miércoles, 19 de abril de 2023

'Centuria', de Giorgio Manganelli

La semana pasada, Javier Hernández Fernández, crítico literario especializado en poesía, y poeta él mismo, tuvo a bien desmenuzar una reseña lamentable de una "lectora voraz y apasionada", según las propias palabras de la articulista, en el cuadernillo cultural El perseguidor, del periódico local El Diario de Avisos, de hace dos años justos. La reseñadora, cuyo nombre omito por no ser una persona que se prodigue en estas tareas encomiásticas, perpetró una reseña basándose, al parecer, en la contraportada del libro y en unas cartas privadas del autor del poemario, Antonio Arroyo Silva, con el conocido crítico literario Jorge Rodríguez Padrón. Como colofón, admitía que carecía "de la formación necesaria para el ejercicio de la crítica literaria" pero que compartía la opinión de Rodríguez Padrón de que el poemario de marras era un libro de "verdadera madurez poética".

Como ya escribí entonces, la culpa de que en su momento se publicara este desatino no es atribuible al poeta, que como mucho podría ser sospechoso de cómplice o de colaborador necesario, sino de quien estuviera al mando (salvo que estuviera organizado sin jerarquías, digamos democráticamente, que no creo que fuera el caso) del suplemento, que ha permitido que se publicara. Entiendo que, como me ha señalado con cierto desaliento un amigo, sacar semana tras semana este cuadernillo cultural (o el de Prensa Ibérica, o cualquier otro) no es nada fácil, sobre todo en estos tiempos en los que no se paga a (casi) ningún colaborador o colaboradora. Tienen que sobrevivir, como consecuencia, y esto lo digo yo, a base de retales: aportaciones interesadas, viejas glorias jubiladas o amateurs entusiastas con ganas de ver su nombre en algún sitio aparte del recibo de la luz.

Creo, además, aunque parezca contraintuitivo, que estas reseñas ditirámbicas, estos comentarios más que cordiales, no le hacen ningún favor al escritor o escritora cuya obra ha sido objeto del artículo, porque si disfrutaban de algún prestigio, ahora entrarían en el terreno de las suspicacia; y si carecían de él, este tipo de reseñas no los encumbrarán a ningún Parnaso. Quiero pensar que el público lector, a base de continuos desengaños y de un historial de falsas promesas de obras maestras, antes y despueses, hitos literarios y otras denominaciones por el estilo, comienza a discernir el valor de las reseñas o, al menos, a intuir su honradez. Harían bien los/as encargados de estos suplementos culturales en hacerse responsables de lo que permiten que se publique. Llámenlo tamiz, llámenlo filtro, llámenlo sentido del gusto o, al menos, del ridículo.

No obstante, la práctica habitual, como bien saben, sigue siendo el elogio desmesurado y el halago empalagoso en los medios de comunicación: la desfachatez normalizada. Deberíamos preguntarnos, deberíamos comprobar, si el panorama mediático cultural perdería con la desaparición de estas secciones culturales. Si a los editores les ha importado un bledo prescindir de los/as colaboradores valiosos y pagados, y se han quedado con la morralla (con las debidas excepciones) gratis, por qué deberíamos creer que nos están haciendo un favor con dichos cuadernillos. 

Es posible, me ha dado por pensar, que nos estemos aferrando a soportes obsoletos y a contenidos que se presumen culturales, pero que tal vez no sean sino un remedo, una pantomima, un simulacro kitsch de lo que podría representar verdadero contenido cultural: "Lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer", frase gramsciana tan sobada en otro contexto, tal vez sea de aplicación aquí. Podría modificarse un poco: "Mientras lo viejo no muera, lo nuevo no puede nacer". Al menos, el nacimiento de una revista (o cualquier otra estructura) a salvo de "amantes apasionados/as de la cultura" y de los mismos autores o autoras, quienes no dudan en calificar sin rubor de malos a los reseñadores que los critican negativamente y de buenos a quienes los alaban. Como podrán suponer, Canarias está llena de magníficos reseñadores/as.

Otro tanto podría decirse, quizá incluso en grado superlativo, de muchos de los programas de pretendido enfoque cultural que asuelan la televisión pública canaria, empeñadas las productoras proveedoras en ofrecer programas que sean "escaparates" o "divulgadores" sin el menor matiz crítico o, al menos, analítico: el talento local, es sabido, florece por doquier: Canarias es un vergel artístico. Por tanto, la satisfacción del público va de suyo (por ser lo único que se espera de él); y la adulación se exhibe con desparpajo, si no con impudicia: un mundo feliz, tal vez, pero que a mí me parece mero "estruendo consuetudinario". 

Para pegarse un tiro.




Para rebajar los niveles de cortisol, repito con Giorgio Manganelli, y como respuesta a una recomendación de dos fuentes distintas, he escogido Centuria.

A estas alturas, deberían saber que soy enemigo a muerte de los libros de aforismos, solución tan a mano para autores/as que han sentido la llamada, pero no saben para qué, y más o menos lo mismo de ese género llamado microrrelatos, atractor de lo peor que puede dar la literatura, salvo, tal vez, los libros que narran triángulos amorosos de empleados de banca o los relatos distópicos de zombis contra vampiros o Alien vs. Predator, trasunto de aquellos partidos de solteros contra casados. Sin embargo, en este libro, Manganelli ofrece cien relatos muy cortos, cada uno de página y media, casi dos en algunos casos, y no solo los he soportado sino que me han complacido, y de manera creciente, lo que me lleva a reflexionar sobre la firmeza de mis convicciones y la solidez de mis gustos.

Es curioso observar que hay una gran diferencia en el lenguaje de Manganelli de este Centuria respecto de La ciénaga definitiva, novela publicada póstumamente. Aquí el vocabulario es mucho menos vestido con los ropajes de lo arcaico, además de que las frases y los párrafos son más cortos. El ritmo de lectura es, pues, más rápido y, como digo, la consumación de cada capítulo o "breve novela-río" no se demora más allá de las dos páginas y poco. Es decir, en general, se entienda el sentido mejor o peor, resulta más accesible para el público lector medio. 

Por otro lado, Manganelli no duda en adjetivar, constante, metódicamente. Ya saben que periódicamente parece que es síntoma de literariedad, de exquisitez, la prosa pelada, el ofuscamiento en narrar por encima de todo, la atención exclusiva a la trama, el rechazo a la denominada "prosa sonajero". En Centuria, el escritor cuenta, y también adjetiva, y adverbia. Claro que con esa adjetivación inesperada, que guarniciona, adoba y especia a los sustantivos. A veces, de esa forma paradójica que lleva a expansiones de la propia cognición, a la extensión del contenido semántico del sustantivo. Que para eso están los adjetivos, claro, no para decir lo que ya se sabe o ya se ha escrito antes. Lo mismo puede decirse con los adverbios con respecto a los adjetivos, aquellos dejan de ser simples ancilares y metamorfosean a estos. No obstante, no es una prosa campanuda o pretenciosa. Hay un control sobresaliente de las posibilidades del lenguaje (y aquí, claro, traemos a colación al autor de la versión en castellano, Joaquín Jordá).


Un señor que sabe latín, pero ya no griego, pasea por casa y espera una llamada telefónica. En realidad, no sabe qué llamada telefónica espera, ni si se producirá. En el caso de que no se produzca ninguna llamada, ignora lo que eso significa. Espera sin duda llamadas de personas relacionadas, de manera íntima, con su vida. Alguna de esas llamadas le asustan. Sabe que es fácilmente vulnerable y que está dispuesto a pagar un poco de silencio en monedas de sangre. Por motivos que no ha acabado de descifrar, tiene la sensación de ser objeto de intermitentes ataques de odio y de suspicacia, sentimientos que confieren a quien los experimenta una gran sensación de poder y que le empuja a utilizar el teléfono. (Pág. 17)


El señor del abrigo y el cuello de piel, cuidadosamente afeitado, salió de casa a las nueve menos doce en punto, ya que a las nueve y media tenía una cita con la mujer que había decidido pedir en matrimonio. Hombre ligeramente superado por los acontecimientos, casto, sobrio, taciturno, no inculto pero con una cultura deliberadamente anticuada, el señor del abrigo había decidido hacer a pie el camino que le separaba del lugar de la cita y aprovechar el tiempo para meditar, ya que estaba convencido de que, cualquiera que fuese la respuesta, su vida se aproximaba a un cambio dramático. Naturalmente aprensivo, estimaba probable una respuesta dilatoria, y le alegraría un "no" dicho con cortesía; ni se atrevía a pensar en un "sí" inmediato. (Pág. 33)


Se despierta mucho antes del amanecer, alterado por la convicción de haber realizado un delito. Hace tiempo que su sueño es intranquilo, interrumpido por frecuentes insomnios. Por la mañana las sábanas aparecen muchas veces revueltas, desordenadas, como si durante muchas horas hubiese luchado con los anillos de una serpiente. Se le ocurre pensar que en aquellas noches ha estado preparando un delito, una acción cruel e inhumana, que esta noche ha llevado a cabo. No pocas veces los sueños le siguen perturbando durante buena parte del día. Piensa que ha soñado con un delito, que se ha despertado por el horror de lo que ha hecho, que lo ha olvidado en el inquieto cementerio del inconsciente. (Pág. 51)


Puestos a ser sinceros, este hombre no está haciendo absolutamente nada. Está ocioso. Yace tendido en la cama, se despereza, cambia de posición. Pasea por la casa. Se prepara un café. No, no se prepara un café. No, no pasea por la casa. Piensa en las cosas maravillosas que podría hacer, y siente un ligero malestar, que, sin embargo, resultaría exagerado llamar remordimiento. Simplemente, no hacer es un tipo de hacer al que no está en absoluto acostumbrado. De ser un militar, piensa, uno de esos militares que sólo se sienten hombres cuando retumba el cañón y hay una razonable probabilidad de morir o quedar mutilado, y en cualquier caso de metamorfosearse en monumento, debiera decir que no sólo me comporto como si el cañón retumbara, sino casi como si se hubiera declarado la paz universal, consuntamente con la destrucción de los monumentos. (Pág. 67)

 

El joven pensativo y melancólico que se sienta en un banco del parque, en un rincón apartado y solitario, tiene realmente excelentes razones para estar pensativo, melancólico y apartado; se encuentra, en efecto, en la pesada condición de estar enamorado de tres mujeres; cosa que  ya es excesiva y extravagante: pero hay que añadirle que, aunque él no lo sepa exactamente, dos de estas tres mujeres han vivido respectivamente tres siglos y un siglo antes, y la tercera nacerá dos siglos después de su muerte. Se deduce de ahí que, pese a estar absoluta y penosamente enamorado, nunca ha encontrado a ninguna de estas mujeres, ni podrá encontrarlas jamás (...) (Pág. 145)


Son asimismo relatos sin moraleja evidente o evidentemente oculta: una manía de taller literario que también parece adherida a la obra de muchos/as poetas de gran prestigio. Las cosas son como son, o mejor, como digo que son, pienso que ha pensado el autor italiano al escribirlo. Hay mucho de paradoja, de inadecuación, de sorpresa, de acontecimiento insólito, si no absurdo, pero no a la manera rutinaria de un, digamos, Juan José Millás, escritor dominical, sino, a mi parecer, con la convicción de quien domina el lenguaje y se complace en sus juegos, así como los del pensamiento, con tendencia a llevar al extremo ciertas lógicas que, por lo mismo, se vuelven irracionales o fatídicas.

Eso no obsta para que no podamos considerar que existen relaciones de intertextualidad o alusiones en la mente del autor y que otros lectores más versados que yo podrán reconocer o explicar. En todo caso, ni siquiera hace falta develar el simbolismo para gozar de la expresión literaria que aquí se muestra. No lean atropelladamente estos relatos, merecen su atención. Tampoco lean más de tres o cuatro de corrido: cinco debería ser el límite.

Quizá apurando demasiado las impresiones de la lectura de Centuria, percibo una melancolía de ser, o una melancolía de lo que no es o no se ha sido: un anhelo de traspasar ciertas fronteras interiores que podrían explicarse, tal vez, como una transgresión, o, como el contrabando de unas nociones a regiones que no les son, en principio, propias, y cuyo comprador final, el lector o lectora, recibe con alborozo teñido con cautela. Es, pues, una exploración insólita de los mundos humanos posibles, al menos los concebibles por la imaginación.

En fin, con La ciénaga definitiva y, ahora, con Centuria, temo que prenda en mí ese espíritu fetichista, típico de lectores minuciosos y reconcentrados, totalizadores con respecto a la obra de un autor determinado, en este caso Giorgio Manganelli. Menos mal que me queda esa tendencia a la dispersión, no solo lectora, que impregna hasta los actos más banales de mi vida cotidiana, pero que no es, al fin y al cabo, más que un gesto -o aspaviento- ácrata. Pero no estamos aquí para hablar de mí.



14 comentarios:

  1. ¿Pero Javier Hernández no era cómico?

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  2. A ver, señor Polillas, usted está participando de una MENTIRA o insinuación de tal. La innominada en su pretendido artículo SÍ contaba con el beneplácito del señor crítico y usted ni su amigo son nadie para acusar gravemente a una profesional del periodismo. Por otra parte, ni comparación de la labor con la de El Perseguidor con la suya. Me parece muy bien que denuncie las irregularidades que usted crea conveniente, pero asegúrese de que lo que dice está contrastado, porque se podría tropezar con problemas serios. Pero tranquilo. Me parece bien que me hagan una crítica negativa o entre positiva o negativa. No voy a hacer una contracrítica, ni voy a vengarme. No soy así. Incluso agradezco, las críticas negativas impulsan la lectura. Es un hecho que usted puede comprobar je je je. Volviendo al tema: una periodista me hace una entrevista radiofónica, ahí hablo de la opinión de Jorge Rodríguez Padrón. Después la periodista decide hacer una reseña a partir de dicha entrevista. Se le pide permiso al crítico, ¿qué hay de malo contar con su beneplácito? ¿Qué tiene de malo el artículo? ¿Acaso la opinión del crítico provoca reacciones opuestas a la crítica o acaso otras cuestiones más escabrosas que, por cierto, usted denuncia? ¿Tanto conocimiento tienen de la redacción periodística que son capaces de burlarse sin más y, de paso, decirle (el otro) a la periodista que no tiene vergüenza? En fin. Mis saludos. Antonio Arroyo.

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  3. Sr. Arroyo, ignoro cuál es la mentira en que he incurrido y en qué he acusado "gravemente" a nadie. Que Vd. y el Sr. Padrón concedieran permiso a la reseñadora para leer las cartas y publicar su contenido no le otorga valor a esa reseña, que consiste básicamente en citar a Padrón y reconocer que su autora carece de conocimientos para evaluar el poemario pero que le gusta de todos modos. Si Vd. considera que es una reseña informada, no puedo estar de acuerdo: me parece mala, aquí y en Gáldar. De todos modos, no considere que esta reseñadora es especial, ya he criticado a muchos otros/as. También he señalado que la responsabilidad es del responsable del suplemento. Aun así, siéntase libre de hacer una contracrítica: entiendo que, en el espacio público literario y cultural, críticas y contracríticas deberían ser cosa corriente y no motivo para dignidades ofendidas y honores ultrajados.

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  4. Antonio Arroyo Silva29 de abril de 2023, 23:58

    Oiga usted: en ningún momento dije que usted fuera el sujeto de tal acusación, sino que usted ha sido partícipe de las cavilaciones sin fundamento de otra persona. ¿Crítica y contracrítica con insultos, supuestos y hechos sin comprobar? Eso no es crítica, eso es el Viejo Oeste. Para que se haga una contracrítica debe haber una crítica con fundamento. No se escribe al vacío. Me refería con eso a que no voy a hacer una contracrítica a otra crítica hacia mí que, agradezco, de todas formas. Mis comentarios hacia usted siempre han sido respetuosos, me parece, y jamás he usado el método de tergiversar sus palabras (¡Bendita Pragmática Lingüística"). En ellos siempre hablo de ética. Hay poca crítica en Canarias; pero poca ética y de hacer crítica sin conocimientos. Pero, tranquilo, no me refiero a que a usted no le haya gustado esa reseña a la que alude. Y con esto doy por zanjado el asunto. Ahul.

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    1. Me equivoqué de lugar responder. Hola Antonio Arroyo Silva, ¿dónde está la mentira que afirmas que escribo?

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  5. El participe de una mentira tambien miente. Cuál es la mentira?

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  6. No se por qué sale anonimo. Jesús Castellano

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  7. Hola a todos, señoras y señores, anónimos también. Soy javier Hernández Fernández, autor del artículo qur enlaza este post del Polillas. Pregunta para Antono Arroyo Silva, ¿dónde está la mentira que afirmas que escribo?

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  8. Antonio Arroyo Silva30 de abril de 2023, 19:16

    "Desconozco si Jorge Rodríguez Padrón está al tanto de ese hecho o si dio su consentimiento para el uso de un intercambio epistolar privado. ...y que la ética o la vergüenza..."etc. Según la Pragmática Lingüística esta esuna manera de sembrar la duda en un medio público, es decir, una manera de falacia (vulgarmente, mentira). Esa fue la manera "en serio", la manera "en broma" fue peor. Tu manera de opinión sobre tus gustos o disgustos no me mueven en absoluto. Tus ideas sobre la crítica tampoco, solo te doy la razón en eso del amiguismo (no ando pidiendo reseñas por ahí, desde luego). Tu reseña de Música me favorece y, sin cabreos, te doy las gracias. Van nueve reseñas y la tuya es la peor formalmente hablando, pero agradezco tu esfuerzo por ser honesto (por cierto, ¿me pediste permiso para hacerla? No recuerdo, ya que te obsesionan los permisos). Como dije arriba, Jorge me dio permiso para difundir las palabras relacionadas con sus cartas sobre mis libros, que no son pocas. ¿Por qué no me preguntaste? Y a la periodista también. Una vez le envié un poemario horroroso y me hizo una crítica muy negativa (yo he aprendido con eso) y yo la esperaba. Bueno, añado un comentario de Jorge cuando le pedí permiso: "Pues claro que sí..si quieres ganarte a mis enemigos, allá tú". Los enemigos suyos por ser honesto concuerda con cosas que tú dices, sobre todo porque en su crítica, formalmente hablando y en cuanto a contenido no queda ni un resquicio. Y desde luego, no utiliza la falacia como argumento. Tienes mucho que aprender al respecto, está claro. Quzá todos tengamos mucho que aprender; pero, como ya te dije, te veo en pañales. Una última petición, quitá esas frases que constituyen una falacia y un ataque ad hominem (o ad mulierem). Es todo. Por otra parte, no quiero más comunicación contigo, para nada. Saludos.

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    1. Hola, Antonio. ¿Cómo estás? Gracias por el acuse de recibo. Respecto a no comunicar contigo, me temo que no esté en mi mano. La comunicación depende, para su existencia, de dos elementos como mínimo: emisor y receptor. En este caso, yo emito, el Polillas rebotó la señal, tu recibiste y emitiste. Yo recibí la señal y, en mi turno comunicativo, emitiré. Si no quieres actuar como receptor, la única opción es que no leas. Además, ahí está la Constitución español garantiza mi libertad de expresión aunque sea, como en este caso, para replicar a una acusación hecha más al "corre corre y verás con las patas atrás" que con el detenimiento y capacidad de análisis que se esperaría y que, por si fuera poco, lanza la piedra y pretende esconderse entre los arbustos. La mano, en estas plaformas digital, queda siempre registrada, a menos que optes por la opción “Anónimo”. Pero bueno, el cloquido siempre nos delata.

      Dicho esto, lo que te interesa: acusarme de mentir e ignorar un hecho textual verificable.

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    2. Continuando, que es gerundio, no hace falta sacar desempolvar los tochos de pragmática lingüística. Déjalos ahí tranquilos que duerman. Mi texto, sencillo como es, no exige tanto al lector. Es más, basta un diccionario escolar para dirimir cualquier duda interpretativa acerca de mis intenciones comunicativas en mi crítica al artículo de Josefa Molina Rodríguez. Otra cosa es que tales dudas sean razonables o interesadas. Luego, eso sí, un sencillo análisis textual.

      Como decía, basta un diccionario escolar para confirmar que yo no siembro dudas; apenas digo lo obvio:

      "desconocer" significa "no conocer".

      En otras palabras, cuando escribo que "desconozco" lo único que quiero decir es que yo, autor de la crítica a otro texto, no conozco un hecho y que tampoco puedo conocerlo al leer el texto de Josefa Molina Rodríguez porque, sencillamente, en no explicita en ningún momento ese consentimiento dado por Jorge Rodríguez Padrón a citas sus palabras privadas acerca de tu libro. Por tanto, en la frase:

      "Desconozco si Jorge Rodríguez Padrón está al tanto de este hecho o si dio su consentimiento para el uso público de un intercambio epistolar privado."

      No hay mentira, ni mayor vuelta de hoja. A menos, claro está, que interesadamente quieras verlo y que, al hacerlo, busques sembrar la mentira. Mi frase lo único que manifiesta, y eso, sorprendentemente, se te ha pasado por alto, es mi ignorancia respecto a un hecho. Aquí el detalle es crucial:

      Josefa Molina Rodríguez en ningún momento informa acerca de la existencia de consentimiento para usar las citas que usa de una conversación privada.

      Informar acerca de dicho consentimiento se enmarca dentro de lo mínimo exigible. Mucho mejor que decir que tú le has dicho por teléfono que Jorge Rodríguez Padrón digo tal y cuál cosa sobre tu libro, y que lo hizo en privado.

      En segundo lugar, cuando para sostener tu acusación de que miento (Vous m'accusez !) añades mi mención a la falta de ética y vergüenza en la "reseña de" Josefa Molina Rodríguez, basta leer el texto y dibujar unos pocos paralelogramos para visualizar quiénes son los autores que aparecen en el texto que firma la periodista Josefa Molina Rodríguez. Así lo muestra la infografía que adjunto en mi crítica.

      En ella, el espacio se ve rápidamente que el espacio ocupado por las citas con las palabras de Jorge Rodríguez Padrón acerca de tu libro es mayor que el resto de partes. En segundo lugar, lo que escribe Josefa Molina Rodríguez. Por último, un poema tuyo como muestra. Respecto a la parte correspondiente al pensamiento articulado por Josefa Molina Rodríguez, se trata de un simple parafrasear la contraportada de tu libro. Y, una vez más, basta leer la contraportada para confirmarlo.

      En este sentido, y respecto de la falta de ética y vergüenza que señalo acerca del texto de Josefa Molina Rodríguez, te pregunto:

      ¿Es ético firmar una reseña, no aportar valoraciones propias acerca del libro del que dices hablar, y llenar la mayor parte del texto con citas de las palabras de otro sin mencionar el consentimiento explícito dado por el autor de tales palabras ha dado?

      ¿Se tiene vergüenza cuando se publica una reseña y, acto seguido, se afirma que no se tiene la formación necesaria para escribir una crítica literaria?

      Si no ves ahí la falta de ética y vergüenza a la que aludo, quizás tengamos ideas muy diferentes de ética y vergüenza; o, y es lo más probable, que no te interese verlo en este caso.

      Ya para terminar, y acerca de la reseña que hago de tu libro: la reseña es positiva en el conjunto de tu obra, sí, pero no nos confundamos aquí: recomendar "Música para un arjé" como primer contacto con tu obra no quiere decir que lo destaque en una "primera línea" literaria. Nada más lejos de la realidad.

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  9. Con todos mis respetos a Ubaldo Suárez, a Javier Hernández y a Antonio Arroyo, he de decirles (aunque no creo que les importe) que no me interesan nada sus disputas. Si leo estas entradas en Polillas al anochecer es porque me interesa la opinión de Ubaldo, que considero autorizada, cuando se sobrepone a su afán por “desenmascarar” a gente a la que sólo le queda la máscara, porque suele ir en pelotas por las islas. Ubaldo, amigo, terminar de desnudar al casi desnudo no tiene la recompensa de mi interés en este mundo, ni tendrá la de ningún dios en el más allá.
    No he visto nunca Sábado Deluxe, ni pienso, hace años que no presto casi atención a las intervenciones de sus señorías en el Congreso y nunca fui al Circo ni cuando vinieron Fofó o Milikito. Si estoy aquí es por Giorgio Manganelli.

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    1. Hola, Juanjo. Siempre he considerado que este blog es 'multidisciplinar': tanto hablo de libros como del mundillo cultural/literario o de política (y política cultural), y de lo que surja. A veces, gusta más lo primero; a veces, lo segundo. A unos les interesa más lo primero, a otros más lo segundo. Es obvio que me parecen interesantes estos dos planos de la literatura, y que dedicarme a uno de ellos en exclusiva me parece insuficiente. Si solo hablamos de ficción, nos olvidamos del contexto social y económico en que surge, y de toda la parafernalia que se monta alrededor. A este respecto, me parece importante haber señalado estos años la tarea de todos/as estos/as reseñadores/as infames. Si solo hablamos del mundillo, hay dos posibilidades, al menos: que se derive en mero cotilleo o, la más interesante, que fuera terreno de una futura investigación sociológica, como la de Bourdieu, que en Canarias sería la mar de interesante. Por otro lado, ya me gustaría que hubiera disputas de verdad, y no mera expresión de enfado. Además, la mayoría de los/as aludidos/as nunca responden, no vaya a ser que no dispongan de argumentos convincentes.

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    2. Antonio Arroyo Silva3 de mayo de 2023, 13:48

      Estimado Ubaldo: Le pido por favor que no me meta ni una vez más es sus fregados (así lo llamo yo, con todos mis respetos). Juanjo tiene toda la razón, este no es lugar para discutir con payasos y yo tampoco quiero pasar como tal. Quede entre esa persona y yo y asguro que tendrá contestación a sus lecciones sobre la ética y estética en otros medios públicos. Siempre estaré pendiente de sus polillas en la noche (con el bombillo encendido je je je). Reciba mis saludos.

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