jueves, 18 de julio de 2019

'El Doble Oscuro', de María Teresa de Vega

He estado leyendo de asuntos que poco o tangencialmente tienen que ver con Literatura: aun siendo un estimulante cognitivo, pienso que no podemos pedirle que nos provea de todo conocimiento. Ni tampoco que nos aplaque de toda otra curiosidad. Como habrán podido ver en mi entrada anterior y en la del quince de junio, a este crítico (o reseñador o anotador de impresiones de lectura) no le basta con la ficción (aunque no toda literatura es ficción). En realidad, creo que la especialización tiene el peligro de convertirse en un nicho, que, como sabemos, suele ser bastante estrecho.

Además, de vez en cuando hay que alejarse, coger aire, tomar perspectiva, olvidarse de ciertas cosas y, así, ser más proclive al extrañamiento: esa capacidad de interrogarnos por lo que consideramos natural o de sentido común, ese preguntarnos por lo que pocos se preguntan y suele darse por sentado. Así, en tal estado, me pregunto si la literatura actual, y pienso en la española y en la canaria en concreto, proporciona sentido o explicación a los tiempos actuales, si hay alguna obra en la que se transfigure nuestro Zeitgeist, o si no existe nada más que la lamentable repetición de una fórmula. Quizá haya que esperar décadas para volver la mirada y encontrarla. Quizá sea este vacío artístico que experimento nada más ni nada menos que lo que resume nuestra época.

Es por ello por lo que me interno en otras dimensiones del saber, y estoy tentado de considerar, tras la lectura de obras magníficas de historia, antropología, sociología o filosofía, que nuestra literatura se rezaga, se pierde en laberintos de banalidad y ensimismamiento, que es más mercadería que nunca y que parece atrapada en unas arenas movedizas de las que resultará casi imposible salir.







El Doble Oscuro es una novela que muestra sin pudor sus defectos desde el principio, lo que hace casi imposible acabarla. En estos tiempos de pluriempleo y de diversidad de tareas, hasta se agradece. María Teresa de Vega pretende, al menos con esta obra, ser lírica, elitista, intertextualista y sabia. No tengo nada en contra de dichas aspiraciones. Sin embargo, creo que en lo único en lo que consigue descollar es en escribir una novela tan aburrida que se vuelve insoportable enseguida.

Podrían pensar en que me solazo en la crítica despiadada, que me divierte zaherir a las/los escritoras/es. Nada más lejos del placer que la tortura que me supone leer algo que me disgusta y luego reflexionar sobre las causas del displacer, literariamente hablando. Digamos que me apresto a la actividad crítica con la mejor de las intenciones, con la expectativa de encontrarme con algo que mine mi creciente escepticismo. Sin embargo, una y otra vez me sale al paso el descuido, el amateurismo (entendiendo por tal una reflexión sobre la propia obra, una falta de criba respecto del pensamiento), las ínfulas, la falta de percepción de lo que constituye una obra artística.

En el caso que nos ocupa, los diálogos son impostados, la alegorización resulta antigua, por no escribir rancia, la narración en las distintas voces resulta confusa, espectral. Los monólogos interiores no consiguen ni una pizca que desarrolle mi empatía o suscite mi curiosidad. La trama, que emerge aquí y allá no resulta más que una excusa para divagar sobre el mundillo literario, la literatura y lo que le venga en gana a la autora. Para qué escribir más.


Después de revisar exhaustivamente sus datos, Higo Pico creyó encontrar al pérfido Caco. Tal vez no había podido acallar sus prejuicios, pero le pareció el candidato perfecto. Era un escritor mal encarado, egocéntrico y despótico, a él le caía mal, eso tenía que confesarlo, siempre poniendo pegas a los otros escritores, en parte o a la totalidad. El típico mandarín en el grupo de sus amistades. Escritor bien considerado por la crítica y un sector de los lectores, y de otras personas que no lo habían leído, porque eso suele pasar. Se apuntan a ese autor para estar en la onda y presumir de conocimiento. (Pág. 23)



Quizá algún olor delatara esa relativa paz, como dicen que exhalan los cadáveres de algunos santos, pensó Ariadna. Tal vez ya olvidara tantas cosas... como un día se le ocurriría a ella misma. Rut le había dicho: ¿cómo es posible que un día nos olvidemos de lo traspasado de belleza, por ejemplo, cómo es posible que lo oculte el olvido, que lo cierre como una roca a la cueva de Polifemo? Dentro de la cueva hay riquezas: quesos, pieles, corderos. También murciélagos que zumban y encarnan las obsesiones. Pero ahora, en su caso, ningún astuto Ulises, vilmente atrapado dentro, saldrá afuera por más que intente engañar con la piel de cordero sobre los hombros. El olvido no forma parte de ninguna aventura heroica, de ninguna victoria sobre la humillación que nos constituye como especie. (Pág. 27)


Pasifae se levanta, se atusa una especie de guayabera y dice:-¿Alguien sabe a quién pertenecen estos versos que desde esa mañana obstaculizan el transcurrir de mi inquieto cerebro -sí, es verdad, tantas veces acusado de disperso y excéntrico- y lo impiden ocuparse de asuntos de más enjundia y actualidad? -. Se adelantó unos pasos y declamó briosa: 

En lo profundo del mar 
Suspiraba un morrocoyo, 
Etcétera 

-Me suena que es de algún chino -dijo Zorba-. Pero no de hoy, sino de ayer, de aquellos de los aleros y los del trinar de oropéndolas. No de los actuales chinos polucionantes. 
-Es agradable este poemita. Sumamente. Tiene algo de oración -dice Pasifae-. Yo, confieso, quise ser el amorcillo rosa de la tacita enana de Verlaine. 
-¿Profesas en el convento del 'Sacro Vate'? 
-¿Dije eso? Mmm, tal vez. 
-Cuando hacemos u oímos poesía, nos instalamos en otra manera de vivir y respirar -dijo Ariadna con su voz suave y mesurada. 
-Vale -adujo Pasifae-. Es un ritual un tanto grotesco. Me refiero a cuando se los lee en voz alta. Esa exaltación un tanto estúpida y sonrojante, esas subidas que parece que se abalanzan hacia el público con el verso en la cresta de una ola amenazante... Quiero leer muda. Enroscarme en un silencio bien embridado. 
-Hay opiniones para todos los gustos, mijita. ¿Quién te proclamó portavoz de todos los paladares? -respondió, agrio, Perseo. 
-Bien -arguyó Zorba-, lo importante es que esta Casa, como Casa de la Poesía y como librería, quiere permanecer en su ser, que es la característica principal de todo Ser. 
-Sí, eso es de Spinoza -apuntó Perseo. (Págs. 30-31)

Y, bueno, el tono general es así, hasta donde he llegado. De Vega se gusta y le gusta gustarse. Imagino que habrá disfrutado inyectando su bagaje vital y cultural en El Doble Oscuro. Percibo que, sin demasiado soterramiento, se lee una crítica a la sociedad tinerfeña, al mundillo literario de allí y todo eso. Además, pronto resulta evidente que De Vega tiene muchas lecturas y que se siente cómoda con el lenguaje. A ese respecto, nada he de decir. Es su ejercicio literario lo que me resulta ajeno: no percibo apenas nada que me ancle a esta novela, ningún motivo por el que pueda apreciarla. Así que la abandoné sin remordimientos en la página 62. 

Para una reseña mucho más extensa, y diametralmente opuesta en su valoración, como suele ser habitual por estos pagos, aquí. Otra, de nuestra apreciada Cecilia Domínguez Luis, con alusión al puzle literario incluida, aquí.











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