jueves, 28 de septiembre de 2023

Apuntes de política: 'Pocos contra muchos', de Nadia Urbinati

En estos tiempos de tanta soflama partidista, es motivo de satisfacción leer filosofía política expuesta con claridad e inteligencia, que contribuya a despojar (al menos, en parte) la confusión respecto de las circunstancias que han contribuido a la crisis de las democracias representativas, tal y como se han desarrollado en Occidente tras la II Guerra Mundial (con la excepción de España, que se incorporó tardíamente tras la dictadura franquista ya en los años 70).

En este sentido, y valgan estos meros apuntes, Pocos contra muchos, de la conocida politóloga italiana Nadia Urbinati, de corte liberal (aunque es un liberalismo que sería irreconocible en España por su defensa de no solo de los derechos individuales sino de la implicación del Estado en la provisión de bienes y servicios), recoge esa distinción clásica, y tan republicana, de los muchos y de los pocos, y la contrapone al concepto de igualdad tan caro a las democracias, desde la Atenas clásica hasta hoy mismo. El marco es el de la crisis de las democracias representativas.

                                    

No viene mal compararlo con un libro, también muy clarificador, que, en parte, aborda cuestiones semejantes, como es El desorden político, cuyo autor, el reputado sociólogo y politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, se pregunta por las razones de la desafección política, así como de la volatilidad en el voto y la polaridad ideológica. Las encuentra en el desgaste de los mediadores tradicionales de la voluntad ciudadana, como lo habían sido hasta hace relativamente poco los partidos políticos y los medios de comunicación. Este ocaso, sí he entendido bien, viene causado por el auge del individualismo y por la extensión de la digitalización. La interrupción en la mediación o, si quieren, su ocaso o su falta de éxito en seguir llevando a cabo esa tarea es la que ha propiciado el surgimiento de los partidos populistas, en los que se enuncia siempre esa división entre el verdadero pueblo y la élite. El pueblo, el de verdad, será encarnado por el líder.

Nadia Urbinati, que nombra estas mediaciones más bien de pasada, señala en cambio una causa subyacente: la del divorcio de las élites (en especial, las económicas) del resto de la ciudadanía. La renuncia de estas a seguir con el pacto de la redistribución de la riqueza que fue fundamental en Occidente tras la última guerra mundial. La puesta en práctica con enorme éxito de los principios neoliberales y el hundimiento del bloque comunista coadyuvaron a este progresivo apartamiento de los "pocos" respecto de los "muchos". Esta falta de compromiso de los primeros con respecto a los segundos y los consiguientes recortes de la aportación de los Estados en las políticas sociales ha llevado no solo al deterioro de las condiciones socioeconómicas de las clases medias y bajas, sino que políticamente los ha alienado, alejándolos de los partidos tradicionales, que, a su vez, habían sido más proclives a formular y ejecutar políticas en consonancia con los intereses de las élites. No olvidemos tampoco que los grandes medios de comunicación requieren enormes cantidades de capital. Asimismo, las plataformas de contenidos de Internet y las redes sociales son propiedad de grandes corporaciones, menos interesadas por la calidad de la esfera pública (o no interesadas en absoluto) que por el beneficio económico.

La democracia se basa en el presupuesto de un solo pueblo, y el concepto de igualdad atraviesa el cuerpo político más allá de las desigualdades económicas, siempre que subsista la ilusión del progreso individual y del pacto de solidaridad entre los/as ciudadanos/as. Cuando ya no se cree en el pacto, cuando toda idea de progreso y mérito se ve borrada por la petrificación de las jerarquías sociales, económicas y políticas, el cuerpo ciudadano se divide entre la mayoría, el pueblo, que se queda al margen de la toma de decisiones y del disfrute del bienestar y el aprovechamiento de las potencialidades personales y la minoría, oligarquía, que sí tiene la capacidad de hacerlo. En ese sentido, la democracia muta en una república, entendiendo por esta, dice Urbinati en este contexto como "la fractura del cuerpo unitario del gobernante democrático en dos partes opuestas, la élite y el pueblo" (pág. 40).




Volviendo a Sánchez-Cuenca y a Urbinati, es significativo que estos dos politólogos consideren la emergencia de los partidos populistas o antiestablishment como síntoma de la crisis de representatividad que asuela nuestras democracias. No obstante, el enfoque va en direcciones contrarias, pues mientras Sánchez-Cuenca intenta explicar el alejamiento de la ciudadanía de la política y de la información tradicionales, Urbinati se empeña en explicarnos el por qué son los pocos, la minoría que rige la economía y la política, los que se han ido alejando del pacto democrático de la solidaridad y de la igualdad, que se sustancia en la adopción de las políticas neoliberales y el desmontaje del Estado benefactor durante las últimas décadas. Este alejamiento, como decimos, es el que ha propiciado el resentimiento y la protesta social, que ya no se vehicula a través de los partidos políticos tradicionales ni de los sindicatos también tradicionales y tampoco encuentra expresión en los medios de comunicación. Lejanos han quedado ya los tiempos de la política nacional corporativista. Esta conflictividad social ya no es capaz de institucionalizarse ni resolverse por conductos establecidos. Urbinati, a este respecto, cita el movimiento de los chalecos amarillos en Francia como ejemplo paradigmático.

Otro asunto, y esto lo digo yo, es que esos mismos partidos populistas que se alimentan del resentimiento de los muchos por su percepción de una sociedad mal ordenada y la flagrante desigualdad de oportunidades también sirvan a menoscabar la misma democracia y a seguir favoreciendo a los pocos. Siempre nos olvidamos que mientras un cambio de sistema económico en Occidente, en general, y en España en particular es casi imposible, un capitalismo sin democracia no parece representar un principio un panorama odioso, ni mucho menos una contradicción económico-política para ciertas élites, que al menos desde el informe de la Trilateral han abogado por una democracia mínima, una sistema político de dirigentes renovados periódicamente por una ciudadanía cuyo único papel es sancionar esa renovación mediante el mecanismo electoral.

Asimismo, señala la autora, la secesión de las élites no solo se manifiesta en el aspecto económico, sino también en el social-urbano y en el secesionismo político-estatal, como, señala, el noreste de Italia, Cataluña o Escocia. A su vez, la ciudadanía iracunda solo encuentra posibilidad de expresarse mediante la protesta callejera, exponiéndose esta a ser considerada sólo como un asunto de orden público, tratado, pues, policialmente.

En definitiva, dos libros muy recomendables para, como dije al principio, entender las mutaciones de las sociedades democrático-representativas y su compleja situación en la actualidad.