la conexión a la fibra óptica) estimulado por la calidad de la obra. No: se transforma él mismo en una categoría sociológica, y donde quiera que se presente un libro, tenemos un elevado índice de probabilidad de encontrárnoslo en el foro destinado a la ocasión: museo, casa-museo, salón de actos, hotel, librería, biblioteca, carpa, terraza, bar, buhardilla o sótano.
Tales presentaciones, cuyo convencionalismo, entre otros, reside en esa presentación a cargo de escritor conocido, no son sino un ritual de paso por el que, si el escritor presentado es novel, se le franquea la entrada a un estadio superior de desarrollo, en este caso el artístico. No es la escritura de la novela en sí, tampoco, al menos del todo, su publicación: el acceso a la categoría de literato culmina en el acto de la unción. Con otras palabras: cuando X presenta la novela de Y ante el público (merecería este otro artículo) se ejecuta un acto simbólico-performativo por el que Y, a partir de ese momento, se convierte en escritor.
En mi ociosidad sin límites, me he preguntado cuándo se convierte en necesaria la presentación y cuándo se disocia la presentación del presentador, fenómeno por el cual, dentro de unos límites más o menos laxos, cualquier presentador vale para presentar cualquier novela o poemario. Y cuándo ciertas personas normalmente escritores, resultan las elegidas de manera recurrente para ejercer tal función. Me pregunto, en fin, cuáles son las características que debe reunir tal persona para ejercer esa labor, casi sin desmayo. Estas preguntas adquieren un relieve más afilado, sin duda, cuando en vez de un escritor o escritora, esa función es asumida por un/a periodista, cultural o no.
Dicho lo cual, espero que para escándalo de propios y extraños, sugiero que pasemos a la novela de hoy:
Monte a través, de un escritor reseñado ya en este blog, Peter Stamm, es la historia de un hombre, Thomas ("un tipo normal y corriente") que una noche se marcha de su casa sin razón aparente o explícita. Atrás, en la casa familiar, quedan su mujer, Astrid, una hija, Elle, y un hijo, Konrad. Thomas trabaja de contable y lleva una vida tranquila, sin estridencias ni vicios conspicuos. Justo él y su familia acaban de volver de unas vacaciones en España, lo que precisamente acentúa la normalidad, por no decir el convencionalismo, de su vida.
Esa misma noche, tras la vuelta al hogar, una vez que Astrid entra en la casa después de haber tomado una copa de vino en el porche, Thomas, como Lázaro, se levanta y anda... Con una frase extraordinaria, Stamm (o, también, el traductor, José Aníbal Campos, quien es el encargado de verter a un excelente español el original en alemán) describe ese momento en que el protagonista sale de su vida habitual para comenzar otra sin nada más que lo que lleva en los bolsillos.
Thomas se puso de pie y recorrió el estrecho camino de grava que discurría en paralelo a la casa. Al llegar a la esquina, vaciló un instante, antes de doblar y poner rumbo a la puerta del jardín con una sonrisa de perplejidad de la que apenas era consciente. (Pág. 9)
No contaré la novela, que para eso están Vds. Sólo quiero compartir mis impresiones, y ya decidirán. Pienso que Thomas no es un hombre que se marcha, frente a una mujer cuidadora de la casa y de la familia. Yo lo interpreto como la posibilidad de cierto instinto primigenio de nomadismo y exploración nacido con el ser humano desde su origen hace 200.000 años en el sur de África, quizá enmohecido, tal vez sepultado bajo generaciones de arraigo, de nomadismo, pero siempre latente, que se actualiza con la convicción de que hay un mundo enorme del que solo ocupamos una millonésima parte. Además, cada hombre o mujer tiene ante sí, aunque la mayoría no lo consideremos el lapso de tiempo suficiente para considerarlo una reflexión seria, una nueva vida con solo desearlo (coacciones y encarcelamientos aparte). Con solo atreverse a salir por la puerta.Tiene su momento de vértigo, a poco que nos imaginemos.
Thomas deja atrás mujer, hijos, padres y hermana, empleo y su lugar en la sociedad sin mayor propósito consciente que caminar y seguir caminando hacia las montañas. Por su lado, Astrid, tras acudir a la policía y rastrearlo, llega, si no a comprender, sí a empatizar con él. El espacio vacío que deja Thomas no puede dejar de influir en ella y en sus hijos, pero todos continúan con su vida, de una manera u otra.
¿Es la, me resisto a emplear la palabra "huida", marcha de Thomas una metáfora del ansia de escapar de una vida convencional, entendiendo por tal una de clase media europea? ¿Es, como escribí antes, un instinto atávico que se despierta sin saber sus causas? ¿Es un trasunto neoliberal de la frase "libertad para elegir", el mundo como un supermercado? ¿Es posible hacer un restart como si nada hubiera pasado? Antes de la crisis, era común oír y leer que era bueno cambiar de trabajo (sobre todo refiriéndose a los ejecutivos) cada dos años, máximo cinco. De moda estaba la "flexibilización" en todos los órdenes de la vida: residencia, empleo, pareja... Hoy en día, parece inimaginable aquella suficiencia vital inspirada por el desorbitado crecimiento económico, fundado a su vez en la burbuja de la construcción, la financiarización y el crédito. Las preguntas remiten, en fin, a qué podemos considerar como una vida digna de ser vivida, qué una vida lograda.
Quizá, nada de lo anterior:
En todos esos años, sin embargo, no volvió a cruzar la frontera de Suiza, pero tampoco eso había sido el resultado de una decisión firme, sino algo que surgió sin más, del mismo modo que surgía todo lo demás. No todo lo que uno hacía tenía un motivo. (Pág. 158)
Al menos consciente, claro.
En lo que se refiere al lenguaje, parece ser que en el idioma alemán, Peter Stamm se caracteriza por un estilo seco, casi árido. Sin embargo, la versión de José Aníbal Campos no me lo parece en absoluto. Eso sí, predomina la frase corta, sin abrumarnos con un laconismo extremo. Frases, en su mayoría, sin excesivo adorno adjetival, pero precisas, que esconden connotaciones no siempre fáciles de captar si uno lee distraído.
Hacía rato que el último tren había partido. Thomas se sentó en un banco delante del edificio de la estación y comió y bebió la cerveza helada. Mientras tanto, estuvo hojeando un periódico gratuito que alguien había dejado olvidado. Pero las breves noticias sobre el salvamento de tres cachalotes varados, una estatua satánica desnuda que alguien había expuesto en Vancouver o el hombre con la lengua más larga del mundo sólo consiguieron deprimirlo, así que acabó arrojando el periódico a la basura. A continuación, se quitó los zapatos y los calcetines y se examinó los pies bajo la chillona luz de una farola. Los tenía enrojecidos, con rozaduras en los talones, pero por suerte no encontró ninguna ampolla. (Pág 69)
Por primera vez desde que se marchó, Thomas despertó descansado y lleno de energía. La lluvia había cesado, pero el sol aún no había asomado detrás de los altos flancos de los montes. El aire era húmedo y frío. Bajo la luz matutina, las superficies verde claras del paisaje parecían pintadas sobre un lienzo. Tras un breve desayuno, con pan y algunos frutos secos, recogió sus cosas y partió. El camino era todavía más vertical que el día anterior, y Thomas empezó pronto a andar con el lento paso pendular que había aprendido en las montañas y que podía mantener durante horas. El bosque se acababa y la flora empezaba a ser más escasa y áspera. Los prados se llenaban de ortigas, al borde del camino crecían el ruiponce y la genciana de otoño, y también pequeños helechos entre las grietas de la roca. (Pág. 97)
A veces, sin embargo, nos regala frases como esta:
Los prados de color pardo estaban llenos de gibas y hondonadas, y en algunos de esos bajíos crecían los erióforos sobre un suelo lodoso, en otros se habían formado pequeños pantanos en cuyas aguas los haces de unas hojas muy estrechas y largas flotaban como cabelleras de personas ahogadas. (Pág. 110)
En todo caso, la sensación que me produce la escritura de Stamm (y la versión del traductor) es la de un autor que expresa con exactitud lo que pretende. No hay un adjetivo, un adverbio fuera de lugar. Precisión, justeza, finura. Además, al menos en Monte a través, no exenta, ni mucho menos, de la capacidad de transmitir tanto la belleza de la naturaleza como la sutileza de las emociones de los personajes, que no se encarnan en los convencionalismos habituales basados en pares de opuestos. Stamm, además, no juzga, aunque el narrador en tercera persona nos introduce en sus pensamientos, ora en Thomas, ora en Astrid. Los personajes actúan, hablan y piensan de tal modo que emergen de la narración como las montañas que recorre aquel: fáciles de ver, difíciles de recorrer. Vidas complejas bajo una pátina de sencilla cotidianidad que vuelven a traer a colación el poema de Emily Dickinson:
Our lives are Swiss—
So still—so Cool—
Till some odd afternoon
The Alps neglect their Curtains
And we look farther on!
Italy stands the other side!
While like a guard between—
The solemn Alps—
The siren Alps
Forever intervene!
Una buena novela para pensar.
Me ha picado la curiosidad, la verdad. Ese estilo árido me llama la atención.
ResponderEliminarPor otro lado, discrepo con lo de que "...cuando X presenta la novela de Y ante el público (merecería este otro artículo) se ejecuta un acto simbólico-performativo por el que Y, a partir de ese momento, se convierte en escritor." Parto de mi subjetiva experiencia, pero a los pocos """escritores""" noveles que conozco no les he escuchado decir que ese acto haya supuesto el ritual de paso definitivo para considerarse escritor. De hecho, ninguno de ellos creo que llegue a considerarse tal cosa. No creo que se engañen (nos engañemos): en estas presentaciones uno está rodeado de familia, amigos y algún despistado (los potenciales compradores, de hecho), y el acto es más bien una celebración sin demasiadas pretensiones. ¿Que se disfruta? Seguro, cosas del ego. ¿Que se le otorga una importancia capital? Lo dudo.
Entonces, sigo preguntando: por qué es "una celebración", qué se celebra. Por qué te "presenta" un escritor.
ResponderEliminarBueno, quizá se celebra que la obra en cuestión haya visto la luz (cosa tampoco muy complicada, hoy en día quien paga, publica); también puede que la celebración sea una de las pocas ocasiones en las que se pueda vender dicha obra, porque luego caerá en el olvido, especialmente si se trata de un escritor primerizo.
ResponderEliminar¿Por qué te "presenta" un escritor/periodista/lo-que-sea? Imagino que porque reunir a x personas y hablar de uno mismo, sin nadie que aporte un contrapunto, puede resultar aburrido y hasta embarazoso para el neófito. Porque igual ese presentador podría, o debería, aportar una visión de la obra (si la ha leído) y del acto de escribir/el mundo literario mínimamente interesante, basada en la experiencia que el presentado no tiene...