jueves, 27 de enero de 2022

'Berlinale', de Elio Quiroga

Aun después de estos más de cinco años, después de todo lo que hemos pasado juntos, hay escritores que piensan que escribo para ellos, que pienso en ellos como receptores de estos artículos. Sugieren, de manera más o menos sutil, que el ánimo que me embarga cuando escribo mis críticas es el de ofender, humillar o castigar. Recordarán Vds., público lector al que me dirijo (que no es ni más ni menos que a todas esas personas a las que engañan semana sí y semana también en los suplementos culturales, en los espacios de radio y tv, y en las páginas de Internet apenas disfrazadas de espacios de promoción o de "colaboración"), que este blog surge como un intento de dar una opinión no mediada por intereses editoriales ni amicales, una sincera y argumentada opinión, lo más informada posible, respecto de novelas y cuentos que se publican en el ámbito local y nacional.

Creo que algo hay de drama, de tintes patéticos, en el enfado del escritor o escritora que no soporta la crítica negativa, por leve que sea. Que piensa que esta es siempre causada por la envidia o el resentimiento. Que no la acepta salvo que sea elogio. Que siempre pide explicaciones y acreditaciones cuando es negativa, pero que la acepta encantado, sin suspicacia alguna, cuando es positiva. Que la crítica en Canarias no existe o carece de calidad salvo si le ensalza. 

Este panorama resulta todavía más grotesco cuando observamos que el mundillo está poblado de escritores y escritoras quizá esforzados/as, pero en absoluto (salvo las escasas excepciones) poseedores/as de talento ni brillantez especiales. Creo que harían bien en dejar de patalear y de gruñir; tal vez les sería más útil reflexionar acerca de su obra, en analizar retrospectivamente su carrera y preguntarse si no ha sido un espejismo fabricado por intereses y necesidades que quizá poco tenían que ver con la literatura misma.

Es fácil despreciar al crítico, pero más fácil es vivir engañado.




Elio Quiroga, en quien no he pensando en ningún momento (que conste) cuando escribí los párrafos del introito, es conocido (corríjanme si me equivoco) por haber dirigido películas y documentales. No obstante lo cual, también ganó un premio de la editorial Minotauro, especializada en ciencia ficción. Así pues, Quiroga es un artista multidisciplinar (un escritor un tanto resabiado lo ha situado incluso en la dimensión de los genios) a quien la especialización en un solo género artístico debe de parecerle insuficiente. Lo que me parece muy bien.

Ciñéndonos a la literatura, Quiroga cuenta ya con una carrera literaria: es decir, ya ha escrito y le han publicado varias novelas, y en los últimos años no ha parado de escribir. En 2021, el ritmo de publicación fue comparable al de Georges Simenon. Algo de pausa puede que le sentara bien, no obstante, ya que con Berlinale perpetra una novela que posiblemente caiga en todos los errores y defectos posibles, salvo faltas de ortografía y anacolutos.

Esta obra pretende ser un thriller (con su asesinato y su mujer hermosa de rigor) con crítica social y política, cargada de ironía y humor. Supongo que Quiroga pretendía armar una novela cosmopolita y trepidante basada en las peripecias de un intermediario cinematográfico, Delfino Almeida, con nómina en el ministerio y en el CNI. Este personaje nos explica lo mal que está España, lo mal que ha sido siempre y lo mal que será en el futuro. Quizá esto satisfaga los instintos más masoquistas de muchos de nosotros, pero, en todo caso, echo en falta algo más de finura en el análisis. Que yo sepa, España no se compone únicamente de listillos/as y aprovechados/as, de seres atrabiliarios y mezquinos. Estoy muy a favor de novelas con mensaje, que no devengan en huero esteticismo o mera experimentación, que, en numerosas ocasiones sólo consiguen la ilegibilidad, pero si se quiere dotar a una obra de ficción de complejidad histórica, sociológica o política hay que sortear tanto una visión maniquea, simplificadora del mundo, como un reduccionismo estéril que lo explique todo por un único factor (en este caso, el ser histórico español).

También nos explica (supongo que el autor tiene experiencia de campo, en su calidad de director de cine que ha debido de asistir a este tipo de eventos) todas las movidas que se traen gobiernos, ministerios, comunidades autónomas, consejerías, etc. en lo que al sarao cultural-cinematográfico respecta. En este sentido, sus revelaciones deberían movernos a empatizar con él, pero la manera de contarlo es a la vez tan vulgar y tan pretenciosa que resulta antipático este Delfino hasta el extremo. A lo que unimos sus capacidades, venidas del cielo (o por lo menos no se explican) de agente secreto todoterreno y sabelotodo. Si la intención del autor fuera ésta, la de hacernos sentir desagrado por el personaje o, incluso, armándole como un narrador poco fiable, tendría que reconocer que lo ha logrado. Sin embargo, me temo que su objetivo era más bien el contrario, lo que revela falta de pericia a la hora de construir personajes.

Por otro lado, detecto que el escritor ha querido contarnos una historia que, aunque la consideraba ingeniosa, a la vez le resultaba tan magra que tuvo que rellenarla con capítulos biográficos e históricos, junto con fotos alusivas, del todo innecesarios. Parece que pretende convencernos de sus conocimientos y, sobre todo, de su experiencia vital, a base de descripciones que en ocasiones resultan redundantes y en otras, banales. Es una historia que podría haberse reducido, sin problema alguno, y quizá con mejor resultado, a la mitad. 

Además, el lenguaje es corriente, sin voluntad de estilo, sin voz propia, sin el menor asomo de originalidad o singularidad. Como tantos otros antes que él, el autor escribe como si la historia casi se contara sola, sin demostrar cuidado alguno por la frase, por el párrafo, como si no hubiera necesidad de reflexionar sobre las palabras. Ese escribir fácil para el autor que resulta para el lector una recepción insoportable: esas frases hechas, esos fraseologismos resobados, esas expresiones de andar por casa... No digo yo que a Elio Quiroga no le guste escribir historias (que se ve que sí, a tenor de su obra publicada), pero lo que no veo por ningún lado es que le interese el lenguaje. Por tanto, no veo a un escritor. Tal vez, como les gusta llamar a los informáticos, proveedor de contenidos. Mi opinión es que la literatura con pretensiones artísticas está hecha de otro material. 


España es un país de pícaros. Siempre lo ha sido, porque es la única manera de la que dispone el pueblo para sobrevivir cuando sus élites están perpetuamente saltando por encima de la ley a capricho. A cambio, esas élites hacen la vista gorda, las leyes no se cumplen a rajatabla para el populacho que se mantiene dócil, y solo cuando hace falta recordar los límites porque alguien se ha pasado de la raya en términos de corruptelas (o resulta incómodo), entonces y solo entonces se hace caer todo el peso de la ley sobre él, estando siempre en la recámara los indultos, que son prerrogativa de los gobiernos y que se conservan como bello recuerdo medieval, sobre todo aquellos relacionados con las cofradías religiosas, y que son concedidos anualmente, al borde de la Semana Santa. (Pág. 22)


Con el paso del tiempo he hecho buenos amigos en la industria del cine; siempre las (sic) he cultivado, pues soy un mitómano, qué le voy a hacer. Y mis contactos me han permitido hacerme un pequeño sitio en el organigrama. Procuro echar una mano a los que me lo solicitan con buenas intenciones, ya que es parte de mi trabajo, y con el paso de los años los favores prestados me han abierto el camino de una cartera de contactos bastante nutrida e interesante. Y desde que en Canarias se han puesto a hacer cine de Hollywood, contribuyo a poner en contacto a inversores y productores, lo que ha hecho a mucha gente rica, y a otra la ha vuelto muy agradecida para con mi persona. Sí, lo que he formado es la típica red clientelar española. Pero no os hagáis los longuis. Así funciona este país.

Así que decidí aprovechar todo aquello, mis contactos y amistades, y convertirme en una especie de nómada que iba y venía a festivales de cine, o a encuentros profesionales audiovisuales y eventos de similar pelaje. Era un híbrido de conseguidor y conferenciante, a la vez que simultaneaba todo aquello con mi labor de asesor de un nuevo ministro (un tipo infinitamente más predecible que el anterior, y es que en cultura poco puedes hacer), y posteriormente de varios secretarios de estado y otros altos cargos de la administración. (Pág. 32)


(...) Me arrastré hacia la puerta de la habitación. Cuado la abrí, me encontré con una deliciosa mujer de unos 30 años, ojos azules y formas rotundas. 

-Hola -fue lo que me dijo. 

-Hola -fue mi imaginativa respuesta. Aunque lo de ella tampoco había sido para echar voladores. 

-¿Delfino Almeida? 

-¿Y usted? 

-Vanessa Forta. Soy actriz. 

-Me alegro por usted -no me sonaba la cara de aquella chica de ninguna película o serie, así que me extrañó la rotunda afirmación. Veo casi todo lo que se hace en España al cabo del año, incluyendo cortometrajes, así que una mujerona de aquella talla no se me podía pasar por alto. Ni de coña. 

-Me han dicho en el EFM que podría encontrarle aquí. Me envía Juan Chiloé. 

-¿Juan? ¿Qué tal le va? -Juan era un amigo que trabajaba en la Comunidad de Madrid, sección de Cultura. Me había hecho un par de favores desde su puesto de funcionario de confianza, y yo le debía cosas. Al parecer me estaba pidiendo un favor a través de aquella mujer. Chiloé nunca pide nada, así que cuando lo hace, es importante. (Págs 50-51)


El edificio de la sede de la soberanía española en Berlín está en Tiergarten, en un edificio neoclásico construido en los tiempos del nacional socialismo que ocupa casi toda la manzana, y está rodeado del impresionante jardín del Grosser Tiergarten. Es de las embajadas más impresionantes de nuestro país en el extranjero, tiene ese estilo ciclópeo y totalitario de los años del nazismo, y ese sabor, que parece salido de la mesa de un diseñador de producción de una película de Marvel, ciertamente no es fácil de olvidar: opresivo, muy efectista y aplastante. Bueno, no soy crítico de arquitectura. Para gustos, colores.

Este tipo de encuentros se suelen organizar en todos estos eventos internacionales, y están destinados, se supone, a que los invitados españoles al festival se conozcan entre ellos, sean presentados al embajador, y se tomen unas copas de fino y coman unos canapés carísimos, todo ello a la salud del erario público. Lo de siempre, vamos. (Pág. 57)


-Sé quién es -le dije a la diosa. Aquella revelación pareció calmarla. Era como si le hubiera quitado un peso de encima. 

-Me alegro. 

-¿Se alegra? 

-Quiero decir... que sepa quién es... 

-¿Entonces, no lo había visto nunca antes de hoy? 

-No... 

-¿Y quién le habló de el (sic)? ¿En qué corrillo fue? 

-Una gente a la que conocía mi marido. Expertos en cine antiguo. 

-¿Sabría sus nombres? 

-Lo lamento, no. 

-Bueno, no se preocupe. Me ha sido usted muy útil. Se lo agradezco. 

-¿Me puedo ir? Tengo cosas que hacer, hay... preparativos... 

-Sí, no se preocupe. Gracias por su tiempo. 

La diosa se alejó moviendo (bamboleando, mejor) aquel glorioso culo que tantas alegrías debía de darle a ella misma y al embajador. Disculpadme la grosería, pero esta es de esas mujeres que, no sé si lo saben, estoy seguro de que causan erecciones espontáneas a los adultos sanos. Madre mía. Si es que lo que diga es poco. Gloria bendita de mujer. (Págs. 71-72)


Desde luego que aquellos dos tipos eran lo que yo me esperaba: los típicos españoles en el EFM, recién llegados y perdidos. Se les notaba a la legua. No dominaban otro idioma que el castellano, no conocían el lugar ni las formas, y soltaban entre ellos chistes soeces para, supongo, darse ánimos. Yo en cuanto me identifiqué como nacional fui recibido con los ojos abiertos como platos, amplias sonrisas, y una invitación a cañas. Dos pipiolos, vamos. Hicieron chistes bastante desagradables sobre una de las azafatas que custodiaban el stand de Cine Español. (Pág. 125)


Así pues, a la página número 150 decidí que mi aventura con Delfino Almeida en la Berlinale debía darla por concluida. Quedaba sin resolver un asesinato y una trama paralela, pero me dio igual. La mezcla de cinefilia nostálgica y cosmopolitismo patán del narrador resultó demasiado cargante para que siguiera gastando el tiempo en aquellas páginas.

Esto no quiere decir que la novela (al menos, no del todo) no pueda entretener a lectores/as poco exigentes, sobre todo en no-lugares como aeropuertos, complejos de bungalows, recepciones de hotel o en salas de espera de podólogos. Tampoco, que a alguien, relativamente ingenuo/a, las revelaciones del protagonista sobre los manejos, trapicheos y demás asuntos anejos al mundo de la cultura le resulten fascinantes o indignantes. Algo es algo. 

A veces, quizá solo a veces, hay escritores/as que no son reconocidos/as por la crítica ni por el público simplemente porque no escriben obras valiosas.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA









jueves, 20 de enero de 2022

'Cautiva del tiempo', de Silvia R. Court

Permítanme que saque a colación, sin preámbulos y a falta de asuntos de mayor enjundia, la lluvia de felicitaciones que leo en las redes sociales cada vez que alguien anuncia que la editorial de turno le publica su libro. A ver: entiendo que si uno/a es escritor/a novel, y este es su estreno en la República de las Letras, el esfuerzo y la consecución del objetivo sean reconocidos por deudos y familiares como un asunto extraordinario. No es sencillo compatibilizar las obligaciones personales y familiares con la actividad literaria o artística, aparte de las complicaciones de la propia redacción, las dudas respecto de la propia valía, etc.

Lo que me resulta un tanto desconcertante es que esas felicitaciones se sigan prodigando aun cuando el autor o autora ya sean de sobra conocidos y publiquen vez que quieren. Una vez consolidado en el mundillo, me parece que lo propio no es felicitarle porque haya publicado la vigésima novela, por mucho esfuerzo que se haya empleado en ella, sino, en todo caso, por la calidad, emoción, originalidad, satisfacción etc. de ésta (en el caso de que así fuera). En tal sentido, la inflación rebaja el número e intensidad de las felicitaciones. El primer hijo deseado de una pareja hace que la madre y el padre reciban numerosas felicitaciones. Su octavo, alguna menos, como parece lógico. La primera vez que uno se casa, llueven los parabienes y sirve de excusa para reunir a amigos/as de antaño para una fiesta que siempre se pretenderá histórica. La tercera, pues casi mejor un simple mensaje de whatssap, y mejor que nos olvidemos de facilitar la cuenta corriente para los regalos de boda: sería una una grosería. Un grado universitario o un doctorado merecen felicitaciones y alguna comida. Al cuarto título, ya hay que preguntarse si esta persona ha conseguido sobrecualificarse para cualquier cosa.

En todo caso, felicitar es gratis, y en esta  época de Internet, donde escritores/as y lectores/as acostumbran a interactúar en las redes (la precariedad conlleva la casi obligada autopromoción), para muchos/as constituye una satisfacción saber que su mensaje se recibe personalmente por su escritor/a admirado/a. Una recompensa en sí misma la que proporciona sentirse parte, aunque sea de modo mínimo, de la vida del artista. Un signo de los tiempos.





Para entrar directamente en materia, les señalo que la lectura de la novela Cautiva del tiempo, de Silvia R. Court me produce la impresión de ser una variante de lo que señalé respecto al libro anterior, Sin comienzo ni final, de Alberto Omar Walls. Parece otro de esos libros cuya autora quería escribir, pero el público lector quizá no tanto leer, al menos así. En este caso, además tengo la impresión, quizá reforzada por las declaraciones de la escritora, de que la novela parte de una idea que la entusiasmó: poner, en la medida de sus posibilidades, donde se merecía a una mujer artista, (escultora, entre otras cosas) que, a pesar de su brillantez, fue denostada y ninguneada por su sexo, por el hecho de ser mujer, en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX. El género, como expectativas culturales de conducta en función del sexo biológico, siempre hace de las suyas. 

Cautiva del tiempo nos narra, sobre todo en dos planos temporales, la vida de Camille Claudel: uno en su época de actividad artística, donde se centra sobre todo en su difícil relación con su madre y con el resto de su familia (a excepción de su padre, quien, al parecer, apoyó su desarrollo artístico desde el principio) y en su también doble papel de discípula y amante/compañera en relación con Auguste Rodin. El otro, desde la pespectiva de su cuidadora y acompañante, Annette, en el manicomio. En ambos planos, insisto, se describe sucintamente el transcurso vital de Camille, en vez de que la historia se despliegue y se muestre. 

No obstante, creo que el entusiasmo se quedó en la idea, en el proyecto. Un objetivo encomiable no hace buena por sí solo la novela de que se trate. Sin ir más lejos, en el Polillas he reseñado otras novelas cuyo argumento era igual de elogiable en sentido moral, pero cuyos resultados fueron, en algún caso, lamentables por su escasa o nula calidad. Corrigiéndome, creo que es una novela que la escritora no quería tanto escribir como tener escrita.

Así pues, repito, la tarea de Silvia R. Court me parece digna de elogio: los esfuerzos por incorporar al conocimiento general y al canon artístico (o del ámbito humano que sea) autoras olvidadas u opacadas por su condición de mujer creo que sí son necesarias, sobre todo, como suele ser, cuando se intenta restablecer algo de justicia en este mundo, aunque sea de modo retrospectivo. Como también lo sería ese mismo esfuerzo por cualquier persona que hubiera sido relegada por aspectos o características que no tuvieran que ver con sus capacidades, talento, sabiduría o conocimiento, sino por atributos físicos, fenotípicos u étnicos o de preferencias sexuales que sirvieran de coartada para su arrumbamiento u olvido.

No obstante, el problema estriba en su ejecución. Cautiva del tiempo falla, diría que con estrépito, en que casi se olvida de ser novela. Me explico: parece estar escrita con prisa, como si esta obra no fuera más que una sucesión de resúmenes de los momentos vitales, más o menos interesantes, más o menos significativos de Camille. Es por eso que señalé que tal vez Silvia R. Court quería ver la novela escrita, pero escribirla le pareció una tarea bastante fastidiosa. Además, se supone, por lo menos se dice así al comienzo, que la parte de Camille en el manicomio se va a contar por medio de un diario escrito por Annette, pero me causa perplejidad que a veces se hable de ella, de Annette, en tercera persona. Hay así una pluralidad de narradores o puntos de vista bastante confusa.

Asimismo, la autora recae en el error común de explicar, en vez de mostrar. Tiene, por tanto, algo de biografía hecha a base de notas breves y sentenciosas, que casa mal con la autorreferencialidad propia del género. En este sentido, en mi opinión, la novela no está trabajada, como si Silvia R. Court hubiera tenido en mente el mentado objetivo y quisiera explicitarlo lo antes posible aun a base de repeticiones, que solo evidencian falta de desarrollo de los personajes y de la escasa trama que con cierta torpeza hila ante nosotros/as. 

Podría haber sido, con un poco más de cuidado, de paciencia y, sobre todo, de imaginación (calculando que una obra de este cariz podría haber triplicado el número de páginas) una novela interesantísima. También, haber ahondado mucho más en las relaciones familiares, que parecen la clave de las contradicciones y desgarros de la artista: todo lo que se escribe en esta novela es germen, potencia de una complejidad que no se analiza con detalle, sino de manera, a mi parecer, insuficiente. Como consecuencia, su madre, su padre, su hermano, su hermana, el mismo Rodin resultan demasiado planos, sin apenas dimensiones que los hagan humanos: se quedan en accidentes o causas, pero no en seres complejos. También, saber de antemano que está en un manicomio en la (larga) parte final de su vida (uno de esos dos planos narrativos) nos predispone a anticipar fatídicamente este desenlace, lo que acentúa que el otro plano narrativo se convierta en mero prolegómeno. Tampoco ayuda la acumulación de frases cortas, que crean, en este caso, la sensación de apresuramiento y superficialidad. Sensación que va in crescendo a lo largo de la obra, lamento destacar.

Puede añadirse a lo expuesto que la autora, en algunas ocasiones no atina a afinar el lenguaje, lo que se manifiesta en frases poco pulidas, en un estilo un tanto de folleto publicitario o en significados implícitos discutibles, tal y como si los hubiese recogido apresuradamente de un manual escolar de Historia. Por si fuera poco, resultan irritantes las notas a pie de página, que no añaden nada a la historia y podrían haberse evitado (sobre todo porque, en realidad, son solo dos, pero repetidas) con una mención al principio.


Camille transita las calles parisinas entre una multitud y una avalancha de cabezas. (Pág. 28)


En Francia, una mayoría de hombres respira miedo, inseguridad ante los cambios que experimentan la sociedad y las mujeres. (Pág. 40)


La actividad cultural parisina se concentra en las calles, los salones, plazas y cafés. En todos los rincones de la capital. Coexisten el academicismo y la innovación. Un antagonismo entre los defensores del presente y los que se anclan en el pasado. Una oferta artística diversificada y, en muchos casos, artistas en la búsqueda de la originalidad y de nuevos patrones. 

En París los habitantes acogen las modificaciones urbanas con gran emoción. (...) (Pág.63)


Atrás ha quedado la inauguración de la Exposición Universal de París (1889). Esta despierta el interés de millones de visitantes franceses y extranjeros. Le devuelve a Francia su rango entre las grandes potencias. Conmemora el centenario de la Revolución y afianza la República. (Pág. 77)


Elude el trato con Rodin. Procura no coincidir con él. En la nueva etapa se propone encainar sin él su trabajo y las esculturas. Toma iniciativas para conseguir encargos, para exponer y vender obras. Establece contactos. Sobre todo, correspondencia con críticos de arte, coleccionistas y pintores. Con el ministro de Bellas Artes y periodistas. Sus esfuerzos resultan a veces infructuosos, pero muchos fructíferos. A menudo, por el apoyo indirecto de Rodin. 

Camille aviva su relación con Paul. Media y gestiona sus asuntos en París. Su hermano es diplomático y reside en Estados Unidos. 

En verano viaja a Shanklin, a la Isla de Wight. Visita a su amiga Florence. Planifica un reencuentro con su amiga Amy. 

Concentra sus energías en empezar y culminar obras importantes. Con dedicación intensa y constancia. (Pág. 94)


Otros aliados de Camille, como Henry Asselin, Geffroy o Mathias Morhardt, enfatizan la magniud y excelencia de su obra. 

Los visitantes que acuden a la exposición se debaten entre la admiración y la indecencia de unos cuerpos desnudos; las parejas destilan abiertamente apetito carnal y sexo. 

La actitud de Camille en la inauguración favorece la censura. Llega con retraso a la exposición. Ha tomado la palabra E. Blot. Se adentra de manera brusca en la sala. patosa. Muestra signos de cansancio: ojeras y bolsas oscurecen su mirada. Su risa estruendosa resuena en medio de la gente. Emite comentarios desafortunados. En voz alta. Casi a grito pelado. Vigila a su alrededor como si acechara a alguien o algo. Invita a los concurrentes a comprar sus esculturas. De forma compulsiva y con excesivo desparpajo. (Pág. 119)


Así, las posibles lecturas, como la evidente feminista, o incluso una psicoanalítica o estructuralista quedan mermadas ante las evidentes deficiencias del texto, lo que es una pena. 

Dicho lo cual, Cautiva del tiempo se puede leer sin demasiado daño, dependiendo, también, de las expectativas de cada uno/a. Tengo la sensación de que, al menos, he aprendido algo, aunque la lectura se vea lastrada por este lenguaje telegráfico y por un argumento desmañado. Me parece un noble intento de crear algo de valor literario con su aparejada resonancia moral. Sin embargo, y es de lamentar, ni mucho menos la autora logra su propósito. Se queda más bien como una declaración de intenciones: habría requerido mucha mayor profundidad y sutileza, mucha más pericia, en definitiva, de lo que nos demuestra aquí Silvia R. Court.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA




miércoles, 12 de enero de 2022

'Sin comienzo ni final', de Alberto Omar Walls

 Ya estamos aquí, después de casi un mes de ausencia. Un descanso que ha venido bien para abordar lecturas nuevas y, digo yo, vivir en general algo más relajado. Las fiestas navideñas, aparte de lo mucho o poco que a uno le gusten, tienen como corolario en España la entrega a otras personas de regalos, normalmente (salvo excepciones hechas a mano por el/la propio/a regalador/a) productos manufacturados. Entre ellos, están, como habran podido imaginar, los libros de cualquier género, condición, tapa y grosor. 

He leído que se han celebrado unas cuantas presentaciones de novedades editoriales, que es otra forma de decir que han publicado libros nuevos. Por ejemplo, Traficante de historias, de Juan R. Tramunt o Cautiva del tiempo, de Silvia R. Court, que, ya lo adelanto, serán objeto de análisis en este blog. Ha habido más, pero ya saben que la agenda de actos se la dejamos a los medios de comunicación, que, en materia cultural, poco más saben hacer.

En otro orden de cosas, me ha resultado llamativo, quizá como síntoma, que Pablo Alemán, poeta laureado y repentinamente consciente de sí mismo, poco dado a expresar opiniones polémicas en público (y me atrevo a imaginar que tampoco en privado), cargase contra los periódicos locales (eso sí, sólo con un breve comentario en Facebook) porque éstos no incluyeran Un cosmos de raíces (obra premiada en el Pedro García Cabrera de 2020) en la lista de resumen del año.

Ya sé que es una perreta -y que en poesía estas cosas realmente son insignificantes- pero que esté excluido en los listados de dos periódicos insulares un libro que fue Premio Pedro García Cabrera de poesía 2020 (publicado en 2021), que se vendió medianamente bien y que ha tenido buen recepción, me hace pensar en que otra crítica viene siendo necesaria.

A lo que Silvia R. Court, cuyo librohabía salido en esa lista, respondió, también en esa red social:

Ni estar en una lista de recomendaciones sobre lecturas (de libros).
Ni haber obtenido un premio.
Ni haber publicado una novela, un ensayo, un poema...
Ni, ni, ni... es garantía de valor literario. Eso les corresponde a los lectores.
Tampoco "quedar excluido/a" da derecho a faltarle el respeto ni a autores/as ni -en este caso- al Periódico La Provincia y sus periodistas.
Lo afirmo sin acritud. Solo estoy acostumbrada a decir lo que pienso. No vale "quítate tú para ponerme yo".
Me ha decepcionado la polémica que han provocado tus palabras, Pablo Alemán. No porque no valore (y mucho) tu poesía. Pero no te reconozco en esa "perreta", tal y como tú la denominas. Y de paso, otros aprovechando para darse publicidad de hallarse en otras recomendaciones de diferentes enlaces por sus reconocimientos, premios y méritos.
¿Por qué uno/a sí y otros no? Son muchas las personas, escribientes muy valiosxs, que en cualquier enumeración o selección pueden no ser citados.
Me parece mucho más interesante y constructivo posicionarse, si se quiere, respecto al valor literario o no de una obra. O respecto a obras que gustan o disgustan, pero sin codearse para..., sin revanchas, y desde el respeto.


Pocas cosas hay que me proporcionen más placer que asistir a un rifirrafe entre escritores. Ojalá se pelearan más, aunque no sea nada más que para comprobar que el mundillo literario-artístico no está exento de pasión, aparte de mezquindad, que de eso va sobrado.

Respecto del asunto en cuestión, qué quieren que les diga. A estas alturas, estar pendiente de las listas que otros/as hagan, y más si son de un periódico, revela una lamentable inseguridad sobre la propia obra (esa continua necesidad de confirmación de la propia valía a través del juicio de otros/as) o, también es posible, el fastidio que supone que no se le promocione a uno en ese escaparate. La vanidad y el cálculo de intereses cohabitan, creo yo, en este enfado. Como ya he señalado, cada uno/a puede hacer la lista que quiera: conceder prestigio o importancia no debería ser correlativo a una mera cuestión de difusión o de número de seguidores. La Provincia y sus periodistas (más o menos culturales), igual que otros medios, habrán elaborado su lista teniendo en cuenta (y dejando de tenerlos) numerosos factores, sin descartar la ignorancia, que no se explicitan. Puede ser que, para ellos/as, ganar un premio, venderse "medianamente bien" o que tuviera "buena recepción" no fueran razones suficientes para inscribir la obra en la lista. O, más simple aún, que ni se acordaran de ella.

Creo, en este sentido, que molestarse (o alegrarse) por la inclusión o exclusión en estas enumeraciones es conceder demasiado a personas o entidades que, llámenme suspicaz, quizá no lo merecen. Además, relacionar el nivel de la crítica en Canarias con esas listas supone también otorgarle a los periódicos (u otros medios de comunicación) la primacía en la crítica literaria, lo que es un disparate. Sinceramente, creo que a los periodistas señalados no les ha pasado por la cabeza que se les atribuyera esa responsabilidad. Cabría preguntarse, además, qué consideración le hubiese merecido a Pablo Alemán la crítica en Canarias si, ceteris paribus, su poemario hubiera sido incluido.

Por otro lado, cualquier lista es criticable, incluso la del Polillas (por increíble que parezca). La crítica de Pablo Alemán, aunque argumentativamente desdeñable, no supone una falta de respeto. No detecto yo el carácter injurioso por ningún lado. Si cualquier crítica supusiera falta de respeto, no habría enmienda ni progreso algunos. Además, ese argumento se cancela a sí mismo, pues si la crítica de Pablo Alemán a la lista supone una falta de respeto a La Provincia, la crítica (o reproche) de Silvia R. Court a Pablo Alemán supondría otra falta de respeto, etc. Todo el día faltándonos al respeto, qué alegría.

En fin, vamos a lo nuestro. La primera reseña de 2022 corresponde a:




Aunque al principio pensé que Sin comienzo ni final, del escritor tinerfeño Albert Omar Walls, iba a tener una impronta ferdydurkiana, pronto me desengañé: el tono juguetón no implica tanto una puesta en cuestión de la realidad y de las convenciones sociales como, al parecer, de una singular disposición de ánimo al escribir y que pronto redunda, a mi parecer, en una banalidad constrictora. Es decir, la novela me da la impresión de ser una de esas que el escritor quería escribir (y se nota, con toda esa verbosidad y exuberancia), pero no estoy en absoluto seguro de que sea una que el potencial lector hubiese querido leer.

Digo verbosidad porque la novela consta de 372 páginas, no exenta de amplio vocabulario que se guarda en especial para las descripciones y narraciones. En cuanto a los diálogos (y los monólogos), extensos, extensísimos, en cambio, el estilo suele caer a un nivel coloquial, por lo que infiero que el autor quería transcribir, copiar, esos diálogos que se producen a diario, pero que, por lo mismo suelen estar cargados de redundancia, repetición, banalidad e ínfima información, lo que lastra mortalmente la obra. A este respecto, me sorprende que autores con experiencia en el teatro como Omar Walls o Sabas Martín escriban diálogos tan banales, en el primer caso, o tan acartonados, en el segundo.

-¿Qué tal, Juanvi? 
-Oh papá, ¿qué haces aquí a oscuras? 
-¿Qué tal se siente uno con veintitantos años ya? 
-¿Te acordaste? Pues mira... ni fú ni fá y con este tiempo no podré ir a ningún lado a celebrarlo. Así que me conformaré hoy con un café con leche y un bocata de jamón con tomate y me subiré a ponerme al ordenador, sino (sic) es que se va la luz. 
-Tú y yo llevamos tiempo que debíamos haber hablado, ¿no? 
-Ya, papá, pero... ¿precisamente ahora? ¿No estás algo cansado? Se te ve con ojeras, un poco demacradillo sí que estás. El trabajo y los años, ¿no?, aunque las sienes plateadas te sientan muy bien. Te hace atractivo. 
-¡Déjate de tontadas! ¡Los años son los años y ya está! Y para hablar, mejor momento no habrá. Yo estoy aquí y tampoco voy a salir en media hora, tú parece que tienes todo el tiempo del mundo y seguro que esta tarde solitaria nadie nos va a interrumpir. 
-¿Pero no tenías otro momento mejor durante todo este tiempo que hoy? ¿Precisamente en mi cumple? 
-Hombre, que estoy liado más que una persiana. No me busques la lengua, Juanvi... (...) (Págs. 29-30) 

 

Del susto salta fuera de la cama. Se acerca lentamente a esa cara aún sin cuerpo, pues se halla tapado por el edredón, y descubre que es la de Carlos, al parecer profundamente dormido. Sale para el baño, cierra con llave y grita de pavor: 
- ¡¿Mi exnovio en mi camaaaaa?! ¿Es que ha dormido conmigo esta noche, aquíííí, Carlos? 
Sin pensárselo se mete debajo de la ducha y abre el agua fría. Le da lo mismo que sea el agua de La Laguna en pleno invierno, tiene que acabar ahí mismo con esa pesadilla. 
Recuperada, y con la máxima aceleración, se seca, se sienta en la taza del retrete, echa una tercera meada rápida pues la segunda fue en la misma ducha, luego, con sigilo se acerca a la cama y comprueba que no se había equivocado. 
Cierra la puerta de la habitación y se va a la cocina. Calienta en el microondas un café del día anterior. Se sienta en la banqueta y, mientras se bebe el café amargo y caliente a sorbos, va hilando en su moviola mental el conjunto de imágenes que en las veinticuatro horas pasadas hicieron posible que en la cama de ahí al lado estuviera acostado el hombre que la dejó plantada ante el altar. (Págs. 91-92).

 

-En medio de esta paz me renace el mono de leer... No entiendo ir a la playa sin una lectura que te transporte mentalmente a otro lugar. Aunque el mar posea todos los encantos para estimular la imaginación, para mí son inspiraciones diferentes. Me entusiasma sentir en las novelas cuando se crean las tensiones y los personajes se ven sometidos a fuerzas ocultas o que desconocen. Y se sienten poseídos por extraños estados de ánimo que les son ajenos hasta el momento en que otro personaje entra en sus vidas. En Cumbres borrascosas ocurre mucho de eso, aunque también me gustó la última que he leído La insoportable levedad del ser del checo Milan Kundera. Es verdad que no tienen nada que ver entre sí, porque yo salto de unos temas a otros con ligereza, no poseo un criterio literario definido o un gusto concreto para las novelas. Me gustan todas aquellas que poseen algo que me enganche. Me apasionaron El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, protagonizadas por Sherlock Holmes, y Frankenstein, de Mary Shelley, y, también, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald; aunque la última versión cinematográfica de la novela, con Leonardo DiCaprio, no me acabó de llenar. Nada de lo que leo lleva a una línea determinada, soy anárquica en eso, como en tantas otras cosas. A pesar de mi trabajo estresante y metódico, me gusta la improvisación, y a veces el caos de la vida, pero al mismo tiempo, me molesta no tener mis cosas controladas. Díos mío, reconozco que soy una pura contradicción... Si (sic), Lucía, cariño, vamos a comernos unas papitas fritas de sobre pero ten mucho cuidado que no te me atragantes, eres todavía muy chiquitina. (Pág. 101)

 

La realidad sirve de referente (obvio es decirlo) para que cualquier novela sea verosímil, aunque esta sea, sobre todo, autorreferencial. Digo esto porque aunque en la novela se introducen elementos maravillosos, como la capacidad para atravesar paredes o el desdoblamiento y la capacidad de transitar entre universos paralelos, estos no tendrían por qué restarle credibilidad al relato. Si así fuera, no existiría la mitad de la literatura. El problema no es ese. Más bien, se echan de menos elementos que contrarresten la banalidad propia de la realidad transcrita, algo que hubiese justificado la novela, tanto su escritura como su lectura.

Sin comienzo ni final puede verse como un experimento, o desafío, literario en el que coexisten varios planos y personajes que se van trabando y superponiendo, con referencias a la física cuántica y sus consecuencias, que me hacen recordar a aquella novela bien trabajada y mejor narrada de Luis Junco, Entrelazamientos. No obstante, en mi opinión, esta novela de Alberto Omar Walls naufraga en su capacidad de hacerla mínimante atractiva. Su propuesta argumental es espasmódica, sus personajes carecen del menor interés y no suscitan otro sentimiento que el de una distanciada antipatía, ya sea por la intención del autor de presentarlos como personajes cómicos o simplones, ya sea por la inanidad de sus acciones. La combinación de personajes comunes y corrientes con capacidades extraordinarias no funciona en este caso: como si su vulgaridad hubiese sometido lo extraordinario y lo hubiese rebajado a su nivel.

Por otro lado, su estilo es irregular, incapaz de mantener una línea (o varias) coherentes. O que sean coherentes en una incoherencia calculada, si queremos ponernos estupendos. Uno no sabe si los clichés, frases hechas y pensamiento trillado se conforman con una caracterización de los personajes, lo que tampoco ayuda a la novela, o es esa mera facilidad al escribir, ese borbotar lingüístico que tanto he criticado. Es, como dije al principio, una obra con la que el autor parece haberse divertido, y tanta verborrea lo demuestra, pero a costa del lector, que no sabe dónde meterse para escapar de la exasperación.

No es lo mismo una novela difícil que una novela aburrida. Sin comienzo ni final no es díficil, es aburrida: nada de lo que cuenta suscita interés, y su estilo solo muestra a un escritor con voluntad de estilo en contadas ocasiones. Es difícil imaginar por qué el Sr. Omar Walls sintió la necesidad de involucrarse tan a fondo (372 páginas, repito) en un proyecto semejante, salvo, tal vez, el mero desahogo irónico o de poner por escrito sus inquietudes metafísicas. Es posible, aunque lo dudo, que al final todas las piezas se ensamblen, todos los personajes conformen un espectro cognitivamente relevante y que la historia en su conjunto nos aporte algo valioso. Que no sea para el público lector un tedioso asistir con indiferencia a las veleidades del escritor. En mi caso, renuncié en la página 139 con la sensación de haber asistido a una sucesión de escenas cognitivamente estériles y estéticamente deplorables.

CONCLUSIÓN: Una novela prescindible. Por supuesto, innecesaria. Si alguien logra terminarla, sin hacer lectura diagonal, que nos comente sus impresiones.



P.D. Una lectura con conclusiones entusiastas, de Fabio Carreiro Lago, aquí. Y otra, bastante mustia, de Eduardo García Rojas, aquí.