jueves, 19 de mayo de 2022

'Veneno en el paraíso', de Domingo-Luis Hernández

Me fio de los conocidos que me dicen que el escritor Domingo Villar era un buen tipo. De sus novelas, poco tengo que decir. Leí aquella titulada El último barco, a la que propiné una crítica poco complaciente, sin duda, aun siendo más que correcta. Me cuentan que, antes de una entrevista, rechazó conocer de antemano las preguntas, lo que me indica que se veía con argumentos para defender su obra sin tapujos. Como saben, Domingo Villar estuvo en la feria del libro de Las Palmas en 2019, y recibió un premio por la novela aludida en Santa Cruz de Tenerife al año siguiente. No somos nadie, aunque nos empeñemos en olvidarlo.

En otro orden de cosas menos luctuosas, visto el programa de la Feria del Libro de LPGC de este año, la impresión puede ser, sin duda, peor, pero sería difícil. Entiendo que no siempre es posible traer a escritores/as reconocidos/as de nivel galáctico, pero quizá es que el planteamiento de traer a estos figurines o figuritas conlleva un grado de competitividad al que no siempre se puede hacer frente. Como dije en el programa de radio homónimo, quizá habría que hacer más esfuerzo por que la Feria del Libro fuera menos feria y más fiesta del libro. En ese sentido, el subrayado no consistiría en traer al Pérez-Reverte de turno o al presentador de telediario premiado por su última nimiedad en forma de libro que en organizar actividades que entusiasmaran al público. Público, comprenderán, proclive a disfrutar de las actividades relacionadas con la literatura, que no solo son hacer una cola kilométrica para lograr un autógrafo, compadecerse un pizco de los/as escritores/as primerizos/as, o pasearse por los puestos de librerías a las que, dicho sea de paso, pueden ir durante todo el año.

Entiendo que, tal y como están concebidas, estas ferias son mera promoción de la venta de libros y de las librerías, pero así como estas últimas se han empeñado, con mayor o menor fortuna, en no limitarse en ser puntos de venta (con actividades varias como presentaciones de libros, mesas redondas, debates públicos, etc.), así la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria (que es la que padezco) podría intentar convertirse en un evento atractivo no solo para los/as masoquistas habituales de la Literatura, familias sin plan de fin de semana o en una disrupción del paisaje habitual del Parque de San Telmo para el/la paseante ocasional. Imagino que, para eso, hace falta gente con conocimientos, ideas y energías.



Como si lo anterior no fuera suficiente, la novela que traigo hoy para Vds., Veneno en el paraíso, de Domingo-Luis Hernández, es un ejemplo de lo fácil que es hoy publicar en cualquier imprenta/editorial del archipiélago. Sin ser una novela vergonzante, como otras que recordarán por las reseñas que les he dedicado, sí que es evidentemente fallida, necesitada de una profunda reconfiguración en su trama y objetivos.

Antes de entrar en materia, por mucho que se haya consolidado la costumbre, me parece de dudoso gusto publicar la foto del escritor o escritora en la solapa, a veces con el listado de sus obras y premios. Lo que sí se vuelve insoportable es que en la foto aparezca un fular, una pipa o una máquina de escribir. Que yo sepa, la ciencia no ha descubierto un fenotipo específico de escritor/a, así que por qué insistir en el lugar común estético del artista. Esto, independientemente de que al Sr. Hernández de verdad le guste llevar un fular los días impares, los pares, los fines de semana o solo cuando posa.

Dicha esta frivolidad, sigamos: la novela parte de una premisa que no carece de interés: la transformación de una persona al perpetrar un asesinato que se revela como no-asesinato. El protagonista, Teodoro Raúl Sosnowsky, dispara una bala a la cabeza de su hermano mientras duerme, para, no se explica cómo, quedarse con la mujer de éste, a la que le une, según parece, una ardiente pasión erótico-amorosa. Pasa un tiempo en la cárcel hasta que se descubre que su hermano ya estaba muerto, y no de parranda onírica, cuando Teodoro apretó el gatillo. 

Las consecuencias de su acción y su transformación física y psicológica constituyen, como digo, el motor de la acción. A pesar del intrigante comienzo, tales efectos se encarnan en una trama de poca monta, casi banal, en un pueblo de la isla de El Hierro. Lo que iba a constituir una novela de inspiración beckettiana se queda en las divagaciones de corte apodíctico de cura rural de Teodoro o, tras su operación de cambio de rostro y de DNI, de Juan Pedro Quirós Castañeda. Los receptores de sus sentencias son los miembros de una cuadrilla y su líder, a los que más tarde se unirá la hijastra de éste, con la que, claro, había tenido relaciones incestuosastras (pérdonenme la licencia). Como tampoco podía ser de otro modo, nuestro protagonista mantendrá una breve relación sexual-existencial con ella, etc. 


El asunto es que maté porque quise matar. Luego, si tú estabas detrás del matar porque te convenía, la punta de mi revólver apunta a tu cabeza. ¿Qué ocurre? Que antes del disparo definitivo habría de destrozar, llevar a esta pútrida familia hasta el mismísimo infierno, sentarla cerca del trono de Satanás. Confirma satisfacción por la culpa y encontrarás un abismo aterrador. Las palabras significan lo que significan y lo que tú decides que signifiquen. Es decir, a medida que la devastación me rodeaba, el sentido verdadero de la satisfacción cobraba cuerpo y mi maniobra se escapaba por entre los dedos de las manos como la arena. (Pág. 14)


El camarero se acercó con un bote de vino. Dije que no había pedido semejante servicio, y que no me convenía. 

-Perdón, señor; es una invitación, y aquí las invitaciones se aceptan. 

Tuve una intuición y hube de confirmarla. Miré al fondo del salón y descubrí a Miguel Gómez sacarse el sombrero en señal de respeto. Inclinó la cabeza para saludarme. Recordé la frase del muchacho en la pasada noche. Mientras alzaba el recipiente en señal de aceptación, pregunté al camarero: 

-¿Qué he de hacer? 

-Compartir la botella con quien la paga y usted pagar otra. Eso es lo mínimo. El resto es cosa suya... 

-Dígale a Miguel Gómez que acepto el regalo. 

El vino no era agradable. Tenía un cuerpo y una personalidad poco comunes. No recordé un néctar igual de cuantos probara antes. Era blanco y dulce. Sin denominación de origen, su calidad la garantizaba la palabra del que lo consechó. (Pág. 66) 


-Lo siento -se apresuró a disculparse Ana-. No sabía que durmiera usted en el salón de la casa. 

Alcé la cabeza e hice un esfuerzo para verla. Era un ser extraordinario al que algún amigo de Gómez llamó fatal, para encono de Ángel. Vestía un suéter azul de mangas largas y un pantalón estrecho y blanco. No hacía ostentación en su belleza; más bien se afanaba en ocultar su atractivo y lo que en realidad era: una mujer sensible con una personalidad decidida. 

Alcé el cuerpo con decisión, y con un gesto simpático caí de nuevo sobre el asiento. 

Ana rio y tendió el brazo en mi ayuda. 

La examiné con viveza, tomé la mano y me alcé hasta ella. Acaricié suavemente su rostro y besé con ternura sus labios. Ana Gómez había cerrado los ojos. Su expresión era dulce. No soltó mi mano, tiró de ella y me condujo hasta la cocina. 

-Su vida es un misterio. 

-Siempre ocurre así con los extranjeros, amiga, ¿no es cierto? Ese comentario es propio de Zával y Zával sabe muchas cosas de mí, repuse. (Pág. 88)


Por otro lado, ya que la historia no me da para más, el uso del idioma es correcto, sin graves errores, salvo dos lamentables "infringir" por "infligir" (véase, por ejemplo, página 108: "Gómez se alzó. Infringió un ruido sospechoso al asiento"). Tampoco tiene ninguna frase estéticamente apreciable: por mucha reflexión profunda que pretenda colarnos, su plasmación carece de valor literario, al menos en mi opinión. Cierta minuciosidad en cosas sin importancia, irrita, no obstante. Como la novela es corta, unas 130 páginas medianas, si se tiene esa intención, puede apurarse en dos o tres sesiones de lectura, a cuyo término uno podrá dedicarse a asuntos de mayor enjundia y, tal vez, mejor aprovechamiento.

Uno se pregunta, en definitiva, para qué. Para qué molestarse en montar esta historia que cae tan bajo como alto apuntaba. La dualidad psicológica nunca se manifiesta, no hay transición alguna, al menos apreciable en la novela, de un Teodoro a un Juan Pedro. No se aprecia una escisión moral que, a su vez, nos haga interrogarnos a nosotros mismos sobre las consecuencias de nuestros actos o de las veleidades de la fortuna. En realidad, permanecemos impávidos mientras leemos como se despliega una trama de naderías en este diario agónico e insustancial que es, al fin y al cabo, Veneno en el paraíso.



P.D. Como cada vez que puedo y me acuerdo, les añado material complementario: aquí, una entrevista respecto de la novela en cuestión; y aquí, una reseña espumosa, pero sin el entusiasmo de otras que le han hecho justamente célebre.

POLILLAS RADIO GUINIGUADA

domingo, 8 de mayo de 2022

'Cazadores de beatniks', de Dani Ortiz

Así es el Polillas y yo: estamos dos, casi tres semanas sin reseña, preñando de inquietud y angustia el mundillo literario cuando, sin previo aviso, henos aquí de nuevo con otra. Qué desenfreno y qué desparrame de talento, digo yo. Si la semana pasada nos metimos de lleno con una notable novela, Mimoun, del primer Rafael Chirbes, en esta ocasión le toca a una creación peculiar, sobre todo para el empalago autorreferencial que se estila por estos pagos, del autor y editor Dani Ortiz.

Autor y editor cuya obra y editorial desconocía yo por completo. Lo que, más allá de mi ignorancia, me hace preguntar sobre el eterno asunto este de la visibilidad mediática, por la que algunos/as autores/as parecen estar eternamente presentes, atosigándonos con su ubicua presencia, por muchas obviedades o insensateces profieran, y otros, como en este caso mucho más interesantes, apenas llegan al gran público. Quizá, ni siquiera al pequeño público, más selectivo o más despistado. Como ya hemos hablado y escrito hasta el hartazgo del papelón de los suplementos culturales y de esa especie -el/la periodista cultural-, antaño prestigiosa, hoy más devaluada que la moneda de Zimbabue, con esa aniquiladora capacidad de producir artículos que oscilan entre el elogio más vergonzoso y el sopor más aplastante, no incidiré en el asunto.

Eso sí, nosotros algo de culpa tenemos en esta situación. Como el cilicio ya no está de moda, y no todo va a ser mortificar la carne, estaría bien, por lo menos, no aceptar las monedas falsas de la cultura que provienen del entramado empresarial predominante o de la clase política, cuyos representantes siempre quieren rescatarnos de nosotros mismos, cuando no regenerar los barrios o situarnos en el mapa mundial de la última gilipollez. Siempre digo lo mismo, desconfíen de todo y de todos, acepten solo sus propios juicios, y reflexionen críticamente, incluyéndoles a ustedes mismos. 



Volviendo a esta novela, titulada Cazadores de beatniks... Ahora bien, no sé si es una novela o más bien una sucesión fulgurante, un flujo ininterrumpido, de pensamientos que narran los viajes de una pareja de editores/asesinos o lo que sea que atraviesan los Estados Unidos de parte a parte y luego cruzan México y llegan hasta Guatemala. Y no paran, claro. La verdad es que, a estas alturas, cualquiera se va a poner a ahora a definir la literatura en cualquiera de sus manifestaciones, y menos la novela, tan proteica. Baste decir, al menos eso es lo que yo me digo, que hay personajes, hay diálogos y mucha descripción. Añadan a eso que la exuberancia verbal que muestra Dani Ortiz es sobresaliente, a veces, simplemente asombrosa.

A este respecto, casi no hay párrafo sin referencias literarias o musicales, tanto de forma expresa como en guiños solo apreciados por quienes conozcan aquellas. Lo bueno es que no suscita esa impresión penosa de otros/as autores/as, ansiosos/as por un reconocimiento de cultura que no deberían necesitar y, menos, mendigar. Aquí estas referencias (no solo sobre el fenómeno beatnik) vienen a cuento, están bien insertadas, y aunque sesgadas, porque no hay visión subjetiva que no lo sea, las estampas norteamericanas (o mexicanas, argentinas, etc.) son potentes, a veces desoladoras, a veces coloridas, con comparaciones y metáforas brillantes en muchos casos.


Jazz, Demon Piquer pululando en los prostíbulos de Storyville, su historia contada por él, luego Willy de Ville: remembranzas de los alrededores de la Hamburg Hauptbanhoff bailando Demasiado Corazon con una prostituta que me doblaba la edad, albercas al caer el sol, canciones de Fleetwook Mac en Canal, Tony, nuestro hobo angelical durmiendo la mona en un portal oscuro, misión cumplida. El bullicio de Bourbon Street, el espectáculo de ver la estatua de Louis Armstrong atada con cuerdas en Congo Square, las tardes estrelladas en las terrazas del Marigny, gringas enseñando las tetas por un par de collares fuera de fecha. Dixieland, la falta de respeto a Dixieland, la luna llena sobre Algiers, ojos brillando en las aguas al llegar la medianoche, el Laffayette, y un último bloody mary en Esplanade, donde el cuarto oscuro con vídeos de Paula Abdul. ¿Pero qué habéis hecho con el jazz, insensatos? (Pág. 47)


Nopales a los lados, serpiente asfaltada hacia el Atlántico, un bus mitológico, como a mí me gusta, leyendo cosas que ese enorme editor tuvo a bien decir de uno de nuestros héroes submundiales, R.B., no cuesta imaginarlo a bordo de uno de estos camiones camino a Sonora, escribiendo al tiro poemas en un cuaderno cuántico de tapas mohosas. Ondea la tricolor en el peaje, un federal con la mano en automático invita a seguir derecho a Guanajuanato. Luca enfrascada en su crisálida de tricora, emocionada, tarareando sabinadas. Recuperadas las alas, rodamos junto a cunetas de cementerios despoblados, fábricas de cemento bajo los cielos de México, dolientes de dicha, en pos de más leyenda, reverenciando calzadas y cruces: León, Aguas Calientes, Puerto Vallarta, saludando camiones de cabinas en llamas, todos esos carros de fuego rumbo a la frontera. Vuelvo la cabeza para conocer los rostros de los viajeros, ancianas soñadoras tejiendo frazadas para nietas que duermen en lechos de pasta base, mujeres que tejen una mortaja gigante donde cobijar a toda Juárez para que después amanuenses oficiales se presten a manchar con letras encendidas esas tumbas olvidadas juanto a un lamentable muro. Viejas de maíz; alguien la vio, dicen, volver de entre los muertos con un morral repleto de salvación, María Sabina, the one and lonely, chamana de los cerros meridionales. (Pág. 111)


Vinimos a Comala para descubrir que Nelson Mandela se había apagado en su casa de Johannesburgo. Oscurece sobre la plaza, media luna en el firme celeste y los muertos salen a bailar para honrar a la Virgencita mientras Luca y yo lloramos incrédulos de esta primera noche en el mundo sin Mandela. Orfandad, viajeros sin padre, por eso tal vez recalamos aquí, en las tierras calientes de Juan Rulfo, donde los volcanes escupen para refrigerar el infierno bajo nuestros pies. Comala, diciembre largo como las calles de este pueblo blanco encajonado en un pasado fantasmal, puede que llorando con un incómodo feeling bipolar por razones que no vienen del todo a cuento. Otro volcán de fuego a lo lejos nos arroja a la cara el humo de sus caladas telúricas. (Pág. 151)


Podría decir que es el estilo, esa forma de contar lo que eleva a esta novela por encima de lo normal. No hay una historia perfectamente delimitada, sino un vagabundeo planetario sostenido por intenciones más o menos nebulosas de los protagonistas, esta pareja tan loca. Hay que añadir que es de esas historias cuyo transcurrir no me lo imagino de otra manera que la plasmada por Dani Ortiz. Esta indisolubilidad entre forma y contenido (por hablar así) es para mí muestra de su calidad.

Si hay algo que me sobra, por escribir algo negativo, es la episódica caracterización de esta pareja como killers, en plan Asesinos natos. No solo me sobra, sino que me parece del todo desacertada la mención a acabar con la vida de tal objetivo a recordar el perpetramiento de tal asesinato porque tal persona les caía mal, etc. Si solo fueran fantasías de aniquilamiento o destrucción con el fin de encuadrar mentalmente a los personajes, me parecerían hasta correctas, pero... En fin, creo que ahí le falta un poco de esa imaginación de la que está sobrada el resto de esta obra. También puede llegar a fatigar el torrente de información y el ritmo de la narración, que casi no ofrecen descanso al lector. En este sentido, no es una obra para leer del tirón. Esto no es negativo, per se.

No obstante este último párrafo, me parece una obra muy por encima de la media, no solo canaria, sino española, en general. Si esto no quiere decir mucho, añadiría que es lo más singular que he leído en la literatura últimamente, y que bien merece que le echen un vistazo. Ya me contarán.


POLILLAS AL ANOCHECER-RADIO GUINIGUADA


jueves, 5 de mayo de 2022

'Mimoun', de Rafael Chirbes

No hace falta que me reprochen mi retraso bloguero, sobre todo respecto de los libros que comento, aun con brevedad, en el programa de radio homónimo. Ya me fustigo yo, regocijándome, al mismo tiempo, de ese lado un tanto masoquista de autocrítica que suelo practicar con demasiada frecuencia. 

En cualquier caso, hay un silencio clamoroso, o un clamor silencioso, en el panorama literario canario, lapso desértico singular antes de la feria del libro anual, que se celebrará (es un decir) en la última semana de este mes de mayo. Es posible que las editoriales/imprentas de Canarias están reservando esfuerzos para las presentaciones bajo carpa. Que habrá carpas de primera división, otras de segunda, y para la mayoría de los/as escritores/as en ciernes, una silla en la que descansen de sus falsas esperanzas, mientras ven pasar de largo (oh, esa mesa con sus libros boca arriba, como recién rescatados) a la gente con ojitos melancólicos. He visto documentales de animales en vías de extinción menos conmovedores.

Dado lo raro que soy, aunque siempre he sido lector (aun con variable intensidad), nunca me había interesado demasiado por estos eventos consuetudinarios de la rúa. Solo ahora, a partir del momento (quizá aciago para muchos/as) en que comencé a escribir las reseñas para el blog, me obligo a curiosear por los puestos y a sufrir las presentaciones y promociones varias de estos productos singulares que se venden en forma de libro.

Ya hablé en otro artículo de la problemática organización del año pasado y de la discutida capacidad organizativa del director de la feria, Jorge Balbás. Veremos hasta qué punto es capaz de igualar la ineptitud del año pasado o, incluso, de superarla. No duden, tampoco, de que si la feria logra entusiasmar a alguien, o hacer que alguien compre un libro de manera espontánea, lo señalaremos. Sobre todo, hay que ser justos.




La novela de hoy es la primera de las publicadas del ya difunto Rafael Chirbes, famoso, sobre todo, a partir de su Crematorio (y de la posterior serie de televisión) y últimamente por sus memorias, en las que pone a parir, entre otros, a Arturo Pérez-Reverte. Debería ser obligatorio, en cualesquiera memorias que se publicaran, poner a parir a la gente, en general y en concreto. Y más, si se sabe que dichas memorias se van a publicar póstumamente. 

Sin más dilaciones: la novela es notable, y más aún siendo la primera. Como señala, creo que con acierto, su prologuista, Carmen Martín Gaite, puede que fuera la primera novela publicada, pero sin duda no la primera escrita. En eso, aprovecho aquí para lanzar un dardo jíbaro, se nota la diferencia, al menos en nuestro ámbito canario, con tanta primera novela, o tanta primera colección de cuentos, en las que se nota que coinciden el escribir con el publicar, ávidas como están no sé qué instancias malignas en descubrir al nuevo gran autor, a la nueva escritora sensacional, mejor si son jóvenes, qué digo, incluso impúberes, descubrimientos fugaces y efímeros, que con seguridad, en años posteriores, cuando hayan alcanzado algo de madurez intelectual, solo acarrearán vergüenza a los prematuros talentos.

Mimoun narra, a grandes rasgos, la llegada y estancia en Marruecos de un joven aspirante a escritor, que ha conseguido una plaza de profesor. No sabemos muy bien qué aspiraba a encontrar en ese país: quizá exotismo, quizá sexo suburbano gender fluid, quizá encontrar al fantasma de Paul Bowles o de Juan Goytisolo... El caso es que las que fueran se ven truncadas. Ya sea por el ritmo de vida de ese país, por los escasos estímulos intelectuales, ya por una sangría interior que lo va debilitando según pasan los días, nuestro protagonista vive su estancia en la ciudad de Mimoun como una sucesión de momentos de estupor, aburrimiento, progresivo alcoholismo y sexo cada vez más insustancial, solo salpicado de breves momentos de lucidez o de afecto.

No obstante lo cual, la lectura no resulta triste, deprimente o aburrida. Se lee con interés esta inmersión en el estancamiento, cuando no en la degradación y decadencia, de un personaje que, ya perdido, se interna en un laberinto extranjero del que solo a duras penas, y muerte siniestra de por medio, logra escapar. Quizá no por una salida natural, sino, digámoslo así, escalando la pared. Ignoro si hay moraleja o conclusión moral definitiva: en la vida, no suele haberla. Al menos, carece de esas escenas con música de fondo. Las cosas pasan, nos pasan y, a veces, somos nosotros quienes las perpetramos. He oído que hay gente que reflexiona sobre lo que les ocurre y experimentan algún tipo de epifanía moral que les hace mejorar.


Los imprevistos encuentros con Ahmed terminaban en alguna de las habitaciones del Jeanne d'Arc. Hoy recuerdo con melancolía el grifo que llenaba con agua tibia la bañera descomunal y el vaho que crecía sobre el agua hasta ocupar toda la habitación. Entre la niebla surgía el cuerpo desnudo de Ahmed como, en primavera, en la Plaza del Atlas, brotaron meses más tarde las flores azules de la jacaranda.  

Ciertos atardeceres, ya en Mimoun, y antes de iniciar el ascenso a pie hasta la creuse, me detenía en alguno de los bares del pueblo para beber. Mi presencia en aquella ciudad apartada causaba una mezcla de curiosidad, simpatía y desconfianza. Mimoun había sido, años antes, un importante centro comercial que se fue desmoronando poco a poco. Los franceses se habían marchado al día siguiente de la independencia, y los últimos judíos abandonaron la ciudad cuando estalló la guerra del Yon Kipur. Quedaba sólo un par de hebreos, propietarios de despachos de alcohol, y denostados. (Págs. 38-39).


Cada día me hacía el propósito de no volver a pisar los bares de Mimoun, donde me rodeaba de gente que no me gustaba y que incluso empezaba a provocarme un sentimiento que se parecía mucho al miedo. Sin embargo, al atardecer, no soportaba quedarme en casa, mientras las sombras de la ventana se iban alargando sobre las paredes y la luz se volvía más frágil, como de vidrio. pensaba, entonces, que acababa de perder un nuevo día. No hubiese sabido explicarle a nadie en qué habían de distinguirse esos días perdidos de otros que podrían ganarse, pero allí, en la Creuse, una vez que Rachida se había ido, empezaba a sentirme acobardado. (Págs. 62-63)


También la ciudad parecía dormir el letargo de una larga borrachera. El polvo y el calor lo cubrían todo en aquellos últimos días del estío. Las plantas del jardín se habían agostado, y todo estaba seco y amarillo. Era como si el desierto hubiese ido cayendo imperceptiblemente sobre nosotros, traído por el aire ardiente, y hubiera acabado por ocuparlo todo sin que nos diésemos cuenta. Una niebla sucia cubría la mole del Bou Iblan, que ya no era azul y acuática como en la pasada primavera, sino rojiza y de fuego, en los interminables atardeceres. Cuando estalló la primera tormenta, aquel polvo que había estado flotando por todas partes se endureció y recubrió como un maquillaje las plantas enfermas y las casas. (Pág. 123)


Esta obra, narrada en primera persona, así pues, con la consiguiente visión subjetiva y limitada, nos conduce por un Marruecos agreste, semirrural, alcohólico, en el que el extranjero no puede sino sobrevivir entre la doblez y la mezquindad de los nativos, que parecen que solo emplean su tiempo en la bebida y en el folleteo clandestino, y clandestino y de pago cuando es con una mujer. En resumen, un cuadro desolador de una ciudad de provincias marroquí, una atmósfera más que sofocante que empapa de angustia toda actividad humana. Los diálogos están bien insertos en las escenas y el idiolecto de Chirbes, en el que mezcla extranjerismos con párrafos en francés sin traducir, resulta natural, sin florituras pero sin aridez, y con momentos de indudable brillantez.

Para terminar, Mimoun es de esas obras que suscitan el mejor elogio que podría hacerse a un escritor primerizo, como es el caso de este Chirbes de 1988: te animan a leer sus siguientes novelas.


POLILLAS AL ANOCHECER-RADIO GUINIGUADA