viernes, 10 de febrero de 2017

'La otra vida de Ned Blackbird', de Alexis Ravelo

No deja de ser curiosa la insistencia con la que se resalta que uno de los escritores más populares de novela negra en Canarias y quizá de España, y asimismo gran defensor del género, se pase a otro, el "fantástico", según El Paíso, de acuerdo con el mismo Alexis Ravelo, el del "terror metafísico".

Muchas reseñas también dan cuenta de este cambio, por lo que uno no es capaz de discernir si es mera descripción, sentido elogio o puro alivio. El caso es que en una se habla de "prosa depurada" y que la novela representa "un homenaje a una generación de escritores que llenaron el tiempo libre de un país en una época en la que la televisión aún no reinaba en los hogares. También a la lucha de las mujeres por tomar las riendas de su propio destino y encontrar su lugar en un mundo de hombres. Y al amor, un amor no necesitado de ataduras ni convencionalismos para ocupar un lugar central de la vida". Ahí es nada. En otra también se dice que el autor "cambia radicalmente de estilo", que construye "una matrioshka perfecta", que es "metaliteratura", también que es un homenaje "a los escritores que decidieron publicar su obra bajo un pseudónimo". En una última, se subraya el "tono original" y que esta novela hará que no se le encasille "como autor de género". Quizá los reseñadores han hecho caso a la contraportada, que nos señala que la novela "conjuga lo fantástico, lo metaliterario y lo intimista, en un juego de espejos que indaga en algunos de los temas clásicos de la literatura: la memoria, la creación artística, el amor, el erotismo o el poder de la palabra". 

Por si fuera poco, en su momento el propio escritor decidió, ¡quién mejor que él!, explicar las motivaciones, orígenes y propósitos de esta novela. Eso sí, nos advierte de que volverá "a las novelas de semen y de sangre". No vaya a ser que por miedo a quedar encasillado, le desencasillemos demasiado. También ha aparecido en la tele para volver con el dichoso homenaje (segundo 29). Y aquí.

Es duro querer ser como Pynchon. 



Siempre me ha parecido una estupidez, pero esto ya es una fobia particular, que se le pregunte en un medio de comunicación a un escritor sobre una novela suya. ¿Qué va a decir? "Hombre, me ha parecido flojita, porque los personajes no están bien delineados y tal, ya sabes, la editorial quería que sacara la novela y bueno..." O: "Bueno, la trama la copié de una de Harry Potter, pero cambiando los personajes". En fin. Además, normalmente, el periodista que pregunta no es nada incisivo, sino que, lastrado por su desinterés y amparado en los tópicos de su profesión pregunta cosas  como "¿Qué hay de Vd. en la novela?" o "¿Es esta novela un homenaje a los escritores anónimos? ¿Una crítica al capitalismo?", y cosas igual de desalentadoras. Todo un personaje, el del/la periodista de Cultura.

En Literatura, y en la tan famosa industria cultural, todo pasa por la promoción, según parece. Si hay que salir por la TV hablando de la profundidad de la novela, pues se sale. Si hay que participar en tertulias insufribles hablando de lo que sea (y de la novela también), pues se habla. Si que hay conceder entrevistas hablando de metaliteratura y de la necesidad de la crítica literaria, pues qué coño, pa'lante. Visto lo anterior, debería presumirse que todo el mundo ha oído hablar de La otra vida de Ned Blackbird, y muchos incluso la habrán leído, en particular los/as reseñadores/as. Respecto de éstos, salvo que me indiquen alguna excepción, no he encontrado más que un consenso maravillado. Así pues, da la impresión de que esta novela debería haber convulsionado el panorama literario canario y español.

En realidad, no.

En fin, esta no es una reseña específica sobre reseñas ni sus perpetradores, que tampoco estaría mal. Por ejemplos anteriores, hemos visto que el mundillo reseñador en Canarias (y el de España, en general) es lamentable, por no decir algo peor. Ya lo hemos visto con El tren delantero, que ha proporcionado más baba y enseñado más morro de lo que parecería creíble. Como ya se ha señalado en otros lugares, el problema de reunir en una sola persona el ¿arte? de escribir novelas (o teatro o poesía, lo mismo da) y la ¿manía? de escribir reseñas de novelas como actividad (¿principal? ¿secundaria?) consiste en que uno sienta la tentación, no siempre de manera inconsciente, de no criticar demasiado al colega escritor, no vaya a ser que éste le critique a uno cuando toque. Así es la vida y así son los negocios. Y la amistad también, que es lo más precioso que hay en el mundo, junto con los gatitos, los pijamas de osos y la canariedad.


LA NOVELA

Confieso, y espero que no se me lapide por ello, que esta es la primera novela que leo completa de Alexis Ravelo. Una vez lo intenté con Noche de piedra, pero no pasé de la quinta página. Es probable que tuviera un mal día, porque las novelas de Ravelo cuentan con un nutrido grupo de fieles y entusiastas seguidores. A diferencia de los reseñadores, los lectores suelen ser sinceros, y extremistas en sus juicios. Así que, casi puro y virginal, acometí la lectura de La otra vida sin esperar trama detectivesca alguna, tampoco mujeres fatales, ni investigadores privados de voz quebrada por el alcohol, ni asesinos a sueldo, ni sexo sucio ni limpio. Ni falta que hacen, ¿verdad?

Pues bien, La otra vida de Ned Blackbird ha conseguido cabrearme. Y una novela me cabrea cuando abunda lo siguiente:

a) Frases manidas, expresiones tópicas, pasajes tediosos o banales.

b) Alusiones literarias o artísticas continuas para demostrar que el autor posee muchas lecturas y que tiene gusto musical.

c) Trama inverosímil o incoherente.

d) Tomaduras de pelo que desembocan en la Gran Tomadura de Pelo.

El mero aburrimiento no me enfada, aclaro. Sólo me hace abandonar el libro y dirigirme hacia el ocaso mientras silbo Del barco de Chanquete, no nos moverán.

Antes de proceder con a), b) y c), debo subrayar que La otra vida no cae en d). Eso, por ahora, sólo lo he sufrido con El tren delantero, que es una tomadura de pelo como no había leído antes, agrandada por sus reseñadores/as-amigos/as, que se han tomado tan en serio los panegíricos que pareciera que González Déniz ha mejorado a Yourcenar y a Woolf en estilo literario y en feminismo militante.

En fin, vayamos con a): No sé muy bien qué se quiere decir con "prosa depurada": ¿escribir como Hemingway? ¿Matar a Borges? Quizá se trate sencillamente de eliminar adjetivos que suelen ir adosados a nombres o de adverbios a verbos. En tal caso, no me arriesgaría yo a llamar "depurada" la prosa de Ravelo en esta novela.

Ejemplos:

(...) donde estaba instalado el Café Oriental, regentado por doña Paula, una mujer afable y sencilla, experta en el arte de fidelizar a la clientela sirviéndose de buena conversación, precios razonables y las mejores sopas de ajo de toda la comarca. Y, en el Oriental, tampoco tardó en descubrir a Lucía y sus costumbres de lavanda.

"Fidelizar", "precios razonables", "sopas de ajo" y "costumbres de lavanda" nos alertan de que algo muy aburrido está ocurriendo. Pero sigue:

Carlos no era un ligón de bar; creo que es importante aclarar este punto. Simplemente, Lucía le resultó agradable desde el principio, como una ventana abierta al sol en la pared de un lóbrego cobertizo. Por eso le gustaba tomar en el Oriental el café de media tarde o ir por las noches a cenar. Además, Lucía y doña Paula eran personas amables y hospitalarias, lo cual, para alguien solo y un tanto aburrido, representaba una ventaja inestimable.

Efectivamente, el tedio comienza a aplastarnos en este párrafo. Uno se pregunta por qué íbamos a pensar que Carlos era un "ligón de bar" (como si eso fuera necesariamente malo) cuando nada nos lo había indicado hasta el momento. Y la imagen de la ventana en el "lóbrego cobertizo" resulta forzada y no le va a la escena. Pero que nada. Por no hablar de que despacha a dos personajes con dos adjetivos. Lucía más tarde tendrá algún desarrollo, pero no demasiado.

Otro ejemplo de información banal:

Parecía estar incubando algo, como solía decir su madre, porque sentía escalofríos y cansancio, con ese dolor de huesos característico de la gripe. Aún no tenía fiebre, pero estaba seguro de que le subiría la temperatura dentro de poco. Al día siguiente debía impartir clases, así que, al atardecer, resolvió quedarse en cama, tomar mucho líquido, encomendarse al paracetamol y conjurar al sueño con una novela de Sándor Márai.

¿En serio que era necesario el párrafo? Me temo que Lo de "tomar mucho líquido" y "encomendarse al paracetamol" no figurará en los manuales como ejemplo de estilo depurado.

Disponía de una hora libre antes de la clase con primero de Historia de la Filosofía y, en lugar de venir al despacho a prepararla, bajó a la cafetería y tomó sitio en la barra atestada. Antes de perorar sobre filósofos presocráticos, necesitaba glucosa. Por entre el griterío, logró hacerle entender al camarero que quería un café y un cruasán. El cruasán estaba pasable, pero pronto descubrió algo que ya sabemos todos en la facultad: que el café de la cafetería es lo más parecido al agua sucia. Como hacía siempre que debía advertirse algo a sí mismo, colgó en su mente un cartel que rezaba: A LA UNIVERSIDAD, LLEVAR EL TERMO.

Ya no es sólo la "barra atestada" ni que "necesitaba glucosa", es que no me importa cómo estaba el cruasán ni que se me confirme que el café era horrible. En las películas policíacas y de detectives, el café siempre es malo. Siempre. Lo sabemos, lo admitimos y nos desagradaría incluso que, por una vez, fuera excelente. Pero ya nos habían advertido de que esta vez Alexis Ravelo no había escrito una novela negra. Entonces, ¿por qué insiste con estos tópicos-relleno? 

Por otro lado, un poco más adelante, Carlos se encuentra "con la sonrisa de azahar de Lucía", mujer cuya melena "le lamía los hombros en una caricia de ébano". Al protagonista "le resultaba deliciosa la naturalidad de Lucía". Vamos con el empalago, ya que le gusta la chica. Y de repente:

-Joder, es como si tuviera una verbena en la boca -opinó. La risa de Lucía llenó el aire del local. 
-Más que una verbena, una orgía -observó, sin dejar de reír-. Yo no los había probado hasta que me vine aquí a hacer la carrera. Pero ahora soy una maldita adicta.

Vamos, como que al menos hay dos estilos o dos niveles de lenguaje. Uno cursi hasta el sonrojo y otro tabernario o presuntamente veinteañero. Y no mezclan nada bien.

Un último párrafo:

Todas las mujeres con las que se cruzaba hoy se convertían en su madre. Deseó estar siempre constipado,  para que lo cuidaran. Ana, acaso no sin razón, solía decirle que los hombres eran más quejicas que las mujeres; que su umbral del dolor, su capacidad de resistencia eran mucho más bajos; que se lamentaban enseguida y buscaban en la mujer más cercana a una madre que los cuidase.

Jamás había leído ni oído nada semejante. Me he quedado perplejo y he apuntado el comentario como "sabiduría popular". A veces, hacen falta segundas lecturas para reparar en que lo que se ha escrito fácil significa que se ha escrito mal.

Ahora con b)No hay ninguna ley que prohíba insertar en la novela todos los títulos de libros que uno ha leído y toda la música que uno ha escuchado (normalmente, clásica o jazz, que es lo más in o cool. Vamos, que es un must). Pero digo yo que deberían venir a cuento o, por lo menos, que no desentonaran. Pero en esta novela, de una manera similar a Vs., de Sergio Barreto, o en la infame El tren delantero, albergo la desagradable sospecha de que el autor no hace más que presumir. Y ya ven, me disgustan los presumidos, salvo que sean graciosos. 

No es el caso. 


De igual manera, procuraba que el piso fuera convirtiéndose en un lugar menos inhóspito. En esta tarea lo ayudaron su ordenador portátil, los libros que había podido traer consigo y un tablero de corcho que le hacía compañía desde sus tiempos de estudiante y donde fijó, con chinchetas, una cita de Pico della Mirandola, una postal que representaba os rabelos de Oporto, la tarjeta de una exposición de Óscar Domínguez y un folio en el que figuraba su cuadrante horario para ese año lectivo.

Unas semanas más tarde, cuando recibió por correo un libro obsequiado y firmado por Coltán, Ascanio lo entendió perfectamente, ya que muchos de los poemas eran caligramas. Tras recordar a Coltán, mientras el disco de Satie acababa y daba paso a las Escenas infantiles de Schumann, acompañadas, como aquel, por el incesante golpeteo de las teclas (...)


Mientras ella iba y venía entre la barra y el grupo de clientes, Ascanio pensó que era un gran necio. Se había comportado como un verdadero James Stewart, pero habría un Lubitsch -y mucho menos un Capra o un Ford- que le proporcionara una segunda oportunidad.

Me ahorraré la tortura de transcribir  más párrafos, pero sí les apunto que tales referencias aparecen en, al menos, 10 páginas. Pico della Mirandola, Sándor Márai, Schumann, Milorad Pavic, Marguerite Yourcenar, Boris Vian, Marguerite Duras y otros desfilan como una horda de zombis de The Walking Dead: sólo sirven para que el autor (protagonista mediante) se luzca.

Finalmente, c):

Vamos al grano. No puede ser que el protagonista, Carlos Ascanio, se traiga objetos de los sueños y se quede tal cual. O, hablando con precisión, que, tras dormir, algo del sueño aparezca al lado, en la cama, y no le cause mayor preocupación. En mi caso, habría crujir de huesos y rechinar de dientes, y una bajada de tensión como poco. A continuación, buscaría a toda prisa a una mujer para que me cuidara porque, como hombre, soy de natural quejica.

Vale la pena leer el párrafo del hallazgo onírico:

Un reloj de leontina, un camafeo, un cochecito de latón o unos quevedos se materializaban, en ocasiones, junto a su almohada o en la mesilla de luz, tras haber soñado con ellos durante la noche. Así de increíble. Así de simple. 
Le ocurría desde la adolescencia. Siempre en ocasiones en que dormía solo. Nunca cuando compartía lecho con Ana o con alguna de las pocas mujeres que hubo antes que ella. Naturalmente, al principio, con quince o dieciséis años, se hizo muchas preguntas acerca de ello. Dudó de su cordura, de sus sentidos, de la realidad. Pero con el tiempo fue asumiendo el asunto como una leve contrariedad que se daba de cuando en cuando, sin periodicidades ni mayores consecuencias.


Una "leve" contrariedad. Debe de ser lo de leve lo que me exaspera. Esto no obsta para que un poco antes se nos hubiera dicho que "no creía en la magia" y que "años de lectura (...) le habían confirmado en un ateísmo materialista que no dejaba de ser una fe como cualquier otra". El caso es que el hombre recibe regalos de los Reyes Magos del Sueño de vez en cuando: lo normal. Tranquilos, chicos, que lo bueno, lo incongruente, lo inverosímil no radica ahí.

Radica en que otra noche oye el tableteo de una máquina de escribir en el apartamento de al lado. Tras indagar un poquito, un par de días más tarde un vecino le sugiere que se ahorre el trabajo de fisgonear, que allí no vive nadie. También averigua que la única persona que tecleaba en una máquina de escribir en ese edificio (ya se habían pasado todos al portátil, según parece) era la anterior inquilina de su apartamento.

¡Tachán! Supermisterio. Ese sí, y no el de traerse una rosa de un sueño, no. ¿No se da cuenta el autor que es psicológicamente incongruente, narrativamente inverosímil? Habrá que esperar al final para que el autor pergeñe una solución.


Y esto solo en la primera parte.

En la segunda, nos encontramos con el mismo panorama, para qué cambiar. Las mismas expresiones manidas, ciertas descripciones banales, el mismo afán por presumir... Cierto es que se produce un avance en la narración. Se nos da a conocer la vida de Celia Andrade, la difunta, cuya presencia fantasmagórica tanto influye en el personaje, y que se dedicaba a escribir bajo pseudónimo (Ned Blackbird) novelas del Oeste. Y bueno, el narrador en cierto momento considera conveniente apuntar que el protagonista tuvo una erección imaginándose cómo tendría sexo esta mujer. 


En la tercera parte, Carlos Ascanio sigue husmeando en el diario de Celia, quién sabe si esperando nuevas erecciones. La voz del narrador, que al parecer es la de un colega de Carlos, y que lee el diario de éste, se entremezcla con él de tal manera que tenemos acceso a los sentimientos del protagonista, que a su vez nos cuenta las andanzas de Celia y, sobre todo, una relación amante-epistolar con un hombre, lo que nos interesa lo justo.

Esto del diario del diario debe de ser lo que unos llaman matrioshkas. En este punto, uno llega a la conclusión de que, más allá de la irritación que produce un estilo tan poco trabajado, de las escenas ya vistas alguna vez y del presumir de la cultura, hay un problema con el tono. El autor no ha sabido encontrarlo. Al igual que un orador carraspea antes de hablar y aún así es posible que le salga un gallo, o como un cantante cuya voz no le da para los agudos y se queda en los graves, así Ravelo narra en una frecuencia distorsionada. Dicho de otro manera, la narración suena artificial, suena inadecuada.

En fin, para abreviar, que la reseña ha quedado larguísima: la novela sigue y en la cuarta parte se desencadenan crisis, pasan algunas cosas que deben parecernos terribles a la par que ingeniosas. O meta-ingeniosas. Al final, nada es lo que parece y todo se entiende, hasta lo que parecía más inverosímil, que aun así lo sigue siendo a pesar del terror meta-físico o lo que quiera que sea. Pero ya hace tiempo que el desenlace carece de importancia. Y esto es así porque el autor no ha logrado convencernos. A lo sumo ha intentado, sin éxito, imponernos una historia y ha fracasado.

La otra vida de Ned Blackbird resulta fallida, tanto en el estilo como en la construcción de una trama que apenas se mantiene en pie y finalmente se derrumba sin gloria. Estoy convencido, sin embargo, de que son estas aventuras creativas las que contribuyen al desarrollo de la novela, entendiendo éste, parafraseando a Kundera, como la investigación de la complejidad existencial del ser humano. Sólo por esto, el autor merece cierta consideración. Sin embargo, en mi opinión, el resultado final no llega a la altura de su propósito. Ni de lejos.

















2 comentarios:

  1. Que mal te debes haber llevado con Kafka toda tu vida, Sr. Crítico

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  2. No sé si le hace un favor al autor de esta novela al compararlo con Kafka, Sr. Lector.

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