sábado, 26 de marzo de 2022

'El loro de Flaubert', de Julian Barnes

No sé Vds., pero, salvo las esporádicas y espasmódicas apariciones de nuestro reseñador-golosina favorito, parece que la calma se ha adueñado del mundillo literario local. Por no haber, no hay siquiera la queja indignada de algún escritor por no haber sido invitado por la concejalía o consejería de turno a alguna recepción o charla en honor, conmemoración, homenaje, tributo o cualquier otra fanfarria lúdico-poética. Estamos muy sosos, me digo. Quizá los sosos no sean Vds., sino yo.

Tal vez sólo sea el efecto de contraste con el mundo en que llevábamos viviendo, desde, primero, la crisis de 2008-2010 y luego a partir de la pandemia en 2020, las periódicas arribadas de migrantes africanos y asiáticos y finalmente la guerra en Ucrania. Por cierto, con la guerra en este país, tal vez por eurocentrismo (por muy macaronésico que se sea), uno siente que una sombra, impenetrable, se va agrandando, cerniéndose sobre nosotros (Grita "¡Devastación!" y suelta los perros de la guerra). Qué solidaridad y cuánta banderita cuando la desgracia se nos viste con ropajes europeos. Cuánta carne de cañón, cuánta víctima de primera categoría. Hasta ahora mismo, el mundo entero podía arder en llamas, mientras fuera el tercero.

Ahora que varias calamidades se han concatenado para causarnos, por fin, temor, nos queda el arte como escapismo para los más sibaritas, y para todos/as los/as demás, la industria televisiva y cinematográfica. En este sentido, de vez en cuando podemos acudir a la literatura como amortiguador de la ansiedad, como aliviador de fatídicas sensaciones, como bálsamo de la impotencia y de la mezquindad, como lenitivo de la mala conciencia. Sí, en definitiva: escapismo. Al menos, eso, cuando el mundo nos amenaza con un puño de hierro y mierda del que, en definitiva, no podremos escapar.

A veces, uno querría arrebujarse con una manta y limitarse a dejar pasar el tiempo.




Aún recuerdo la eclosión de esta novela, allá por el año 84, aquella época añorada por lo que ahora se llama izquierda rojiparda, cuando leía el Babelia y otras cosas parecidas como si fueran el catecismo de la literatura moderna y sus articulistas, los apóstoles de la religión del arte. Aquí, al menos en Las Palmas, la referencia inexcusable era el suplemento de La Provincia. Cuánta ingenuidad desperdiciada desde entonces, cuánto prestigio, aunque fuera vicario, se ha tirado por el sumidero, qué poco nivel entonces y ahora. 

Quizá sea mejor así, sin tanta tutela, sin tanto/a ensayista resabiado/a. 

Bueno, el caso es que esta novela lleva persiguiéndome desde entonces, como la bala al personaje de Mira que eres, de Luis Rodríguez, o como en aquel relato de Borges cuyo título no recuerdo en el que un personaje muere finalmente atropellado por un carro "que llevaba persiguiéndolo cincuenta años". Finalmente, como regalo navideño, El loro de Flaubert, de Julian Barnes (traducción de Antonio Mauri), llegó a mí. No sé si fue despecho o qué, pero aun así, tardé un par de meses en decidirme a leerla.

Pues bien, me ha parecido una novela magnífica, llena de esas cosas que tan mal se le dan habitualmente a los autores españoles y canarios: técnicas narrativas heteróclitas, metaliteratura, collage narrativo, etc. En esta novela, Barnes las utiliza bien, siempre de manera pertinente, de tal modo que no puede imaginarse la novela de otra manera a como fue escrita. Además, la fuerza descriptiva, los diálogos bien trenzados, así como la ironía coinciden en dotar a El loro de Flaubert de una singularidad artística sobresaliente ante la que no puedo, al igual que me ha ocurrido recientemente con Austerlitz, de W.G. Sebald, sino maravillarme. Así, igual uno se topa con un cuestionario de preguntas sobre Flaubert, como un bestiario o un diccionario de tópicos (a la manera del escritor francés). Y todo suma.

En fin, diferentes puntos de vista, distintos ángulos narrativos, variedad de estilos que conforman una novela singular que no solo, como podrían sospechar (y quizá temer), trata de Flaubert y de sus manías. Ya les he manifestado alguna vez que a mí estos juegos (del lenguaje, del narrar) me gustan por sí mismas. Revelan distintas tonalidades del ingenio y de la inteligencia en las que me deleito. Quizá cierto esteticismo me traiciona. Leyendo a Xaviert Rubert de Ventós en La estética y sus herejías me veo (veremos hasta cuándo) justificado, lo que me reconcilia con mis tendencias veleidosas.


Empiezo por la estatua debido a que fue ahí donde empezó el proyecto en su conjunto. ¿Por qué la escritura hace que sigamos la pista del escritor? ¿Por qué no podemos dejarle en paz? ¿Por qué no nos basta con los libros? Flaubert quería que bastasen: pocos escritores han creído con tanta firmeza en la objetividad del texto escrito y la insignificancia de la personalidad del escritor; y aun así, seguimos desobedientemente a nuestro aire. La imagen, el rostro, la firma; la estatua con un noventa y tres por ciento de cobre y la fotografía de Nadar; el pedacito de ropa y el rizo. ¿Cómo es que las reliquias nos ponen tan cachondos? ¿No tenemos la fe suficiente en las palabras? (Págs. 14-15)


(...) Pero Ed Winterton quiso retratarse luego a sí mismo como un fracasado. Tenía cuarenta y pocos años, una calvicie más que incipiente, la tez rosada y glabra, y llevaba gafas cuadradas sin montura: el catedrático con imagen de banquero, circunspecto y honorable. Llevaba ropa inglesa y no tenía en absoluto aspecto de inglés. Era de esos norteamericanos que cuando llegan a Londres se compran una trenca porque saben que en esa ciudad llueve hasta con el cielo despejado. En el bar del Hotel Europa seguía llevando la trenca puesta. 

Sus aires de fracasado no tenían connotaciones desesperadas; parecían más bien ser el producto de una aceptación sin resentimientos de que no estaba hecho para triunfar, y en consecuencia su deber consistía en asegurarse de que fracasaba de una forma correcta y aceptable. En un momento de la conversación, cuando estábamos hablando lo poco probable que era que llegase no ya a publicar su biografía de Gosse sino incluso a terminarla, hizo una pausa, y en voz baja, me dijo: 

-En cualquier caso, a veces me pregunto si Mr. Gosse hubiera aprobado mis actividades. (Págs. 46)


En los sectores más librescos de la clase media inglesa, cada vez que ocurre alguna coincidencia, siempre aparece alguien que comenta:

-Igual que en Anthony Powell.

A menudo ocurre que la coincidencia, por poco que se la analice, no tiene nada de notable: es muy típico, por ejemplo, que no sea más que el reencuentro, después de varios años, de dos antiguos compañeros de colegio o de universidad. De todos modos, suele invocarse el nombre de Powell para dar legitimidad al acontecimiento; es algo así como pedirle al cura que te bendiga el coche. (Pág. 78)

 

Después de todo, si los novelistas quisieran realmente simular el delta de las posibilidades que ofrece la vida, harían precisamente eso. Al final del libro habría una serie de sobres sellados, cada uno de un color. En todos ellos estaría claramente marcado: Final feliz tradicional; Final infeliz tradicional; Final semitradicional; Deus ex Machina; Final arbitrario moderno; Final Apocalíptico; final de suspense; Final con sueño; Final opaco; Final surrealista; y así sucesivamente. Al lector se le permitiría elegir solamente uno de los sobres, y tendría que destruir los demás; pero es posible que mi actitud parezca demasiado insensatamente literal. (Págs. 107-108)


Pero si no desean la muerte del escritor, muchos críticos querrían al menos ser dictadores de la literatura, regular el pasado, y establecer con serena autoridad la futura dirección del arte. Este mes todo el mundo ha de escribir acerca de tal cosa; el mes siguiente, queda prohibido escribir sobre esa otra. Fulano no será reeditado hasta que nosotros lo digamos. Todos los ejemplares de esta novela seductoramente mala deben ser destruidos de inmediato. (¿Cree que bromeo? En marzo de 1983, el periódico Liberation exigió que la ministra francesa de los Derechos de la Mujer pusiera en el índice, acusadas de "provocación pública del odio sexista" las siguientes obras: Pantagruel, Jude the Obscure, lospoemas de Baudelaire, todo Kafka, The Snows of Kilimanjaro..., y Madame Bovary.) (Págs 118-119)

 

Julian Barnes, como se deduce de lo escrito, no  se limita a escribir sobre el escritor francés o acerca de Madame Bovary. Habla de literatura, de la crítica literaria, de la política en la literatura, de la academia, del patriotismo... Fantasea acerca de los libros no escritos y de las reglas del arte y de muchas cosas más. A su manera, me recuerda a Austerlitz, de Sebald (quizá es solo la sucesión de las lecturas, pienso, porque las he leído consecutivamente) los personajes viajan mucho tanto físicamente como con la mente. Qué si no es un/a novelista, claro, y qué si no es un personaje que nos interese. Pero es sobre todo un viaje al interior del ser humano, preguntándose sobre su identidad: qué es lo que lo forma y lo compone, y de qué manera reacciona ante las vicisitudes de la existencia. Por qué buscamos lo que buscamos y por qué sufrimos tanto. Quizá con estas disquisiciones me contradiga con respecto a la consideración de la literatura y del arte como mero juego... 

En fin, una novela posmoderna en el mejor sentido y, para lo que Vds. les importa, legible y placentera. Al menos a mí me hace valorar la experimentación literaria que se hace con talento y fundamento. Un despliegue del narrar con gusto.



 

lunes, 21 de marzo de 2022

'Gog', de Giovanni Papini

Antes de la era de Internet y del posterior volcado masivo de datos: textos, fotos, vídeos y sonidos, lo habitual era que el articulista ejerciese de erudito enseñando a sus lectores/as todo aquello que era díficil de conocer, o que, como se dice en sociología, implicaba grandes costes de adquisición. Así, como él mismo lo ha señalado en varias ocasiones, Carlos Pumares, cuando se le preguntaba por la posibilidad de volver a presentar un programa de cine en la radio o en la tv como su famoso Polvo de estrellas (en el que presentaba a sus oyentes cortes de sonido de película en versión original, canciones que solo se encontraban en discos muy antiguos, etc., aparte de su conocimiento-cotilleo de las estrellas del cine) afirmaba que eso ya no era posible, porque su conocimiento del cine, el que le proporcionaba material para sus programas, ya estaba disponible para todo el mundo.

Hoy en día, casi cualquier materia cultural es accesible (palabra clave) en Internet, incluyendo la piratería. Esto no significa que aprovechar la información sea lo mismo que obtenerla o meramente leerla. Implica una reflexión, una captación e interiorización de conceptos que solo es posible tras el estudio. En este sentido, trabajar sobre los textos, por ejemplo, en una carrera universitaria, o en el mejor de los casos, en un máster, no es lo mismo que simplemente leer los mismos libros y textos que se encuentren en la bibliografía. 

Digo todo lo anterior para no extenderme en la biografía, obra y milagros de Giovanni Papini, el autor de la novela Gog, objeto de la reflexión de hoy. No es pereza, sino falta de necesidad. En ciertos casos, uno podía escribir un artículo solo a base de biografía y de haber consultado un par de artículos en otro idioma cuya existencias pocos conocerían. En la actualidad, Vds. pueden buscar en la wikipedia o en otros lugares información sobre cualquier autor/a o personaje de la historia con no demasiado esfuerzo, y con un poco de persistencia, conocer más detalles que cualquier articulista. 




Sirva lo anterior, para limitarme a exponer un par de características de Giovanni Papini. Nacido en 1881, su vida madura osciló del belicismo previo a la I Guerra Mundial a su arrepentimiento después; de su conversión al catolicismo a, sin que eso supusiera una ruptura de su fe, la admiración por Mussolini. Qué tendrán estos artistas como Papini o Knut Hamsen, por ejemplo, que a medida que envejecen se vuelven cada vez admiradores de la fuerza y del poder, siempre aborreciendo el mundo y despreciando todo lo que les huela a "las masas".

Papini escribe, al menos en la versión que manejo de Mario Verdaguer de 1964, una prosa potente, en la que se intercalan con facilidad, sin sensación de forcejeo, pensamientos, descripciones y diálogos. Gog consta de 70 minirrelatos, más bien reflexiones o narraciones de breves encuentros con algún personaje o lugar, más una introducción en la que un primer narrador nos explica su encuentro con Gog y el posterior hallazgo de los legajos de este. Así, no nos encontramos ante una novela. Tampoco los relatos producen la sensación de formar una unidad superior que de algún modo nos describiera algún tipo de progreso o decadencia de Gog, algún tipo de transformación. Más bien, es la repetición del hastío ante la vida y ante los hombres, ante un mundo corrompido y sucio. 

En cuanto al estilo de la prosa, y respecto de algunas de las ideas que se plasman en Gog, nos encontramos ante un escritor de gran nivel. En particular, el relato sobre una ciudad perdida me recuerda a Borges (¡y a H.P. Lovecraft!), titulado, precisamente La ciudad abandonada. También interesantes conceptualmente son El homicida inocente, La industria de la poesía o Cadáveres de ciudades, entre otros.


No se oía en la ciudad desierta más que el eco de las cansadas pisadas de mi caballo. Todas las calles estaban embaldosadas, pero, según me pareció, crecía muy poca hierba entre piedra y piedra. La ciudad parecía abandonada desde hacía pocas semanas, o, todo lo más, desde pocos meses. Las construcciones se hallaban intactas; las ventanas, de postigos barnizados de rojo, cuidadosamente cerradas; las puertas, apuntaladas y atrancadas. No se podía pensar en un incendio, en un terremoto, en una matanza. Todo aparecía intacto, pulido, ordenado, como si todos los habitantes se hubiesen marchado juntos, por una decisión unánime, con calma, a la misma hora. Deserción en masa, no destrucción ni fuga. Encontré de pronto en el suelo un jubón de mujer y un saquito con algunas prendas de cobre. Si me detenía de pronto para escuchar, no oía más que el roer de las carcomas o el escarbar de los topos. (Pág. 39. La ciudad abandonada)


(...) ¡Yo también soy escultor! Pero no al modo grosero de todos. La antigua escultura, maciza y pesada, herencia de los egipcios y de los asirios, ha perdido ya toda su actualidad. Correspondía a una civilización religiosa, monárquica, lenta, primitiva. Ahora somos ascetas, anárquicos, dinámicos, cinemáticos. La escultura debe cambiar también. Fabricar estatuas en mármol, en piedra, en bronce -aunque no sea más que en plata o en madera- sería, ahora, como viajar en los carros de los faraones o vestirse con la armadura de Bayardo. Es necesario, ante todo, cambiar la materia. Modelar estatuas de nieve, como hizo Miguel Ángel en el patio del Palacio de los Médicies, o de cera, como ha hecho Medardo Rosso, era ya un progreso, pero demasiado tímido. ¿No ha observado nunca a los niños, en las playas del mar, cuando construyen figuras de arena? ¿No se le ha ocurrido nunca observar a un artista vendedor de helados que esculpe en la crema y en el hielo? Éstos han sido mis maestros. (Págs. 91-92. La nueva escultura)


Pero cuando uno se ha entregado al vicio de los negocios durante tantos años, es casi imposible conseguir que éste no vuelva a recrudecer. El año pasado me vino el deseo de crear una pequeña industria con objeto de poder sustraerme a la tentación de volver a ocuparme de las grandes y pesadas. Quería que fuese absolutamente "nueva", y que no exigiese demasiado capital. 

Se me ocurrió entonces la poesía. Esta especie de opio verbal, suministrado en pequeñas dosis de líneas numeradas, no es ciertamente una substancia de primera necesidad, pero lo cierto es que algunos hombres no pueden prescindir de ella. Ninguno ha pensado, sin embargo, en "organizar" de un modo racional la fabricación de versos. Ha sido siempre dejado al capricho de la anarquía personal. La razón de esta negligencia se halla, probablemente, en el hecho de que una industria poética, aunque floreciente, daría beneficios bastante modestos, bien sea por la dificultad -no digo imposibilidad- de adoptar máquinas, bien por la escasez de consumo de los productos. (Pág. 137. La industria de la poesía)


Las ciudades desiertas o desenterradas son incomparablemente más bellas que las vivas. La imaginación reconstruye, completa y obtiene un conjunto más gigantesco y perfecto. No hay nada tan verdaderamente maravilloso para mí como lo que no ha sido acabado o lo que está casi destruido. Y el olor de la muerte es un elixir potente para quien sabe que debe morir. (Pág. 156. Cadáveres de ciudades)


En los demás sentidos, sencillamente mal, porque uno no puede sentir sino extrañeza, cuando no rechazo, al racismo, machismo y exacerbado elitismo sin disimular que destilan gran parte de las páginas. Me parece detectar ese habitual exhibicionismo propio de quien cree formar parte de una aristocracia espiritual o de otro tipo.

Para terminar este pequeño repaso, creo que Gog es una lectura interesante desde muchos puntos de vista, no todos estrictamente literarios o estéticos: proporciona el paisaje moral de cierta intelectualidad conservadora de aquella época. Solo por ese apunte antropológico, sazonado además con la capacidad manifestada por el autor de elaborar una prosa contundente, vale la pena.


Satán será liberado de su cárcel 

y saldrá para reducir a las naciones,  

Gog y Magog (Apocalipsis, XX, 7.)


viernes, 4 de marzo de 2022

'Maestros antiguos', de Thomas Bernhard

Es posible que me haya ganado cierta fama de provocador. También, tal vez, de injusto, en especial para aquellos que consideran que lo justo es considerar que escribir y publicar merecen siempre alabanza, cuando no reverencia. Sin embargo, y como suele decirse, la realidad es más asombrosa que la ficción, o, al menos, avanza a marchas forzadas para igualarse a las elaboraciones más trastornadas de nuestra imaginación. Así, en lo que al mundillo literario se refiere, he leído reseñas empalagosas hasta el asco escritas por amigas/os del autor o autora, encumbramientos de supuestos maestros/as que carecían de la menor habilidad narrativa, entrevistas en las que un editor entrevistaba a un escritor que publicaba en la editorial del primero (sin que, por supuesto, jamás se informara al público lector de estos detalles), y cosas de este jaez.

Lo que no había visto, hasta el pasado sábado 26 de febrero, es que un autor reseñara su propia obra en un suplemento cultural. En este caso (por ahora único, pero que imagino que, una vez franqueado este límite, lo que representa una tragedia se repetirá, tal vez, como farsa), se trata, lo que no es casualidad, del actual decano de los reseñadores-golosina, Victoriano Santana Sanjurjo. El hombre se esfuerza durante dos páginas, que graciosamente le ha regalado el suplemento de La Provincia/El Día, en glosar su última obra, que parece ser una colección de reflexiones y pensamientos sobre asuntos varios que le han interesado y tal.

Este fenómeno tiene su enjundia porque, desde un punto de vista empresarial, advierto que el sombrío presente de los suplementos culturales se caracteriza por asegurar el abaratamiento de sus contenidos. Sabiendo que los periódicos de papel no reportan beneficios monetarios directos, sino influencia en otros ámbitos, salta a la vista la lógica de incurrir en los menores costes posibles. Si en tiempos ya antiguos se pagaba al reseñador o reseñadora de turno para que analizara una obra, más tarde, sobre todo a partir de la crisis surgida en el periodo 2008-2010 en adelante, se pasó a que se sobreentendiera que el pago se materializaba en capital simbólico. Es decir, que los individuos interesados solicitaban al periódico que publicara sus reseñas gratis, dándose por recompensados con la lectura de su nombre y apellidos. También, se aprovechó a los periodistas de la casa, más o menos especializados en Cultura, o simplemente que estaban en el lugar inadecuado en el peor momento, para que ampliaran sus funciones habituales y se convirtieran en sobrevenidos analistas de literatura y arte en general. El último paso, lógico como ya he dicho, es que los/as mismos/as autores/as se reseñen a sí mismos. Así, no solo se ahorra dinero, sino esfuerzo y tiempo. Al parecer, todo el mundo sale ganando. Menos el público lector, claro, pero qué más da.

Desde un punto de vista cultural, recalco, lo significativo no es que el Sr. Santana Sanjurjo haya perpetrado su propia reseña, sino por lo que representa: lo que antes venía haciéndose en la sombra, entrevistador/a, reseñador/a o pseudónimo mediante, se exhibirá ahora en toda su crudeza. Sin duda, todo este montaje reseñador se volverá todavía más insufrible. Al menos, ya nadie se llevará a engaño. Todo tiene su lado bueno.




Como lenitivo a la desvergüenza del mundillo cultural canario, si tal cosa, en realidad, puede denominarse como refiriéndonos a algo consistente, no ya objetivo (me refiero al mundillo literario, pero también a la industria cultural canaria), hoy comparto con Vds. la lectura de Maestros antiguos, de Thomas Bernard, un autor al que he reseñado alguna vez y que siempre me proporciona un refugio literario sin par.

Algo tiene el estilo del escritor austriaco que a pesar de su regodeo en la repetición, en el martilleo constante de los mismos conceptos y términos, no podemos dejar de prestarle atención y sentir un placer que quizás raye en lo masoquista. Para un/a lector/a novato/a o acostumbrado solo a las narraciones de estilo naturalista con su división en presentación-nudo-desenlace, la mayor parte de las obras de Bernhard deben resultarle incomprensibles y tediosas en distinta y subjetiva proporción.

Aun así, para el público lector reticente, intento buscar una metáfora o un símil para explicar el método del escritor austriaco: como una melodía que sonara igual una y otra vez, o casi, y así, lentamente, nos llevara hasta otra nueva o hasta su finalización. O como las fotografías de un satélite artificial que hiciera miles de fotografías en cuestión de minutos de una misma zona, de todo su giro alrededor del cuerpo celeste. Así, cada una sería casi exactamente igual que la anterior. No obstante, y a semejanza de una teoría inductiva, sacaríamos una conclusión, o llegaríamos a una revelación, después del relato repetitivo (¡pero cómo son esas repeticiones!) de un concepto, idea o visión.

En cuanto al contenido, Bernhard no decepciona, si es que esas eran nuestras expectativas, en cargar contra todo y contra todos: Austria, Viena, lo que no es Viena en Austria, los austriacos, los historiadores del arte, la cultura, los políticos, la Iglesia Católica, los pintores... ¡hasta los retretes y las costumbres higiénicas de Austria! Para mí, me resulta todo muy divertido, aunque no creo que fuera la diversión lo que motivara a este escritor. Su iconoclastia, real o fingida, es un rasgo característico de casi todas sus obras.


Los historiadores del arte son los verdaderos aniquiladores del arte, dijo Reger. Los historiadores del arte parlotean de arte hasta que, a fuerza de parlotear, lo matan. Los historiadores de arte matan el arte a fuerza de parlotear. Dios mío, pienso a menudo, sentado aquí en el banco, cuando los historiadores del arte pasan empujando a sus desvalidos rebaños, qué pena todos esos seres humanos, a los que precisamente esos historiadores del arte apartarán del arte, los apartarán para siempre, dijo Reger. La ocupación de los historiadores de arte es la peor ocupación que existe, y un historiador de arte charlatán, y al fin y al cabo sólo hay historiadores de arte charlatanes, debiera ser expulsado a latigazos, expulsado del mundo del arte a latigazos, dijo Reger, debieran ser expulsados del mundo del arte todos los historiadores de arte, porque los historiadores de arte son los verdaderos aniquiladores del arte y no debiéramos dejar que los historiadores de arte aniquilasen el arte en calidad de historiadores de arte. (Pág. 28)


Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. (Págs 47-48)


(...) sabe, eso es en Viena, donde realmente todos los lavabos están más descuidados que en ninguna otra gran ciudad de Europa, una rareza, encontrar unos lavabos en los que no se le revuelva a uno el estómago y en los que no haya que taparse todo el tiempo, mientras se está en ellos, los ojos y las narices; los lavabos vieneses son en conjunto un escándalo, ni siquiera en la parte baja de los Balcanes se encuentran lavabos tan descuidados, dijo, Viena no es más que un escándalo de lavabos, hasta en los hoteles más famosos de la ciudad se encuentran lavabos escandalosos, los retretes más asquerosos se encuentran en Viena, más asquerosos que en cualquier otra ciudad, cuando uno tiene necesidad de hacer aguas se lleva la gran sorpresa. Viena es muy superficialmente famosa por su ópera, pero realmente temida y execrada por sus escandalosos lavabos. Los vieneses, incluso los austriacos en general, no tienen una cultura de lavabos, en todo el mundo no se encuentran unos retretes tan sucios y malolientes, dijo Reger. Tener que ir a los lavabos en Viena es la mayoría de las veces una catástrofe, en ellos, si no se es acróbata, se mancha uno, y el hedor que hay en ellos es tan grande que a menudo se queda en la ropa durante semanas. En general, dijo Reger, los austriacos son sucios, no hay habitantes de gran ciudad europea que sean más sucios, lo mismo que es sabido también que las viviendas europeas más sucias son las viviendas vienesas, las viviendas vienesas son todavía mucho más sucias que los lavabos vieneses. (Págs. 116-117)

 

Y los escritores austriacos en conjuto no tienen absolutamente nada que decir y ni siquiera saben escribir lo que no tienen que decir. Ninguno de esos escritores austriacos de hoy sabe escribir, todos se sacan de la manga una literatura de epógonos repulsivosentimental, dijo Reger, y escriben, escriban donde escriban, únicamente basura, escriben basura estiria y salzburguesa y carintia y burguenlandesa y bajoaustriaca y altoaustriaca y tirolesa y voralberguiana, y amontonan esa basura desvergonzadamente y con avidez de gloria entre las tapas de sus libros, así Reger. Están en sus viviendas municipales de Viena o cabañas de ocasión y confusión de Carintia o en los patios interiores de Estiria y escriben basura, la basura epigonal, apestosa y sin cabeza ni espíritu de los escritores austriacos, dijo Reger, en la que la patética tontería de esa gente apesta al cielo, así Reger. Sus libros no son más que la basura de dos y hasta de tres generaciones, que nunca aprendieron a escribir porque nunca aprendieron a pensar, una basura epigonal totalmente sin espíritu y que finge la filosofía y el terruño es lo que todos esos escritores escriben, dijo Reger. Todos esos libros de esos escritores más o menos asquerosamente oportunistas oficiales no son otra cosa que libros plagiados, dijo Reger, cada una de sus líneas es una línea robada, cada palabra una palabra arrebatada. (Págs. 155-156)

 

Aun así, en algún momento, aunque solo sea en una frase, nos sugiere que ni Austria, ni las demás personas son tan terribles. Como si hubiera necesitado una purga que lo eliminara todo salvo lo valioso, lo único realmente valioso.


Aborrecemos a los hombres y, sin embargo, queremos estar con ellos, porque sólo con los hombres y entre ellos tenemos una oportunidad de seguir viviendo y no volvernos locos. La verdad es que la soledad no la soportamos tanto tiempo, así Reger, creemos que podemos estar solos, creemos que podemos estar abandonados, nos convencemos de que podemos seguir adelante solos, así Reger, pero es una quimera. Creemos poder arreglárnoslas sin los hombres, en efecto, creemos incluso poder arreglárnoslas sin nadie y al fin y al cabo nos imaginamos que sólo tenemos una oportunidad si estamos solos con nosotros mismos, pero eso es una quimera. Sin hombres no tenemos la menor oportunidad de sobrevivir, dijo Reger, por muchos que sean los Grandes Ingenios y por muchos los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie, así Reger, al final nos dejan solos todos esos, así llamados, Grandes Ingenios y esos, así llamados, Maestros Antiguos y vemos por añadidura que esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos se burlan de nosotros de la forma más innoble y comprobamos que con todos esos Grandes Ingenios y con todos esos Grandes Maestros sólo hemos existido siempre en una relación de burla. (Págs. 204-205)


En fin, puede que Vds. no tengan el ánimo para literatura atrabiliaria, aunque tampoco afirmaría que la novela les vaya a suscitar violentas pasiones en el ánimo. A estas alturas, seguro que habrán leído cosas más terribles. No obstante, este conjunto de imprecaciones valen menos, quizá, por a quiénes van dirigidas como por el modo (el estilo) en que se han escrito. Al final, Bernhard convence aunque no se esté de acuerdo con él. Yo les aconsejaría que se hicieran con la novela, al igual que con las otras obras de este escritor y de las que he escrito en el blog. 





martes, 1 de marzo de 2022

'Nevada', de Claire Vaye Watkins

Una vez que hemos confirmado gracias a Berlinale que ser artista multidisciplinar y poliédrico no le coloca a uno de manera automática en "la dimensión de la genialidad" (curiosa manera de evitar calificar a alguien de manera directa como genio, que da la impresión de ser un concepto algo trasnochado, pero sin descartarlo del todo), ni siquiera que sea bueno en algo, nos damos en esta ocasión un respiro. Digo esto porque después de un comienzo de 2022 bastante regular, lo que habrá suscitado el delirio de las masas ávidas de sensaciones fuertes, hoy toca una colección de cuentos, publicados en el lejano 2012, de una escritora norteamericana llamada Claire Vaye Watkins. Aunque solo sea por fastidiar, están bastante bien.

Para no olvidarme, escribo ya que la bondad de la literatura de esta escritora viene mediada por la versión al español escrita por el traductor Ce Santiago. Qué haríamos sin los/as traductores/as.



Me pregunto, para empezar (no hay artículo en que no toque las narices un poco) por qué el título original, Battleborn, fue cambiado por la editorial en la versión al español por Nevada. Me temo que, para la inmensa mayoría de los españoles, leer "Nevada", asumiendo que sepamos de antemano que se refiere a un estado de los Estados Unidos no significa nada. Un mero nombre. Como si en vez titular Nevada, hubiesen titulado Wyoming o Sacramento o Tuscany. Cero valor significativo, cero valor informativo. Sería diferente, quizá, para un hispanohablante ciudadano de ese país, o para los hispanoamericanos que, quizá por proximidad querida o impuesta, tuviesen conocimiento cabal al respecto. En cambio, algo así como Nacido de la batalla o cualquier cosa algo ingeniosa relacionada con la palabra inglesa habría sido mejor. Quisquilloso que es uno.

Una vez expresada esta disconformidad, la impresión de conjunto que me ofrecen los relatos es la de una prosa trabajada, concentrada y enérgica. Es decir, lo narrado se muestra con dureza, sin circunloquios, lo que no quiere decir sin sutileza. La amistad, el amor, la obsesión, la fantasía, la soledad, la crueldad, etc., etc. se muestran por estas páginas de manera más que convincente. No digo que impresione hasta el arrebato, pero sí muestran a una escritora ya hecha que se expresa de manera harto convincente, con una capacidad para seleccionar esos pequeños detalles, gestos y palabras a los que solo un/a buen/a escritor/a está atento/a.


Tras formar la fila, Manny regresa a la barra con Amy Armada. Michele se les une, Amy planta sobre la barra sus tetitas bronceadas en exceso, y ahí reposan como dos orbes en un zurrón. 

-Necesito un puñetero cliente -dice. 

Michele le dedica una amplia sonrisa: la sonrisa grande y boquiabierta del extranjero que finge saber lo que pasa. 

Con el dedo, Amy recorre arriba y abajo el antebrazo del muchacho. 

-¿Por qué no sirves al chico una birra de verdad, Manny? 

Manny le pone a Michele una pinta de Boddingtons. Ligeramente perplejo, el chico contempla cómo una nube de espuma se hincha en la superficie de su nueva cerveza. 

-La Budweiser es meado dice Amy-. Es una broma de por aquí. 

Michele le da un trago largo a su nueva cerveza. 

-¿Cuándo, eh..., volverá? 

-¿Darla? Depende -dice Manny. Grita hacia el despacho de atrás-. Gladys, ¿cuánto tiempo ha puesto?

En sus primeros días, Manny le preguntó a Gladys si a veces escuchaba las suites a escondidas. "Ya sabes, por diversión." Gladys bufó sin más. "¿Diversión? -dijo-. Cielo, a mí no me queda nada por ver. Mi mejor cliente era un delegado del condado. Se hacía en su Buick todo el trayecto desde Tonopah una vez al mes solo para que me pusiera a dar golpecitos en el suelo con la pata de palo de su esposa muerta. Tú ni siquiera habías nacido". (Pág. 92, de Pasado perfecto...) 


Regresó a la cocina. De alguna manera, la chica parecía distinta a las demás chavalas. Era guapa, o habría podido serlo. Tenía unos rasgos demasiado extenuados para su edad. 

Magda hizo un gesto hacia la perra, echada delante del enfriador portátil. 

-¿Y ese quién es? 

-Milo -dijo-. Ella te encontró. Seguramente te dio un golpe de calor. 

Le trajo un tazón de sopa de tomate y le rellenó el agua. 

Ella se llevó un poco de sopa a los labios y con cortesía inclinó la cabeza hacia la perra. 

-Gracias, Milo. -Miró a su alrededor, sin comer, escarbando en la sopa con la cuchara como si esperase encontrar algún secreto en el fondo del tazón-. Eres todo un coleccionista de piedras, ¿no? 

-Trabajo un poco de lapidario -dijo él. 

-¿Estás en la mina? 

-Estaba. Me jubilé. 

Magda dejó el tazón de sopa en la mesita. De la balda que tenía a su lado cogió un trozo polvoriento de cuarzo ahumado del tamaño de una  bujía y se lo puso en la palma de la mano. 

-¿Y qué haces por aquí? -preguntó. 

-Cosas mías -dijo él-. Tengo algunas concesiones. 

-¿Oro? 

Asintió y ella rio hasta mostrar los empastes de metal y una muela de plata maciza. 

-Este sitio está exprimido- dijo ella, y rio otra vez. Reía con fuerza, con la boca totalmente abierta y mostrando todos los dientes-. Ya no queda oro, abuelo. (Pág. 128, de Carabela portuguesa) 


No obstante, por señalar algún defecto, creo notar cierta predisposición a acabar los relatos de una manera literaria. Y me da por pensar que es la manera en que se lo habrán enseñado (o aprendido por su cuenta) en talleres literarios, cursos en la Universidad y cosas así. Una manera de acabar como simbólica que parece querer decir mucho, pero, tal vez, no signifique nada, ni siquiera para la escritora. Habría que preguntárselo, pero como eso no es posible por el momento, comparto con ustedes mi sospecha.

Hay narraciones que quedan en la memoria, otras que se olvidan; hay fragmentos que se conservan, escenas luminosas o sombrías que brillan con intensidad superior a la del relato al que pertenecen. Es posible, no obstante, que eso ocurra en cualquier colección con algo de valor. En este blog tenemos experiencias de libros olvidables y olvidados por completo, hasta su mismo título, y a su autor/a, también. 

En lo que a Nevada se refiere, recuerdo en especial los relatos Pasado perfecto, pasado continuo, pasado simple, Carabela portuguesa y Las excavaciones, que son también los más extensos. Es posible que para el estilo de la autora le convenga mejor la amplitud que la brevedad, aunque ningún relato me parece desdeñable. Todo lo contrario.

EN DEFINITIVA, una colección de relatos que vale la pena leer.


P.D. Para los más interesados/as, la autora escribió años más tarde un ensayo sobre las motivaciones que le llevaron a escribir, y a escribir de determinado modo, estos relatos. Véase aquí.