jueves, 25 de abril de 2019

'La noche fenomenal', de Javier Pérez Andújar

Creo que el mayor defecto, siendo conmovedor, de una feria del libro es la ingenuidad. La de los visitantes que, aunque no compren ninguna novela, ensayo o poemario, acuden a las casetas y a las carpas con sincera devoción, como la de esos peregrinos que creen que entrando en contacto con la reliquia de algún modo se verán bendecidos o curados. Ese fenómeno, ya estudiado por Durkheim, se transmuta en nuestra edad, a ratos posmoderna, a ratos demasiado poco posmoderna, en la cercanía a la estrella mediática o artística, en un contacto como un beso o un apretón de manos, o en la más modesta, pero quizá más tangible, prueba caligráfica en forma de firma.


Con el advenimiento de Internet y de las redes sociales como Facebook o Twitter, ese admiración y el consiguiente deseo de aproximación se ha transubstanciado en aspiración de amistad en diverso grado y en fidelidad más o menos impertinente. Los escritores famosos (también en diversa escala), al igual que los deportistas y antaño los músicos son también, aparte de admirados, objeto de emulación. En un mundo en el que cada vez sobreviven menos certezas, el discurrir biográfico de la persona que ha disfrutado de algún tipo de éxito, se convierte en modelo a seguir, en ejemplo de vida. Ya no es tanto lo que escribe o cómo lo escribe, lo que importa más ahora es cómo consiguió tener éxito. Y no me refiero al esfuerzo en escribir, a su reflexión sobre el arte, la literatura, etc., sino que tipo de bolígrafo usa, si lo usa, qué horario tiene para escribir, si gusta de la vida bohemia o se encierra en un búnker, si prefiere garrapatear sus notas en una cafetería o toma apuntes mientras viaja, con qué música se relaja o emociona, si usa gel cuando se ducha o le vale con el champú y cosas por el estilo. Lo importante hoy es que suban al podio "los escritores que arrastran legiones de hardcore-fans", como se resaltaba con equivocado acierto en un lamentable artículo. Fan es el acortamiento de fan-ático/a, y los fanáticos no se suelen caracterizar por su racionalidad ni, por tanto, por su sutileza en la argumentación.

Sin llegar a ese extremo, que ya no lo es tanto pues está adquiriendo normalidad, los visitantes a las ferias de libros son, sin ánimo exhaustivo lo escribo, gente a la que, dejando de lado Internet, le gusta leer moderadamente (¿5-10 obras al año?), pero que, quizá por eso mismo, se acerca a los libros con ánimo reverencial, como consternada ante la santidad de la literatura, cuyos sacerdotes y sacerdotisas son, los escritores y escritoras que administran, por encargo editorial, la fe en la cultura

Así pues, por un lado, la ingenuidad logra sostener, aun a duras penas, la noción del mundo como maravilloso o como encantado, en el que la belleza, la verdad y la justicia brillan inmaculados como referentes a los que es posible acercarse, qué digo, de los que es posible empaparse entero. Por el contrario, y dado que a la industria cultural ninguno de esos tres conceptos le importa un bledo si no genera beneficios, lo más probable es que a los ingenuos les toque en suerte la mayor parte del tiempo una cantidad extraordinaria de mediocridades y decepciones que jamás se merecieron. De hecho, el panorama cultural español y canario se abastece de un surtido constante de banalidades y estupideces, por mucha necesariedad e imprescindibilidad que intenten colarnos en los medios de comunicación y en las redes.

Por último, y no menos importante, hay que recordar que Canarias, en concordancia con su nivel de vida, desigualdad, paro y abandono escolar, está a la cola, entre Andalucía y Extremadura, en índice de lectura. Después querremos milagros.

Y tras el sermón, la novela:






Hay novelas que le llegan a uno como el resultado de una pequeña labor de investigación: estás leyendo un libro, una revista o un blog y una cita singularmente oportuna te lleva a indagar sobre ella y su autor/a. O también puede ser una referencia que te lleva a otra, y a otra, y finalmente, te encuentras deseando leer esa novela, un antojo casi inexplicable que quizá solo pueda justificarse por mera codicia, aun intelectual. En otras, la lectura de la reseña de un blog como el de Joan Flores Constans es suficiente. Tal fue mi caso respecto de La noche fenomenal.

La noche fenomenal tiene como protagonistas a esos miembros de la especie humana denominados amantes de lo oculto. Y no me refiero al creyente habitual de las religiones institucionalizadas sino a aquellos creyentes en lo paranormal. Sí, esa gente que, pese a toda prueba o razonamiento científico, incluso pese a su prosaico deambular cotidiano, está convencida de la existencia de realidades paralelas, abducciones extraterrestres, fantasmas de ectoplasma variable, Yetis de distinto pelaje o maldiciones apocalípticas relacionadas con las pirámides guatemaltecas, entre otros misterios. 

Algunos miembros de esta tipología humana aciertan a reunirse en Barcelona y consiguen producir un programa de televisión llamado (de ahí el título) La noche fenomenal. No deja de ser, dentro de su común fijación, variopinta el conjunto de personajes que Javier Pérez Andújar introduce en la novela. Sin embargo, ahora me gustaría resaltar el uso del lenguaje del autor por el que figuras corrientes como la metáfora, la comparación o la aliteración se alternan con un enfoque en el detalle, cuando no en la nimiedad, que se encarna en esa manera de desvalijar el repertorio de frases hechas de nuestro idioma y en los monólogos y pensamientos de los personajes, lo que se corresponde de manera óptima con el planteamiento general de los discursos paranormales: atención casi obsesiva por el detalle, extrapolamientos insólitos y desquicie en la teoría general. Lo que también forma parte de ese sentido del humor del que está impregnada La noche fenomenal. Me recuerda a esa novela de Antonio Orejudo (al que, por cierto, se cita) que reseñé en este blog: Ventajas de viajar en tren, sobre todo en el deleite por las palabras.

Asimismo, la novela está plagada de intertextualidades y referencias a personajes históricos, artistas y obras varias, que son literalmente una enormidad, pero consigue sortear con gracia la pedantería e impertinencia en la que tan fácil es caer. Aquí, aparte de atinadas, contribuyen a la atmósfera de irrealidad, en muchas ocasiones hilarante, que atraviesa la trama. 



Bastaron pocos programas para que el bar Ski se constituyese en nuestro centro neurálgico. Su dueño, el señor Dimas, era gallego, y Gómez, el camarero, era filipino. Ambos iban de uniforme, camisa blanca y pantalones negros. El dueño no atendía las mesas, se quedaba como un icono ruso, allí en la barra. 
-Mirad, ¿conocéis wikileaks? Pues olvidaos, porque wikileaks está manipulado. Pero esto otro va a misa, esto de aquí viene de la deep web. 
A J.L. Hermosilla se le electrizaba el lunar de la mejilla siempre que descubría un caso de conspiración. Esa noche nos explicaba que la CIA ya había estado en Marte. Sacó un folio de una carpeta, pero como no era ese, lo guardó, sacó otro y volvió a cerrarla con las gomas. Gómez nos trajo otra ronda de piñas de cerveza, así se llamaba ese tipo de copa, y también trajo otro platito de almendritas saladas. El plato era pequeño, como de servicio de café, de modo que resultaba lógico llamarlo con el diminutivo; sin embargo las almendras eran normales. J.L. cogió un puñado y lo contempló sobre la palma de la mano antes de seguir contándonos lo que había descubierto. (Pág. 37)


Volvió a sonar el teléfono. Esta vez descolgué y habló una mujer:-Sí, señora, está usted llamando a La noche fenomenal. Pero ¿de qué tipo de fenómeno se trata? No, yo soy Javier. Sí, el que sale al final del programa. Pero no es de payaso de lo que hago, es de mago. Lo que hago es ilusionismo. No pasa nada. No, no, ese no es De Diego, el que dice usted es De Oña, el especialista en criaturas en la sombra. Y para las apariciones tiene que hablar con Socorro. Si quiere le tomo el recado; porque Socorro no va a venir hasta la tarde. ¡Ah! ¡Desapariciones! Una desaparición misteriosa. Pero ¿de una persona? Supongo que habrá hablado con la policía. Bueno, claro, si entró en el lavabo y no ha vuelto a salir, y dentro no hay nadie, sí que podría considerarse un fenómeno paranormal. Desde ayer tarde... Entiendo que se refiere al lavabo de su casa. ¿Y no oyó ruidos ni nada? Ya, me refería a ruidos misteriosos. Claro, en el lavabo de un restaurante sería diferente. No se preocupe, iré yo mismo a verla. También formo parte del equipo, señora. Muchas gracias por su llamada. Y por favor acuda sin falta a la policía. No la van a creer, pero todo apunta que esta vez van a tener que acabar dándonos la razón. Sí,para comprender, primero hay que creer, ese es nuestro lema. Claro, al revés también vale. (Págs. 50-51)

Mi madre había preparado de cena la pescadilla que se muerde la cola lo mismo que una serpiente ouroboros. Pero ella no estaba pensando en el samsara al freírla sino en comer. Era un plato que había hecho toda la vida. El eterno retorno, lo que no conoce ni principio ni fin, me miraba desde mi niñez con sus ojos muertos, blanquecinos, duros. Al ouroboros volvería a encontrármelo más tarde, en los días todavía malos, llenando la portada de un disco de Los Enemigos. 
-Te he puesto tres, ¿vas a querer más? -me dijo. 
-El tres es un número prudente. 
-¿A que no te imaginas quién me ha llamado esta tarde? 
-Dame una pista. 
-Cuando te lo diga te vas a quedar con las patas colgando. 
Llevaba la bata de estar por casa. Era violeta, como sus ojos, y tenía pinta de abrigar mucho. Se la había hecho ella y le puso botones grandes y ademas se anudaba a la cintura. Nunca se la ponía antes de la hora de la cena. 
-Bueno, pero dame una pista. 
-¡El señor Moreno! 
-¿Cecilio, el vecino que se murió el otro día? 
-¡El mismo! 
-¿Y qué quería? ¿Ha llegado bien? 
-Me ha tenido más de una hora al teléfono. Cómo se enrolla el tío. Es peor aún que cuando estaba vivo. (Pág. 172)


Reconozco que habría preferido que la novela discurriera en este ambiente de Cuarto Milenio dentro de cauces más realistas y haber propuesto así una reflexión o análisis de las credulidades varias del siglo XXI, unas ya antiguas, otras muy nuevas. Sin embargo, tras el giro fantástico que acontece tras no demasiadas páginas, uno termina por aceptar las nuevas reglas del juego y simplemente se relaja y disfruta, como en las fiestas en las que ya se entra con buen pie y se acaba sin camisa haciendo flexiones en la calle o en la otra punta de la ciudad con gente estrafalaria que resulta, solo en esos momentos, fascinante. En una fiesta de esas, de las que nos acordaremos toda la vida, la virtud más alabada no es la coherencia.

También es cierto que la trama se desquicia y termina por desleírse, como si sufriera el impacto de esa lluvia casi perenne que cae durante toda la historia. Además, llegado cierto momento, todos los personajes parecen expresarse del mismo modo, aun conservando sus personalidades, lo que no termina de resultar satisfactorio, aunque es posible que esta tremenda y bulliciosa fantasmagoría no precise de individualidades cortadas a cuchillo sino de un quehacer y un quepensar común que refleje una actitud, entre valerosa y desesperada, ante la vida y la muerte. Como dice uno de los protagonistas: "Por fin tenía la esperanza de pertenecer a algo y dejar de ser un solitario". 














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