domingo, 25 de abril de 2021

Leña al mono

 

El crítico se siente fascinado por el presente y sólo habla en su nombre, su eco es lo único que le importa; no aspira a permanecer en la memoria de las generaciones venideras 

                                                                                     Marcel Reich-Ranicki


Algo tiene Tenerife, aparte de ser un marco incomparable, que cada vez que escribo una reseña de la obra de alguien radicado allí, las visitas al blog suben como la espuma. Como si todos estuvieran interconectados y lo que afectara a uno/a, afectara a todos/as, como en una especie de paraíso -o pesadilla- comunitarista. O, sin llegar tan lejos, que son -nature or nurture?- más curiosos/as, y les va más el morbo, también. ¡Ay, esa íntima y no confesada satisfacción que comporta contemplar el desollamiento ajeno! Cada isla es un mundo, y dentro de cada una de ellas, el mundillo artístico debe de ser peculiar, con identidad propia. No quiero imaginar cómo será el submundo literario, con su red de amigas/os, favores, antologías, volúmenes colectivos, premios literarios, subvenciones, genuflexiones y posiciones en decúbito prono

Resulta curioso constatar, por otro lado, pero relacionado con lo anterior, que las críticas más acerbas a las reseñas de este blog no suelen provenir casi nunca de los escritores cuya obra se ha analizado, salvo alguna llamativa excepción de prolijo contenido, sino de sus amigas/os, seguidores/as o hardcore fans. Lo habitual, por lo que ya ha dejado de sorprenderme, es que los autores/as acepten, incluso con cierta humildad, las objeciones que he dejado por escrito, que ya no mis encomios. En cambio, sus lectores parecen haber sido heridos en lo más íntimo, ultrajados, como si me hubiese marcado como propósito irles ofendiendo uno por uno en mi tiempo libre. Singular, como poco, este fenómeno.

Por supuesto, nada les obliga a los/as autores ni a sus fans a aceptar las críticas, ni mucho menos a estimar el modo en que las redacto. Eso es un asunto particular que no me compete. El blog sirve, ya lo he señalado en numerosas ocasiones, como manual para desavisados/as o como guía para despistados/as, en especial para aquellos/as lectores/as que acuden a los suplementos culturales o a las fajas de los libros como el/la creyente católico a la misa dominical. Y como tales guías o manuales, el público les hará el caso que le dé la gana. Al fin y al cabo, no es sino la opinión razonada de un lector que, además, compra los libros objeto de los artículos, para variar respecto de la costumbre reseñadora por estos pagos.

En este sentido, España, en general, y Canarias, en particular, es, ya lo saben, una orgía permanente de tráfico de elogios y de campañas de maravillosismo, donde cualquier cosa que se publica es imprescindible, fundamental y necesaria: una forma de eticidad cultural que lo anega todo, y que ni el mismo Hegel podría soportar.

Un lugar común, llamémosle queja, abundando en este asunto, suele ser la de tildar a las reseñas negativas de "injustas", "superficiales" o "insultantes". Si son positivas, en cambio, resulta curioso que nadie reclame que sean más justas, más profundas o que lamente su propensión al ditiramboen lo que, al fin y al cabo, no es nada más -ni nada menos- que un conjunto ordenado de impresiones de lectura, si bien argumentadas, y no un artículo académico. Intuyo que, en tal caso, se quejarían de lo pedantesco del análisis y de la pesadez del texto, cuando no de los aires que se da el reseñador. Al fin y al cabo, me temo, cuando el gusto de cualquiera se erige como supremo valor, si no único, ya se sea lector ocasional, ya poeta laureado, cualquier razón que se le oponga será descalificada por principio. A falta de contraargumentación, de crítica de la crítica, la actitud típica del supporter es negar toda razón, toda autoridad y todo crédito al que se manifiesta -en clara violación de las buenas maneras reseñadoras- contra su opinión.



Lo bueno de todo este asunto es que la irascibilidad despertada se revela como signo de una relación con la obra de los artistas que, por lo general, se daba por supuesta y era, por tanto, incuestionada. En el campo de la producción artística, la famosa frase "Si no tienes nada bueno que decir, cállate" se revela como un error trágico que no hace sino perpetuar la cadena de errores que ha llevado a crear esa obra insulsa y prolongar la desidia tanto del artista como del público, además de ser profundamente conservadora, pues se limita a sancionar lo que hay, sin posibilidad de enmienda razonada. Buena parte de culpa de toda esta situación recae en los medios de comunicación y sus periodistas culturales, que, en el mejor de los casos, se limitan a reproducir aquella eticidad a la que aludía y, en el peor, son partes interesadas, de un modo u otro, en la difusión del elogio sin fundamento.

Otra parte, sin duda, habría que atribuírsela a ese subconjunto de los/las artistas que, bien situados en el mundillo, han prosperado tanto por su capital artístico como social, y que no desean, en buena lógica, que esas reglas tácitas de comportamiento se alteren en demasía, por cuanto pudieran repercutir en la seguridad de su posición dentro del campo literario. Finalmente, el público lector ha sido víctima de la ideología del genio, -figura a la que no se puede sino admirar- por un lado, y de la democratización del gusto, por otro, entendiendo por este concepto la creencia de lo que le gusta a uno es bueno, y lo que gusta a muchos es mejor aún, sin plantearse que el gusto está también socialmente mediado, y que uno aprende a que le gusten ciertas cosas o a que le gusten de determinada manera. O a decir que le gustan. No estamos libres de mediaciones, por mucho que el liberalismo haya impregnado nuestro pensamiento de la fantasía de la autarquía.

Creo que con esto he disparado al pianista, al apuntador y al mono del título.















lunes, 19 de abril de 2021

'Las estribaciones occidentales de Cydonia', de Sergio Barreto

Permítanme, estimado público lector, una introducción ad hominem, para variar y por mero jugueteo:

 Cuando veo una fotografía de Sergio Barreto, el autor de este libro de tan hermoso título, Las estribaciones occidentales de Cydonia, no puedo sino sentir que estoy ante la presencia de un artista CON MAYÚSCULAS, al menos como nuestro imaginario lo representa: incómodo con la vestimenta (la que sea), desgreñado, con anteojos, delgado hasta parecer escuálido, pero con ese brillo en los ojos, tal vez chispa divina de Eros, de la que parece deducirse un universo creativo, un torrente nilótico de inspiración, una aprehensión de ese instante en el que el artista se funde con instancias superiores intelectivas y creativas de todo tipo, género y condición.

Además, es poeta, y su figura nos trae a colación, de inmediato, a Baudelaire, a Verlaine, a Rimbaud, a Panero, a Bukowski... A todo ese malditismo al que, al menos por su estética, debería ingresar de inmediato. No obstante, el malditismo se queda ahí, pues Barreto es un literato apreciado en el mundillo artístico local, además de ganador, entre otros, de un premio tan arraigado y considerado en Tenerife como es el Benito Pérez Armas (novela Vs.), con su consiguiente recompensa económica. Muy atrás ha quedado, enterrado para siempre, aquel rechazo de la aprobación burguesa, cuando el reconocimiento deseado era el de los pares, tan malditos como él, embarcados en la misma odisea creativa. 

Sea como fuere, lo cierto es que, por otro lado, ya estamos hartos de novelistas que parecen empleados/as jubilados de la Caja de Ahorros o de otros/as que uno confundiría con el/la jefe de departamento de, digamos, la compañía municipal de aguas (si existiera); o de aquellos/as que se diría que acabaran de terminar de corregir exámenes de primaria y se dispusieran a sacar al chucho. Tampoco queremos más Cercas o más Vilas, medio humildes, medio soberbios. Ni siquiera, más Pérez-Revertes o Javier Marías, eternamente enfadados en su sillón de orejas, calzados con pantuflas. ¡Queremos genialidad, queremos mística, queremos levitaciones en distintas alturas y ángulos, queremos poses que nos eleven sobre la vil mundanidad!

En este sentido, Barreto se convierte en un fetiche útil, pues prorroga con su figura y su obra el mito (o la ilusión) del artista como genio solitario y multidisciplinar, que surge con el Romanticismo, y que a pesar de las sucesivas deconstrucciones y posteriores refutaciones, amenaza con no abandonarnos nunca, porque, idealismos aparte, es ideal para los departamentos de marketing de las empresas de la industria cultural. Es comprensible: un poeta maldito, un genio provocador, un transgresor (todo lo anterior debe también escribirse en femenino) resulta atractivo como mecanismo atractor y diferenciador para el potencial público consumidor de estos abalorios artísticos. Lo de menos es que, efectivamente, sea rebelde, provocador o transgresor de verdad. Si estos adjetivos pueden aplicarse o no a Sergio Barreto, lo ignoro, dicho sea de paso.

Eso, si el/la artista es importante. Para la inmensa mayoría de los/las que intentan hacerse un nombre en el campo artístico, la apariencia de genialidad o de distinción se construye a base de filtros de Instagram, ocurrencias tuiteras y fotos que te hace un amigo mirando al mar o bajo un árbol. Y todos los likes que se puedan, aunque se consigan mendigándolos. No olvidemos que estamos en la era de la autoexplotación y del háztelo tú mismo.

En fin, vayamos a los cuentos que componen este volumen.



Mi impresión general de los relatos aquí publicados, ya se lo adelanto, es, en general, buena. Como diría un amigo, al menos "tiene frases", como la que inaugura el primer relato: 


Mi oficio consiste en preservar la oscuridad.

 

Así, nada más comenzar, este conjunto de relatos ya tiene mucho ganado: un título evocador y una primera frase magnífica. Lo difícil, claro, es mantener el nivel. En este primer relato, La pata superior izquierda del reptil, no lo consigue, aunque no deja de ser aceptable. Le sobra un alarde de minuciosidad por aquí, un adjetivo por allá, un adverbio en -mente acullá... El caso es que la idea del relato, un guardián de la oscuridad atento a cualquier disrupción lumínica en la noche, aunque sugerente y original no fragua en un relato redondo. También, termina de manera un tanto impaciente. Pero es apreciable.

El segundo, que da título al volumen, Las estribaciones occidentales de Cydonia, me pareció estupendo. Me recuerda por su atmósfera a aquella novela suya, Vs., aunque más reconcentrada y firme. Quizá por ser un relato corto, no se pierde en las tonterías que critiqué entonces. Logra una acción ajustada, una atmósfera polvorienta que, aquí sí, puedo leer como metáfora de las almas, con un personaje duro e insondable, y otro, iluminado como un profeta, pero, como tal, rayano con la locura. Muy bien.

El tercero, La ruta de las montañas, el más largo de todos, se lee con interés. Quizá lo que puede criticársele es que la indulgencia consigo mismo del autor se traduce en cierto preciosismo verbal innecesario (combinado con alguna expresión tópica) y la habitual recaída en las referencias artísticas tipo "vean qué culto soy, que se trasluce en mi escritura". Esto amenaza con desprestigiar el relato, pero es un peligro que no termina de ser mortal. Me gustan sus personajes, sobre todo el de Alexandre von Waskërber, tan impertinente e impaciente. No obstante, aunque el final sorprende y redondea el relato, también puede acusársele de inverosímil en su inopinada resolución. Yo soy más bien partidario de votar a favor, pero ya verán Vds.


-Veo que le interesa mucho la historia de este país.

-No, no me interesa en absoluto. Esa es mi colección de señores de guerra.

-¿Y la cabeza de jabalí también pertenece a la colección?

-Eso a usted no le incumbe, caballero.

Se encontraba tendido boca arriba, con el albornoz alrededor del cuerpo, una sábana blanca encima y las botas de miliciano descubiertas. Miraba el techo. Eché un vistazo hacia arriba, pero allí sólo había una grieta y manchas de humedad. Al poco Waskërber se incorporó y habló con la sábana blanca entre las manos.

-Tenemos que preparar la ruta. (...)

 

El cuarto, El próximo personaje, me deja indiferente. Un relato que se queda en mero bosquejo de algo que quizá podría haber sido, pero que, sin duda, no es. No digo que Barreto fuera dominado en esta ocasión por la pereza, pero la alternativa es que fue demasiado estricto en su propósito de condensar la trama. Unas cuantas páginas más nos habrían sentado bien a todos, si es que sabía a dónde se dirigía.

Con un aire, en algunos momentos, a El perfume, de Patrick Süskind, Según Illiana no deja de ser un relato curioso, con momento onanista de la protagonista, una mujer que roza la sesentena, que pone en el foco las cuestiones de la sexualidad madura e insatisfecha y de la soledad. A mí me produce la impresión de un ejercicio de estilo estimable pero con el que tampoco sabía muy bien qué hacer.


El olor a incienso, vainilla y pan recién hecho se expande por la habitación, mueve las cortinas y escapa por las ventanas hasta invadir las pituitarias de vecinos y transeúntes que, hechizados, dejan lo que están haciendo, miran al aire y esponjan la nariz para exclamar: "Qué rico huele, por Dios! Ummm, ese olor abre el estómago de los muertos. ¿No te huele a la panadería de Tito Peppino?"

 

Ni se te ocurra pensar en Vicky me recuerda, a alguno de los cuentos de Cortázar. Carece, sin embargo, de la profundidad y rotundidad de estos porque a Barreto vuelve a urgirle la prisa. Acaso porque temiera que se apagara sin aviso la chispa original, no desarrolla un asunto que, bien mirado, acaso tampoco mereciera una novela, sino, tal vez, cuatro o cinco páginas más.

Por último, El diván asiático, retoma de manera tangencial el asunto del primer cuento, el peligro de la luz y la oscuridad. Aunque tiene fallos estilísticos como añadir el prefijo auto- a un verbo como "imponer" (cuando ya se dispone de los pronombres átonos), la prosa del autor logra el tono y ritmo adecuados. Es, con el segundo, el relato que más me ha convencido.


Por eso, no pienses en ella cuando llegues y abras la verja y te reciban las cuadras, los graneros, la casa de madera que levantó la familia Cosme hace dos siglos... Ni se te ocurra pensar cómo la encontramos derrumbada en aquella habitación de la casa, con el cuerpo grande, inmóvil en el albornoz rosa, y la mirada fija (...).

 

EN DEFINITIVA, no se le puede negar al autor un estilo propio, la creación de atmósferas particulares y la construcción de personajes con carácter singular. Son la marca de un escritor que, si eliminara esa complacencia consigo mismo que creo detectar y trabajara más los textos, podría crear una obra verdaderamente poderosa.

A este respecto, soy de la opinión que una editorial que sea merecedora de ese nombre no puede, sin más, recoger los textos de un autor, quizá corregir alguna errata, y mandarlos a imprimir. Editar no debería consistir solo en saber diseñar portadas y pagar a los empleados/as, sino en mantener un pulso con el escritor o escritora para pulir los textos o, en su caso, eliminarlos. 

En este sentido, Las estribaciones occidentales de Cydonia, que suponen un avance respecto de su novela laureada, habrían ganado si alguien hubiera mantenido una conversación, tal vez difícil, con el autor para que éste se hubiera sentido desafiado, e incitado a exigirse más. Todos habríamos salido beneficiados. En fin, un libro de relatos estimable.

















 



















lunes, 5 de abril de 2021

'Por los buenos tiempos', de David Keenan

Justo el lunes después de la semana santa de los cristianos escribo este artículo. Y de sangre, muerte y traición va el libro que paso a comentar: Por los buenos tiempos, de David Keenan, con la versión al español de Francisco González López. La novela es la narración ficticia de un preso del IRA activo en los años 70 y comienzos de los 80 en Irlanda del Norte. Es decir, la narración de los asesinatos, venganzas por los asesinatos, palizas, torturas y secuestros de un bando y otro a lo largo de aquellos años.

Por un lado, la novela, como casi todas aquellas que abordan asuntos similares, nos hace reflexionar sobre la pertinencia, efectividad y moralidad de emplear la violencia extrema contra un Estado al que se considera agresor, ilegítimo o injusto, o todas esas características a la vez. Claro que ese Estado se encarna en personas concretas, en funcionarios de la administración, en políticos, en policías, militares, etc., cuya vida se trunca de repente. Lo terrible no es solo esa violencia, sino que para hacerlo más terrible, sea cierto que ese Estado contra el que se dirigen los ataques sea efectivamente ilegítimo, invasor y violento. ¿Es posible ser pacifista en ese caso? ¿Es posible no ser violento? Y en este último caso, ¿esa violencia sirve? ¿Y hasta qué punto? ¿Es posible juzgar la moralidad de una acción sólo por sus resultados?

A veces, la diferencia entre ser denominado terrorista o no depende de que el adjetivado así haya obtenido éxito. Los israelíes que pusieron una bomba en el hotel Rey David durante el Mandato Británico en Palestina, con el resultado de 91 muertos. En 2006, el primer ministro de Israel y otros miembros del gobierno conmemoraron el atentado. O el Vietcong, en su momento; Nelson Mandela mismo, etc., etc. La guerra de independencia de la actual República de Irlanda difícilmente puede calificarse de guerra entre ejércitos regulares... ¿Cuándo se es terrorista y cuándo, guerrillero? Retrospectivamente, se les puede denominar "revolucionarios", pero en el momento eran, sin duda, "terroristas". Quien tiene el poder de definir el concepto y difundirlo, se asegura de que todo lo que se le oponga sea calificado de "radical", "extremista" o "terrorista". 

En sentido genérico, de manera tentativa, podría conceptualizarse como "terrorista" el que busca inspirar terror en la población, en la sociedad, o tenerla como blanco de los ataques con objetivos políticos. También, si los actos violentos se ejecutan dentro de una sociedad democrática, que lo que entendemos hoy consiste en una democracia representativa, es decir, con elecciones libres y periódicas mediante sufragio universal y dentro del marco de los derechos humanos recogidos en la Carta Universal. Así, las demandas de cualquier tipo deberían realizarse dentro de los cauces institucionales diseñados para tal fin. 

Vamos, un temazo (*) que permite minuciosas gradaciones para abordarlas desde la literatura. En España, además, sabemos algo al respecto.




Solo por eso, el libro vale la pena, aunque, claro, podemos estar de acuerdo en que no es un aspecto estrictamente literario. Por lo que respecta al lenguaje, aunque el narrador, al igual que el resto de sus compañeros de armas, se declara cuasi analfabeto, el texto no podría considerarse vulgar: el autor no puede evitar que se cuelen figuras y referencias que en absoluto podrían pertenecer a alguien iletrado o casi. No obstante, si el lenguaje caracteriza a un personaje, el del narrador, Sammy, en este caso cumple su cometido.

Además, el resto de los personajes están bien caracterizados, distintivos, con carne, tanto los masculinos como los femeninos, aunque salvo una excepción importante, estos últimos están menos delineados y son menos importantes para la trama. Podría decir también que retrata bien el ambiente de Belfast y de otros condados de aquella Irlanda, pero no tengo ni idea de cómo eran: eso sí, recuerdo leer sobre el IRA en los periódicos, y el Sinn Feinn, pero también leía sobre Bréznev y Andrópov, y tampoco soy un experto en primeros ministros soviéticos. Eso sí, que el ambiente de pubs, de música en vivo y de salvajismo urbano a la vista sí que se exprime y se muestra con vigor.


Atamos a Kathy a una silla en el centro de la habitación con una mordaza y una funda de almohada en la cabeza pero cada vez que la desatábamos para que se comiera el puto menú que le pedíamos del restaurante chino, ella nos tiraba la comida a la cara y nos daba patadas con esos tacones tan altos que tenía, así que le quitamos los tacones e intentamos darle de comer con una cuchara. Entonces nos escupe la comida a la cara. Y no veas todo lo que suelta la señora por la boquita. A Como le habría sacado los colores. Que se muera de hambre y a tomar por culo, nos dice Tommy. Cariño, esto no es un hotel, le dice. En cuanto le quitamos la mordaza empieza a poner a parir al IRA. Se supone que tenéis que cuidar de gente como yo, valiente panda de inútiles; no deja de gritar cosas así. Hasta me sentí mal y todo. ¿Qué sentido tiene torturar a uno de los vuestros? Pero Tommy le dice: Tu marido pidió dinero prestado a los Chicos, ¿no? Pues ahora que tenga la decencia de devolverlo. (Pág. 49)


No te imaginas cuánta sangre. Me puse a dar vueltas por la habitación como un artista, embadurnando todas las paredes de rojo chillón, como el colega ese que hace pinturas caóticas. No me preguntes por qué lo hice. Luego me senté y abrí esa botella de Bushmills que llevaba mi nombre. Los ángeles habían decidido. Y estaban de mi lado. Por ahora. 
Al día siguiente salió en todos los periódicos. Es raro de cojones cuando tú eres el único testigo de algo sobre lo que todo el mundo conjetura. Guardas en tus manos un gran secreto. Tienes el privilegio de estar entre bastidores y de ver cómo se crea la historia. Los putos engranajes, a la vista, girando. Y tienes que añadir tu propia distorsión, tu propia deformación arbitraria, y eso es lo más cerca que un hombre puede estar de ser Jesucristo en la Tierra. Porque tú eres la respuesta a la pregunta que está en boca de todos. Pero no te atreves a dar la cara. Porque sabes que te crucificarían por ello. (Pág. 89)


Y luego están los gilipollas que salen por la tele preguntándose cómo es posible que alguien pueda proteger a asesinos que matan y mutilan, cómo es posible que incluso los traten como a héroes en sus comunidades. Y todos, por supuesto, ponen la puta voz esa de "mira qué penita doy". Me gustaría decirles: Es algo elemental, queridos mentecatos, ¿habéis oído hablar alguna vez de la lealtad? ¿Sabéis lo que es la amistad? ¿No habéis tenido nunca una familia que protegeríais con vuestra vida? ¿No creéis que la valentía es algo digno de admiración? ¿Nunca habéis sentido la llamada de vuestra propia sangre? 

La cuestión es que todos lo sabemos. Todos lo entendemos perfectamente. Pero sólo cuando es de nuestro bando del que hablamos. Pues bien, yo soy del otro bando y estoy aquí para decirte que somos exactamente iguales. Bueno, iguales del todo, no; nosotros somos más valientes. (Pág. 130)


No obstante lo escrito, alrededor de la mitad de la novela mi interés comenzó a decaer. No sé si me saturó la acumulación de violencia o si el autor pretendió enriquecer al narrador con fantasías que intentaban describir la deriva psicológica que comenzaba a afectarle o que, simplemente, la historia comenzaba a dar vueltas sobre sí misma, encadenando anécdotas, hasta que en determinado momento encontró una salida que le permitió finalizarla de esa manera. En este sentido, la novela, en mi opinión, no desarrolla de manera óptima lo que parece que promete, una reflexión no solo sobre la violencia "terrorista" sino también sobre el determinismo social que condena a incontables personas a ser carne de cañón, a no tener más futuro que plata o plomo, a no tener jamás la menor posibilidad de llevar una vida normal, incluso en un país democrático y de Derecho. Y la opción de la violencia política, o meramente criminal como alternativa viable.

En esas circunstancias, reconducir políticamente escenarios de violencia enquistados durante décadas es harto difícil, pues el diálogo, la deliberación y el mismo lenguaje son posibilidades casi inimaginadas, si no despreciadas. Conseguirlo debería suscitar elogios infinitos.

Para terminar, pues, la potencia de los personajes no resulta suficiente para mantener firme el espinazo de una historia que si bien se deja leer, no desarrolla sus potencialidades. Al menos, las que yo hubiera deseado. En definitiva: gusta, pero no regocija.



P.D. Aquí, una reseña entusiasta, que parece sincera, o esta, también.

(*) Creo recordar que Albert Wellmer abordaba el terrorismo en la República Federal de Alemania de un modo bastante convincente en Finales de partida: la modernidad irreconciliable. Imagino que habrá una ingente literatura sociológica sobre el asunto