lunes, 23 de diciembre de 2019

'Lazos de humo', de Ernesto Rodríguez Abad

Se acaba el año, malbien que nos pesealegre, y frente a la lábil resignación que nos produce constatar que no hemos hecho apenas nada digno de ser conservado en las tablas de la memoria surge, de nuevo, engañosa, la perspectiva del inicio, del principio, del plan que dotará de sentido la vida a partir de ahora. Siempre es tarde y nunca es suficiente, podría ser el epitafio de todos nosotros. Salvo en las películas, series de televisión y Tele5, donde los sueños se hacen realidad porque si te empeñas lo suficiente cumplirás todo aquello que te has propuesto. Cómo soportar, si no, la miseria del mundo que se acumula frente a nosotros.

Es también la época de ponernos un poco melancólicos e intentar escribir cosas clicheprofundas y sublixtencialistas, pero seamos conscientes de que no vamos a ganar el premio a la mejor composición original, ni mucho menos. Golpeémonos la frente: propongo que desentonemos desde nuestro lugar en el coro. Sí, desde ese que creemos que hemos elegido y en el que nos hemos acomodado.

Ay, pediría que, ya que en este momento están sentadas o tumbados leyendo estas líneas, se levantaran y prorrumpieran en un fuerte aplauso dedicado a Alexis Ravelo, porque gracias a él una obra desconocida, por tanto ignorada, por tanto sin editar, por tanto sin haber sido prologada ni comentada jamás, escrita por un autor desconocido, por tanto ignorado, por tanto nunca editado, por tanto sin haber sido jamás objeto de artículo o estudio alguno, ha sido arrancada de las tinieblas del olvido, qué digo, de la inexistencia, incluida en el catálogo de Siruela, una editorial nacional y de prestigio para que los lectores por fin podamos tener acceso a ella. Ambos, Ravelo como conseguidor y prologuista, y Siruela como editorial, han puesto en el mapa de la literatura a Crimen y a su autor, un tal Agustín Espinosa. Antes, era imposible. Ahora, el cielo es el límite. Otro aplauso: no escatimemos. Se lo merecen por rescatar una obra que ahora sí forma parte del patrimonio no meramente canario, sino español. Gracias a esta iniciativa, Crimen ocupará el lugar que se merece.


Por el contrario, abucheemos, ya que hemos entrado en calor y nos arden las manos, a todos aquellos/as que pudieran sospechar que no es Espinosa ni sus lectores quienes deberían agradecer a Alexis Ravelo que lo hiciera emerger de la insignificancia, sino a la inversa, ya que sería este quien, subido a sus hombros, pretendería beneficiarse de su aura (es posible que en una sola de las páginas de Crimen haya más literatura de calidad que en toda la obra junta y bien apretada de su prologuista). Que no sería Alexis Ravelo quien "ha sido generoso con Agustín Espinosa" como afirma Santiago Gil, sino que la generosidad, póstuma, se la habría apropiado el primero del segundo, por mucha "bonhomía de hombre bueno" que le haya atribuido. 

Abucheemos, además, a aquellos que recuerdan, entre otras, la edición de Biblioteca Golpe de Dados, prologada por Eugenio Padorno, un don nadie, que, además, cuesta 10,81 euros, frente a los 17,26 euros de Siruela, prologada por Ravelo. Buuuu.

El mundo está lleno de desagradecidos y de noístas que no saben apreciar el progreso. Acabemos con ellos, disentidores espurios, hez de la sociedad.


En fin, volvamos a nuestros asuntos ordinarios. 

Para cerrar el año 2019 en el apartado de las reseñas, hoy tenemos 'Lazos de humo' de Ernesto Rodríguez Abad.




Lazos de humo fue la penúltima "novedad" reseñada en Dragaria antes del cese de su actividad como propagadora y abanderada del buenrollismo literario. De ello, ya escribí aquí.

Para entrar en materia, lo mejor que se puede escribir de la novela es que está escrita con corrección. Las comas y los puntos están bien puestos, así que al menos uno puede leer de corrido. Asimismo, el argumento, a priori, cuenta con elementos atractivos, como la figura del contador de historias, la industria del tabaco en Canarias o la aspiración a abrirse paso en la sociedad franquista de los 50-60 de las mujeres en La Palma, es decir, en la periferia de la periferia de un país periférico.

No obstante, los defectos coartan las potencialidades de la historia. Los clichés son, como ya señalamos en la anterior reseña de Jonathan Allen, los que se refieren al adjetivo típico que acompaña al sustantivo. Sin duda, facilita la lectura, pues el lector o lectora ya sabe lo que va a continuación: ideal para los que tienen prisa, sin duda. A veces, sin embargo, la lectura fácil implica que la escritura ha sido simple, aun no siéndolo el vocabulario: "rabia contenida", "ilustre visitante", "labios húmedos", "labios carnosos", "cabellos dorados", "contabilidad aburrida", "aromas voluptuosos y sensuales", "carcajada sonora", etc. 

También, cierta cursilería en las expresiones, como que la protagonista quiere "volar", refiriéndose a sus ansias de libertad, o "beberse la ciudad", en la primera impresión de esta. O un erotismo algo rancio, quizá paralelo a la época en la que está ambientada la novela, finales de los 50 y primeros de los 60. Además, la trama avanza a tijeretazos, esquemática en extremo, con escenas cortas que pretenden ser significativas para ahorrarse un desarrollo que no debería haberse escatimado. No sé si el historial del autor, Ernesto Rodríguez Abad, como cuentista ha influido, en este caso de manera perniciosa, en Lazos de humo. Asimismo, percibo una tendencia a personalizar la naturaleza, falacia patética demasiado esperable, convencional


Las calles estaban agitadas. Grupos de gente caminaban por la avenida marítima en dirección al muelle. Reían y hablaban animados.El sol y el mar la embriagaban. Caminó siguiendo a la multitud. La curiosidad la guiaba. Quería verlo todo, conocer gente, volar. 

El muelle estaba abarrotado. Se abrió paso a empellones, arrastrando la maleta remendada. Se ponía de puntillas para tratar de ver por encima de las cabezas. Sin darse cuenta apoyó la mano, para no perder el equilibrio, en el hombro de un muchacho que estaba delante de ella. Él volvió la cabeza de rizos rubios. Los ojos azules se clavaron en los de ella. Se ruborizó y un ligero temblor lo recorrió desde los pies. Carraspeó y se animó a hablarle. (Pág. 28)


Lea remataba sus cantos con un cierto aire de mutis teatral. Los tabaqueros que le hacían los coros callaban como orquesta disciplinada. 
Ella movió su trenza algo desordenada. Los cabellos dorados se desprendieron y revolotearon libres. Un leve sudor perlaba la frente y los pómulos. Despalillaba las hojas secas del tabaco mientras susurraba las notas de la melodía que había cantado. Los dedos ágiles y lánguidos, como porcelanas transparentes, trabajaban con rapidez; se diría que pensaban por sí mismos, que tenían autonomía y vida. De pronto paró y explotó en una carcajada sonora, descarada, persiguiendo a manotazos los residuos secos que se desprendían del tabaco. Recordó las palabras repetidas por su abuela: "No rías de esa forma, eso solo lo hacen las mujeres descaradas. El mal entra siempre por la boca".
Álvaro no podía apartar los ojos de los senos blanquecinos que se entreveían por el escote de su blusa desabotonada. Los labios rojizos y sensuales de la muchacha lo cautivaban. Aquella carcajada sonora y estridente lo excitaba. Despertaba todos los instintos dormidos. Aquella risa que espantaba las palomas posadas en el techo de la fábrica se metía dentro de él, lo provocaba. (Págs. 55-56)

La fábrica vacía se llenó de sombras y de rumores vagos. Un gato pardusco merodeaba entre las hojas del secadero. Se rascaba el lomo contra las paredes rugosas. Ronroneaba mimoso. En la calle las ráfagas ariscas del viento incesante golpeaban las puertas y ventanas, ululaban tratando de atravesar las rendijas y los resquicios de las maderas mal selladas. Traían hasta la estancia en penumbras los rumores del pueblo. Las voces y las habladurías insistían en traspasar los límites del espacio humano, de la intimidad necesaria para respirar. El viento cuchicheaba impertinente y malévolo. 
Un candil encendido en la mesa de los trabajadores llenaba de medias luces y sombras grotescas la estancia. Todo parecía un gran escenario de teatro chinesco: deforme y desgarbado. La realidad se proyectaba multiplicada en mil formas deshumanizadas en las tejas, en las paredes, en las cajas amontonadas. (Pág. 67)

Por otro lado, los personajes parecen más bien alegorías (La Libertad, La Maldad, El Despecho, El Demiurgo...) que personajes reales. Si no nos gusta este último adjetivo, preciso que les falta complejidad, vida interior. El narrador nos cuenta sus pensamientos y sentimientos, pero aun así se nos presentan rígidos, sin progreso o decadencia perceptibles. No son incoherentes, lo que no está mal, pero es que las alegorías no suelen serlo. Esta sensación de tentetieso, se ve agudizada por los diálogos, que parecen sacados, como dice Álvaro, el dueño de la fábrica de tabaco, "de novela". Es decir, artificiales. Pues si lo nota, para qué los escribe así, pensarán Vds., con razón. 


Ismael esbozó un gesto de ironía. Sabía defenderse en inglés, pero no logró descifrar el resto de la conversación. Las voces se mezclaban en una algarabía ininteligible. Aguzó el oído para ordenar los retazos de palabras que llegaban hasta él. Distinguió el diálogo de dos hombres que a su lado comentaban algunas de las vicisitudes de la inesperada visita. 
-¿Te has dado cuenta de algo? 
-¿Qué? 
-No ha venido el alcalde. 
-Ni ninguna autoridad. 
-Dicen que es por la guerra. 
-¿Qué guerra? 
-La tensión política de Europa. 
-¿La guerra fría? 
-Es que Churchill representa a los aliados. 
-Y ya se sabe, España... 
-Era o es de otro bando. 
-¡La política! 
-Los políticos y sus prohibiciones. Sus intereses. 
-¿Lo prohibieron? 
-Eso parece. 
-La España oscura. 
-La España gris. 
-La intransigente.(Págs. 31-32)

Lea cogió un montecristo. Lo llevó hasta sus labios carnosos y brillantes. Álvaro la miraba asombrado. 
-¿Qué haces? 
-Sentir el humo dentro de mí. 
-¿Qué pretendes? Estás un poco loca. 
-Ya te dije que un día aprendería a fumar. 
-¿Por qué? 
-Quiero sentir, quiero hacer lo que me venga en gana. 
-No logro entenderte. No consigo seguir tus pensamientos desordenados. 
-No hace falta. Los hombres necesitan tenerlo todo controlado. Tienes un pensamiento demasiado lógico. Yo quiero volar... (Pág. 73)


Lo que me pregunto, más allá de los defectos señalados, es la necesidad de escribir una novela así hoy en día. No me refiero solo a la forma, convencional por lo demás, sino sobre todo que la denuncia de la pacatería, mojigatería, gazmoñería, etc de la España/Canarias/La Palma de aquella época no aporta nada nuevo, no nos dice nada que no sepamos ya. Tampoco la novela se erige como metáfora o símbolo de problemas presentes especialmente acuciantes. No capto la relevancia moral o cognitiva de esta obra. Por lo que se ve, el mundo está lleno de personas que quieren escribir su novela. Harían bien en preguntarse qué aportan, aparte de su desahogo expresivo. 

Eso sí, Lazos de humo puede leerse con agrado por aquellos/as que valoran por encima de todo la facilidad en la lectura y que esta confirme sus expectativas sintácticas, semánticas, morales y cognitivas. En definitiva, una obra que pese a su afán por realzar la libertad de acción y la autonomía personal de sus personajes no deja de ser un producto trillado y sin ambiciones estéticas, una muestra más de conformismo literario que no lleva a ninguna parte. 


1 comentario:

  1. Este párrafo es grandioso: "Ay, pediría que, ya que en este momento están sentadas o tumbados leyendo estas líneas, se levantaran y prorrumpieran en un fuerte aplauso dedicado a Alexis Ravelo, porque gracias a él una obra desconocida, por tanto ignorada, por tanto sin editar, por tanto sin haber sido prologada ni comentada jamás, escrita por un autor desconocido, por tanto ignorado, por tanto nunca editado, por tanto sin haber sido jamás objeto de artículo o estudio alguno, ha sido arrancada de las tinieblas del olvido, qué digo, de la inexistencia, incluida en el catálogo de Siruela, una editorial nacional y de prestigio para que los lectores por fin podamos tener acceso a ella. Ambos, Ravelo como conseguidor y prologuista, y Siruela como editorial, han puesto en el mapa de la literatura a Crimen y a su autor, un tal Agustín Espinosa. Antes, era imposible. Ahora, el cielo es el límite. Otro aplauso: no escatimemos. Se lo merecen por rescatar una obra que ahora sí forma parte del patrimonio no meramente canario, sino español. Gracias a esta iniciativa, Crimen ocupará el lugar que se merece."
    Muchas saludo, Sr. Polillas. Da gusto que haya algo así en Canarias, donde la destrucción del patrimonio no solo viene de políticos y empresarios locales, sino de sus secuaces de la palabra, que destruyen su credibilidad como microbios.
    He aquí, por cierto, este artículo maravilloso del Diario, en cuya divulgación no debería escatimarse (no es sobre la palabra, pero más o menos va de lo mismo, la indolencia y la perversa ambición propia, sea de dinerillo o de lentejuelillas):
    https://www.eldiario.es/canariasahora/tenerifeahora/tenerifeopina/Veinte-anos-destruccion_6_976462350.html
    Abrazo y felices días de lecturas. (Aníbal Campos)

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